Capítulo VI

ES cierto, señor Sloane. Mi hija ha sido detenida. La acusan de ser la Dama Negra, esa horrible asesina.

Blake asintió, mirando fijamente a la mujer llorosa pero serena que tenía ante sí. Ruth Eisner parecía realmente afectada por el arresto de Diana.

—Señora Eisner, ¿cómo ha podido ocurrir eso? —trató de averiguar Blake.

—Ella misma provocó la situación.

—¿Ella?

—Sí, fue como tentar a la mala fortuna. El capitán Knowles había venido aquí con la clara intención de interrogarme a mí, creo que incluso de acusarme de ser la asesina, como vengadora de la memoria de mi esposo, Gordon. Entonces, Diana intervino en la conversación. Dijo que yo no había tenido necesidad de esperar diez años para vengarme. Que bastaba con pensar que quien entonces era una niña, incapaz de vengar a su padre, ahora era una mujer con capacidad suficiente para llevar a cabo una tarea tan justa. El capitán pareció sentirse picado por ese desafío, y comenzó a presionarla. Al final, Diana le provocó más aún, diciéndole que no podía culparme a mí de algo que yo sería incapaz de hacer, pero que ella cumpliría muy gustosa. No debió hablar así. El capitán hizo registrar su habitación, y encontró un frasco de perfume como el que yo uso, pero escondido en un armario. También halló una lista con los nombres de las personas asesinadas. Eso, por sí solo, no quiere decir nada, pero lo consideraron suficiente para llevársela al departamento de Homicidios.

—Creo entender lo que su hija intenta: desviar las sospechas de usted para inculparse ella. Tiene que saber que su hija me contrató para…

—Sé para qué le contrató, me lo ha confesado antes de irse con los policías —confesó amargamente la mujer—. ¿Por qué hace Diana todo esto? Yo no soy culpable, no necesita protegerme…

—Tal vez su marido tampoco lo era. No tuvo protección… y ya ve lo que sucedió.

—¡Pero yo no soy la Dama Negra!

—¿Y era él quien mató a Forrester? ¿Podría usted jurarlo?

—No —suspiró ella, cansadamente—. No podría admitir nunca que Gordon, el hombre a quien yo amé, fuese culpable de nada tan horrible.

—Sin embargo, hay unas muertes que han de tener una explicación. Y la única que existe es la que se desprende de los propios hechos y de las víctimas elegidas: todas ellas son personas relacionadas muy directamente con la suerte de su marido.

—Oh, Dios mío, es para volverse loca… Primero él… y ahora mi propia hija… ¿Es que no he sufrido ya bastante?

—Señora Eisner, la desgracia a veces golpea repetidamente en un mismo sitio. Debe serenarse y mantenerse firme. ¿Creé que será formalmente acusada su hija de esos asesinatos?

—Estoy segura, sobre todo si insiste en desafiarles, para desviar de mí su atención, pobre hija mía…

—Si el capitán Knowles descubre que Diana amaba a su padrastro como si fuese su propio padre, tal vez eso la perjudique notablemente…

—¿Diana? ¿Amar a su padrastro? —la señora Eisner miró con sorpresa a Blake—, ¿Qué está diciendo? ¡Diana siempre odió con toda su alma a mi marido!

—¿Cómo? —preguntó Blake Sloane, realmente asombrado.

—Lo que oye, señor Sloane. Ella nunca sintió amor por Gordon. Y comprendo muy bien la causa… Yo quería a Gordon, pero él no era un hombre perfecto ni mucho menos. Diana era tan pequeña entonces… Un día se enfureció porque había roto algo, y la pegó una terrible paliza. Tuve que quitársela de las manos. Desde entonces, Diana ha sentido un odio profundo e incontenible por su padrastro, hasta el extremo de que no me echó una sola lágrima por él, cuando supo que había muerto.

—Cielos, eso nunca me lo contó ella.

—No le gusta hablar de ello. Prefiere tratar de olvidarlo, no pensar en esa faceta de su pasado…

—Pero le bastará mencionarlo, para que los policías comprendan que no tiene sentido que una chica trate de vengar a un hombre a quien odiaba… Usted puede probar eso, sin duda.

—Claro que puedo hacerlo. Pero ignoro si me creerán o no, dado que ya la tienen a ella en sus garras. A la policía le conviene un éxito rápido en este asunto, para impedir que la prensa y la opinión pública se metan con ella… Pueden decir que yo miento para protegerla, que me invento una historia falsa sobre un odio inexistente entre padrastro e hijastra…

—Sí, entiendo. Deje el asunto en mis manos, señora. Iré a ver a Diana. Lo conseguiré aunque me cueste pelearme con todo el departamento de Homicidios. Luego, le buscaré un abogado, por si lo necesita —meditó, frotándose el mentón—. Conozco a uno que puede serle muy útil, llegado el caso, aunque no sea criminalista…

Y salió de casa de las Eisner, no sin antes respirar hondo y comentarle a la atribulada madre:

—Yo que usted, señora Eisner, no usaría nunca más Vissón Número 7. No porque sea demasiado caro, sino que empieza a resultar un poco peligroso para quienes lo utilizan…

* * *

Knowles soltó un bufido de ira y pegó un golpe en la mesa.

—Le voy a permitir hablar con la chica unos minutos, pero sabe que no tiene el menor derecho a ello, Sloane —gruñó malhumorado.

—Claro, capitán. Pero usted es un hombre comprensivo. Espero que no acusará formalmente de nada a esa chica…

—Eso es cosa nuestra. De momento se la retiene como sospechosa.

—Un abogado puede sacarla en pocas horas de aquí si no se formaliza una acusación cualquiera, y usted lo sabe.

—Cuando ese abogado nos presione, habrá acusación formal, pero no antes —cortó abruptamente el oficial de policía—. Y eso es todo, Blake. Ahora dígame lo que quiere, aparte de charlar con la muchacha que le contrató.

—Sólo indicarle algo que he averiguado: esa joven no amaba a su padrastro ni mucho menos. Fue golpeada por él brutalmente en una ocasión y eso abrió un abismo entre ambos. En esas circunstancias, ¿sería lógico pensar que ella va matando por ahí a la gente para vengar a un padrastro a quién aborrecía?

—¿Tiene pruebas de que lo que dice es cierto?

—Aún no, pero creo que será fácil comprobarlo…

—Entonces, intente probarlo y le creeré. Ahora déjeme en paz. Le traerán a Diana Eisner para que hable con ella cinco minutos. Ni uno más, ¿está claro?

Blake asintió con la cabeza. Momentos más tarde estaba ante su cliente. La joven se mostraba entera y tranquila, totalmente dueña de sus nervios.

—Hola, Sloane —saludó con una vaga sonrisa, al sentarse ante él.

—Hola, señorita Eisner —respondió Blake—. ¿Cree que ha obrado con sensatez?

—No podía permitir que arrestasen a mamá. Eso nunca.

—No trate de estropear las cosas más aún, amiga mía. Su madre me contó la verdad sobre usted y su padrastro.

—¿Ah, sí? —hubo un rictus de amargura en su faz—. Entonces, ya lo sabe. No hay motivo alguno para matar a nadie. Pero antes de que acusen a mamá, haré lo que sea. Ella sí que se merece todo. Me protegió siempre de los malos tratos de Gordon Eisner. El tal vez no era malo, pero era violento, brutal a veces. Pretendía enseñarme, hacerme dócil y respetuosa a base de una mala táctica. Sentí no poder llorar cuando le ajusticiaron.

—Cuando ellos sepan eso, la soltarán.

—Y volverá a ser mamá la sospechosa número uno. Ella sí amaba a mi padrastro. No se merece ahora estos nuevos sufrimientos. Y no los tendrá mientras yo pueda evitarlo.

—Creo que es usted una chica obstinada, terca como una mula —resopló Blake—, De todos modos, tengo que ayudarla, le guste o no. Voy a enviarle un abogado.

—No he solicitado ninguno.

—Pero tiene que tener uno. Yo se lo enviaré. Es un joven de brillante porvenir. Esperemos que la ayude oportunamente. Ahora dígame si tiene alguna coartada para las noches de los asesinatos…

—No, ninguna. Me gusta ir por ahí y tomar unas copas. A veces voy acompañada, a veces voy sola. Me temo que esos días iba siempre sola y por sitios distintos. Será difícil conseguir esa coartada, Sloane.

—Y aunque la hubiera, usted la ocultaría por el momento —gruñó Blake, malhumorado—. Creo que no me deja otra alternativa que encontrar a la verdadera asesina y entregarla a la policía atada de pies y manos.

—¿Haría eso por mí, de veras? —preguntó ella, con gesto curioso.

—Sabe que lo haría, maldita sea —refunfuñó Blake con gesto adusto. Luego sonrió y meneó la cabeza—. Bueno, al menos voy a intentarlo, palabra.

—Le deseo suerte, Blake, de verdad. Nunca le podría pagar un favor así… pero siempre que no fuese a demostrar que era mi madre la culpable.

—Si me quiere escuchar una simple opinión, no creo que ella sea la mujer que buscamos, de modo que no tema nada en ese sentido, amiga mía.

Diana Eisner meditó unos momentos. Luego, alzó la cabeza, miró a Blake Sloane fijamente y acabó hablando:

—Creo que voy a contarle algo que podría serle de alguna ayuda.

—Vaya, menos mal —suspiró Sloane—, ¿Piensa sincerarse totalmente conmigo a estas horas? Creí que no me ocultaba nada.

—Y no se lo he ocultado. Sólo que de esto me enteré más tarde, a través de una conversación casual con mamá, antes de ser arrestada.

—Bien, la escucho. ¿De qué se trata?

—Bueno, se refiere a algo que también sucedió hace años, muchos años. Cuando todo lo demás.

—Ya. ¿Qué fue ello?

—¿Usted ha oído hablar de alguien llamado Slim Briggs?

—¿Slim Briggs? —Blake arrugó el ceño, esforzando su memoria—. Claro. Es un colega. Un sucio y condenado colega que es capaz de cualquier felonía. Al menos llevará veinte años en el negocio, pero jamás jugó limpio.

—A ése me refería. Mi padrastro le contrató por entonces, cuando fue despedido de la casa Luxury.

—¿Su padre contrató a ese pillo? ¿Para qué?

—Ya sabe por propia experiencia para qué se contrata a un detective privado: para investigar algo.

—Ya, pero ¿qué tenía que investigar su padrastro a través de un detective privado como Briggs?

—Un asunto poco claro. Algo relacionado con su empresa. Creo que, en el fondo, lo que mi padrastro intentaba era vengarse de la casa, de Karin Benson…

—Muy comprensible. ¿Qué esperaba que encontrase Briggs para favorecer sus propósitos? ¿Lo sabe?

—Mamá cree saber que sí. Drogas.

—¿Drogas?

—Ya sabe: estupefacientes. Una empresa que mueve por el país y por el extranjero perfumes y cosméticos, tiene amplias posibilidades de traficar con drogas con un cierto margen de ventajas. La policía rara vez sospecha que en un frasco de perfume o en una caja de maquillaje se oculte heroína o algo parecido.

—Sí, es una posibilidad. ¿Era una sospecha o algo más que eso?

—Al parecer, era algo más. Bastante más, según mi madre. Pero Briggs no fue honesto.

—Naturalmente. Ya le he dicho que nunca lo fue. ¿Qué hizo en esa ocasión?

—Traicionar a mi padrastro. Se vendió a Karin Benson sin duda. Y por dinero, les reveló lo que estaba haciendo por cuenta de Gordon Eisner. Naturalmente, fracasó en el intento, y tuvo que renunciar a vengarse de la Luxury. Poco después, era asesinado Clark Forrester. Me pregunto si no será por causa de las drogas, y no por la mano directa de mi padrastro. Y ya sabe usted ahora muy bien que no lo digo porque sintiera especial cariño hacia él.

—Sí, lo sé —Blake se frotó la mandíbula, en un gesto muy peculiar suyo—. Bueno, creo que haré una visita a ese tal Briggs. Puede ser que, si entonces estuvo metido en el ajo y se vendió al mejor postor cuando tuvo alguna evidencia de que las sospechas de Gordon Eisner eran justificadas, ahora podría estar también trabajando para la Luxury y ganando buen dinero gracias a ello. Conozco a Briggs y sé que no renunciará fácilmente a la gallina de los huevos de oro, una vez encontrada.

—Espero que eso le sirva de ayuda. Desgraciadamente, no puedo decirle más y…

—Es la hora —interrumpió un policía—. Ha terminado su tiempo de charla, Sloane.

—Muy amables —Sloane torció el gesto—. Ya me voy. Suerte, Diana. Le enviaré a ese abogado amigo mío. Puede que entre él y yo podamos sacarla pronto de aquí.

Y agitando su brazo con amistosa cordialidad, abandonó el departamento de policía, dispuesto a sacarle a Briggs todo lo que fuera posible, en relación con aquel feo asunto de las drogas y la Luxury, que abrían todo un nuevo abanico de posibilidades dignas de tener en cuenta.

* * *

Slim Briggs tenía su oficina en una apartada calle al sur de la ciudad. Parecía haber prosperado últimamente, porque las puertas vidrieras eran nuevas, la pintura estaba revocada y los muebles eran nuevos.

Blake captó todo eso de una ojeada cuando, tras llamar al timbre sin que nadie lo atendiera, cruzó la puerta de la oficina para ver a Briggs lo antes posible.

No había nadie en la antesala, aunque había allí dos mesas con modernas máquinas de escribir electrónicas. Al fondo, otra flamante puerta vidriera, con el nombre de Slim Briggs en letras doradas, señalaba el acceso a la oficina personal del investigador. Blake caminó hacia ella resueltamente, dispuesto a contarle unas cuantas cosas a su colega.

Abrió la puerta y se asomó. De inmediato fue como si algo se aplastara sobre su cráneo, pulverizándoselo. El suelo le vino al encuentro, y borrosamente captó la presencia de dos pares de piernas en la habitación. Ambas enfundadas en sus respectivos pantalones, y calzados sus pies con zapatos vulgares y zafios.

—Ese tipo ya no nos molestará —oyó borrosamente decir a alguien, antes de hundirse en un abismo de negrura e inconsciencia.

Cuando se recuperó, ignoraba el tiempo transcurrido, pero la oficina estaba a oscuras en torno suyo, y no se oía ruido alguno, salvo el de un acondicionador de aire, zumbando apagadamente allá en la ventana del despacho de Briggs.

Blake se incorporó despacio, tocándose la nuca con los dedos. Se quejó, y encontró señales de sangre seca en el occipital. Le habían sacudido un buen golpe, pensó con disgusto.

Puesto en pie, caminó hasta un pequeño lavabo y allí humedeció su cabeza y tomó un trago de agua, antes de recuperarse por completo.

Entonces volvió a la oficina y caminó por ella en la penumbra. Sólo la claridad de un luminoso, parpadeando allá fuera, tras la ventana, daba algo de resplandor a la oficina.

De repente, tropezó con algo. Se detuvo, mirando el suelo. Descubrió un bulto bastante grande, cruzado a sus pies, tras la mesa despacho del detective. Se inclinó, sin moverse, y encendió la lámpara de flexo que había encima de la mesa, a su alcance.

Un chorro de blanca luz le hizo parpadear, deslumbrado, y despertó mayor dolor en su cráneo. Pero le permitió ver lo que era aquel bulto a sus pies.

Le había visto pocas veces en su vida. Pero sabía que era Slim Briggs en persona. Estaba más muerto que su tatarabuela. Tenía los ojos vidriosos y dilatados, mirando al techo. Alguien le había metido un balazo en plena cabeza, entre las dos cejas, con un arma de pequeño calibre, a juzgar por el orificio.

Pero lo más sorprendente era lo que brillaba junto al cadáver, como una rara joya faceteada. Se inclinó a contemplarlo.

Era un pequeño frasco de vidrio esmerilado, en forma de poliedro, con un tapón oval de grueso vidrio. Estaba caído junto al muerto, pero no se había abierto ni derramado. Contenía la totalidad de un líquido espeso y ambarino.

Y olía terriblemente a jazmines una vez estaba uno cerca de él.

La puerta se abrió en aquel instante.

El capitán Knowles apareció en ella, pistola en mano, seguido por dos agentes uniformados. Encañonó a Blake Sloane.

—Muy bien, Sloane —dijo con acritud—, ¿Por qué ha matado a su colega Slim Briggs?