7

 

 

 

Tenía la cabeza apoyada en las rodillas y cuando oyó pasos a su espalda, Luna se inquietó.

Se giró tan rápido que se mareó. Pero pronto se recuperó del susto cuando vio que era Adrián el que caminaba hacia ella. No sabía si en realidad estaría a salvo con él, pero no pensaba decírselo, porque pensaría que era tan débil como el resto de sus conquistas y no era el caso.

Se situó a su lado de pie y la miró de soslayo. Luna sospechó que estaba esperando que ella le echara, pero no tenía intención alguna de darle mayor importancia a su cercanía.

—¿Estás bien?

—Sí —murmuró.

Luna le vio quitarse la chaqueta que cogió antes de salir de su casa y se la puso a ella sobre los hombros. Adrián se quedó en cuclillas tan cerca de Luna que casi estaban abrazados.

—¿Puedo sentarme a tu lado? —inquirió con voz ronca.

El brazo que tenía sobre sus hombros desapareció y Luna lo añoró a su pesar.

—Claro.

Se envolvió a sí misma y aspiró el delicioso olor de la chaqueta de Adrián. Masculino y sutil, como su dueño. A Luna le encantó, pero no quiso recrearse en ello porque no deseaba que él se diera cuenta de lo mucho que empezaba a gustarle. Porque no podía ser, se reprendió interiormente.

Sentado junto a Luna con su pantalón oscuro, la camisa blanca y su pelo ligeramente alborotado por la brisa nocturna, parecía tan solo como lo estaba ella. Permaneció serio durante mucho rato y no quiso interrumpir sus pensamientos pero sentía curiosidad.

—¿Porqué te has quedado?

—No sé —murmuró. Parecía perdido y Luna se preguntó porqué le daría esa sensación—. Creo que me gusta estar contigo.

No sería ella la que le señalara que no se conocían de nada como para que creyera algo así.

Hubo un momento de silencio en el que pensó que no diría nada más, pero Luna se equivocó.

—Me gusta el mar —dijo—. Sobre todo las olas. Creo que se parecen demasiado a mí, vienen y van sin importar lo que ocurra entre medias —explicó con un tono pensativo.

—¿Te refieres a la vida o a las relaciones?

Adrián le miró. Luna no quiso ser grosera, la verdad es que sentía curiosidad por su comentario y le miró con interés genuino.

—Ambas —soltó con una media sonrisa.

—Creo que es la mejor forma de evitar que te hagan daño —meditó Luna—. No implicándote.

—Supongo que fue porque perdí la fe en las relaciones de verdad cuando mis padres se divorciaron hace siete años. Aunque mi padre es feliz con su segundo matrimonio, creo que al final todo acaba por terminarse.

—No puedo rebatir eso —dijo Luna con tristeza.

—¿También tú? —inquirió sin llegar a sorprenderse.

Luna no quería dar muchos detalles de su vida, pero de todos modos no creía que él pudiera contar nada de lo que ella pudiera decirle. Y además, ¿a quién podría interesarle la verdadera naturaleza de su relación con Hugo?

Antes de que pudiera meditar mucho más sobre el asunto, se sorprendió a sí misma hablándole de él.

—Mi novio murió hace un año —comenzó con voz neutra—. Fue en la playa. Estaba haciendo las típicas estupideces de cada fin de semana y creo que bebió más de la cuenta. Saltó desde unas rocas y se golpeó, haciéndose una herida en la cabeza.

—Vaya, lo siento mucho.

—Ya —dijo con sequedad—. Ojalá yo pudiera sentirlo también.

Adrián la miró contrariado. Desde luego no era la típica frase que soltaría una apenada novia. Pero Luna no lo había sido nunca, puede que hubiera llorado al principio, pero después de unos meses, el miedo y el alivio a partes iguales, fueron lo único que sentía a cada momento del día. No podía evitarlo.

—Fue muy triste al principio —explicó—. Pero con las semanas, empecé a darme cuenta de que era miedo lo que sentía frente a la vida. Me había vuelto tan dependiente de Hugo, que era incapaz de hacer nada por mí misma. Al poder ver las cosas con perspectiva, vi que había borrado mi personalidad con sus triquiñuelas y sus manipulaciones.

Adrián se quedó callado. Porque, ¿qué podría añadir a eso? Cuando Luna se volvió para evaluar su reacción, él pudo ver un fuego y una fuerza en su interior, que quizás ella no sintiera, pero que estaba ahí, estaba seguro.

—Era un egoísta que no pensaba más que en sus temerarios hobbies. Me anuló por completo y durante mucho tiempo pensé que era así como quería vivir, pero cuando ya no estuvo, pude darme cuenta de la verdad —guardó silencio un momento y se preguntó porqué le estaría hablando de todo eso. Suspiró—. No pienso volver a pasar por lo mismo nunca más.

Se quedó mirándola. A pesar de que estaba a pocos centímetros de distancia, la sintió tan lejos que bien podría estar en otra galaxia. Nunca se hubiera esperado algo así de una mujer joven como ella. Según le había contado Rubénporque se lo había sonsacado, ella tenía veintiséis años, así que se llevaban seis años, mes arriba, mes abajo. Y se dio cuenta de que ella era mucho más madura que él. Con toda su experiencia con las mujeres, aunque todas ellas fugaces, no tenía ni idea de relaciones. Ni la más remota idea.

—Siento que hayas pasado por algo así —dijo con sinceridad—. Pero no todas las relaciones serán tan malas. Quiero decir, habrás salido con más tíos, ¿no?

Luna negó con la cabeza y se sintió algo avergonzada. Por haberle contado todo aquello a un perfecto desconocidoy recalcó lo de perfecto, al menos físicamente, y también por su falta de experiencia en realidad.

—Fue mi primer novio.

—¿En serio?

—Pues sí —contestó ella a la defensiva, pero esta vez sin molestarse en realidad—. Hasta entonces estuve centrada en mis estudios y en mi abuela. Hemos estado solas desde que mis padres murieron, así que, supongo que mi vida ha estado un poco condicionada por todo eso.

—Entiendo —murmuró— Lo siento mucho.

Luna soltó una risa nerviosa. No sabía qué tenía el champán para que se le soltara la lengua de esa manera. Pero allí estaba, confesando cosas que solo sabía su mejor amiga en el mundo. Algunas de ellas, incluso Tania había tenido que sonsacárselas, porque a Luna le había resultado imposible confesarlas.

La complicidad que se había establecido entre los dos era muy reconfortante. No se había sentido así con ningún hombre desde que conociera a Hugo y no sabía por qué era, pero dedujo que como no esperaba nada de Adrián, sin proponérselo, se había convertido en un confesor excelente.

—Cuando quieras hacer unas prácticas… puedes contar conmigo. Así te servirá como entrenamiento para cuando encuentres a tu príncipe azul —bromeó.

—Qué peligro tienes.

Luna sonrió. Se preguntó de forma hipotética, si no era eso justo lo que le hacía falta para olvidarse del pasado y empezar de nuevo.

—Solo lo hago por ti, claro —se quedó pensativo un momento—. Puede que como amigos. Ya sabes, un colega echándole una mano a otro —dijo arqueando las cejas de manera provocadora.

A ella se le hizo un nudo el estómago. No se lo estaba planteando, ni mucho menos. Pero ciertas imágenes acudieron a su mente sin ser invitadas y no sabía cómo eludirlas. Se preguntó cómo sabrían los besos de Adrián y se sonrojó. Era un alivio que él no pudiera darse cuenta debido a la poca iluminación de la playa.

—No pienso acostarme contigo.

—¿Y eso porqué?

Luna suspiró de forma cansina.

—A ver, pues porque eres de la clase de hombre que pierde interés cuando una mujer deja que hagas lo que quieras con ella.

—Entones, es que te apetece mantener vivo mi interés por ti.

Sus ojos se abrieron por la sorpresa. Luna trató de averiguar si se trataba de una rotunda afirmación o una pregunta. No estaba muy segura.

—¡No! —gritó más alto de la cuenta.

Adrián se echó las manos al pecho, como si de verdad le doliera saber aquello.

—Eso duele.

—Lo dudo bastante —contraatacó ella con ironía.

—Eh, que yo también tengo mi corazoncito.

—Ya, lo malo es que está muy concurrido.

—Qué va. En mi corazón solo hay una mujer.

Luna le miró con interés. A saber qué diría.

—Mi madre —soltó antes de echarse a reír.

—¿No dejas un hueco para tus conquistas?

La miró con curiosidad y no dijo nada durante un rato. Se preguntaba si en realidad ella intentaba sonsacarle alguna información.

—Así que es eso lo que no te gusta de mí. Que no me tome en serio a ninguna mujer.

—Ni por asomo. Es tu vida y puedes hacer lo que te dé la gana.

—Pero tú no te acostarías conmigo porque piensas que al día siguiente te habré olvidado, ¿no es eso?

—Más o menos, sí.

Se quedó serio un momento y miró al mar. Luna pudo recrearse en su atractivo perfil. A pesar de que seguía siendo el mismo donjuán de siempre, su opinión sobre él había mejorado mucho. Al menos sabía que se trataba de alguien con quien se podía conversar. Aunque fuera de aquello.

—Supongo que tendré que cambiar mis tácticas de seducción contigo. —Luna soltó una risa ahogada.

—No pienso caer —dijo muy segura.

Cuando Adrián se acercó a ella y le miró con esos ojos azules oscurecidos por la noche, estuvo a punto de tragarse sus palabras para abalanzarse sobre él.

—Ya lo veremos.

No dijo nada. Al cabo de un instante apartó los ojos de él y se sintió mareada. No sabía si deseaba realmente entrar al juego, pero era demasiado excitante como para ignorarlo. Tenía claro que jamás de los jamases podría tener una relación seria ni de ningún tipo con alguien como él, pero… ¿Tan terrible sería mantener una relación de amistad o una pequeña aventura sin importancia?

Estaba convencida de que él no querría nada más y eso era perfecto, porque cuando Luna volviera a Granada, a su trabajo y con su abuela, no tendría que mirar atrás y al menos podría atesorar el recuerdo del hombre que la hizo olvidarse de su tormentoso pasado.

¿Estaría realmente dispuesta a arriesgarse?