Capítulo X
Shera puso una mano en el hombro del atribulado Tilton y, comprensivamente, dijo: —Gareth, no es que vaya a dudar de lo que has visto, pero, aunque resulte duro hablar así, nosotros tenemos que hacer algo más importante. ¿Lo entiendes?
—Sí, desde luego.
—Entonces, ve al garaje y busca las herramientas que te he indicado. Luego las llevas al pie de la ventana del despacho, junto al trozo de pared en que está la caja fuerte, pero por la parte de afuera. Hay macizos de flores y podrás esconderlas sin dificultad.
—De acuerdo, Shera.
—Ah, busca también una linterna. O dos, no estará de más ser un poco previsores, ¿eh?
—Pero… Haremos ruido y, aunque sea de noche…
—Trataremos de evitarlo. Además, no nos vamos a poner a trabajar en cuanto falte la luz. Lo haremos pasada la medianoche, cuando todos duerman.
—Ojalá salga todo como dices —deseó él fervientemente.
Pero, en su interior, sabía que lo que iban a hacer era una chapuza y que no podría salir bien. Resignado, salió por la puerta de la cocina y echó a andar hacia el garaje.
Al otro lado había arbustos y creyó ver un movimiento entre el follaje, pero no se sentía muy seguro de sí mismo y pensó que podía ser el viento. Siguió avanzando y abrió la puerta.
Avanzó unos pasos. Algo chocó contra su cabeza. Era una cosa blanda y no le hizo demasiado daño. Al levantar los ojos, lanzó un chillido y dio un salto hacia atrás.
Con la mirada extraviada, contempló al cuerpo del gigante, que pendía del cable de la grúa y se movía con lentos balanceos, a la vez que giraba muy despacio. Kutt estaba sujeto por una cuerda pasada por su cintura, boca arriba, de modo que su cuerpo quedaba doblado en un fuerte ángulo, con los brazos y las piernas moviéndose fláccidamente.
Durante unos segundos, estuvo así, en la misma posición, casi sin respirar. Luego se dijo que Shera debía conocer la noticia y, en el mismo instante, sintió un fuerte dolor en la cabeza.
Sin poder evitarlo, cayó de rodillas, apoyándose en el suelo con las manos. No había perdido el conocimiento, pero estaba tan débil como un recién nacido.
Una voz de mujer sonó detrás de él:
—¡No, Mona, no lo hagas!
—Lo ha visto. Sabe que hemos sido nosotras…
—Has sido «tú» —acusó Sybil—, Oh, no es que te lo reproche, pero ¿por qué matar a un inocente?
—¿Te has enamorado de Gareth?
—No digas tonterías. Es un chico estupendo. ¿Qué ganarías matándolo?
—Pero… podría repetirlo.
—¿Y qué? En el peor de los casos, no te condenarían a una pena demasiado larga. Kutt era un bestia y nos tenía sujetas a sus caprichos, puedes alegar. No habría jurado que no sintiese simpatía por ti, Mona créeme, sobre todo, después de que se supiera que Kutt había asesinado a Irene.
Mona gimoteó.
—Es verdad… ¡Pobre Irene! ¿Por qué tuvo que hacerlo?
De pronto, agarró un palo y golpeó un par de veces el cuerpo pendiente del cable de la grúa. Sybil agarró a su amiga por los brazos y trató de contenerla.
—Vamos, no te pongas histérica —dijo—. Será mejor que vuelvas a la casa y te tomes algo para tranquilizarte.
—Cuando el profesor se entere, se pondrá muy furioso… —vaticinó Mona.
—¿Y qué puede hacer? Además, le diremos que se ha marchado. Igorov no viene nunca por aquí. Puede que sea un gran científico, pero en cuestiones de mecánica es tan ignorante como un niño de pocos meses. ¡Ni siquiera sabe conducir automóviles!
—Bueno, quizá sea así…
—Además, tenemos que pensar en nosotras, Mona. Esto se pone cada vez peor. Ya sé que deberíamos seguir aquí otros seis meses, pero me parece que yo ya no pasaré de esta noche. Y tú, si eres sensata, te vendrás también conmigo.
—¿Cómo, Sybil? No tenemos dinero… El profesor guarda nuestros salarios en la caja fuerte…
Sybil lanzó una risita.
—Le he espiado en más de una ocasión y conozco la combinación —dijo sorprendentemente—. ¿Qué tal si limpiásemos esa «lata» a la noche y nos largásemos en el Porsche?
—Oye, no es mala idea…
—Es «muy» buena idea —recalcó Sybil—. Anda, vete y yo procuraré convencer a Gareth.
—Sí, como digas, Sybil.
Tilton se había dejado caer al suelo hacía un rato, a fin de simular una total inconsciencia y así podía escuchar sin riesgo el diálogo entre las dos mujeres. Oyó pasos que se alejaban y luego notó a Sybil inclinada sobre él.
—Gareth, Gareth…
El joven se quejó un poco, en parte de forma auténtica, y empezó a rebullir. Sybil le ayudó a sentarse en el suelo.
—Perdónanos —dijo—. No fue intención nuestra… Más bien fue un impulso que no supimos contener…
Tilton se puso una mano en la cabeza.
—Creo que sólo me golpeó una —rezongó.
—Bueno, actuábamos de acuerdo, pero sabemos que hemos hecho mal —se disculpó ella—. Lo siento, Gareth.
—Está bien, no te preocupes más. Por fortuna, no me habéis hecho lo que a ése. Con la mano, señaló hacia arriba, en dirección al cuerpo que aún pendía de la grúa. Sybil lanzó una exclamación de enojo.
—¡Se lo tenía merecido!
—¿De veras? ¿Por qué?
—Era un salvaje, un bruto… Constantemente teníamos que ceder a sus deseos… Nos quejamos al profesor, pero éste dijo que formaba parte del trato… No sé por qué a Irene, pero ésta fue la gota de agua que hizo rebosar el vaso, ¿comprendes?
—¿Quién lo hizo? ¿Tú o Mona?
—¿Qué importa eso ahora, Gareth? Supongo que no irás a acusarnos, ¿verdad?
—Mujer, yo… Pero cuando el profesor se entere…
—No se enterará. A la noche lo llevaremos lejos de aquí. Igorov no viene nunca al garaje. Cuando se entere de su ausencia, le diremos que se marchó. —Sybil lanzó una risita burlona—. Y es cierto, tú.
Tilton hizo un esfuerzo y, ayudado por la mujer, consiguió ponerse en pie.
—Iré a la cocina a tomar un poco de café. Nos veremos más tarde, a la hora de la cena.
—Está bien.
—Cierra la puerta, Sybil.
—Descuida, Gareth.
Tilton emprendió el regreso con las manos vacías. Ahora sabía que no necesitaba mover un solo músculo para abrir la caja de caudales.
* * *
Shera estaba trasteando en la cocina, cuando entró él y se dirigió rectamente hacia una cafetera.
—¿Te importa que me sirva?
—Adelante —accedió la chica—. ¿Has encontrado las herramientas?
—No será necesario. Shera, Kutt está muerto.
—Eso ya lo has dicho antes —contestó ella con sorna.
—No bromeo. Está en el garaje. Las dos mujeres se lo llevaron con la grúa móvil.
Shera se volvió hacia él.
—¿De verdad, Gareth?
—Una de las dos le mató, pero no he conseguido saber cuál lo hizo. Ambas se consideran autoras del hecho, ¿comprendes?
—¿Por qué?
—Parece que Kutt les hacía objeto de determinadas acciones que no les gustaban demasiado, si te sientes capaz de entender lo que significa esto. Protestaron a Igorov, pero éste les dijo que formaba parte del trato. Sin embargo, cuando asesinó a Irene, decidieron vengarse. Y lo han cumplido.
—Me preguntó por qué mataría Kutt a Irene —murmuró ella, muy pensativa.
—Quizá lo sepamos algún día. Mientras tanto, convendría que fueses a la habitación de Kutt.
—¿Para qué, Gareth?
—Sin duda, se llevó tu pistola. La necesito.
—¿Puedo conocer los motivos? ¿O se trata de algo top secret?
—En absoluto. Sybil conoce la combinación de la caja. No me le dirá voluntariamente, como puedes imaginarte.
—Ahora sí lo comprendo. —Shera se quitó el delantal y se enjugó las manos—. Iré ahora mismo, Gareth.
—Me pregunto por qué estoy haciendo todas estas cosas, en lugar de largarme ahora mismo a campo través —dijo él lúgubremente—, Shera, a pesar de todo, me has caído muy simpática, pero, dime, cariño, ¿qué representa Mabel para ti?
—Es hermana de mi difunta madre.
—Oh, tu tía…
—Y, además, tutora de mi fortuna, hasta que cumpla los veintiún años, según las disposiciones testamentarias del abuelo, su padre. Los míos dejaron un pequeño capital, con el que me he ayudado para desenvolverme en la vida. Pero ella, legalmente, administra mis bienes. ¡Y no me gusta que nadie se aproveche de lo que es mío!
Tilton levantó las cejas, atónito.
—Pero ella… vive en una lujosa residencia, tiene criados, chófer…
—Oh, sí, claro, a mí costa —dijo la chica sarcásticamente—. Bueno, tampoco se puede decir que Mabel sea pobre de solemnidad, pero todo lo que tiene no alcanza ni de lejos al millón que ha entregado estúpidamente a este científico chiflado. Como tutora mía, percibe una asignación mensual… pero hay veces que su cuenta está en números rojos.
—Caramba, nunca me lo hubiera imaginado…
—Además, aunque yo no tuviera un céntimo y fuese ella la afortunada, no permitiría que la estafase el sinvergüenza de Igorov. El abuelo sabía bien lo que hacía cuando redactó su testamento. Sólo tuvo dos hijas y hubo de sobrevivir la más tonta, crédula e ingenua mujer que puedes imaginarte. Cualquiera que tenga un poco de labia, le sacará enseguida un montón de dinero… aunque, en el caso de Igorov, es preciso reconocer que ha recibido bastante a cambio. Pero ni eso es suficiente, ¿me comprendes ahora?
Tilton sonrió, avanzó hacia la muchacha y, cogiéndola por los hombros, dijo solemnemente:
—Voy a depositar un beso fraternal en tu casta frente.
Shera se ruborizó.
—Hablas bien, Gareth.
—Es una frase inicua —rió él. Hizo que la muchacha girase en redondo y luego le dio una palmada en el trasero—. Esto ya no tiene nada de fraterno ni de casto —añadió.
Ella se echó a reír.
—Volveré con la pistola —prometió.
* * *
Igorov y Larkin cruzaron el vestíbulo. Tilton estaba allí, con aire distraído, simulando contemplar uno de los cuadros que formaban parte de la decoración.
—Gareth —llamó el científico.
—¿Profesor? —Tilton se volvió, cortés.
—El señor Larkin está a punto de terminar su trabajo. Probablemente se marchará enseguida, pero me gustaría que usted se quedase aquí esta noche, para darle instrucciones con respecto a lo que tiene que decirle a la señora Wardstein.
—Estoy a sus órdenes, profesor —contestó el joven.
—Gracias, amigo mío. —Igorov se volvió hacia Larkin—. Siga y avíseme cuando haya terminado, por medio del timbre que encontrará en la mesa de trabajo y que está conectado directamente con mi laboratorio.
—Muy bien —dijo Larkin.
Tilton vio al experto en finanzas avanzar hacia el despacho. Cuando iba a entrar, Larkin sacó de su chaleco unas anticuadas antiparras de pinza, con una cinta negra, las cuales se puso en la nariz. Igorov fue hacia el piso superior y el experto en finanzas desapareció de su vista.
Shera llegó casi enseguida.
—Tengo la pistola —susurró.
Tilton alargó la mano.
—Ocúpate ahora de la cena. Y ya sabes lo que tienes que decir con respecto a Kutt.
—Descuida.
El revólver fue a parar a la pretina del pantalón. Tilton abandonó el vestíbulo y fue al salón. Había una estantería con libros, eligió uno, se sirvió una copa y, tras buscar un cómodo asiento, se dispuso a leer un rato.
Una hora más tarde, oyó el ruido del motor de un coche. Se asomó a la ventana y vio que era el de Larkin, quien abandonaba el Cottage, sin duda, terminada su labor.
—Hombre afortunado, tú puedes marcharte de aquí —suspiró.