6

EL doctor Kendrick regresó de la ventana, tras ver pasar una nueva ambulancia hacia el edificio de Maternidad. Se quedó contemplando fijamente a Dean Forrester.

—Déme los nombres de todas esas mujeres —pidió—. Serán examinadas antes de dar a luz, si es que realmente todas ellas pasan por ese trance.

—Pasarán. Estoy seguro, doctor —afirmó nerviosamente Forrester.

—Vaya escribiendo los nombres, en tal caso —le observó, mientras comenzaba a escribir en una hoja de papel—. ¿Dice que no puede dominar sus deseos sexuales?

—Eso es. En cuanto ellas se insinúan, yo acepto con rapidez la aventura.

—¿Y ellas son también rápidas en ofrecerse?

—Así es, sí.

—¿No le sucedió antes de ese viaje en ninguna ocasión?

—Como a cualquier hombre normal, doctor. No con esa intensidad, con esa frecuencia... Es como si fuese irresistible, como si las hipnotizase. Y luego, sé que no puedo evadirme de ellas, que las deseo ferozmente. —¿En cuánto hay con ellas relación sexual, las olvida, le producen algún sentimiento especial?

—Indiferencia a veces. Disgusto otras. Nunca vuelvo a sentir nada especial por ninguna de ellas, si a eso se refiere. Incluso me indigno, me asqueo por engañar de modo tan miserable a mi mujer. Y no soy ningún puritano, doctor.

—¿Cómo fue su permanencia en el planeta, en lo relativo a los apetitos sexuales, Forrester?

—A eso, creo que ya contesté durante la investigación, doctor —suspiró el astronauta—. Normal en un hombre solitario, perdido en un lugar así. Añoraba a la mujer, me excitaba pensar en ellas... Pero el intenso frío era un lenitivo a mis deseos. Nada fuera de lo normal, nada exagerado ni desorbitado, doctor.

—¿En todo momento fue así, Forrester?

—Que yo sepa, sí... —reflexionó, arrugó el ceño, como evocando algo, y luego añadió con tono vacilante—: Bueno, en los últimos meses, la cosa fue algo diferente.

—¿Diferente? ¿En qué sentido?

—Deseaba con más intensidad a una mujer. Es normal también, ¿no? Eran ya seis años de forzosa abstinencia, doctor...

—Eso sería, sin duda, después de esos tres meses de vacío mental...

—Pues... sí —miró con sorpresa al médico—. Sí, doctor. Fue después, estoy seguro. ¿Por qué lo ha preguntado?

—Por nada. Era una simple idea —Kendrick arrugó el ceño, paseando por la estancia, mientras Forrester terminaba su larga lista de mujeres conquistadas últimamente—. Relacioné ideas. Tres meses de embarazo, tres meses de amnesia... Igual período, ¿se ha dado cuenta?

—¿Qué puede tener que ver una cosa con otra? —se inquietó Forrester.

—No lo sé. Estamos especulando, simplemente. Si supiéramos algo de ese lapso de tiempo... —fue al teléfono, y marcó un número, preguntando luego—: ¿Pueden facilitarme la lista de ingresadas en Maternidad hoy? Sí, espero, gracias... Ah, por favor, si alguna da a luz, no dejen de informarme detalladamente.

Aguardó, unos instantes. Luego, asintió con la cabeza, escuchando algo y fue hasta donde Dean Forrester escribía su lista de nombres. Rápido, marcó con un aspa dos de los nombres allí anotados. Dean dio un respingo y le miró con sorpresa.

—¿Esas dos? —jadeó—. ¿Ellas están...?

—Una ha ingresado ya. La otra está en camino. Hay una tercera dando a luz. Y también son varias niñas... —marcó un tercer nombre que hizo lanzar una interjección a Dean—. Ya no hay duda, Forrester. Es usted el padre de todas esas criaturas. Si Dios no lo remedia, en pocos días tendrá más hijos que cualquier personaje de la Biblia.

—Hijas, doctor —hizo notar Davy, bruscamente—. Sólo hijas.

—Cierto... —la mirada huraña de Kendrick se clavó en Vincent, perpleja—. Otro raro fenómeno... ¿Por qué solamente niñas?

—Y todas iguales —dijo patéticamente Forrester—. Ojos violeta, pelo rubio albino, crecimiento anormal...

—Creo que debo ingresarlo, Forrester. Y someterle a una revisión completa de su actividad sexual —sentenció el doctor Kendrick pulsando un botón—. Tal vez eso nos aclare el fenómeno...

—Doctor, ocurre algo extraño.

—¿Todavía más? —se inquietó el médico, mirándole.

—Es sobre lo que usted ha dicho antes... Esas tres mujeres, doctor... sólo hace un mes que tuvieron relación sexual conmigo...

—Un mes —los ojos de Kendrick brillaron excitados. Cambió una mirada con Vincent, que había alzado su cabeza, sobresaltado

—Cielos, el período de gestación' se acelera por momentos y...

Se interrumpió. El teléfono sonaba. Lo tomó, atendiendo la llamada. Lanzó una imprecación al ser informado. Luego, se limitó a manifestar:

—No hagan nada. Avisaré al profesor Lydecker y al doctor Arden. Irán hacia allá en seguida.

Colgó. Su mirada fue a los dos hombres reunidos con él en su despacho. Pálido, el rostro de Dean se volvía patéticamente hacia él.

—¿Algo..., algo nuevo, doctor? —se expresó, angustiado.

—Me temo que sí, Forrester. Otra mujer ha llamado. Está a punto de dar a luz —repasó la lista de nombres y marcó otra con un aspa—. Las otras ya están en pleno parto. Siempre niñas... y numerosas. La que menos, ha tenido cuatro ya.

—Doctor, esa mujer... —señaló la recién anotada—. ¡Sólo hace tres o cuatro semanas que ella y yo...!

—Es terrible, Forrester —dijo, sombríamente, Kendrick—. Las cosas se aceleran por momentos. Es como si algo imprevisible se estuviera desencadenando. No es sólo lo que usted dice, con ser grave. Me han informado de algo relacionado con sus hijas...

—Las mías... —se estremeció Forrester. Demudado, interpeló al médico—: ¿Qué pasa ahora, por el amor de Dios, doctor?

—Su crecimiento. Las enfermeras están aterrorizadas. Dicen... dicen que, de repente, han tomado el aspecto de tener ya un año cumplido... Han crecido DE SUBITO, ¿lo entiende, Forrester?

* * *

Davy Vincent cruzó apresuradamente la zona ajardinada, en dirección a Maternidad. Dean Forrester, bajo los efectos de un poderoso sedante, se quedaba allí dentro, en manos del doctor Kendrick y un grupo de sexólogos y psiquiatras, requeridos urgentemente por el doctor Kendrick mismo. Ahora, Davy, un Davy preocupado, ensombrecido, realmente desasosegado e inquieto, volvía al centro médico para comprobar por sí mismo el nuevo fenómeno producido en la sala de maternidad.

Observó que había ya movimiento de personal médico y técnico en el pabellón, mientras llegaba alguna que otra ambulancia con nuevos casos de partos múltiples. Era como una auténtica epidemia ya.

Solicitó ver a las criaturas y la enfermera de las piernas bonitas puso algún leve reparo inicial, porque había recibido órdenes estrictas de aislar a todas las niñas que nacieran, y no permitir visitas, salvo las especialmente autorizadas.

—Lo sé —le dijo Davy con energía—. He estado con el doctor Kendrick y con Dean Forrester ahora mismo. Sé lo que sucede, y quiero verlas sólo un momento. Si es imprescindible, buscaré ese permiso...

—Está bien, venga conmigo —le invitó ella—. Le mostraré a las criaturas sin necesidad de permiso, pero en lo sucesivo, provéase de él, por favor. Yo me limito a cumplir órdenes.

Le precedió por el corredor. Davy, acaso por alejar preocupaciones, acaso porque era un acto muy lógico en cualquier hombre ante una figura como la que taconeaba delante de él, examinó las curvas de la enfermera, fijándose particularmente en cada detalle.

Repentinamente, ella redujo el paso y se volvió a mirarle. Había una dulzura insólita en su mirada.

—No vaya tan lejos, señor Vincent —dijo—. No contagio la peste...

Davy se puso a su lado y caminaron juntos ahora. La enfermera le rozó varias veces. Parecía buscar los contactos de un modo poco disimulado.

La miró, y se encontró con sus ojos. Ella se paró, humedeciendo los labios con su lengua, maliciosamente,

—¿Le gusto? —preguntó de repente.

Y se echó sobre él, con un murmullo ronco, rodeándole con sus brazos, buscando su boca con la pulpa húmeda de sus labios.

Davy miró a ambos lados del desierto corredor, sorprendido por la súbita pasión de aquella joven enfermera.

—Nadie pasa por este corredor. Yo llevo llave y cerré la puerta al entrar... ¿A qué esperas, mi amor? —susurró.

Davy, bruscamente, la apartó.

—Enfermera, no es el momento —dijo, brusco—. Lo siento. Me gustas, pero no creo que debamos ahora...

Ella le miró, como herida, avergonzada por el rechazo sufrido. Fue sólo un momento. Luego, enrojeció repentinamente, se arregló los cabellos y abotonó su uniforme blanco que ella misma había abierto.

—Pero... ¿qué he hecho? —susurró—. ¿Qué me ha sucedido a mí? Dios mío, señor Vincent, ¿qué pensará de mí, ahora?

—Muchacha, pienso que eres una jovencita encantadora y que no hubiera sido sacrificio alguno obedecerte —comentó Vincent, escudriñándola, captando su vergüenza, su rubor—. Pero había algo raro en ti. Como si de repente, algo te hiciera actuar así, como si no fueses tú misma...

—Es cierto... —le temblaba la voz—. Oh, usted es un hombre guapo, atractivo... Pero ¿cómo iba yo a atreverme a...?

—Serénate —la calmó él—. ¿Cómo te llamas?

—Stella... Stella Kane... ¿Va a dar parte de mí?

—Stella, no seas tonta —la acarició suavemente la mejilla y el cabello dorado, bajo la cofia de enfermera—. He olvidado lo sucedido. Sé que está pasando algo muy extraño en torno mío. Pero no imaginaba que yo también pasaría por el mismo raro fenómeno que padece mi amigo Forrester. El también, de repente, se ha vuelto irresistible para las mujeres. Lo malo es que él tampoco puede resistir la tentación. Yo, de momento, lie podido. Quizá por eso no hemos llegado más lejos, aunque era difícil, créeme. Stella, no té sientas avergonzada por nada. Creo que ni siquiera eras tú en ese momento...

Emprendieron de nuevo la marcha en silencio. Ella parecía incapaz de hablar, de comentar algo. Eludía su mirada. Davy preguntó de repente:

—¿Has tenido contacto con esas niñas?

—¿Las recién nacidas? —asintió—. Estuve en la sala de esterilización con ellas, hoy mismo. Son tan originales, tan raras...

—Raras. Sí, ésa es la palabra. Y tal vez peligrosas...

—¿Peligrosas? —la enfermera le miró, sorprendida—. ¿Unas criaturas?

Davy asintió, sin añadir nada más. Habían llegado ante la vidriera de las visitas. Otra enfermera montaba guardia allí y les miró, dirigiendo un leve reproche a Stella cuando supo que Davy no tenía autorización.

—No se preocupe —dijo éste—. Puede llamar al doctor Kendrick, si quiere. El le confirmará que puedo estar aquí...

Y sin añadir más, se quedó contemplando a las niñas.

Lanzó una interjección.

—Miren eso —silabeó—. ¡Parecen tener DOS años al menos!

Era cierto. Desde poco antes que las viera por primera vez, las seis niñas habían crecido de modo inconcebible. Se movían en el lecho, agitando sus piernitas en el aire, con total expresión de inteligencia, los rostros y el cabello propios de niñas de una edad próxima a los dos años. Sonreían, mirando malévolamente a través de la vidriera.

Una vez más, clavaron sus pupilas color violeta en Davy Vincent. Parecían felices al verle allí. Davy desvió la mirada de ellas, con cierto esfuerzo. Notó algo así como un influjo hipnótico en su mente, y le costó luchar contra él. Se sentía repentinamente torpe, lento de ideas.

La otra enfermera, mirándole también muy fijo ahora, se estaba desabrochando su blusa blanca. Davy giró la cabeza. Stella sonreía voluptuosa.

—¡Oh, muchacho, ven aquí...! —susurró la enfermera de más edad y más opulencias, empezando a moverse despacio, incitante, hacia él.

Stella le cerraba el paso por el otro lado, en tanto también se desabotonaba el uniforme.

—Mi amor —susurró Stella.

Davy sintió que se erizaban sus cabellos. En otra ocasión, hubiera considerado que su atractivo para las damas era irresistible, pero ahora todo era distinto. Tras la vidriera, captó la sonrisa gozosa de las niñas, que parecían gozar monstruosamente con aquella torpe escena.

Pero no era eso lo peor.

Las demás niñas, incluso las recién nacidas, ya con aspecto de llevar varios días o semanas con vida, se agitaban, se movían en sus cunas, como un enjambre de pequeñas, monstruosas mujercitas capaces de comprender lo que iba a ocurrir ante sus ojos infantiles...

Por un lado, Stella le rodeaba ya con sus brazos. Por el otro, la enfermera robusta se abalanzaba hacia él...

Davy jamás había pensado que pudiera sentir terror ante dos mujeres.

Y, sin embargo, eso era justamente lo que producía en él la increíble escena que estaba viviendo.

Terror. Terror a una actitud que no tenía sentido, y sí mucho de estremecedora y deshumanizada...

* * *

—¿Dean Forrester ha escapado!

El doctor Kendrick, atónito, contempló a la doctora Sheldon, de investigación sexual, con gesto de estupor e incredulidad.

Ella le contemplaba con estúpida sonrisa, voluptuosamente tendida en un sofá, retorciéndose como una loca.

—¡Forrester! —jadeó Kendrick, furioso consigo mismo—. ¡Debí imaginarlo, después de lo que él nos contó y de lo que sospechaba Vincent! ¡No debí dejarlo a solas con usted, doctora, en esta consulta! ¡El maldito ha vuelto a hacerlo! ¡La ha seducido a usted, doctora Sheldon, y ha escapado de aquí, quizá horrorizado por su propia debilidad! ¡Es preciso encontrarle!

Ella seguía como en trance y el doctor Kendrick telefoneó, apremiante, a sus colaboradores, cerrando la puerta de golpe y precipitándose en busca de Forrester por todas las dependencias del pabellón de investigación del personal astronáutico.

No dio en parte alguna con él. Transmitió instrucciones para su búsqueda, y telefoneó a Maternidad y al propio domicilio de Forrester, sin dar con él.

Repentinamente, había empezado a temer lo peor. Tras aquel nuevo acto demencial, seguramente ajeno a su voluntad y a la de la doctora Sheldon, debía de sentirse enfurecido, deseoso de terminar de una vez con aquel estado de cosas. Pero él no podía hacer nada, puesto que ignoraba las causas de su propio estado, y en plena ofuscación podía hacer cualquier tontería.

Una vez hubo dado con su colega, el doctor Arlan, le rogó que se ocuparan de la doctora Sheldon, internándola y procediendo a impedir, por todos los medios clínicos posibles, que llegase a prosperar la experiencia vivida con Dean Forrester.

Luego, trató de localizar a Davy Vincent sin conseguirlo, y su irritación y disgusto subieron de punto. Marcó el número de la oficina del coronel Waters, asesor militar de la NASA, y le informó de todos sus temores.

El asombro del coronel era justificado. Todo aquello tenía tanto sentido como un cuento chino, pero el tono sombrío y malhumorado de Kendrick debió impresionar lo suficiente al militar, para convencerle de que, realmente, algo andaba muy mal en la Base.

—Ocúpese de todas las cuestiones técnicas de su competencia, doctor —le dijo el coronel Waters—. Yo voy a llevar a cabo una operación de control y vigilancia, para impedir que Forrester escape de la Base, pero también para tener dominada la situación. Sea lo que fuere lo que nos haya traído Forrester de ese maldito viaje espacial, y sea lo que fuere lo que provoca esos nacimientos masivos e inexplicables, no puede significar peligro alguno para nosotros y mucho menos para el exterior. Sólo averiguando la naturaleza de los hechos, dentro de una situación de estricto control y plena seguridad, estaremos realmente tranquilos.

Kendrick colgó, justo cuando el doctor Arlan, seguido de los ayudantes suyos, entraban en su despacho. Al ver sus gestos, el doctor Kendrick temió que alguna novedad nefasta viniera a ensombrecer aún más el panorama.

—Y bien, ¿qué ocurre ahora? —se interesó.

—Imposible impedir que la doctora Sheldon tenga hijos, doctor Kendrick —habló el doctor Arlan gravemente—. Su estado de gestación está ya muy avanzado.

—¿Qué? —aulló Kendrick, palideciendo—. ¡Si apenas hace una hora que todo ocurrió y ella nunca tuvo hijos, ni siquiera es una mujer capacitada para tenerlos, como sabemos muy bien nosotros!

—Pues algo alteró su naturaleza, doctor Kendrick, pero evidentemente quedó embarazada hace ya algún tiempo, y ahora sería un auténtico crimen lo que provocaríamos con una acción así.

—No, no., —susurró Kendrick, sintiéndose enloquecer—. La ficha de la doctora Sheldon la poseo yo, precisamente. Sé que es estéril. No puede tener hijos. Y ahora... ahora, de un contacto que hace sólo UNA HORA que se produjo..., ¡su embarazo ya está avanzado!

—Cosa de cuatro meses diría yo. O algo más —dijo un ayudante del doctor Arlan, mientras éste lo corroboraba con un asentimiento de cabeza.

—Dios mío... Eso significa que, tal vez hoy mismo, nacerán más niñas... ¡Que el proceso evolutivo de la gestación se reduce por momentos! ¡Es como fecundar automáticamente, como si no fueran humanos, ni siquiera animales...! Doctor Arlan, si esa mujer tiene hoy mismo varias niñas, ustedes serán responsables de ello.

—No, doctor, eso es una locura. Su embarazo está avanzado, pero antes de otros cuatro meses, como mínimo, no puede dar a luz... —parpadeó Arlan, mirándole como sí dudase de su estado mental.

—Una apuesta, doctor Arlan. Mil dólares a que hoy mismo da a luz la doctora Sheldon...

—Aceptados —dijo prontamente el médico a su colega—. Será el dinero ganado más fácilmente en toda mi vida...

—No esté tan seguro de ello, doctor Arlan —manifestó ásperamente el doctor Kendrick, saliendo bruscamente de la habitación.

Esto sucedía a las cinco de la tarde.

A las nueve de la noche, el doctor Arlan, demudado, ponía mil dólares en la mano del doctor Kendrick, en un cheque al portador.

La doctora Sheldon estaba dando a luz cinco hermosas niñas de ojos color violeta y cabello rubio platino.