La tercera serie

La serie de los cinco intereses:

La serie de Westwood

Una de las secuencias más importantes de la Tensegridad se denomina la serie de los cinco intereses. La apodamos la serie de Westwood porque por primera vez se enseñó públicamente en el Pauley Pavilion de la universidad de California, en Los Angeles, situada en una zona llamada Westwood. Esta serie es el intento de integrar lo que don Juan Matus denominaba los cinco intereses de los chamanes del antiguo México. Todas las actividades de los brujos giran en torno a cinco intereses: en primer lugar, los pases mágicos; en segundo, el centro energético del cuerpo humano denominado centro de decisiones; en tercero, la recapitulación, el modo de realzar el alcance de la conciencia humana; en cuarto, el ensueño, el verdadero arte de trascender los parámetros de la percepción normal y, en quinto, el silencio interior, el estadio de la percepción humana a partir del cual los chamanes emprenden sus logros perceptivos. La secuencia de los cinco intereses se organiza según la comprensión que los chamanes tienen del mundo que los rodea.

Según las enseñanzas de don Juan, uno de los hallazgos sorprendentes de los chamanes es la existencia de una fuerza aglutinante que en el universo enlaza los campos de energía y los convierte en unidades funcionales concretas. Los brujos que descubrieron la existencia de esta fuerza la describieron como una vibración o estado vibratorio que impregna los grupos de energía y los une.

En virtud de la disposición de los cinco intereses de los chamanes del antiguo México los pases mágicos desempeñan la función del estado vibratorio mencionado. Al organizar esta secuencia chamanística de los cinco intereses, los brujos copiaron el patrón de energía que les fue revelado cuando vieron la energía como fluye por el universo. La fuerza aglutinante son los pases mágicos que, además, constituyen la unidad que impregna las cuatro unidades restantes y las agrupa en un todo funcional.

Por consiguiente, la serie de Westwood se ha dividido en cuatro partes según el patrón de los chamanes del antiguo México y se ha organizado de acuerdo con la importancia que los brujos que la formularon le atribuyeron: en primer lugar, el centro de decisiones; en segundo, la recapitulación; en tercero, el ensueño; y en cuarto, el silencio interior.

El primer grupo:

El centro de decisiones

Para los chamanes que vivieron en el antiguo México y para los del linaje de don Juan el elemento más importante es el centro de decisiones. Dados los resultados prácticos de sus esfuerzos, los chamanes están convencidos de que en el cuerpo humano existe un punto que responde de la toma de decisiones: el hueco de la V, la zona de la punta del esternón en la base del cuello, donde las clavículas se unen y forman dicha letra. Se trata de un centro en el que la energía se enrarece hasta volverse enormemente sutil y que almacena una energía específica que a los chamanes les resulta indefinible. Sin embargo, tienen la certeza absoluta de que perciben la presencia y los efectos de dicha energía. Creen que los seres humanos la expulsan muy temprano de dicho centro y que jamás regresa, lo que nos priva de algo que tal vez sea más importante que la suma de la energía de los restantes centros: la capacidad de tomar decisiones.

En lo que a la toma de decisiones se refiere, don Juan sustentaba la misma y severa opinión que los brujos de su linaje. Las observaciones realizadas a lo largo de los siglos les permitieron llegar a la conclusión de que los seres humanos son incapaces de tomar decisiones, motivo por el cual han creado el orden social: instituciones gigantescas que asumen la responsabilidad de tomar decisiones. Permiten que estas instituciones gigantescas decidan y se limitan a poner en práctica las decisiones que han tomado en su nombre.

Para los chamanes el hueco de la V en la base del cuello era tan importante que casi nunca lo tocaban; cuando lo rozaban, se trataba de un toque ritual que siempre realizaba otra persona con la ayuda de un objeto; utilizaban trozos de madera dura muy lijados o huesos limados de animales y el extremo redondeado del hueso para que el objeto tuviese el contorno ideal, del mismo tamaño que el hueco del cuello. Hacían presión con el hueso o el trozo de madera para hundir el hueco del cuello. En contadas ocasiones también empleaban dichos objetos para automasajearse o practicar lo que actualmente denominamos acupresión.

—¿Cómo descubrieron que ese hueco es el centro de decisiones? —pregunté a don Juan en cierta ocasión.

—Cada centro energético del cuerpo presenta una concentración de energía. Se trata de una especie de vórtice de energía, como un embudo que, desde la perspectiva del vidente que lo contempla, parece girar en el sentido contrario al de las agujas del reloj. La fortaleza de determinado centro depende de la fuerza de este movimiento. Cuando apenas se mueve, el centro está agotado, vacío de energía. Los videntes de la antigüedad repararon en la presencia de estos vórtices cuando escrutaron el cuerpo con el ojo vidente. Experimentaron una gran curiosidad y los cartografiaron.

—Don Juan, ¿en el cuerpo existen muchos centros de estas características?

—¡Centenares, tal vez miles! Podemos decir que el ser humano no es más que un conglomerado de miles de vórtices arremolinados, algunos tan pequeños que parecen un pinchazo de alfiler, lo que no impide que sean importantes. En su mayoría son vórtices de energía y esta fluye libremente o queda atascada. Existen seis vórtices tan enormes que merecen un tratamiento especial. Son los centros de la vida y la vitalidad. En ellos la energía jamás se atasca, pero a veces la provisión es tan escasa que apenas giran.

Don Juan añadió que los enormes centros de vitalidad se encuentran en seis zonas del cuerpo. Los enumeró según la importancia que los chamanes le atribuyen. El primero está situado en la zona del hígado y la vesícula biliar; el segundo, en la del páncreas y el bazo; el tercero, en la de los riñones y las glándulas suprarrenales y, el cuarto, en el hueco de la base del cuello, en la parte anterior del cuerpo. El quinto está en los alrededores de la matriz y el sexto en la coronilla.

Según las palabras de don Juan, el quinto centro, que solo tienen las mujeres, a veces presenta una energía peculiar que en los brujos produjo la impresión de fluidez. Se trata de una característica que solo poseen algunas mujeres y que parece servir de filtro natural que elimina influencias superfluas.

Don Juan describió como algo más que una anomalía el sexto centro, el de la coronilla, y se negó tajantemente a tener algo que ver con este centro. Dijo que no poseía un vórtice circular de energía, como los demás, sino un movimiento pendular que de algún modo recuerda los latidos del corazón.

—Don Juan, ¿por qué la energía de ese centro es tan diferente?

—El sexto centro de energía no pertenece al hombre. Verás, de alguna manera los seres humanos están sometidos a asedio. Dicho centro ha sido tomado por un invasor, por un depredador que no se deja ver. La única forma de vencerlo es fortaleciendo los otros centros.

—Don Juan, ¿no es paranoico tener la sensación de que estamos sometidos a asedio?

—Puede que para ti, pero para mí no. Yo veo la energía y veo que la que hay sobre el centro de la coronilla no fluctúa como la de los otros centros. Se mueve hacia delante y hacia atrás, con un desplazamiento repugnante y extraño. También veo que en el caso del chamán capaz de vencer la mente, que los brujos llaman instalación foránea, la fluctuación de dicho centro es exactamente igual a la de los restantes.

A lo largo de mis años de aprendizaje, don Juan se negó sistemáticamente a hablar de dicho centro. Cuando se refirió a los centros de vitalidad eludió bruscamente mis insistentes preguntas y se explayó sobre el cuarto centro: el de las decisiones.

—El cuarto centro tiene una energía peculiar, que aparece ante el vidente como poseedora de una singular transparencia, algo que podríamos describir como semejante al agua: la energía es tan fluida que parece líquida. El aspecto líquido de esta energía es característica de la cualidad filtrante del centro de decisiones propiamente dicho, que selecciona toda la energía que recibe y solo recoge el aspecto fluido, liquidez que es un elemento uniforme y constante de dicho centro. Los brujos también lo denominan centro acuoso. La rotación de la energía en el centro de decisiones es la más débil, razón por la cual el ser humano casi nunca decide. Los chamanes ven que, después de realizar determinados pases mágicos, el centro se activa y toman un montón de decisiones cuando antes ni siquiera eran capaces de dar un paso.

Don Juan resaltó con toda claridad que los chamanes del antiguo México sentían una aversión rayana en la fobia si tenían que tocarse el hueco de la base del cuello. La única forma en que accedían a involucrarse con dicho punto era a través de la práctica de los pases mágicos, que refuerzan dicho centro acercando energía dispersa y, de este modo, despejan las vacilaciones que la dispersión natural de la energía producida por el desgaste de la vida cotidiana provoca cuando se trata de tomar decisiones.

—Percibido como un conglomerado de campos de energía, el ser humano es una unidad concreta y hermética a la que no se puede inyectar energía ni de la que esta escapa. La sensación de la pérdida de energía, que en algún momento todos experimentamos, se debe a que la energía es expulsada y se dispersa de los cinco enormes centros naturales de la vida y la vitalidad. La sensación de recobrar la energía se debe a la redistribución de la energía que anteriormente escapó de dichos centros. Por lo tanto, la energía vuelve a localizarse en los cinco centros de la vida y la vitalidad.

Los pases mágicos del centro de decisiones

1. Trasladar energía al centro de decisiones con un movimiento hacia atrás y hacia delante de los brazos y las manos con las palmas hacia abajo

Fig. 125

Fig. 126

Se espira y se extienden los brazos hacia delante en un ángulo de cuarenta y cinco grados, con las palmas hacia abajo (fig. 125). Se aspira y se vuelven a poner las manos a los lados del pecho, bajo las axilas. Los hombros se levantan para mantener la misma inclinación (fig. 126). En la segunda fase del movimiento, se extienden los brazos hacia abajo al aspirar y se recogen al espirar.

2. Trasladar energía al centro de decisiones con un movimiento hacia atrás y hacia delante de los brazos y las manos con las palmas hacia arriba

Fig. 127

Este pase mágico se ejecuta de la misma forma que el anterior, pero con las palmas hacia arriba (fig. 127). Las aspiraciones y espiraciones son exactamente iguales a las del movimiento precedente. Se espira cuando los brazos y las manos avanzan con cuarenta y cinco grados de inclinación y se aspira al recoger los brazos. Se toma aire cuando los brazos y las manos descienden y se espira al acercarlos al cuerpo.

3. Llevar energía al centro de decisiones con un movimiento circular de los brazos y las manos con las palmas hacia abajo

Fig. 128

Este pase mágico se realiza exactamente igual que el primero del grupo, salvo que cuando las manos están totalmente extendidas se trazan dos círculos que se alejan entre sí hasta llegar a un punto situado a quince centímetros de la caja torácica. Cuando las manos terminan de trazar los círculos (fig. 128), se recogen los brazos a los lados de la caja torácica, bajo las axilas.

Este pase mágico se compone de dos fases. En la primera, se espira mientras uno dibuja los círculos y se aspira cuando uno recoge los brazos. Durante la segunda, se aspira cuando los brazos y las manos trazan los círculos y se espira al recoger los brazos.

4. Llevar energía al centro de decisiones con un movimiento circular de los brazos y las manos con las palmas hacia arriba

Fig. 129

Este pase mágico es igual al anterior y también presenta las dos fases de aspiración y espiración, pero los brazos y las manos trazan los dos círculos con las palmas hacia arriba (fig. 129).

5. Llevar energía al centro de decisiones desde la sección media del torso

Fig. 130

Se doblan los brazos a la altura de los codos, manteniéndolos alineados con los hombros. Los dedos apuntan hacia el hueco de la V, pero no lo tocan (fig. 130). Se balancean los brazos de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Este movimiento no se realiza desplazando los hombros o las caderas, sino mediante la contracción de los músculos del estómago, que desplazan la sección media del torso a la derecha, a la izquierda, de nuevo a la derecha y así sucesivamente.

6. Llevar energía al centro de decisiones desde la zona de los omóplatos

Fig. 131

Los brazos se doblan como en el movimiento anterior y se encorvan los hombros para que los codos queden echados hacia delante. La mano izquierda se apoya sobre la derecha. Los dedos están sueltos y apuntan hacia el hueco de la V, pero no lo tocan; el mentón sobresale y se apoya en el hueco formado por el pulgar y el índice de la mano izquierda (fig. 131). Los codos se echan hacia delante y, primero uno y luego el otro, se extienden al máximo los omóplatos.

7. Agitar con la muñeca doblada la energía que rodea el centro de decisiones

Fig. 132

Fig. 133

Se acercan las manos al hueco de la base del cuello, sin tocarlo. Se doblan suavemente las manos para que los dedos apunten al centro de decisiones. Las manos se mueven, primero la izquierda, seguida de la derecha, como si se removiera un líquido o se abanicase delicadamente el hueco de la V. Estos movimientos se realizan estirando lateralmente el brazo hasta su máxima extensión y acercándolo a la zona de delante del hueco en V (fig. 132). El brazo izquierdo se extiende delante del hueco de la V, con la mano bien doblada hacia dentro, y se utiliza la muñeca y el dorso de la mano como superficie que golpea (fig. 133). El mismo movimiento se ejecuta con el brazo derecho. De esta forma se asestarán una serie de poderosos golpes a la zona de delante del hueco de la V.

8. Trasladar al centro de decisiones energía de los dos centros de vitalidad de la parte anterior del cuerpo

Fig. 134

Fig. 135

Las manos se acercan a la zona del páncreas y el bazo, a pocos centímetros del cuerpo. La mano izquierda, con la palma hacia arriba, está a diez o quince centímetros debajo de la derecha, cuya palma mira hacia abajo. El antebrazo izquierdo forma un ángulo de noventa grados y está extendido hacia delante. El derecho forma el mismo ángulo y se encuentra muy cerca del cuerpo, por lo que las yemas de los dedos apuntan a la izquierda (fig. 134). En la zona del páncreas y el bazo la mano izquierda traza dos círculos interiores de aproximadamente treinta centímetros de diámetro. En cuanto termina el segundo círculo, la mano derecha sale disparada hacia delante y golpea con el filo, a un brazo de distancia, la zona de delante del hígado y la vesícula biliar (fig. 135).

Se practican exactamente los mismos movimientos con el otro lado del cuerpo, invirtiendo la posición de las manos, que se sitúan en la zona del hígado y la vesícula biliar; la derecha traza los círculos y, a un brazo de distancia, el filo de la izquierda golpea la zona de delante del páncreas y el bazo.

9. Trasladar energía al centro de decisiones desde las rodillas

Fig. 136

Fig. 137

Delante del hueco de la V y ligeramente hacia la izquierda, la mano y el brazo izquierdos dibujan dos círculos de treinta centímetros de diámetro (fig. 136). La palma mira hacia abajo. Una vez trazado el segundo círculo, el antebrazo se eleva hasta el hombro y se golpea con la mano lejos de la cara, diagonalmente a la derecha, a la altura del hueco de la V, moviendo la muñeca como si uno diera un latigazo (fig. 137). Los mismos movimientos se ejecutan con la mano derecha.

Fig. 138

Fig. 139

Se respira hondo y se espira mientras las manos y los brazos se deslizan hasta las rodillas con las palmas hacia arriba. Se vuelve a respirar hondo y se levantan los brazos, primero el izquierdo. El derecho se cruza con el izquierdo por encima de la cabeza hasta apoyar los dedos en la nuca. Se contiene el aliento mientras se balancea tres veces seguidas la sección superior del torso: el hombro izquierdo baja, luego el derecho y así sucesivamente (fig. 138). Se espira mientras los brazos y las manos descienden hasta lo alto de las rodillas, también con las palmas hacia arriba.

Se respira hondo y se espira cuando las manos suben desde las rodillas hasta la altura del hueco de la V y los dedos lo señalan sin tocarlo (fig. 139). Las manos bajan nuevamente mientras se espira. Se respira hondo, elevando las manos hasta la altura de los ojos y bajándolas a los lados del cuerpo al tiempo que se espira.

Según don Juan, los tres pases mágicos siguientes trasladan energía que pertenece exclusivamente al centro de decisiones. La trasladan del borde frontal de la esfera luminosa, donde se ha acumulado a lo largo de los años, a la parte posterior y de aquí nuevamente a la delantera. Afirmaba que este trasvase de energía atraviesa el hueco de la V, que cumple la función de filtro, solo utilizando la energía que le corresponde y descartando el resto. Insistía en que, debido al proceso selectivo del hueco de la V, es fundamental practicar tantas veces como sea posible estos tres pases mágicos.

10. Energía que con dos golpes atraviesa el centro de decisiones de delante hacia atrás y de atrás hacia delante

Fig. 140

Fig. 142

Fig. 141

Se respira hondo. Se espira lentamente mientras el brazo izquierdo golpea a la altura del plexo solar, con la palma extendida hacia arriba y los dedos juntos. Se cierra el puño. Luego se desplaza el brazo hacia atrás, golpeando desde la altura de la cadera (fig. 140). Se espira mientras se abre el puño.

Se vuelve a respirar hondo. Se espira lentamente mientras la palma, situada detrás del cuerpo, se mueve diez veces como si golpease ligeramente un objeto sólido de forma redonda. El puño se cierra, y se desplaza el brazo hacia la parte anterior del cuerpo con un balanceo que golpea la zona de delante del hueco de la V a un brazo de distancia (fig. 141). El puño se abre como si uno soltara algo. El brazo baja, se echa hacia atrás, se pasa por encima de la cabeza y se golpea con la palma hacia abajo por delante del hueco de la V, como si uno rompiera lo que ha soltado. En este punto termina la espiración (fig. 142).

Se repite la misma secuencia con el brazo derecho.

11. Trasladar energía de delante hacia atrás y de atrás hacia delante con un gancho del brazo

Se respira hondo. Se espira lentamente mientras el brazo izquierdo se desplaza hacia delante con la palma hacia arriba. Se cierra rápidamente el puño. Se lo gira hasta que el dorso de la mano quede hacia arriba y golpee atrás por encima del hombro, con la palma cerrada hacia arriba. El puño se abre, la palma gira hacia abajo y termina la espiración.

Fig. 143

Fig. 145

Fig. 144

Fig. 146

Se vuelve a respirar hondo. Comienza una lenta espiración mientras la mano, convertida en un gancho descendente, se mueve tres veces, como si formara una pelota con una sustancia sólida (fig. 143). Con un suave movimiento del brazo y el antebrazo se lleva la pelota hasta la altura de la cabeza (fig. 144) y se la sujeta rápidamente con la muñeca doblada, como si fuese un gancho (fig. 145). El brazo se desplaza hacia delante, hasta la altura del brazo derecho y golpea la zona de delante del hueco de la V, a un brazo de distancia, utilizando la muñeca y el dorso de la mano como superficie que golpea (fig. 146). El puño se abre como si quisiera uno soltar lo que ha atrapado, se lleva el brazo hasta la parte posterior y se lo pasa con fuerza por encima de la cabeza con la palma extendida. La espiración termina cuando el cuerpo se estremece por el ímpetu del golpe.

Se repiten estos movimientos con el otro brazo.

12. Trasladar energía de delante hacia atrás y de atrás hacia delante con tres golpes

Se respira hondo. Se inicia una lenta espiración mientras el brazo izquierdo golpea con la palma extendida hacia arriba. Rápidamente el puño se cierra, y se recoge el brazo como si quisiera uno dar un codazo hacia atrás. Se lo desplaza lateralmente a la derecha asestando un golpe de lado mientras el antebrazo roza el cuerpo (fig. 147). Se recoge nuevamente el codo como si se quisiera dar otro codazo hacia atrás. El brazo se extiende y se lo lleva a la izquierda y hacia atrás para asestar el cuarto golpe con el dorso del puño. La espiración termina cuando el puño se abre (fig. 148).

Fig. 147

Fig. 149

Fig. 148

Fig. 150

Fig. 151

Se vuelve a respirar hondo. Se espira lentamente mientras la mano, doblada hacia abajo formando un gancho, recoge algo tres veces. Se lo aferra como si fuese sólido (fig. 149). El brazo se balancea hacia delante hasta la altura del centro de decisiones. Sigue hasta el hombro derecho, donde el antebrazo forma un rizo ascendente y asesta un golpe de revés con el puño cerrado a la zona de delante del hueco de la V, a un brazo de distancia (fig. 150). Se abre el puño como soltando lo que contenía. Se baja el brazo, se lo lleva detrás del cuerpo, haciéndolo pasar por encima de la cabeza con la palma hacia abajo, y con la mano abierta se aplasta con energía lo que se ha soltado. En este punto termina la lenta espiración (fig. 151).

El segundo grupo:

La recapitulación

De acuerdo con lo que don Juan enseñó a sus discípulos, la recapitulación es la técnica descubierta por los brujos del antiguo México, que desde entonces todos los chamanes han aplicado para ver y revivir las experiencias de su vida, con el fin de alcanzar dos objetivos trascendentales: en primer lugar, el fin abstracto de cumplir el código universal que exige renunciar a la conciencia en el momento de la muerte y, en segundo, el fin plenamente pragmático de adquirir fluidez perceptiva.

Según don Juan, la formulación del primer objetivo fue consecuencia de las observaciones que los chamanes realizaron gracias a su capacidad de ver la energía como fluye directamente por el universo. Vieron que en el universo existe una fuerza descomunal, un inmenso conglomerado de campos de energía al que denominaron águila o el oscuro mar de la conciencia. Comprobaron que el oscuro mar de la conciencia es la fuerza que da conciencia a todos los seres vivos, desde los virus hasta los humanos. Se convencieron de que dota de conciencia al recién nacido, quien la realza mediante sus experiencias vitales hasta el momento en que la fuerza exige su devolución.

En opinión de los chamanes, los seres vivos mueren porque están obligados a devolver la conciencia prestada. En todas las épocas los brujos han comprendido que, a través de lo que el hombre moderno denomina pensamiento lineal, es imposible explicar este fenómeno porque no hay espacio para un razonamiento de causa y efecto sobre las razones y el modo en que la conciencia se presta y se devuelve. Los chamanes del antiguo México lo consideraron una realidad energética del universo, realidad que no se puede explicar en función de la causa y el efecto o de un propósito determinado a priori.

Los chamanes del linaje de don Juan consideraban que la recapitulación suponía dar al oscuro mar de la conciencia lo que buscaba: experiencias vitales. De todos modos, estaban convencidos de que a través de la recapitulación adquirían un grado de control que les permitía separar las experiencias vitales de la fuerza vital que, en su opinión, no estaban unidas de manera indisoluble, sino que se juntaban circunstancialmente.

Para los chamanes el oscuro mar de la conciencia no pretende cobrarse la vida de seres humanos, solo quiere sus experiencias vitales. La falta de disciplina impide que los seres humanos separen las dos fuerzas y al final pierden la vida, cuando solo se pretende que pierdan la fuerza de las experiencias vitales. Los chamanes veían la recapitulación como el procedimiento mediante el cual proporcionaban al oscuro mar de la conciencia el sustituto de sus vidas. Renunciaban a sus experiencias vitales al recontar y de esta forma retenían la fuerza vital.

Las afirmaciones perceptivas de los chamanes carecen de sentido si las analizamos con los conceptos lineales del mundo occidental. Hace cinco siglos que la civilización occidental está en contacto con los chamanes del Nuevo Mundo y los estudiosos no han hecho un solo intento genuino de formular un discurso filosófico basado en estas afirmaciones. Por ejemplo, para cualquier occidental la recapitulación es congruente con el psicoanálisis, está en la línea de los recursos psicológicos y es una especie de técnica de autoayuda. Pero no hay nada más alejado de la verdad.

Según don Juan Matus, el ser humano siempre pierde por incomparecencia. Opinaba que, en el caso de las premisas del chamanismo, el hombre occidental desaprovecha la gran oportunidad de realzar su conciencia y que el modo en que se relaciona con el universo, la vida y la conciencia es una más de las múltiples opciones que existen.

Para los practicantes del chamanismo, recapitular significa dar a una fuerza incomprensible —es decir, al oscuro mar de la conciencia— precisamente lo que busca: sus experiencias vitales, o sea, la conciencia que han realzado a través de dichas experiencias. Como es imposible explicar estos fenómenos según la lógica al uso, don Juan me comunicó que lo único a que aspiraban los chamanes consistía en lograr la hazaña de retener la fuerza vital sin saber cómo lo hacían. Añadió que miles de brujos habían conseguido retener la fuerza vital después de entregar sus experiencias vitales al oscuro mar de la conciencia. Para don Juan esto quería decir que los chamanes no mueren en el sentido habitual en que entendemos la muerte, sino que la trascienden reteniendo la fuerza vital y desapareciendo de la faz de la tierra cuando emprenden el viaje definitivo de la percepción.

Los brujos del linaje de don Juan creen que, cuando la muerte se produce de esta manera, nuestro ser se convierte en energía, en una energía peculiar que conserva la marca de nuestra individualidad. Don Juan intentó explicármelo metafóricamente y dijo que estamos compuestos por una serie de naciones singulares: la nación de los pulmones, la del corazón, la del estómago, la de los riñones, etc. Aunque cada nación funciona al margen de las demás, en el instante de la muerte todas se unifican en una entidad singular. Los brujos del linaje de don Juan lo llamaban el estado de la libertad total. A diferencia de lo que le ocurre al hombre corriente, para los chamanes la muerte no es aniquiladora, sino unificadora.

—Don Juan, ¿ese estado es la inmortalidad?

—En modo alguno. Solo se traca del ingreso en un proceso evolutivo con la ayuda del único medio de que el hombre dispone: la conciencia. Los chamanes de mi linaje tenían el convencimiento de que, biológicamente, el hombre no puede seguir evolucionando, por lo que llegaron a la conclusión de que la conciencia humana era el único modo de evolución. En el momento de la muerte los chamanes no son aniquilados, sino que se transforman en seres inorgánicos: seres que tienen conciencia pero carecen de organismo. Para ellos la transformación en un ser inorgánico era evolucionar, y suponía el acceso a una clase de conciencia nueva e indescriptible, conciencia que realmente duraría millones de años y que algún día tendrían que devolver a lo que se las había dado: el oscuro mar de la conciencia.

Uno de los descubrimientos más significativos de los chamanes del linaje de don Juan consiste en que, como todo lo que existe en el universo, nuestro mundo es una combinación de dos fuerzas opuestas y, a la vez, complementarias. Una de las fuerzas es el mundo que conocemos, al que denominan el mundo de los seres orgánicos, y la otra es la que llaman el mundo de los seres inorgánicos.

—El mundo de los seres inorgánicos está poblado por seres que poseen conciencia y carecen de organismo —puntualizó don Juan—. Al igual que nosotros, son conglomerados de campos de energía. A los ojos del vidente resultan muy opacos, en lugar de ser luminosos como los seres humanos. Más que redondos, son configuraciones energéticas alargadas y con forma de vela. En el fondo se trata de conglomerados de campos de energía que presentan cohesión y límites semejantes a los nuestros. Están unidos por la misma fuerza aglutinante que cohesiona nuestros campos de energía.

—Don Juan, ¿dónde está ese mundo inorgánico?

—Es nuestro mundo gemelo. Aunque ocupa el mismo tiempo y espacio que nuestro mundo, la conciencia de nuestro mundo es tan distinta de la del mundo inorgánico que jamás reparamos en la presencia de seres inorgánicos, si bien ellos notan la nuestra.

—¿Los seres inorgánicos son seres humanos evolucionados?

—¡En absoluto! —exclamó don Juan tajante—. Los seres inorgánicos de nuestro mundo gemelo son intrínsecamente inorgánicos desde el principio, de la misma forma que desde el comienzo nosotros somos intrínsecamente orgánicos. Se trata de seres cuya conciencia puede evolucionar como la nuestra y sin duda así ocurre, aunque yo no tengo conocimiento directo de cómo sucede. Lo que sí sé es que el ser humano cuya conciencia ha evolucionado es un ser inorgánico especial, brillante, luminiscente y redondo.

Don Juan me proporcionó varias descripciones de este proceso evolutivo y yo siempre las interpreté como metáforas poéticas. Escogí la que más me gustaba: la de la libertad total. Imaginé que el ser humano que ingresa en la libertad total es el más valiente e imaginativo que existe. Don Juan añadió que no eran imaginaciones mías y que para entrar en la libertad total el ser humano debe invocar su faceta sublime que, según dijo, todos tienen y nunca se les ocurre utilizarla.

Don Juan también describió el segundo objetivo de la recapitulación, el pragmático: la adquisición de fluidez. El fundamento chamanístico se relaciona con uno de los temas más esquivos de la brujería: el punto de encaje, punto de luminosidad intensa, del tamaño de una pelota de tenis, perceptible cuando los chamanes ven al ser humano como un conglomerado de campos de energía.

Los chamanes como don Juan ven que billones de campos de energía con forma de filamentos de luz que proceden del universo en general convergen en el punto de encaje y lo atraviesan. Es esta confluencia la que le proporciona brillo. El punto de encaje permite que el ser humano perciba los billones de filamentos energéticos convirtiéndolos en datos sensoriales. A continuación los interpreta como el mundo de la vida cotidiana, es decir, en función de la socialización y el potencial humanos.

La recapitulación significa revivir todas o casi todas las experiencias que hemos tenido y, de este modo, desplazar un poco o mucho el punto de encaje y, por la fuerza de la memoria, llevarlo a adoptar la posición que ocupaba cuando aconteció el hecho recapitulado. El acto de desplazarse entre posiciones anteriores y la presente proporciona a los practicantes del chamanismo la fluidez necesaria para salvar obstáculos extraordinarios en sus viajes al infinito. A los practicantes de la Tensegridad la recapitulación da la fluidez necesaria para salvar obstáculos que en modo alguno forman parte de su sistema cognitivo.

Antiguamente la recapitulación en cuanto procedimiento formal se llevaba a cabo recordando a cada persona que los practicantes habían conocido y todas las experiencias en las que habían participado. Don Juan propuso que, en mi caso —que también es el del hombre moderno—, utilizase como recurso nemotécnico una lista escrita de todas las personas que había conocido. En cuanto la escribí me explicó cómo utilizarla. Debía seleccionar a la primera persona de la lista, que en el tiempo se remontaba del presente a mi primera experiencia vital, y elaborar con la memoria la última interacción que habíamos tenido, actividad que recibe el nombre de organizar el acontecimiento de la recapitulación.

Para aguzar la capacidad de recordar hace falta una pormenorizada evocación de los detalles. Este ejercicio exige evocar las descripciones físicas correspondientes, como el entorno en el que tuvo lugar el acontecimiento. Una vez organizado, se debe entrar en el escenario propiamente dicho, como si lo hiciera uno de verdad, y prestar mucha atención a las configuraciones físicas relevantes. Por ejemplo, si la interacción se celebró en un despacho, se debe recordar el suelo, las puertas, las paredes, los cuadros, las ventanas, los escritorios, los objetos que había encima de los escritorios, todo lo que se pudo observar de un vistazo y olvidar.

En cuanto procedimiento formal, la recapitulación debe comenzar por el recuento de los acontecimientos que acaban de ocurrir. De este modo predomina la primacía de la experiencia. Recordamos con gran precisión lo que acaba de suceder. Los chamanes cuentan con que los seres humanos son capaces de almacenar información pormenorizada de la que no son conscientes y son precisamente estos detalles los que busca el oscuro mar de la conciencia.

La recapitulación real del acontecimiento exige que respiremos hondo y movamos lenta y delicadamente la cabeza de un lado a otro, da lo mismo que empecemos por el izquierdo o el derecho. La cabeza debe moverse tantas veces como sea necesario mientras recordamos todos los detalles a que tenemos acceso. Don Juan decía que los chamanes se referían a este acto como aspirar todos los sentimientos personales consumidos en el acontecimiento que se recuerda y espirar los estados de ánimo no deseados y los sentimientos extraños que nos dejó.

Los chamanes están convencidos de que el misterio de la recapitulación reside en el acto de aspirar y espirar. Como se trata de una función que sustenta la vida, creen que a través de la respiración también podemos entregar al oscuro mar de la conciencia el facsímil de las propias experiencias vitales. Cuando lo apremié para que me diese una explicación racional, don Juan sostuvo que cuestiones como la recapitulación no se explican, simplemente se experimentan. Añadió que al vivirla podemos encontrar la liberación y que explicarla equivale a consumir energía en esfuerzos inútiles. Su propuesta estuvo en consonancia con todo lo que se relaciona con sus conocimientos: me invitó a actuar.

En la recapitulación la lista de nombres se utiliza como recurso nemotécnico que lanza la memoria a un viaje inconcebible. En este aspecto, los chamanes sostienen que recordar acontecimientos que acaban de ocurrir allana el terreno para evocar con la misma claridad e inmediatez hechos que están más lejanos en el tiempo. Recordar experiencias de esta forma equivale a revivirlas y a extraer de la evocación un ímpetu extraordinario que permite agitar la energía disipada de nuestros centros vitales y devolverla. Los chamanes definen la redistribución de la energía causada por la recapitulación como ganar fluidez después de entregar al oscuro mar de la conciencia lo que busca.

Desde una perspectiva más terrenal, la recapitulación proporciona a los practicantes la capacidad de examinar las repeticiones de sus vidas. La recapitulación puede convencerlos, sin el menor atisbo de dudas, de que todos estamos a merced de fuerzas que, en última instancia, no tienen sentido, por mucho que a primera vista parezcan razonables. Por ejemplo, estamos a merced del enamoramiento. Para algunas personas el enamoramiento es la búsqueda de toda la vida. He oído declarar a personas muy mayores que su único ideal consistía en encontrar la pareja perfecta y que aspiraban a un año de felicidad y amor.

Ante mis vehementes protestas, don Juan Matus solía decir que el problema consiste en que, de hecho, nadie quiere amar a otro y todos queremos ser amados. Tomada a pie juntillas, esta obsesión es para nosotros lo más natural del mundo. Oír que un hombre o una mujer de setenta y cinco años aseguran que siguen buscando la pareja perfecta es una afirmación idealista, romántica y hermosa. Sin embargo, si la analizamos en el contexto de las repeticiones incesantes de una vida aparece como lo que realmente es: algo grotesco.

Don Juan me aseguró que cualquier cambio de comportamiento tendría que realizarse a través de la recapitulación porque es el único medio que puede realzar la conciencia y liberarnos de las demandas implícitas de la socialización, demandas tan automáticas y que se dan tanto por supuestas que en condiciones normales no reparamos en ellas, para no hablar de examinarlas.

El acto efectivo de la recapitulación es una tarea de toda la vida. Se necesitan años para agotar la lista, sobre todo en el caso de los que han conocido a miles de individuos e interactuado con ellos. La lista crece con el recuerdo de acontecimientos impersonales en el que no han participado personas y hay que analizar por qué están relacionados con la persona recapitulada.

Don Juan sostuvo que lo que los chamanes del antiguo México buscaban ávidamente en la recapitulación era el recuerdo de la interacción, porque en esta subyacen los efectos profundos de la socialización, que se esforzaban en superar por todos los medios.

Los pases mágicos de la recapitulación

La recapitulación influye en lo que don Juan denominaba el cuerpo energético: el conglomerado de campos energéticos que son la imagen especular de los que componen el cuerpo humano visto directamente como energía. En el caso de los brujos, el cuerpo físico y el cuerpo energético son la misma unidad. Los pases mágicos de la recapitulación incorporan el cuerpo energético al físico, algo imprescindible para navegar por lo desconocido.

13. Forjar el tronco del cuerpo energético

Fig. 152

Don Juan decía que el tronco del cuerpo energético se forja con tres golpes asestados con las palmas. Se colocan las manos a la altura de las orejas, con las palmas mirando hacia delante, y se golpea desde esta posición, a la altura de los hombros, como si uno le diese a los hombros de un cuerpo muy desarrollado. Se devuelven las manos a la posición original, cerca de las orejas, con las palmas hacia delante, y se golpea la sección media del tronco imaginario a la altura del pecho. El segundo golpe no es tan amplio como el primero y el tercero es mucho más reducido porque hay que asestarlo en la cintura del tronco triangular (fig. 152).

14. Palmear el cuerpo energético

Fig. 153

Las manos bajan desde encima de la cabeza. Las palmas descienden y crean una corriente de energía que define los brazos, los antebrazos y las manos del cuerpo energético. Cruza el cuerpo con tu mano izquierda para palmear la mano izquierda del cuerpo energético (fig. 153) y haz lo mismo con la derecha: crúzala por delante del cuerpo para palmear la mano derecha del cuerpo energético.

Este pase mágico define los brazos, los antebrazos y, sobre todo, las manos del cuerpo energético.

15. Extender lateralmente el cuerpo energético

Fig. 154

Fig. 155

Muy cerca del cuerpo, pero sin tocarlo, las muñecas cruzan formando una X delante del mismo. Se doblan las muñecas hacia atrás en un ángulo de noventa grados con respecto al antebrazo, manteniéndolas a la altura del plexo solar. La muñeca izquierda está encima de la derecha (fig. 154). A partir de este punto, las manos se desplazan simultáneamente yen cámara lenta hacia los lados, como si tuviesen que hacer frente a una gran resistencia (fig. 155). Una vez alcanzada la apertura máxima, se llevan nuevamente los brazos hacia el centro, con las palmas giradas en un ángulo de noventa grados respecto de los antebrazos, para crear la sensación de que uno empuja materia sólida de los lados del cuerpo hacia el centro. Se cruza la mano izquierda por encima de la derecha mientras uno se prepara para asestar otro golpe lateral.

Mientras que, en cuanto conglomerado de campos de energía, el cuerpo físico presenta límites claramente definidos, el cuerpo energético no tiene esta característica. Extender la energía lateralmente proporciona al cuerpo energético los límites definidos de los que carece.

16. Establecer el centro del cuerpo energético

Fig. 156

Se colocan los antebrazos en posición vertical, a la altura del pecho, y los codos pegados al cuerpo, guiándose uno por el ancho del torso. Las muñecas giran delicadamente hacia atrás y hacia delante con gran fuerza sin mover los antebrazos (fig. 156).

En cuanto conglomerado de campos de energía, el cuerpo humano no solo presenta límites claramente definidos, sino un centro de luminosidad compacta que los chamanes denominan la banda del hombre o los campos de energía con los que el ser humano está más familiarizado. Según los chamanes, dentro de la esfera luminosa —que constituye la totalidad de las posibilidades energéticas humanas— existen zonas de energía de las que los seres humanos no somos conscientes. Se trata de los campos de energía situados a la distancia máxima de la banda del hombre. Establecer el centro del cuerpo energético significa fortalecerlo para que se interne por las zonas de energía desconocida.

17. Forjar los talones y las pantorrillas del cuerpo energético

Fig. 157

Fig. 158

Se coloca el pie izquierdo delante del cuerpo y se levanta el talón hasta la mitad de la pantorrilla. Se pone el talón en posición perpendicular con respecto a la otra pierna. El talón izquierdo golpea hacia la derecha, como si uno diera un taconazo a quince o veinte centímetros de distancia de la tibia derecha (figs. 157 y 158).

Se ejecuta el mismo movimiento con la otra pierna.

18. Forjar las rodillas del cuerpo energético

Fig. 159

Fig. 160

Este pase mágico se realiza en dos fases. En la primera se dobla la rodilla izquierda elevándola a la altura de la cadera o, si se puede, más arriba. Todo el peso del cuerpo descansa en la pierna derecha, que permanece con la rodilla apenas doblada. Se dibujan tres círculos con la rodilla izquierda desplazándola hacia dentro, en dirección a la entrepierna (fig. 159). El mismo movimiento se repite con la pierna derecha.

Durante la segunda fase del pase mágico, se ejecutan los mismos movimientos con cada pierna, aunque en este caso la rodilla traza el círculo hacia fuera (fig. 160).

19. Forjar los muslos del cuerpo energético

Fig. 161

Se espira y se inclina ligeramente el cuerpo a la altura de las rodillas mientras las manos se deslizan por los muslos. Se detienen las manos encima de las rótulas y se las sube por los muslos hasta la cadera, al tiempo que se aspira, como si uno arrastrara una sustancia sólida, agarrotando ligeramente las manos. El cuerpo se endereza mientras realiza uno el último movimiento (fig. 161).

Se invierte la respiración y se repite el movimiento: se aspira al doblar las rodillas, mientras las manos descienden hasta lo alto de las rótulas, y se espira al subirlas.

20. Agitar la historia personal flexibilizándola

Fig. 162

Este pase mágico estira la corva y la relaja porque, respectivamente, se dobla la rodilla y se golpea la nalga con un taconazo suave (fig. 162). El talón izquierdo golpea la nalga de este lado y el derecho la de la derecha.

Los chamanes dan muchísima importancia a tensar los músculos de la parte posterior de los muslos pues creen que, cuanto más tensos estén, mayor facilidad tendrá el practicante para identificar y abandonar patrones de comportamiento que no sirven de nada.

21. Agitar la historia personal golpeando varias veces el suelo con el talón

Fig. 163

Se coloca la pierna derecha en un ángulo de noventa grados con respecto a la izquierda. El pie izquierdo se pone delante del cuerpo, tan lejos como se pueda, hasta que su peso casi repose en la pierna derecha. La tensión y la contracción de los músculos de la parte posterior de la pierna derecha son máximos, lo mismo que el estiramiento de los músculos de la parte posterior de la izquierda. Se golpea varias veces el suelo con el talón izquierdo (fig. 163).

Los mismos movimientos se ejecutan con la otra pierna.

22. Agitar la historia personal manteniendo el talón apoyado en el suelo

Fig. 164

En este pase mágico se ejecutan los mismos movimientos que en el anterior, primero con una pierna y luego con la otra, pero en lugar de dar golpecitos se debe repartir la tensión del cuerpo manteniendo la pierna estirada (fig. 164).

Los próximos cuatro pases mágicos deben practicarse con moderación porque requieren aspiraciones y espiraciones profundas.

23. Las alas de la recapitulación

Fig. 165

Fig. 167

Fig. 166

Se respira hondo mientras los antebrazos se elevan hasta el nivel de los hombros, con las manos a la altura de las orejas y las palmas mirando hacia delante. Los antebrazos han de permanecer en vertical y equidistantes. Se espira mientras los antebrazos se echan hacia atrás tanto como se pueda sin desviarse (fig. 165). Se vuelve a aspirar profundamente. En el tiempo que dura una lenta espiración, se dibuja con los brazos un semicírculo alado, avanzando el izquierdo todo lo que se pueda, desplazándolo lateralmente y prolongando el semicírculo hacia atrás tanto como sea posible. Al final de la extensión el brazo traza una curva, regresa a la parte delantera (fig. 166) y recupera la posición inicial junto al cuerpo (fig. 167). El brazo derecho repite el dibujo durante la misma espiración. Una vez realizados los movimientos, se respira hondo desde el estómago.

24. La ventana de la recapitulación

Fig. 168

Fig. 169

La primera parte de este pase mágico es igual a la del precedente: se respira hondo mientras las manos se levantan hasta la altura de las orejas, con las palmas hacia delante. Los antebrazos deben mantener la verticalidad. Se espira despacio mientras los brazos se echan hacia atrás. Se respira hondo al tiempo que uno extiende los codos lateralmente a la altura de los hombros. Las manos forman ángulo de noventa grados con respecto a los antebrazos y los dedos apuntan hacia arriba. Las manos se acercan lentamente al centro del cuerpo y se cruzan los antebrazos. El brazo izquierdo queda más cerca del cuerpo y el derecho se sitúa delante de aquel. Así las manos crean lo que don Juan denominaba la ventana de la recapitulación: una apertura situada delante de los ojos, semejante a un ventanuco por el cual, según don Juan, el practicante puede vislumbrar el infinito (fig. 168). Se espira profundamente mientras se endereza el cuerpo; los codos se extienden lateralmente, y se estiran las manos colocándolas a la altura de los codos (fig. 169).

25. Las cinco respiraciones profundas

Fig. 170

Este pase mágico comienza exactamente igual que los dos anteriores. Durante la segunda aspiración, el practicante baja los brazos y los cruza a la altura de las rodillas para quedar semiacuclillado. Coloca las manos detrás de las rodillas; la derecha sujeta los tendones de la parte posterior de la rodilla izquierda y la mano izquierda, con el antebrazo apoyado en el derecho, aferra los tendones de la parte posterior de la rodilla derecha. Los dedos índice y corazón sujetan los tendones exteriores y los pulgares rodean la zona interior de la rodilla. La espiración termina y al respirar hondo presionas los tendones (fig. 170). Respira cinco veces de esta forma.

Este pase mágico lleva a enderezar la espalda y alinear la cabeza con la columna vertebral; se utiliza para practicar aspiraciones profundas que no solo llenan de aire la parte superior de los pulmones, sino la inferior, porque empujan el diafragma hacia abajo.

26. Extraer energía de los pies

Fig. 171

La primera parte de este pase mágico es igual al inicio de los otros tres de la serie. Al realizar la segunda aspiración, los antebrazos descienden y rodean los tobillos, de dentro afuera, hasta que el practicante queda acuclillado. Apoya los dorsos de las manos sobre los dedos de los pies y realiza tres aspiraciones y tres espiraciones profundas (fig. 171). Al concluir la última espiración se endereza el cuerpo mientras se respira hondo para concluir el pase mágico.

El único brillo de conciencia que queda en los seres humanos está situado en la parte inferior de la esfera luminosa; se trata de una franja que se extiende en círculo y llega a la altura de los dedos de los pies. Mediante este pase mágico la franja se golpea con los dorsos de los dedos y se agita con la respiración.

El tercer grupo:

El ensueño

Don Juan Matus definía el ensueño como el acto de utilizar los sueños habituales como auténtica entrada de la conciencia humana en otras esferas de la percepción. En su opinión, esta descripción significa que los sueños habituales pueden emplearse como puerta que conduce la percepción a otras regiones de energía distintas a la del mundo de la vida cotidiana aunque, en esencia, es básicamente similar. Para los chamanes, la consecuencia de este acceso es la percepción de verdaderos mundos en los que podían vivir o morir, mundos radicalmente distintos del nuestro y, a la vez, muy parecidos.

Cuando lo presionaban para que diese una explicación lineal de esta contradicción, don Juan Matus confirmaba la postura habitual de los brujos: la respuesta a esa pregunta pertenece a la práctica más que a la indagación intelectual. Decía que para hablar de dichas posibilidades tendríamos que utilizar la sintaxis, cualquiera que fuese nuestra lengua, y que, por la fuerza de la costumbre, dicha sintaxis limita las posibilidades expresivas. La sintaxis solo alude a las posibilidades perceptivas presentes en el mundo en que vivimos.

Don Juan establecía una diferencia significativa entre los verbos soñar y ensoñar, que consiste en soñar como lo hacen los chamanes. En otras lenguas que no son el castellano no está tan clara la distinción entre el sueño, que es el soñar normal, y el estado más complejo que los chamanes denominan ensueño.

Según las enseñanzas de don Juan, el arte del ensueño surgió de la observación casual que los chamanes del antiguo México hicieron al ver a las personas que dormían. Se percataron de que, durante el sueño, el punto de encaje se desplaza natural y fácilmente de su posición habitual y se mueve por la periferia de la esfera luminosa o hasta cualquier sitio del interior. Relacionaron el ver con los informes de las personas observadas mientras dormían y comprendieron que, cuanto mayor era el desplazamiento del punto de encaje, más asombrosos resultaban los informes de las escenas y los acontecimientos experimentados en los sueños.

En cuanto asimilaron la observación, los brujos buscaron ávidamente la oportunidad de desplazar sus puntos de encaje. Al final utilizaron plantas psicotrópicas para conseguirlo. Enseguida comprendieron que el desplazamiento producido por el consumo de dichas plantas era irregular, forzado e incontrolado. En medio de este fracaso descubrieron algo de muchísimo valor y lo denominaron la atención del ensueño.

Don Juan explicó este fenómeno y, ante todo, se refirió a la conciencia diaria de los seres humanos como la atención que se pone en los elementos del mundo de la vida cotidiana. Puntualizó que los seres humanos solo echan un vistazo superficial y a la vez sostenido a cuanto les rodea. En lugar de analizar las cosas, los seres humanos se limitan a establecer la presencia de dichos elementos mediante una atención determinada, un aspecto específico de su conciencia general. Por decirlo de alguna manera, don Juan sostuvo que la misma clase de mirada superficial y a la vez sostenida podía aplicarse al contenido de un sueño corriente. Llamó a este aspecto específico de la conciencia general la atención del ensueño o la capacidad que los practicantes adquieren de mantener la conciencia inflexiblemente fija en los elementos oníricos.

El cultivo de la atención del ensueño proporcionó a los brujos del linaje de don Juan la taxonomía básica de los sueños. Descubrieron que la mayoría de sus sueños eran imágenes, productos de la cognición del mundo cotidiano, aunque algunos escapaban a esta clasificación. Dichos sueños eran verdaderos estados de conciencia acrecentada en los cuales los elementos oníricos no eran imágenes, sino hechos generadores de energía. Para los chamanes los sueños con elementos generadores de energía son aquellos en los que pueden ver la energía como fluye por el universo.

Los chamanes consiguieron centrar la atención del ensueño en cualquier elemento y de esta forma descubrieron que existen dos tipos de sueño. Por un lado, los sueños que todos conocemos, en los que entran en juego elementos fantasmagóricos, algo que podríamos categorizar como producto de nuestra mentalidad y de nuestra psiquis, tal vez algo que se relaciona con nuestra disposición neurología. Por el otro, los que denominaron sueños generadores de energía. Don Juan añadió que los chamanes de la antigüedad se encontraron con sueños que no eran tales, sino visitas reales en pleno estado onírico a lugares que existían en un sitio distinto a este mundo: lugares reales, como el mundo en que vivimos; sitios donde los objetos del sueño generan energía de la misma forma que, para el chamán vidente, la generan los árboles, los animales y hasta las piedras de nuestro mundo cotidiano.

Los chamanes tenían visiones tan fugaces y breves de esos sitios que no les servían de nada. Atribuyeron este fracaso a que no podían mantener fijo el tiempo necesario los puntos de encaje en la posición a la que los habían desplazado. Los intentos de resolver la situación dieron por resultado otro arte excelso de la brujería: el arte del acecho.

Don Juan definió estas artes con toda claridad el día en que me explicó que el arte del ensueño consiste en desplazar a propósito el punto de encaje habitual, mientras que el del acecho es mantenerlo voluntariamente fijo en la posición a la que ha sido desplazado.

Dicha fijación permitió que los chamanes del antiguo México presenciaran en toda su extensión la existencia de otros mundos. Don Juan me contó que algunos brujos no regresaron de sus viajes. Dicho de otra manera, prefirieron quedarse allí, dondequiera que se encuentre ese «allí».

Cierta vez don Juan comentó lo siguiente:

—Cuando terminaron de cartografiar a los seres humanos en cuanto esferas luminosas, los chamanes de la antigüedad descubrieron que en la esfera luminosa total existían, como mínimo, seiscientos sitios que son emplazamientos de auténticos mundos. Esto significa que si el punto de encaje se fija a cualquiera de ellos, el resultado es la entrada del practicante en un mundo totalmente nuevo.

—Don Juan, ¿dónde están esos seiscientos mundos?

—La única respuesta a esa pregunta resulta incomprensible —respondió y rio—. Es la esencia del chamanismo y, al mismo tiempo, para la mente corriente carece de significado. Los seiscientos mundos están en la posición del punto de encaje. Es necesaria una cantidad incalculable de energía para dar sentido a esta respuesta. Nosotros tenemos la energía, pero nos falta la facilidad o la disposición para utilizarla.

Podría decir que no existe nada más veraz que esas afirmaciones y que, a la vez, tampoco parecen tener sentido.

Don Juan explicaba la percepción corriente tal como la entendían los chamanes de su linaje: en su emplazamiento habitual, el punto de encaje recibe la afluencia de campos de energía del universo en general, campos con forma de filamentos luminosos que ascienden a billones. Puesto que la posición es siempre la misma, los chamanes razonaron que los mismos campos de energía, con forma de filamentos luminosos, convergen en el punto de encaje y lo atraviesan, lo que da por resultado constante la percepción del mundo que conocemos. Los chamanes llegaron a la conclusión inevitable de que, si se desplazaba a otra posición, el punto de encaje sería atravesado por otro conjunto de filamentos de energía, lo que daría como resultado la percepción de un mundo que, por definición, no es el mismo que el de la vida cotidiana.

En opinión de don Juan, lo que los seres humanos suelen considerar la percepción es, más que nada, el acto de interpretar datos sensoriales. Afirmaba que, desde el nacimiento, cuanto nos rodea nos proporciona la posibilidad de interpretación y que, con el paso del tiempo, dicha posibilidad se convierte en un sistema completo mediante el cual realizamos la totalidad de nuestras transacciones perceptivas con el mundo.

Don Juan insistía en que el punto de encaje no solo es el centro donde se acumula la percepción, sino el centro donde tiene lugar la interpretación de los datos sensoriales, de modo que si cambiara de emplazamiento interpretaría la nueva afluencia de campos de energía prácticamente de la misma forma que traduce el mundo de la vida cotidiana. El resultado de la nueva interpretación es la percepción de un mundo sorprendentemente parecido al nuestro y, a la vez, intrínsecamente distinto. Añadió que, desde la perspectiva energética, los otros mundos son tan distintos al nuestro como pueden serlo. Solo la interpretación del punto de encaje explica las semejanzas aparentes.

Don Juan apelaba al uso de una nueva sintaxis para expresar esta extraordinaria capacidad del punto de encaje y las posibilidades de percepción que origina el ensueño. De todos modos, reconoció que tal vez podríamos forzar la actual sintaxis para incluirla si la experiencia es asequible a todos en lugar de quedar restringida a los iniciados en el chamanismo.

Un elemento del ensueño que despertó vivamente mi interés y que me desconcertó mucho fue la afirmación de don Juan según la cual no hay manera de enseñar a alguien a ensoñar. Decía que, más que cualquier otra cosa, el ensueño es un gran esfuerzo de los practicantes por entrar en contacto con la fuerza penetrante e indescriptible que los chamanes del antiguo México llaman intento. Una vez creado el vínculo, misteriosamente también se crea el ensueño. Don Juan sostenía que el vínculo se consigue dejándose guiar por cualquier patrón disciplinado.

Cuando le pedí una explicación sintética del procedimiento en cuestión don Juan se rio de mí.

—Adentrarse en el mundo de los chamanes no es lo mismo que aprender a conducir. Para conducir necesitas manuales e instrucciones. Para ensoñar necesitas intentarlo.

—¿Cómo puedo intentarlo? —insistí.

—La única manera de intentarlo es intentándolo. Una de las cosas que más le cuesta aceptar al hombre de nuestra época es la falta de procedimientos. El hombre moderno está cargado de manuales, prácticas, métodos y pasos que conducen a lo que sea. Incesantemente toma notas, hace diagramas y se lía a fondo con la «destreza técnica». En el mundo de los brujos los procedimientos y los rituales solo son recursos para llamar la atención y centrarla. Se utilizan para forzar la concentración del interés y la determinación. No tienen otro valor.

Don Juan opinaba que, para ensoñar, es de suma importancia la ejecución rigurosa de los pases mágicos: el único recurso utilizado por los chamanes de su linaje para contribuir al desplazamiento del punto de encaje. La ejecución de los pases mágicos les proporcionaba la estabilidad y la energía necesarias para convocar la atención del ensueño, sin la cual no existía la posibilidad del ensueño. Si la atención del ensueño no emergía, en el mejor de los casos los practicantes podían aspirar a tener sueños lúcidos sobre mundos fantasmagóricos. Quizá podrían vislumbrar mundos que generan energía, pero no tendrían el menor sentido dada la ausencia de unas bases abarcadoras para categorizarlos correctamente.

En cuanto desarrollaron la atención del ensueño, los chamanes del linaje de don Juan se percataron de que habían llamado a las puertas del infinito: lograron ampliar los parámetros de la percepción normal. Descubrieron que el estado normal de conciencia es infinitamente más variado que antes de la llegada de la atención del ensueño. A partir de ese punto los brujos se adentraron verdaderamente en lo desconocido.

—El aforismo que dice que «el cielo es el límite» se aplica perfectamente a los chamanes de la antigüedad —comentó don Juan en cierta ocasión—. Es indudable que se superaron.

—Don Juan, ¿es realmente cierto que para ellos el cielo era el límite?

—A esta pregunta solo podemos responder individualmente —repuso y esbozó una amplia sonrisa—. Nos proporcionaron las herramientas. Usarlas o rechazarlas depende de cada uno de nosotros en cuanto individuos. En esencia, estamos solos ante el infinito y la cuestión de si somos o no capaces de llegar a nuestro límite debe responderse personalmente.

Los pases mágicos del ensueño

27. Aflojar el punto de encaje

Fig. 172

Fig. 173

Con la palma hacia arriba, se estira el brazo izquierdo hasta la zona de detrás de los omóplatos al tiempo que el tronco se inclina ligeramente. Con un movimiento sigiloso, se pasa el brazo del lado izquierdo del cuerpo hasta la parte delantera y se eleva con un empujón hasta la cara, con la palma mirando a la izquierda. Los dedos se mantienen unidos (figs. 172 y 173).

Este pase mágico se ejecuta sucesivamente con cada brazo y se doblan las rodillas para obtener más estabilidad y empuje.

28. Lograr que el punto de encaje descienda

Fig. 174

Se mantiene la espalda tan recta como se pueda y las rodillas extendidas. Se coloca el brazo izquierdo totalmente estirado a la espalda, a pocos centímetros del cuerpo. La mano forma un ángulo de noventa grados con respecto al antebrazo, con la palma hacia abajo y los dedos extendidos apuntando hacia delante.

La cabeza gira en la dirección del brazo situado a la espalda; notará el estiramiento pleno de los tendones de las piernas y los brazos. Se aguanta unos segundos la tensión de los tendones (fig. 174). Se repite el mismo pase mágico con el brazo derecho detrás y el izquierdo delante.

29. Lograr que el punto de encaje descienda extrayendo energía de las glándulas suprarrenales y trasladándola a la parte anterior del cuerpo

Fig. 175

Fig. 176

Se coloca el brazo izquierdo detrás del cuerpo, a la altura de los riñones, tan a la derecha como sea posible, y se agarrota la mano. La mano agarrotada se desplaza por la zona renal de derecha a izquierda, como si arrastrara una sustancia sólida. El brazo derecho mantiene la posición habitual junto al muslo.

La mano izquierda se desplaza hasta la parte anterior del cuerpo y la palma se apoya en el lado derecho, sobre la zona del hígado y la vesícula biliar. Luego se mueve hacia la izquierda, hasta la zona del páncreas y el bazo, como si alisase la superficie de una sustancia sólida; simultáneamente la mano derecha, agarrotada a la espalda, se desplaza de izquierda a derecha por la zona renal, como si arrastrase una sustancia sólida.

A continuación la mano derecha se coloca en la parte anterior del cuerpo, con la palma apoyada en la zona del páncreas y el bazo. Hay que moverla hasta la zona del hígado y la vesícula biliar, como si alisara una superficie irregular, mientras la izquierda agarrotada vuelve a recorrer de izquierda a derecha la zona renal, como si empujase una sustancia sólida (figs. 175 y 176). Se doblan las rodillas para ganar estabilidad y fuerza.

30. Poner en ejecución los tipos de energía A y B

Fig. 177

En vertical y en un ángulo de noventa grados, centra el antebrazo derecho delante del cuerpo, con el codo casi a la altura de los hombros y la palma hacia la izquierda. Doblado a la altura del codo y sostenido en posición horizontal, coloca el antebrazo izquierdo con el dorso de la mano debajo del codo derecho. Sin fijar la mirada, los ojos mantienen la visión periférica de los antebrazos. La presión del brazo derecho es descendente y la del izquierdo ascendente. Ambas fuerzas operan simultáneamente en los brazos, que durante unos segundos soportan esta tensión (fig. 177).

Se ejecuta el mismo movimiento invirtiendo el orden y la posición de los brazos.

Los chamanes del antiguo México creían que cuanto existe en el universo se compone de fuerzas duales y que todos los aspectos de la existencia de los seres humanos están sometidos a la misma dualidad. En lo que a la energía se refiere, estas dos fuerzas también entran en juego. Don Juan las llamaba las fuerzas A y B. La fuerza A suele utilizarse cotidianamente y se representa mediante una línea vertical recta. Por regla general, la fuerza B es oscura, casi nunca entra en acción y permanece oculta. Se representa mediante una línea horizontal dibujada a la izquierda de la vertical, junto a la base, por lo que se forma una L mayúscula invertida.

En opinión de don Juan, los chamanes de uno y otro sexo son los únicos capaces de convertir la fuerza B, que suele estar tumbada horizontalmente y en desuso, en una línea vertical activa. De esta forma lograban que la fuerza A reposara. Este proceso se representa dibujando una horizontal a la derecha de la base de la vertical, lo que da como resultado una L mayúscula. Don Juan consideraba que este pase mágico es el que ejemplifica más claramente la dualidad y el esfuerzo realizado por los brujos para invertir sus efectos.

31. Arrastrar el cuerpo energético hacia delante

Fig. 178

Fig. 179

Se mantienen los brazos a la altura de los hombros, con los codos doblados. Las manos se superponen y las palmas giran hacia abajo. Se traza un círculo haciendo girar las manos alrededor de sí mismas y hacia dentro, en dirección a la cara (fig. 178). Trazan tres círculos y el brazo izquierdo se echa hacia delante, con el puño cerrado, como si se golpease un blanco invisible colocado delante del cuerpo, a un brazo de distancia (fig. 179). Se trazan tres círculos más con las manos y se golpea con el puño derecho igual que con el izquierdo.

32. Arrojar el punto de encaje por encima del hombro como si fuera un cuchillo

Fig. 180

Fig. 181

La mano izquierda se estira por encima de la cabeza hasta la zona de los omóplatos y se cierra como aferrando un objeto sólido. Se desplaza por encima de la cabeza hasta situarla frente al cuerpo como si uno arrojase algo. Las rodillas se doblan para ganar estabilidad. Se repite el mismo movimiento con el brazo derecho (figs. 180 y 181).

Este pase mágico es un verdadero intento de arrojar el punto de encaje para desplazarlo de su posición habitual. El practicante sostiene el punto de encaje como si de un cuchillo se tratara. Hay algo en el intento de arrojar el punto de encaje que provoca un efecto profundo en su desplazamiento.

33. Arrojar el punto de encaje desde la espalda alrededor de la cintura como si fuera un cuchillo

Fig. 182

Fig. 183

Se doblan las rodillas y se echa el cuerpo hacia delante. Desde el costado, el brazo izquierdo retrocede hasta la zona de detrás de los omóplatos, aferra algo como si fuera sólido y lo impulsa hacia delante desde la cintura, con un golpecito de muñeca, como si lanzase un disco o un cuchillo (figs. 182 y 183). Se repiten los mismos movimientos con la mano derecha.

34. Arrojar el punto de encaje desde el hombro como si fuera un disco

Fig. 184

Fig. 185

La cintura gira profundamente hacia la izquierda, lo que hará que el brazo derecho se balancee hasta la izquierda de la pierna de este lado. A continuación el movimiento de la cintura en dirección contraria permite que el brazo izquierdo se balancee hasta la derecha de la pierna de este lado. En ese momento la mano izquierda retrocede con un movimiento circular y, como si fuera sólido, aferra algo situado detrás de los omóplatos (fig. 184). La mano izquierda se balancea hasta la parte anterior del cuerpo y se eleva a la altura del hombro derecho. El puño se cierra con la palma hacia arriba. Desde esta posición se da un golpecito con la muñeca para que la mano izquierda haga un lanzamiento, como si arrojase algo sólido como un disco (fig. 185).

Las piernas se mantienen ligeramente dobladas a la altura de las rodillas y el practicante notará una fuerte presión en la parte posterior de los muslos. Con el codo apenas doblado, se extiende el brazo derecho detrás del cuerpo para dar estabilidad al acto de lanzar el disco. La posición se mantiene unos segundos mientras el brazo izquierdo guarda la que queda después de haber arrojado un objeto.

Se repiten los mismos movimientos con el otro brazo.

35. Arrojar el punto de encaje por encima de la cabeza como si fuera una pelota

Se echa rápidamente la mano izquierda hacia atrás, hasta la zona de detrás de los omóplatos, y se aferra algo como si fuese sólido (fig. 186). Se trazan dos grandes círculos por encima de la cabeza, como si se quisiera ganar impulso (fig. 187), y se imita el movimiento de lanzar una pelota (fig. 188). Las rodillas se mantienen dobladas. Los movimientos se repiten con la mano derecha.

Fig. 186

Fig. 188

Fig. 187

El cuarto grupo:

El silencio interior

Don Juan decía que el silencio interior es el estado más buscado por los chamanes del antiguo México. Lo definía como un estado natural de la percepción humana en el que los pensamientos quedan bloqueados y nuestras facultades funcionan con un nivel de conciencia que no exige la utilización del sistema cognitivo cotidiano.

Los chamanes del linaje de don Juan siempre han relacionado el silencio interior con la oscuridad, tal vez porque, privada de su compañero habitual —el diálogo interior—, la percepción humana cae en algo semejante a un foso lúgubre. Don Juan afirmaba que el cuerpo funciona como de costumbre pero que la conciencia se acrecienta. Las decisiones son instantáneas y parecen emanar de unos conocimientos peculiares que no necesitan verbalizaciones.

Según don Juan, la percepción humana que funciona en las condiciones del silencio interior puede alcanzar niveles indescriptibles. Algunos de estos niveles de percepción son universos en sí mismos y no se parecen en nada a los mundos a los que se accede a través del ensueño. Son estados inefables e inexplicables en función de los paradigmas lineales que el estado habitual de la percepción humana aplica para explicar el universo.

De acuerdo con el entendimiento de don Juan, el silencio interior es la matriz de un espectacular paso evolutivo: el conocimiento silencioso, es decir, el nivel de la conciencia humana donde el conocimiento es espontáneo e instantáneo. A este nivel el conocimiento no es consecuencia de la reflexión cerebral, la inducción y la deducción lógicas o las generalizaciones basadas en las semejanzas y las diferencias. En el nivel del conocimiento silencioso no hay nada apriorístico o que constituya un caudal de conocimientos, ya que todo ocurre inminentemente ahora. Es posible comprender información compleja sin prolegómenos cognitivos.

Don Juan creía que el conocimiento silencioso le fue insinuado al hombre primitivo pero que, en realidad, nunca lo poseyó. Esta insinuación fue mucho más potente que la que experimenta el hombre moderno, para el cual el grueso de los conocimientos es consecuencia del aprendizaje memorístico. Según el axioma de los chamanes, a pesar de que hemos perdido dicha insinuación, a través del silencio interior la humanidad siempre tendrá abierto el camino que conduce al conocimiento silencioso.

Don Juan Matus transmitió la línea dura de su linaje: el silencio interior se alcanza mediante la presión constante de la disciplina. Debe acumularse o almacenarse poco a poco, segundo a segundo. Dicho de otra manera, tenemos que obligarnos a ahorrar silencio, aunque solo sea durante unos instantes. Según don Juan, los chamanes sabían que, si uno persiste, la insistencia vence al hábito y de este modo es posible alcanzar el umbral de segundos o minutos acumulados, umbral que difiere de una persona a otra. Por ejemplo, si el umbral del silencio interior de un individuo es de diez minutos, una vez alcanzado el silencio interior se produce espontáneamente, por decirlo de alguna manera, por decisión propia.

Me advirtieron de antemano que era imposible saber cuál sería mi umbral personal y que solo podría averiguarlo a través de la experiencia directa. Esto es exactamente lo que me sucedió: seguí las sugerencias de don Juan, persistí en obligarme a guardar silencio y, un día, mientras caminaba por la UCLA, llegué a mi misterioso umbral. Supe que lo había alcanzado porque en un instante experimenté lo que don Juan me había explicado con todo lujo de detalles. Lo había llamado parar el mundo. En un abrir y cerrar de ojos el mundo dejó de ser lo que era y por primera vez en mi vida fui consciente de ver la energía como fluye por el universo. Tuve que sentarme en una escalera de ladrillos. Supe que estaba sentado en un escalón de ladrillos, pero solo lo supe intelectualmente, a través de la memoria. Lo que experimenté fue que me apoyaba en la energía. Yo mismo era energía, así como cuanto me rodeaba. Había anulado mi sistema de interpretación.

Después de ver directamente la energía me percaté de algo que me horrorizó, algo que nadie salvo don Juan pudo explicar satisfactoriamente. Tomé conciencia de que, aunque veía por primera vez, toda mi vida había visto la energía como fluye por el universo, pero sin ser consciente. Lo novedoso no era ver la energía como fluye por el universo, sino la cuestión que surgió con tanta furia que me devolvió al mundo de la vida cotidiana. Me pregunté qué me había impedido comprender que toda la vida había visto la energía como fluye por el universo.

Cuando planteé esta contradicción enloquecedora, don Juan replicó:

—Hay dos cuestiones en juego. Una responde a la conciencia general. La otra tiene que ver con la conciencia particular y deliberada. En un sentido amplio, todos los seres humanos son conscientes de ver la energía como fluye por el universo. Por su parte, solo los chamanes son particular y deliberadamente conscientes de su existencia. Volverte consciente de algo de lo que solo eres consciente en un sentido amplio requiere energía y la disciplina férrea necesaria para conseguirla. Tu silencio interior, producto de la disciplina y la energía, salvó la brecha entre la conciencia general y la particular.

Don Juan recalcó de todas las maneras posibles la importancia de adoptar una actitud pragmática para reforzar el advenimiento del silencio interior. La definió como la capacidad de asimilar cualquier contingencia que se presente en el camino. Para mí don Juan era el ejemplo vivo de esta actitud. No existía incertidumbre o inconveniente que su mera presencia fuese incapaz de disipar.

Siempre que pudo insistió en que las consecuencias del silencio interior son muy inquietantes y que el único elemento disuasorio es la actitud pragmática, producto de un cuerpo extraordinariamente flexible, ágil y fuerte. Sostenía que para los chamanes la única entidad que tiene sentido es el cuerpo físico y que el dualismo entre cuerpo y mente no existe. También afirmaba que el cuerpo físico incluye el cuerpo y la mente tal como los conocemos y que, con el propósito de compensar el cuerpo físico en cuanto unidad holística, los brujos tomaron en consideración otra configuración energética a la que se arriba a través del silencio interior: el cuerpo energético. Explicó que lo que yo había experimentado en el instante en que paré el mundo fue el resurgimiento de mi cuerpo energético y que esta configuración energética es la que siempre fue capaz de ver la energía como fluye por el universo.

Los pases mágicos que ayudan a conseguir el silencio interior

36. Dibujar dos semicírculos con cada pie

Fig. 189

Se apoya todo el peso del cuerpo en la pierna derecha. Se coloca el pie izquierdo medio paso por delante y se desliza por el suelo, dibujando un semicírculo hacia la izquierda. La eminencia tenar se detiene y casi toca el talón derecho. A partir de este punto se dibuja otro semicírculo hacia atrás (fig. 189). Los círculos se trazan con la eminencia del pie izquierdo y hay que apartar el talón del suelo para que el movimiento sea regular y uniforme.

Se invierte el movimiento y se dibujan dos semicírculos más empezando detrás y yendo hacia delante.

Se traslada todo el peso del cuerpo a la pierna izquierda y se ejecutan los mismos movimientos con el pie derecho. Se inclina la rodilla de la pierna que sostiene el peso del cuerpo para ganar fuerza y estabilidad.

37. Dibujar una media luna con cada pie

Fig. 190

El peso del cuerpo se traslada a la pierna derecha. Se coloca el pie izquierdo medio paso por delante del derecho y se dibuja un amplio semicírculo en el suelo; empieza delante del cuerpo, sigue por la izquierda y llega a la parte posterior. Se traza el semicírculo con la eminencia del pie (fig. 190). De la misma forma se dibuja otro semicírculo de la parte posterior a la anterior. El peso del cuerpo se traslada a la pierna izquierda y se ejecutan los mismos movimientos con la derecha.

38. El espantapájaros al viento con los brazos hacia abajo

Fig. 191

Se extienden lateralmente los brazos a la altura de los hombros, doblando los codos, y se deja que los antebrazos cuelguen formando un ángulo de noventa grados. Se balancean libremente los brazos de un lado a otro, como si los impulsara el viento. Las muñecas y los antebrazos se mantienen rectos y en vertical y las rodillas extendidas (fig. 191).

39. El espantapájaros al viento con los brazos hacia arriba

Fig. 192

Fig. 193

Al igual que en el pase mágico anterior, se extienden lateralmente los brazos a la altura de los hombros y se doblan los antebrazos hacia arriba formando un ángulo de noventa grados. Las muñecas y los antebrazos se mantienen en vertical (fig. 192), dejando que se balanceen libremente hacia abajo y adelante (fig. 193) y hacia arriba. Las rodillas deben estar extendidas.

40. Empujar energía hacia atrás con todo el brazo

Fig. 194

Fig. 195

Se doblan mucho los codos, apretando los antebrazos a los lados del cuerpo, tan alto como sea posible, y se cierran los puños (fig. 194). Se espira y se extienden totalmente los antebrazos hacia abajo y hacia atrás, procurando llegar bien alto. Las rodillas están extendidas y el tronco ligeramente echado hacia delante (fig. 195). Se aspira, se doblan los codos, y los brazos vuelven a la posición inicial.

Se invierte el modo de respirar y se repite el mismo movimiento: aspirando en lugar de espirar mientras se echan los brazos hacia atrás. Se espira al doblar los codos y se apoyan los antebrazos en las axilas.

41. Girar el antebrazo

Fig. 196

Fig. 197

Se colocan los brazos delante del cuerpo, con los codos doblados y los antebrazos en vertical. Las muñecas se doblan y, a la altura de los ojos, forman algo parecido a la cabeza de un pájaro, con los dedos mirando hacia la cara (fig. 196). Los codos se mantienen en vertical y rectos y se agitan las muñecas, girándolas hacia los antebrazos, para que los dedos dejen de mirar hacia la cara y apunten hacia delante (fig. 197). Se doblan las rodillas para ganar estabilidad y fuerza.

42. Mover la energía mediante la ondulación

Fig. 198

Fig. 199

Manteniendo las rodillas estiradas, se inclina el tronco. Los brazos cuelgan a los lados del cuerpo. Se mueve el brazo izquierdo hacia delante con tres ondulaciones de la mano, como si esta siguiera el contorno de una superficie que presenta tres semicírculos (fig. 198). La mano pasa por delante del cuerpo formando una línea recta de izquierda a derecha, luego de derecha a izquierda (fig. 199), y retrocede hasta el costado del cuerpo trazando otras tres ondulaciones, por lo que dibuja la figura de una L mayúscula invertida que, como mínimo, tiene quince centímetros de espesor.

Se repiten los mismos movimientos con el brazo derecho.

43. La energía T de las manos

Fig. 200

Fig. 201

Se colocan los antebrazos delante del plexo solar para formar la figura de la letra T. La mano izquierda es la barra horizontal y la palma mira hacia arriba. La derecha es la barra vertical y la palma mira hacia abajo (fig. 200). A continuación las manos giran simultáneamente con mucha fuerza. La palma izquierda acaba mirando hacia abajo y la derecha hacia arriba, a la vez que con las manos mantienes la figura de la letra T (fig. 201).

Se vuelven a ejecutar estos movimientos convirtiendo la mano derecha en la barra horizontal de la letra T y la izquierda en la vertical.

44. Presionar energía con los pulgares

Fig. 202

Fig. 203

Doblados a la altura de los codos, los antebrazos se colocan delante del cuerpo, en posición horizontal y respetando su anchura. Se cierran flojamente los dedos con los pulgares rectos y apoyados en los índices (figs. 202 y 203). Se ejerce presión intermitente entre el pulgar y el índice y entre los dedos curvados y la palma de la mano. Contrayéndolos y relajándolos, se envía el impulso a los brazos. Se doblan ligeramente las rodillas para ganar estabilidad.

45. Dibujar un ángulo agudo con los brazos entre las piernas

Fig. 204

Fig. 205

Se extienden las rodillas y se tensan las corvas tanto como se pueda. El tronco se echa hacia delante, con la cabeza casi a la altura de las rodillas. Los brazos cuelgan y, al moverse repetidas veces hacia delante y atrás, dibujan un ángulo agudo con el vértice entre las piernas (figs. 204 y 205).

46. Dibujar un ángulo agudo con los brazos delante de la cara

Fig. 206

Fig. 207

Se extienden las rodillas y se tensan las corvas tanto como se pueda. El tronco se echa hacia delante, con la cabeza casi a la altura de las rodillas. Los brazos cuelgan delante del cuerpo y al moverse repetidas veces de atrás hacia delante dibujan un ángulo agudo con el vértice delante de la cara (figs. 206 y 207).

47. Dibujar un círculo de energía entre las piernas y delante del cuerpo

Fig. 208

Fig. 209

Se extienden las rodillas y se tensan las corvas tanto como se pueda. Se echa el tronco hacia delante, con la cabeza casi a la altura de las rodillas. Los brazos cuelgan delante del cuerpo. Se cruzan los brazos a la altura de las muñecas, con el antebrazo izquierdo encima del derecho. Los brazos cruzados se balancean entre las piernas (fig. 208). Desde esta posición, cada brazo traza un círculo hacia fuera, por delante de la cara. Al terminar el círculo los brazos señalan hacia delante y la muñeca izquierda queda encima de la derecha (fig. 209). A partir de aquí se trazan dos círculos hacia dentro que acaban entre las piernas, con las muñecas cruzadas igual que al principio.

Se apoya la muñeca derecha encima de la izquierda y se repiten los mismos movimientos.

48. Tres dedos en el suelo

Fig. 210

Se pasan lentamente los brazos por encima de la cabeza mientras se respira hondo. Se inicia una lenta espiración mientras se llevan los brazos hacia el suelo, con las rodillas extendidas y las corvas tan tensas como se pueda. Los dedos índice y corazón de cada mano tocan el suelo, treinta centímetros por delante del cuerpo, y a continuación también se apoya el pulgar (fig. 210). Se mantiene la posición mientras se vuelve a respirar hondo. El cuerpo se endereza y se elevan los brazos por encima de la cabeza. Se espira mientras los brazos bajan a la altura de la cintura.

49. Los nudillos en los dedos de los pies

Fig. 211

Los brazos se elevan por encima de la cabeza mientras se respira hondo. Al espirar se bajan los brazos hasta el suelo, con las rodillas extendidas y las corvas tan tensas como se pueda. Se apoyan los nudillos en los dedos de los pies al tiempo que concluye la espiración (fig. 211). La posición se mantiene mientras se vuelve a respirar hondo. El cuerpo se endereza y los brazos se elevan por encima de la cabeza. Se inicia la espiración bajando los brazos a la altura de la cintura.

50. Extraer energía del suelo con la respiración

Fig. 212

Se respira hondo mientras se elevan los brazos por encima de la cabeza manteniendo las rodillas dobladas. Se inicia la espiración al girar el tronco hacia la izquierda y agacharse tanto como sea posible. Con las palmas hacia abajo, las manos se detienen junto al pie izquierdo, la derecha delante y la izquierda detrás; se balancean cinco veces mientras termina la espiración (fig. 212). Se respira hondo y se endereza el cuerpo mientras se estiran los brazos por encima de la cabeza. El tronco gira hacia la derecha y se inicia la espiración agachándolo tanto como sea posible. La espiración concluye cuando las manos se balancean cinco veces junto al pie derecho. Se vuelve a respirar hondo, se endereza el cuerpo mientras los brazos se elevan por encima de la cabeza y el tronco gira para mirar al frente y, finalmente, se bajan los brazos mientras se espira.