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Soltó un grito ahogado. Durante unos segundos intentó pensar algo con coherencia, pero le resultaba difícil viendo a aquel adonis frente a ella como su madre lo trajo al mundo. ¿Por qué tenía que pasarle esto a ella?
No pudo evitar fijarse en una parte concreta de su anatomía y aunque se sentía terriblemente avergonzada, sus ojos se quedaron clavados demasiado tiempo en ese lugar en particular. Se dijo a sí misma, que era culpa de él, por tener aquel tamaño…
Una sonora carcajada la sacó de su estupor.
—¿Qué estás mirando?
Luna le miró contrariada. Tenía que salir de allí cuanto antes. Fue a subir el bordillo, pero se dio cuenta de que estaba en ropa interior. Un conjunto de lencería bastante provocativo y transparente, para más señas. Aquello iba de mal en peor. Se encaró con él e incluso en la distancia que los separaba, pudo ver que arqueaba las cejas con expresión expectante. Puso los brazos en jarras, sin duda alguna, se encontraba muy tranquilo a pesar de estar mostrando más de lo que a Luna le gustaría. Al menos para ser alguien a quién no conocía. O eso creyó. Le resultaba familiar su cara, se dijo cuando consiguió fijar allí su mirada y no un poco más abajo.
Al cabo de unos segundos, se dio cuenta de que era el hombre con el que habló en la barra del bar. Vaya, el depredador de mujeres. Ahora comprendía su actitud, claro. Parte de su pudor desapareció, al fin y al cabo, los tipos así no le gustaban nada de nada.
—Si no te importa, me gustaría que te volvieras para poder salir de la piscina.
Una sonrisa malévola surgió en sus perfilados y tentadores labios. El corazón de Luna se desbocó a pesar de todo.
—No sé si te mereces esta cortesía. Eres tú la que ha entrado sin ser invitada.
—La puerta estaba abierta —espetó tratando de defenderse—. No creo que sea un delito bañarse en la piscina. Tú también estás aquí, ¿no?
—Bueno, yo tengo permiso.
—Ya.
Recordó que su nombre era Adrián. Cuando se cruzó de brazos, supo que aquello acabaría fatal si seguía por ese camino. Se notaba a kilómetros, que era la clase de hombre que disfrutaba con esas luchas de poder y ella no pensaba jugar. No era su estilo mezclarse con tíos así.
Subió por el bordillo y cogió su ropa. Se maldijo por haber sido tan impulsiva. Ahora estaba empapada de los pies a la cabeza y le daba vergüenza que la gente le viera así. El top blanco fue un error, pensó. Tenía que ir hasta los ascensores o en su defecto a la escalera, pero si alguien del hotel la veía, seguro que le llamaba la atención por ir mojando todo a su paso.
Qué horror, se lamentó.
Miró a Adrián, que se había acercado hasta casi rozar el agua y se sumergió de cabeza con un salto limpio, apenas sin salpicar.
No sabía qué hacer. ¿Salir corriendo o pedirle una toalla? Seguro que él sabía dónde había alguna. O quizás no. Nerviosa, se dio cuenta de que se acercaba hasta donde estaba ella. Esperó.
Emergió la cabeza y echándose el pelo hacia atrás, la miró con lascivia al verla aún allí. A Luna se le secó la garganta cuando pudo ver con detalle los músculos que se le marcaban con cada movimiento. Se dio de guantazos mentalmente por sentir deseo por un tipo como aquel.
—No me lo digas. Te lo has pensado mejor y me vas a acompañar un ratito —murmuró con voz ronca.
—Ni lo sueñes —dijo mordiéndose la mejilla por dentro—. No puedo salir así al pasillo. ¿Sabes dónde hay una toalla?
Adrián la miró de arriba abajo con una resplandeciente sonrisa que iluminó toda la estancia y casi ciega a Luna.
Esta apretó la mandíbula. No pintaba bien. No tenía ni idea de en qué estaba pensando cuando sin darle opción a echarse a atrás, Adrián se impulsó para salir de la piscina.
Luna dio varios pasos hacia atrás. Aquel Dios griego estaba buenísimo y chorreando agua por todo el cuerpo. Hizo un gran esfuerzo para no desviar la mirada de sus ojos y así evitar la tentación que sentían sus dedos de pasar por todo su cuerpo y secar cada gota con ellos. Locura transitoria debía llamarse a aquello. Ella no se sentía atraída por hombres como aquel, que seducía a montones de mujeres como hobby. Era más sensata que todo eso.
Sí, se lo pensó mejor y empezó a ponerse la falda y el top para irse.
—¿No querías una toalla? —inquirió con una ceja levantada. Era evidente que él no gastaba mucho de eso.
Negó con la cabeza de forma enérgica. Tenía que irse de allí cuanto antes. Ni siquiera se calzó las sandalias. Cuando consiguió ponerse la ropa, a pesar de la humedad de su cuerpo y el calor que sentía por tenerle tan cerca, se pasó las manos por el pelo e hizo lo que pudo para evitar que cayeran gotas por todo el camino hasta su habitación.
—Así voy bien —dijo muy segura de sí misma. O al menos lo intentó con todas sus fuerzas.
Él no pareció muy conforme. Podía verlo en su expresión de suficiencia. Luna soltó un gruñido sin poder evitarlo. Argg…, los hombres y sus armas de seducción; tan seguros de sí mismos y de sus atractivos cuerpos. Se creen que todas las mujeres tienen que caer ante sus encantos. Pues con ella había ido a chocar. Iba a bajarle todos esos humos que tenía. Bien merecidos, pero eso no venía al caso.
Se agachó a coger sus sandalias y vio que Adrián daba un paso hacia ella. Se incorporó sin dejar que viera que la afectaba más de lo que deseaba. No eran los típicos nervios, sino otra cosa. Algo que no quería sentir.
—Puedes quedarte si quieres —soltó con voz seductora y esa mirada penetrante y tan perturbadora.
La temperatura de ambos subió. Luna le maldijo en su interior por trastocar así sus hormonas. Tenía que meterlas en vereda porque por nada del mundo, sucumbiría ante semejante personaje.
Sonrió con ironía.
—Mira, puedes meterte tus trucos baratos por donde te quepan.
Luna se felicitó por mantener su voz con un tono neutro y algo burlón, a pesar de que sentía la boca seca y el corazón palpitando con fuerza.
La sorpresa inicial, fue sustituida en los ojos azules de Adrián, por el interés más genuino que había sentido en años. Perplejo aún por el fresco descaro de Luna, se quedó mirándola mientras se daba la vuelta y se marchaba. Nunca había conocido a una mujer que rechazara sus insinuaciones y mucho menos con ese desparpajo. Pero era algo que se podía arreglar.
El plan le iba a salir rodado y sin haberlo previsto así de antemano, iba a tener la oportunidad de poner a prueba todo su arsenal de seducción.
A la mañana siguiente, con caras de haber dormido pocoporque en realidad había sido así, Luna y Tania bajaron al restaurante para desayunar. La economía daba para poco, así que tenían que aprovechar el régimen de todo incluido que habían pagado. De no ser así, se habrían quedado durmiendo hasta un par de horas antes de la fiesta de esa noche. Pero no. A las nueve de la mañana había sonado el despertador. Luna aún se preguntaba a quién se le había ocurrido programarlo; si estaban en vacaciones, la idea era olvidarse de horarios…
Suspiró de manera sonora mientras se iba directa a la mesa con el café y las tazas.
Luna estaba tan alterada por lo ocurrido en la piscina, que no había podido conciliar el sueño. Tania llegó a las dos de la madrugada y cuando se lo contó, ya no pensaron en dormir. Ahora se daban cuenta de que quedarse hablando durante horas y horas, podían haberlo dejado para esa mañana, mientras tomaban el sol. Sin embargo, lo único que les apetecía era volver a la cama.
Las enormes gafas de sol que llevaba Luna, ocultaban en gran parte sus menudos rasgos ligeramente bronceados. No pensaba quitárselas mientras estuvieran en el hotel. Por nada del mundo le apetecía encontrarse con Adrián, pero si eso sucedía, al menos pasaría desapercibida. O eso intentaba. Tania por su parte, la miraba y negaba con la cabeza, sin duda pensando que estaba pasándose un poquito con todo aquello. Hacía muchísimo que no la veía comportarse de ese modo. Se preguntaba qué clase de hombre había llegado a perturbar tanto a su mejor amiga.
Por suerte para Luna, no hubo ni rastro de Adrián en ningún momento. Bajaron a la playa un rato pero estaban tan cansadas que volvieron pronto para comer y descansar un rato.
Tenían cita en la peluquería antes de ir a la fiesta, por lo que no tardaron en arreglarse para salir hasta allí. Tomaron una cena ligera en el hotel y esperaron en recepción a que Rubén las recogiera.
—¿Cómo es que tu chico no ha venido a verte en todo el día? —inquirió Luna con sorna.
La sonrisa que le dedicó su amiga, fue espléndida. Menudo cuelgue, pensó. Esperaba que no fuera nada serio, porque solo estarían un par de semanas y no quería que se fuera con el corazón partido. Estaba preocupada.
—Le dije que hoy íbamos a pasar el día juntas y además, él tenía algunas cosas que preparar con su amigo —explicó con el ceño fruncido—. Está muy misterioso. Sonríe de una manera muy peculiar cuando intento sonsacarle algo de la fiesta. Me da miedo que vaya a ser una gran orgía con cámaras y todo eso.
Lo dijo tan seria, que Luna se echó a reír.
Riñendo a Tania porque se le iba a correr el rímel, le dijo que no soltara más sandeces. Seguro que la cosa no iba por ahí. Rezó para que no se equivocara. Cierta aprensión le caló los huesos. Se obligó a respirar hondo y para no pensar mucho en eso, se dedicaron a sacarse fotografías para subirlas a Facebook. Sería como un resurgir para ella.
Ya estaba bien de guardar luto. Claro que no sabía si en realidad lo había hecho por Hugo o por sí misma. El caso es que se acabó, se dijo interiormente. Iba a tratar de ser ella misma aunque no tuviera ni idea de quién diablos era esa persona. Bien podía ser el momento de intentar averiguarlo. La playa siempre tenía un efecto tranquilizador en ella. Así había sido desde niña y parecía que por fin superaba su aprensión tras el accidente de Hugo. Menos mal, porque la playa siempre le había atraído.
Se sintió relajada y siguió haciendo el bobo con Tania. Se lo estaban pasando de maravilla. Se echó el pelo hacia atrás y dejó que unos mechones sueltos quedaran sobre sus mejillas. Se ajustó los tirantes del vestido y miró el escote que le hacía. Un poco más de lo que le gustaba mostrar, se dijo.
Haciendo una pose, se preguntó si el modelito sería apropiado.
—Estás genial, Luna.
—¿No crees que es un poco corto? Y puede que, ¿demasiado elegante? —murmuró indecisa aún—. Parece que vamos de boda.
—Rubén me advirtió que esta fiesta es muy especial. Creo que hay un cumpleaños de por medio.
—¿Qué? —gritó Luna.
—No estoy segura, ya sabes que no quiere soltar prenda.
—Pues tal vez no deberíamos ir. ¿Vamos a presentarnos en una fiesta privada del cumpleaños de sabe Dios quién y sin regalo?
—Venga relájate, se trata del dueño del hotel. Nos han invitado y además, el que no ha querido avisarnos es él, por lo que es problema suyo. Por cierto, vamos a echarnos una foto para que se vea tu pintalabios rojo —soltó Tania como si tal cosa—. Nunca te he visto así de arreglada y esto hay que inmortalizarlo.
—Claro, por eso lo he hecho. Para que podamos hacer un selfie y luego ponerlo en nuestra foto de portada.
Hizo un mohín, pero en realidad no estaba molesta, solo algo inquieta. No sabía qué se encontraría, más aún por ser la fiesta del dueño del hotel. Estaba algo nerviosa, pero estaba a punto de averiguar de qué iba todo ese misterio. Rubén aparecía en ese momento por allí y las piropeó a las dos, lo que las dejó encantadas.
Tania llevaba un vestido por encima de la rodilla y palabra de honor en tono crema y muy elegante, hacía juego con su piel clara y su corto pelo rubio. Sus ojos azules brillaban y destacaban por su vibrante energía esa noche. Ella se había puesto unos botines con mucho tacón y abiertos por la punta. Parecía una modelo y Rubén no podía quitarle los ojos ni las manos de encima.
Luna se sentía segura de sí misma a pesar de llevar unos tacones negros de infarto a juego con el vestido. Se sabía atractiva esa noche y eso le infundía cierta valentía que ella intuía que era solo una fachada ante sí misma para no temblar como un flan y caer presa del pánico. Pero bueno, todo fuera por causar buena impresión en la fiesta.
A saber quién y cómo sería él. O el resto de invitados.
Subieron al coche de Rubén y quedaron impresionadas por el elegante y cómodo Lexus que conducía. Desde luego el chico se lo montaba bien, pensó Luna. Ella subió atrás mientras que Tania ocupó el asiento del copiloto. Desvió la mirada hacia la ventanilla cuando se percató de que estaban haciendo manitas de forma disimulada.
Eran unas vistas bonitas aunque a esas horas casi no se veía nada. Pero aún asomaban con timidez, los rayos del sol en el horizonte. Una puesta de sol que le hizo olvidar sus preocupaciones. Al menos por el momento.