12

—Tenemos un escape de agua en la cocina —comentó Musa con cansancio—, bernstein quiere que lo arregles.

Después se detuvo y la miró con atención. Como todos los que se le acercaban. —Te dieron fuerte, ¿eh? ¿Te atacó alguien? Bet negó con la cabeza.

—Fue en el taller. Traté de rebobinar un cable y se me enredó.

Era la mejor mentira que se lo ocurrió, algo que pudiera explicar un golpe en la cabeza y un labio cortado.

—Eh —dijo Musa, preocupado—, ten cuidado, Bet, y no te pelees con los cables, ¿OK?

Claro que Musa se creía la historia…

—Estoy bien, no te preocupes.

Se puso a reparar la maldita gotera arrastrándose por un acceso que apenas tenía cabida para un cuerpo, después se puso de espaldas contra un compresor de refrigeración muy ruidoso en un espacio que apenas daba para sacar una llave. Joder, Bernstein había acabado los trabajos necesarios y ahora empezaba con los difíciles. Debía ser eso.

—Hijo de puta —repetía una y otra vez entre dientes, solamente para estar segura de que seguía respirando mientras el agua caliente le caía sobre la cara.

Desconectó la línea, localizó la conexión que fallaba. Los dedos apenas podían alcanzarla pero tomó el repuesto del bolsillo y se quedó parpadeando en el agua caliente, tratando de lograr que se secara el tubo para poder poner el adhesivo sobre la conexión.

Mierda de tuberías. Sí, una porquería, siempre la misma desde que los seres humanos salieron de la atmósfera. O tal vez desde antes. Las jodidas naves estelares modernas y esa mierda de tuberías se estropeaban siempre en la sección de la cocina. Había que colocar esas jodidas juntas por todas partes, siempre pequeñas y difíciles de manejar. Si no se colocaban, todo se iba al diablo.

El goteo no se detuvo en ningún momento. Le corría sobre la cara, los ojos y las mejillas hasta empaparle el cabello, y mientras tanto aquella cosa tenía que meterse de esa forma y solamente así, ¡mierda!, el comunicador aullaba en su oído, el conector se soltó y casi cayó a un sitio del que ningún ser humano podría sacarlo jamás…, era preciso usar esa cosa ruidosa de mil demonios, eran las normas cuando se trabajaba en un agujero como aquél.

—Yeager —decía la cosa, buscándola personalmente en esa línea.

—Sí —dijo ella, pero tampoco podía alcanzar el micrófono por la forma en que había tenido que inclinar la cabeza para hacer que la luz de la banda iluminara lo que estaba haciendo—. Sí, estoy trabajando, un minuto…

Era Bernstein, que verificaba.

—Yeager.

—¡Tengo las manos ocupadas, cono! —aulló.

—¡Yeager! ¡Ahora mismo!

Tomó la línea con una mano y la conexión con otra, temblando de pies a cabeza hizo un movimiento desesperado para coger el comunicador.

—¡Aquí Yeager! —gritó. Y oyó la voz de Bernstein:

—… cuarenta segundos para el disparo… Oh, Dios mío.

—Dígalo de nuevo. —Como una tonta buscó la conexión y la acopló en su lugar sobre el anillo de ajuste.

—¡La nave se mueve, Yeager! ¡Treinta segundos!

Buscó la válvula de paso, la abrió y dio una docena de vueltas con la mano. La conexión aguantó.

—¡Yeager!

Bet empezó a deslizarse fuera del acceso usando los talones, las manos y las caderas, tan rápido como pudo. El timbre de aviso empezó a sonar.

—¡Emergencia! —aulló en el comunicador—. ¡No llego a la puerta de acceso!

—Mierda, ¿dónde está usted, Yeager?

Se arrastró hasta ponerse de pie, aferró el cinturón E y el anillo D amarillo brillante, volvió a colocarlo en la pared de la cocina, cerró el sujetador de hombro y poniéndose la mano sobre la cabeza bajó los hombros.

—¡Lista! —gritó—. ¡Lista!

La Loki se agitó, los músculos del cuello de Bet se tensaron, los pies perdieron contacto con el suelo y todo el cilindro de la cocina crujió mientras se reorientaba hasta que la tensión se convirtió en un peso sobre sus pies. El comunicador general voceaba:

Vamos a saltar. Muévanse con precaución. Tienen tiempo para asegurar puertas y objetos que puedan causar daño. El impulso aumentará un doscientos cuarenta y cinco por ciento en los próximos tres minutos

Desató el broche del cinturón E y lo dejó rebobinarse solo, se arrodilló, buscó el acceso y cerró los cerrojos uno a uno, a mano, luchando contra el impulso que trataba de destrozarle los dedos.

Después, arriba, con un peso que era más del doble del normal. Arrastrándose para levantar ese peso puso la mano sobre el asiento de salto para poder bajarlo, ajustarlo, volver a sacar el anillo amarillo D, ponérselo por encima e insertar la lengüeta.

En la cubierta de impulso, vacío absoluto…, la tripulación estaba junto a los broches E que habían encontrado, o contra superficies sólidas en compartimentos internos: no había tiempo para sacar las hamacas.

Era mucho más cómodo boca arriba, en la cubierta interna de impulso, que sentada sobre un asiento de salto en una sección que giraba.

La nave está a punto de saltar

Tenemos un problema, Dios, tenemos un problema, algo nos está persiguiendo por la cola…

Me entretuve con lo de la válvula de paso, joder podría haberme quedado atascada allá adentro…

Dios, Dios, sí que nos movemos…, esta nave tiene un impulso de mil demonios…, ¿dónde estará mi paquete de trank?

Luchó por respirar, sintió el peso en el estómago y en las articulaciones, levantó una mano para buscar el trank en el bolsillo superior, y cuando lo encontró, cerró el puño alrededor y apretó el gatillo contra el cuello, el único lugar de piel desnuda que tenía a mano.

¿Vamos a dispararle a esa hija de puta o qué?

¿Dónde está NB? ¿Y Musa, y Bernstein?

¿Todo el mundo está bien?

Quiero un té caliente cuando lleguemos.

Cuando lleguemos adonde sea…

… saliendo de nuevo, la sirena… —Estaciones de batalla, alerta roja, alerta roja… ¡La nave está en estado inercia!, ahora… Espera

—La tripulación puede atender emergencias tomando las debidas precauciones

La situación sigue siendo de alerta roja

Casos médicos al 23…

Vaya mierda ser la primera en la línea, pensó mientras ayudaba al cocinero a repartir paquetes de trank y de c a la tripulación que se acercaba al mostrador. Distribuían paquetes de diez para que otro los llevara a amigos que todavía no estaban del todo bien. Mientras el comunicador emitía consejos y órdenes…

—Es posible que haya un segundo salto, pero no inminente. Estamos en silencio de transmisiones

—Sufrimos una baja. El técnico de rastreo John Handel Thomas

—¡Mierda! —gruñó Johnson.

—… muñó instantáneamente por el impacto. El capitán expresa sus condolencias personalmente.

—Jefes de estación y monitores de área, los médicos están atendiendo a dos heridos graves: no envíen heridos leves a la enfermería

—Yeager— sonó su comunicador personal. Era Bernstein, vivito y coleando.

—Sí, señor —respondió sin detenerse.

Quiero hablar con usted cuando estemos estables.

—Sí, señor. —El tono anunciaba problemas. El estómago de Bet tenía una razón más para descomponerse.

Les habla el capitán. Una fantasma tipo carguero ha entrado en el Sistema. Nuestra salida en un ángulo opuesto nos da un tiempo considerable de ventaja en este Sistema, esperamos que ese tiempo sea suficiente para dificultar un encuentro. Nos hallamos en baja y los cálculos posicionales están casi completos. Doy permiso a la tripulación para que abandone las posiciones de batalla en situación amarilla. La tripulación fuera de turno debe estar lista para un salto. Permaneceremos en condición amarilla hasta nuevo aviso

—Haremos un cambio de turno en cinco minutos —le llegó la voz precisa, dura, que había aprendido a identificar como la del comandante del día alterno, Orsini… La oía por el comunicador general mientras se comía un sándwich, un privilegio por estar encerrada en rec con los de principal—. La tripulación de día alterno debe preparar sus listas.

—¿Qué hago respecto a lo del cambio de turno? —preguntó a Bernstein por el comunicador.

—Llámelo suerte —respondió Bernstein—. La próxima vez la voy a desollar y dígale a Jim Merrill que venga aquí.

—¿Se lo tengo que decir yo? —protestó. Probablemente Merrill pensaría que la presencia de Bet en rec con un sándwich, significaba que había hecho medio turno en temporal y que era él quien iba a tener que sacrificar un poco de su tiempo de rec.

—Dígale que traiga las cosas que usted dejó —añadió finalmente Bernstein.

Tuvo que ir hasta Merrill, que estaba sentado tranquilamente con otro sándwich y decirle:

—Hay que terminar el trabajo de fontanería de la cocina. Bernstein me ha llamado para que te diga que te presentes y lleves las cosas.

—¡Mierda! —exclamó Merrill.

Bet se desató las herramientas, se sacó el comunicador y se lo entregó todo junto con la hoja de trabajo.

Pero antes de que pudiera regresar al mostrador, tenía a Liu-laperra encima, diciéndole que era la de menor rango en Ingeniería y que estaba jugando con Bernstein, consiguiendo privilegios especiales como hacer medio turno o comerse ese sándwich y dando a entender vagamente que lo hacía confraternizando con algún oficial sin nombre.

Era mejor no discutir con Liu, eso decían. Liu era casi oficial en Ingeniería de principal, una mujer morena, chiquita con ojos almendrados, y que al manos en cubierta llevaba cuchillo. Bet bajó la mirada y sopesó las posibilidades de esa mujer que no le llegaba ni al hombro, escuchó pacientemente los gritos agudos y después dijo:

—No me importa que te preocupes por eso, compañera. Pero me he pasado el salto en ese cubículo de mierda de la cocina y he acabado mi trabajo para que tú puedas bañarte con agua caliente si quieres; el sándwich fue gratis y no pienso rechazarlo. En realidad, era yo quien estaba allá arriba distribuyendo paquetes y sándwiches con el cocinero porque era mi turno. Así que no vuelvas a decir que no he hecho nada, por favor.

Liu se achicó, furiosa. Merrill bajó la vista. Otros los miraban, todo un turno de gente que Bet no conocía…, gente que la asustaba, gente que se había divertido con una escena en lugar de pensar en otro disparo y otro salto.

La observaban como si la estudiaran, y Bet logró captar algunas palabras sueltas:

—Es Yeager. Será mejor que Liu se cuide. ¿Qué te apuestas? El otro hombre siguió el juego, como era obvio. Había oído eso desde que era pequeña y resultaba gracioso. A la mierda.

—¡Cambio de turno! ¡Nada de retrasos, nada de hablar!—— La voz de Fitch directa a los huesos—. Orden inversa de turnos. ¡Ahora mismo, ahora!

Todo el mundo obedeció, principal a las posiciones y alterno a los dormitorios o al corredor, donde principal había colgado las hamacas. Vio a Musa y a NB y se sirvió una cerveza, el cocinero le había dicho que tenía crédito y les invitó a una cerveza, nadie podía reprocharle que fuera amable con su turno.

—Vamos, sentaos —les invitó mientras cogían las cervezas—. Por Dios santo, NB, puedo invitar a cerveza a mis compañeros, no seas tan desconfiado… —Ingenuo para cualquiera que quisiera oírla.

—Sí, NB, siéntate —dijo Musa—. Esta mujer quiere invitarte a una cerveza, no seas descortés con ella.

NB se sentó, preocupado, al otro lado de Musa. En ese momento había mucho trajín en rec, gente que iba y venía, comía y se acomodaba.

Nadie lo notaría.

—¿Salió todo bien? —preguntó.

—La prensa estaba funcionando —respondió Musa—, tuvimos el corte general del salto y nos quedó material trabado en el molde. Principal va a protestar…

Liu era quien reemplazaba a Musa en el otro turno. Bet sonrió y dio un sorbo a su cerveza.

NB estaba tranquilo y no la miraba a los ojos. Nunca.

—Bernie no va a poder ayudarte —supuso que habría bastantes problemas en Ingeniería.

—Con ese compresor de mierda en el oído —dijo Bet—, no pude oír el timbre. Al parecer Bernstein quiere verme, y supongo que me reprenderá o algo peor.

—Bueno, mirad quién está aquí —se burló un técnico llamado Linden a espaldas de NB. Estaba sentado con algunos de sus amigotes y Bet pensó que NB lo había oído como ella misma; pero Musa se inclinó sobre NB y dijo, en voz bien alta:

—¿Es Linden el que está ahí? Ah, hola, Lindy… ¿Cómo te va?

—¿Qué tal, Musa? —llegó la respuesta; ahora que Linden sabía quién se sentaba junto a NB, la voz sonaba mucho más amable.

—Digamos que bien —respondió Musa y se reclinó de nuevo. Linden Hughes se calló y evitó la conversación. NB mordió un gran pedazo de sándwich para terminarlo y tomó un trago de cerveza con rapidez.

—Me voy a mi hamaca —dijo—. Gracias.

—Mierda —murmuró Bet—. NB, espe…

—Déjalo —cortó Musa, y le puso una mano sobre la rodilla. NB fue a lavarse las manos y desapareció.

—No es justo —dijo Bet.

—Cállate.

Bet calló porque sabía que los consejos de Musa valían su peso en oro.