VI
Los fundamentos psicológicos del espiritismo
Si con una mirada retrospectiva observamos el pasado del género humano, encontraremos, junto a muchas otras convicciones religiosas, una universalmente difundida creencia en la existencia de seres espirituales o etéreos que moran alrededor del ser humano y ejercen sobre él una influencia invisible pero poderosa. A menudo se añade a ello la idea de que esos seres son los espíritus o las almas de las personas difuntas. Tal creencia se encuentra tanto en pueblos de la más elevada cultura como entre los negros australianos que viven aún su era paleolítica. Sin duda, en los pueblos civilizados de Occidente, desde hace más de un siglo el racionalismo y el criticismo intelectual han combatido al espiritismo y lo han reprimido en mucha gente culta, junto con otras convicciones metafísicas. Pero como ésas perviven en las grandes masas, así también subsiste el espiritismo. La casa embrujada no ha desaparecido aún de las ciudades más instruidas e intelectuales, ni el campesino ha dejado de creer en el embrujamiento de su ganado. Por el contrario, ha sido precisamente en la época del materialismo —esa inevitable secuela del iluminismo racionalista— que el espiritismo ha experimentado un aumento en gran escala, no como recaída en las tinieblas de la superstición, sino como un hondo interés científico, como una necesidad de esclarecer con la luz de la verdad la incertidumbre de un tenebroso caos de hechos. Los nombres de un Crookes, de un Myers, de un Wallace, de un Zoellner y de muchos otros destacados autores simbolizan ese renacimiento del espiritismo. Aun cuando se discuta la naturaleza de las observaciones, y aun cuando se puedan reprochar errores y autoengaños, a esos investigadores les corresponde, sin embargo, el inmortal mérito moral de haber intervenido sin preocupaciones personales, con todo el peso de su autoridad y de su gran nombre científico, en el esfuerzo de encender una luz nueva en la oscuridad. No temieron ni a los prejuicios académicos ni a la burla del vulgo, y precisamente en una época en que el pensamiento de las clases cultas sucumbía ante el arrollador avance del materialismo, llamaron la atención hacia ciertos fenómenos psíquicos que parecían estar en abierta contradicción con la ideología imperante. Esos hombres representaron una reacción del espíritu humano contra la concepción materialista del mundo. Considerado desde el punto de vista de la historia, no sorprenderá en modo alguno saber que ellos se valían justamente del espiritismo como del arma más eficaz contra la verdad puramente condicionada por los sentidos, pues el espiritismo también tuvo para los primitivos el mismo valor funcional. La completa dependencia del primitivo con respecto a las circunstancias concretas, las múltiples necesidades y opresiones de su vida frente a la hostilidad de su vecino y de los peligrosos animales rapaces, las frecuentes acometidas de una naturaleza despiadada, sus aguzados sentidos, su avidez sensual, sus emociones poco dominadas, todo lo ata a la realidad física, hasta el punto de que se halla en constante riesgo de caer en una actitud materialista y con ello en la degeneración. Pero su espiritismo, o mejor dicho, su percepción de lo espiritual lo compensa a cada paso de su conexión con el mundo puramente visible y palpable, infundiéndole la certidumbre de una realidad espiritual, cuyas leyes obedece con tanto cuidado y temor como las leyes de la naturaleza física que lo rodea. Por eso el primitivo vive propiamente en dos mundos. Su mundo físico es al par un mundo espiritual. El mundo objetivo es innegable, pero el mundo espiritual posee una existencia igualmente positiva. Y no sólo en su opinión, sino por su percepción ingenua de las cosas del espíritu. Donde quiera que esa ingenuidad ha desaparecido por el contacto con la cultura y su iluminismo funesto para los primitivos, también ha dejado de existir su dependencia respecto de la ley espiritual y ha caído en la degeneración. Ni el cristianismo lo hubiera preservado de esta ruina, pues una religión altamente desarrollada requiere también una psique sumamente evolucionada para poder desplegar sus benéficos efectos.
El fenómeno «espiritual» es para el primitivo la evidencia inmediata de una realidad espiritual. Si investigamos más de cerca en qué consiste para él ese fenómeno, encontraremos los siguientes hechos psicológicos: ante todo no es rara entre los primitivos la visión o aparición de espíritus. Supónese por lo común que ello es mucho más frecuente entre los primitivos que entre los civilizados, de donde se deduce la idea de que la visión de espíritus es mera superstición, pues nunca le ocurre algo semejante a un hombre ilustrado, salvo cuando está enfermo. Es completamente cierto que el hombre civilizado utiliza la hipótesis de los «espíritus» mucho menos que el primitivo; pero según mi opinión es también cierto que el fenómeno psíquico mismo no es mucho más raro en él que en el primitivo. Estoy convencido de que un europeo que realizara los mismos ejercicios y prácticas de que se vale un curandero para que se le aparezcan los espíritus, tendría asimismo idénticas percepciones. Sin duda él las interpretaría de manera distinta y por ello les restaría eficacia; pero eso no quita nada al hecho como tal. Sabemos también que el europeo puede tener insólitas percepciones psíquicas de toda índole, si se ve obligado a vivir largo tiempo en circunstancias primitivas, o si por cualquier otro motivo se encuentra en condiciones psíquicas fuera de lo común.
El sueño[106] constituye para el primitivo uno de los determinantes esenciales de su creencia en los espíritus. Con frecuencia aparecen en los sueños personajes que el primitivo interpreta como espíritus. Ciertos sueños poseen para él un valor incomparablemente mayor que para el civilizado. No sólo habla mucho de ellos, sino que a menudo le parecen de tanta importancia que apenas puede diferenciarlos de la realidad. Al hombre civilizado en general los sueños le importan poco, pero también hay muchos que atribuyen gran significación a algunos de ellos a causa de su carácter frecuentemente extraño e impresionante, que lleva a suponer que se trata de inspiraciones que se manifiestan de un modo comprensible. Pero a la inspiración corresponde también, implícitamente, un inspirador, un espíritu, aun cuando se hable poco de esta lógica consecuencia. Un caso particularmente propicio para tales creencias es la no rara aparición de difuntos en sueños. El entendimiento ingenuo considera esto como una reaparición de los muertos.
Otra fuente de la creencia en los espíritus son las enfermedades psicógenas, los trastornos nerviosos, en especial los de tipo histérico que parecen presentarse a menudo entre los primitivos. Como tales perturbaciones provienen de conflictos psicológicos, en gran parte inconscientes, parece que fueran causadas por aquellas personas vivas o muertas que de algún modo tienen una relación íntima con el conflicto subjetivo. Si se trata de un difunto, es fácil suponer que su espíritu es el que ejerce una acción nociva. Como a menudo los conflictos patógenos se remontan hasta la infancia y se vinculan con los recuerdos de los padres, se comprende que para el primitivo el espíritu de sus parientes difuntos posea una importancia especial. Esos hechos explican la universal difusión del culto de los antepasados y familiares. El culto de los muertos significa en primer lugar una protección contra la malevolencia de las difuntos.
Quien posee experiencia en el tratamiento de enfermos nerviosos, sabe cuan grande y honda es la influencia de los padres sobre el enfermo —muchos pacientes se sienten hasta perseguidos por sus progenitores—, aun cuando ésos hayan muerto mucho tiempo antes. Las consecuencias psicológicas del influjo paterno son tan poderosas, que, como se ha dicho, de ellas deriva en muchos pueblos todo el sistema del culto de los muertos[107].
Las verdaderas enfermedades mentales son de indudable importancia para la formación del espiritismo. Entre los pueblos primitivos, según lo que sabemos, las más de las veces se trata de trastornos de tipo delirante, alucinatorio y catatónico, que al parecer corresponden al amplio sector de la denominada esquizofrenia, enfermedad que abarca la mayor parte de las enfermedades mentales crónicas. Siempre y en todas partes se ha considerado a los enfermos mentales como poseídos por malos espíritus. Las alucinaciones del paciente lo llevan a apoyar esa creencia. Esta clase de enfermos padece menos de visiones que de alucinaciones auditivas: oyen «voces», que son, con suma frecuencia, las de sus parientes, o de personas que de algún modo vinculan con sus conflictos íntimos. Naturalmente, tales alucinaciones causan a la inteligencia ingenua la impresión de que provienen de los espíritus.
No se puede hablar de la creencia en los espíritus, sin hacer a la vez referencia a la creencia en las almas. La creencia en las almas es un correlato de la creencia en los espíritus. En la convicción del primitivo un espíritu es las más de las veces el espíritu de un difunto, por lo tanto antes fue el alma de una persona viva. En efecto, tal es el caso donde predomina la creencia de que el hombre posee sólo un alma. Pero tal creencia no reina en todas partes, pues con frecuencia se admite que el hombre posee dos o más almas, de las cuales una u otra sobrevive a la muerte y posee una relativa inmortalidad. En ese caso el espíritu del difunto es sólo una de las varias almas del que vivía. En consecuencia, es sólo una parte del alma total, un fragmento psíquico, por decirlo así.
De ese modo, la creencia en las almas es casi una necesaria condición previa del espiritismo en cuanto creencia en espíritus de difuntos. El primitivo también está convencido de que no sólo existen espíritus de difuntos, sino además demonios elementales de los que no se ha de suponer que han sido almas humanas o partes de ellas. Este grupo de espíritus constituye una cuestión aparte.
Antes de entrar de lleno en la discusión de los fundamentos psicológicos de la creencia en las almas, demos un breve repaso a los hechos antes mencionados. Como asunto principal he subrayado tres fuentes, que constituyen por así decir los verdaderos fundamentos del espiritismo: la visión de los espíritus, el sueño y las perturbaciones de la vida psíquica. El sueño es el caso más normal y frecuente; su gran importancia para la psicología del hombre primitivo es reconocida por todos. Pero ¿qué es el sueño?
El sueño es un fenómeno psíquico producido sin motivo consciente durante el dormir. Mientras se sueña, la conciencia no ha desaparecido totalmente, sino existe aún algo de ella. Así, por ejemplo, en la mayor parte de los sueños se tiene una relativa conciencia del yo, de un yo por cierto muy limitado y verdaderamente transformado, llamado yo onírico. Es sólo un fragmento o un indicio del yo de la vigilia. Existe conciencia en cuanto está asociada, como un contenido psíquico, con el yo. El yo representa un complejo psíquico de firme trabazón interior. Como el dormir rara vez transcurre completamente sin sueños, también se puede suponer que el complejo del yo rara vez cesa del todo como actividad. Su actividad durante el dormir por lo general es sólo limitada. Los contenidos psíquicos del sueño aparecen al yo como los hechos de la vigilia; por eso las más de las veces en sueños nos encontramos en situaciones similares a la de las vida real, pero rara vez ejercemos nuestro pensamiento o razón respecto de ellas. Así como los hombres y las cosas reales entran en nuestro campo visual, así también las imágenes oníricas, cual otra clase de realidad, se presentan en el campo consciente del yo onírico. No sentimos los sueños como si nosotros los produjéramos, sino como que vienen a nosotros. No se someten a nuestro arbitrio, sino que obedecen leyes propias. Representan evidentemente complejos psíquicos autónomos, capaces de formarse por sí mismos. La fuente de su motivación es inconsciente. Por eso decimos que los sueños vienen de lo inconsciente. En consecuencia debemos suponer que existen complejos psíquicos autónomos que escapan a nuestro control consciente y aparecen y desaparecen según sus propias leyes. Por nuestra experiencia diaria estamos convencidos de que podemos producir nuestros pensamientos cuando queremos. También creemos saber por qué y para qué tenemos esos pensamientos y cuál es su origen. Cuando se nos presenta un pensamiento contra nuestra voluntad y nos domina, o cuando de repente sin quererlo nosotros desaparece, consideramos tal caso como excepcional o aún como algo patológico. La distinción de la actividad psíquica en estado de vigilia y dormir, nos parece por ello de gran importancia. En la vigilia la psique parece estar sometida a la voluntad consciente, durante el dormir, en cambio, parece producir imágenes extrañas e incomprensibles que desde otro mundo llegan a nuestra conciencia.
Lo mismo ocurre con la visión de aparecidos. Es como un sueño, pero en estado de vigilia. Surge de lo inconsciente junto a una percepción consciente y no es otra cosa que una momentánea irrupción de un contenido inconsciente en la continuidad de la conciencia. El mismo fenómeno se presenta también en los estados psicopatológicos. El oído al parecer percibe de repente no sólo los ruidos del ambiente, las ondas sonoras externas, sino que es estimulado interiormente y oye contenidos psíquicos que no forman parte de la conciencia inmediata del sujeto[108]. Junto a los juicios formados por la inteligencia y del sentimiento, aparecen opiniones y convicciones que se imponen al sujeto, basadas aparentemente en percepciones reales, pero que de hecho proceden de condiciones inconscientes internas. Tales son las ideas delirantes.
El factor común a esos tres casos es el hecho de que la psique como totalidad no es una unidad indivisible, sino divisible y más o menos dividida. Si bien las partes aisladas se relacionan mutuamente, gozan sin embargo de relativa independencia, a tal punto que ciertas partes del alma nunca o sólo raras veces se asocian al yo. He llamado complejos autónomos a esos elementos psíquicos, y sobre su realidad empírica he fundamentado mi teoría de los complejos[109]. Según esta teoría el complejo del yo constituye el centro característico de nuestra psique. Pero él es sólo uno entre varios complejos. Los otros complejos se presentan con más o menos frecuencia asociados al complejo del yo y de este modo se vuelven conscientes. Pero podrían existir largo tiempo sin asociarse con el yo. Excelente ejemplo de ello y bien conocido por todos es la psicología de la conversión de San Pablo. Si bien el momento de la conversión parece ser absolutamente repentino, sabemos sin embargo por múltiples experiencias que para una transformación fundamental se requiere una larga preparación interior; y sólo cuando se termina ésta, es decir cuando el individuo se halla maduro para la conversión, irrumpe entonces el nuevo conocimiento con gran emoción. Pablo desde mucho tiempo antes era inconscientemente cristiano, circunstancia que explica su odio fanático a los cristianos, pues el fanatismo siempre se da en quienes tienen que acallar una incertidumbre interior. Por ello siempre son los convertidos los más grandes fanáticos. La visión de Cristo en el camino a Damasco señala sólo el momento en que el complejo inconsciente de Cristo se une al yo de Pablo. El que Cristo le haya salido al encuentro casi en una visión objetiva, se explica por el hecho de que para Pablo el ser cristiano era su complejo inconsciente. De ahí que ese complejo se le aparezca proyectado, como si no le perteneciera a él mismo. Él no podía verse a sí mismo como cristiano; por ello su resistencia contra Cristo lo cegó, y sólo pudo ser curado por un cristiano. La ceguera psicógena, de la que se trata en este caso, siempre es, según la experiencia, un no querer ver (inconsciente). El no querer ver, en este caso, es la fanática resistencia de Pablo contra el cristianismo. Esa resistencia nunca se extinguió del todo en Pablo, como lo prueban las Sagradas escrituras, sino que periódicamente reaparecía en forma de arrebatos, erróneamente interpretados como epilépticos. Tales accesos corresponden a un repentino retorno del «complejo de Pablo», reprimido por la conversión, como antes correspondían al «complejo de Cristo».
Por razones de conciencia intelectual no podemos someter el caso de Pablo a una explicación metafísica, pues entonces deberíamos explicar también de la misma manera todos los casos similares que se presentan en nuestros enfermos. Y con ello llegaríamos a las conclusiones más absurdas, a las que no sólo se opone nuestra razón sino también el sentimiento. Los complejos autónomos de la psique aparecen claramente en los sueños, visiones, alucinaciones patológicas e ideas delirantes. Siendo dichos complejos inconscientes o extraños al yo, aparecen siempre proyectados. En los sueños son representados por otras personas, en la visión se presentan en cierto modo proyectados en el espacio, y lo mismo se aplica a las voces en la perturbación mental en tanto éstas no sean atribuidas directamente por el enfermo a las personas que lo rodean. Las ideas de persecución con frecuencia son asociadas con determinadas personas a las que se atribuyen las cualidades del complejo inconsciente. El paciente concibe a esas personas como enemigos, pues su yo es hostil al complejo inconsciente, como lo era, por ejemplo, Pablo a su complejo de Cristo, que no podía aceptar. Los cristianos son perseguidos por él como representantes del complejo de Cristo existente en él, pero no reconocido por él. Este caso se repite constantemente todos los días. Sin titubear mucho, siempre está uno dispuesto a proyectar cualquier suposición en hombres y cosas, y de acuerdo con eso, a odiarlos o amarlos.
Considerados desde el punto de vista psicológico, los espíritus son, por lo tanto, complejos autónomos inconscientes que aparecen proyectados porque no tienen asociación directa con el yo[110].
Antes he mencionado que la creencia en las almas es un correlato necesario del espiritismo. Mientras que los espíritus se experimentan como extraños e incompatibles con el yo, no ocurre lo mismo con las almas. El primitivo siente la proximidad o el influjo de un espíritu como desagradable o peligroso y se nota aliviado cuando el espíritu es conjurado. A la inversa, experimenta la pérdida de un alma como una enfermedad grave e incluso atribuye a esa pérdida una enfermedad corporal grave. Existen numerosos ritos que hacen retornar el alma hacia el enfermo. Los niños no deben ser golpeados, pues su alma ultrajada podría retirarse. El alma por consiguiente es para el primitivo algo que normalmente debe estar en él; los espíritus, en cambio, le parecen algo distinto que normalmente no debe estar cerca. Por eso también se aleja de los lugares frecuentados por los espíritus. Cuando se acerca, por fines religiosos o mágicos, lo hace con temor.
La pluralidad de almas indica una pluralidad de complejos de relativa autonomía, que pueden comportarse como espíritus. Los complejos del alma parecen compatibles con el yo y su pérdida se presenta como morbosa, en contraposición con los complejos del espíritu, cuya relación con el yo ocasiona enfermedad, y cuya separación indica curación. Por ello la patología primitiva sabe de dos causas de enfermedad: la pérdida de un alma y la posesión por un espíritu. Ambas teorías se equilibran bastante.
De acuerdo con esas creencias, cabría postular la existencia de complejos inconscientes que normalmente pertenecen al yo, y otros que normalmente no deben asociarse con el yo. Los primeros son los complejos del alma, los últimos los complejos del espíritu.
Esa discriminación, corriente entre los primitivos, corresponde exactamente a mi concepción de lo inconsciente. Sostengo yo que lo inconsciente se divide en dos partes totalmente distintas. Una parte es lo que llamamos lo inconsciente personal, depositario de todos aquellos contenidos psíquicos que han sido olvidados en el transcurso de la vida. Las huellas de ésos subsisten en lo inconsciente, aun cuando haya cesado todo recuerdo consciente. Además contiene todas las impresiones subliminales o percepciones, cuya energía es demasiado pequeña como para poder alcanzar la conciencia. A eso se añade aún la combinación inconsciente de representaciones que todavía son excesivamente débiles e imprecisas para poder trasponer el umbral de la conciencia. Por último, también encontramos en lo inconsciente personal todos aquellos contenidos que se muestran incompatibles con la actitud consciente. Ese incluye por lo general todo un grupo de contenidos psíquicos, los cuales parecen inadmisibles a causa de su deficiencia moral, estética o intelectual. Se sabe que el hombre no puede pensar y sentir sólo cosas bellas, buenas y verdaderas. Si uno se esfuerza por conservar una actitud lo más ideal posible, se reprime automáticamente todo lo que no se adapta a tal actitud. Si, como ocurre casi siempre en personas altamente diferenciadas, una función, por ejemplo el pensar, se desarrolla sobre todo y así domina la conciencia, el sentir es reprimido y cae en su mayor parte en lo inconsciente.
De esos materiales consta lo inconsciente personal. A la otra parte de lo inconsciente la llamo inconsciente impersonal o colectivo. Como ya lo indica el nombre, esta parte no incluye contenidos personales, sino colectivos, esto es, que no sólo corresponden a un individuo, sino por lo menos a todo un grupo de individuos, las más de las veces a todo un pueblo, y aún a toda la humanidad. Tales contenidos no son adquiridos durante la existencia de un individuo: son productos de formas e instintos innatos. Si bien el niño no tiene representaciones innatas, posee sin embargo un cerebro altamente desarrollado con posibilidades de funcionamiento bien definidas. Este cerebro es heredado de los antepasados. Es el resultado orgánico de la función psíquica de todos los ascendientes. Así el niño trae consigo a la vida un órgano dispuesto a funcionar al menos como ha funcionado en el transcurso de todos los tiempos. En el cerebro están preformados los instintos, todas las imágenes primordiales, que han constituido siempre el fundamento del pensar humano, y todo el tesoro de los temas mitológicos[111]. En un hombre normal no es fácil, desde luego, probar sin más ni más la existencia de un inconsciente colectivo, pero en sus sueños de tiempo en tiempo aparecen representaciones mitológicas. Tales contenidos se ven claramente en casos de perturbación mental, en especial en la esquizofrenia, donde a menudo las imágenes mitológicas se despliegan en toda su insospechada variedad. Los enfermos mentales producen a veces combinaciones de ideas y símbolos, que no cabe atribuir a las experiencias de su existencia individual, sino más bien a la historia del espíritu humano. Es un pensamiento mitológico primitivo, que reproduce sus propias imágenes primordiales, no una reproducción de las experiencias conscientes[112].
Lo inconsciente personal contiene complejos que pertenecen al individuo y son parte indispensable de su vida psíquica. Cuando cualquier complejo que debe estar asociado con el yo se vuelve inconsciente por represión o por una notable disminución de potencial energético, el individuo experimenta una pérdida. Y cuando un complejo perdido se torna de nuevo consciente, por ejemplo mediante un tratamiento psicoterapéutico, se experimenta un aumento de energía[113]. La curación de muchas neurosis se realiza de este modo. En cambio, cuando un complejo de lo inconsciente colectivo se asocia al yo, es decir se hace consciente, el individuo experimenta ese contenido como extraño, inquietante y a la vez fascinador; en cada caso la conciencia es influida de un modo considerable, sea que sienta al complejo como morboso, o bien que por ello se vea alejada de la vida normal. La asociación de un contenido colectivo al yo siempre produce un estado de «alienación», pues con la conciencia individual se mezcla algo que propiamente debería permanecer inconsciente, esto es separado del yo. Si se consigue alejar nuevamente de la conciencia dicho contenido, el individuo se sentirá aliviado y más normal. La irrupción de tales extraños contenidos se encuentra como síntoma característico en el comienzo de muchas perturbaciones mentales. Los pacientes son acometidos por raros e inauditos pensamientos, el mundo les parece cambiado, la gente tiene rostros extraños y desfigurados, etc.[114]
Los contenidos de lo inconsciente personal se experimentan como pertenecientes a la propia alma, los contenidos de lo inconsciente colectivo, en cambio, parecen extraños y como provenientes de afuera. La reintegración de un complejo personal actúa aliviando y a menudo currando directamente. La irrupción de un complejo de lo inconsciente colectivo, en cambio, es un signo muy desagradable y aún peligroso. El paralelismo con la creencia primitiva en los espíritus y en las almas, resulta evidente. Las almas de la creencia primitiva corresponden a los complejos autónomos de lo inconsciente personal; los espíritus, a los complejos de lo inconsciente colectivo.
Desde el punto de vista científico designamos nosotros prosaicamente como complejos psíquicos aquello que los primitivos concebían como almas o espíritus. Pero si consideramos el papel extraordinario que en la historia y en la actualidad desempeña la creencia en los espíritus y en las almas, no podremos contentarnos con la mera verificación de la existencia de tales complejos, sino que deberemos ahondar algo más en su naturaleza.
La existencia de dichos complejos se puede demostrar experimentalmente con mucha facilidad, mediante el experimento de asociación[115]. Como sabemos, éste consiste en decir a la persona investigada una palabra a la cual la misma persona debe contestar lo más rápido posible con otra palabra adecuada. El tiempo de reacción se mide. Se esperaría que todas las palabras sencillas fueran contestadas aproximadamente con igual velocidad, y sólo las palabras «difíciles» demandarán un tiempo de reacción más prolongado. Pero en realidad las cosas ocurren de otra manera. Con frecuencia se producen tiempos de reacción inesperadamente largos en respuesta a palabras muy sencillas, mientras que a palabras difíciles se responde rápido. Investigaciones posteriores más cuidadosas demostraron que la mayoría de las veces los tiempos de reacción largos se producen cuando la palabra inductora acierta en un contenido de intensa carga afectiva. Además de la prolongación del tiempo de reacción se presentan también otras perturbaciones características que no puedo entrar a detallar aquí. Los contenidos cargados de afectividad se refieren las más de las veces a cosas que la persona investigada querría quedasen inadvertidas para los demás. Por lo general se trata de contenidos molestos y por ello reprimidos, y a veces también desconocidos por la misma persona investigada. Cuando una palabra inductora acierta con tal complejo, generalmente no se le ocurre respuesta alguna, o se le ocurren tantas cosas que por lo mismo no sabe qué responder, o repite mecánicamente la palabra inductora, o da una respuesta y la sustituye en seguida por otra, etc. Cuando terminado el experimento se le pregunta por segunda vez a la persona investigada qué ha respondido a cada palabra inductora, las más de las veces puede recordar bien las reacciones habituales, pero mal las complejas. Estas características revelan claramente las cualidades del complejo autónomo: provoca una perturbación en la disposición a las reacciones, sustrae la respuesta, o por lo menos la demora desproporcionadamente, o causa una reacción inadecuada, y posteriormente borra de la memoria la respuesta; quebranta la voluntad consciente y perturba la manera de pensar; por ello hablamos de la autonomía de los complejos. Si sometemos a un neurótico o un alienado a ese experimento, descubriremos que los mismos complejos que perturban la reacción son al par el contenido esencial de la perturbación psíquica. Ellos causan no sólo las perturbaciones de la reacción, sino también los síntomas. He examinado casos en que a ciertas palabras inductoras se respondía con palabras extrañas y al parecer sin sentido, palabras que saltaban inesperadamente de los labios del sujeto, como si un ser extraño hablase por mediación suya. Tales palabras correspondían al complejo autónomo. Estos complejos, si se los excita con un estímulo externo, pueden provocar repentinas confusiones mentales, emociones, depresiones, estados de angustia, etc. o expresarse por medio de alucinaciones. En resumen, se comportan de tal modo que el primitivo espiritismo parece una formulación extraordinariamente gráfica para representarlos.
Podemos ahora extender más todavía el paralelo. Ciertos complejos se originan en experiencias dolorosas o penosas de la vida individual. Son experiencias vitales de índole afectiva que dejan heridas psíquicas duraderas. Una mala experiencia puede, por ejemplo, suprimir valiosas cualidades de un hombre. De ahí provienen complejos inconscientes de naturaleza personal. Los primitivos hablarían en ese caso de una pérdida de alma, y con razón, pues en realidad ciertas partes de la psique al parecer han desaparecido. Una parte de los complejos autónomos se origina en dichas experiencias personales; pero otra parte deriva de fuente muy distinta. Mientras la primera es fácilmente comprensible —ya que concierne a la vida externa visible para todos—, la segunda es oscura y difícil de entender, pues se vincula siempre con percepciones o impresiones de los contenidos de lo inconsciente colectivo. Comúnmente se busca racionalizar esas percepciones interiores mediante causas externas, sin poder demostrar con ello que provienen de las cosas. En el fondo se trata de contenidos irracionales que nunca le fueron conscientes al individuo, y por ello busca en vano la prueba en lo exterior. La concepción primitiva expresa acertadamente esto cuando cree que interviene un espíritu extraño. Según mi experiencia, aparecen esas vivencias internas cuando una experiencia externa ha sacudido de tal modo al individuo que ha derribado toda su anterior concepción de la vida, o cuando los contenidos de lo inconsciente colectivo, por cualquier motivo, alcanzan una energía tan grande que son capaces de influir en la conciencia. Este último resultado puede producirse, en mi opinión, cuando en la vida de un pueblo o en general en la de un gran grupo humano ocurre un profundo cambio de naturaleza política, social o religiosa. Tal cambio denota a la vez un cambio en la actitud psicológica. Estamos acostumbrados a atribuir las profundas transformaciones históricas exclusivamente a causas externas. Yo creo, empero, que las circunstancias exteriores con frecuencia son más o menos meras ocasiones para que se manifieste la nueva actitud, inconscientemente preparada, hacia el mundo y la vida. Lo inconsciente colectivo es influido por las condiciones sociales, políticas y religiosas, en el sentido de que todos los factores reprimidos en la vida de un pueblo por la concepción vigente del mundo o la actitud, se acumula poco a poco en lo inconsciente colectivo para dar vida a sus contenidos. Por lo común son uno o más individuos de particular fuerza intuitiva, los que perciben esos cambios en lo inconsciente colectivo y los traducen en ideas comunicables. Estas ideas se extienden rápidamente, porque también se han producido cambios paralelos en lo inconsciente de los otros hombres. Reina una disposición general a aceptar las nuevas ideas, si bien por otra parte también existe una fuerte resistencia en contra. Las ideas nuevas no son solamente rivales de las antiguas, sino que también se manifiestan casi siempre en una forma más o menos inaceptable para la antigua actitud.
Toda vez que se reavivan los contenidos de lo inconsciente colectivo, este acontecimiento obra con gran fuerza sobre la conciencia. Esto produce siempre cierta confusión. Si la reanimación de lo inconsciente colectivo ocurre a consecuencia del fracaso de las ilusiones y esperanzas de la vida, se corre el peligro de que lo inconsciente ocupe el lugar de la realidad. Tal situación sería patológica. Si, en cambio, la reanimación se presenta mediante procesos psicológicos en lo inconsciente del pueblo, el individuo se sentirá sin duda amenazado o por lo menos desorientado pero el estado que de ello resulta no será en modo alguno morboso, al menos para él. Bien puede compararse entonces el estado mental de todo el pueblo con una psicosis. Si se consigue la traducción de lo inconsciente a un lenguaje comunicable, se obtendrá un efecto liberador. Las fuerzas instintivas existentes en los contenidos inconscientes, serán trasladadas por la traducción a la conciencia y constituirán una nueva fuente de energías que puede dar origen a un entusiasmo de serias consecuencias[116].
Los espíritus no son amenazadores y nocivos en todas las circunstancias, sino que pueden también desarrollar efectos benéficos cuando son traducidos en ideas. Un ejemplo universalmente conocido del paso de un contenido colectivo inconsciente al lenguaje general, es el milagro de Pentecostés. Para los gentiles los Apóstoles se encontraban en un estado de confusión mental[117]. Pero precisamente desde ese estado transmitieron ellos la nueva doctrina, que la expectación inconsciente del pueblo atribuyó a la oportuna expresión salvadora, y que con sorprendente rapidez se difundió por todo el Imperio romano.
Los espíritus son complejos de lo inconsciente colectivo, que reemplazan una perdida adaptación a la realidad, o que tratan de compensar la actitud inadecuada de todo un pueblo. Los espíritus son, por lo tanto, pensamientos patológicos o también nuevas ideas desconocidas.
El espíritu de los difuntos proviene de la vinculación afectiva que los unía a sus parientes, y que al perder con la muerte su verdadera aplicación penetra en lo inconsciente, donde reaviva un contenido colectivo que no ejerce ningún efecto favorable a la conciencia. Por eso los batakos y muchos otros primitivos dicen que los difuntos con la muerte empeoran su carácter y siempre tratan de perjudicar a los vivos de algún modo. Evidentemente dicen eso por la experiencia, muchas veces repetida, de que un apego indisoluble a los difuntos hace a los hombres menos aptos para la vida y hasta causa enfermedades mentales. El efecto dañino puede aparecer inmediatamente en forma de una pérdida de libido, depresión y enfermedad corporal. Como acontecimientos posteriores a la muerte se relatan también fenómenos de fantasmas. Se trata aquí en primer lugar de hechos psíquicos que no se pueden negar. La fobia a las supersticiones, vinculada de un modo especial con el racionalismo, hace muy a menudo que el más interesante relato de hechos sea rápidamente reprimido para impedir la investigación. He tenido oportunidad no sólo de conocer muchos relatos de esa índole de labios de mis pacientes, sino que yo mismo he observado algunos con mis propios ojos. Pero mi material es demasiado escaso para poder presentar una opinión bien fundada. Sin embargo, he llegado a la íntima convicción de que los fantasmas son realidades con las que se sueña, pero de las cuales la «sabiduría profesional» no quiere tomar nota.
En este ensayo he bosquejado una concepción psicológica del problema de los espíritus, de acuerdo con el conocimiento actual de los procesos inconscientes. Me he limitado por completo a lo psicológico, y he dejado fuera de discusión el problema de si los espíritus en sí existen y si su existencia puede manifestarse por efectos materiales, no porque yo creyera a priori que tal cuestión es absurda, sino porque no estoy en condiciones de aducir experiencias de alguna manera probatorias. El lector sabe, como yo, cuan difícil es encontrar pruebas de la existencia independiente de los espíritus, pues las corrientes comunicaciones espiritistas las más de las veces no son otra cosa que vulgares manifestaciones de lo inconsciente personal. Sin embargo, hay excepciones dignas de mención. Quisiera llamar la atención sobre el notable caso descrito por Stewart E. White en una serie de libros. Las comunicaciones tienen allí un contenido extraordinariamente más profundo que en otros casos. Así, por ejemplo, se reproduce una serie de ideas arquetípicas, entre las cuales se halla también el arquetipo del sí-mismo, de tal suerte que casi podría pensarse que se trata de pasajes tomados de mis escritos. Descartado por completo el plagio consciente, tengo también como poco probable considerarlo como una reproducción criptomnésica. En realidad debe tratarse de una genuina producción espontánea del arquetipo colectivo. Esto nada tiene de extraordinario, pues precisamente el tipo del sí-mismo suele encontrarse tanto en la mitología como en los productos de la fantasía individual. La espontánea elevación a la conciencia de los contenidos colectivos, cuya existencia en lo inconsciente desde hace tiempo ha sido ya explotada por la psicología, concuerda con la tendencia general de las comunicaciones mediúmnicas a trasladar los contenidos de lo inconsciente a la conciencia. He examinado la mayor parte de la literatura espiritista, precisamente en lo que se refiere a las tendencias manifestadas en las comunicaciones, y he llegado a la conclusión de que en el espiritismo existe un intento espontáneo de lo inconsciente para volverse consciente en forma colectiva. La tarea de los denominados espíritus consiste en hacer a los vivos directamente más conscientes, o aplicar sus esfuerzos psicoterapéuticos a los recién muertos, y en consecuencia indirectamente a los vivos. El espiritismo como fenómeno colectivo persigue, por lo tanto, los mismos fines que la psicología médica, y produce aún, como lo demuestran sus últimas manifestaciones, las mismas representaciones fundamentales —por cierto en forma de «doctrina de los espíritus»— características de la naturaleza de lo inconsciente colectivo. Tales cosas, por sorprendentes que sean, no prueban nada ni en favor ni en contra de la hipótesis de los espíritus. Sin duda, no ocurre lo mismo con la prueba de la identidad realizada con éxito. No cometeré la tontería de moda de considerar falso todo lo que no puedo explicar. Podría presentar sólo muy pocas pruebas de esa clase que resistieran el criterio de las criptomnesias y sobre todo, de la «percepción extrasensorial». La ciencia no puede permitirse el lujo de la ingenuidad. Esas cuestiones están aún por resolverse. Pero, a quien se interese por la psicología de lo inconsciente, puedo recomendarle los libros de Stewart. E. White[118]. El libro más interesante me parece que es The Unobstructed Universe (1944). También es digno de leerse The Road I know (1945), en cuanto que en él se encuentra una excelente explicación del método de la imaginación activa, que ya desde más de treinta años vengo empicando en el tratamiento de las neurosis para llevar a la conciencia los contenidos inconscientes[119]. En esos escritos se encuentra todavía la primitiva ecuación: país de los espíritus —país del sueño (inconsciente).
Por lo general los fenómenos parapsíquicos parecen estar vinculados a la presencia de un médium[120]. Son ellos, al menos hasta donde alcanza mi experiencia, efectos exteriorizados de los complejos inconscientes. De estas exteriorizaciones estoy ciertamente convencido. He visto, por ejemplo, múltiples efectos telepáticos de complejos inconscientes y también he observado una serie de fenómenos parapsíquicos. Pero no puedo ver en todo esto prueba alguna de la existencia de verdaderos espíritus; antes bien, por algún tiempo debo considerar esos fenómenos como un capítulo de la psicología[121]. Creo que la ciencia debe imponerse ese límite. Pero nunca ha de olvidarse que la ciencia es solo una tarea del intelecto; y como éste no es más que una sola de las funciones psíquicas fundamentales, no basta por ello para crear una visión general del mundo. Esto incumbe por lo menos también al sentimiento. El sentimiento tiene muchas convicciones distintas de las del intelecto, y esto no siempre significa que las convicciones del sentimiento, comparadas con las del intelecto, sean inferiores. También están las percepciones subliminales de lo inconsciente, que no se hallan a disposición del intelecto consciente y por eso no tienen cabida en una visión intelectual del mundo. De ahí que tengamos toda la razón cuando otorgamos a nuestro intelecto sólo una validez limitada. Pero, cuando empleamos el intelecto, debemos proceder científicamente y permanecer fieles a una hipótesis de trabajo mientras no haya una prueba infalible contra su validez.