Capítulo 21
Liadan

Me desperezo, y en el momento en que lo hago me doy cuenta de que me he adormecido. Miro a Keir, que sigue conduciendo; en algún momento cuando ha visto que me vencía el cansancio, ha bajado la música.

—Buenos días —me dice con suavidad.

Miro por la ventana. La carretera está casi vacía y nos rodea un bosque exuberante y húmedo. Hace rato que hemos dejado atrás Edimburgo.

—¿Por dónde estamos? —le pregunto.

—Acabamos de dejar atrás Fort Augustus —me responde.

Eso quiere decir que falta una media hora para llegar a Drumnadrochit y el castillo de Urquhart. Y significa que Keir lleva casi cuatro horas conduciendo. Miro el reloj, son algo más de las diez de la mañana. Le pregunto si quiere que conduzca yo un rato.

—No, tú descansa —me dice—. Te lo mereces después de sacar matrículas en casi todo.

Suspiro, y Keir me aprieta la mano. Sabe que los halagos me hacen sentir incómoda, y también sabe que yo sé que no lo dice para molestarme. Es que está orgulloso de mí. Aunque él no se ha quedado atrás en lo que a buenas notas se refiere. Ni Aithne. Aun con todos los problemas que ha tenido, ha sacado notas buenísimas. Ha sido una gran sorpresa y, Dios, qué orgullosos estamos de ella Keir y yo, y Christie. Aithne se está haciendo una persona fuerte y positiva, más de lo que ella misma cree. Sólo espero que Brian también se dé cuenta.

Subo un poco la música para que los dos nos mantengamos despiertos.

Nos hemos levantado muy pronto. Al poco suena el teléfono de Keir, que pone el manos libres. Es Aithne, así que le damos los buenos días.

—¿Está yendo bien el viaje? —pregunta.

—Estamos llegando —le responde Keir—. ¿Ya estás con Brian?

—No —dice, y se la nota un poco preocupada—. Tu madre me ha dicho cuando me he levantado que han llamado del hospital. Esta mañana van a hacerle otra prueba a Brian y no podremos visitarle hasta la tarde. Hoy iré yo, que hace más días que no lo veo.

Eso quiere decir que sigue igual, o peor. Pobre Aithne, qué ganas tiene de verlo. Los padres de Brian y los de Keir han tratado de convencernos durante los exámenes de que no había cambios. Pero Álastair, que ha estado yendo a verle, dice que las crisis siguen igual. Y que Brian está empezando a resentirse. Lo que tampoco le ayuda a recuperarse de las heridas y las operaciones; no hay nada peor que el estrés y la ansiedad para alguien que convalece. Aparte del hecho que cuando, le cuesta recordar que Neil murió. Una y otra vez hay que recordárselo.

Quedamos con Aithne en que nos llamará si hay novedades. Y le prometemos que la llamaremos si encontramos algo. Pero mientras nos despedimos, yo sospecho que nosotros no vamos a tener nada que explicar. No creo que sea Neil el que provoca esto, y tampoco creo que si se ha quedado aquí sea por Christie. No sería Brian el que está sufriendo las consecuencias entonces. Y dudo mucho que esté aquí, en Urquhart. Seguro que si es Neil, estará en algún sitio que signifique más para él. Pero hay que probar.

Al cabo de un rato, el lago Ness, que ha estado a nuestra derecha todo el tiempo desde que abandonamos Fort Augustus, aparece entre los árboles en todo su esplendor. Es impresionante, tan ancho que cuesta creer que sea un lago. Y además, tiene olas. El año pasado subí de excursión con los McEnzie y nos alojamos en un hotel que estaba a orillas del lago. Por la noche, en mi cama, oía las olas chocar contra las rocas. Parecía el mar.

Dejamos atrás el centro de visitantes del lago Ness, con sus amplias exposiciones sobre el monstruo y sus avistamientos, y seguimos adelante hacia el espolón de tierra en que se alza el otrora magnífico y todavía precioso castillo de Urquhart. Es una mañana estupenda, así que la hierba brilla verde y, detrás de ella, el lago es un remanso de paz.

Dejamos el todoterreno de Keir en el aparcamiento y nos acercamos al moderno edificio que hace de tienda, sala de exposiciones, taquilla y cafetería del castillo. Pagamos nuestras entradas y nos paseamos por el edificio, donde ya hay unos cuantos turistas. En Escocia siempre los hay, incluso con el frío que hace ya. Miro a mi alrededor, buscando cualquier rastro de Neil, temerosa de encontrarle a él o a cualquier otra cosa.

Aunque lo bueno de las apariciones es que podría haber muchas aquí, y aparecer sólo en determinadas condiciones que hagan que nunca me cruce con ellas. Y si fuera Neil, me temo que sucedería lo mismo. Es muy posible que la esencia que afecta a Brian sólo se manifieste cuando éste tiene sus crisis. Así que, como no sea que se esté durmiendo o despertando en éste mismo momento, no creo que haya mucho que ver.

De todas maneras, hay que probar, y Aithne y Keir estarán más tranquilos.

Keir se convencerá de que está haciendo algo por su amigo, pobrecito.

Siente una impotencia enorme por la situación en que estamos todos. Por mí al exponerme a encontrar apariciones, por Aithne que presencia las crisis de Brian, por el propio Brian… Se lo he dicho muchas veces, que no tiene que sentirse inútil. No es culpa suya no ver, ni oír, ni sentir a las apariciones. De hecho ninguno de nosotros deberíamos hacerlo.

—¿Vamos fuera? —le digo a Keir cuando me hago a la idea de que en el centro de visitantes no hay nada que ver, salvo montones y montones de recuerdos para los turistas, y maquetas, y paneles informativos.

Salimos a la terraza que se abre al extenso campo que lleva a las ruinas de la fortaleza. Luego bajamos hacia la explanada, y tomamos el camino que, rodeando la catapulta, nos lleva hasta el promontorio de hierba y rocas.

Cuando entramos, miro en todos los rincones mientras Keir me explica viejos recuerdos, de cuando venía aquí con Neil y los demás. Es triste escuchar sus memorias, el cariño que se tenían, lo mucho que se divertían.

Porque nunca lo podrán volver a repetir, no todos juntos. Entramos en todas las torres, subimos a la colina, nos acercamos a la playa y el muelle, y bajamos a las mazmorras. Recorremos Urquhart de arriba abajo durante una hora, pero no hay nada. Ni Neil, ni ninguna otra aparición que yo pueda ver. Por suerte.

Cuando miro a Keir y niego con la cabeza, lo acepta con una mezcla de alivio y decepción. Me lleva de vuelta a la cafetería y pide almuerzo para los dos. Nos sentamos a una de las mesas de la terraza, a admirar el paisaje.

Keir se quita el abrigo y levanta el rostro hacia el sol. Qué guapo es, incluso con esa expresión de tristeza que no lo abandona desde que todo esto ocurrió. Luego, inesperadamente, abre los ojos, mira el lago y sonríe.

—¡Es Tiempo de Nessie!, diría Christie —me comenta.

—¿Y eso qué quiere decir? —le pregunto.

—Buen tiempo y el lago tan calmado como un charco de agua. Se dice que es en estas condiciones cuando es más fácil ver a Nessie, y cuando más avistamientos se han producido —se ríe—. Cada vez que hacía buen tiempo, Christie decía que era Tiempo de Nessie. Y si hubiese estado aquí, estaría mirando el lago con fijeza.

Me lo imagino. Christie es muy entusiasta. A mí también se me va la vista al lago, es imposible evitarlo. No hay persona que venga al lago Ness y no se fije en sus ondas, en las manchas en el agua. Y que no se pregunte qué habrá ahí abajo.

Aunque sigue sonriendo, sacude la cabeza.

—¿Qué? —le digo, con el corazón partido porque tenga que exponerse a los recuerdos, que son bonitos pero también dolorosos.

—Neil solía tomarle el pelo a Christie diciéndole que había visto algo —me explica—. Si se daba cuenta de que la engañaba, Christie se ponía furiosa.

Pero Neil lo hacía para alimentar su imaginación y hacer que se divirtiera.

Miro el precioso paisaje que se extiende ante nosotros. La exuberancia de la vida. Y pienso en lo que sé de ellos; está claro que Neil quería muchísimo a Christie.

—¿Por qué la dejó? —le pregunto a Keir.

—La distancia era un obstáculo demasiado grande para él. La echaba de menos y le costaba estar atado a alguien que estaba lejos. Dijo que necesitaba un tiempo.

Y para cuando se hizo a la idea, el daño ya estaba hecho. Pobre Neil.

Nos tomamos un café y nos planteamos qué hacer ahora.

—¿Quieres que pasemos por St. Andrews de camino a casa y visitemos a Gala? —le pregunto a Keir.

—¿No te importa?

—Claro que no —le respondo—. Me apetece verla. Llegaremos tarde a casa, pero no me preocupa porque ya ha terminado el semestre. Y Gala y su hermana gemela Kathy volverán a las islas Shetland Mañana a visitar a su familia. En principio, Keir iba a ir a disfrutar con Gala las navidades, pero con lo que ha pasado no quiere dejar a su familia, especialmente a Aithne.

Bastante mal se siente ya al alejarse de su familia para ir a ver si encontramos rastros de Neil en algún sitio. Le envío un mensaje a Kathy, la hermana de Gala, para que me haga de anfitriona cuando lleguemos, y así podamos dejar solos a Keir y Gala un rato.

Mientras volvemos al coche pienso en Gala, y en lo madura que es. En lo bien que está llevando todo esto, y en lo muchísimo que apoya a Keir.

Cuando lleguemos, no se molestará porque hayamos estado los dos juntos de excursión ni dudará de nosotros. Sólo se alegrará de vernos y cuidará de Keir durante un rato. Es una chica increíble, que me hace sentir muy pequeña a su lado. Porque, aunque Keir se ría cuando lo digo, es como Galadriel del Señor de los Anillos: hermosa y sabia como una reina. Me alegro muchísimo de que Keir la haya encontrado, y cuanto más tiempo pasen juntos mejor.

Sólo me siento mal por extender nuestra excursión cuando al cabo de un rato me llama Christie, y tengo que decirle que Keir y yo no estamos en Edimburgo. Sobre todo porque cuando me pregunta adonde hemos ido y le respondo que a Urquhart porque a Keir le apetecía visitarlo, noto una profunda suspicacia en su voz.

—¿Me oye Keir? —me dice luego en un susurro.

—No —le contesto.

—Si te preguntan, ésta noche he dormido en tu casa.

Teniendo en cuenta que yo he salido a las seis de la mañana para subirme al coche de Keir, me temo que como coartada soy un poco endeble. Espero que no tenga que usarla. Y me muerdo la lengua para no preguntarle dónde ha dormido entonces. Debe de intuir mis ganas locas de saberlo porque cuando me quedo callada me responde ella sola.

—He pasado la noche en el piso de Soren —dice a regañadientes.

—Eso es fabuloso —le contesto con una sonrisa.

—Bueno, no sé. O sea, sí que ha sido fabuloso… —me dice con emoción en la voz—. Pero no se lo digas a nadie. Ya hablaremos, ¿vale?

—Tranquila —le digo—. Hablamos mañana. Hummm…, ¿te quieres quedar a dormir en mi casa hoy también?

—No hace falta —me comenta—. Hoy dormiré en casa seguro; necesito tomarme esto con calma e ir pasito a pasito.

—Muy bien —le digo—. Un abrazo.

—¿Qué es fabuloso? —me pregunta Keir.

—Cosas de chicas —le respondo.

—Ah, bueno.

Es una suerte que Keir no sea tan suspicaz como Christie. Porque, en éste tema, me han puesto entre la espada y la pared, y no me gusta nada.

Espero que Christie sea lo bastante valiente como para decírselo pronto.

Porque yo ya tengo suficientes mentiras que mantener.