Capítulo 3

De pie junto a la mesa de trabajo, subida sobre un reposapiés y con el cuerpo echado sobre el pergamino, sin rozarlo, Ellie utilizaba sus gafas en ese momento a modo de lupa para acercar una letra que no distinguía bien. Era un trabajo minucioso, pero nada del otro mundo, cualquier historiador bien preparado hubiese podido resolverlo. Hacía algunas noches que Ellie pensaba por qué el Lord la había contratado a ella, precisamente a ella, y el asunto no tenía demasiado sentido.

Entonces una mano fuerte y enorme se posó en ese preciso momento sobre la mesa, junto a su brazo izquierdo, rozándola con demasiada familiaridad. El poderoso cuerpo de William Forterque acababa de atraparla, por detrás, con la excusa de mirar sobre su hombro.

- ¿No hay lupas en esta biblioteca? -preguntó distraídamente muy cerca de su oído-. Llamaré a Robert para que solucione este problema, señorita Butler. -Colocó la otra mano al lado derecho de la joven, y Ellie ya no podía escapar del abrazo contundente de su jefe.

- Está bien -se apresuró a contestar escabullándose por debajo de los poderosos antebrazos de Forterque, con una escaramuza un poco absurda teniendo en cuenta el momento y el lugar-. Tengo lupas, muchas, solo ha sido un segundo de observación antes de recurrir a ellas.

Con un pequeño saltito, se situó detrás del Lord y pudo tenerlo bajo control por unos minutos. William vestía pantalones de montar que se ajustaban sobre unos recios y bien estructurados muslos, otra vez de cuero curtido pero natural y un abrigo gris muy fino que se pegaba sobre el torso perfecto, estirado en ese momento sobre el documento. William la miraba de frente con una espectacular sonrisa dibujada en su cara sin afeitar. Había girado hacia ella mientras Ellie cavilaba sobre el cuerpazo de lord Forterque. Ellie le sostuvo la mirada sin poder explicar nada, él no hablaba, ni preguntaba, ni comentaba, simplemente estaba ahí de pie, observándola, divirtiéndose con su estúpida inocencia. Entonces la apremiaron unas irremediables ganas de llorar, un arranque infantil que solo su legendaria fortaleza de espíritu consiguió mantener a raya.

El silencio se extendía por la biblioteca mientras ellos se miraban a los ojos sin titubear; Ellie con las manos en las caderas esperando alguna pregunta sobre su trabajo, William cómodamente apoyado contra la mesa observando a la bella historiadora estadounidense. Un calor brutal comenzó a subirle por las piernas ante la vulnerable y bella imagen de aquella mujercita. No podía desviar la mirada de esos ojos inocentes, de esa boca jugosa y sensual, apretó el borde de la mesa intentando concentrar la energía contra el mueble, pero no pudo, una fuerza ancestral lo lanzaba sobre ella, sobre su cuerpo.

- ¡Maldición! -masculló-. Maldita Marian…

Ellie pensó en decir algo, miró al techo buscando una frase inteligente y cuando bajó la vista para hablar de los arcos deliciosamente ornamentados de la magnífica estancia, se encontró con William Forterque avanzando hacia ella.

Se detuvo junto a ella, y a Elizabeth se le tensaron los músculos de la nuca. No decía nada, simplemente permanecía frente a ella, separados por un par de centímetros de distancia, un hueco mínimo que se llenó inmediatamente de un calor sólido, tenso, líquido, que traspasó la epidermis de la joven hasta los huesos.

Estiró la mano hacia atrás y se sujetó a las orejas del sofá que tenía justo a la espalda, pensó que se iba a desmayar. Las piernas le flojeaban y su acalorado cuerpo sentía una peligrosa inclinación a lanzarse a los brazos de su jefe. Carraspeó en un vano intento por parecer serena. Imposible… Retrocedió. William avanzó un paso más y su pierna rozó descaradamente el muslo de Ellie… una corriente eléctrica la recorrió de norte a sur… dolorosamente… tensando sus pechos y su estómago a la par.

William suspiró entonces profundamente antes de inclinarse un poco sobre ella, para recoger la fusta que había abandonado minutos antes sobre el mismo mueble que ahora le servía de apoyo. Ellie no se movió al sentir el contacto del sedoso pelo de lord Forterque contra la oreja, aguantó estoicamente mientras él se detenía voluptuosamente en sus movimientos, pausado y provocador.

- La dejo continuar con su trabajo, señorita Butler -dijo con esa profunda y bien modulada voz. Estaba nervioso pero no lo parecía, su pantalón iba a estallar de deseo tan cerca de la muchacha, pero aparentó una frialdad suprema al mirarla nuevamente a los ojos. Era tan hermosa-. Que tenga un buen día.

Cuando él abandonó la biblioteca sin decir ni una palabra más, Ellie se desplomó sobre el sofá agitada y ansiosa. ¡Santo cielo! Lord Forterque-Hamilton era un hombre extraño, pero tremendamente atractivo y sensual. Elizabeth sintió una enorme necesidad de él, una necesidad animal y física de tocarlo, besarlo… Y eso sí era una novedad, porque Elizabeth Ann Butler era una tímida e inexperta joven de veinticuatro años, aún virgen, a quien los apetitos carnales le parecían fantasías novelescas o cinematográficas, inclinaciones que les sucedían a otras personas, no a ella. Sin embargo, ahí estaba, temblorosa, con la boca seca y una presión extraña en el vientre y en el corazón.

Apenas al día siguiente, Ellie volvería a coincidir con el señor de la casa sin proponérselo. Tras su primer encuentro en la biblioteca, la joven historiadora avanzaba poco en su trabajo, estaba inquieta, nerviosa y agitada. Cualquier portazo, cualquier ruido de pasos en el pasillo, cualquier presencia en la escalera la sobresaltaba y le provocaba taquicardias y un cosquilleo en la boca del estómago. Su alma anhelaba ver otra vez a William Forterque, pero su cabeza se empeñaba en negar la evidencia. Soñaba con sus espectaculares ojos celestes, sus enormes manos, su torso perfecto bajo su camisa de lino. «Ya está, -pensó tirando el bolígrafo sobre la mesa-, cálmate, Elizabeth, vamos a dar un paseo».

Sin pedir autorización, se lanzó con paso firme hacia el jardín delantero del castillo buscando un poco de aire. Las nubes blancas atravesaban el cielo azul y limpio de Berkshire, y un agradable y fresco viento traspasó su fina camisa dándole una deliciosa sensación de vitalidad y energía. El mero hecho de desentumecer las piernas y respirar en el exterior sirvió para aplacar un poco su nerviosismo y su constante estado de ansiedad. Miró hacia arriba, respiró hondo y siguió caminando a buen ritmo para recorrer alegremente los terrenos de la propiedad.

Después de un buen rato de paseo, Ellie descubrió las caballerizas en la parte trasera de la casa y se animó a acercarse para ver los famosos caballos pertenecientes a lord Forterque, al parecer, los únicos seres vivos a los que el atractivo noble prodigaba todo su cariño. Entró en el enorme recinto con cautela; ella no era la mujer más experta en equinos, la verdad, ni siquiera sabía montar, pero le gustaba la belleza y la nobleza que siempre transmitían los caballos y le apetecía ver de cerca los ejemplares que tanto tiempo robaban a William Forterque.

- No sabía que le gustaban los caballos. -Forterque la sobresaltó mientras ella, de puntillas, intentaba acariciar la cabeza de un precioso potro blanco. El caballito estaba solo en una cuadra pequeña y en cuanto la vio se acercó hasta la valla para saludarla con su hocico juguetón-. ¿Le gusta montar?

- Ni siquiera sé hacerlo, señor -contestó roja como una adolescente.

El Lord lucía espectacular con unos pantalones de montar negros, botas altas y la camisa, otrora blanca inmaculada, ahora algo manchada y abierta hasta la cintura. Llevaba el pelo sujeto en una trenza a la espalda y se acercó hasta ella para tomarle la mano y colocarle en la palma un terrón de azúcar. Con decisión le llevó la mano hacia el potrillo y la mantuvo ahí hasta que la lengua cálida y áspera del animal obtuvo el premio y se lo metió en la boca con rapidez. Ellie sonrió.

- Es precioso.

- ¿Cómo es que no sabe montar? -William la miró de reojo: Elizabeth Butler llevaba unos vaqueros ceñidos a la altura de las caderas, su blusa de hilo le llegaba justo encima del ombligo dejando al descubierto un abdomen liso, suave y tierno. Se le pusieron todos los músculos del cuerpo en tensión y el deseo lo invadió inmediatamente. Parecía un muchacho inexperto. Aquella muchacha fresca y fragante le quemaba la sangre.

- Mi madre le tenía miedo a los deportes de riesgo -dijo ella sonriéndole abiertamente: la piel blanca y perfecta hacía destacar sus ojos negros-. No pasé del tenis, la gimnasia rítmica y el ballet, pero nunca es tarde, supongo.

- No, no lo es. -Se giró y la rozó con el dorso de la mano. Ellie dio un respingo pero no escapó-. Eres preciosa, Elizabeth Butler -dijo sin poder evitarlo: era un impulso muy superior a él. Relajó la mano y bajó hasta la curva de la cadera femenina, fina y sedosa. La joven se estremeció y él pudo sentir el temblor al tacto; subió lentamente el pulgar, recorriendo el vientre con suavidad y de ese modo llegó por debajo de la blusa al sujetador de encaje, Elizabeth retrocedió y le levantó las manos como advertencia.

- ¿Qué está haciendo?

- Tocarte. ¿No quieres?

- Creo que no, señor Forterque. -Antes de que ella terminara la frase, él se lanzó hambriento sobre su boca, le abrió los labios con la lengua, y le llenó la boca hasta dejarla sin aliento. Elizabeth respondió por puro instinto pegándose a él para sentirlo más cerca, más real.

- Señor Forterque -repitió como en trance. William había deslizado las manos hacia su trasero y lo acariciaba con absoluto descaro. Ellie suspiró y él volvió a sellarle la boca con sus labios exigentes y deliciosos.

Jamás en toda su vida la habían besado de un modo tan brutal y primitivo, y le encantaba. Lord Forterque era un hombre con experiencia y habilidad, pensó, mientras él ya le había soltado los broches del sujetador y hundía la cabeza entre sus pechos tensos y sensibles. Ellie suspiró, le acarició el pelo y susurró con las mejillas arreboladas y ardientes:

- Eh, eh… más despacio. Yo no… Por favor. -Intentó separarse de ese cuerpo poderoso en el momento en que notó que William hacía esfuerzos descomunales por bajarle los vaqueros-. ¡No! ¡No! -gritó finalmente empujándolo con ambas manos-. ¿Pero qué se ha creído? Cielo santo.

- ¿Qué? -dijo él con la voz ronca y los ojos vidriosos de deseo-. ¿Qué sucede?

- No voy a seguir adelante con esto -protestó con angustia intentando cerrar el maldito sujetador-, al menos no así, ni ahora, ni aquí. Creo que no le he dado pie para que piense que yo… Debo volver dentro.

- ¿Dar pie? -repitió William entornando los ojos claros con un cierto toque de burla-. ¿Tienes que darme pie?

- Esta es una situación muy violenta, señor -dijo ella avanzando hacia la salida-. No, no está bien.

William Forterque la escuchó con auténtica sorpresa y observó como la joven encaminaba sus pasos hacia la enorme puerta de madera de los establos, pero antes de que llegara siquiera a avanzar un metro, la sujetó fuertemente por el codo y le impidió la huida. ¿Qué pretendía aquella mujercita? ¿Plantarlo?

- No irás a ninguna parte, mujer -bramó con una determinación que congeló la sangre de Elizabeth-. Ahora y aquí -susurró lentamente, acercándola nuevamente hasta él con bastante violencia-. Sé que me deseas, ¿acaso no quieres divertirte?

- Para mí no sería una simple diversión, señor Forterque -contestó Ellie con los ojos llenos de lágrimas-. Usted no me conoce, no sabe nada de mí, no voy por ahí acostándome con la gente, ¿sabe? Déjeme salir o voy a gritar.

- ¿Qué te pasa? ¿Hay un buen hombre esperándote en tu país? ¿Guardas tu virtud para el matrimonio? -soltó en tono burlón, aunque inmediatamente comprendió que había dado en el clavo. A la muchacha, el rostro le había mudado de miedo a vergüenza ante ese último comentario-. Santo cielo, no puedo creer que seas virgen…

Ellie cuadró los hombros y lo miró con toda la dignidad que pudo reunir mientras aquel individuo la observaba con ojos inquisidores. La repasó de arriba abajo con desprecio, tensó el mentón orgulloso y volvió a acercarse con la clara intención de remediar la cuestión cuanto antes, la tomó por la cintura y se agachó buscando su boca, pero Ellie fue más rápida, se revolvió con fuerza y antes de que William pudiera inmovilizarla con su enorme envergadura, le soltó una sonora bofetada que cortó el aire, lo empujó y salió corriendo como alma que lleva el diablo camino del castillo. Solo pensaba en huir, en salir de allí cuanto antes.

- ¡Los de tu estirpe no tenéis honor, nobleza, ni vergüenza, Elizabeth Butler! -tronó lord William Forterque-Hamilton con un vozarrón que hizo temblar los cimientos de las caballerizas-. ¡Lancaster! ¡Sucia mujer Lancaster! -rugió hasta provocar la inquietud de sus hermosos caballos.

Ellie se derrumbó temblando de pies a cabeza, no podía evitar los sollozos aferrada a la mesa de la biblioteca. Tenía que irse, debía recoger su ropa, sus cosas, subir al dormitorio y pedir un taxi. Quería volver a su casa y olvidar el bochornoso espectáculo del que acababa de convertirse en triste protagonista. Jamás en toda su existencia había cometido una torpeza parecida, ni se había sentido tan humillada y avergonzada. Tenía que llamar a Tom y pedirle un pasaje de avión urgente. Él lo arreglaría todo antes de que llegara a Londres y podría alcanzar un vuelo dentro de dos horas.

Había permitido que aquel desconocido enajenado la besara, lamiera y manoseara. Jamás volvería a mirarse al espejo del mismo modo. Y él además se había permitido insultarla y humillarla como a una cualquiera. Forterque era un tipo peligroso y no quería volver a verlo nunca más en su vida.

Roben Wilson tuvo que observar, desolado, la escena completa desde cierta distancia. Sabía que William no podría contenerse, era como uno de sus malditos sementales purasangre, no había hecho ningún esfuerzo por sujetar sus apetitos. William era así y además estaba desesperado y solo, y la chica lo volvía loco, Robert lo supo en cuanto lo vio posar sus ojos por primera vez sobre ella.

Acababa de mandar sus planes a la basura, habían prometido esperar hasta conseguir su propósito. Llevaban meses detrás de esto, pero William no tenía paciencia. Robert, adelantándose a los acontecimientos, le había sugerido que cuando consiguieran el medallón, Elizabeth Butler podría ser suya, pero la tentación había estado demasiado cerca.

William los había puesto en riesgo a los dos al no prever la posibilidad de que ella no fuera una facilona y liberal mujercita del siglo xxi. Elizabeth Butler había resultado diferente y ahora, asustada, pensaba en escapar, algo tendría que hacer Robert para evitarlo. Dejó de observar la biblioteca e inició el camino hacia las dependencias de Elizabeth Butler en el castillo: tendría que calmarla y tranquilizarla antes de que tomara un avión de vuelta a casa.

- ¡No! -dijo Ellie con lágrimas en los ojos-. Lo siento señor Wilson, debo irme, me han llamado desde Nueva York y debo viajar cuanto antes a casa. No se preocupe por el contrato, no le cobraré nada y le recomendaré a alguien para que siga el trabajo, es sencillo…

Wilson la observó con ternura, Elizabeth Butler era una buena chica, dulce y profundamente inocente, tal vez se habían equivocado con ella. ¿Qué podría saber ella de honor, de traición, de venganza, si provenía de una apacible familia estadounidense que solo la había tratado con cariño y ternura?

¿Qué sabía ella de los Lancaster? ¿De la bella y maléfica Marian? ¿Del valioso tesoro que su familia ocultaba desde hacía siglos? Nada, Ellie no sabía nada y no tenía en su alma ni siquiera la maldad suficiente para acusar a William Forterque de las verdaderas razones de su inesperada huida. Se habían equivocado con ella y tal vez debería dejar que se marchara. William rugiría de frustración, pero sabría calmarlo, venía haciéndolo desde que eran niños.

- Muy bien -dijo finalmente Robert con suavidad-. Me encargaré de que la lleven al aeropuerto. Ya hablaremos del contrato. Espero que no suceda nada grave en su familia, señorita Butler. Ha sido un placer trabajar con usted y siento su marcha, pero entiendo que no puede esperar.

Ellie lo miró con los ojos velados por los lagrimones que le mojaban la cara. En diez minutos, tenía recogido el cuarto y solo quería salir corriendo de allí y dejar Inglaterra para siempre. Robert Wilson estaba siendo amable y comprensivo, y eso bastaba para aumentar aún más sus deseos de escapar del castillo.

Tomó la maleta y miró a Robert al anunciar que estaba lista. Él le hizo un ademán para que avanzara hacia las escaleras y cerró la puerta del cuarto a su espalda.

- Una pregunta más -dijo Wilson tomándola por el codo con suavidad-. Seré sincero, señorita Butler. Investigamos a todas las personas que entran a nuestro servicio y revisando su vida nos dimos cuenta de que desciende usted de una antigua familia inglesa. ¿Qué sabe de esos antecedentes?

Ellie se giró para observar a Wilson de frente. Ya no lloraba y estaba asombrada de que la hubiesen investigado, estudio genealógico incluido.

- Mi abuela Elizabeth siempre presumía de esas cosas -contestó con los ojos hinchados-, pero nadie la tomaba en serio. Presumir de sangre azul no era muy aplaudido en mi familia, ¿sabe? ¿Qué han descubierto? Esto es increíble, debería haberme informado de esta investigación, me parece un poco paranoico todo este asunto.

Robert Wilson le sonrió con frialdad y Ellie sintió deseos de salir a toda prisa otra vez de ahí.

- Es muy habitual -comenzó a decir el asistente empujándola suavemente hacía las escaleras-, en algunos países incluso hacen estudios astrológicos de sus futuros empleados. No veo de qué se sorprende. Descubrimos que la familia Butler que llegó desde York a Pensilvania en el siglo xviii descendía de un viejo linaje sajón que usted seguramente conocerá, Elizabeth -Robert la llevaba directamente hacia la entrada donde la esperaba el coche-: los Lancaster. Cambiaron el apellido a través de diversos matrimonios, alianzas y contratos, pero eran ellos, los Lancaster, enemigos… -¿Wilson se permitía una risita en esos insólitos momentos para ella?-, enemigos naturales de los Forterque.