Capítulo 5
SENTADA en un banco con vistas al lago, Christy cruzó las piernas por debajo de su cuerpo, se arrebujó la capa sobre los estrechos hombros y se quedó mirando fijamente el agua que reflejaba el color de las nubes grises que avanzaban sobre su cabeza. Christy amaba aquella tierra. Los páramos cubiertos de brezo, las escarpadas montañas, incluso la neblina que se agarraba a la tierra y colgaba sobre el lago. Dejó escapar un profundo suspiro mientras sus pensamientos vagaban hacia Londres y hacia Sinjun. Habían transcurrido dos meses desde que le dejó, pero parecía una eternidad.
No habían sido dos meses fáciles. El tiempo no había ayudado, y el camino en coche de regreso a casa la había tenido en un constante estado de náusea. Los caminos llenos de surcos y cubiertos de barro habían convertido el viaje en algo peligroso, y la situación con la que se encontró al llegar a Glenmoor resultó explosiva.
Calum Cameron había estado creando problemas en su ausencia. Cuando Christy le explicó que Sinjun y ella se habían reconciliado y habían llegado a un acuerdo amigable en lo concerniente a su matrimonio, se había quedado lívido. Esperaba que regresara de Londres siendo una mujer libre y que lo aceptara a él como esposo.
Contarle a Calum y a los miembros de su clan que estaba esperando un hijo de Sinjun no había sido fácil. Se había escuchado un grito de incredulidad y decepción. Estaba claro que nadie quería creer que estuviera embarazada del hijo de un inglés.
—Pensé que te encontraría aquí.
Christy dio un respingo, sorprendida al ver a Calum casi encima de ella.
—No deberías acercarte tan sigilosamente a la gente. Me has dado un susto de muerte.
Calum, un gigante corpulento de cabello castaño enmarañado y músculos sobresalientes, se agachó a su lado. Christy se apartó instintivamente. No podía decirse que tuviera miedo de Calum, pero la expresión de sus ojos azules le ponía nerviosa. Podía llegar a ser un enemigo muy poderoso.
—Tenemos que hablar.
—¿Sobre asuntos del clan? —preguntó Christy fingiendo que no entendía lo que quería decirle.
Calum recorrió su figura con una fría mirada azul cargada de odio.
—No. Sobre nosotros.
—No existe un "nosotros", Calum. Tengo marido. Llevo casada casi tres cuartas partes de mi vida.
—Tú sabes que los miembros del clan no aceptan a ese cerdo inglés como tu marido. No podemos olvidar que nos arrebataron la tierra y nos negaron la libertad el día que nuestros padres fueron derrotados en Culloden. Tu propio padre y tus hermanos murieron ese día. Lord Derby nos avergüenza a todos con su falta de interés por su esposa y por sus tierras.
—Te he dicho que lord Derby y yo ya no somos unos desconocidos. Estoy esperando un hijo suyo.
La expresión de Calum se volvió feroz.
—¿Y dónde está ese malnacido, entonces? ¿Por qué no está aquí contigo? Estás mintiendo, muchacha. No existe ningún hijo ni ninguna reconciliación. Ningún inglés te merece.
La pesada mano de Calum se posó con fuerza sobre su hombro. Christy se estremeció pero no le hizo más concesiones a su fuerza.
—Tú ya sabes que te quiero, muchacha.
—Lo que quieres es convertirte en jefe —respondió ella—. Es lo único que siempre has querido. Las Tierras Altas no volverán a ser nuestras mientras vivamos si depende de los ingleses.
—El clan necesita un hombre que encabece la lucha contra la opresión y los injustos tributos que llenan los bolsillos de lord Derby.
Christy se enfureció.
—¿Qué puedes hacer que no se haya intentado ya? He protestado verbalmente ante sir Oswald. Incluso hemos aplazado los tributos trimestrales.
—Un hombre podría encabezar una rebelión. Yo encabezaría una rebelión —aseguró él mientras su enorme pecho se henchía de orgullo.
—¿Y qué conseguiríamos con eso? —le retó Christy—. Se perderían muchas vidas, vidas inocentes, tal vez incluso las de las mujeres y los niños. ¿No aprendiste nada de Culloden?
—Aprendí a no fiarme de los ingleses, muchacha. Te olvidas de que yo también perdí a mis seres queridos ese día. ¿Por qué no me dices la verdad, Christy? Nunca te encontraste con tu esposo, ¿verdad? No estás esperando ningún hijo, ¿no es cierto?
Christy suspiró. No quedaba más remedio. Había llegado el momento de demostrar que no había mentido respecto a su condición.
—Dame la mano, Calum.
—¿Para qué?
—Tú dame la mano.
Calum extendió una zarpa callosa, y Christy la guió hacia la hinchazón que tenía bajo la cintura. Aunque no estaba muy pronunciada, era dura y redonda y no podía confundirse más que con lo que era, una criatura creciendo bajo su corazón. Los ojos de Calum se volvieron tan duros como diamantes y apartó bruscamente la mano, como si se hubiera escaldado. Tenía una expresión tan fiera que Christy temió que fuera a golpearla.
—¡Maldita seas por toda la eternidad, Christy MacDonald! ¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué has actuado como una prostituta con un cerdo inglés?
Christy alzó la barbilla con gesto desafiante.
—Sinjun y yo estamos casados. Llegamos a un acuerdo, Calum. Ya que él prefiere quedarse en Londres y yo en Glenmoor, estamos conformes en vivir separados. Me ha dado licencia para gobernar Glenmoor como me plazca. Habrá un heredero MacDonald que ocupará mi lugar cuando yo ya no esté —prometió llevándose la mano al vientre.
—¿Y si tienes una niña?
—¿Y qué si así fuera? ¿Acaso no soy yo la heredera de mi abuelo? El sexo del bebé no supondrá diferencia alguna.
—Tu abuelo no te hizo ningún favor —aseguró Calum con acritud—. Tendría que haberme nombrado a mí su heredero.
Christy se revolvió indignada.
—Sigues sin entenderlo, ¿verdad? La tierra ya no es nuestra, no podemos reclamarla. Se la arrebataron al clan como castigo por su apoyo al príncipe Carlos, el aspirante al trono. ¿No prefieres tener un amo ausente antes que uno que te gobierne con puño de hierro? Mi hijo se convertirá algún día en jefe. Heredará Glenmoor de su padre y un MacDonald volverá a ser el dueño de esta tierra.
—Es una abominación que los ingleses posean suelo escocés —murmuró Calum sombríamente—. Se suponía que tú debías pedirle a tu esposo la nulidad y exigirle que redujera los altos tributos que le pagamos. Pero, ¿qué has hecho tú? Meterte en su cama como una yegua en celo. ¿Es que no tienes vergüenza, Christy MacDonald? Tu esposo es un acosador de mujeres, un libertino, un hombre sin escrúpulos ni moral. Tú no le importas nada.
Christy se estremeció. Las palabras de Calum encerraban mucha verdad. Sin duda Sinjun se habría olvidado de que existía unas horas después de que desapareciera. No temía en absoluto que Sinjun apareciera en Glenmoor. Si por casualidad tratara de encontrarla, algo que dudaba seriamente, la buscaría en Cornwall, no en Glenmoor.
Christy trató de no imaginarse a Sinjun con otras mujeres, pero resultaba imposible pensar en lord Pecado sin verlo con una hermosa mujer colgada del brazo o en su cama. ¿Volvería con lady Violet? ¿O se buscaría una nueva amante para presumir de ella delante de la alta sociedad?
—Lo que digas tal vez sea cierto, Calum, pero la nulidad ha dejado de ser una opción. Estoy esperando un hijo de lord Derby. Nada de lo que puedas hacer o decir cambiará ese hecho.
Calum se incorporó con brusquedad.
—Eso ya lo veremos, muchacha. Los miembros del clan te esperan en Glenmoor. Los MacDonald, los Cameron, los Ranald y los Mackenzie. Han venido a protestar por los tributos excesivos. Será mejor que vayas e intentes tranquilizarlos.
El tiempo, que unas horas atrás se había mostrado meramente amenazador, se volvió de pronto oscuro y premonitorio. Antes de que llegara a la vieja fortaleza en la que había nacido, los cielos se abrieron.
Glenmoor era un lugar desolado, pensó Sinjun mientras su coche traqueteaba por el casi inexistente camino que llevaba a la fortaleza. El tiempo se había vuelto áspero, y la lluvia caía a cántaros sobre la tierra.
—Un país abominable y un clima espantoso —murmuró Sinjun maldiciendo a su malintencionada esposa, que lo había llevado hasta aquella tierra inhóspita. Si no le hubieran obligado a viajar a las Tierras Altas para averiguar si los rumores respecto a Christy eran ciertos, tal vez habría ido a Cornwall en busca de Flora. Había tratado de repetirse que ella no le importaba, pero en lo más profundo de su corazón sabía que no era así. Dios, recordaba cada detalle. La sedosa textura de su piel, la manera en que sus pezones se alzaban al mínimo roce, la húmeda estrechez de su cuerpo cuando se deslizaba en su interior.
Sinjun gimió y se ajustó los pantalones para acomodar su creciente erección. El mero hecho de pensar en ella provocaba que su miembro se endureciera como un puñal. Había pensado que su regreso a la mala vida apartaría sus pensamientos de la mujer que se había apoderado por completo de su imaginación, pero se equivocó. Estaba enfadado, seguía muy enfadado. Flora había conseguido importarle, y no sabía cómo manejar el rechazo. Nunca más permitiría que volviera a importarle una mujer. No era un hombre violento, pero estaba tan furioso con Flora que en caso de encontrársela en aquel momento no respondía de sus actos.
El coche se detuvo ante los escalones de piedra de Glenmoor. Sinjun se bajó de un salto y le dio instrucciones a John el cochero para que guardara a los caballos bajo techo y después se presentara en la cocina para comer algo caliente. Luego se dirigió a subir los escalones. Abrió la pesada puerta de madera y se encontró con un auténtico caos. El vestíbulo principal estaba repleto de hombres, mujeres y niños. Una cacofonía de voces enfadadas retumbaba por los muros. Sinjun sintió curiosidad y se acercó más. Nadie se percató de su presencia cuando se detuvo justo en el centro del vestíbulo para escuchar.
—¡Nuestra gente no podrá sobrevivir al invierno si pagamos los tributos que nos exigen! —exclamó un hombre en voz alta.
—¡Nuestros hijos morirán de hambre! —intervino una mujer—. ¿Qué clase de monstruo condena a unos niños inocentes a la muerte?
—¡Lord Derby, ese es el monstruo! —proclamó otro hombre subiéndose a una mesa para hacerse oír mejor—. Los ingleses han saqueado nuestra tierra, han desposado a las hijas huérfanas de nuestros nobles y nos han dejado sin nada, excepto nuestro orgullo. Cuando el recolector de tributos vuelva por aquí, debemos desafiar su autoridad.
—Sir Oswald ha regresado a Inglaterra —exclamó otro hombre—. ¡Ya era hora!
—Enviará al ejército del rey —dijo una mujer sollozando—. Que Dios se apiade de nosotros.
—Lo que el clan necesita es un hombre que nos dirija —aseguró el escocés que estaba subido encima de la mesa—. Esa MacDonald es demasiado débil para liderar el clan.
Como si fueran uno solo, la multitud comenzó a gritar:
—¡Calum! ¡Calum! ¡Calum!
Calum alzó las manos para acallarlos.
—Sí, decidle a la MacDonald a quién queréis por jefe. El señor inglés no ha puesto un pie en Glenmoor desde que se casó con ella.
—¡Calum! ¡Calum! ¡Calum!
Sinjun observó sin salir de su asombro cómo Calum bajaba de un salto y subía a una mujer encima de la mesa, para que todos pudieran verla. La mujer le daba la espalda a Sinjun mientras se enfrentaba a los furiosos hombres del clan. Así que aquella era su esposa, pensó sin ninguna emoción mientras ella levantaba las manos para pedir silencio. Entonces habló, y en los oídos de Sinjun comenzó a escucharse un rugido.
—Yo soy la MacDonald —dijo Christy cuando disminuyó el enfadado murmullo—. No debemos perder la cabeza. No es momento para una rebelión. Habrá un baño de sangre. Las mujeres perderán a sus hombres, tal vez incluso su propia vida. Los niños se quedarán sin padre ni madre. Mientras yo siga siendo la jefa, no habrá rebelión.
—No podemos pagar unos tributos tan elevados —gritó un hombre.
—¿Estás dispuesto a sacrificar tu vida, Donald Cameron? —le retó Christy—. Tu esposa y tus hijos pasarán hambre si pierden el sustento que tú les proporcionas.
—Para ti es muy fácil hablar —fue la enfurecida respuesta de Donald—. Tú está exenta gracias a tu esposo. No tienes que pagar tributos ni rentas. Yo digo que apartemos a la MacDonald y escojamos otro jefe para nuestras filas.
—Escuchadme todos —Christy se llevó la mano al vientre—. Voy a dar a luz al heredero MacDonald—. Él o ella será vuestra protección en el futuro. Por el momento, lo único que puedo decir es que lord Derby se ha comprometido a revisar los tributos injustos.
Sinjun contuvo el aliento, sobresaltado. ¡Conocía aquella voz! Poco a poco fue reconociendo otros aspectos de la MacDonald. Las resplandecientes ondas de cabello cobrizo, las estilizadas curvas, el porte regio… ¡Por todos los diablos! Flora. Pero no, Flora no, sino Christy MacDonald, su mismísima esposa. ¡Y estaba esperando un hijo suyo! Sinjun apretó los puños a los costados y el rostro se le sonrojó. ¡Cómo se atrevía a hacerle esto! ¡Cómo se atrevía a conspirar a sus espaldas!
Todo lo que le había contado era mentira. Quién era, dónde vivía, lo de su esposo anciano… Tenía un marido, cierto, pero ni era viejo ni estaba senil. Si hubiera querido dejar embarazada a su propia esposa, lo habría hecho mucho tiempo atrás. Pero que lo hubiera engañado así resultaba ultrajante. Y bastante inquietante.
Se la quedó mirando en furioso silencio. Los ojos de Sinjun se transformaron en pedacitos de hielo, y la recorrió con la mirada desde la cabeza hasta los pies. ¿Por qué tenía que estar tan guapa? Llevaba colgado del hombro un trozo de la tela escocesa de los MacDonald. Su cabello cobrizo estaba recogido en una trenza, y en la cabeza lucía la boina de jefa, adornada con una única pluma.
Sinjun se sintió utilizado, inútil, como si hubiera perdido el control de su vida. Sintió deseos de atravesar con fuerza la multitud de gente y agitarla hasta que le castañearan los dientes. Esa bruja perversa se le había metido bajo la piel como nunca lo había hecho ninguna otra mujer. Al recordar lo consternado que se había quedado tras su partida, su ira se intensificó. Su precipitada marcha lo había dejado vacío y en súbita posesión de una conciencia, algo que lord Pecado había conseguido evitar durante toda su vida.
De pronto Christy se dio la vuelta, como si hubiera presentido su presencia. Sinjun vio cómo abría los ojos de par en par, vio cómo pronunciaba su nombre. Un murmullo se extendió por el vestíbulo cuando se percataron de la presencia de Sinjun. Alguien susurró su nombre, y se extendió por la sala como un reguero de pólvora. Pero Sinjun no oía nada, no veía nada más que a Christy, que se tambaleaba peligrosamente sobre la mesa.
La multitud se apartó cuando él comenzó a avanzar. Su rostro no era capaz de ocultar la rabia y el odio que crecían en su corazón. Estaba a mitad de camino cuando Christy se balanceó peligrosamente cerca del extremo de la mesa. Sinjun soltó una maldición y echó a correr. Consiguió sujetarla apenas unos segundos antes de que cayera al suelo.
—¿Dónde está su habitación? —le preguntó Sinjun a nadie en particular.
Margot dio un paso adelante.
—Seguidme, Excelencia.
Calum se cruzó súbitamente en su camino.
—¿Sois vos lord Derby?
—Sí. Déjame pasar.
—¿Y qué pasa con los tributos? Los habéis aumentado hasta llegar a un punto en que no podemos pagarlos sin que nuestras familias sufran.
—Hablaremos de eso más tarde —dijo Sinjun apartándolo—. Muéstrame el camino, Margot.
Margot se acercó a toda prisa a una escalera de caracol hecha en piedra y abrió la puerta que daba a una inmensa habitación situada en lo alto. Sinjun llevó a Christy a la cama y la colocó sobre el colchón de plumas. Luego dio un paso atrás y la observó con los ojos entornados.
—¿Le ocurre esto con frecuencia? —le preguntó a Margot.
—No, Excelencia, es la primera vez. Veros a vos en Glenmoor ha sido una conmoción para ella.
—No me sorprende —respondió Sinjun con sequedad mientras le dirigía a Margot una mirada de censura—. Tú has sido su cómplice en esta artimaña.
Margot se puso tensa.
—Sí. Es la única manera de que Christy mantenga a Calum y a los demás a raya. Querían que solicitara la nulidad del matrimonio y se casara con un escocés. Calum estaba tan decidido a convertirse en jefe que Christy temía que pudiera… forzarla y hacerse con el poder.
Sinjun alzó al instante las cejas.
—¿Forzarla a acostarse con él?
—Sí. Así funciona en las Tierras Altas —su voz se endureció—. Esto es todo culpa vuestra, Excelencia. Tendríais que haber consumado vuestro matrimonio hace años.
—Así que Christy y tú ideasteis un plan para que la dejara embarazada —la acusó Sinjun—. Menuda historia habéis tramado.
—Sí, así fue. Teníamos que hacer algo para evitar que Calum la tomara por la fuerza y para que el clan escogiera un nuevo jefe. Ella confiaba en que tener un hijo vuestro dejaría las cosas claras de una vez.
Un movimiento de la cama hizo que Sinjun volviera a fijarse en Christy. Tenía los ojos abiertos y lo miraba fijamente.
—¿Por qué has venido? —consiguió decir mientras intentaba incorporarse.
—Quédate tumbada —respondió Sinjun acostándola de nuevo—. Déjanos solos, Margot.
—No. No voy a dejaros a solas con ella.
—No voy a estrangular a tu señora, aunque debo confesar que ganas no me faltan.
Margot vaciló.
—¡Vete! —bramó Sinjun.
Margot se giró y salió volando de allí.
—No tenías por qué asustarla —protestó Christy.
—A esa no le asusta nada —se mofó Sinjun mientras se sentaba al borde de la cama—. ¿Te encuentras mejor?
Christy se incorporó, apoyándose contra el cabecero de la cama. Esta vez Sinjun no se lo impidió, pero su gesto fiero hizo poco por tranquilizarla.
—Estoy bien.
—Creo que me debes una explicación —dijo Sinjun con sequedad.
La estaba mirando como si la odiara, y Christy sintió que se le encogía el corazón. ¿Cómo iba a conseguir hacerle entender?
—Sé que debes odiarme —comenzó a decir.
—Eso como mínimo —ironizó Sinjun—. No puedes siquiera imaginarte cómo me sentí cuando me di cuenta de que Flora y Christy eran la misma mujer. Me sentí utilizado, y no es un sentimiento agradable. Me mentiste, y yo te creí como un estúpido enamorado.
Christy observó su rostro y se dio cuenta de que estaba feliz de volver a verle a pesar de su furia. El corazón le latía con más fuerza y en sus venas bailaba la excitación. Sentía la piel tirante y cálida y el cuerpo ardiente. Aquello no podía ser, se reprendió mentalmente. Apretó los labios con fuerza y endureció su corazón contra él. Un hombre como lord Pecado no le traería más dolor.
—¿Para qué has venido? Si te hubieras quedado en Londres, nunca habrías sabido quién soy.
—He venido porque escuché rumores de que mi esposa virgen estaba esperando un hijo —le espetó—. Debería haberte interrogado más profundamente en Londres. Qué estúpido fui al tragarme ese camelo de un esposo incapaz de concebir un heredero. Tendría que haberme dado cuenta de que todo no era más que un atajo de mentiras, ningún marido le daría permiso a su esposa para que le engañara. Y pensar que me remordía la conciencia después de tu partida…
Christy no se amilanó ante su furia.
—¿Crees que los habitantes de las Tierras Altas no estamos al tanto de lo que ocurre en Londres? La reputación de lord Pecado llega hasta la remota Glenmoor. Hasta aquí han venido visitantes de Londres encantados de ponerme al día de tus hazañas. Cuando supe la clase de hombre en la que te habías convertido no tuve remordimientos en mentirte. ¿Me habrías hecho el amor de haber sabido que era tu esposa?
—¡Esa pregunta no es justa!
—Tú nunca has sido justo conmigo, Sinjun —se defendió Christy—. ¿Por qué debería preocuparme yo de lord Pecado cuando él se lo estaba pasando como en su vida, revolcándose en el libertinaje y revoloteando de amante en amante mientras yo trataba de evitar que el clan declarara una rebelión abierta? A ti no te importan en absoluto Glenmoor ni nuestros problemas. Has aumentado los tributos hasta unos niveles inconcebibles para financiar tus vicios.
—Si los tributos han aumentado, yo no tuve nada que ver con esa decisión. Julian se ocupa de esos asuntos por mí.
Christy sacó las piernas fuera de la cama y se puso de pie.
—¿Siempre evades tus responsabilidades?
—¡Malditas seas! —le espetó Sinjun—. Hasta que tú apareciste en mi vida, las cosas transcurrían con relativa paz. Julian se encargaba de todos los asuntos económicos familiares y de las cuestiones legales.
Christy lo miró de frente con los brazos en jarras.
—Y eso te dejaba más tiempo para satisfacer tus excesos, claro. A diferencia de ti, yo tengo responsabilidades y me debo a ellas. Ha habido ocasiones en las que he necesitado el consejo de un esposo, pero, ¿dónde estabas tú? O jugándote el dinero de Glenmoor, que tanto ha costado conseguir, o paseándote por ahí con tu amante de turno. Ni una sola vez desde que se celebró nuestro desafortunado matrimonio has pensado en mí. Eres un libertino con los instintos de un semental en celo.
Los ojos de Sinjun brillaron peligrosamente.
—Te he permitido gobernar Glenmoor como te placiera.
—Y hubiera seguido haciéndolo si no hubieras decidido aparecer en el momento más inoportuno.
Sinjun le señaló directamente el vientre.
—Mi administrador escuchó rumores de que Christy MacDonald estaba esperando un hijo, y me apresuré a venir para averiguar la verdad por mí mismo. He traído incluso una orden de nulidad por si tenía que librarme de una esposa infiel en caso de que el rumor resultara ser cierto.
Ella soltó una carcajada amarga.
—¿Te dolió pensar que tu esposa estaba siguiendo tus pasos? Eres un auténtico hipócrita.
—En el caso de un hombre es diferente —mantuvo Sinjun. Pero cambió bruscamente de tema antes de que Christy pudiera ridiculizar su fallida teoría—. Dime la verdad, Christy. ¿El hijo que esperas es mío? ¿O dentro de tu vientre está creciendo el bebé de otro hombre?
—¡Cerdo inglés! —maldijo Christy—. Por supuesto que el niño es tuyo. ¿Cómo puedes ponerlo en duda? Oh, cómo lamento el día que me convertí en tu esposa.
—No más que yo —murmuró Sinjun sombríamente.
—Por desgracia ya no es posible la nulidad del matrimonio —le recordó Christy—. Hemos consumado nuestra unión y estoy embarazada del futuro MacDonald.
—Estás esperando un Thornton. Llevará uno de mis títulos menores hasta que herede el mío.
Christy se mordió el labio para evitar soltar un grito de frustración delante de Sinjun. Su hijo se quedaría en Escocia con ella independientemente de lo que Sinjun decidiera respecto a su matrimonio. El futuro MacDonald pertenecía a las Tierras Altas, y tenía que estar con los suyos.
—Muy bien —le soltó Christy—. Ahora puedes darte la vuelta y marcharte. No te necesito.
—Eso seré yo quien lo decida.
Consternada por la arrogancia de Sinjun, Christy estaba deseando que se fuera. O eso trató de decirse a sí misma. ¿Cómo podía pensar que estaba enamorada de aquel libertino imposible al que sólo le importaba su propio placer?
—No quiero que te quedes aquí.
Sinjun torció el gesto.
—Me iré cuando esté dispuesto a ello, y no antes. Los hombres de tu clan parecen disgustados contigo. Creo que me quedaré un tiempo por aquí. Tal vez pueda ser de alguna ayuda. Esta vez voy a interesarme por mi tierra.
—Puedo manejar a los miembros de mi clan sin tu ayuda —mantuvo Christy.
—¿Y si la guarnición inglesa de Inverness se entera del malestar que hay en Glenmoor? Aplastarán el levantamiento antes de que los hombres de tu clan puedan armarse.
—Puedo manejarlos —insistió ella.
Sinjun le clavó la vista en el vientre.
—¿Puedes? Cuando entré escuché que les decías que habías hablado conmigo sobre bajar los tributos. Es extraño, porque no recuerdo haber mantenido esa conversación.
—Tenía que decirles algo. Mi intención era escribir una carta de protesta.
Sinjun frunció el ceño.
—Me pregunto por qué Julian no mencionó nunca ese aumento de los tributos. Después de todo, Glenmoor es mío.
—Qué amable por tu parte que lo recuerdes —se mofó Christy—. ¿Cómo tienes pensado ayudar a sus hambrientos habitantes?
Sinjun dio un respingo. Le dolía que ella tuviera en tan poca consideración su capacidad para aceptar responsabilidades. Gruñó para sus adentros, recordando las veces en las que había hablado en Londres con tanto desprecio de su esposa escocesa y de sus posesiones. Christy debió morderse entonces la lengua para evitar arremeter contra él.
Sinjun observó su rostro como si tratara de desvelar los secretos de su alma. Sus brillantes ojos verdes presentaban un desafío que no podía ignorar, y sus labios carnosos provocaban y atraían al mismo tiempo.
Recordó cómo aquellos mismos labios se habían abierto dulcemente para él. Cómo su lengua había explorado todos sus tentadores secretos. Cómo ella lo había atraído con destreza hacia su red de mentiras. Le había dejado creer que la había seducido, y estaba asombrado de la facilidad con la que había caído bajo su embrujo. Se había tragado sus mentiras, todas y cada una de ellas. ¡Dios, qué estúpido había sido! Lord Pecado, el maestro de la seducción. Menuda broma.
Sinjun deslizó los ojos entrecerrados por encima de ella, y la encontró tan hermosa y deseable como la recordaba. Su ira se acrecentó. Se suponía que no debía saber nada de aquel hijo, y eso lo enfurecía todavía más. Siempre había tenido cuidado de retirarse antes de derramar su semilla, pero Flora le había pedido fehacientemente un hijo, y él había deseado apurar el placer hasta expulsar de su cuerpo la última gota.
¡Maldita fuera! Vio cómo lo observaba a su vez con ojos desconfiados y el cuerpo en tensión. ¿Qué esperaba que fuera a hacerle? ¿Atacarla? Sinjun mantuvo la mirada en sus labios, y de pronto supo lo que quería hacer. Ella era su esposa, ¿verdad? Como si le hubiera leído el pensamiento, Christy dio un paso atrás. Sinjun avanzó hacia ella.
Christy se zafó.
—¿Qué es lo que quieres?
Sinjun sonrió mientras le pasaba el brazo por la cintura y la atraía hacia el inflexible muro de su pecho.
—¿No vas a darle la bienvenida a tu esposo como se merece?
Los ojos de Christy brillaron desafiantes.
—¿Por qué debería hacerlo?
—En Londres te gustaba bastante. Éramos amantes. He explorado cada centímetro de tu cuerpo y tú del mío. Sé cuando complazco a una mujer, y tú disfrutaste de mí tanto como yo de ti. Niégalo si quieres, pero estarías mintiendo.
—Por supuesto que quería algo de ti —se defendió Christy—. ¿No lo entiendes? Buscaba un heredero para Glenmoor. Calum me habría tomado contra mi voluntad si no te hubiera engañado para que consumaras nuestro matrimonio y me dieras un hijo.
—Nadie se lleva lo que es mío —aseguró Sinjun con fiereza, sorprendido de su propia vehemencia. Durante años no le había dedicado ni un solo pensamientos a su esposa. Escocia y Christy no eran más que un recuerdo borroso. Pero ahora, tras haberla tenido en su cama tres meses, el hecho de pensar que otro hombre pudiera hacerle el amor lo hacía enfurecer de rabia.
—Deja que me vaya, Sinjun.
—No. Querías un esposo y ahora tendrás que soportar a uno.
Un gruñido sordo le surgió del pecho cuando colocó la boca sobre la de Christy. "A ver si ahora se resiste", pensó. Podía hacerse la novia remilgada todo lo que quisiera, pero él sabía que no era así. Era una joven ardiente, y lo deseaba tanto como él a ella. Los labios de Sinjun poseyeron los suyos con labios duros y castigadores. Su intención era besarla con la suficiente fuerza como para enseñarle una lección de obediencia, pero entonces su aroma lo envolvió y Sinjun se olvidó de todo excepto del calor de su cuerpo, de los labios dulcemente curvados bajo los suyos y de aquel perfume excitante que lo había perseguido en sueños.
Le abrió los labios con la lengua y saboreó la dulzura de su boca. Christy se resistía, maldita fuera. Había que reconocerle un orgullo implacable, porque realmente trató de apartarlo de sí. Sinjun la estrechó con más fuerza entre sus brazos, disfrutando de aquel sabor único. Los recuerdos de su explosiva pasión lo atravesaron como rayos. Sus senos, que se acomodaban perfectamente a sus manos, la tirante envoltura de su miembro, el modo en que se arqueaba contra él cuando se movía en su interior. Las noches de pasión en su cama, sus cuerpos bañados por el sudor moviéndose al unísono en perfecta armonía. Todo lo recordaba con creciente ardor.
De pronto, Christy le dio un empujón fuerte y se apartó de él temblando, con los ojos abiertos de par en par y la preocupación reflejada en ellos. Jadeaba, y el pecho le subía y le bajaba a cada respiración que tomaba.
—¡No! No permitiré que me hagas esto.
Sinjun se puso tenso, su estado de excitación se vino abajo.
—¿Hacerte qué, esposa? No es nada que no hayamos hecho con anterioridad.
—Yo era entonces una persona distinta. Tú deseas una esposa tan poco como yo deseo un marido. Que cada uno se vaya por su lado en términos amistosos.
Sinjun maldijo entre dientes.
—Estás esperando un hijo mío. Hace falta algo más que una amistad para concebir un bebé. ¿Por qué fingir que nunca hemos sido amantes?
—Porque se ha terminado, Sinjun —respondió ella con brusquedad—. Yo conseguí lo que quería y tú tuviste una amante dispuesta durante un tiempo. Nadie tiene por qué enterarse de lo del niño si no quieres. Nunca volveré a Londres y sé cuánto odias tú las Tierras Altas. Si alguna vez encuentras una mujer con la que desees casarte, puedes divorciarte de mí. Seguro que las influencias de lord Mansfield te allanarán el camino.
¡Por todos los diablos! ¿Por qué tenía que sonar tan fría y lógica?
—Lo primero que voy a hacer es mandarle un mensaje a Julian respecto al aumento de los tributos. Sir Oswald estará ya a estas alturas de regreso en Londres. Unas cuantas preguntas sobre la subida servirán para aclarar el asunto. Mientras tanto, tengo que hacer algo para calmar a los rebeldes de tu clan. ¿Te sientes con fuerzas como para acompañarme al vestíbulo?
—Estoy perfectamente. Lo que me hizo desmayarse fue el impacto de verte en Glenmoor. Estoy de lo más sana.
Sinjun deslizó la mirada por su figura.
—Desde luego, tienes un aspecto muy saludable. Aunque "luminoso" sería la palabra más adecuada para describirlo —le ofreció el brazo—. No pienses ni por un minuto que las cosas se han arreglado entre nosotros, Christy. Estoy enfadado. Muy enfadado. No tenías derecho a sacar de mí lo que me quitaste.
Christy aceptó su brazo de mala gana. Sinjun creyó que la había reprendido como debía hasta que ella le lanzó este disparo antes de ponerse en marcha.
—¿Tenías en mente a otra mujer que no fuera tu esposa para que te diera un hijo?
Sinjun se negaba a que lo azuzaran. Christy ya lo había masticado para después escupirlo. ¿Cuánto más tendría que soportar? Ninguna mujer le había tratado tan mal como su propia esposa. Desde el momento en que puso sus ojos por primera vez en Christy MacDonald, supo que aquella salvaje de siete años le causaría problemas. Nunca imaginó que cuando creciera se convertiría en una belleza provocadora con un cuerpo capaz de tentar a un santo. Y el buen Dios sabía que él no era ningún santo.
Se había encaprichado de su propia esposa. Menuda vuelta de tuerca. Pero Sinjun no iba a seguir haciendo el tonto. Sus sentimientos se habían enfriado considerablemente tras descubrir a quién exactamente había convertido en su amante en Londres. Lo que sentía ahora era rabia por que le hubieran utilizado y le hubieran mentido. Por desgracia, aunque le costara admitirlo, todavía la deseaba.
Encontraron a los miembros del clan de Christy dando vueltas por el vestíbulo, murmurando entre ellos y bebiendo un poderoso brebaje escocés hecho de cebada, capaz de conseguir que un hombre fuerte terminara debajo de la mesa en menos de una hora. Las conversaciones se interrumpieron cuando Christy y él entraron. El estado de ánimo general seguía siendo tenso, la gente se mostraba hosca y retraída.
Sinjun sintió un escalofrío que le recorrió la espina dorsal y supo instintivamente que no tenía ningún amigo allí. Aquel pensamiento le dolió, y de pronto algo cambió en su interior. ¡Maldición, aquella tierra era suya! La responsabilidad era para él un concepto tan ajeno que tardó un instante en digerir su recién descubierto sentido de la lealtad hacia aquellos habitantes de las Tierras Altas a los que había despreciado durante la mayor parte de su vida. Creía que la conciencia en su caso era algo que había muerto años atrás.
—¿Te ha hecho daño este desgraciado de corazón negro? —preguntó Calum abriéndose camino a través de la multitud para llegar hasta Christy.
—Estoy bien, Calum —lo tranquilizó ella—. Ha sido un impacto ver a lord Derby aquí tan pronto después de haberlo dejado en Londres, eso es todo.
Calum le lanzó a Sinjun una mirada cargada de odio.
—Ya que estáis aquí, Excelencia, deberíais saber cómo nos sentimos.
—Os escucho —respondió Sinjun cruzándose de brazos.
—Soy Calum, jefe del clan de los Cameron —dijo Calum dándose importancia—. La MacDonald es nuestra jefa, y los miembros del clan están preocupados por su bienestar. Vos no habéis sido un buen marido para ella. No os queremos aquí. Marchaos y dejadnos en paz.
Sinjun se puso a la defensiva.
—Glenmoor y sus tierras me pertenecen. Y te guste o no, soy el esposo de tu jefa.
Un grupo de escoceses contrariados rodeaba a Calum. Eran los Cameron, que querían darle su apoyo. Eran todos hombres grandes e intimidantes, pero Sinjun no era ningún cobarde. Se mantuvo en su sitio con el cuerpo en tensión y las manos colocadas en la empuñadura de su espada.
La sonrisa de Calum no alcanzaba sus ojos entornados.
—A veces ocurren accidentes, Excelencia. Sería muy sencillo librar a Christy de un esposo que no desea tener.
Sinjun le lanzó a Christy una mirada heladora.
—¿Estás seguro de que no desea tenerme? Tal vez deberías preguntárselo a ella. Matadme y os garantizo que un enjambre de soldados del rey ocupará Glenmoor —le advirtió.
Se hizo un silencio tenso mientras los escoceses reflexionaban sobre las palabras de Sinjun.
—¡Escuchadme todos! —exclamó Christy en medio de la tensa atmósfera—. Aquí no se habla de asesinatos, Calum Cameron. Sinjun es mi esposo, y estoy esperando un hijo suyo. Marchaos todos a casa. No hay nada más qué discutir.
—Esperad —ordenó Sinjun—, hay algo más que quiero deciros. No sé por qué se os aumentaron los tributos, pero tengo intención de averiguarlo.
—¡No ha sido sólo este año —gritó Donald—, sino también el pasado, y el anterior!
Sinjun frunció el ceño, preguntándose por primera vez por qué Julian no había mencionado el hecho de que había estado aumentando los impuestos en sus tierras. Normalmente le comentaba los asuntos relacionados con Glenmoor antes de actuar.
—No conozco la respuesta, pero lo averiguaré. Cuando mi cochero parta mañana rumbo a Londres, llevará un mensaje para mi hermano en el que le pido que se ocupe de este asunto. Mientras tanto, no se le exigirá a nadie el pago de ningún tributo este trimestre. Además, visitaré personalmente vuestras casas para ver qué puedo hacer para mejorar vuestras condiciones de vida.
Su discurso fue recibido con una aprobación cautelosa a pesar de la abierta hostilidad del clan Cameron al completo.
—Esperaré a ver cuánto hay de verdad en vuestras bellas palabras antes de dictar sentencia —gruñó Calum inquieto.
Luego se dio la vuelta y salió del vestíbulo como una exhalación.
La multitud se dispersó rápidamente después de eso, dejando solos a Sinjun y a Christy.
—Eso ha sido muy generoso por tu parte —dijo ella con una nota de severa aprobación en el tono de voz—. Pero, ¿podemos confiar en la palabra de un inglés?