19.

¿Podría soportarlo Pelusilla? Apretando los labios, Xavier condujo a Abby al centro del calabozo, más allá de las escaleras. Por la consternación que reflejaba su cara, había esperado que el castigo tuviera lugar en una esquina o una habitación temática privada, pero cuando descubrió la ominosa máquina roja con dos vibradores, abrió mucho los ojos atemorizada.

La tumbó de espaldas en la camilla ginecológica y le giró la cabeza para que sólo lo mirara a él.

—Puedes hacer esto. Algunas sumisas piden esto como recompensa por buen comportamiento.

—Pueden ocupar mi turno, mi señor. Sin problema.

Una mujer que podía ser sarcástica a pesar de su miedo era un tesoro.

—Eres muy generosa, mascota. —Sonriendo, le levantó las pantorrillas para que descansaran sobre los soportes acolchados y tiró de ella hasta que su trasero quedó al borde de la camilla. Después de ajustarle los pies en los suaves estribos, le inmovilizó los tobillos y los muslos con correas, y abrió aún más los soportes para que así los rizos rubios de su coño quedaran expuestos completamente.

Ella sintió un perturbador escalofrío al saber que estaba completamente a su merced.

Con fría determinación, Xavier pasó una correa por encima de su pubis y otra por debajo de sus pechos, anulando su capacidad de moverse y obligándola a permanecer inmóvil. Verificó que las esposas en sus muñecas no afectaran a su circulación o nervios y las unió a los anillas con forma de D que colgaban al lado de sus muslos.

Incluso cuando los miembros empezaron a reunirse a su alrededor, la mirada de Abby se mantuvo sobre el rostro masculino como si fuera un salvavidas. Xavier respiró hondo. Aquello no iba ser fácil para ninguno de los dos, pero tenían que hacerlo. Además, para él también era un castigo; un castigo necesario por no haber investigado profundamente a Abby antes de dejar que se uniera al club.

Cuando se colocó en la parte de arriba de la camilla, Abby pudo ver claramente a la gente que la rodeaba y su cuerpo se tensó.

Xavier sabía que, aunque ella había disfrutado de la camaradería del club, no era una exhibicionista, lo que hacía que el castigo fuera aún más apropiado. Sin embargo, no quería que sufriera más, así que cogió una venda para taparle los ojos.

¡Déjame salir de aquí! Abby se mordió el labio para no gritar al ver que había cada vez más gente aglomerándose a su alrededor. Sus piernas habían sido atadas con correas y separadas, exponiéndola completamente a las miradas de todos los presentes. Por alguna extraña razón, no podía cerrar los ojos para aislarse. No podía...

—Estarás mejor con esto. —Xavier le quitó las gafas, las colocó al lado de sus dedos, y luego le vendó los ojos—. Sabrás que hay gente mirándote, pero no necesitas verlo —explicó conciso.

Gracias. Creo. No estaba segura de que la oscuridad fuera mejor.

Xavier le rozó el brazo y la pierna a medida que se movía para ponerse a los pies de la camilla.

—Voy a insertar los vibradores ahora, mascota. El primero es pequeño, ya que no estás acostumbrada al sexo anal.

Ella gimió cuando algo presionó su ano. Un destello de dolor la hizo tensarse cuando el ceñido anillo de músculos cedió y el vibrador se deslizó en su interior.

—Abby, ajustaré la máquina para que nadie sobrepase los límites. —Le palmeó el muslo—. Vas a estar un largo rato aquí, y no quiero te preocupes más de lo debido.

Empujó otro vibrador en su vagina. No era demasiado grande pero la hizo sentir llena. Apretando los dientes para no protestar, trató de moverse y se dio cuenta de que la mitad inferior de su cuerpo estaba completamente inmovilizada.

No me gusta esto. Tragó y se tensó de nuevo al sentir algo contra su coño. Suave, esponjoso y frío, presionó su clítoris cuando Xavier lo aseguró con correas alrededor de sus piernas.

Alguien hizo una pregunta en voz baja y Xavier respondió.

—Esto va a durar un rato, por eso es mejor que sea suave. Irritar ahora su clítoris haría que fuera menos divertido.

Muchas gracias.

Él lanzó una carcajada.

—Observad su rostro. ¿Está la pequeña sumisa disgustada con su castigo?

La gente se rió.

Él le frotó el hombro, y ella se asustó al ser consciente de lo mucho que ansiaba su contacto.

—No quiero que ninguna parte de tu cuerpo se sienta desatendida, así que añadiré algo más.

Un círculo duro se deslizó alrededor de su pecho derecho y luego sintió una suave presión, como si una boca estuviera succionándole el pezón. Sin poder evitarlo, arqueó la espalda. El frío dispositivo vibró erráticamente, pero la succión continuó. Xavier hizo lo mismo en el otro pecho, y la joven se estremeció.

—Ya está, mascota. Recuerda, rojo y amarillo son tus palabras seguras. —Él alzó voz—. Doms, vuestra banda verde os da un minuto al mando. Pero tenéis que tener algo claro, ella no tiene permitido llegar al clímax hasta el final, así que, si se acerca, usaré el pedal de control para interrumpir la acción y perderéis el tiempo que os quede.

Risa general.

—Yo seré el primero —dijo una voz ronca.

Un ominoso silencio cayó sobre la sala y Abby empezó a entrar en pánico. Xavier la había dejado allí, en manos de todos aquellos hombres.

—Amarillo. Por favor, amarillo.

Una mano se cerró al instante sobre la suya.

—Pelusilla, ¿qué pasa?

Todavía estaba allí.

—No te vayas, por favor. —Ardientes lágrimas le quemaron los ojos—. Puedo hacerlo, pero no me dejes sola.

Le dio un beso ligero.

—Abby, nunca te dejaría. Me sentaré a tu lado todo el tiempo pero... no puedes verme, ¿de acuerdo?

La joven escuchó el arañazo de una silla y el crujido de su ropa cuando se sentó.

—Aférrate a esto. —Xavier le abrió el puño e hizo que cerrara los dedos alrededor de algo suave y grueso.

Le había puesto su trenza en la mano.

—¿Eso ayudará? —le preguntó.

La sensación de estar ahogándose en el pánico se desvaneció; tenía un salvavidas al que aferrarse.

—Sí, mi señor. Gracias. —Estaba mucho, mucho mejor.

—De nada. Y, Abby, si sientes que alguien te toca, seré yo. Soy el único que te puede tocar. ¿Lo comprendes?

—Sí, mi señor. —Una de los nudos de su interior se deshizo ligeramente.

—La máquina podrá ser incómoda algunas veces, pero vamos a mantenerte lubricada. Si notas sequedad, di amarillo otra vez. ¿Está claro?

—Sí, mi señor.

—Empieza ya, Garrett.

El vibrador se deslizó en su coño. Dentro y fuera. Húmedo y firme mientras el que tenía en su ano empezaba a moverse más despacio. El artilugio sobre su clítoris zumbó sin hacer ruido, vibrando, sin conseguir un mínimo interés por parte de la joven.

Algo frío se deslizó entre sus piernas. Alguien había puesto más lubricante sobre ella, haciendo que los vibradores penetraran con suaves sonidos de succión.

—Joder, es excitante verla así —escuchó que decía alguien.

—Aceléralo, Garrett —insistió un hombre.

Ella cerró los ojos con más fuerza detrás de la venda, deseando poder aislarse por completo y no oír nada.

—Impedí que vieras lo que ocurría —dijo entonces Xavier como si conociera sus pensamientos—, pero quiero que les escuches hablar de ti, Abby. Parte de esto es para mostrarte la diferencia entre jugar entre amigos y familia... o actuar como un animal del zoo. Un espécimen de laboratorio. ¿Comprendes?

—Sí, mi señor. —Más lágrimas mojaron la venda.

Le escuchó suspirar y, unos pocos segundos más tarde, dijo:

—Siguiente. ¿Quién tiene una cinta verde?

El dispositivo que le cubría el clítoris aceleró, haciéndola sacudirse. Su cuerpo despertó y una ola de calor la atravesó. El vibrador en su coño aumentó la velocidad, dando martillazos contra ella. Sus músculos se tensaron cuando el deseo se abrió paso a través de su cuerpo. Su vientre se contrajo y...

—Siguiente.

Más movimientos.

Las vibraciones sobre su clítoris disminuyeron cuando estaba empezando a disfrutarlo. El vibrador en su coño también disminuyó la velocidad, pero de algún modo la penetraba más profundamente con cada empujón, y el de su ano seguía latiendo de forma rápida y dura. Sus caderas trataron de elevarse y sus piernas de unirse tratando de librarse de las extrañas sensaciones que la invadían. Más, menos. Dios.

—Siguiente.

El dispositivo en su clítoris aceleró. El vibrador que le llenaba la vagina fue más rápido pero en un ángulo diferente, friccionando sobre una zona sensible muy dentro de ella. La presión creció y Abby empezó a acercarse al precipicio. Iba a correrse, necesitaba correrse. Más cerca, más cerca.

Todo paró de pronto.

Un coro de risas estalló a su alrededor y, a través de la neblina de la frustración, escuchó que la gente se burlaba de quien quiera que hubiera estado a los mandos.

Una fina pátina de sudor cubrió su cuerpo.

El tiempo pasó pero nada ocurrió. Un minuto. Dos. Su excitación se diluyó, dejándola fría por dentro. ¿Cómo podía haber estado a punto de correrse enfrente de todos?

—Es tiempo de seguir, niña. —La voz de deVries era tan áspera como papel de lija.

Los vibradores volvieron a la vida y todo cambió. El Ejecutor jugaba con los controles con evidente maestría. Incrementó la velocidad del vibrador del clítoris, luego la de su coño y, finalmente, el anal. Uno, dos, tres, como un vals erótico.

Su necesidad renació y su respiración se entrecortó. Cuando el clímax se acercó, deVries bufó y el baile del un-dos-tres cambió. Todo disminuyó de velocidad, dejándola ardiendo. La risa del Ejecutor era la de un sádico.

Otro Amo tomó su lugar, luego otro...

No podía distinguir uno de otro. Todo se volvió borroso excepto las sensaciones que azotaban su cuerpo. Xavier paró la máquina una vez, y otra, y cuando ella gimió, a punto de correrse, ambos vibradores salieron de ella.

Xavier retiró entonces la trenza de su mano.

—No. No, por favor. No te alejes.

—Shhh. —Le acarició la mejilla—. No voy a ningún sitio, Abby. Sólo quiero cambiar algunas cosas.

Le quitó el dispositivo que succionaba sus pechos, y sus pezones latieron.

—Qué belleza.

—Mirad qué rojos están en contraste con su piel blanca.

—Son inmensos. Tal vez consiga algunos para mi chica.

—Bonito, ¿no? —dijo Xavier, trazando un círculo con el dedo alrededor de cada areola.

Su dedo dio vueltas otra vez, solo que en aquella ocasión le cubrió los pezones con algo frío. El olor y la sensación le resultaron familiares. Menta. Sus pezones empezaron a hormiguear y quemar. Trató de moverse pero no pudo. No había ningún escape.

Xavier deslizó los dedos por su estómago, y luego verificó cada atadura.

—¿Algún hormigueo o entumecimiento, Abby? —inquirió.

—No, mi señor.

Algo chirrió, y su ropa le rozó el interior de los muslos.

Xavier dejó las correas alrededor de sus muslos pero le quitó el artilugio que le había torturado el clítoris.

El aire fresco golpeó contra el nudo de nervios, haciéndola respirar con dificultad.

—Ese es un clítoris completamente excitado —comentó alguien.

—Precioso coño. Ahora entiendo por qué dejó que conservara el vello. —Aquel comentario consiguió un acuerdo general.

Xavier ajustó otro artilugio sobre su clítoris, suave pero más duro que el primero.

Un vibrador más grueso se deslizó en su vagina.

—Hmm. No. Hagamos que sea más divertido —dijo Xavier al tiempo que le quitaba el vibrador, sólo para insertarle uno todavía más grande. La penetración también era más profunda, llegándole a tocar el cuello del útero y haciéndola sentir terriblemente incómoda.

Se retorció y emitió gemidos en protesta.

El vibrador retrocedió ligeramente pero se quedó dentro de ella.

Más ruidos, y ella escuchó risas a su alrededor. ¡Dios mío!, ¿qué está planeando Xavier? Un vibrador presionó de pronto la entrada a su ano. Se sentía enorme. Ella dejó escapar un ruido ahogado de indefensión, y él paró.

—Es del tamaño de dos dedos, Abby. Puedes soportarlo.

La joven se las arregló para aflojar los músculos, y él lo deslizó dentro. Estirándola. Quemándola. Se puso completamente rígida y trató de moverse inútilmente.

—Parece que así está bien. —Xavier retiró los vibradores y, cuando los deslizó hacia dentro, estaban más resbaladizos que antes—. Caballeros, es toda vuestra. No olvidéis la regla sobre no dejarla correrse.

Cuando puso la trenza otra vez en su mano, un dolor constante y melodioso satisfizo el corazón de Abby. Él lo había recordado. ¡Dios mío!, lo amab...

—Como ha descansado unos momentos, empezaré despacio —dijo alguien—. Vosotros podéis llevarla más cerca en vuestro turno.

El vibrador sobre su clítoris volvió a la vida con una explosión y ella se sacudió intentando incorporarse. Entonces la vibración bajó de intensidad, solo que el ajuste vino acompañado de una extraña ondulación, llegando en olas lentas antes de parar completamente. El vibrador en su coño se abrió paso en su interior. Dentro y fuera. Dentro y fuera. Con el ano lleno por el nuevo vibrador, todo se sentía demasiado ajustado. Demasiado apretado.

—Tiempo —dijo Xavier.

—Divirtámonos un poco. —La voz del siguiente Dom indicaba que se trataba de un hombre más mayor, más experimentado.

El dispositivo del clítoris emprendió una vibración severa y paró. Encendido, apagado. El vibrador en el coño aceleró poco a poco, despacio pero seguro, como si hubiera tomado cafeína, y el de su ano adquirió un ritmo lento.

—Siguiente —dijo Xavier.

El nuevo Dom disminuyó la velocidad del dispositivo que le cubría el clítoris, pero aumentó las vibraciones. Paró el vibrador en su coño cuando la penetró por completo y luego aceleró el de su ano martilleando los delicados tejidos.

Abby no podía pensar en nada mientras era arrastrada inevitablemente hacia un clímax demoledor. Casi había llegado a...

Todo se detuvo de pronto.

—Nooo. —Luchó contra las correas, furiosa y a punto de llorar. La gente reía a su alrededor. ¿Cómo podían reírse?

Nada se movió mientras los segundos pasaban. Dolía. La vergüenza fue perdiendo terreno frente a la necesidad de correrse. Su mano se apretó tan fuerte alrededor de la trenza de Xavier que sintió un hormigueo en los dedos. La parte inferior de su cuerpo se sentía hinchada, estirada al máximo, y sus doloridos pezones ardían.

—Siguiente —dijo Xavier.

Dos Amos más tomaron sus turnos, llevándola arriba y abajo, acercándola al clímax para luego alejarla, jugando con ella como con un videojuego.

El sudor goteó entre sus pechos, bajo la correa. Le dolían todos los músculos y estaba cerca de sufrir calambres por las sujeciones. Tenía la boca seca a causa de los jadeos y quería llorar.

—¿Nadie más? —preguntó Xavier.

—Parece que no —contestó alguien—. Pero no me importaría repetir.

Los Doms se rieron mostrando su acuerdo mientras Abby permanecía tendida temblando. Los vibradores estaban dentro de ella y sus músculos internos ondularon alrededor de ellos intentando que se moviesen.

—Abigail, ¿te gustaría correrte?

Sí, por favor.

—Te odio —susurró.

La besó.

—Lo sé, Pelusilla. Eso no es lo que pregunté.

Iba a obligarla a decirlo y ella intentó de evitarlo. No quería hacerlo, pero necesitaba tanto correrse que acabó cediendo.

—Sí. —Bajo la venda, los ojos seguían cerrados—. Sí, mi señor.

—Muy bien.

Para su conmoción, antes de poner en marcha la máquina, le retiró el artilugio del clítoris.

El aire azotó el nudo de nervios, atormentándolo, haciéndola temblar aún más.

—Nooo.

—Shhh.

Ella sintió el roce de su traje contra el exterior de su muslo.

Xavier le palmeó entonces la pierna, acariciándola suavemente.

—Confía en mí.

No quiero hacerlo. Pero no tenía elección. Ninguna defensa.

La máquina empezó otra vez. El vibrador en su vagina parecía presentar un ángulo diferente. Los envites cortos rozaban despiadadamente... el punto más delicado dentro de ella. Sintió como si tuviera que ir al baño y, aun así, la sensación aumentó de la misma manera que un globo dilatándose. Sus músculos exhaustos se tensaron necesitando más. La sensación que la invadía era peor que nunca, la abarcaba por completo y no podía... Un gemido de desesperación se le escapó. Por favor, por favor...

Unos firmes dedos se posaron sobre sus pliegues, abriéndola, y repentinamente su clítoris se vio envuelto en calor. Humedad. Cuando la mano de Xavier agarró su nalga derecha, el dolor estalló a través de ella al tiempo que él le acariciaba el clítoris con la lengua. Todo en su interior se contrajo más y más, sin que pudiera hacer nada por evitarlo. De la misma manera que el champán, el placer explotó en su vientre y fluyó por toda la superficie de su cuerpo. Las sensaciones fueron tan demoledoras que su espalda se arqueó. Podía escuchar sus propios gritos.

Cada espasmo envió un exquisito placer a través de ella, haciéndola anhelar más.

Y él le dio más. Le succionó el clítoris de tal forma que la llevó una y otra vez al clímax entre gritos y jadeos. Sus piernas tiraron de las restricciones; sus caderas trataron de sacudirse. Incluso cuando el placer rozó el dolor, se moría porque no parase.

Pero él se retiró y sopló sobre su clítoris, haciendo que sus músculos internos se contrajeran de nuevo.

Cuando todo se acabó, se quedó tendida y sin aliento, escuchando solamente un rugido en los oídos y sintiendo el palpitar de su corazón contra las costillas. Sus músculos se habían relajado tanto que apenas podía moverse.

Xavier deslizó fuera los vibradores, dejándola vacía y dolorida por dentro. Una por una, las correas fueron retiradas. Le limpió el sudor entre los pechos y al final retiró la venda. Lo primero que vio Abby fue su cara. No reflejaba ninguna expresión, pero sus ojos mostraban aprobación, preocupación y pesar.

Abby apenas podía moverse, pero aun así, extendió la mano para tocar su mejilla.

—¿Estás bien? —inquirió, trémula.

Él puso la mano sobre la suya y una lenta sonrisa curvó sus labios.

—Eres una de las sumisas más dulces que he conocido.

Le besó los dedos y la ayudó a sentarse. Su cabeza dio vueltas por un minuto, y tembló cuando el sudor que cubría su cuerpo se enfrió. El trasero le escocía tanto que parecía estar en llamas, sus entrañas latían con un dolor sordo, y, aun así, sus huesos todavía cantaron una canción de satisfacción.

Cuando él le puso de nuevo las gafas, vio a la multitud que se había congregado alrededor de la camilla y casi quiso pedir la venda otra vez.

Xavier la ayudó a ponerse en pie y la sujetó hasta que pudo sostenerse por sí misma. Cerrando su mano alrededor de la suya, se apoyó en la muleta.

—Arrodíllate, Abigail.

Ella necesitó de la firme mano masculina cuando sus temblorosas piernas se aflojaron a medio camino.

Nadie habló cuando se arrodilló frente a ellos, desnuda, vulnerable y helada.

—¿Tienes algo que decir a los miembros del club, Pelusilla? —La voz de Xavier era... amable. La frialdad de antes había desaparecido—. Míralos, ahora.

Abby levantó la mirada hasta encontrar sus ojos y trató de recordar el discurso que había elaborado para pedir perdón. Pero no pudo. Ardientes lágrimas empezaron a caer por sus mejillas sin advertencia. Sus hombros temblaron.

—Lo siento.

Respiró hondo y lo intentó otra vez.

—Por favor... —No encontraba palabras que pudiesen expresar cuánto lamentaba lo ocurrido—. Lo siento. —Sintió sus lágrimas caer sobre los pechos.

—Eso es auténtico arrepentimiento —sentenció deVries—. Te perdono, niña. —La aspereza de su voz fue la caricia más suave que alguna vez hubiera recibido.

Los demás le siguieron.

—Perdonada.

—Disculpa aceptada.

—Aceptó el castigo como una campeona.

—Todo aclarado, mascota.

Las voces murmuraron una canción de perdón y el vacío helado en su interior se llenó de tibieza al ser consciente de que le estaban dando otra oportunidad.

El grupo se fue disolviendo poco a poco, dejando solo a Lindsey, Simon y Rona.

Rona le dirigió una sonrisa que no necesitaba palabras para expresarle su perdón.

Lindsey echó un vistazo a Xavier y, al ver que él inclinaba la cabeza dándole permiso, curvó los dedos de Abby alrededor de una botella de agua y le apretó el hombro con cariño.

Simon le pasó una mano por el pelo ligeramente y le entregó una manta a Xavier.

—Tu noche terminó, Pelusilla. —Xavier la puso en pie y la envolvió en la manta—. Vámonos a casa.

Incapaz de dejar sola a su exhausta sumisa, Xavier la acomodó con cuidado sobre el sofá del salón y la arropó con la manta antes de encargarse de los cachorros. Finalmente destetados, se empujaban unos a otros intentando llegar al comedero. Los sonidos de lametones satisfechos y respiraciones ruidosas llenaron la casa mientras él limpiaba el desorden y les ponía papel nuevo. Abby planeaba sacarlos al jardín al día siguiente para que se acostumbraran a sentir hierba bajo las patas.

Una vez acabó, puso a Abby sobre su regazo. Ella no se despertó excepto para gemir cuando su trasero lastimado se frotó contra los vaqueros que él llevaba puestos. Pelusilla tendría problemas para sentarse durante un tiempo.

Su sonrisa se desvaneció cuando pensó en Greta, que había usado su turno de azotar a Abby para desahogar su ira. Tendría que vigilarla. Una sumisa despechada podría ser tan destructiva en un club como un mal Dom, convirtiendo un ambiente grato en una debacle emocional. Esa era otra razón por la que endurecería los requisitos para convertirse en miembro de Dark Haven, como el club de BDSM que había visitado en Florida. Por supuesto, él no tema intención de que su club fuera tan exclusivo y caro como el Shadowlands. Los miembros locales venían de todos los estratos sociales.

En la piscina, dos cachorros se enzarzaron en una lucha de tira y afloja con un trozo de cuerda. Otro saltó y usó sus afilados dientes de leche sobre uno de sus hermanos, consiguiendo a cambio un fuerte chillido.

Abby abrió los ojos.

—¿Qué? —Trató de incorporarse y siseó cuando los músculos de su trasero protestaron.

—Relájate, mascota. Son sólo guerras de cachorros. —Al igual que los miembros del club, las crías volvieron a jugar felices juntas, todas las transgresiones perdonadas. Aunque él y Abby tenían que hablar de lo ocurrido aquella noche, había conseguido su objetivo y ella era bienvenida otra vez en el club.

Y lo que era aún mejor, cualquier rastro de la sensación de traición que él había albergado, había desaparecido.

Cuando las cejas de la joven se unieron, Xavier siguió el delineado y sedoso arco con la punta del dedo.

—¿Por qué me estás abrazando? —preguntó.

—Porque quiero hacerlo.

Abby le dedicó una dulce sonrisa.

—Amo arrogante.

—Exacto. —Sus ojos destellaron con diversión—. Ahora que estás despierta, quiero examinarte.

Sin soltarla, abrió la manta y vio que sus pezones presentaban algunas manchas rojizas debido a la máquina de succión. Buena idea haberla puesta en el nivel más bajo. Sonriendo ante la forma en que ella se retorcía, la obligó a abrir las piernas y le inspeccionó el clítoris. Seguía hinchado pero tenía mejor aspecto.

—Ponte de pie. —La ayudó a levantarse y le palmeó la cara interna de los muslos ligeramente—. Ábrete para mí.

Ella lo miró con cierto asombro, ya que él no solía mostrarse dominante fuera del dormitorio. Después obedeció sin protestar.

Mirándola a los ojos, Xavier recorrió con un dedo la entrada de su vagina y se introdujo en ella más allá de los sensibles tejidos. Abby hizo una mueca de dolor. Retirándose, él echó un vistazo a su dedo. No había rastro de sangre.

—¿Te duele mucho?

—No. —Se ruborizó—. Todavía no puedo creer que usaras... Una máquina conmigo.

Él se rió mientras la hacía girar para inspeccionar su trasero.

—Inclínate—ordenó—. Manos en los tobillos. Rodillas dobladas. Ella no se movió.

—Ahora, mascota. —Su voz adquirió un imperioso tono de mando.

Abby obedeció rápidamente. Buena sumisa. Tenía un moretón en la nalga derecha, probablemente por el alto porcentaje de diestros que habían empuñado el remo, y el resto de la piel aparecía hinchada con diversos tonos de rojo. Curaría sin problemas.

Haciendo caso omiso de su gemido de aflicción, separó los globos gemelos de su dolorido trasero para comprobar su estado. Su ano estaba rojo, pero no mostraba daño alguno.

—Todo parece estar bien, aunque me temo que el dolor durará unos días. —Se puso de pie y la ayudó a enderezarse—. Hay bolsas de hielo en el congelador. Úsalas.

—Sí, señor.

Para sorpresa de Xavier, se apoyó en él y presionó la frente contra su hombro.

—¿Qué ocurre? —inquirió, abrazándola de forma instintiva.

—¿Te gustaba verme...? ¿La máquina y los otros hombres?

Empezó a mecerla. Era la misma pregunta que había pensado formularle.

Era extraño. Muy pocas sumisas o esclavas le habían preguntado alguna vez si disfrutaba de algo. Quizás pensaran que un Amo nunca hacía algo que no le gustara. Pero eso no era cierto. Una relación era una calle de doble sentido. Sus sumisas tenían que hacer a veces cosas que no deseaban; al igual que él, si la sumisa lo necesitaba.

—Disfruto mostrándote —reconoció—. Es un rasgo masculino competitivo: ¿veis la preciosa sumisa que tengo?

Su pequeña profesora resopló.

—Animales guiados por la testosterona.

—Me gusta azotar tu tierno y redondo trasero. Y disfruto ver a otros Amos azotar a sus sumisas, pero no me gustó que ellos te azotaran. —Frotó la barbilla contra su pelo, tratando de explicarse—. Me siento protector contigo. Nadie debería lastimarte jamás, y, aun así, fui yo quien organizó el castigo. Me resultó muy difícil verte llorar.

Abby no dijo una sola palabra, pero sus brazos le rodearon con más fuerza.

—En parte es territorial. Tú eres mía, y raramente dejo a alguien tocar lo que es mío. En cuanto a la máquina de follar, he recompensado a algunas sumisas con ella antes, y disfrutaría usándola contigo si yo estuviera al mando.

—Oh.

Pero había dejado que otros lo hicieran, y se sentía culpable por ello.

—Lo siento, Abby. Fue la única manera que se me ocurrió para que pudieras arreglar tu relación con los socios. Podría haberte castigado delante de ellos, pero tenían que participar para perdonarte.

—Lo entiendo.

Él esperó que se explicase, pero sólo recibió silencio.

—Dime cómo te sentías.

Ella se tensó. Era evidente que había levantado sus defensas de nuevo.

Lamentando la necesidad de hacerlo, pero consciente de que no podía dejar que le escondiera sus sentimientos, le administró una punzante palmada en una zona muy tierna.

Su grito de indignación le hizo sonreír.

Disfrutaba enormemente del tacto de su redondo trasero bajo la mano.

—Respóndeme con sinceridad.

Al ver que ella persistía en su silencio, levantó la mano otra vez.

—Odiaba ser azotada y que toda esa... gente... usara los vibradores sobre mí. No sé si me gustaría la máquina si tú la guiaras, pero ellos no me gustaban.

—Buena chica. ¿Por qué no me respondiste la primera vez?

Ella le lanzó una mirada de incredulidad.

—¿Más preguntas?

—Eres una persona directa, a menos que tengas miedo de que alguien te grite. ¿Pensabas que me enfadaría con tu respuesta?

Abby bajó la mirada y se mordió el labio inferior.

—No, no creo que te enfadaras.

—¿Qué hacía Nathan cuando le decías algo que no quería escuchar?

Xavier podría no haberse percatado del pequeño temblor que la recorrió si no hubiera estado tan pendiente de ella.

—Nathan era receptivo a cualquier cosa, excepto en todo lo que concerniese a la intimidad.

—Ya veo. ¿Y?

—Si no me gustaba algo, actuaba como si hubiera insultado a su... polla. Se mostraba frío. Sarcástico.

—Entiendo. —Era uno de esos Amos que creía que no podían hacer nada mal por el hecho de ser dominantes—. Abby, si te hago una pregunta, quiero una respuesta sincera aunque creas que no me va a gustar. Confía en mí. Me enfadaré más si no eres honesta. ¿Está claro?

Sobre su hombro, la joven movió la cabeza de arriba a abajo.

—Y ya que estamos hablando de cosas íntimas, he visto que estás tomando la píldora. Nuestras pruebas médicas están limpias, así que, ¿tienes alguna objeción para que no use condón?

—No. —Tensó los hombros—. Pero si hay alguien más...

La idea de que ella estuviera con otro hombre le resultaba intolerable, pero había planteado una buena pregunta.

—Usaré un condón con la otra persona, y luego haré lo mismo contigo hasta repetir las pruebas.

—Bien.

Xavier apretó los labios. Abby no había puesto objeciones a la posibilidad de que hubiera terceras personas en su relación. Bien... eso era bueno.

El sonido de su estómago protestando le sorprendió.

—No comiste mucho hoy, ¿verdad? —No, había estado demasiado nerviosa—. Iré a por algo de sopa para ti. —Sonrió al ver que abría aún más sus grandes ojos grises—. Comeremos en la habitación de la televisión y te dejaré escoger la película.

La boca de la joven formó una O, mostrándole un atisbo del hoyuelo que tenía junto a la boca.

—Siento una gran necesidad de ver una película romántica.

Él se rió entre dientes.

—Pequeña mascota vengativa.

Mientras ella se alejaba hacia la sala de la televisión con la manta alrededor, Xavier la observó con admiración. Otra sumisa quizás hubiera pasado la noche en sus brazos llorando. La profesora tenía más resistencia y agallas de las que él había creído.

Y un perverso sentido del humor. Si escogía algo como Novia a la fuga, la haría sufrir.