Capítulo 14
—BIENVENIDA a la mansión de los Derby —dijo Sinjun con frialdad mientras ayudaba a Christy a bajar del carruaje y la guiaba hacia los escalones de entrada.
La puerta se abrió y Sinjun la hizo pasar. Ella se zafó de su agarre y lo miró fijamente. Lo que iba a decir, fuera lo que fuera, se le quedó en la garganta cuando se cruzó con la fiereza de sus ojos. Era como entrar de cabeza en un infierno en llamas. Christy nunca lo había visto tan enfadado, ni siquiera el día que llegó a Glenmoor y la reconoció.
Tenía el rostro como esculpido en piedra, vacío de cualquier emoción mientras la miraba fijamente. Christy se dio cuenta de pronto de que no estaban solos. Un hombre alto y delgado que llevaba la librea de los Derby aguardaba atento al lado de la puerta. Ella le dirigió una sonrisa tímida. El hombre correspondió con el brevísimo movimiento de una ceja.
—Pemburton —comenzó a decir Sinjun—, quiero presentarte a tu nueva señora. Lady Derby, mi esposa.
La compuesta expresión de Pemburton se aflojó debido al impacto.
—¿Vuestra… vuestra esposa, mi señor? —balbuceó.
—Sí. Lady Derby ha viajado desde Escocia para reunirse conmigo. Convoca al servicio. Los quiero a todos alineados en el vestíbulo en quince minutos para conocer a su nueva señora.
—Como digáis, mi señor —entonó el habitualmente imperturbable Pemburton desapareciendo en la oscuridad de la casa. Aunque el pobre hombre había intentado no mostrarse alterado, Christy sospechaba que estaba aturdido ante su inesperada llegada.
—¿Por qué le has dicho eso? —inquirió Christy—. No soy tu esposa y lo sabes.
—Estás equivocada, Christy —respondió Sinjun irritado—. No he llevado el acuerdo de nulidad a los tribunales. Siento desilusionarte, pero sigues casada. Si ya te has casado con el jefe de los Cameron, eso te convierte en bígama. Y si te has acostado con él, eso te convierte en una p…
La rabia hizo explosión en el cerebro de Christy cuando echó el brazo hacia atrás y le propinó una bofetada.
—¡Malnacido! —susurró apretando los dientes—. ¡Cómo te atreves a insultarme! Bastardo. Canalla. Granuja. Miserable. ¿Con cuántas mujeres te has acostado desde que saliste de Escocia?
Sinjun se llevó la mano a la enrojecida mejilla.
—Te aconsejo que no intentes volver a hacer esto —le espetó—. Eres tú quien querías disolver nuestro matrimonio. Tú escribiste esa maldita carta. Ni siquiera tuviste la delicadeza de contarme cómo murió nuestro hijo —Sinjun la agarró de los hombros y la agitó con fuerza—. ¿Acaso creías que no me importaba?
—Ejem… mi señor, mi señora… los sirvientes están reunidos, tal como habíais pedido.
El rostro de Christy se encendió. No estaba bien por parte de ninguno de los dos discutir delante del servicio. No podía permanecer en aquella casa, con un marido que la odiaba y con un hijo en otro sitio que la necesitaba. Ajeno a todo, Sinjun comenzó con las presentaciones como si nada hubiera ocurrido.
La mujer gruesa con lentes era la señora McBride, la cocinera. Luego había tres vivarachas doncellas irlandesas, Peggy, Megan y Bridie. Los dos jóvenes hermanos, Jesse y Jerry, ayudaban en los trabajos más duros de la cocina y cargaban equipajes cuando hacía falta. John el cochero, a quien Christy ya conocía, estaba a cargo de los establos. Pemburton, según supo, llevaba la casa y al personal con mano de hierro.
Cuando le dijeron que escogiera a una doncella entre las tres jóvenes, Christy escogió a Peggy, una morena frescachona de brillantes ojos azules. Tras las presentaciones, el servicio se marchó, dejando a Christy y a Sinjun solos para que continuaran con su discusión.
—Te enseñaré tu habitación —dijo él obligándola a subir por la escalera que se curvaba.
Christy esperó a estar dentro del enorme y elegante dormitorio antes de girarse hacia Sinjun.
—¿Por qué estás haciendo esto?
—Has decidido venir a Londres, así que doy por hecho que deseas retomarlo donde lo dejamos.
—Esa no es la razón por la que estoy en Londres.
—¿Y por qué has venido, mi amor? —la mirada de Sinjun recorrió su estilizada figura, deteniéndose en sus grandes senos durante un incómodo instante antes de volver a clavarse en su rostro.
—Tener un hijo ha cambiado… ciertas cosas en ti —dijo—. No recuerdo que estuvieras antes tan bien dotada.
"Tú también estarías bien dotado si tuvieras los pechos llenos de leche y a punto de reventar", pensó Christy con aspereza.
—Tengo que irme, Sinjun. Gavin y Effie estarán preocupados por mí.
—Saben dónde encontrarte. ¿Qué ha sido de Rory y Margot? Esperaba verlos contigo.
—Margot está esperando un hijo —Christy miró fijamente a Sinjun—. A diferencia de otros hombres que conozco, Rory quería estar con ella cuando naciera.
—¡Maldita sea, Christy! Ya sabes por qué tuve que irme. Tenía toda la intención de regresar, pero entonces recibí tu carta. No sabía que estuvieras tan enamorada de ese jefe de los Cameron. ¿Por qué no está aquí contigo?
Christy trató de encontrar respuestas para las preguntas de Sinjun, pero su corazón no tuvo fuerzas para seguir mintiendo.
—Calum está en Escocia. Yo… no congeniábamos.
—Así que has vuelto a Londres a recuperarme —la acusó Sinjun con sorna.
—¡No! Eso no es verdad.
—¿Por qué has venido a Londres? ¿Tienes pensado escoger otro marido de entre mis amigos? ¿Rudy, tal vez?
—¡No necesito un marido! —incapaz de soportar sus falsas acusaciones, Christy se dirigió hacia la puerta—. Me niego a quedarme aquí un instante más de lo necesario.
Sinjun estaba ya delante de ella, apoyado contra el panel de la puerta con los brazos cruzados y una sonrisa socarrona.
—Dime qué te ha traído a Londres.
—Nunca fue mi intención que nuestros caminos volvieran a cruzarse.
—¡Mentirosa! —gritó Sinjun—. ¡De haber querido evitarme, no habrías acudido al baile! Christy lo miró desafiante.
—Eso fue un error, y no pienso decir nada más. Apártate de la puerta.
El mal humor de Sinjun se disparó. Ninguna mujer lo había rechazado así en toda su vida. Pero a pesar de su rabia, de la confusión, su cuerpo se moría de deseo. Recordaba a Christy tal y como había sido la noche anterior. Ansiosa, apasionada, una llama de fuego entre sus brazos. De pronto se sintió vivo de nuevo. El aire que los rodeaba estaba cargado de energía. El cuerpo le vibraba con una languidez seductora que le entrecortaba la respiración y le intensificaba los sentidos.
La emoción le aceleró el latido del corazón. Necesitaba estar dentro de ella. El deseo rugió como un fuego salvaje a través de su sangre. Lo único que le impedía desnudarla y llevarla a la cama era la certeza de que nada de lo que le había contado Christy tenía sentido. Le había dicho tantas mentiras en el pasado que a Sinjun le costaba trabajo distinguir la verdad de la fantasía.
—Quiero la verdad, Christy. Sé que estás ocultando algo. ¿De qué se trata? ¿A quién estás protegiendo?
Christy palideció.
—Yo… yo… —el infierno era preferible a lo que ella estaba pasando en aquel momento.
—¿Cómo murió mi hijo? ¿Tuve un niño o una niña? Me debes algunas respuestas.
—Un niño —le espetó Christy—. Ni siquiera llegó a respirar. Lo enterramos el mismo día.
Sinjun pareció romperse por dentro, y Christy sintió cómo su propio corazón se rompía. Era como si de golpe se hubiera abierto una compuerta en su interior, y de pronto supo que no podía continuar así. La falsedad era un pecado terrible. Aquella mentira que le había contado hacía mucho tiempo a Sinjun había ido creciendo hasta que las falsedades se fueron apilando una sobre otra. Dios nunca la perdonaría. Nunca se había considerado a sí misma una mala persona, pero sabía que Sinjun la juzgaría con dureza.
—¡Dulce Virgen María! No puedo seguir así. Lo siento, Sinjun, lo siento.
Las lágrimas le resbalaron por las mejillas mientras miraba de frente a su marido. Lo que Sinjun pensara de ella no era nada comparado con cómo se juzgaba a sí misma.
—He mentido, Sinjun. He mentido mucho. Es hora de decir la verdad. No puedo engañarte con…
—¿Engañarme con qué? —tenía la voz dura, áspera, de juez. Christy sintió de pronto mucho frío al escuchar su tono. Que el hombre que amaba la despreciara era el peor de los infiernos. ¿Cómo podría explicarse? ¿Cómo podía hacerle entender que había hecho todo lo posible por salvarle la vida? Tal vez si viera primero a su hijo no la odiara tanto.
—Te debo la verdad, Sinjun, y la tendrás —comenzó a decir Christy—. Deja que regrese a mi alojamiento para… recoger algo que me he dejado allí, y entonces lo sabrás todo.
Sinjun soltó una carcajada amarga.
—Debes creer que soy un estúpido. Si dejo que te vayas de mi vista, desaparecerás otra vez.
¿Acaso le importaba eso a él?
—¿Y a ti qué más te da? —si todavía le quedaba el más mínimo rescoldo de cariño por ella, encontraría en su corazón la manera de perdonarla.
Sinjun se encogió de hombros. Aquel gesto tan simple y despreocupado acabó con cualquier esperanza que Christy pudiera haber alimentado.
—Eres mi esposa. Tengo derecho a saber qué me ocultas antes de mandarte de regreso a Glenmoor. Tener a mi esposa en Londres restringiría mi estilo de vida. Nombraré otro administrador para que se ocupe de mis intereses y te eche un ojo a ti. No quiero volver a oír que la embustera de mi esposa me está engañando con otro hombre.
—¿Y qué pasa con la nulidad?
—Olvídate de la nulidad. Me perteneces tanto si estás en Londres como en Glenmoor.
—Por favor, déjame volver a mi alojamiento, Sinjun. Te prometo que no desapareceré. Una hora, eso es lo único que te pido —le suplicó Christy, que estaba desesperada por volver a casa para alimentar a su hijo—. Cuando vuelva te explicaré lo de la carta… y todo lo demás.
Sinjun se la quedó mirando con una de sus oscuras cejas arqueadas.
—¿Otra mentira, mujer?
Christy sacudió la cabeza.
—En esta ocasión no, Sinjun. Confía en mí por esta vez.
Christy contuvo la respiración, consciente de la lucha que estaba librando Sinjun en su interior. Sabía que no le había dado ningún motivo para que confiara en ella, pero esta vez era diferente. No quería que hubiera más mentiras entre ellos. Sinjun debió leer la verdad en sus ojos, porque asintió, aunque parecía todavía algo escéptico.
—Muy bien, Christy. Te llevaré a tu alojamiento y te esperaré dentro. Si no cumples tu promesa, te sacaré a rastras de donde te hayas escondido. ¿Lo has entendido?
Christy entendía más de lo que le hubiera gustado. Había agotado la paciencia de Sinjun, y él le había dado todo el margen de movimientos que se merecía.
—Entendido.
Unos minutos más tarde se dirigían calle abajo en el coche en dirección a casa de Christy.
—No hace falta que me acompañes hasta dentro —dijo ella cuando llegaron a su alojamiento.
—¿Has estado viviendo aquí? —preguntó Sinjun torciendo el gesto para mostrar su desaprobación ante el lugar que había escogido para alojarse. Christy observó el mal estado de la fachada del edificio con los ojos de Sinjun y se dio cuenta de lo que debía parecer a alguien acostumbrado a mucho más.
—No está tan mal. El vecindario es agradable.
Sinjun no respondió mientras la ayudaba a bajar del carruaje agarrándola del brazo, como si temiera que saliera corriendo. La guió escaleras arriba y abrió la puerta. Christy entró y fue de pronto consciente de la diferencia entre el gigantesco vestíbulo de la mansión de los Derby y el lúgubre recibidor de su humilde morada.
—¡Christy! —gritó Effie corriendo escaleras abajo para salir a su encuentro—. Gavin me ha contado lo de Su Excelencia y estábamos muy preocupados. ¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo ha…?
Las palabras de Effie quedaron interrumpidas a mitad de frase cuando Sinjun salió de detrás de Christy.
—Recuerdas a lord Derby, ¿verdad? —preguntó Christy para llenar el vacío.
Effie se inclinó haciendo una reverencia.
—Buenos días, Su Excelencia.
—Acompaña a lord Derby a la salita, Effie, y sírvele algo de beber mientras yo… recojo mis cosas.
—Pero Christy, ya he guardado yo todas las pertenencias que trajiste de Glenmoor.
Christy fingió no oírla mientras pasaba por delante de Effie y subía las escaleras.
Sinjun estaba convencido de que Christy ocultaba algo… o a alguien. ¿Al jefe de los Cameron, tal vez? ¿No acababa de decir Effie que ya había recogido sus cosas? Sinjun esperó a que Effie saliera de la triste salita antes de actuar siguiendo un impulso y seguir a Christy escaleras arriba. Se detuvo en el rellano superior, frunciendo el ceño al escuchar el suave lloriqueo que procedía de una de las habitaciones. Siguió el sonido hasta una de las tres puertas cerradas que había en el piso de arriba. Sin molestarse en llamar, giró el picaporte y entró de golpe.
Lo que vio fue excesivo para su mente, que no pudo registrarlo. Palideció completamente y se tambaleó hasta apoyarse contra la puerta. Christy estaba sentada en una silla al lado de la ventana sujetando un bulto entre los brazos. Sinjun deslizó la mirada hasta el bulto; se retorcía y emitía sonidos de succión que se parecían sospechosamente a… los de un bebé mamando. Asombrado, alzó la vista y se cruzó con la desafiante mirada verde de Christy.
—¿De quién es ese bebé? —él lo sabía, oh, sí, lo sabía, pero tenía que oírlo él mismo de los mentirosos labios de Christy.
—Puedo explicarlo, Sinjun.
—Lo dudo, madame, pero en cualquier caso, procede.
—¿Te gustaría ver a tu hijo?
—¿Mi hijo? —repitió él claramente estupefacto.
—Sí, Sinjun. Un muchacho sano y fuerte.
Clavado al suelo, Sinjun era incapaz de respirar, y mucho menos de moverse. Recordó todas esas semanas en las que había llorado la muerte de su hijo y el corazón se le llenó de resentimiento. ¿Cómo podía Christy hacerle eso? La ira lo lanzó hacia delante, la furia le hizo arrancar al niño del pecho de su madre. Privado de alimento, Niall abrió la boca y lloró.
—Devuélvemelo, Sinjun —le exigió Christy—. Ya ha esperado bastante para poder comer.
La oscura mirada de Sinjun se deslizó hacia su pecho desnudo. Una gota de leche colgaba de su engordado pezón, y sintió cómo se le apretaba la entrepierna a pesar de la ira. Apartó con dificultad la vista del copioso banquete del seno de Christy y se quedó mirando a su hijo, que no paraba de berrear. Sinjun abrió su corazón y el amor encontró el camino para entrar. Un amor puro y conmovedor que no había experimentado nunca antes. Su hijo era el niño más hermoso que había visto jamás. Tenía el cabello oscuro, los ojos grandes y marrones y una boquita redonda ribeteada por los residuos de la leche de Christy. Y un cuerpecito robusto, por lo que podía apreciar.
Su hijo. No estaba muerto, sino muy vivo. Apartó la vista del niño y se encontró con Christy mirándolo fijamente. Un extraño espesor le cerró la garganta mientras miles de emociones contrapuestas se enfrentaban en su interior. Aunque deseaba flagelar a Christy con duras palabras, sólo le vino una a la cabeza.
—¿Por qué?
—Te lo voy a explicar todo, pero ahora dame a mi hijo. Todavía tiene hambre.
Sinjun le devolvió el niño a su madre con evidente renuencia. En cuanto se lo puso al pecho, cesaron sus quejidos lastimeros. Sinjun lo miró mamar durante un largo y silencioso momento antes de dejarse caer en una silla cercana. No se le ocurría una razón aparte del odio para explicar que Christy hubiera optado por decirle que su hijo había muerto. ¿Qué había ocurrido cuando él se marchó de Glenmoor para que cambiara así? ¿Dónde encajaba el jefe de los Cameron en todo aquello?
Sinjun permaneció en silencio mientras el bebé mamaba para no molestar a su hijo. Pero en cuanto apartó la boca del pezón de Christy y cerró los ojos, Sinjun se lo quitó a Christy de los brazos.
—¿Dónde está la cuna?
—Al otro lado de la puerta. Tiene su propia habitación.
Sinjun colocó a su dormido hijo en la cuna y regresó con Christy. Cualquier atisbo de ternura había desaparecido de su rostro. Podía perdonarle a Christy muchas cosas, pero esta no era una de ellas. La encontró sentada exactamente donde la había dejado, con los senos pudorosamente cubiertos y la cabeza inclinada, como si cruzarse con su mirada le resultara demasiado doloroso.
—Voy a llevarme a mi hijo —dijo Sinjun sin más preámbulo.
Christy levantó la cabeza.
—¡No! No te lo permitiré. ¿Qué voy a hacer sin él?
—Me importa un maldito bledo lo que hagas, señora. Yo no soy ningún ángel, pero lo que tú has hecho sobrepasa cualquier cosa que yo haya llevado a cabo en mi vida.
—Niall me necesita. Todavía le estoy dando el pecho. No puedes apartarlo de mí.
—¿Se llama Niall? Qué amable por tu parte ponerle a mi hijo un nombre escocés. Puedo hacer lo que me de la real gana, y no habrá tribunal en todo el Reino Unido que no me apoye. No me resultará difícil encontrar un ama de cría. Nos las arreglaremos muy bien sin ti.
—¿Ni siquiera quieres oír mi explicación?
Sinjun clavó en ella una mirada de acero.
—La verdad es que no. Has conspirado para mantener a mi hijo alejado de mí, eso es lo único que cuenta —se dio la vuelta para marcharse.
—¡Espera! Niall no te conoce. Me echará de menos. Por favor, Sinjun, no hagas esto. Deja que esté con Niall. Seré su niñera. Puedes fingir que existo sólo para cuidar de mi hijo. Sin él me moriré.
—Regresa a Escocia, a tu casa. El clan te necesita. Toma a Calum como amante. Y que él te haga un hijo.
—¡Desprecio a Calum! —las lágrimas le resbalaban por las mejillas—. Casi tanto como te despreciaré a ti si me apartas de Niall. Tal vez si me dejas explicarte…
—Ya es demasiado tarde para explicaciones.
Sinjun se reprendió mentalmente a sí mismo por permitir que las lágrimas de Christy le afectaran. Debería llevarse a su hijo y mandarla al diablo. Pero la expresión de su rostro atravesó sus líneas de defensa. En realidad, no estaría mal que Christy alimentara a su hijo hasta el destete. Entonces la enviaría de regreso a Glenmoor, el lugar al que pertenecía.
—Prepara a Niall —le espetó—. Nos vamos ahora mismo.
—Gracias —susurró Christy limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.
—No estoy haciendo esto por ti, Christy. Tienes razón en que Niall es demasiado pequeño para separarse de su madre, por eso te permito quedarte con él por ahora. Puedes vivir en mi casa hasta que destetes a Niall.
—Sinjun, si quisieras escucharme…
—Tal vez algún día tenga ganas de escucharte, pero ahora no. Prepara a Niall mientras yo informo a Gavin y a Effie de mi decisión. Cuando lleven tus cosas a la mansión de los Derby podrán decidir si regresan a Escocia o entran a formar parte de mi personal de servicio. Depende de ellos.
Christy lo vio marcharse. Tenía los hombros rígidos, resultaba palpable la tensión de su cuerpo. Sabía que tenía todo el derecho del mundo a estar enfadado, pero ese truhán arrogante tendría que haber escuchado su explicación. En menudo lío se había metido. Había sucedido justo lo que más temía. Sinjun quería quedarse con su hijo, pero la madre de su hijo le importaba un bledo.
Effie entró de golpe en la habitación, interrumpiendo los sombríos pensamientos de Christy.
—Ay, Christy, ¿qué vamos a hacer? Lord Derby nos ha dicho que tenemos que llevar tus cosas a su casa. Dice que podemos regresar a Glenmoor o entrar a trabajar a su servicio.
—Sinjun quiere quedarse con Niall —dijo Christy mordiéndose el labio inferior para contener las lágrimas—. La única razón por la que va a llevarme con él es para que alimente a Niall. Me odia, Effie, tal y como yo me temía.
—¿Por qué no le has dicho la verdad? Tendría que saber que mentiste para salvarle el pellejo.
—No quiere escucharme.
—No voy a dejarte, Christy. Ni Gavin tampoco. Alguien tiene que cuidar de ti y del bebé.
—Yo no os pediría algo así, Effie. La decisión es vuestra.
—Ya hemos tomado una decisión. Eres la MacDonald. Nos necesitas. Y ahora será mejor que Niall y tú bajéis. Su Excelencia está esperando.
Cuando llegó al final de las escaleras, Christy se encontró a Sinjun recorriendo arriba y abajo el vestíbulo. La recibió con una breve inclinación de cabeza y le quitó al niño de los brazos. Christy trató de sujetarlo con fuerza, pero la severa mirada de Sinjun la llevó a aceptar su autoridad… por el momento.
Porque no estaba tratando con una mujer débil, y Christy no estaba tan dispuesta a aceptar sus condiciones como había dejado ver. Apretó los dientes con gesto de frustración mientras Sinjun la hacía salir por la puerta y la ayudaba a subirse al carruaje. Cuando le puso a Niall en los brazos, Christy lo estrechó con fuerza y le dio gracias a Dios porque su hijo y ella siguieran juntos.
La mansión de los Derby era tres veces más grande que la modesta casa que ella había alquilado, pero a Christy no le impresionó la lujosa decoración ni las elegantes habitaciones. No era Glenmoor. Confortable y sin pretensiones, Glenmoor era su hogar, y ella añoraba las colinas cubiertas de brezo y los verdes valles. Quería criar a Niall lejos del hedor de Londres, en un lugar donde pudiera correr libremente por la tierra que algún día sería suya.
—Me encargaré de contratar una niñera para mi hijo —dijo Sinjun mientras subían las escaleras que llevaban a la habitación de Christy.
—No hace falta —replicó ella—. No me gusta la idea de que una desconocida se ocupe de mi hijo. Effie y Gavin han decidido quedarse en Londres. Niall ya conoce a Effie, y es una magnífica niñera.
—Supongo que servirá —accedió Sinjun—. Niall y ella pueden ocupar la habitación pequeña que hay frente a la tuya, al otro lado del pasillo. Gavin puede quedarse en la sala de las cocheras con mi cochero. Les pagaré a los dos un sueldo adecuado.
—Gracias —dijo Christy—. Como parece que mi presencia te ofende, procuraré mantenerme apartada de tu camino.
Sinjun le lanzó una mirada agria.
—Ahora mismo no sé qué sentimientos despiertas en mí, así que creo que es mejor que por el momento nos evitemos. Sin embargo, veré a mi hijo cuando me apetezca. Avisaré a Effie o lo visitaré en su habitación cuando tú estés ocupada en otra cosa.
—¿Voy a estar confinada en mi habitación? —preguntó Christy, que no estaba muy segura de haberlo entendido.
—Por supuesto que no. No soy un monstruo. Podrás entrar y salir siempre que lo desees. Me ocuparé de proporcionarte unos ingresos que podrás gastar a tu gusto. Puedes encargar lo que quieras en la modista que escojas y cargarlo a mi cuenta. No importa lo que sienta hacia ti, sigues siendo mi esposa. Cuando vuelvas a Glenmoor tampoco te faltará de nada.
—¿Y qué me dices de ti, Sinjun? ¿Qué clase de ejemplo vas a darle a nuestro hijo? ¿Seguirás por el camino de destrucción en el que te has iniciado? Beber, jugar, salir con prostitutas, ¿son esas las cualidades por las que quieres que te recuerde tu heredero cuando ya no estés? Puede que lord Pecado sea un buen nombre para un granuja, pero no resulta aceptable para un padre.
Sinjun le lanzó una mirada helada.
—¿Cómo te atreves a sermonearme? Toda tu vida está basada en mentiras. Desde el día en que nos conocimos, no has dicho la verdad ni una sola vez.
—Puedo explicártelo todo.
—No me interesa. Ahora te voy a dejar para que te instales. Yo no suelo estar en casa a la hora de la cena, así que te sugiero que cenes sola en tu habitación. Daré instrucciones al servicio. Cualquier cosa que necesites, habla con Pemburton. Él se encarga de todo aquí.
Christy pasó el resto del día instalándose en su nuevo alojamiento. Supervisó que colocaran la cuna de Niall en el cuarto del niño y le pidió a Pemburton que le consiguiera una cama a Effie. Peggy le llevó la comida, y después de darle el pecho a Niall y dejarlo durmiendo la siesta, Pemburton le preguntó si quería dar una vuelta por la casa. Christy no sabía si a Sinjun le parecería bien y tampoco le importaba. Si iba a vivir allí, más le valía familiarizarse con lo que la rodeaba. El personal de servicio la recibió con bastante más aceptación de lo que lo había hecho Sinjun. De hecho, eran bastante amables. La señora McBride, que al parecer llevaba toda la vida al servicio de Sinjun, le expresó su deseo de que el amo sentara por fin la cabeza ahora que tenía una familia. Incluso el viejo y formal Pemburton no paraba de sonreírle, como si esperara que obrara un milagro. Y todo el mundo, hasta última de las doncellas, estaban encantados y cautivados con Niall.
La mansión de Sinjun era magnífica. Todas las habitaciones estaban ricamente amuebladas y relucían de limpias, debido sobre todo, suponía Christy, a la supervisión de Pemburton. Se llevó una sorpresa al comprobar que los aposentos de Sinjun estaban al lado de su habitación. Antes no había visto aquella puerta sabiamente disimulada. Soltó una risita amarga, consciente de que aquella puerta nunca se utilizaría. Sinjun no la necesitaba en ese sentido. Tenía mujeres de sobra para satisfacer su lujuria. Ella estaba allí únicamente para alimentar a su hijo. Le había dejado muy claro que cuando ya no fuera necesaria para el bienestar del niño, la enviaría de regreso a Glenmoor.
Aquella noche le llevaron la cena en una bandeja. Christy apenas probó bocado, aunque tenía un aspecto magnífico y olía de maravilla. No era comida lo que necesitaba, sino el amor de Sinjun.
Sinjun hizo su ronda habitual aquella noche. Se acercó a White's, no encontró nada que le interesara, acudió a una fiesta que organizaban los Hampton y terminó en Brooks, donde se sentó a jugar unas cuantas manos de naipes. A eso de le medianoche, cuando la mayoría de la gente consideraba que la noche no había hecho más que empezar, Sinjun estaba más sobrio que un juez y aburrido como una mona.
En honor a la verdad, había hecho un esfuerzo por alejarse de Niall aquella noche. Todo lo que se refería al niño le intrigaba. No paraba de darle vueltas al hecho de haber tomado parte en la creación de un ser humano tan perfecto. Todavía le dolía que Christy hubiera intentado privarle de su hijo. No podía mirarla sin recordar su falsedad.
Y pensar que antes creía estar enamorado de ella… Entonces estaba deseando regresar a Glenmoor tras el juicio de sir Oswald, pero luego llegó aquella maldita carta. Suponía que tendría que haber oído la explicación de Christy, pero no podía soportar seguir escuchando sus mentiras.
De camino a casa decidió parar en Almacks y participar del bufé.
Fue un error. Lady Violet se lanzó sobre él en cuando entró por la puerta.
—¡Sinjun! Confiaba en que pasaras esta noche por aquí —le dijo atropelladamente—. ¿Te has enterado de que lord Fenton y yo hemos terminado? Soy libre de nuevo, y estoy deseando volver a retomar nuestra amistad —se inclinó sobre él, tanto que su empalagoso perfume se apoderó de sus sentidos—. Fenton no puede compararse contigo como amante. Nadie puede.
Sinjun se la quedó mirando fijamente. No se sentía en absoluto tentado.
—Estoy casado, Violet. ¿O acaso lo has olvidado?
Violet se encogió de hombros.
—A mí no me importa realmente, ¿y a ti?
Los ojos de Sinjun adquirieron un brillo especial al imaginar a su inocente hijo tumbado en la cuna, y de pronto le importó mucho. Un padre sumido en el libertinaje no era el legado que quería dejarle a su hijo. Tal vez hubiera llegado el momento de que lord Pecado se retirara.
—De hecho, sí me importa —dijo Sinjun—. ¿Sabías que tengo un hijo?
—¿De tu esposa? —preguntó Violet claramente asombrada.
—Si estás insinuando que mi hijo es ilegítimo, te equivocas. Niall es legítimo —le informó Sinjun.
—Pero, ¿cómo…?
—Sin duda no creo que tenga que explicarte a ti la mecánica, mi señora —dijo Sinjun con un punto sarcástico—. Si me disculpas, he visto a alguien con quien debo hablar.
Sinjun sintió los ojos de Violet clavados en su espalda mientras se alejaba. Lo cierto era que no había nadie con quien quisiera hablar, se trataba de una excusa. Quería irse a casa. Sintió la súbita necesidad de mirar el rostro dormido de su hijo. Se le pasó por la cabeza un pensamiento terrible. ¿Y si Christy se había llevado a Niall? ¿Tendría que haber ordenado que la vigilaran? No permitiría nunca que volviera a separarle de su hijo, ¡nunca!
Poco tiempo después, Sinjun entraba en su casa. Se llevó una sorpresa al ver a Pemburton esperándole, algo que ya no solía hacer nunca.
—Qué sorpresa, Pemburton —le dijo—. ¿Ocurre algo?
El mayordomo le dirigió una mirada de censura.
—Lady Derby ha cenado sola en su habitación y se ha retirado temprano. No es una bienvenida apropiada para una recién casada.
Aunque Pemburton no dijo nada más, su disgusto resultaba evidente en la inclinación de su cabeza y la rigidez de los estrechos hombros. El primer impulso de Sinjun fue llamarle la atención por su temeridad, pero el mayordomo llevaba tanto tiempo a su servicio que no debería sorprenderse por nada que Pemburton pudiera decir.
—Te olvidas de que Christy ya no es una recién casada, Pemburton. Llevamos más de quince años casados. Tiempo suficiente sin duda para haber tenido un hijo juntos.
—Como vos digáis, mi señor —Pemburton aspiró con fuerza el aire por la nariz—. ¿Os ayudo a desvestiros?
—Soy perfectamente capaz de quitarme yo solo la ropa —respondió Sinjun con sequedad—. Buenas noches, Pemburton.
—Buenas noches, mi señor. Ah, por si os interesa, lady Derby no ha probado esta noche bocado de la cena.
Sinjun se dispuso a subir las escaleras, preguntándose cómo había hecho Christy para ganarse la lealtad del personal de servicio cuando llevaba menos de veinticuatro horas en su casa. Ralentizó los pasos al pasar por delante de su puerta, deteniéndose al ver la delgada línea de luz que se escapaba por debajo. No esperaba que estuviera despierta, y estuvo a punto de cometer el error de girar el picaporte y entrar.
Pero lo que hizo fue dirigirse al cuarto de su hijo, que estaba al otro lado del pasillo. Luego recordó que Effie compartía habitación con él y pensó que no era una buena idea despertarla a aquellas horas de la noche. Así que siguió hacia su propio dormitorio.
Una vez dentro, su mirada no hacía más que desviarse a la puerta que conectaba su habitación con la de Christy. Le dio la espalda deliberadamente y se desvistió. Se puso el batín y se acercó al aparador para servirse una copa. Buscó la licorera. Le temblaba la mano, y se giró en seco para mirar fijamente la puerta. Llevado por una fuerza más poderosa que el latido del corazón que le daba vida, Sinjun se acercó despacio a la puerta y giró el picaporte. Se abrió sin hacer ruido, y él miró al otro lado.
Sus ojos dieron rápidamente con Christy, y todo su cuerpo reaccionó en violenta respuesta. Estaba sentada en una silla delante del fuego, dándole de mamar a su hijo con los senos de alabastro brillando pálidamente bajo la luz de las llamas.