5.

—¡Malum!—murmuró en latín entre dientes. Algo malo realmente. Xavier parecía más irritado que enfadado, y sabía que no iba a ser violento con ella. Sin embargo, su franqueza, sin ser matizada por cualquier cortesía, resultaba inquietante. ¿Esa clase de honestidad era un rasgo característico de un Dom?

¿No sería ese un tema de investigación interesante?

Cuando él hizo un ruido amenazador, ella volvió a centrar su atención y se subió rápidamente en la mesa. El tapizado acolchado que había bajo la sabana era de cuero negro, como una versión siniestra y más ancha de la camilla de examen de un médico. Las correas colgando y los anillas en forma de D insertadas en ella, no aliviaron sus inseguridades en absoluto.

—Túmbate de espaldas —le ordenó al tiempo que una sumisa le entregaba su bolsa de cuero.

Demasiado insegura para obedecer, Abby miró fijamente la bolsa. Le aterraba lo que pudiera haber dentro. Entonces escuchó un grito proveniente del otro lado de la sala, echó un vistazo hacia el lugar que había estado observando antes y...

Unas firmes y fuertes manos se cerraron en sus hombros, y Xavier la tumbó de espaldas sobre la superficie acolchada.

—No es que seas deliberadamente desobediente Abby, pero te distraes con demasiada facilidad. —Sus labios casi sonrieron—. Destrozarás el frágil ego de un Amo si no le prestas atención.

Así que él tenía sentido del humor. No era evidente, pero estaba ahí, escondido. Y resultaba muy atrayente.

—Tú no tienes precisamente un ego frágil. —No, ni lo más mínimo.

Con su palma haciendo las veces de almohada para la cabeza de la joven, él se apoyó en un brazo y se inclinó sobre ella. Estaba lo suficientemente cerca como para que Abby pudiera oler su aftershave de ricas especias con un toque de resina. Diminutas motas doradas avivaban los ojos oscuros. Sus labios parecían duros, pero la joven tenía muy presente su textura aterciopelada.

La besó. Sus labios firmes se movieron sobre los suyos, y la provocó para que los abriera. La lengua penetró la boca de Abby, batiéndose con la suya en un sosegado juego. Agarrándola por el pelo, le echó la cabeza hacia atrás para tener un mejor ángulo y besarla a placer. Su gruñido de aprobación se deslizó por la columna de la joven al tiempo que sentía que le agarraba la mandíbula, sujetándola aún más. Agresivo, demasiado agresivo, pero aun así, el calor ardió bajo su piel como si estuviera frente a una pared de fuego.

Cielos, aquel hombre sabía besar. No te dejes arrastrar. Recuperando la compostura, ella trató de entrar en el juego provocándole con la lengua.

Él levantó la cabeza.

—Tienes una mente muy activa, Pelusilla. Esta noche voy a encontrar qué hace que tu cerebro se apague.

—Tú... ¿Qué? —Su cerebro era lo único en ella que valía la pena. Trató de incorporarse.

Él se rió entre dientes y la tumbó, reforzando el movimiento con una expresión que prometía malas consecuencias si no se quedaba quieta.

Cuando ella dejó de luchar, Xavier abrochó un puño sobre su muñeca izquierda y sujetó la anilla con forma de D a la hebilla que colgaba de la mesa justo a la altura del muslo femenino. Luego hizo lo mismo con la otra muñeca.

Bien, ese tipo de bondage no estaba tan mal. Todavía tenía mucha libertad; sus piernas estaban libres.

Entonces él empezó a desabrocharle el corsé.

—¿Qué estás haciendo?

—Abby. —Su cara mostró una mezcla de exasperación y diversión—. ¿Cuántos sumisos has visto que lleven ropa durante una escena?

—Um. Uno.

—Y eso era, ¿porque...? —Una sonrisa sobrevoló sus labios.

—La Dom quería cortarle la camisa con un látigo.

Una vez que el corsé cayó abierto a los lados, él se lo quitó y lo arrojó sobre una silla. El aire enfrió la húmeda piel de la joven y endureció sus pezones.

Él le quitó la falda, y Abby dio gracias a Dios por haberse dado el capricho de comprar ropa interior sexy. La comisura de la boca de Xavier se levantó cuando pasó un dedo por el encaje de sus braguitas rojo oscuro.

—Muy bonitas. El encaje y el rojo te quedan bien.

El cumplido le encantó, pero cuando él empezó a bajarle las bragas, cerró las piernas instintivamente.

Xavier la azotó con rudeza en el muslo.

—¡Ay! —El lugar del golpe quemaba. Ser consciente de que no la dejaría salirse con la suya, envió un estremecimiento de vulnerabilidad a través de ella... Y despertó una llama de excitación en su estómago.

Él continuó desnudándola como si no hubiera hecho nada inusual. ¿Pega a mujeres todos los días? Las bragas cayeron encima del corsé. Cuando posó la amplia palma en su estómago desnudo de la misma manera en que podría estrechar la mano de otro hombre, la indiferencia que mostró al tocarla la conmocionó.

—Abby, te he consentido hasta ahora porque eres nueva. Dijiste que habías leído un poco sobre BDSM, ¿verdad?

—Sí, mi señor.

—Entonces, en teoría, sabes cómo actuar.

La penetrante mirada masculina se abrió paso en la mente de la joven.

—Sí, mi señor.

—En ese caso, hazlo. Te lo advierto, si empiezas a mirar a otros lugares, incrementaré la intensidad de lo que hagamos. —Agarró una correa, dejando que la hebilla reposara sobre su estómago—. Nosotros, los Doms, somos algo competitivos, ¿sabes?

¿La intensidad? Eso no sonaba bien en absoluto. Pero aun así todavía estaba excitada. Sentía la piel tan sensible que cada roce del cuero alteraba sus nervios.

Xavier aseguró la correa bajo sus pechos, sujetándola a la mesa.

—¿Puedes respirar?

No podía incorporarse. No podía escapar.

—... Yo no... —Una oleada de preocupación le nubló la mente. —Toma aire lentamente. —Su suave voz apareció a través del ruido y el pánico—. Otra vez. —Cuando le acarició el brazo de arriba a abajo con ternura, su corazón disminuyó la velocidad. Su mente regresó.

¿Por qué demonios se había puesto así? Había observado escenas de bondage sin sentir ese malestar, pero aquello era más aterrador que ser inmovilizada. Xavier le había arrebatado el control sin que ella lo viera venir.

Con Nathan siempre se había echado atrás antes de que hubieran llegado a ese punto porque... porque una pequeña parte de Abby presentía que, si lo enfurecía, la dejaría inmovilizada o, peor, haría algo que ella no querría.

Xavier la había tratado con exquisito cuidado. Era el hombre más seguro de sí mismo que había conocido y le facilitaba las cosas para que ella se sintiera a gusto. De algún modo sabía que él no arriesgaría su seguridad aunque perdiera la paciencia, cosa que ella dudaba que le pudiera ocurrir durante una escena. Aquel Dom era todo control y responsabilidad.

—¿Lista?

Conteniendo el aliento como si se preparara para una inyección, asintió con la cabeza.

Él cogió otra correa.

—Recuerda que tu palabra segura es rojo. Dime si las restricciones son incómodas o si te provocan ansiedad. ¿Me he explicado con claridad, Abby?

Su voz resonó hasta lo más profundo dentro de ella.

—Sí, mi señor.

—Muy bonito. —Le dio un ligero beso como recompensa.

A pesar de todo, el nerviosismo de la joven fue en aumento. Sí, confiaba en él, pero, ¿cederle todo el control? Nunca dejaba que eso ocurriera, especialmente en las relaciones sexuales. Sin embargo sus defensas estaban cayendo una a una, como si él le hubiera arrancado una coraza y la hubiera dejado vulnerable y expuesta.

—No sé si puedo hacer esto.

Sin dejar de mirarla a la cara, él abrochó otra correa por encima de sus pechos. La presión tensó la piel e hizo que sus senos se elevaran sobre las correas.

—Veo que esto te asusta, Abby. ¿Puedes confiar en que te dé lo que necesitas?

—¿Necesitar? No estoy segura de que esa palabra signifique lo mismo para los dos.

Su respuesta iluminó los ojos masculinos.

—Las sumisas y los Doms discuten a menudo sobre las necesidades de la sumisa, incluso aunque ambos sean conscientes del problema que tratan de resolver. —Apoyó el antebrazo sobre la mesa y le acarició los pechos casi distraídamente. El suave pellizco que aplicó sobre los pezones hizo que un destello de calor viajara hasta el clítoris de la joven, haciéndolo palpitar.

Impasible, Xavier puso otra correa por encima de su pelvis.

—Por ejemplo. —Su gran mano se posó en el horrible lugar donde el estómago de Abby sobresalía—. Tú te miras y piensas que tienes que perder peso.

Exactamente. Ese era el motivo por el que necesitaba seguir vestida.

—Yo te veo y pienso que debes aceptar la belleza de tu cuerpo y dejar de buscar los defectos. —Su voz tenía una firmeza ineludible. Se inclinó sobre ella, la sujetó por la cintura y presionó el rostro contra su estómago—. Mmm. Toda esta suavidad es increíblemente seductora, Abigail.

Sus palabras no la habían convencido, pero su expresión de placer y la forma en que sus manos permanecieron acariciándola, confirmaban que estaba diciendo la verdad. Además, era su Amo. No necesitaba hacerle cumplidos para seducirla. Cualquier sumisa sin dueño en el club, suplicaría por estar con él.

¿La había llamado Abigail? Frunció el ceño.

—Mi nombre es Abby.

—Pero tu nombre completo es Abigail, ¿no? Está en los formularios. —Le colocó un puño de cuero alrededor del tobillo izquierdo y lo sujetó a la esquina inferior de la mesa. Después de separar ampliamente sus piernas, restringió su tobillo derecho de la misma forma.

—¿Qué estás haciendo?

—Lo que quiera —respondió mirándola a los ojos.

La mesa descendió entonces unos centímetros, haciendo que el estómago se le encogiera.

Sonriendo ligeramente, él puso la palma sobre su coño, y el calor y la presión en su clítoris la hicieron temblar.

—Aunque no usaré mi boca o mi polla aquí, pienso usar mis dedos y otras cosas sobre ti, Abigail. ¿Eso es un problema?

—¿Otras cosas? —Le miró con los ojos muy abiertos—. No importa lo que la gente piense, esto también es sexo.

Su risa ahogada fue como chocolate oscuro para los oídos de Abby.

—Sí, lo es. —Acarició los labios exteriores de su sexo y luego alzó los dedos para que ella viera la brillante humedad que los cubría—. Voy a preguntarte otra vez. ¿Esto es un problema para ti? ¿O eres virgen?

Cuando ella le miró furiosa, él le azotó de nuevo el muslo. Más fuerte esta vez.

La piel le escocía y no podía moverse para frotar la quemazón. No mires furiosa al Amo, idiota.

Después de agitar la cabeza a modo de reprimenda, él esperó su respuesta.

—Lo siento —farfulló ella. El ligero dolor pareció desaparecer de su pierna y trasladarse a su coño, que empezó a latir con necesidad.

—Supongo que aprenderás modales con el tiempo. —Le cubrió el coño de nuevo con la mano, e incidió justamente donde estaba más húmeda—. Ahora, responde a mis preguntas con cortesía.

—No soy virgen. —Lo que supongo que ya sabías—. No había pensado en tener sexo de ningún tipo. No había planeado hacer nada, y ahora allí estaba, desnuda, atada y siendo abiertamente estimulaba. ¿Estaba aquello mal? ¿Acaso no quería a Nathan?

¿Cómo podía excitarle otra persona?

Pero Nathan la había rechazado. Ella era libre de actuar como quisiera. A decir verdad, seguramente él ya habría encontrado a otra persona. Pensar en ello la hizo sentir una extraña mezcla de soledad y furia.

La penetrante mirada de Xavier se volvió más intensa.

—Te estás tomando demasiado tiempo para responder una pregunta sencilla.

El sexo nunca es simple.

—Tocamientos y... Cosas... No es un problema.

—Muy bien. —Ahora que le había dicho que podía tocarla, él retiró la mano. ¿Cómo podía ser tan cabrón?

Su intento de no mirarle irritada hizo explotar las neuronas en su cerebro.

Él tenía los labios cerrados y estaba obviamente tratando de no reírse.

—Abby, eres un encanto. —Con un dedo, le colocó un mechón de cabello detrás de la oreja—. Ahora podría vendarte los ojos para mantenerte en el presente, pero estarás más cómoda si puedes verme.

Ella asintió con la cabeza aunque él no le estaba pidiendo permiso, simplemente le estaba diciendo lo que ocurriría. Indudablemente aquella era su versión de una negociación. Después de todo, había visto su lista de límites. Empezó a pensar que debía de haber marcado muchas más casillas con un «no».

¿Qué elegirían la mayoría de los sumisos, intentar o rechazar la mayoría de las opciones? ¿No sería ese un magnífico tema para investigar? Teorizaría sobre que los rasgos característicos de los sumisos los llevarían a...

Xavier hizo un sonido de advertencia.

Ella parpadeó y se dio cuenta de que la estaba mirando fijamente. Vaya.

—No me lo estás poniendo fácil, mascota —murmuró. Acarició con un dedo su labio inferior y luego lo deslizó por su barbilla. El lento progreso de la caliente punta del dedo era desesperadamente sensual. Después de dar vueltas alrededor del hueco de su cuello, la besó justamente allí, antes de que su dedo se arrastrara a lo largo de la correa más alta. Sus pechos, ya comprimidos, se tensaron más y sus pezones latieron como si le exigieran que se desviara para prestarles atención.

Él deslizó el dedo entre sus pechos, rodeó el izquierdo y se dirigió hacia al pezón.

¡Oh, Dios mío! Por favor, tócame.

Xavier tiró del pico suavemente y Abby sintió como si un rayo de luz hubiera atravesado violentamente una vidriera de colores, iluminando hasta el último rincón de su cuerpo. El siguiente tirón fue más duro, haciendo que su vagina se contrajera. Cuando lo pellizcó con fuerza, el dolor encendió algo hondo dentro de ella, provocándole una desconcertante sensación de placer.

Su mente lidió una batalla cuando su necesidad de escaparse se enfrentó al deseo de arquearse bajo las manos masculinas.

Sonriendo, él abandonó su pezón y la sangre fluyó hacia la carne dolorida en una placentera ráfaga.

—Tus pezones tendrán un hermoso y oscuro color rojo cuando termine —susurró sin levantar la mirada. Su dedo rodeó la areola.

El clítoris de la joven hormigueaba y quemaba, pero ella no quería que él... la tocara. No allí. Solo que, en realidad, quería que lo hiciese. No. Sí. Apretando los dientes, apartó la mirada de él tratando de distraerse. Supuestamente tendría que estar investigando, después de todo, y no dejando que algunas... personas... jugaran con ella. ¿Qué clase de zorra era?

Al otro lado de la habitación, un Amo limpiaba el equipo mientras una Dom le daba agua y abrazos a los sumisos que estaban envueltos en una manta. ¿Cómo dos dominantes decidían quién...?

—Te estás distrayendo deliberadamente —gruñó Xavier. No era una pregunta.

Ella levantó la mirada.

—Pensaba que te habías distraído por las actividades que hay a tu alrededor, que necesitas disciplinarte a ti misma. Pero no es eso. Te escapas mentalmente de aquí, de la misma forma que alguien se escaparía corriendo. ¿Por qué?

—Yo... La escena era interesante.

Sus cejas negras se fruncieron y los oscuros ojos adquirieron un brillo de dureza.

—No. Tú miraste a otro lado para no pensar en lo que te estaba ocurriendo. Hiciste lo mismo con Seth. —Apoyó la cadera sobre la mesa con tranquilidad, conversando mientras ella estaba desnuda y con las piernas abiertas para que todos pudieran ver su sexo—. No creo que haya ninguna duda sobre que seas sumisa, Abigail, y sobre que estés excitada. ¿Excitarte te hace sentir tan incómoda que necesitas escapar?

Cuando el rubor inundó su cara, ella tiró y se retorció, esperando liberarse de las correas. ¿Quién era él para preguntarle sobre sus sentimientos?

Xavier acunó uno de sus pechos con la mano, usando el pulgar para juguetear con el pezón. De inmediato, la espalda de Abby empezó a arquearse como si tuviera vida propia, y ella se quedó de piedra. No. La sensación de necesidad era... mala. Sus respuestas no estaban bajo control, su cuerpo estaba ganando terreno sobre su cerebro.

—¿Te asusta estar excitada?

—Claro que no. —Asustada no sería la palabra correcta. Incómoda... definitivamente.

Él entrecerró los ojos con la mirada pensativa. Dio vueltas a su pezón entre los dedos, y ella cerró los ojos ante la arrebatadora sensación que estaba experimentando. Cuando él paró, ella luchó por serenarse.

—Es la pérdida del control lo que te molesta —concluyó Xavier—. No especialmente la excitación sexual, sino que destruya tu capacidad de pensar. —Se inclinó más sobre ella y le acarició la mejilla—. Pelusilla, ¿no te das cuenta de lo que significa ser sumisa? ¿Dar el control para no tener que pensar o preocuparte? Mientras estemos juntos, ese será mi trabajo.

Sus palabras enviaron una cuchillada de miedo y una chispa de esperanza, a través de ella. En lo más profundo de su estómago, un desconcertante revoloteo de expectación crepitó, de la misma manera que el movimiento de una cortina en una refrescante tormenta.

—Xavier.

—Inténtalo otra vez.

—Mi señor, no quiero... Esto no es... —No podía pensar.

—No tienes que analizarlo aquí. ¿Confías en mí para que controle esta escena y a ti, durante... digamos media hora o una hora?

Si dijera que no, lastimaría sus sentimientos. Y confiaba en él... en su mayor parte. ¿Podía dejar que se saliera con la suya?

—¿No me amordazarás?

—No, Abby. —Su sonrisa era tierna—. No estás lista para eso.

¿Pero qué es lo que él pretendía hacerle? Quería saber la clase de cosas que...

—Muy bien.

—Buena chica.

Dicho eso, para consternación de Abby, le quitó las gafas.

—¡No!

Él miró a través de sus gafas.

—¿Son para ver de lejos? ¿Puedes ver mi cara?

—Algo, pero no tan bien como cuando las tengo puestas.

—¿Y la otra escena?

Ella giró la cabeza. Todo lo que estuviera más lejos de un metro se volvía borroso.

—No —Ser medio ciega también era aterrador—. Quiero mis gafas.

—No. —La manera ausente en que lo dijo, como si no tuviera elección, envió un extraño reflejo a los huesos de Abby.

Él la observó con seriedad.

—¿Tienes miedo a estar sin ellas? ¿Más que estar inmovilizada a una mesa?

—Estoy tratando de no pensar en el bondage —contestó Abby a regañadientes.

Los labios de Xavier se curvaron en una sonrisa.

—Y sí, estoy asustada. ¿Qué pasa si ocurre algo, como un incendio? —No podría encontrar la salida—. O un ataque terrorista. O zombis.

Él se rió entre dientes.

—Me gustan las sumisas con imaginación.

Aquello no tenía nada que ver con la imaginación, ella sólo se estaba preparando.

—Primero, nunca abandonaría a alguien que está amarrado —afirmó él posando la mano sobre su cara a manera de promesa—. Sin embargo, podemos llegar a un acuerdo. Puedes tenerlas cerca. —Puso las gafas al lado de su muslo, donde sus dedos pudieran tocar el metal—. Pero no quiero que las cojas. Podríais aplastarlas sin darte cuenta.

¿Cómo podría pasar eso? Su ansiedad se incrementó notablemente y sus labios temblaron.

De su bolsa de cuero, él sacó una caja de unos tres centímetros, una botella de agua, toallitas para las manos y... ¿Eso era yogur? Finalmente sacó un vibrador, todavía en su embalaje.

—Éste es mi primer regalo para ti.

Yo no pedí ningún regalo.

Él recorrió con las manos su sexo, siguiendo la línea de sus pliegues y provocando en su cuerpo una agradable expectación. Su clítoris latió expectante.

Xavier la exploró con los dedos como si midiera el tamaño de su vagina y luego se introdujo dentro de ella, casi de la misma manera que en un examen médico... Solo que ningún médico la había hecho sentir así.

Saber que no podía evitar sus caricias ni cualquier cosa que él decidiera hacer, envió olas de calor a través de ella. Y peor aún, no podía dirigir a dónde quería que fueran sus manos. Trató de elevar las caderas, de intentar que él prestase atención a su clítoris, pero la correa sobre su estómago le impidió moverse. Su piel se sentía como si estuviera ardiendo.

Él añadió otro dedo para dilatarla. El mariposeo en su estómago creció hasta límites insospechados mientras Xavier la estudiaba esperando a que ella se acostumbrara a su tacto. Cuando la tocó en un lugar excesivamente sensible dentro de la vagina, Abby sintió cómo se le dilataba el clítoris y lanzó un gemido.

—Aghh...

Xavier se mantuvo donde estaba, frotando ese lugar una y otra vez, e incrementando su hambre despiadadamente hasta que incluso los dedos del pie se le curvaron con violencia.

—Buena chica —aprobó él, introduciendo el juguete en su vagina.

El vibrador estaba frío, era blando y resbaladizo, y parecía mucho más grande que dos de los dedos masculinos. Se estremeció mientras él le hacía abrir aún más los muslos.

Xavier activó un interruptor y, aunque las lentas vibraciones no acariciaban nada importante, como su clítoris, su cuerpo se sentía como si él hubiera aumentado la presión.

Cuando Xavier se puso un par de guantes, ella se tensó con fuerza.

—Yo... marqué con un «no» los juegos que implicasen sangre.

—Abigail.

Él lo sabe. Tragó saliva antes de girar la cabeza para ver los artículos que él ponía sobre la mesa. Ni cuchillos, ni agujas. Vale, está bien.

Las vibraciones estaban haciendo que su clítoris ardiera cada vez más. Su cuerpo se sentía... extraño. Poco familiar. Cuando desvió la mirada hacia la otra escena, tomó conciencia de pronto de lo que estaba haciendo. Realmente trataba de escapar, ¿no era así?

Y ahora no estaba prestando atención a su Dom. Haciendo un esfuerzo, se forzó a fijar su mirada de nuevo en él.

—No te preocupes, mascota. —Los oscuros ojos de Xavier eran demasiado perspicaces—. No vas a tener opción de pensar dentro de un minuto. No lo permitiré. —Mojó un bastoncillo de algodón en una ampolla y pintó su pezón izquierdo con el líquido que contenía. Olía igual que lo que le había puesto sobre el brazo el día anterior. De la misma manera que las velas de Navidad. O canela. ¿Quería que sus pechos olieran a tarta? ¿Había algún fetichismo asociado con el olor?

Él sacudió la cabeza.

—Esa mente tuya está muy ocupada —murmuró mientras hacía lo mismo con la otra areola.

Cuando el aire fresco rozó sus húmedos pezones, estos se erizaron hasta convertirse en duros picos.

En silencio, Xavier tiró los guantes y el bastoncillo en la papelera. Se movió despacio, deliberadamente, como si de un baile ritual se tratara, mientras reforzaba las restricciones de sus tobillos y deslizaba las manos sobre sus piernas, más allá de sus torneadas rodillas.

Ella deseó esconderse.

—Tienes unas bonitas piernas, Abby.

Sí, y también gordos muslos blancos. Apuesto que sí.

—La piel pálida tiene una textura fascinante. —Su sonrisa brilló con luz tenue por un segundo—. Como sabanas de algodón egipcias hechas con más de seiscientas hebras.

El deleite por el cumplido se propagó como un relámpago por ella, incrementándose por la manera en que le acariciaba los muslos, como si estuviera disfrutando enormemente. Ella contuvo la respiración cuando los callosos dedos se curvaron sobre sus caderas y los pulgares le acariciaron los suaves pliegues que cubrían todos los secretos de su placer. Dios, estaba tan cerca...

Él se inclinó para besar su estómago y ella deseó que esos labios bajaran más. ¿Por qué había fijado límites en lo referente al sexo? Quería sexo.

Los labios de Xavier descendieron hasta que su respiración agitó el fino vello rizado que cubría el coño de Abby.

—No me depilo ahí —susurró ella—. Yo...

—A veces lo exijo. A veces no —se limitó a decir él. Se enterró entre sus rizos, enviando una oleada de calor a través de ella—. Por el momento no quiero que depiles esta zona. Me gusta la apariencia del blanco contra todo lo rosado.

Su dedo retornó ociosamente al ombligo como si estuviera matando el tiempo, esperando...

¡Oooh, mis pechos! Abby sentía como si sus pezones hubieran sido absorbidos por ávidas y húmedas bocas y el calor se convirtió en ardor. Se quedó sin aliento. El ungüento estaba teniendo efecto sobre ella. Ahora entendía que Xavier se hubiera puesto guantes.

—Tú...

—Yo... —Su voz adquirió un matiz de dureza—. No hablarás otra vez, a menos que uses tu palabra segura o amarillo para advertirme que estás asustada.

—Era amarillo desde el primer minuto en que entré por la puerta.

Su risa era tan profundamente masculina como su voz.

—Entonces adviérteme cuando alcances el naranja.

Después de ponerse nuevos guantes, escogió una ampolla diferente y extendió el líquido que contenía sobre los pliegues de su sexo. Un minuto después, los tejidos se tornaron fríos, de la misma manera que un helado de menta deja el aliento fresco tras un mordisco. Sus pezones continuaron calentándose.

Asombrosas sensaciones la recorrieron: frío aquí, calor allí, vibraciones dentro. Necesitaba más. Algo. Cualquier cosa. Al ver que él cogía otra ampolla, se tensó de nuevo. No quiero eso. Quiero sexo.

Xavier alzó el bastoncillo mojado para que ella pudiera verlo, y cuando más esperaba él, más sentía ella todo lo que ya le había hecho. Una terrorífica anticipación borboteó en sus venas.

Con una leve sonrisa, despacio y cuidadosamente, Xavier frotó el algodón sobre su clítoris.

¡Oh, Dios! La aspereza del algodón era una tortura exquisita. Aspiró duro, expiró. Dentro. Fuera. Nada pasó. Dentro. Respiró tranquilamente. Aquello no había sido tan malo.

Dejando el algodón y los guantes a un lado, Xavier acarició los costados de sus pechos y arrastró un dedo hasta el centro de su torso, justo encima del pubis. Estaba jugando con ella, acariciándola, manteniendo el vibrador a un ritmo constante, dejando que los ungüentos elevaran su excitación de una forma incomoda. ¿Por qué...?

De pronto su clítoris aumentó de temperatura. A diferencia del calor sobre sus pezones, esto era como si mil agujas ardientes se clavaran en el pequeño nudo de nervios. No. Una pátina de sudor le cubrió el labio superior, y luego brotó por el resto de su cuerpo. Era demasiado. Su interior vibraba. Sus pezones quemaban, sus pliegues se sentían helados y su zona más sensible estaba ardiendo.

Él se inclinó y sopló sobre el vello de su coño. Abby arqueó la espalda y todo se incrementó. Frío. Calor. Gimió.

—Buena chica. —Rió en voz baja y aumentó el nivel del vibrador.

Sus paredes vaginales se apretaban sobre el vibrador a la vez que las sensaciones se cernían sobre ella. Calor y frío, y ardiente calor mientras el interior de su cuerpo temblaba a causa del zumbante vibrador.

Abrumada por las sensaciones, Abby oyó que alguien reía cerca y el ruido sonoro de una pala. Y también un grito. Inhaló la fragancia de canela. Caramelo de menta. El aire parecía arremolinarse en torno a ella y no podía pensar. Tenía frío, calor, y a cada segundo que pasaba, la necesidad de correrse se clavaba en su cuerpo como afiladas garras hasta que la obligaba a estremecerse con violencia.

—Yo... Por favor...

No, se suponía que no podía hablar. Se tragó las palabras y se estremeció. Todo su cuerpo temblaba.

Un sonido sobre ella la hizo mirar hacia arriba. Xavier se había puesto guantes nuevos y había cogido algo de lubricante. Estando de pie al lado de su cadera, la miró a la vez que recorría con un dedo sus ardientes pezones. Despacio, en ardientes círculos. Debajo, sus pliegues estaban fríos, pero su clítoris se sentía como si estuviera siendo mordido por diminutos y gentiles dientes y ahora... el lubricante calmó sus areolas y luego las calentó más.

Cuando él hizo rodar sus pezones entre los firmes dedos, el dolor se unió al puzzle de sensaciones y su cuerpo vibró. Todo su cuerpo se había convertido en un instrumento de placer.

—Pequeña y bonita Abby. Me gusta ver tus ojos desenfocados. —Su voz era un murmullo bajo, un sonido calmante para el volcán que había dentro de ella.

Quería decir algo, pero lo que le ocurría a su cuerpo le impedía pensar. Su cerebro se estaba fragmentando y le impedía procesar la experiencia. Su vientre se contrajo cuando la presión se incrementó más y más, pero nunca lo suficiente.

Sus piernas trataron de unirse para frotar su clítoris en llamas. Nada se movía. Sus manos se convirtieron en puños cuando otra ola de calor la abrasó por dentro, y lo miró con impotencia.

Él se inclinó hacia delante, su mirada fija atrapando la suya, tan oscura, directa y satisfecha que ella no pudo evitar gemir.

—Ese es un buen sonido. Estás lista, ¿verdad? —Movió la mano izquierda entre sus piernas, y los lubricados dedos frotaron su clítoris con ligeros toques. Incluso el roce más ligero...

Abby gimió cuando sus músculos internos se contrajeron con fuerza alrededor del vibrador. La presión creció con cada lento toque de los resbaladizos dedos, haciéndose cada vez más intensa. Su espalda se arqueó, aguantando, anhelando...

Entonces Xavier presionó firmemente un dedo contra su clítoris al tiempo que movía el vibrador en círculos. Las sensaciones externas e internas que la saturaban se unieron en una precipitación gloriosa, anudándose y explotando. Un maremoto de placer rompió sobre ella. Sus entrañas se convulsionaron apretándose alrededor del vibrador, y la sensación de ser penetrada la llevó más y más lejos.

Los dedos de Xavier se deslizaron sobre su clítoris, y otra oleada se apoderó de ella empujándola más lejos en el océano de las exquisitas sensaciones que la conducían al orgasmo. Jadeó y tembló cuando un escalofrío de placer la recorrió por entero.

Después su cuerpo se relajó hasta que pudo sentir su corazón y se escuchó respirar otra vez.

—Muy bonito —susurró Xavier con voz llena de aprobación—. Déjate llevar otra vez. —Se volvió a inclinar sobre ella sopló.

La ráfaga de aire se deslizó primero sobre su coño, enfriando el ungüento, y luego sobre su clítoris, donde el calor estalló de la misma manera que un geiser. Su cuerpo se arqueó en una devastadora convulsión de placer antes de dejar caer su espalda sobre la suave superficie de la mesa.

Indudablemente Pelusilla no estaba pensando en otra cosa en aquel momento.

Complacido, Xavier la observó jadear para recuperar aliento. El pelo mojado por el sudor se pegaba a sus sienes y su cara había adquirido un tono rosado precioso. Ella le miró con los grisáceos ojos desenfocados mientras él se cambiaba de guantes otra vez y retiraba el vibrador. Abby lanzó un grito de placer, y su coño se contrajo tratando de mantenerlo dentro.

Una pena que no pudiera reemplazar el juguete con su polla.

Vigiló sus expresiones al tiempo que retiraba los ungüentos de menta, canela y pimienta caliente con varios limpiadores que pensó que serían los mejores. Nada era perfecto, y ella seguiría sintiendo algo de calor. Pero él disfrutaría enormemente, consciente de que quedarían residuos de lo ocurrido no solamente en la mente de la sumisa, sino también en su cuerpo.

Desató las restricciones y le puso las gafas. Aunque no es que estuviera viendo mucho. Con suavidad, la sentó en el suelo y la cubrió con una manta. Ella se recostó sobre la pata de la mesa mientras él limpiada el área de la escena y le daba su bolsa a un miembro del personal.

Después de tomar una botella de agua de la máquina expendedora más cercana, la levantó en brazos.

Ella lanzó un grito y se puso rígida.

Xavier sonrió. Adoraba las reacciones post orgásmicas de las sumisas.

—Shhh. —Frotó la barbilla contra su sedoso pelo—. Te tengo, Abby. Respira.

Sin moverse, esperó de pie a que ella se relajara. A que le demostrara físicamente la confianza que él deseaba. La sumisión que demandaba.

Su pequeño cuerpo siguió rígido, y él supo que sus instintos estarían gritando que la podía dejar caer. Después de un orgasmo, era extremadamente vulnerable, muy abierta a las emociones. Sujetarla así, manteniéndola dependiente y segura, empezaría a crear la confianza que necesitaba sentir hacia él.

Un minuto. Dos. Su agotado cuerpo se rindió.

—Allá vamos. —La besó en el pelo y la estrechó contra sí. Era tan suave. No ligera, pero le gustaba la sensación de estar sosteniendo a una mujer. Alguien que no se rompería bajo su peso y tamaño.

No, no vayas por ese camino. Era su recepcionista, no su sumisa. Sin embargo, sabía que aquel juego no sólo la involucraba a ella, sino también a él.

Por supuesto, se diría a si mismo que la escena de esa noche era sólo una lección dada a un miembro del personal.

Trató de no mentirse a sí mismo. Había disfrutado de la escena más de lo que era habitual. Quería jugar con ella otra vez, ver lo lejos que la podía llevar. Escuchar y sentir su respuesta cuando la penetrara. Cuando la tomara lentamente. O bruscamente.

Se acomodó en uno de los grandes sillones de cuero que había en el centro de la sala. Las no escritas y a veces idiotas reglas de los Amos decían que debía ponerla sobre el suelo entre sus pies para reforzar su sumisión. No obstante, se complació a sí mismo con un encogimiento de hombros y la colocó sobre su regazo lo más cómodamente posible, sintiendo el suave trasero sobre la rigidez de su polla.

La húmeda piel de Abby desprendía todavía las ligeras esencias de los ungüentos de almendra y canela. Combinado con la fragancia de su excitación sexual, hizo que su olor fuera como un pastel sexual.

No es un puto postre, Leduc.

Sin poder resistirse, tomó sus labios con dureza y sintió cómo su cuerpo se hundía más en la sumisión.

Ella era un enigma, tratando de someterse y a la vez luchando contra ello.

Un Dom experimentado a menudo jugaba con sumisas que no estaban en sintonía con sus gustos. Xavier prefería estar en la misma onda y disfrutar de la anticipación de la respuesta de las sumisas, sabiendo exactamente qué dar para obtener la reacción que deseaba.

Pero aquella pequeña sumisa era una contradicción. Trabajar con ella era como sintonizar su emisora favorita de radio en las montañas. La música entre ellos era perfecta... Cuando conseguía sintonizarla.

No se había divertido tanto en mucho tiempo. ¿No era un fastidio que no pudiera llevársela a casa y quedársela?