Capítulo 1

Cómo engañan los antivacunas

Antes que nada, una aclaración. El criticar una o varias vacunas, el decir que una o varias vacunas tienen demasiados efectos secundarios o que son poco efectivas o innecesarias en determinado momento y situación, no le convierte a uno en «antivacunas». El gobierno español ha decidido no incluir en el calendario oficial de vacunaciones la vacuna de la fiebre amarilla, ni la de la tuberculosis, ni la de la encefalitis japonesa, ni la del cólera, ni la de la rabia, ni la de la varicela…, pero no por ello es antivacunas. Varios médicos, y entre ellos varios expertos en salud pública, han propuesto una moratoria en el uso de la vacuna del papiloma humano, considerando que su eficacia para prevenir el cáncer de útero y su efectividad en el caso concreto de España no están probadas y son dudosas. Pero no por ello son antivacunas. Numerosos especialistas se mostraron en 2009 en contra de la conveniencia de vacunarse de la gripe A, pero no por eso son antivacunas. Todos los expertos están de acuerdo en que las vacunas tienen contraindicaciones, en que hay niños que no se deben vacunar, pero no por eso son antivacunas.

Como en cualquier otra materia, también hablando de vacunas es posible tener datos contradictorios, interpretarlos de distinta manera, llegar a distintas conclusiones. Opinar que una determinada vacuna no es conveniente o necesaria en un determinado momento y lugar no significa ser antivacunas, como tampoco es «antiantibióticos» el médico que le recomienda no tomar antibióticos para el resfriado.

Pero algunas personas son antivacunas. Siempre. Por principio. Engañan, porque están dispuestas a hacer cualquier cosa para desacreditar las vacunas.

La corrupción del lenguaje

Los antivacunas engañan ya en el nombre de su asociación. En España han creado una Liga para la Libertad de Vacunación, un título doblemente engañoso:

Primero, porque a favor de la libertad de vacunación estamos todos. En España (como en la mayoría de los países), las vacunas no son obligatorias. Sería posible, en caso de epidemia con grave riesgo para la salud pública, hacer obligatoria alguna vacuna. Pero, en general, las vacunas del calendario oficial de vacunaciones son plenamente voluntarias. Podrán insistir más o menos, pero siguen siendo voluntarias, y hay en España (desgraciadamente) miles de familias que no vacunan a sus hijos y no pasa nada.

Pero, sobre todo, porque «libertad de vacunación» no significa eso. Si usted oye hablar de una liga para la libertad de prensa o para la libertad de sindicación, ¿cree que están a favor o en contra de los periódicos o de los sindicatos? ¿Qué le parecería que la Asociación para la Libertad de la Lactancia Materna se dedicase a decir que la leche materna no alimenta y que el biberón es mucho mejor?

Lo menos que pueden hacer es ir con la verdad por delante y denominarse «Liga contra la Vacunación» si eso es lo que piensan.

Porque, si usamos las palabras en su recto sentido, cualquier «Liga para la Libertad de X» debe dedicarse a defender X, a promocionar X, a defender el derecho de todos los ciudadanos a conseguir X.

Hay otros ejemplos de utilización de un lenguaje pomposo para hacer pasar una cosa por otra.

A Uriarte le han dado el Premio a la Investigación sobre Vacunas. Lo dice aquí: www.obstare.com/varios/revistas/Vacunaciones%20masivas%20y%20nuevas%20enfermedades.pdf

¿Quién concede ese premio, con qué criterios, cada cuánto tiempo, quién más lo ha recibido? Y, sobre todo, ¿por qué se lo han dado a un individuo que jamás ha investigado ni sobre vacunas ni sobre nada, que no tiene ningún estudio publicado en ninguna de las revistas indexadas en PubMed, y que en su libro demuestra saber bien poco sobre vacunas? Busque «Premio a la Investigación sobre Vacunas» en Google. No sale en ninguna otra página. Ni en la página del organismo que lo concede, ni en una nota de prensa, ni siquiera en las páginas de los antivacunas. Es un premio concedido entre amiguetes, simplemente una manera de hinchar el currículum.

El mismo Uriarte coordina el European Forum of Vaccine Vigilance, del que Marín es miembro fundador. Claro, si los padres leen «el European Forum of Vaccine Vigilance dice tal cosa o tal otra», pueden pensar que se trata de un organismo serio, tal vez dependiente de la Unión Europea, que reúne a los principales expertos en el tema del continente, que es el organismo encargado de vigilar el funcionamiento de las vacunas. Pero no es así. Es como si cuatro amigos, reunidos en el bar de la esquina, decidieran fundar el European Forum of Football Vigilance. Luego pueden dedicarse a hacer declaraciones oficiales sobre si lo del domingo pasado fue o no fue penalti.

En realidad, sí que existe un organismo oficial europeo que controla la seguridad de las vacunas y de otros medicamentos; la EMA, European Medicines Agency (www.ema.europa.eu). Y otro que controla las enfermedades, el ECDC, European Centre for Disease Prevention and Control (www.ecdc.europa.eu), y una red seria de información sobre enfermedades vacunables (Euvac, www.euvac.net).

En su capítulo 19, Uriarte explica que en 1997 «se reunieron diversos países europeos». En cualquier otro contexto, decir «se reunieron diversos países» significa que se reunieron sus presidentes o sus ministros o sus representantes del más alto nivel. Si se reunieran los catedráticos de varias universidades, o los directores de varios hospitales, nadie diría «se reunieron diversos países», sino simplemente «se reunieron catedráticos de varios países». Pero a las reuniones de las que habla Uriarte no asisten ni catedráticos, ni directores de hospital, ni investigadores serios, ni ministros de Sanidad, ni embajadores ni presidentes de organizaciones científicas. Solo se han reunido «antivacunas de diversos países». Ellos solitos, sin la molesta presencia de ninguno de los miles de médicos o científicos europeos que sí saben algo sobre el tema. Y en una de esas reuniones han sacado, nada menos, el Manifiesto Europeo de cómo minimizar los efectos secundarios de las vacunas.

Los padres que leen un Manifiesto Europeo sobre un tema de salud tienen derecho a esperar que, con ese nombre, sea una cosa seria, respaldada por un organismo oficial. Por el Parlamento Europeo, o por una Cumbre Europea de Ministros de Salud, o al menos por un Congreso Europeo de Farmacología o de Salud Pública. Los padres tienen derecho a esperar que las medidas recomendadas en semejante documento hayan sido científicamente demostradas en estudios clínicos y epidemiológicos bien hechos. Pero no es así. El dichoso Manifiesto Europeo lo han hecho ellos solos, unos cuantos antivacunas, y recomienda lo primero que se les pasa por la cabeza, medidas absurdas cuya eficacia jamás ha sido evaluada, como «no se darán varias vacunas a la vez» o «evitar los antitérmicos»; o, lo que es peor, medidas que pueden causar enfermedad y muerte, como «evitar las vacunaciones durante el primer año de vida» (ver págs. 52 y 238).

La creación de un falso debate

A los partidarios de teorías absurdas siempre les interesa dar la impresión de que jugamos todos en la misma liga. «Sectores vacunalistas», les gusta decir, para referirse al resto de la humanidad. Tendemos a pensar: «Unos opinan una cosa, otros opinan otra, el tema es controvertido, nadie tiene la verdad absoluta…» (donde «nadie», por supuesto, significa «nadie de vosotros», porque ellos sí que tienen la verdad absoluta).

No, nadie tiene la verdad absoluta, y en muchos casos es imposible saber cuál es la verdad. Pero en otros casos sí es posible. Existen verdades y existen mentiras. El que una o varias o muchas personas dijeran que dos y dos son cinco no va a hacer que dos y dos dejen de ser cuatro. No es un tema controvertido, en el que cada uno defienda lo suyo y no se sepa quién tiene razón. El simple hecho de que alguien diga una tontería no hace que un tema se convierta en «controvertido».

Existe gente que niega la teoría de la evolución, o la igualdad de la mujer, o que el hombre pisó la Luna, o incluso que la Tierra es redonda (sí, existen, mire aquí: http://theflatearthsociety.org). Pero eso no demuestra que sean temas controvertidos o dudosos. Simplemente, demuestra que hay chiflados dispuestos a decir cualquier tontería.

Pero no les basta con jugar en la misma liga. Quieren jugar solos, y se valen de la mentira más descarada para intentar desprestigiar y silenciar a quienes no piensan como ellos:

Habitualmente, a un médico convencional le cuesta mucho trabajo admitir, aunque solo sea desde la teoría, la posibilidad de que las vacunas pueden ocasionar trastornos, la escasa información que reciben acostumbra a ir en sentido contrario (Marín, pág. 232).

Tras repetir hasta la saciedad que los efectos adversos de las vacunas «se niegan, se minimizan y no se investigan», se queja de que los programas de farmacovigilancia «están tutelados por sectores vacunalistas», y de que «los datos aportados por organismos “prestigiosos” desgraciadamente no son fiables» (ídem, pág. 248).

¿Ve la trampa lógica? Apliquémosla a otro campo:

—La Tierra es redonda.

—¡No me lo creo! ¿Quién lo dice? ¿En qué se basan?

—Bueno, lo dicen desde hace más de dos mil años cientos de miles de físicos, geógrafos, astrónomos…, lo dicen los pilotos de avión y los marinos que lo han comprobado dando la vuelta al mundo, lo dicen los astronautas que la han visto desde el espacio…

—Pero todos esos son tierrarredondistas. No son imparciales. Seguro que no encuentras ni un solo tierraplanista que diga que la Tierra es redonda.

Pues eso. No importa cuántos inmunólogos, epidemiólogos o expertos en enfermedades infecciosas puedan investigar sobre la eficacia o los efectos secundarios de las vacunas; no importa cuántos años puedan dedicar a esa investigación, con qué métodos hagan sus estudios, con qué precisión analicen los resultados…, si por casualidad llegan a la conclusión de que cierta vacuna es eficaz y tiene pocos efectos secundarios y proporciona más ventajas que inconvenientes y por tanto es recomendable, automáticamente se convierten en «vacunalistas», y por tanto lo que digan no es de fiar. ¿La OMS, los Centers for Disease Control, la Universidad de Oxford, el Instituto Nacional de Salud Pública noruego…? No me importa lo que digan, porque son vacunalistas.

Miren lo que suelta Uriarte en la página 43 de su libro, sin citar ni una sola referencia bibliográfica:

Sin embargo, las nuevas áreas del saber así como las observaciones realizadas a lo largo de las dos centurias de práctica vacunal nos sitúan en condiciones de afirmar que la vacunación no es ni ha sido tan efectiva como se suponía.

Por otra parte, estas observaciones, muchas de ellas contradictorias, han dado pie a la aparición en escena de las diversas concepciones, en ocasiones enfrentadas, que de la enfermedad y su tratamiento tienen los diferentes representantes de la ciencia.

Miente descaradamente. Las observaciones realizadas en dos centurias han demostrado que la vacunación es altamente efectiva: la viruela erradicada del planeta, la poliomielitis en vías de erradicación, el sarampión, la difteria, el tétanos, la rabia o la tosferina prácticamente eliminadas en aquellos países que han mantenido un buen programa de vacunación, millones de vidas salvadas… ¿Qué debía hacer la vacuna de la viruela, aparte de erradicar la viruela, para que Uriarte reconozca su eficacia? ¿Pensaba acaso que al vacunarnos nos volveríamos guapos, listos y ricos, nos saldrían alas o aprenderíamos a tocar el piano? Pues no, señor, lamento informarle de que la vacuna de la viruela solo ha sido efectiva para evitar la viruela.

¿Cuáles son esas «observaciones contradictorias», quiénes son esos «diferentes representantes de la ciencia»? Los antivacunas no representan a ninguna ciencia, y los científicos de todo el mundo podrán discutir pequeños detalles, pero están de acuerdo en lo esencial, en la gran utilidad y eficacia de las vacunas.

La ocultación de motivos

Los antivacunas presentan, uno tras otro, cientos de supuestos motivos para condenar las vacunas. Que si son inútiles, que si producen autismo, que si llevan mercurio, que si las hacen las multinacionales para enriquecerse…

Pero estos no son verdaderos motivos, sino simples excusas. En realidad, el antivacunas típico no estudia los datos disponibles y llega a una conclusión a partir de ellos, sino que procede al revés. En algún momento llegó a la conclusión de que las vacunas son malas, y a partir de ahí se dedica a buscar datos que pueda parecer que sustentan esa conclusión. Escoge unos datos, oculta otros, retoca los de más allá. A algunos datos los tortura hasta que confiesan, otros simplemente se los inventa.

¿Que un científico dice que existe la posibilidad de que tal vez cierta vacuna cause autismo? Para los científicos honestos, eso es una posibilidad muy preocupante que requiere una rápida confirmación. Porque, si fuera verdad, tal vez habría que suprimir esa vacuna o abandonar o limitar su uso o modificarla. Decenas de científicos, en todas partes del mundo, estudian la situación desde distintos ángulos. Uno tras otro llegan a la conclusión de que no, la vacuna no produce autismo, y de que se puede seguir vacunando sin temor.

Pero los antivacunas no actúan así. De entrada acogen con entusiasmo cualquier remoto indicio, como si fuera una prueba definitiva y una verdad irrefutable. Y luego, cuando decenas de estudios mucho más grandes, profundos y fiables desmienten el indicio original, los ignoran, los niegan o intentan desacreditarlos. Jamás dirán: «Hemos comprobado con alivio que la vacuna no produce autismo, como se pensaba, y por tanto recomendamos a los padres que vuelvan a vacunar a sus hijos». Las vacunas usadas en España en la actualidad ya no llevan mercurio, pero los antivacunas siguen estando en contra.

Tal vez alguien pensará que la llamada ciencia oficial siempre dice que las vacunas son buenas. Pero no es así. La ciencia investiga honestamente, encuentra lo que encuentra, y obra en consecuencia. Por ejemplo, ver pág. 159, la historia de la vacuna contra el rotavirus.

Imagine, querido lector, que dentro de cinco años aparece una nueva vacuna. ¿Qué cree usted, que Uriarte y Marín estarán a favor o que estarán en contra? No importa contra qué enfermedad sea, o qué grado de eficacia tenga, o cuáles y cuán frecuentes sean sus posibles efectos secundarios; usted y yo sabemos que los antivacunas siempre estarán en contra, por principio. Y ellos también lo saben. Y entonces, ¿por qué no lo dicen?

Estar en contra de algo por principio no es malo. Yo también estoy, por ejemplo, en contra de la pena de muerte. Por principio. Pero lo que no voy a hacer es engañar y decir que estoy en contra por otro motivo, porque se cometen errores judiciales o porque la pena de muerte no disuade a los delincuentes. Porque aunque la pena de muerte fuera eficaz para prevenir el delito o aunque los jueces no se equivocasen jamás, yo seguiría estando en contra.

La conspiración universal

Muchos de los que están en contra de las vacunas creen en una terrible conspiración mundial, en la que los malvados laboratorios farmacéuticos, de acuerdo con todos los gobiernos del mundo (capitalistas, comunistas, islámicos y no alineados, ¡todos!), junto a las universidades y sociedades científicas, la OMS, el Unicef, la Cruz Roja y casi todos los médicos (menos algunas decenas de antivacunas), vacunan a nuestros hijos con productos inútiles y peligrosos con el único fin de ganar dinero.

En su versión completa, la teoría de la conspiración contiene tres puntos principales:

  1. Las vacunas no sirven para nada (y Ellos lo saben).
  2. Las vacunas son muy peligrosas (y Ellos lo saben).
  3. Ellos solo hacen vacunas para enriquecerse.

A lo largo de este libro daremos muchos argumentos en contra de cada uno de los tres puntos. Pero es que, además, los tres no pueden ser ciertos a la vez. Sería contrario a toda lógica (y hasta Ellos, por malvados que sean, tendrían que tener cierta lógica).

Supongamos que yo soy el malvado presidente de un laboratorio farmacéutico. Sé que las vacunas son inútiles, sé que son peligrosas, y solo quiero enriquecerme. ¿Saben qué haría entonces? Dejaría de hacer vacunas. Seguiría vendiendo «vacunas», por supuesto, en bonitas botellitas metidas en minúsculas cajitas de cartón, pero ya no serían vacunas. Sería solo suero fisiológico, agua con sal. Seguro que hacer vacunas de verdad cuesta dinero; fabricar botellitas de suero fisiológico es más barato, y vendiéndolas al mismo precio el beneficio es mayor. Como de todas maneras no sirven para nada, nadie se daría cuenta de la diferencia. Y como el suero fisiológico no puede hacer daño a nadie, no tendría esos desagradables efectos secundarios, y por tanto no correría el riesgo de que me pusieran una demanda y me pidieran una indemnización. Por no mencionar que, pese a ser un malvado estafador, tampoco soy un psicópata asesino, y si puedo ganar el mismo dinero (¡o más!) sin hacer daño a nadie, prefiero irme a dormir sin ese cargo de conciencia.

Así que la conspiración cojea, necesariamente, de alguna de sus tres patas.

—Si de verdad nos están vendiendo agua con sal a precio de vacuna, ¿de dónde salen todos esos supuestos efectos secundarios? ¡Una inyección de dos mililitros de suero fisiológico no puede hacer ningún daño! ¿Estarán los antivacunas imaginando cosas?

—Si de verdad tiene efectos secundarios, entonces es que hay algo más que agua en las jeringuillas. ¿Por qué se gastan el dinero en meter algo? Porque si vendieran agua, alguien se daría cuenta. Porque, al cabo de unos años de «vacunar» a los niños con suero fisiológico, habría unas epidemias tremendas, y alguien diría: «Parece que estas vacunas no funcionan muy bien, vamos a analizarlas a ver qué pasa», y se darían cuenta de que no eran más que suero fisiológico, se descubriría el pastel y meterían en la cárcel a los culpables. Las vacunas no pueden ser, al mismo tiempo, muy peligrosas y completamente inútiles.

—A no ser, claro, que no se hayan dado cuenta. Los que fabrican, venden y recomiendan vacunas están convencidos de que sí que funcionan y de que sus efectos secundarios son leves. Y también están completamente equivocados cientos de miles de médicos y científicos, pobres estúpidos, médicos que trabajan en miles de universidades y hospitales y centros de salud, en la OMS y el Unicef y la Cruz Roja, que asesoran a los gobiernos de todos los países del mundo, que incluso vacunan a sus hijos…, pero entonces no lo hacen solo para ganar dinero, no hay una conspiración para ocultar nada, lo hacen porque de verdad, honradamente, creen que están ayudando a nuestros hijos y protegiéndolos contra las enfermedades.

—O a lo mejor sí que se han dado cuenta. Los médicos y los gobiernos forman parte de una gigantesca conspiración para ponernos vacunas inútiles y peligrosas, con el único fin de que la industria farmacéutica gane dinero. Pero entonces, al darse cuenta de que las vacunas solo llevan suero fisiológico, ¿por qué se iban a enfadar, por qué iban a tirar de la manta? Unos gobernantes tan psicópatas y corruptos como para envenenar a sus propios niños, ¿iban a vacilar ante la pequeña estafa económica de vender agua al precio de vacuna? Todo lo contrario, la idea les parecería magnífica. Los gobiernos corruptos y conspiradores no quieren que haya efectos secundarios, no ganan nada con ellos. Al contrario, tienen que correr con gastos médicos, con ciudadanos inútiles para el trabajo que nunca van a pagar impuestos pero a los que hay que atender… Y siempre con el riesgo de que se descubra el pastel y te pidan cuentas…, no es lo mismo que se descubra una estafa puramente económica, que has estado desviando unos cuantos millones para beneficiar a un amigo tuyo que trabaja en la industria farmacéutica, o que se descubra que has estado asesinando niños inocentes. No, sin duda tanto los gobiernos corruptos, como los médicos corruptos, como los empresarios farmacéuticos corruptos, prefieren mil veces repartir suero fisiológico a repartir vacunas inútiles y peligrosas. Esto es tan completamente evidente que, si aceptamos las tres premisas de la conspiración, si aceptamos que las vacunas son inútiles y peligrosas y Ellos lo saben y Ellos solo quieren ganar dinero…, tendremos que aceptar como conclusión inevitable que, desde hace décadas, no nos inyectan vacunas, sino solo suero fisiológico. Pero, entonces, ¿de dónde salen todos esos efectos secundarios? Si de verdad existe una conspiración universal, entonces los antivacunas también pueden formar parte de esa conspiración. Hacen de «policía malo», de abogado del diablo en esta historia; los laboratorios farmacéuticos les pagan para que hagan correr la voz de que las vacunas son muy peligrosas, y por tanto «muy fuertes» (ya sabe, «lo que pica, cura»). Su misión es mantener a la gente engañada: mientras piensen que tienen efectos secundarios, no se darán cuenta de que en realidad no tienen ningún efecto, ni bueno ni malo…

Y es que esto de las conspiraciones es como rascarse: empiezas y no acabas.

La teoría de la conspiración completa no se sostiene. Los antivacunas deberán elegir cuál de sus partes les gusta más y renunciar al resto. Si quiere usted creer que las vacunas son completamente inútiles, no puede culparlas de tantos y tan graves efectos secundarios. Si quiere seguir despotricando contra sus efectos secundarios, tendrá que admitir que al menos cierta utilidad sí que tienen. Y si insiste en considerarlas completamente inútiles y al mismo tiempo muy peligrosas, tendrá que reconocer que sus partidarios no podemos ser todos psicópatas asesinos y que la mayoría recomendamos las vacunas de buena fe, para salvar vidas y no para enriquecernos.

Las vacunas comunistas

El Instituto Finlay es un centro de investigación y producción de vacunas de La Habana, Cuba. En agosto de 2010 su página web (www.finlay.sld.cu) nos avisa en portada de que hay «cinco luchadores antiterroristas, prisioneros del imperio». ¿De verdad cree que Fidel Castro es un agente encubierto de las multinacionales farmacéuticas? Una institución pública del (casi) último país comunista se jacta de fabricar excelentes vacunas, publica una revista especializada accesible por internet (Vaccimonitor) y exporta vacunas a países en desarrollo.

Si curiosea un poco por la página, verá que organizan periódicamente congresos internacionales sobre vacunas, con el inglés como lengua de trabajo, y que la revista Vaccimonitor publica artículos en inglés y en español, con títulos tan sugerentes como «Solución adyuvante CM-95 tratada magnéticamente en comparación con el adyuvante de Freund para la obtención del suero de Coombs en conejo» o «Selección de cepas de Shigella sonnei para el desarrollo de una vacuna efectiva contra la shigellosis». Son solo dos entre los miles de estudios que constituyen los profundos cimientos de la ciencia, el trabajo de miles de investigadores en todos los países del mundo. Y esa vacuna contra la shigellosis tal vez se conseguirá dentro de quince años, o tal vez no la conseguirán jamás, pero siempre habrá algún antivacunas esperando para decir que es inútil y peligrosa.

Es especialmente recomendable la lectura del artículo de Roque Valdés sobre el autismo y las vacunas, que también menciona algunos otros supuestos efectos secundarios. Reproduciré un párrafo de sus conclusiones:

[…] si esos niños del Primer Mundo que no son vacunados hoy atendiendo a estos falsos conceptos, no enferman, es [debido] precisamente a que se mueven dentro de una sociedad con altos niveles de inmunización (inmunidad de rebaño); a medida que disminuyan los índices de cobertura de inmunización se corre el peligro de que enfermedades que se pensaban controladas vuelvan a reemerger, no solo en los países del Tercer Mundo sino también en el mundo rico y desarrollado.

ROQUE VALDÉS, A. «Autismo y vacunas pediátricas», Vaccimonitor, 2004; 13:1-10.www.bvv.sld.cu/vaccimonitor/Vm2004/a4.pdf