6
Un ejercicio revelador
A la mañana siguiente, los distintos invitados que habían acudido al banquete la noche anterior fueron reuniéndose poco a poco para gozar de un magnífico desayuno. River ya estaba acostumbrado a la falta de protocolo que reinaba en el castillo, pero Killian, cuya educación social había sido exhaustiva en las tierras paternas, aún se sorprendía de la familiaridad con que se trataban invitados y anfitriones en Arsilon. Killian pensó que sin duda ése era el motivo de que la Triple Alianza entre humanos, enanos y elfos se hubiera mantenido unida incluso en los peores momentos de su historia. No sólo eran reinos que obtenían poderes unos de otros, eran amigos y camaradas como soldados en una guerra.
Los enanos llegaron más tarde, pues eran bastante menos madrugadores y más reposados, y pasaron largo rato desayunando en silencio. Todos ellos iban ya pertrechados para el encuentro bélico que habían decidido la noche anterior, y Freyn parecía especialmente motivado y tamborileaba en la mesa con impaciencia.
—¿Dónde están esos elfos? —dijo Suinen, que había sido uno de los primeros en llegar.
—Quizás se han olvidado. Recuerdo que ambos estaban bastante pendientes de Ian y Trenzor cuando hablasteis de ello —dijo Jarn de Udrian. Como habitante del frío norte, sus rasgos eran pálidos y sus ojos claros. Sus cabellos eran pelirrojos, lo que era un rasgo único del pueblo udriano, compuesto en su mayoría por Altos humanos—. Quizás alguien debería ir a avisarlos.
—Si los conozco bien a ambos —dijo Freyn con una sonrisa indescifrable—, a Eyrien no la encontraréis en sus aposentos sino en los de Eriesh. Y yo no los molestaría hasta que decidan salir ellos mismos.
Todos intercambiaron una mirada de complicidad, aunque Ian se fijó, no sin cierta compasión, en que el rostro de River se ensombrecía un poco. Pero pudo entenderlo, porque el padre del muchacho había tenido aquella misma fijación por la dama élfica. Al fin decidieron dejar el salón y dirigirse al patio de armas. A River se le pasó rápido en enfurruñamiento cuando vio cómo Killian se enfrentaba a Freyn con ímpetu y habilidad. Alguien hubiese podido pensar que la desventaja de estatura sería demasiado grande para el enano, pero pronto saltó a la vista que los enanos no tenían fama de fieros guerreros por nada. Freyn era capaz de saltar muy alto para lo bajo que era, y su habilidad con el hacha hacía que Killian tuviera que concentrarse al máximo para detener sus envestidas, hasta que fue vencido. Sin embargo, el enano aseguró que había sido uno de sus mejores oponentes humanos y le hizo una reverencia muy sentida.
—Buenos días —se oyó una voz resonante a sus espaldas.
Se giraron para ver llegar a Eyrien. En aquella ocasión, llevaba de nuevo ropas de tela élfica apropiadas para la lucha, y llevaba cargados a la espalda su arco y su famosa espada que, aunque bella, seguía sin parecer que tuviera nada de especial. Con los cabellos recogidos en una cola baja que arremolinaba su cabellera azul intenso por delante de su hombro izquierdo, ocultaba las señales de la mordedura del vampiro. Miró al cielo y frunció un poco el entrecejo al ver las nubes de tormenta que se acercaban por el horizonte, pero siguió avanzando con resolución.
—Eriesh bajará enseguida, está desayunando —dijo mientras dejaba su arco en el suelo.
—Recuperando fuerzas más bien —murmuró Freyn con malicia.
Al oír el comentario, Eyrien se irguió y sin siquiera girarse a mirarlo, alzó una mano hacia el enano y murmuró una palabra en élfico. Aunque los elfos era feéricos, y por tanto mágicos de forma inherente, el control consciente de la magia requería un proceso de adiestramiento y el uso verbal de la lengua feérica antigua. Sin embargo, los magos humanos conocían ya muy poco del lenguaje feérico, debido a que las relaciones con los elfos se habían vuelto hostiles tiempo atrás.
Y River olvidó sus incipientes celos para concentrarse en memorizar las palabras que había dicho la elfa, pues sería muy útil en caso de que tuviese que enfrentarse a otros magos. Porque Eyrien había dejado afónico a Freyn. Vocalizaba colérico alzando un puño en el aire, aunque de su boca no salía ni el más mínimo sonido.
—Para murmurar indiscreciones, Freyn, mejor no digas nada —le dijo Eyrien.
Muchos alrededor se rieron mientras el enano cruzaba los brazos y tamborileaba con un pie en el suelo, henchido de indignación. Sin embargo la elfa era severa y no se apiadó de él.
—Bueno —dijo dirigiéndose al resto de los presentes—, como tengo curiosidad por saber qué saben hacer estos dos jóvenes humanos, voy a enfrentarme a ellos. Atacadme.
—¿Quieres que te ataquemos —dijo Killian mientras los demás se retiraban—, los dos a la vez?
—Por supuesto —dijo Eyrien con una sonrisa un tanto feroz.
Killian y River se miraron poco convencidos. Sin embargo, Eyrien ya tenía su espada en la mano y esperaba con impaciencia. River se alzó de hombros y se alejó un poco de Killian, para amenazara cada uno de un costado. Como ni uno ni otros hicieron ademán de atacar, Eyrien les lanzó un hechizo a ambos que los golpeó haciendo que se tambalearan. River se fijó en que Eyrien murmuraba sus hechizos en voz muy baja, sólo lo suficientemente alta como para que tuviera efecto. Pretendía así no dar ideas a su oponente mago, que era él. Estaba claro que la elfa se lo tomaba en serio, y ellos tendrían que hacer lo mismo.
—Venga, ¿listos? Otra vez —dijo Eyrien, y esperó de nuevo a que la atacaran.
River le lanzó un anillo de energía suave, para que no causara a la elfa nada más que un arañazo si la alcanzaba, mientras, Killian alzaba la espada y se acercaba a Eyrien con demasiada lentitud, como avisándole de que la atacaba. Ella, sin ningún esfuerzo, devolvió a River su hechizo con un movimiento de la mano y un murmullo, a la vez que aumentaba su potencia, e hizo un gesto como de arañazo hacia Killian, al que alcanzó con magia. Aquella vez el mago salió ganando una quemadura en la pierna y Killian un profundo arañazo en el brazo con el que se había tapado la cara. Eyrien suspiró con impaciencia.
—A la próxima —dijo—, me aseguraré de haceros el suficiente daño como para que no olvidéis durante unos cuantos días vuestra estupidez.
Eyrien vio con satisfacción cómo los ojos verdes de River se encendían airados. También Killian se irguió en toda su altura, avergonzado e indignado, y ambos se prepararon para defenderse de los violentos ataques de la elfa. Esta vez ambos atacaron a la vez y con resolución. Mientras Killian la atacaba con la espada, River sólo sujetó la suya para atacarla con la magia. Pero Eyrien era una rival imbatible. Sus movimientos eran tan rápidos que Killian se veía en apuros para detener sus estocadas, y River sentía tan fijos los ojos brillantes de la elfa en los suyos que no veía oportunidad de sorprenderla. Llevaban luchando con Eyrien unos diez minutos, cuando creyeron que la habían arrinconado; Killian la atacaba desde muy cerca, estocada tras estocada, mientras que River le había lanzado un conjuro que Eyrien se veía obligada a mantener alejado con un escudo protector que no podría seguir manteniendo eternamente. Orgullosos, creyeron en su victoria, pero al momento tuvieron que reconocer que la Dama de Siarta sólo había estado jugando con ellos.
River llevaba demasiado tiempo manteniendo el conjuro contra el escudo de Eyrien, por lo que cuando ella aumentó un poco la potencia de su campo protector, River respondió inconscientemente aumentando la potencia de su ataque y acabó cayendo al suelo de rodillas sin energía. Killian se fijó en que Eyrien desviaba su penetrante mirada para ver si había dejado fuera de combate al mago, así que aprovechó para realizar un ataque circular, pensando en coger desprevenida a la elfa. Cuando cometió el error de alzar ambos brazos para preparar su estocada, la elfa le lanzó un golpe a las costillas con el puño de la espada que dejó a Killian sin resuello.
Los observadores aplaudieron a su alrededor, pero Eyrien, como siempre, los ignoró. Se giró para mirar a River, que estaba aún de rodillas intentando recuperar fuerzas, y a Killian, que se doblaba sobre sí mismo con una mano en el pecho, intentando recuperar el aliento.
—Mago, nunca mantengas un conjuro tanto tiempo como para acabar consumiéndote. Si ni siquiera mi energía feérica es ilimitada, ¿cómo crees que será la tuya? —dijo como si fuera una maestra severa en una lección—. Y tú, caballero, nunca olvides que la vista de un elfo es amplia y más rápida de lo que pueden percibir tus ojos. Pero lo habéis hecho bien —dijo al cabo de un momento—. Aún sois jóvenes y os falta experiencia.
—No os preocupéis, chicos —les dijo Seren de Fernost, un hombre corpulento y barbudo, con aspecto de leñador bonachón habituado a los tiempos duros—. Todos hemos pasado por la ridiculización ritual a la que Eyrien de Siarta somete a todos los recién llegados. Nadie de los que estamos aquí hemos conseguido mantenernos mucho rato en pie frente a ella.
—Ah, bueno —dijo Ian mirando hacia las puertas del castillo que daban a aquel patio de armas que aún estaba en sombra—. Aquí llega el único capaz de plantarle cara.
Eriesh de Greisan se acercaba desde el castillo, con actitud resuelta y su espada colgada del cinto. El mango de aquella arma era una gran gema en forma de lágrima y de un azul intenso y brillante que todos pudieron reconocer como un zafiro, el origen de la esencia de aquel elfo. El Hijo de las Rocas se acercó a rápidas zancadas.
—Buenos días —dijo cuando pasó junto a Freyn. Se detuvo y miró—. He dicho buenos días, Freyn.
El enano señaló a Eyrien por toda explicación y se cruzó de brazos, tamborileando con un pie en el suelo. Los ojos grises de Eriesh brillaron de diversión.
—¿Te ha hechizado? —dijo Eriesh—. ¿Pero qué le has dicho?
Eriesh miró a los presentes esperando a que alguien se lo explicara, pero nadie estaba dispuesto a arriesgarse a molestar a la elfa y ganarse uno de sus castigos.
—¿Qué te ha dicho? —le preguntó Eriesh.
—No te incumbe —dijo Eyrien, y Freyn cambió de posición con gesto claramente exasperado.
—Enfréntate a mí —dijo Eriesh—. Si yo gano, liberas al enano del conjuro.
—¿Y si venzo yo qué obtendré a cambio? —dijo Eyrien alzando las cejas mientras se alejaba.
—Tú misma —dijo Eriesh con una sonrisa que a River le provocó inquina.
Los que estaban por allí se hicieron a un lado, pues no tenían ningunas ganas de ponerse en la trayectoria de ninguno de los dos elfos. Eriesh desenvainó su espada de metal claro y pomo de zafiro y echó a correr hacia Eyrien a una velocidad pasmosa. Ella permaneció a la espera, y puso una rodilla en tierra. Posó una mano extendida sobre el suelo y murmuró algo. Una especie de onda sacudió sus cabellos, recorrió su cuerpo hasta tocar el suelo a través de la palma de su mano, y creó una suave onda sísmica. El pequeño terremoto fue directo al encuentro del elfo, que lo vigiló y en el último momento extendió los brazos y dio una voltereta en el aire. Cuando sus pies volvieron a tocar el suelo la onda ya había pasado, pero el ligero temblor residual lo obligó a recuperar el equilibrio. Eyrien aprovechó aquella pequeña dificultad para lanzar otro hechizo directo al elfo, que se petrificó pareciendo una escultura de piedra, tal era la magia innata de los Hijos de las Rocas. Cuando recuperó su aspecto normal Eyrien le lanzó otro hechizo, pero Eriesh volvió a evitar sus efectos convirtiéndose en una escultura pétrea.
—Por eso no me gustan los Elfos de las Rocas —dijo Eyrien, renunciando a atacar al Elfo mediante la magia y sacando la espada de su tahalí.
Eriesh sonrió y alzó su espada mientras Eyrien volteaba la suya con maestría. Killian gritó con sorpresa cuando vio que, tras devolverla a su posición inicial, la espada de Eyrien ya no era tal como había sido hasta aquel momento, una espada bella pero vulgar. Parecía que la espada se hubiera duplicado desde su empuñadura, porque ésta era ahora el doble de larga, como para poder sostenerla con ambas manos, y de cada lado salía la hoja de una espada que brillaba con una tenue luz dorada, sin duda proveniente de la mano mágica que la empuñaba.
—¡Una antigua espada feérica! —murmuró Killian sorprendido.
Como caballero conocía la existencia de aquellas armas fabricadas por los enanos para los elfos hacía centurias. Pero no se veían desde que hacía más de dos mil años las dos especies se habían enfrentado en las Guerras Sangrientas, y las pocas que quedaban estaban perdidas o almacenadas por los guls.
—¿Recuerdas las esposas feéricas de River? —le dijo Ian, aunque miraba al mago—. También fue Eyrien quien las recuperó de los guls. Se las regaló a Lander como presente de bodas.
Eriesh y Eyrien se lanzaron el uno contra el otro e iniciaron una lucha sin cuartel que hizo que River casi se olvidara de seguir respirando. Era impresionante ver cómo los dos elfos se atacaban con fiereza, a una velocidad que hacía que los ojos humanos se perdieran la mitad de los movimientos, mientras se movían de un lado al otro intentando cogerse desprevenidos. En aquel momento una nube negra de las que se arremolinaban en el cielo tapó el sol, sumiendo aquella zona del patio en una atmósfera mucho más sombría. Eyrien sonrió y miró al cielo, antes de volver a fijar una mirada maliciosa en Eriesh. De pronto sus ojos empezaron a teñirse de negro, como una mancha de tinta extendiéndose en un vaso de agua. Poco después toda la figura de la elfa se difuminó en la sombra gris oscuro que cubría el césped.
—Cómo odio que puedan hacer eso —dijo Eriesh fastidiado.
El elfo dirigió su mirada penetrante a su alrededor, en absoluto silencio, intentando captar cualquier sensación que le permitiera averiguar dónde estaba Eyrien. Por su expresión tensa y alerta parecía un humano rodeado de una manada de lobos, pero todos sabían que estar bajo el acecho de una Elfa de la Noche podía ser algo mucho peor. De pronto Eriesh levantó la espada y la acercó mucho a su propio cuerpo, y un instante después se escuchó el sonido de metales chocando. Luego el silencio de nuevo y un murmullo, tras lo cual Eriesh se petrificó para evitar el hechizo que venía desde las sombras. Pasaron varios minutos.
—Durante las Guerras Feéricas, cuando las razas élficas se enfrentaron unas a otras, las batallas podían durar semanas mientras se acechaban así mutuamente —comentó entonces Trenzor a los dos muchachos. Luego alzó la voz—: Pero ahora resulta aburrido y empezará a llover pronto.
—Está bien —reconoció Eyrien, que apareció de repente junto a Seren de Fernost, sobresaltándolo—. Como vuestra vida es corta y no os sobra el tiempo, no os lo haremos perder.
Eriesh se despetrificó al momento y volvió a alzar la espada, asintiendo con la cabeza. Eyrien sujetó su espada con las dos manos, como si sujetara una lanza, y llegó hasta Eriesh de un salto para atacarlo con los dos filos de su espada feérica. La elfa tenía una gran destreza con aquella arma, cuyo manejo era sumamente difícil, porque hacía falta estar pendiente de ambos filos para evitar cercenarse un miembro uno mismo con un lado mientras atacaba a su oponente con el otro. Pasaron unos minutos frenéticos, llenos de destellos metálicos y hechizos desviados, casi imposibles de seguir por los fascinados espectadores. Después tanto Eyrien como Eriesh se encendieron, la elfa en dorado brillante y el elfo en azul zafiro, con un brillo cegador que hizo girar el rostro a más de uno.
De improviso, hubo un destello como un rayo y todo se detuvo. Cuando pudieron mirar de nuevo a los contrincantes, las espadas de ambos estaban en el suelo. Eriesh sostenía a Eyrien mientras ella se apoyaba en él con los ojos cerrados, intentando reorientarse.
—¡Eyrien! —exclamó Freyn; el hechizo de afonía había perdido su fuerza y había caído.
La Hija de Siarta miraba al suelo, con una dureza asombrosa.
—Estoy bien —dijo con rabia—. Sólo… sólo estoy un poco débil todavía.
Eriesh intercambió una mirada dura con Ian, y River lo entendió. La Hija de Siarta aún sufría los efectos del ataque del íncubo. Pero no estaba dispuesta a sentirse el centro de atención por aquella causa y volvió a exclamar que estaba bien con tanta brusquedad que todos se sintieron obligados a dejarla en paz. Eriesh la soltó y recogió las espadas de ambos del suelo, como si no hubiese sucedido nada.
—¿Puedo verla? —dijo Killian con timidez, señalando la espada de Eyrien.
—Por supuesto —dijo ella, pero no le tendió la espada a Killian sino a River—. A ver qué tal equipo formáis vosotros dos. Tú, mago, puedes intentar abrirla, y tú Killian, puedes intentar usarla luego. Pero cuidado, no vayas a rebanarte un brazo.
River cogió la espada y la observó con gesto concentrado.
—Y River —dijo Eyrien; era la primera vez que lo llamaba por su nombre y no «mago»—. Ten cuidado no te consumas en el intento.
River asintió y se concentró en la espada mientras Eriesh retaba a Killian a enfrentarse a él y todos devolvían su atención al espectáculo. Lo primero que pensó River es que era imposible que él consiguiera abrir la espada, porque respondía a la magia feérica y por tanto a la propia de los elfos, aunque si Eyrien lo había retado a abrirla significaba que alguna forma había. Entonces pensó en qué palabra feérica conocía él que pudiera abrir la espada. Tenía que ser algo simple, porque la elfa era capaz de abrirla sin formular ningún conjuro, así que la espada no respondía a hechizos complicados. Siguió meditando un rato, decidido a demostrar que era un gran mago.
Un rato después, mientras observaban a Killian intentar defenderse de Eriesh, se oyó un grito ahogado y todos se giraron hacia River. Vieron al mago caer de rodillas de nuevo, con peor aspecto que antes. Sin embargo cuando alzó la cabeza sonreía, y le tendió a Killian la espada de Eyrien, que estaba activada y mostraba sus dos hojas resplandecientes en un tono verdoso. Todos murmuraron su asombro y River vio, aunque borrosamente, que los dos elfos se miraban.
—Increíble —dijo Trenzor acercándose y tomando a River de un brazo para alzarlo del suelo—. ¿Sabes que sólo otro humano ha conseguido abrir alguna vez la espada feérica de Eyrien?
—Tu padre —le dijo Ian, y sus ojos brillaban con intensidad—. Aunque él tardó mucho más tiempo y casi se mata en el intento.
—¿Por qué ahora es verde? —preguntó Killian volteándola con cuidado.
—Porque River recibe su esencia mágica de uno sólo de sus tres ancestros elfos, el mismo que le da el color de los ojos.
—No hay duda de que tenemos ante nosotros a un Alto humano poderoso como pocos —dijo Jarn de Udrian, quien también era un Alto humano. Casi todos los descendientes mixtos de los elfos habitaban en las tierras del Norte que lindaban con los territorios élficos.
—Será un gran mago —aseveró Eyrien con gesto serio.
River oyó su comentario con orgullo, aunque se sintió algo incómodo, no supo por qué. Dejó el tema de lado cuando Eriesh lo retó a él también. En un último vistazo vio que la Hija de Siarta se alejaba de todos ellos caminando lentamente, ya no volvería a verla en varios días.