8
DAVY Vincent parecía flotar aún entre brumas.
Davy Vincent, borrosamente, se daba cuenta de lo que le rodeaba. Ahora, ellas se habían apartado, sin embargo.
Le miraban, complacidas, sonrientes, felices. Parecían satisfechas de su actividad. La que siempre hablaba por las demás, elogió con voz susurrante:
—Perfecto, Davy... Ahora, permite que nos despidamos. Ya no nos eres necesario, amor. Hiciste lo que debías. La misión del macho es ésa: procrear, fertilizar a la hembra... Davy, amor... Gracias. Y adiós...
Las seis sonreían, se acercaban de nuevo a él, con su abdomen, que ya se abombaba, radiantes de satisfacción. Davy esperó, como aletargado, vio aproximarse los rostros de bellos ojos violeta, las bocas entreabiertas, los labios húmedos y carnosos, para besarle todas en aquella despedida.
Estaban ya muy cerca. Sentía su aliento. Las bocas se abrían, como para besarle.
Davy no se movía, se limitaba a ser pasivo, a esperar... Ellas tenían ya sus bocas junto a su rostro... Los ojos violeta revelaban algo desconocido, que la mente de Davy no podía entender.
Hasta que, de repente, sí entendió...
Aquellas bocas dejaban ver los dientes, blancos y fuertes... la saliva deslizándose entre ellos y la lengua voraz...
Eran bocas hambrientas. Bocas que iban a morder, a comer, no a besar...
Fue sólo una idea remota, fugaz. No podía luchar contra aquella especie de paralización que le impedía luchar, evadirse, hacer algo...
Y, de repente, cuando las bocas caían ya sobre su cuello y su rostro, cuando estuvo seguro de que iba a ser devorado vivo por aquellas extrañas hembras... sonó el grito agudo, ronco, inhumano casi.
—¡Apartaos, malditas! ¡Davy, lucha! ¡Davy, sal de tu aturdimiento! ¡Esas odiosas criaturas van a devorarte! ¡Es lo que hacen con los machos, lo que harán con todos los hombres del mundo, una vez fertilizadas!
Y Davy, brutalmente casi, salió de su aturdimiento, de su torpeza mental y física, para comprender, en toda su terrible significación, lo que estaba sucediendo.
Y para presenciar cómo Dean Forrester, o lo que quedaba de él, se enfrentaba a seis arpías cuya belleza se borraba por efecto de su maligna expresión al contemplar la presencia del que había sido su víctima...
Gritaron roncamente las seis mujeres, retrocediendo ante la presencia inesperada de Dean Forrester.
Luego, éste saltó sobre ellas, furiosamente, enarbolando en sus manos aquel objeto devastador, del que se había provisto en alguna parte, para acudir en ayuda suya.
Era un hacha de regulares dimensiones, de afilada hoja, que hizo gritar agudamente a Davy:
—¡No, Dean, no lo hagas! ¡Después de todo son mujeres..., son tus hijas!
—¡Mis hijas! —aulló Dean Forrester—. ¡Ellas no son nada mío! ¡Sólo he sido un mero vehículo inconsciente, porque me prepararon para ello, las muy malditas, allá en su mundo frío y lejano! ¡Son como hijas del diablo, no de ningún ser humano, Davy! ¡Mira lo que son, realmente, viendo lo que tú has hecho germinar en ellas!
Y ferozmente, Dean Forrester descargó el primer hachazo en el vientre de una de las hermosas mujeres. Ella aulló desgarradoramente, al ser hundido su abdomen por el tajo profundo y brutal.
Pero no brotó sangre de la terrible herida, sino una especie de acuoso humor lechoso... ¡junto con los cuerpos en formación de unos seres aterradores, que nada tenían de humanos!
Davy, mortalmente pálido, ya ni siquiera se fijaba en cuál era el aspecto del cuerpo de su amigo Dean, del cual sólo quedaba de humano su cabeza, sus brazos... y poca cosa más. El resto del cuerpo, bajo las ropas medio reventadas, se había transformado en una especie de enorme insecto color parduzco oscuro, tornasolado de verde, y sus piernas eran largas patas flexibles, rugosas y erizadas de pinchos, que al moverse producían el chirrido de un gigantesco coleóptero.
Lo peor para Davy Vincent, no fue eso, sino descubrir lo que él mismo había engendrado en una de las hermosas mujeres. ¡Porque aquellas formas en embrión que escapaban del vientre materno, no eran sino insectos repulsivos, de igual apariencia que Dean Forrester ahora, pero con cabeza y patas de insecto también, en algo parecido a una nueva especie de mantis religiosa provista de membranas como alas!
Luego, el hacha alcanzó a las otras mujeres, aniquilándolas sin piedad, mientras ellas chillaban rabiosamente, intentando alcanzar a Dean con sus mordiscos, con sus manos engaritadas, dirigiéndole profundas miradas de odio.
Cuando cayeron al suelo, en medio de los charcos blanquecinos, hasta cosa de dos docenas o más de insectos en embrión se agitaban sobre el viscoso líquido, escapando del seno materno, para ser pisoteados con rabia por la monstruosa mutación que era ahora Dean Forrester.
—Dios mío... —susurró Davy, estremecido—. De modo que era eso...
—Sí, Davy —habló roncamente su amigo—. Era eso. Algo así como abejas reina o mantis... Insectos gigantescos e inteligentes, la única forma de vida del planeta Eros. Devoraron a todos sus machos, y ya no podían procrear. Se morían lentamente cuando yo llegué allí y concibieron su siniestra idea, utilizándome como vehículo a mí... Mira, mira eso, Davy. Aún no lo habías visto todo...
Vincent miró al suelo. Sintió náuseas, se le contrajo el estómago.
Las seis mujeres ya no eran tales. Sus cuerpos, con la muerte, se habían ido alterando paulatinamente. Ahora eran gigantescas formas aladas, oscuras, crujientes... Eran insectos enormes, de feo rostro y saltones ojos ya sin vida. No había belleza en ellos. Sólo fealdad y muerte.
—Dios mío... —repitió, dominando su cúmulo tremendo de sorpresas sucesivas—. Dean, ¿qué significa realmente todo este horror?
—Te dije que no perdieras tiempo. Jennie peligraba... —se aproximó a ella, mirándola con patética expresión en aquel rostro humano, aposentado sobre hombros de insecto repulsivo, y meneó esa cabeza incongruente—. Al menos está inconsciente y no puede verme... Mejor así. Que no sepa nunca... en lo que me he convertido yo... Llévatela de aquí, Davy, si aún es tiempo. Me temo que ya se nos acaba a todos...
—¿Qué va a suceder ahora, Dean? —se angustió Vincent.
—Ya puedes imaginarlo... Ahí afuera hay ya docenas de mujeres como éstas. Seducirán a cuantos hombres hallen a su paso para que hagan germinar en sus vientres, con toda celeridad, nuevas crías. Invadirán todo. Son como una plaga sin fin. Devorarán a los machos. Hasta extinguir la vida en la Tierra, como hicieron en Eros. Son imitantes. Pueden alterar su apariencia física a gusto de quienes les contemplan. Una raza de mujeres solamente. Sólo gestan mujeres, a su vez. Hembras de su especie, sería más correcto decir. —¿Y... tú?
—Ya me ves —sonrió tristemente Forrester—, Esos tres meses borrados de mi mente, de las máquinas... Ellas lo hicieron. Cuando me hallaron con vida, me llevaron a su madriguera. Adoptaron aspecto voluptuoso y deseable, de hermosas mujeres, al leer mis pensamientos. Me estudiaron largamente, me hicieron una extraña operación de la que no quedaban huellas, para que yo fuese un hombre de especial atracción hacia las mujeres de la Tierra. Una vez aquí, el maldito mejunje que ellas me inocularon con genes de tu especie, sería transmitido a las mujeres de mi mundo. Y empezarían a nacer «ellas». En cantidad cada vez mayor, con rapidez creciente, a medida que estudiaran las crías el proceso de gestación humano... Son endiabladamente astutas y fuertes. De no intervenir yo.,., te hubiesen devorado vivo. Es la ley de su especie, como la de las abejas reina y las mantis de nuestro mundo. Son una especie de insecto inteligente, muy avanzada. A mí... me inocularon tejidos suyos. Una vez cumplida mi tarea en la Tierra, me convertiría en un insecto macho. Y terminaría siendo devorado por ellas, por sus crías... Ahora, ya lo sabes todo. Ni Jennie ni yo procreamos, realmente, semejante clase de seres. Ni tú tampoco, Davy. Hemos sido meros receptáculos. Lo que lograron, sin duda, fue adaptar su propio organismo al del macho humano, para ser fertilizadas a su vez, y extenderse con mayor rapidez. Ya te dije que son muy listas. Y muy crueles» Ellas no conocen la piedad.
—De modo que terminarás... convertido en un insecto.
—Eso es. Cosa de horas ya. Quizá de minutos. Davy, entonces mi mente se nublará. Pensaré como ellas. Atacaré a los humanos, sean quienes sean. No debes permitirlo, si aún sigues aquí. Davy, ¿por qué no terminas ahora... de una vez? —y le tendió, con gesto patético, el hacha recién utilizada.
Vincent retrocedió, angustiado. Meneó la cabeza con energía.
—No puedo... Sabes que no podría... —musitó.
—Está bien —sollozó Dean, contemplando sus manos, que iban cambiando paulatinamente de color, cubriéndose de una costra velluda por momentos—. Mira, ya termina el proceso de mutación a que me condenaron... Debo irme. No volveremos a vemos, amigo mío. Adiós. Y gracias por todo. Si aún es tiempo.., cuida de Jennie. Sácala de este infierno, di a las autoridades que destruyan todo esto, que acaben con cuantas criaturas nacieron aquí en estos días...
—Será difícil que acepten eso las autoridades, las madres...
—Lo sé. Pero debes intentarlo. Es el único medio de erradicar el mal. Si no, en poco tiempo la Tierra será una gigantesca colmena de insectos hembra... y de hombres devorados tras cumplir su misión reproductora.
—¿Y las mujeres?
—Ya lo viste: empiezan por matar a sus madres —afuera, en alguna parte, en alguno de los pabellones, sonó un agudo, largo grito de mujer. Ambos se estremecieron, se miraron con horror—. ¿Lo oyes? Otra madre que es sacrificada. Y así todas... No perdonan. A nadie. No lo olvides cuando luches con ellas como yo lo hice aquí. No te dejes influenciar por ellas, por su poder magnético. Recuerda siempre que, aparezcan como aparezcan ante tus ojos, no dejan de ser lo que son... Tienen la virtud de sugestionar, de hipnotizar, de despertar desenfrenados apetitos sexuales... Lo saben, y lo utilizan en su beneficio, las malditas alimañas... Adiós, Davy. No puedo esperar más. Ni tú tampoco. ¡Huye! ¡Coge a Jennie y huye!
Dirigió una mirada larga, entrañable, a su esposa inconsciente, que se agitaba ya débilmente, a punto de volver en sí. Rápido, el monstruo en que actualmente se había convertido Dean Forrester, se alejó, saliendo del pabellón.
Fuera de allí, una serie de alaridos horribles empezaban a sonar. Se oyeron disparos lejanos, gritos masculinos, sirenas de alarma...
Davy Vincent encajó sus mandíbulas. Tomó en brazos a Jennie y salió con ella de aquel edificio.
Lo que contempló, distaba mucho de ser agradable ni esperanzados Sus ojos se dilataron, aterrados.
Había soldados en tierra, abatidos. Les faltaba la cabeza. El cuello era un muñón sangrante, la calavera aparecía cerca, ensangrentada y con jirones de piel y de cabello encima.
El festín de las mujeres-insecto había comenzado ya en la Tierra. Cada macho seducido por su extraño poder, pasaba luego a ser su alimento.
La bárbara, feroz ley de las hormigas, las abejas y las mantis, se cumplía entre aquella raza siniestra, llegada de otros mundos, a través de los órganos genéticos de un ser humano, el único que regresó de los límites del Sistema Solar.
Algo más allá, yacían otras mujeres-insecto, con los vientres hendidos a hachazos. Un poco más lejos, yacía el hacha de Dean Forrester. Y no lejos de ella, descubrió Davy un cuerpo enorme de insecto alado, decapitado por sí mismo, en un supremo esfuerzo final.
Jennie nunca lo sabría. Pero allí estaba lo que quedaba de su esposo. Dean Forrester había terminado justo a tiempo con su vida. Ahora, ya no quedaba nada de él. Sólo unos jirones de ropa, desgarrada por la metamorfosis monstruosa. Allá, en el edificio de la Maternidad, una dura lucha tenía lugar. Enjambres de mujeres atacaban a los soldados. Algunos yacían ya decapitados y medio devorados. Otros, eran cuerpos de mujer, en plena mutación, muertos a balazos por un destacamento que se había atrincherado en su jeeps quizá a salvo del nefasto poder magnético de las hembras-insecto.
En otros puntos, la orgía continuaba, las mujeres eran amadas salvajemente por soldados o civiles, que no tardaban en pasar a ser banquete rápido de sus propias parejas, en una cruel danza nupcial bañada en sangre.
—La orgía ha comenzado. Y es, a la vez, sexo y muerte; reproducción y peligro para los humanos... —jadeó Davy, corriendo a través del claro, con Jennie en sus brazos.
Ella abrió los ojos, le miró con profunda sorpresa, aferrándose a su cuello.
—¡Davy! —gimió—. ¿Qué ocurre? ¿Adonde me llevas? ¡Oh, cielos...!
Repentinamente, dilataba sus ojos con terror. Era evidente que había recordado, que a su mente volvía la imagen de las seis mujeres asaltándola ferozmente en su pabellón.
—¿Ya recuerdas, Jennie? —musitó Davy, sin dejar de correr en dirección a un lugar seguro—. Sí, ellas te atacaron. Pude salvarte a tiempo... y Dean luego me salvó a mí.
—¡Dean! ¿Dónde está él ahora?
—Jennie, has de ser fuerte —musitó Davy—. El... murió luchando a mi lado, tratando de defendernos...
—¡Oh, no! —Jennie rompió en sollozos—. ¿Qué es lo que ocurre realmente, Davy? ¿Qué horror es este que nos rodea?
—El peor imaginable. Algo que llegó de otro planeta, que Dean se trajo de allí sin saberlo... Fue utilizado por una raza inteligente y cruel. Solamente era un objeto en sus manos, el vehículo destinado a desencadenar todo esto... Cuando pudo recordarlo todo, ya era tarde y...
Se interrumpió. Un grupo de mujeres cerraban su paso hacia las verjas metálicas que rodeaban los hangares. Parecían comprender que lo que él intentaba era huir en un vehículo, alejándose de Cabo Cañaveral para informar de lo que allí sucedía en estos momentos.
Le miraron con sus grandes ojos violeta, hermosas y deseables.
—¡Qué hermoso macho! —musitó una de ellas—. ¡Ven, ven aquí! Serás feliz con nosotras, con todas nosotras... Abandona a esa mujer.
Su influjo magnético era poderoso. Davy lo sabía por experiencia. Evitó mirarlas y trató de dar un rodeo, a la carrera, pero ellas se desplazaron, formando una línea que le impedía penetrar al interior de los aparcamientos de vehículos civiles y militares.
—¿A qué esperas? —le tentó otra—. Ven, amor...
Vincent ponía todas sus fuerzas en resistir la llamada del deseo, los influjos diabólicos de aquellas mentes capaces de trastornar a todo hombre a quien sometieran a su voluntad. Pero, por otro lado, tenía que abrirse paso cuanto antes o más enemigos llegarían, formando un cerco inexorable que provocaría su muerte y la de Jennie.
Ella, horrorizada, contemplaba a aquellas mujeres que, como desnudas ninfas, recorrían el recinto haciéndose dueñas de los enclaves estratégicos, utilizando su endiablada astucia y su maldad para ir apoderándose de todo, paso a paso, reduciendo a los hombres a la impotencia con su poder hipnótico, para luego convertirlos en su festín.
—Tengo que pasar... —musitó Vincent, exasperado—. ¡Tengo que pasar...! ' ;
Echó a correr hacia atrás, sin que Jennie supiera qué pretendía. Davy se detuvo junto al cadáver descabezado de un joven soldado. Se inclinó y tomó su pistola,, sin soltar a Jennie. Ella misma le alentó, ahora:
—No, Davy. Puedes dejarme en el suelo. Tómame de una mano y te seguiré... ¿Serás capaz de..., de disparar sobre ellas?
—No hay otro remedio. Eso... o perecer. Es nuestra alternativa. Dean me enseñó, antes, a ser despiadado con ellas.
Llegó ante la hilera de las tentadoras mujeres. Sin mirar a sus peligrosos ojos color violeta, disparó el arma inesperadamente.
Tomó por blanco las cabezas de dos de las hermosas criaturas. Ellas cayeron, exhalando un grito ronco. Las demás, enfurecidas, se lanzaron como arpías sobre ellos, al comprender que no podían nada sus artes contra la lúcida mente y la voluntad férrea del hombre.
Davy disparó una vez más, abatiendo a otra, y llevando casi a rastras a Jennie, logró alcanzar la valla de alambre, salvándola y corriendo hacia los vehículos allí estacionados.
—¡Si alcanzamos uno, quizá haya posibilidades! —masculló Davy, mirando hacia atrás, y comprobando que un grupo de mujeres platinadas corrían ya en pos de ellos para impedirles la fuga.
Más lejos, en los restantes edificios de la base, la lucha implacable proseguía. Era la hora de las hembras-insecto. Pronto todo el lugar sería de ellas. Su poder reproductor, en simples minutos, ahora que lograban ir seduciendo a cuantos hombres hallaban a su paso, eliminándoles luego ferozmente, se bastaría para invadir la base de criaturas infernales.
—¡Por aquí, Vincent!.—gritó una voz aguda.
Giró la cabeza, descubriendo entonces al doctor Kendrick. El médico estaba manipulando un jeep militar, que acababa de sacar de un cobertizo, y su lívido semblante era la prueba más evidente de que sabía lo que estaba sucediendo y había comprendido perfectamente que sólo había un medio de sobrevivir: alejarse lo antes posible de Cabo Cañaveral.
—¡Vamos, vamos, no pierda tiempo! —le apremió el médico—. ¡Esas malditas criaturas se están haciendo dueñas de todo! ¡Y no perdonan a nadie!
El jeep se aproximó hasta ellos. Davy hizo subir rápidamente a Jennie, y se volvió, cuando tres de las mujeres llegaban ya cerca de ellos. Hizo dos disparos, abatiendo a dos de ellas. La tercera retrocedió, emitiendo unos extraños gritos, en demanda de ayuda.
Saltó luego Vincent al vehículo y el doctor Kendrick pisó el acelerador, alejándose de allí a la mayor velocidad posible, perseguidos por un enjambre de mujeres vociferantes que, pese a todo, fueron quedándose atrás, en el infierno en que se había convertido la base espacial, aquella dantesca noche de orgía y de muerte.