El vecino yuppie

 

—Sigo pensando que estás loco… Primero la sigues en tu auto, luego vienes a casa solo para verla y ahora hasta alquilas el apartamento por un año para poder estar cerca de la chica rusa. Si su hermano se entera te va a agarrar, deja de insistir, te dará una golpiza y te quedarás tarado. Ya verás. Ese ruso está cuadrado de grande.

Renzo sonrió con picardía, sabía que su amigo Giovanni tenía razón en algo: sí estaba loco pero valía la pena. No tenía otra forma de acercarse a la jovencita rusa que alquilando un apartamento y cruzársela a la hora que ella iba al curso. Para eso tenía en la agenda todo cuidadosamente anotado.

—Pues no te preocupes por mí, sé lo que hago, si veo que no da resultado me rendiré. Aguardaré un tiempo y luego… Pues regresaré a mi apartamento.

La expresión de su amigo pelirrojo cambió, su cara era un cuadro mientras miraba a su alrededor.

—¿Y cómo te ha ido al final? El otro día noté que te miraba…

Renzo apuró su cerveza.

—Sí, creo que le gusto pero está muy verde, y es muy tímida. Tenías razón, se ve algo menor pero es tan tierna, tan bonita—suspiró—Lo malo es ese ruso y el otro, el chofer.

—Y es un tipo rudo, entrena en un gimnasio creo que hace boxeo.

Ese detalle no lo tenía.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—No… Si tocas a la chica te las verás con los puños del chofer, o con su hermano que es un toro, pero eso no te detendrá, estás muy decidido a conquistarla. Lo más raro es que nunca te has fijado en una tan joven, es casi una adolescente. O tal vez sea vea menor porque es del campo.

—Es una jovencita, no es adolescente y además, si todo sale según mis planes en poco tiempo la tendré en mi apartamento rendida a mí y  ganaré la apuesta. 

—Bueno, eso suena maquiavélico, amigo. Además no es para ti, cualquiera puede verlo.

Los ojos de su amigo brillaron con rabia.

—¿Y por qué dices que no es para mí? Es perfecta, parece hecha a mi medida.

Renzo apuró su cerveza, pagó la cuenta y se fue: tenía una cita impostergable con Irina Ivanovich ese día de sol y no quería retrasarse. Respetar los horarios era prioritario para tener algún resultado.

Estaba a punto de invitarla a tomar algo, o de ofrecerse a llevarla a su casa, dar un paseo… Eso si lograba que los perros guardianes se alejaran… Consultó su reloj y apuró el paso, atendió el móvil que sonó con desesperación una y otra vez, dando órdenes precisas, luego masticó unas pastillas de menta para quitarse el molesto aliento que le dejaba siempre la cerveza.

Cuando llegó a la esquina de siempre encendió la música y pilló un cigarro. Fumaba como un murciélago pero al menos ya no fumaba cosas más fuertes pero sí seguía saliendo a veces con chicas del viejo oficio. Era una costumbre, un hobby, un tipo joven como él, con mucho dinero, guapo y sin pareja ¿qué más podía hacer? Tal vez enamorar a la chica rubia, a esa gata de ojos muy celestes que había llegado de las tierras heladas. Llevársela a la cama se había convertido casi en una obsesión, le gustaba, le gustaba mucho y nunca le había pasado en realidad.

Allí estaba la princesita de tierras heladas.

Todos sus sentidos alertas vieron a Irina salir del instituto con sus amigas y un par de tontos; estúpidos abejorros tras la miel, ya los había visto antes: el chico hindú, el sueco y otro que sospechaba era español o mexicano.

Observó la escena con rabia mientras fumaba como un murciélago, pitada tras pitada pensó que con gusto se fumaría una cajilla en esos momentos mientras veía a Irina alejarse despacio con sus amigos del curso y detenerse dos cuadras después.

Era su oportunidad, estaba sola, buscaba al chofer de su hermano pero este no estaba… Diablos, era su día de suerte. Miró su reloj y decidió actuar. Sí, él sabía actuar, tenía un don nato por la actuación tal vez heredado de su madre actriz, recientemente fallecida, lo cierto es que él sabía fingir, hacer gestos y nadie se enteraba. Solo sus más allegados conocían este talento oculto.

Lentamente se acercó a la chica rubia que se movía nerviosa en la esquina porque un pervertido se le había acercado, rápido como un buitre, estaba asediando a la joven diciéndole tonterías.  La ciudad estaba llena de tipos como ese que acosaban a las mujeres jóvenes y hasta las más chicas, porque tenían un nefasto talento para detectar a una chica indefensa: extranjera, inexperta, alguien que no podría defenderse, la rubia estaba incómoda, no hacía más que alejarse y mirar ceñuda al desconocido.

Hasta que notó que este recibía un empujón y una clara amenaza de que recibiría una paliza si no dejaba a la chica.

Allí estaba él: convertido en héroe, Irina sonrió y lo miró agradecida mientras el desgraciado que había estado diciéndole cosas que no pudo entender, se alejó corriendo como buen cobarde que era.

—Gracias… No me dejaba en paz, no le entendía una palabra, le ofrecí dinero pero se rió.

Renzo vio que el cretino se había esfumado y se sintió satisfecho.

—Pasaba por aquí y vi que ese maledetto no te dejaba en paz, siempre se aprovechan de las chicas jóvenes. Pero si quieres te llevo a tu casa, mi auto está estacionado cerca de aquí.

Ella vio su auto un Ferrari y se sonrojó, no porque fuera un auto carísimo sino porque él le gustaba mucho y él la miraba de una forma, con tanta intensidad. En realidad siempre la miraba y tuvo la sensación de que la seguía, la buscaba para invitarla a salir…

“No, no debes ir, Dimitri se lo tenía prohibido, además creerá que quieres ir a su apartamento a tener sexo” pensó y vaciló.

Se puso nerviosa ante la insistencia del joven y no le salían las palabras en italiano y miró a su alrededor desesperada.

—Ven conmigo, no te quedes sola aquí, eres una chica muy bella, llamas mucho la atención—dijo—Ah y olvidaba, soy Renzo, Renzo Ravelli.

Irina sonrió con timidez.

—Y yo soy Irina Ivanovich.

—¿Irina? Qué bello nombre tienes.

Ella se sonrojó inquieta mientras buscaba su teléfono celular. Lo había guardado en el bolsillo de su sweater estaba segura pero no lo vio por ningún lado. ¡Ese joven debió robárselo! Comenzó a chillar en su idioma mientras lo buscaba. Ahora era su vecino quién no entendía una palabra y la miraba alarmado.

Finalmente logró balbucear: mi teléfono no está, en italiano.

Renzo sonrió y le ofreció el suyo, un IPhone enorme y carísimo pero la jovencita apenas sabía manejar el modelo que le había comprado su hermano y ese era táctil y se lo devolvió.

Incomunicada y sin el chofer de su hermano no tuvo más alternativa que aceptar la invitación de ese joven, Dimitri le había hablado tan mal de los italianos que se sintió muy nerviosa al comienzo, no hacía más que mirar por la ventanilla oscura de ese auto como si quisiera memorizar el camino o descifrar a dónde la llevaba, algo que realmente era imposible…

—¿Te gustaría comer algo? ¿Has almorzado?—le preguntó él.

El verbo mangiare, comer algo lo entendió, además su amigo yuppie hablaba despacio para que pudiera entenderle.

Irina tenía hambre, el estómago le rugía y asintió con timidez, bueno no tenía nada de malo ir a comer, qué hombre tan amable, gentil y simpático, siempre sonreía con esos ojazos cafés tan italianos.

Se detuvieron en un restaurant y ella se hizo entender por gestos que quería pastel de carne y una gaseosa para beber, él pidió lo mismo y una botella de vino tinto.

Irina notó que se bebía casi la mitad mientras charlaban y que movía sus manos nervioso.

—¿Te agrada esta ciudad? ¿Nuestro idioma te parece muy difícil?

Irina enrojeció al sentir su mirada de un azul muy oscuro, un color raro, en contraste con su piel muy blanca y el cabello oscuro. No parecía típicamente italiano aunque sí era de los más guapos de la ciudad. Estaba segura de que no había visto un hombre tan guapo en Milán, ni en ninguna parte.

—Es un país muy hermoso, y esta ciudad es…—vaciló—muy alegre pero algo peligrosa… Ese hombre me robó el celular y yo le ofrecí dinero para que me dejara en paz.

Él hizo un esfuerzo por entenderle hablaba con un acento marcado y se comía algunas palabras, tal vez estaba nerviosa. Nerviosa y muy tímida, no podía mirarla sin que sus mejillas se encendieran.

—Bueno, no te preocupes, yo te compraré uno si quieres, luego de almorzar te llevaré a una tienda de celulares y escogerás el que más te agrade—dijo sonriéndole, mostrando una hilera de dientes blancos y parejos.

—Oh no… no es necesario, solo que mi hermano se preocupará…—Irina estaba con hambre y también consternada porque no había podido avisarle a su hermano Dimitri y se lo dijo.

Él sacó de nuevo su celular gigante y le preguntó el número, quiso llamarlo pero ella no sabía el número de memoria.

—No importa, descuida, cuando llegue al apartamento lo llamaré—respondió la joven.

Su vecino yuppy estaba a punto de tomarse el resto de la botella y además tenía un reloj de oro, enorme y un anillo, dios, esperaba que no fuera mafioso o algo peor, su hermano decía que esa ciudad era el paraíso del crimen organizado y…

Al notar su mirada dijo:

—Dime algo preciosa, ¿por qué me miras así? No soy un bandido, no voy a comerte… Además vivimos en el mismo edificio.

Irina se sintió reprendida y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—No quise ser indiscreta, pero, no lo conozco y creo que debo regresar a mi apartamento.

Esas palabras fueron un balde de agua fría, de pronto comprendió que esa jovencita le tenía miedo, miraba sus manos, la botella de vino medio vacía y pensaba que debía ser algún pervertido excéntrico o uno de esos proxenetas que pululaban en la ciudad.

—No soy un bandido ragazza, deja de llorar. No voy a comerte. Te salvé en el parque, un desgraciado quería atacarte. Tranquila.

Irina se sintió mortificada por la reprimenda.

—No he dicho eso, no he dicho eso—repitió confundida.

—Va bene, tranquila, no estoy enojado. ¿Qué edad tienes?—de repente la vio más joven de lo que había notado y se preguntó si…

—Diecinueve—respondió ella—¿y tú?

El yuppie sonrió.

—Veintiocho…—parecía una confesión.

Oh, vaya, era todo un hombre y le llevaba nueve años. Su hermano estaría furioso cuando se enterara que había ido a comer con un vecino que tomaba vino como si fuera agua, la miraba con ojos cariñosos y tenía veintiocho años.

—Eres muy joven principessa, en realidad pareces de menos edad… ¿Me has dicho la verdad?

Los ojos celestes de la joven brillaron con rabia.

—Sí… ¿por qué habría de mentirte? Acabo de cumplirlos—declaró.

—Va bene Irina… ¿Quieres postre?

Sí, le encantaban los postres pero estaba nerviosa, ese hombre había bebido y ahora la miraba con interés y le preguntaba cosas de su país, por qué estaba en Italia y qué hacía su hermano.

Ella sintió que la estaba interrogando, que averiguaba demasiado y que ella en cambio no sabía nada de ese sujeto. ¿Trabajaba y cómo  hacía para estar siempre a la hora en que iba al curso o al regreso?

Era un hombre misterioso pero tan atractivo, no se parecía en nada a los chicos del curso pero en esos momentos, a pesar de que quería estar con él tuvo miedo. Lo más prudente era regresar, su hermano estaría histérico buscándola y se lo dijo.

—Está bien, te llevaré, no soy un raptor de chicas extranjeras—declaró—Pero quisiera invitarte a salir mañana viernes, ¿crees que podrías convencer a hermano de que te deje? Iremos al cine, luego a cenar, ¿te agrada la idea?

Irina sonrió sin poder disimular su entusiasmo, la estaba invitando al cine, a ella le encantaba salir, nunca podía ir a ninguna parte pero… su hermano no la dejaría.

Bueno, no tenía que decirle que saldría con su vecino, podía inventar que lo haría con el grupo del instituto.

—No sé si podré convencer a mi hermano pero… 

—Hablaré con él si quieres.

—OH no…—esa posibilidad la espantó y él sonrió una vez más.

—¿Qué tienes ragazza? No soy un ogro, no voy a comerte. Soy un hombre serio—eso último era una mentira, pero a esa altura ¿qué importaba?

—Yo no dije eso, no… es que mi hermano no quiere que salga con italianos, dice que son oportunistas y se aprovechan de las mujeres.

Ahora su vecino reía tentado.

—Oh vaya, ¿así que piensa eso de nosotros?

—Sí, por eso creo que no me dejará pero intentaré convencerlo. Ahora quisiera volver al apartamento, mi hermano debe estar preocupado.

Durante el viaje no hablaron, Irina estaba algo asustada y temía que no la llevara a su apartamento sino a un lugar apartado y…

Pero cuando vio el edificio suspiró aliviada, allí estaba, no la había raptado. Debía dejar de imaginar esas cosas, su hermano realmente la había asustado.

Cuando se despedían le agradeció el almuerzo pero no dijo nada de la cita.

—Mañana a las ocho, pasaré por ti, si quieres diremos a tu hermano que soy un compañero de curso, para evitar sospechas…

—Yo no miento a mi hermano.

—Está bien, disculpa, fue solo una idea. Pasaré por ti a las ocho ¿te parece bien?

No, no iría a ninguna parte…pensó. Pero ese hombre tenía algo que la dominaba, la envolvía y ahora daba por sentado que ella lo había olvidado.

—Es que mi hermano no me deja salir con chicos—Irina tenía que decir algo.

—Oh por favor princesa, no lo dejes que te haga eso, eres adulta puedes decidir con quién salir. Además solo te llevaré al cine, soy un caballero y no soy eso que dice tu hermano. No soy oportunista ni un mafioso, ni nada de lo que dicen ciertos extranjeros de nosotros. Somos gente trabajadora y normal, como en cualquier parte, habrá cretinos sí, pícaros y ladrones como en todas partes, pero no somos falsos ni engañamos a las mujeres.

La vehemencia y el enojo embaucaron a la jovencita que pensó que tal vez tuviera razón, era injusto juzgar a todos y meterlos en la misma bolsa.

Pero ese sujeto no era un santo ni mucho menos, sabía manipular y seducir y pensó que sería sencillo llevarse a esa chica a la cama, no tenía mundo, era tan crédula y manipulable que resultaba tan tierna y conmovedora…

Por supuesto debería ser paciente, no sería tan bestia de llevarla a su apartamento en las primeras citas.

Irina se despidió con un beso en la mejilla, un beso fugaz que parecía un picotazo y él estuvo tentado de robarle un beso pero se contuvo. Era muy pronto. Mañana a las nueve… Tal vez hasta pudiera acercarse a ella en el cine y…

Su hermano no estaba en casa pero nada más llegar el teléfono sonó furioso una y otra vez, tuvo que salir del lavatorio para atender. ¡Rayos!

—Irina, ¿dónde estabas?—la voz de su hermano denotaba preocupación.

—Me demoré, perdóname, fuimos a comer con el grupo del instituto—odiaba mentir y mientras lo hacía se sentía mal pero no podía decirle que había salido con su vecino. Luego le diría, más adelante podría explicarle, si es que seguían porque en realidad esa primera cita no había sido lo que esperaba.

—Ah… bueno, me asustaste. ¿Por qué no respondiste al celular?

—Porque lo perdí… No sé dónde lo dejé, tal vez quedó en el instituto—más mentiras, pero si le contaba que había sido asaltada por un italiano que le decía si quería ir con él no sé a dónde, y luego le robó el celular en un descuido se pondría frenético.

—Irina, ¿cómo es que pierdes el celular, en qué estás pensando? Debes tener el celular siempre guardado en tu mochila, en un lugar dónde no lo pierdas. ¿Has llamado al instituto para saber si quedó allí?

—No… Es que me di cuenta hace un rato.

Irina suspiró y pensó en su vecino, Renzo Ravelli. No sabía si era buena idea salir con él, bebía, fumaba y tenía veintiocho años, estaba segura de que su hermano lo desaprobaría. Y no le agradaba mentir, no quería hacerlo pero…

Bueno, si no quería ir podía esconderse y fingir que no estaba en el apartamento. Su hermano diría que estaba dormida o que había salido a algún lado.

Irina dio vueltas inquieta sin saber qué hacer.

Pero al día siguiente, a la hora convenida fue con el cuento de que iría con sus amigos del curso al cine y regresaría a las diez a más tardar.

Su hermano no dejó de remarcar eso: nada de trasnochadas ni llegadas a la madrugada.

—Y no bebas ni aceptes un cigarro, porque a veces son cigarros con drogas.

Dimitri no estaba tranquilo y al final, logró contagiarle los nervios y cuando Renzo tocó timbre ella demoró en atenderle.

Su hermano la siguió y miró con fijeza al hombre que iba a buscar a su hermana, su rostro le resultó familiar y no parecía estudiante del instituto. Renzo se presentó hablando con acento para despistar diciendo que era norteamericano pero de madre italiana. Fue muy agradable y convincente y Dimitri se tragó el anzuelo sin sospechar nada.

Irina se alejó pensando que las mentiras se sumaban y amenazaban con convertirse en una bola de nieve.

Una vez en su auto Renzo sonrió mirándola con fijeza.

—¿Crees que logré engañar a tu hermano? Se mostró muy desconfiado.

Ella frunció el ceño —No me agrada mentirle y no sé por qué no le decimos que…

—Tú sabes por qué preciosa, lo sabes. Si se entera que soy tu vecino y me gustas mucho me sacará a tiros del apartamento. No quiere a los italianos.

Esas palabras la inquietaron. ¿Acababa de decirle que ella le gustaba?

Al llegar al cine Irina notó que la función empezaría en una hora y terminaría cerca de las once y miró a su acompañante desesperada.

—No, aguarda, debo volver a las diez y la película terminará muy tarde…

Renzo miró su reloj y se mostró indeciso.

—Bueno, entonces vamos a pasear, a cenar… Te mostraré Milán.

Irina aceptó encantada, se moría de hambre.

En esa cita Renzo se mostró más comunicativo y le contó que alquilaba ese apartamento para estar más cerca de su trabajo, pero que su casa estaba en un barrio residencial muy pintoresco de Milán llamado Porta Roma. Mientras recorrían las calles de la ciudad en su auto fue mostrándole los edificios, las plazas y lugares más notables.

—¿Y vives solo?—quiso saber Irina mientras observaba deslumbrada los edificios y las casas.

—Sí, vivo solo…

Qué alivio, no tenía novia ni era casado.

—¿Y tus padres? ¿Tus hermanos?

—No tengo hermanos, mi madre murió hace tres años y mi padre se fue mucho antes con una mujer más joven, tuvo un hijo pero no lo veo. No me interesa. A mí me crió Rómulo, el marido de mi madre. A él si lo veo a veces.

Una historia triste.

—Lo lamento, pensé que tú…

—Oh no lo lamentes, me siento estupendo viviendo solo sin tener hermanos ni parientes molestándome. Tengo unos tíos algo mayores que viven en Roma, los veo a veces en navidad. Hace años que vivo solo y es magnífico: nadie te critica ni te pregunta por qué llegas tarde… ¿Y tú, por qué viniste a Italia, dónde están tus padres?

Ella le contó su historia que también era triste, no había logrado terminar la secundaria porque trabajaba en un almacén para ayudar a su tía que era muy pobre, sus padres la tuvieron de mayores y sus hermanas mayores se habían casado y mudado a otra ciudad. Dimitri había migrado a Italia hacía años por una beca y luego se quedó porque era muy buen cirujano y le ofrecieron un puesto importante en un hospital.

—¿Y qué te gustaría estudiar?

—No lo sé, pero quisiera estudiar algo que me sirviera para conseguir un buen trabajo, no quiero ser una carga para mi hermano. Él quiere ayudarme pero se preocupa demasiado y me ha comprado ropa, creo que gasta demasiado, quisiera poder ganar mi dinero y ayudar como antes.

—¿De veras quieres trabajar? Yo podría contratarte. ¿Sabes inglés o… manejas una portátil?

—No, no hablo inglés y solo sé usar la portátil de mi hermano, él me enseñó.

—No importa eso, ¿sabes enviar mails? Podrías ser mi asistente, medio tiempo…

—¿Y crees que tu jefe aceptaría que trabajara siendo tan joven?

Él sonrió y dijo que él era su propio jefe y podía contratar a quien quisiera.

—Soy el dueño de una concesionaria de autos, vendo autos…

—Oh, por eso tienes uno muy bonito.

Renzo pensó que esa joven era tan tierna. No era interesada y no imaginaba que tenía un Ferrari que costaba unos cuantos miles de euros.

Luego pensó que era una ocasión propicia para ver a menudo a la joven y apurar el romance… No esperaba hacerle el amor en la oficina pero...

—Podrías ser recepcionista—le ofreció.

—Me encantaría pero debo hablar con mi hermano.

No era la primera vez que decía eso.

—Es tu hermano no tu padre ni el dueño de tu vida, ¿por qué no decides tú lo que vas a hacer?

Ella solo entendió la mitad, ¿por qué debes preguntar siempre a tu hermano?

—Porque él me está ayudando y no quiero hacer más cosas a escondidas ni mentirle. No me agradó hacerlo, no está bien…

Él se sintió acorralado y abofeteado. Bueno, tenía razón. Era un estúpido, estaba apretando la cuerda antes de tiempo, todavía no había atrapado a la chica rubia, debía ser más cuidadoso y no mencionar de nuevo a su hermano.

—Está bien, disculpa… Olvida lo que te dije, perdona, soy algo impulsivo a veces. Pero si más adelante quieres trabajar, el ofrecimiento seguirá en pie—dijo conquistador.

Ella sonrió y él sintió deseos de darle un beso pero se contuvo. No era una chica para ir con prisas, debía ser paciente, muy paciente. Y actuar como un caballero, porque su hermano le había hablado pestes de los italianos y él le demostraría que era la excepción. Que podía confiar en él…

Así que reprimió sus deseos y la llevó a cenar a un restaurant muy caro y exclusivo donde no necesitaba reservar mesa alguna porque era cliente preferencial y frecuente. Solo que antes iba con amigos o secretarias apasionadas... Sonrió al recordar a aquella pelirroja de labios sensuales, era una pena que se hubiera marchado para tener un novio formal y una familia. No podía entender por qué las mujeres siempre buscaban formalizar como si llegara un momento que quisieran compromisos, promesas de amor eternas… Cuando nada en ese mundo estaba hecho para durar.

Confiaba en que la chica rusa no tuviera ideas casamenteras en mente, creía que no, era muy joven y solo pensaba en progresar, tener su trabajo y escapar de la vigilancia constante de su hermano.

La vio observar el menú y pensó que era preciosa, natural y curvilínea, le gustaban mucho las mujeres formadas y no soportaba las que eran flacas como chicos, sin más encanto que los huesos. Por eso solía buscar latinas pero ahora le gustaban así: rubias y de carita redonda…

Irina lo miró con expresión radiante y sonrió, no entendía una palabra del menú porque estaba en francés, imposible saber si eran carnes, mariscos o pastas.

—No te preocupes, dime qué te gustaría comer y yo haré el pedido.

Comieron, bebieron y él volvió a pedirse una botella de vino blanco esta vez, algo que inquietó a Irina. Se preguntó si bebería o lo hacía solo para acompañar los platos cuando salían. También fumaba, en el edificio lo había visto encender un cigarro tras otro mientras hablaba por celular.

Se bebió la tercera copa de vino sin pestañear, sin embriagarse, como si fuera agua. Ella no podía beber una copa de sidra a fin de año sin sentirse mareada. Su hermano tampoco bebía, solo vodka a veces, y no fumaba.

Se preguntó por qué hacías esas comparaciones, no sabía qué resultaría de esas salidas, apenas se conocían. Él le gustaba sí, era muy guapo pero tuvo la sensación de que quería una chica para acostarse, no una relación seria y formal.

Ella quería un novio formal. Si decidía dormir con él querría garantías, seguridad, y fidelidad.  Y algo romántico. Enamorarse y vivir una historia de amor como en las novelas…

Eran la diez  y minutos cuando él manejaba a gran velocidad por las calles de regreso al apartamento,  había luchado contra el impulso de besarla, de tocarla durante toda la noche y lo había resistido estoico, porque sabía que cuando la tuviera sería muy placentero… Ahora lo mejor era no enfadar a Dimitri.

Cuando se despidieron él la acompañó hasta la puerta y ella sonrió y besó su mejilla y él tomó su rostro y sin poder contenerse rozó sus labios con suavidad. Un beso fugaz, no de amantes que hacían el amor… La jovencita sonrió y se quedó tiesa y temblorosa. Inexperta. Estaba segura que nunca había estado con un hombre, podía sentirlo y eso le gustaba porque sintió deseos de llevarla a su apartamento y hacerle el amor. Pero no esa noche, esa noche la dejaría ir y tal vez hubieran más noches como esa hasta que cayera rendida en sus brazos y aceptara convertirse en su mujer.

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Un mes después Irina lloraba abrazada a su oso luego de enfrentarse a su hermano que ahora sabía que se veía a escondidas con su vecino del apartamento once cero dos Renzo Ravelli.

Dimitri los pilló in fraganti besándose en el ascensor y armó una escena penosa, se sintió tan avergonzada y triste. Luego presenció la violenta discusión entre su hermano y Renzo y temía que nunca más pudiera acercarse a ella.

—¿Quién es ese sujeto con el que te besabas? Ese no es un inmigrante.

Irina no respondió, corrió a encerrarse a su cuarto, pero eso no sirvió de nada, Dimitri hizo algunas llamadas y no tardó en averiguar que ese sujeto era lo peor que pudo haber conocido su hermana. No importaba si fue casual, nunca más permitiría que ese pervertido se le acercara. Y decidido y con su portátil abierta se encaminó a su cuarto para hablarle. Bueno, ya no era una niña, tenía edad más que suficiente para entender las cosas.

Al verla llorando y abrazada a su oso se detuvo.

—Irina, tenemos que hablar. Deja ese oso y escúchame.

Ella lo miró con los ojos hinchados.

Demonios, ¿cuánto hacía que salía con ese tipo? Le habría hecho el amor, conquistado y ahora lloraba porque temía que no regresara.

—¿Qué quieres decirme, Dimitri?

—Quiero hablar con tranquilidad, lamento toda esa escena pero pensé… Escucha, no estoy prohibiéndote que salgas con chicos, con amigas pero ese hombre no es para ti. No solo porque es algo mayor que tú, lo digo porque… no te conviene para nada. Y quiero que lo veas con tus ojos, porque sospecho que no sabes nada de él, solo que tienen un Ferrari, un reloj de oro y mucho dinero.

Lo que Dimitri había averiguado de ese sujeto lo asqueaba, pero debía ser cauteloso y lograr que Irina se tranquilizara y dejara de llorar.

—Quiero que veas estas fotografías, que leas lo que se dice de él… Pero no creas que son calumnias porque yo también he hecho algunas llamadas que confirman mucho de lo que se dice aquí.

Irina secó sus lágrimas y negó con un gesto.

—No quiero ver nada…, él no es un malvado. Siempre ha sido sincero conmigo y me ha tratado con respeto.

—¿De veras? Pues vaya, me sorprende. ¿Cuánto hace que lo ves y por qué nunca me dijiste que salías con un joven que vive aquí? Porque creo recordar que era un alumno del instituto. Mintió o mintieron para engañarme.

—No, no fue por eso, solo que tú no querías que saliera con italianos y no me habrías dejado.

Dimitri se dejó caer en la silla y dejó la portátil cerrada en la cama de su hermana.

—Quiero que mires lo que se comenta de ese hombre, de sus fiestas y su vida de playboy, siempre con chicas distintas, con chicas que no son modelos ni… Son mujerzuelas y no estoy siendo despectivo, quiero decir que son chicas que están con él porque les paga. Y eso no es lo único. Es alcohólico y estuvo internado por abuso de drogas, al borde de la muerte… Heroína y cocaína y éxtasis, lo ha probado todo. Claro, tiene mucho dinero y vive en un apartamento donde realiza fiestas con chicas y amigos. No son fiestas de cumpleaños ni fiestas de escuela, son fiestas de sexo, orgías.

Irina palideció, su hermano no podía haber inventado todo eso. Pero no quiso tomar la portátil, no quiso ver nada.

—¿Y qué hace este espécimen merodeando aquí? Si vive en un barrio privado muy lejos de aquí, lleno de lujos y seguridad.

No le respondió, no lo sabía.

—Irina no voy a prohibirte que lo veas, solo que comprendas que ese hombre no te conviene. Ni siquiera para presumir con tus nuevas amigas. Ese hombre es mucho mayor que ti y no está jugando, solo quiero aprovecharse de ti, se está riendo ¿entiendes? Cuando duerma contigo, cuando lo haga te dejará, no sueñes de que tendrás un noviazgo con él y no hablo por anticuado ni nada porque no todas las relaciones son sentimentales, pero a tú edad y como tú eres Irina, eres un ángel y mereces algo más sano. Una relación con un joven de tu edad que sea bueno y sin vicios, sin adicciones y por supuesto que tenga una vida más normal. Comprendo que uno no escoge con quien involucrarse y sospecho que es ese desgraciado te envolvió con su seducción pero ahora estás a tiempo de poner fin a esto. Tal vez creas que puedes manejarlo pero no es así, estás en un país nuevo, sin amigos, y yo trabajo y no siempre puedo cuidarte, por eso te hablé, porque sabía que tarde o temprano se te acercaría un chico.

Irina volvió a llorar y tomó la portátil y vio con sus ojos lo que su hermano le había dicho y esas semanas de verse a escondida y besarse, de estar a punto de hacer el amor en su apartamento se esfumaron, todo pareció evaporarse como al despertar de un sueño.

Sabía que bebía, ignoraba de las drogas y no podía asegurar que se drogaba porque nunca lo había visto en ese estado pero…

Era un playboy, eso decían las revistas de la web y vio las fotos con las chicas y pensó que era otra persona. Tal vez él había sido así antes, adicto a las drogas y mujeriego pero ahora trabajaba en su empresa, vivía haciendo llamadas y hasta le había ofrecido trabajo.

La otra noche había ido a su apartamento a mirar una película a escondidas, mientras su hermano estaba en el trabajo.

Él no intentó nada pero sin saber ni cómo terminaron en su habitación, en la inmensa cama con sábanas de seda, besándose, acariciándose y ella deseó tanto que le hiciera el amor y luego.... Había estado medio desnuda entre sus brazos y huyó, tuvo miedo. No sabía por qué, era miedo y deseo.

Él fue por un trago, tal vez se sintió mal, estaba muy excitado y lo vio alejarse. Luego más relajado volvió y ella dijo que quería regresar a su casa.

Renzo sonrió y dio una pitada a su cigarro.

—¿Y si no te dejo ir, principessa?—dijo.

Ella lo miró espantada, bromeaba claro pero por un momento su mirada fue distinta.

—Se me hace tarde, por favor, mi hermano se preocupará.

Él se acercó y la tomó lentamente entre sus brazos hasta dejarla atrapada sintiendo su calor, sus besos…

—¿Qué tienes bebé, por qué tienes tanto miedo al sexo? No te haré daño, preciosa, lo sabes ¿verdad?

—No eres tú, es que no me siento preparada para hacer el amor todavía. Perdóname pero no… No puedo hacerlo ahora.

Esas habían sido sus palabras pero entonces él hizo algo inesperado, no se enojó ni la llamó tonta como temía, sino que la abrazó y se quedaron así un momento.

Luego se vieron en el ascensor y él la envolvió entre sus brazos con prisa y la besó, dijo que se moría  por verla, le suplicó… Parecía desesperado por esa ruptura. Porque durante días evitó esos encuentros pues no quería que la llevara a su apartamento y que quisiera tener sexo de nuevo.

Ella lloró al sentir sus besos, al oír sus palabras, era una prueba de que le importaba, que no la buscaba solo para divertirse…

Siguieron viéndose a escondidas, compartiendo momentos, almuerzos y había estado en su auto besándose. Pero solo habían sido besos, abrazados escuchando música vieja.

Él no le había ocultado nada. Pudo alejarse, pudo hacerlo.

Secó sus lágrimas y cerró el ordenador.

Las fotos eran del último verano, algunas más antiguas. Siempre salía con chicas altas y exuberantes, hermosas, con atrevidos escotes y vestidos ajustados.

Luego leyó de la internación en una clínica privada en los Alpes por sus adicciones, luego de morir su madre tuvo esa crisis, hace tres años atrás.

La bebida siempre estaba, whisky, cervezas, vino… a pesar de que ella nunca lo había visto ebrio, sabía que le gustaba beberse casi una botella de vino durante la cena.

Su hermano nunca aprobaría esa relación y ella se sintió mareada, confundida. Tal vez Dimitri exageraba un poco.

Bueno, no estaba comprometida con Renzo ni tampoco era formalmente su novia, recién estaban saliendo, conociéndose y le gustaba estar con él. No era porque estuviera sola porque también se veía con sus amigos nuevos del instituto ni tampoco había un compromiso de matrimonio. Además no podía juzgarlo por su pasado, de lo que había hecho antes de conocerla… Sí, quería pensar que tiempo pasado…

Pero la escena del ascensor, la pelea de Renzo y su hermano la dejaron mal. Mucho más que la fotografía de él en las redes.