CAPÍTULO III 
ASESINOS DORADOS

 

Alacranes... ¿Eso tiene algún sentido?

—No lo sé, capitán Bowie. Pero lo cierto es que aparecieron de repente, atacando a uno de los patrulleros. El primero, ya había picado al pistolero matándole rápidamente.

Creí que los alacranes no eran venenosos...

—No siempre lo son —convino Cole, pensativo. Existen diversas especies. Las hay que sólo producen heridas irritantes, más o menos dolorosas. Otras, llegan a intoxicar seriamente, con grave inflamacn, y se precisa asistencia médica inmediata. Los menos, son letales con sólo picar, y su poderoso veneno va directo al corazón, provocando el colapso. Esa es, al parecer, la especie que hemos visto en la finca de Sue Norton.

Pero no tiene sentido. Utilizar primero a un profesional del crimen, luego un par de alacranes venenosos... ¿De dónde pudieron surgir éstos, señor Cole?

—No lo sé, pero empiezo a imaginarlo. Sólo existe, en buena lógica, un medio por el que les fue posible llegar hasta la casa de la señorita Norton.

¿Y ese medio sería...?

El propio asesino, Tony Giordano. El los llevaría consigo.

¿El? ¿Sobre su propia persona?

¿Por qué no? Si estaban amaestrados, como usted y yo hemos sospechado, capitán, podría suceder que alguien pudiera llevarlos consigo sin correr peligro.

Pero..., pero Giordano fue luego atacado. Y muerto.

Las circunstancias eran diferentes. Giordano había sido abatido, estaba inconsciente. Es posible que el amaestramiento de tales arácnidos llegase a permitirles advertir esa situación, y la orden recibida por su domador fuese la de atacar y matar, siempre que su portador corriera el peligro de ser interrogado y hablara de más.

— ¡Cielos! Eso significaría que los alacranes están realmente entrenados para todo... Una posibilidad horrible, señor Cole.

Pero posible también, capitán. Sue Norton temía algo de los alacranes. Es lo que me dijo por tefono. Luego, la mataron, fingiendo un suicidio. Y después... aparecen esos alacranes. Curioso, ¿no? Y muy significativo...

Sí, eso es cierto. De no ser por su testimonio, la muerte de esa mujer hubiese sido a todos los efectos un claro suicidio. Se ha comprobado su letra, en la misiva que dejó escrita antes de morir, y parece legítima. En el mensaje, dice que va a matarse cortándose las venas, y que nadie debe ser culpado de su muerte. Tenía un historial psiquiátrico negativo. Ya estuvo una vez a punto de suicidarse. Todo contribuía a hacer verosímil la historia.

Es evidente que lo planearon todo adecuadamente, pero ¿por qué? ¿Qué significaba Sue para ellos? Es lo que me intriga. Ella era solamente una ex actriz, hoy retirada... ¿Por qué tomarse la molestia de fingir un suicidio, de falsear una carta, de contratar a un pistolero profesional, no demasiado inteligente, por otro lado?

—No sé, señor Cole. Pero le diré algo. Su amiga, la señorita Norton, era algo más que una ex actriz con problemas psiqutricos y nerviosos.

¿Sí? Frank miró curiosamente a su interlocutor—. ¿Qué más era ella, en realidad, capitán Bowie?

El oficial de la División de Homicidios de Nueva York, se echó atrás en su asiento, tomó unos papeles de su mesa de trabajo, en el Departamento de Policía donde estaba reunido ahora con Frank, y tras elegir uno de ellos, lo mostró al joven budoka,

Vea esto dijo apaciblemente. Es un informe que acaba de llegar a mi despacho. Sue Norton era actualmente la amante de Alexander Armstrong.

¿Alexander Armstrong? Cole frunció el ceño. Me suena ese nombre...

A. A. suspiró el capitán, moviendo la cabeza—. Un VIP. Alguien muy importante en el país. Y fuera de él. Un magnate de la industria y de las finanzas. Parece ser que la situación de su amiga no era muy boyante hace un par de años. Luego, su relación íntima con A. A, le reportó una nueva posición. Gracias a eso tenía medios de vida, una casa en Oyster Bay y todo lo demás...

Y quizá, gracias a ello, enconttambién la muerte sentenccon voz grave Cole.

Quizá el policía le miró, sorprendido. De momento, le interesará saber algo más. Alexander Armstrong... ha desaparecido.

¿Qué?

Se ignora su paradero. Desaparechace tres días. Se sospecha un secuestro, pero no hay confirmación alguna de ello, ni los raptores han dado señales de vida. ¿Cree que ambos asuntos pueden estar relacionados?

Algo más que eso, capitán. Estoy seguro de que ambos responden a un mismo móvil y circunstancia…

 

* * *

 

El señor Armstrong... Sí, en efecto. Ha desaparecido. Y no sabemos absolutamente nada sobre su actual paradero, señor Cole.

Frank Cole contemppensativamente a su interlocutor. La estatura, arrogancia y majestuosa energía de aquel hombre altísimo, de blancos cabellos y rostro bronceado, serio e inexpresivo, de ojos azules y profundos, podía impresionar fácilmente, aunque él fuese un hombre que rara vez se impresionaba por nada.

¿No existe la posibilidad de un secuestro, de una demanda de rescate por él? — sugirió Frank vivamente.

Claro que existe el hombre ni parpadeó. Pero ni yo ni su empresa hemos recibido notificación alguna al respecto. Todo son conjeturas, y nada más.

¿Y su familia?

Su familia tampoco sabe nada su voz tomó una frialdad mayor. Tenga en cuenta que él vive separado de su esposa e hija. Pero ellas se preocupan igualmente por él. No, tampoco saben cosa alguna sobre un posible rescate.

Usted, como socio suyo... ¿qué piensa al respecto?

—No sé qué pensar. Sencillamente, temo siempre lo peor en casos así. La ausencia de noticias, de información sobre su estado o paradero, me resulta un indicio pesimista.

¿Acaso teme que le hayan asesinado?

¿Por qué no? se encogió de hombros el caballero de pelo blanco algodonoso. Tiene muchos enemigos. Todos los grandes industriales los tienen, a fin de cuentas. Mi amigo y socio Alexander Armstrong es una persona notable en ese terreno. Era de temer algo así. Pero uno nunca se hace a tal idea.

Si sucediera lo peor, ¿cómo quedarían las industrias y la fortuna del señor Armstrong a su muerte?

La esposa y la hija heredarían sus bienes. Yo seguiría siendo su director general y administrador único de sus industrias.

¿Y... Sue Norton? sugirió Cole, pensativo.

— ¡Oh, la señorita Norton...! el hombre humedeció sus labios. Evidentemente, la pregunta le resultaba embarazosa. Ella..., ella tendría un legado. Un generoso legado, pero nada más. Era la voluntad del señor Armstrong respecto a ella.

Entiendo suspiró Cole, poniéndose en pie. Tendió su mano a Lukas Neville, socio industrial de Alexander Armstrong en sus factorías y negocios. Es todo, señor Neville, gracias.

¿Le ha servido de algo mi ayuda? se interesó, solícito, Neville. Al llamarme el capitán Bowie y pedirme este favor, le dije que lo haría gustosamente si con ello podía ayudar a mi socio en alguna forma. ¿Es usted detective privado quizá?

Algo parecido sonrió enigmáticamente Cole. Le tendré al corriente de todo, señor Neville, si averiguo algo sobre el paradero o la suerte actual de su socio, el señor Armstrong.

Se lo agradeceré mucho. Después de todo, la desaparición del señor Armstrong ocurrió en un momento en el que, tal vez, muchas cosas hubieran podido cambiar para el mundo. Yo, ahora, no sé qué decisión tomar al respecto.

Al respecto, ¿de qué? se interesó Cole, detenndose junto a la salida.

—Del último asunto en manos de mi socio. Es muy importante. Podría ser un gran fracaso o una inversión de incalculable valor. Y ni siquiera sé qué decirle a nuestro cliente, el señor Copland...

¿De qué asunto se trata, para ser tan importante si sale bien?

—No hay evidencias de que tenga que salir bien. Si fuera así, su valor resultaría fabuloso, una auténtica revolución mundial, señor Cole. No puedo decirle más, compréndalo. Son secretos industriales. Pero el asunto me tiene muy preocupado. Si en el plazo de tres días no sabemos algo de mi socio, es posible que la operación se malogre, o que cometa el mayor error de mi vida. Un error que costaría millones.

Lamento no poderle ayudar en su elección, señor Neville sonrió Cole—. Y menos, sin saber siquiera de qué se trata... Hasta pronto. Y gracias por todo.

Abandonó el edificio de las Industrias Armstrong Limited. No había sacado mucho en limpio de su visita al socio de la empresa. Tampoco lo había esperado. Pero algo le decía que la desaparición de Armstrong no era nada ajena a la muerte trágica y misteriosa de Sue Norton, su querida compañera Pequeña Flor del Cerezo.

Mientras regresaba Frank al automóvil alquilado en Nueva York para utilizarlo durante su estancia en la ciudad de los rascacielos, iba pensando en Lena Tiger.

Y en la posibilidad de que, tal vez ella, en la misión que le había asignado aquel mismo día, tras conocer a través del capitán Bowie las circunstancias que rodeaban la vida y muerte de Sue Norton, tuviera más fortuna que él y llegase a alguna parte, aunque ignoraba adónde...

 

* * *