CAPITULO II

Hubo un tiempo en que Stack bebía tos vientos por Lily Mersey. Ella, sin embargo, había preferido a Jack. Stack ya había superado aquella crisis, esforzándose, sobre todo, por no ver a la joven. En los últimos años, se habían encontrado media docena escasa de veces. Ahora hacia más de un año que no la veía y le sorprendió la transformación que había experimentado ella.

Lily rondaba tos treinta años y, casi de repente, se había echado diez kilos encima. Demasiadas opulencias, pensó Stack. A pesar de que resultaba todavía muy atractiva. Pero ahora la miraba solamente con el afecto que podía sentir hacia la viuda de su socio y amigo.

—No lo sé —dijo Lily, pasados los primeros momentos—. No se sabe aún qué le ocurrió. Para mí fue algo horrible; tuve que identificar aquel cuerpo tan espantosamente quemado...

—¿Hay seguridad de que fuese Jack? —preguntó él.

—Sin duda alguna. El dentista conservaba radiografías y moldes de su último trabajo. Ya sabes que hace años se fracturó la pierna izquierda, justo bajo la rodilla. También se compararon las radiografías tomadas entonces, con las actuales hechas al cadáver.

—Bien, pero, si no me equivoco, Jack apareció muerto a gran distancia de Londres. ¿Qué hacía tan lejos, Lily?

—Estaba horriblemente disgustado. No me contó demasiado, pero si sé que le traicionó su secretaria. Esa mujer entregó unos papeles muy importantes, los documentos Gunnison...

—¡Oh, no! —se sobresaltó Stack—, ¿Has dicho los documentos Gunnison?

—Repito lo que me dijo el pobre Jack. ¿Eran tan importantes, Delmont?

Stack maldijo entre dientes.

—Cien mil libras —contestó significaticamente.

—Dios mío, nunca pensé que pudiera tratarse de una suma tan elevada.

—Y eso no es todo. La empresa puede irse al diablo, si la cosa no se arregla... pero a ti eso no debe preocuparte. Tu situación económica quedará bien resuelta, te lo aseguro. Ahora, dime todo lo que sepas sobre esa secretaria.

—Bien, una o dos veces la vi por casa, cuando vino a traer o llevar papeles del despacho. Es joven, bastante guapa, no se propasó en ningún momento, siempre muy discreta... Jack decía que era una mujer muy eficiente. Poco podía suponer él que un día le iba a traicionar miserablemente.

—He estado demasiado tiempo en el extranjero —se quejó Jack—, Yo conocía a la anterior secretaria, Millie Pawnton, pero era una mujer madura, un tanto avinagrada... Se marchó, porque tenía que cuidar a una tía anciana, bastante rica, y esperaba heredarla. De otro modo, Jack no habría contratado a una nueva secretaria.

—¿Puedes decirme su nombre, Lily?

—Claro. Se llama Carol Varna. Por ahí, en la agenda, tengo su dirección...

—Te agradeceré me des sus señas. Ha sido un viaje muy largo y muy cansado, pero te aseguro que iré a visitarla mañana sin falta.

Si Mersey había muerto asesinado, el esclarecimiento del crimen era cosa de la Policía. Respecto a los documentos sustraídos, nadie mejor que él para averiguar dónde estaban e intentar recobrarlos. Todavía, se dijo esperanzado, podía salvarse el asunto Gunnison.

* * *

La puerta se abrió y la joven que había al otro lado miró inquisitivamente al hombre que tenía frente a sí.

—¿Qué desea? —preguntó.

—¿Carol Varna? —dijo Stack.

—Sí, yo soy.

—Mi nombre es Delmont Stack. Soy... era socio del difunto señor Mersey. Usted era su secretaria.

Carol asintió. Lily la había descrito bien: joven, bonita, pero más bien del montón. No parecía, sin embargo, tan despejada e inteligente como había dicho Mersey a su esposa.

—En efecto —contestó ella—. He oído mucho su nombre, señor Stack, aunque no había tenido el gusto de conocerle personalmente hasta ahora. ¿Quiere pasar? ¿Me aceptará una taza de té?

«Increíble. Vaya manera de fingir; nunca había visto frescura semejante», pensó Stack.

El apartamento de Carol era modesto, pero limpio. Ella, una vez el visitante en el interior, se volvió, como esperando su aceptación del té ofrecido.

—Gracias —dijo Stack—, pero no me apetece ahora.

—Bien, en tal caso, siéntese...

—Estoy mejor en pie. Además, quiero ir pronto al asunto que me ha traído aquí. ¿A quién entregó usted los documentos Gunnison?

Carol se pasó una mano por la frente. Vaciló un poco y tuvo que apoyarse con una mano en la consola inmediata.

—No lo sé —contestó con voz átona.

Stack procuró dominar su irritación.

—Señorita Varna, no he venido aquí a escuchar tonterías. Me imagino que alguien le pagó muy bien por su traición, pero eso ahora no me importa en absoluto. Quiero que me diga quién tiene los documentos, eso es todo.

—Repito que no lo sé... El señor Mersey también me lo preguntó, pero le di la misma respuesta...

Atónito, Stack se dio cuenta del tono plañidero de la joven. Parecía muy asustada. ¿De qué o de quién?

—Pero, ¿es posible que no recuerde usted a la persona que se llevó esos documentos?

—No, no recuerdo nada... Ni siquiera sabía que los había entregado, hasta que me lo dijo el señor Mersey...

«O está loca o amnésica... o es una magnífica actriz», pensó Stack.

—¿Se encuentra bien? —preguntó, deponiendo un tanto su actitud iracunda.

—Sí... Es un leve mareo... No sé qué me sucede estos días... Tendrá que dispensarme, señor Stack. Deseo estar sola...

El joven apretó los labios.

—Voy a decirle una cosa, señorita Varna. Vendré mañana, a esta misma hora y quiero que, para entonces, haya recordado el nombre de la persona que posee actualmente esos documentos. ¿Me ha entendido bien?

Carol asintió sin pronunciar una palabra, Stack se dio cuenta de que no había una sola gota de sangre en su rostro. Aquella cara tenía la blancura del papel, pensó.

—Adiós, señorita —dijo, decepcionado.

No quería forzarla demasiado. Podía reaccionar lanzando gritos de socorro y entonces se vería en un grave aprieto. Era mejor dejar que reflexionase durante veinticuatro horas.

Pero, mientras tanto, conocía a un detective privado, al cual le encomendaría averiguase cuantos antecedentes pudiera de Carol Varna.

Abandonó la casa, bajó por las escaleras y salió a la calle. De repente, se quedó inmóvil.

En el borde de la acera, a unos cuatro o cinco pasos de distancia, se hallaba la hermosa joven a quien había visto la víspera en el aeropuerto.

Ella vestía ahora de muy diferente manera y, además, llevaba el pelo suelto libremente sobre la espalda. Un pullover blanco de cuello cerrado ceñía su seno de diosa, y el chaleco y los pantalones eran de color azul oscuro. No los necesitaba, dada su estatura, pero advirtió que era aficionada a usar zapatos de tacón alto.

La joven miraba hacia ¡o alto del edificio. De pronto le vio e hizo un leve gesto de sorpresa. Stack se sintió a punto de dirigirle la palabra, pero se contuvo, pensaba en que no le gustaría ser rechazado. Sin pronunciar una palabra, giró hacia su derecha y se encaminó en busca del automóvil que había dejado a poca distancia.

Cuando entraba en el coche, volvió la cabeza La joven había desaparecido. ¿Estaba en el interior de la casa?

* * *

—Te voy a dar una sorpresa —dijo Algy Mitchell al día siguiente.

Mitchell era el detective que había contratado inmediatamente después de haber estado con Carol Varna.

—No me digas que ya conoces su vida y milagros —exclamó Stack, todavía en la cama y ara un cigarrillo en los labios.

—Toda su vida, no, pero algún milagro, sí. Claro es que algunos me llamarían irreverente; lo que hizo antes de convertirse en la secretaria de Mersey no es precisamente un milagro.

—Algy —se impacientó el joven—, ¿quieres ser más claro?

—Está bien. Agárrate, Delmont. ‘Carol Varna estuvo trabajando, hasta hace seis meses, en el Green Palace.

—¿Un local nocturno?

Mitchell soltó una atronadora carcajada, que le llegó a Stack a través del hilo telefónico.

—¡Qué ingenuo eres! —exclamó el detective—, Pero, ¿es posible que no hayas oído hablar del Green Palace?

—Pues, no, sinceramente, no lo he oído en mi vida ni me imagino qué pueda ser. ¿Algún centro de deportes?

—Hombre, si se mira bien, a veces, la gente se mueve... Es uno de los más acreditados prostíbulos de la capital, muchacho.

Stack se sentó de golpe en la cama.

—Algy, bromeas.

—Que se muera tu bisabuelo si miento —rió el detective—. Es un loca! muy discreto. Y caro, como puedes imaginarte. Pero es absolutamente seguro que ella fue una de las yeguas de aquella cuadra

—No me lo puedo creer...

—Envié a uno de mis ayudantes a vigilar la casa, mientras yo investigaba por otro lado. Carol salió por la tarde a hacer algunas compras. Resulta que mi ayudante, hace medio año, ganó cien libras en una carrera de caballos y decidió darse el gusto de pasar un buen rato en el Green Palace. Y, ¿quién supones tú que le ayudó a pasar el buen rato?

—Carol Varna —dijo Stack.

—Exactamente. Oye, si tanto te interesa, ¿por qué no hablas con Dora Carpatti?

—¿Quién es esa mujer?

—No sé si será la dueña, pero funciona como tal en el negocio. Es posible que no consigas nada... pero, por intentarlo, nada se pierde.

-—¿Y tú, por qué no lo haces?

—Te seré sincero. Si voy allí, quizá no consiga nada, pero, en cambio, puede que tenga que gastarme cien libras. Y, la verdad, gastarme una suma semejante para no decirte luego nada... Al menos, si te las gastas tú, conseguirás algo de diversión.

Stack se echó a reír.

—Iré, pero más tarde, cuando haya hablado con Carol. Le di veinticuatro horas para que reflexionase. Es increíble, dijo que no sabía nada...

—No te fíes de las mosquitas muertas. Son las peores de todas —dijo Mitchell maliciosamente—. ¿Quieres anotar la dirección del Green Palace?

Stack escribió unas cuantas palabras en un trozo de papel. Luego hizo un comentario:

—El nombre parece un poco raro, ¿verdad?

—¿Raro? —Micke Mitchell volvió a reír—. Si tenemos en cuenta que green es verde... Palacio Verde no se refiere precisamente a un lugar donde se venden hortalizas...

Stack sonrió y colgó el teléfono. Luego encendió un segundo cigarrillo, pero no lo consumió, porque saltó de la cama y se encaminó al cuarto de baño.

Había dormido demasiado y ya era hora de visitar nuevamente a la infiel secretaria.

* * *

Detuvo el coche, abrió la portezuela y saltó a la acera. De pronto, cuando ya cruzaba la acera, vio por tercera vez a la joven morena del aeropuerto.

Ella le vio también y se detuvo un momento, indecisa. Stack decidió entablar contacto

con la joven, arriesgando la posible respuesta negativa.

—Señorita...

—¿Sí? —dijo ella.

—Perdone mi indiscreción, pero la vi hace dos días en el aeropuerto. Ayer también estaba aquí, en este mismo lugar.

—Es cierto.

—¿Puedo preguntarle si su presencia aquí tiene alguna relación con Carol Varna?

La joven asintió.

—Permítame que me presente: Delmont Stack —añadió él.

—Ruth Cobb.

Stack se dio cuenta de que ella no había añadido nada a su nombre y que permanecía inmóvil en la acera. Parecía como si no le gustase mucho la coincidencia, aunque actuase con la suficiente cortesía para no mostrarlo externamente.

—Verá, señorita —continuó—. Ayer me entrevisté con Carol Varna, para determinado asunto, y sólo recibí negativas. Por tanto, le prometí volver pasadas veinticuatro horas. Sospecho que usted quiere verla también, pero me disgustaría ser un estorbo. ¿Le parecería que la visitásemos sucesivamente? A condición, si es necesario, de que el primero que hable con ella no mencione al siguiente visitante.

—¿Y quién va a ser el primero? —preguntó Ruth.

—Ignoro sus motivos, señora...

—Señorita, lo dije antes —corrigió la joven.

—Muy bien, disculpe. Repito que desconozco las causas que la impulsan a visitar a Carol Varna. En cuanto a mí, le diré que fue la secretaria de mi socio, que le traicionó, llevándose unos documentos de vital importancia y que deseo recobrarlos. De no ser así, podría verme en la ruina.

—Le creo, señor Stack, aunque, por ahora, deberá permitirme que calle los motivos de mi visita a Carol.

—No le he pedido explicaciones, señorita Cobb. Pero en este caso, y aunque me tome por descortés, no puedo ser galante y dejarle el paso en primer lugar.

—He llegado antes que usted...

—Perdón, llegamos al mismo tiempo.

Los labios de la joven se contrajeron.

—Me gustaría hablar a solas con Carol —manifestó.

Stack suspiró.

—Estamos en un punto muerto —dijo—. Bien, pero para estos casos, existe una solución. Sobre todo, ahora que se habla tanto de la igualdad de derechos para ambos sexos.

Metió la mano en el bolsillo y sacó una moneda, que lanzó al aire de inmediato. Pero la volvió a recoger.

—No la he dejado pedir —sonrió—. Al menos, en esto, sí puedo permitirle el primer lugar.

—Cara —aceptó Ruth.

La moneda volvió a voltear. Stack intentó recogerla, pero falló y el disco metálico cayó a! suelo, rebotó y empezó a rodar hacia el borde de la acera. Pero, de pronto, se introdujo

en una grieta apenas visible y, tras detenerse, se quedó vertical.

—¡Cielos, si no lo hubiese visto...! —exclamó él, pasmado.

De pronto, Ruth se echó a reír y su rostro pareció sufrir una transformación total. Stack se quedó arrobado mirándola.

—La suerte está en contra y a favor de los dos, señor Stack —dijo—. Subiremos juntos, si le parece.

—No hay objeción —accedió el joven.

—Lo que tengo que preguntarle yo es muy sencillo —de claró Ruth cuando ya franqueaba el umbral de la casa—. Sólo quiero saber el paradero de determinada persona.

Stack meneó la cabeza.

—Esa chica parece especialista en desapariciones: personas, documentos...

Y se preguntó si Carol Varna tenía algo que ver con el misterioso asesinato de su socio.