VI
Los cuatro niños alzaron sus rostros para mirar al visitante. Toñín cerró su libro de texto y como persona mayor se puso en pie para recibir cortésmente al recién llegado. Mary lo imitó y Martita, desde la alfombra donde estaba sentada, miró a su hermano Julio y le dijo con vocecilla confidencial:
—Es el primo Félix.
—¡Ah! —replicó Julio, sin comprender, pero dándoselas de enterado.
—Hola, muchachos. ¿Vengo a interrumpir vuestros estudios? Os ayudaré. Germana, puedes retirarte —y añadió, mirando a la asombrada fámula—: Me entretendré con ellos mientras viene Viky.
Se quitó el abrigo y lo dejó en manos de Germana, la cual desapareció con él, cerrando la puerta tras de sí. Los niños parecían cohibidos y Félix se echó a reír, dándoles ánimos.
Se sentó en un sillón y extendió las piernas. Era grato estar allí. Sí, muy grato. Había dado vueltas y vueltas por Madrid sin objeto y pensó que en otra ocasión cualquiera hubiera hallado el objetivo en cualquier lugar. ¿Por qué, pues, no lo encontraba ahora? ¡Muy sorprendente! Vio a Aurora en una sala de fiestas donde pensaba entrar y huyó de ella. Era Aurora una muchacha demasiado frívola, demasiado enterada de los secretos de la vida. No estaba él aquel día para mariposear con mujeres sabiondas. Y estaba allí, entre cuatro muchachos que aún no dejaron de mirarlo. Sentado junto a una diminuta chimenea, sonriente, con un pitillo en la boca y sintiendo los ojos de los cuatro muchachos en su persona. Para lograr a Viky, y bien sabe Dios que no pensaba hacerla su mujer ni tampoco su amante, pero era interesante hacerse con la amistad de aquella prima siempre olvidada y reaparecida de modo extraño en su vida, era preciso ser simpático a los cuatro muchachos, y de pronto, Félix Guerrero, el hombre menos amigo de malgastar el tiempo en ternezas, decidió atraerse las voluntades de aquellos chicos.
—¿Qué estudias, Toñín —preguntó suavemente.
Y el muchacho que sólo vivía para sus estudios, se entusiasmó hablando de ellos.
Se sentó frente a Félix y explicó:
—Estudio la reválida. Espero ser bachiller para el año próximo y luego haré el preuniversitario y después...
—¿Y después?
—Pues no lo sé. Me gustaría ser militar, pero no es fácil. No quiero que Viky trabaje toda su vida para nosotros. Tendré que ayudarle. Como hijo de militar me será fácil ingresar en la academia. Pero... ya sabes, el dinero...
Hablaba como un hombrecillo y Félix, sin saber por qué se sintió pequeño a su lado. Le pesaba haber ido allí. Después de todo, él era un hombre sin conciencia y que se la despertara un muchacho de dieciséis años no era nada halagador.
—¿Y tú, Mary? —preguntó a la chiquilla.
Ésta fue a su lado y se sentó en el brazo del sillón que ocupaba su hermano. Observando esto, los dos pequeños, atraídos por la voz suave del hombre, se fueron a gatas hasta los pies de Félix y se quedaron allí, sentados sobre la alfombra con las caritas alzadas, mirando a sus dos hermanos y a Félix alternativamente. Entonces Félix, casi inconsciente, atrajo a Martita a sus rodillas y la metió entre ellas con mucha suavidad. Ni él mismo se dio cuenta de su propio ademán. La niña, muy contenta, se quedó quietecita con la cabeza bajo la barbilla masculina.
—Yo preparo el tercero —dijo Mary, satisfecha—. Luego haré el cuarto y la reválida elemental y más tarde, ingresaré en el Magisterio. Quiero ser pronto maestra para ayudar a Viky. Viky ha dicho que desea que Toñín sea militar y Julio también.
—Es... enternecedor. Pasa uno por la vida —dijo como para sí solo— durante años sin darse cuenta de que hay algo más en esta puerca existencia que maldades, frivolidades y diversiones, y de súbito, en un día encuentra cuadros así como para conmover a una piedra.
—¿Qué dices? —preguntó Julio, desde sus siete años.
—Nada, pequeño. Pensaba en voz alta.
—¿Vas a venir todos los días? —preguntó Martita.
—Pienso que sí. Uno necesita purificarse.
Entró Viky en aquel instante y se quedó contemplando el cuadro. Hubo un raro destello en sus ojos y Félix se dio cuenta de que pensaba en la escena habida allí mismo la noche anterior.
La vio quitarse el abrigo con precipitación y acercarse a ellos casi violentamente.
—Muy bonito —gritó irritada—. Vosotros aquí tan tranquilos y las tareas de mañana sin hacer. Pasen los cuatro al cuarto de estudios. ¿Entendido? Los cuatro.
Éstos, como si fueran uno solo, se pusieron rápidamente en pie y se acercaron a ella. La besaron. Félix, asombrado, observó cómo Viky los besaba apretadamente y los niños se oprimían contra ella. La última, Martita, y Viky la alzó para sí, la miró hondamente y la besó en la mejilla varias veces seguidas. Félix sintió una cosa rara por su ser. ¡Diablos, no volvería más! Se estaba convirtiendo en un sentimental. Y aun sin darse cuenta, deseó aquellos besos para él. Los deseó con intensidad, y debido a este deseo se puso violentamente en pie, cogió el gabán y sin decir palabra salió de allí, dejando a Viky muy asombrada.
La brisa de la noche le acarició el rostro. Sintió cierto alivio. Se lanzó calle adelante con irritación, y lo curioso del caso era que desconocía el origen de su mal humor.
«Esta noche me voy a divertir como nunca», pensó, y subiendo a su coche, lo puso en marcha y se dirigió a un cabaret.
En otra ocasión cualquiera le hubiera causado gracia el aspecto de aquellos hombres y mujeres que lo rodeaban, pero aquella noche fue todo lo contrario. Salió de allí sin haber pronunciado una palabra, sin oír las que le dirigieron. Se lanzó de nuevo en la oscuridad de la noche y pensó:
«Estoy perdido. Es muy raro cuanto me ocurre. Quizá necesito la voz de mi madre. Sí, es algo insoportable cuando empieza a hablarme de mi vida, pero... Sí, iré a Sevilla a descansar.»
* * *
Los niños, en particular Martita, preguntaban todos los días por Félix, el primo. Viky apretaba los labios y decía, que ignoraba dónde estaba. No deseaba hablar a Toñín de Félix. Era despertar odio en el niño y ella deseaba que sus hermanos jamás odiaran a nadie. Tres días después y en vista de que la simpatía por Félix era manifiesta en sus cuatro hermanos, inventó una mentira que sin ella saber era la pura verdad.
—Se ha ido a Sevilla a ver a tía María.
—¿Aquella señora tan elegante que vino a visitarnos cuando murió papá?
—Sí, la misma.
—¿Y por qué no volvió, Viky?
La joven se mordió los labios. No pensaba hablarles mal de María, ni siquiera decirles la verdad. Para ellos, almas inocentes, Félix era un primo bueno y María, la marquesa, una señora muy elegante, muy amable, hermana de su padre... Era mejor así.
—Quizá vuelva un día cualquiera —dijo evasiva.
Aquella misma tarde cuando regresaba a su casa, el cochecito de Aurora se detuvo a su lado.
—Iba para tu casa, Viky. Sube.
La joven subió y besó a su amiga.
—Hace un siglo que no te veo. Ignacio me dijo que eres prima de Félix y que ya no trabajas para ellos.
—Así es.
—¿Y no sabes nada de él? Desde mediados de verano no le veo. Por la Prensa sé que llegó de París la semana pasada y llamé a su casa. Tomás me dijo que ignoraba adónde había ido. ¿Lo has visto tú?
Sólo mintió una vez y le dio malos resultados. No pensaba hacerlo jamás.
—La noche de su llegada de París estuvo en casa. Volvió al día siguiente y desde hace tres días no hemos vuelto a verle.
—¡Qué hombre más extraño! ¿Tú le comprendes?
—No me he parado nunca a pensar en ello.
—De un tiempo a esta parte todos dicen que ha cambiado. A mí me interesa cada día más.
Viky estimaba a Aurora. La estimó cuando ambas eran dos niñas inocentes. Ella no deseaba adjudicarse una bondad que quizá no tuviera, pero de lo que sí estaba segura era de que Aurora no era la misma muchachita pura y buena que la estimaba. Aurora había cambiado y el cambio no satisfacía a Viky. Pensó todo esto porque, luego de observar a su amiga en silencio, se dio cuenta de que Félix era para ella, para Aurora, como otro hombre cualquiera que se niega a seguir el coqueteo femenino. Si Félix fuera más asequible, ya no le interesaría a su amiga.
—Ya no subo a tu casa —dijo, lo cual le demostró a Viky una vez más que su interés en verla se debía únicamente al deseo de saber de Félix.
—Entonces detén el auto. Me quedo aquí. Quedé en verme con Ignacio.
—Es cierto. ¿Sois novios?
—No.
—Ignacio es un muchacho excelente.
Viky sonrió.
—Lo admito de buen grado —dijo con su habitual suavidad—, pero no estoy enamorada de él.
Aurora detuvo el auto y soltó una burlona carcajada.
—¡Oh, el amor! ¿Pero aún sueñas tú con el amor?
—¡Aurora! —exclamó asombrada.
Ésta siguió riendo.
—Querida Viky, no seas novelera, ni sentimental, ni soñadora, ni absurda, querida. El amor es un negocio interesante que no siempre sale bien.
—Antes no pensabas así...
—En efecto. Antes ignoraba lo que eran los hombres y la vida.
—Entonces tú no estás enamorada de Félix —dijo, sin necesitar respuesta, pues ya lo sabía.
—Naturalmente, querida. Félix es hoy en día un buen partido, además de una barrera infranqueable. Doblegar su hombría es... sumamente interesante y cualquier muchacha lo desea tanto como yo.
—Diferimos mucho, Aurora, al contrario de antes que teníamos muchos puntos de afinidad.
—Es que tú sigues en tu cáscara. Yo he sacado el rostro al sol. Hasta otro día, encanto.
No respondió. Saltó al suelo y agitó la mano. El cochecito de su amiga se alejaba calle abajo. Viky respondió al saludo de Ignacio como un autómata.
—¿Qué te ha dicho esa loca?
—Nada.
—Te ha dejado suspensa.
—Un poco. Y más que suspensa, asqueada.
—Ya lo sé. La podredumbre de esas gentes es notoria. No pienses más en ello. ¿Adónde vamos?
—Demos un paseo.
Parecía anonadada. Ella que tanto había querido a Aurora. Era... como Félix, como tantos otros de sus amigos.
—No permitiré que unas sandeces de Aurora te hayan borrado la alegría de los ojos.
—Perdona. Una cree conocer a la gente y de súbito se da cuenta de que está equivocada. Ello es... desagradable. Fuimos amigas pese a que me lleva unos años. Hemos compartido la alcoba en el pensionado y soñamos juntas con el príncipe azul. Comprobar ahora su indiferencia a tantas cosas gratas que reserva la vida para seres privilegiados como ella..., es doloroso. Detuvo el auto a mi lado para preguntar por Félix. Creí que le amaba, aunque ya tenía mis dudas al respecto.
—¿Y si no le ama, qué interés la guía?
—¡Qué sé yo! ¿Sabes tú dónde está Félix? —preguntó de súbito, casi sin saber lo que preguntaba.
—En Sevilla. Regresa hoy, según me dijo por teléfono.
—Ella dijo que Félix estaba raro de un tiempo a esta parte.
—Algo hay de eso.
—¿Conoces tú los motivos?
—Pues... no, pero presiento que se trata de una mujer distinta a las demás. Hice averiguaciones por mi cuenta, pero no he sacado nada en limpio. Nadie sabe quién es esa mujer, si bien se sabe de cierto que existe.
Viky cambió la conversación, pero aun así estuvo seria y casi ausente.
Cuando llegó a casa a las ocho y media de la noche, oyó gritos y risas en la salita. Quedóse rígida con la llave en la mano. Sus hermanos nunca se oían. Y era la hora de dedicarse cada uno a sus faenas estudiantiles. ¿Félix? El corazón le volcó en el pecho. Llevóse las manos a él. Se estremeció. Al fin, con mano insegura abrió la puerta. La voz de Félix decía en aquel instante:
—Mañana os llevaré al fútbol.
A estas frases siguieron las exclamaciones de gozo de sus cuatro hermanos. En aquel instante ella hizo su aparición.
* * *
Y vamos a decir cómo la vio Félix. Esbelta sobre los altos tacones, enfundada en el abrigo negro. Las piernas firmes, derechas, bonitas. Las manos apretando el bolso. El cabello color castaño oscuro, un poco sobre la frente. Los ojos... abatidos, se ocultaban bajo el peso de las pestañas espesas. La boca... Félix dejó de pensar en la boca de Viky. Era... su mayor obsesión.
—Buenas noches.
Los niños cesaron en sus risas. Martita saltó de las rodillas masculinas y fue hacia la hermana mayor. La besaron en silencio. Salieron luego de la estancia sin que ella tuviera que advertirlos. Félix se acercó a ella. No dijo nada. Con suavidad la ayudó a quitarse el abrigo. El mismo lo depositó sobre una butaca. Viky se dejó caer con un suspiro en un sillón y juntó las rodillas. Sus manos se cruzaron en éstas. Miró a Félix interrogativa.
Él rió a lo tonto. Tenía menos pelos en su cabeza y Viky pensó: «Dentro de irnos años será un completo calvo». Un pensamiento extraño, ante una realidad abrumadora.
Félix se sentó frente a ella. Con el pie retiró una muñeca, un balón y dos cajas pequeñas.
—Te han tenido miedo —dijo—. Ni siquiera se han llevado mis regalos.
—¿Por qué lo haces?
—¿Por qué hago qué?
—Bien lo sabes. Si hasta hace sólo unos meses tanto tú como tu madre y todos los tuyos nos teníais ignorados, ¿por qué nos recordáis ahora?
—Sois mis primos.
—Félix —rió con más melancolía que irritación—, no es ésa una razón. Tu madre nunca perdonó a su hermano que se casara con una dependienta, y esa dependienta hizo muy feliz al militar y a sus hijos. No pasamos hambre porque mi madre era muy ahorrativa y mi padre muy cariñoso; pero si la hubiéramos pasado, a tu familia le hubiera tenido muy sin cuidado. ¿Por qué, pues, ahora te preocupas no sólo de venir a verlos, sino de traerles regalos?
—Haces unas preguntas muy directas y en cierto modo molestas.
—Soy hermana de mis hermanos, ¿no? He vivido tranquila y feliz sin tu visita. No quiero empezar a sufrir porque intrusos sin conciencia se inmiscuyan en mi intimidad.
—Tienes un pésimo concepto de mi persona.
—-En efecto. El que tú me hiciste tener.
—¿Cuándo vas a olvidarlo? Después de todo, eras una mecanógrafa. Te ofrecí una vida cómoda, lujosa...
—Existen ciertas mujeres que la califican así, me refiero a la clase de vida que me ofreciste. Yo... no.
—Escucha, Viky. Pongamos un borrón en el pasado, ¿quieres? Me he portado mal y lo reconozco, pero no soy de los hombres que están pidiendo perdón a cada instante. Soy algo soberbio y decir que no te deseo es mentir. Sigo sintiendo por ti lo mismo que sentí entonces, pero no pienso molestarte por ello. Eres mi prima y te admiro. Si me preguntas por qué vengo aquí, no sabría responderte. No lo sé. He pensado en ello muchas veces y nunca hallé una respuesta adecuada a mi caso...
—Por ahí dicen que te ha vuelto loco una mujer.
—¿Una qué?
—Una mujer.
Félix empezó a reír y su risa se quebró de pronto.
—¿Dices que una mujer? Pues hace bastante que sólo pienso en ti. Pero no creo que me vuelvas loco, hasta el extremo de que se enteren mis amigos. ¿Me invitas a cenar? —preguntó sin transición.
—No; te invito a que te marches.
Y como en otra ocasión, le entregó el abrigo y el sombrero. Él la miró con la cabeza ladeada. De súbito se acercó a ella y echó el busto hacia adelante.
—¿No somos amigos?
—No lo somos.
—¿Ni lo seremos nunca?
—Nunca.
—¿Y todo por qué?
—Ni tú tienes madera de amigo honrado ni yo sirvo para juguete de tus pasiones y deseos.
—Por eso me interesas —dijo bajo, pensativamente—, porque es la primera vez en mi vida que hallo en mi camino una mujer como tú. Buenas noches, Viky.
—Buenas noches.
Alargó la mano. Ella dudó antes de entregar la suya. Lo hizo, pero inmediatamente le pesó. Félix la tomó entre las dos suyas, la oprimió con ademán turbador, aquel ademán tan suyo que ella ya conocía y la llevó a los labios. Viky trató de rescatarla, pero Félix la volvió con las palmas hacia su boca y los labios abiertos besaron aquella mano. Cuando la soltó, Viky temblaba.
—Mañana llevaré a tus hermanos al fútbol —dijo sin dejar de mirarla—. Si tú quieres acompañamos, yo me sentiré casi un hombre tan puro como pura eres tú, mujer.
—Ni irán ellos ni iré yo... No son ésas tus diversiones favoritas.
—Desconoces aún lo que en verdad me divierte. A decir verdad, yo mismo lo ignoro. Y ten en cuenta que vendré a buscarlos a las tres de la tarde y si no están listos, les diré por qué no les dejas ir conmigo.
—¿Serías capaz?
—Por supuesto. Estoy siendo un hombre bueno y tú no acabas de comprenderlo. Es la primera vez en mi vida que dedico mi atención a cuatro muchachos...
—No lo haces por ellos.
—Por lo que lo hago no puedes saberlo tú, puesto que también lo ignoro yo. Buenas noches, manos bonitas.
Se alejó sin volver la cabeza. Viky cenó poco aquella noche, con gran alarma de Germana, y apenas si durmió. Sentía en la palma de su mano derecha una sensación extraña, temblorosa, como si de pronto dejara de ser su mano y se convirtiera en la boca de Félix Guerrero.