CAPÍTULO VI
Lionel Albertson examinó la fotografía con ojos llenos de pasmo. Estuvo silencioso durante unos momentos y luego meneó la cabeza.
—No me lo puedo creer. Marks presenció su propio entierro...
—El de alguien que se había hecho pasar por él —puntualizó Holbert.
—Señor Albertson, usted es también juez de paz de Hurlimore terció Penny—. ¿Por qué no hace exhumar los restos del hombre que se enterró en lugar de Marks?
—¿Para qué? —preguntó el alcalde.
—¡Hombre de Dios, es preciso comprobar si de veras es Marks o un impostor el que está en la tumba! —estalló la muchacha malhumoradamente.
—¿Después de tanto tiempo, casi un año?
—En Scotland Yard tienen medios para averiguarlo —dijo Holbert.
Albertson se acarició el mentón,
—Hoy mismo —decidió—. Ahora, sin perder un minuto... Llamaré a los hombres que cavaron la sepultura...
—Muy bien, alcalde —exclamó Penny—. Nosotros estaremos presentes, pero antes usted habrá de decirme por qué vendió la casa a Marks, después de que yo le había hecho una oferta muy interesante.
—Me ofreció un buen precio —se defendió Albertson—, Ya le devolveré su anticipo, señorita.
Una mujer apareció en aquel instante. Tenía unos cuarenta y cinco años, era alta, delgada, de rostro huesudo y nariz ganchuda. El pelo estaba casi blanco y sus ojos no ofrecían la menor expresión de simpatía hacia nadie.
—Tengo que salir, Lionel —dijo.
—Sí, Judith, como quieras.
—Estaré fuera todo el día. Volveré al atardecer.
—Muy bien, querida.
Judith Albertson miró con hostilidad a los visitantes. Holbert se dijo que aquella mujer debía de tener un carácter infernal. Ciertamente, no excitaría la atención de Marks; su marido, pues, podía estar tranquilo en este aspecto.
Albertson se puso en pie.
—Vamos —dijo.
Salieron de la casa. Estaba cerca de la taberna y Holbert anunció su propósito de ir en busca de una de sus cámaras fotográficas. Penny acompañó al alcalde.
El joven entró en la taberna y subió a su habitación. Cuando revisaba la cámara fotográfica, entró Fannie.
—Richard...
Holbert se volvió.
—Ah, eres tú —dijo—. ¿Puedo servirte en algo?
—He visto a la pintora con Albertson. ¿Qué es lo que sucede?
—Vamos a excavar la tumba de Marks.
Fannie se estremeció.
—¿Es necesario?
Holbert le enseñó la fotografía tomada el día del entierro.
—Estaba vivo —dijo—. Por tanto, ¿quién es el que ocupó su puesto en el ataúd?
Fannie se sintió horrorizada.
—Mataron a un inocente...
—Eso, quizá, no es lo peor de todo, sino que Marks sabía que podían matarlo y no se lo advirtió al hombre que ocupó su puesto aquella noche.
Holbert terminó de preparar la cámara, cerró la funda y se la colocó al hombro.
—Por cierto, ¿conoces a una tal Cynthia Bahler?
—Sí —exclamó Fannie, sorprendida—. Es muy guapa... Holbert sonrió.
—Marks también piensa lo mismo —dijo.
—¿Cómo?
—No, nada, ya te contaré otro rato... Sin embargo, tengo que pedirte una cosa.
—Desde luego, Richard.
—Sé discreta. No repitas a nadie lo que acabo de decirte.
—Puedes irte tranquilo —dijo ella.
Holbert sonrió.
—Trata de mejorarte. No tienes muy buen aspecto —dijo.
—Fue sólo una noche... pero creo que lo que me hizo ese hombre me ha vuelto frígida para siempre —contestó Fannie.
El joven ocultó una sonrisa. Fannie exageraba. Aún tardaría mucho en cumplir los cuarenta años. Olvidaría todo y volvería a recobrar sus atractivos.
Cuando llegó al cementerio, los sepultureros estaban ya cavando en la tumba de Marks. Una hora más tarde, uno de ellos descendió al fondo de la sepultura y levantó la tapa del féretro.
Penny lanzó un grito de sorpresa. Holbert también se quedó sorprendido, pero reaccionó muy pronto y tomó unas cuantas fotografías del féretro vacío. Luego sacó una cuartilla de uno de sus bolsillos y la puso en manos de Albertson. —Alcalde, baje al fondo de la sepultura y, situado junto al ataúd, mantenga la cuartilla extendida, de modo que pueda leerse bien la fecha de hoy.
—Sí, es una buena idea —convino Albertson.
Holbert tiró un par de placas. Uno de los enterradores ayudó a salir a Albertson. El joven le hizo una pregunta:
—Alcalde, ahora que ya sabemos que Marks, o el hombre que lo sustituyó, no está enterrado, ¿qué piensa hacer?
—Nada —contestó el interpelado bruscamente—. ¿Qué conseguiríamos con dar publicidad al asunto? Lo mejor es dejar las cosas como están y que todo siga igual, como hasta ahora.
Era una actitud, en cierto modo, lógica, pero Holbert no podía aprobarla.
Penny se le acercó discretamente y le hizo una pregunta, con un bisbiseo de voz apenas audible:
—¿Qué piensas hacer «tú», Richard?
Aunque no se divisaba Markstone Lodge desde el cementerio, Holbert dio la respuesta con gran rapidez:
—Tengo un enorme interés en probar el whisky añejo que resucita a los muertos. Es una frase del propio Marks, ¿sabes?
—Ven a verme después de la entrevista —rogó Penny. —Descuida —dijo Holbert.
* * *
El whisky, efectivamente, era excelente. Marks en persona se lo sirvió al visitante. Holbert, por su parte, se dio cuenta de que estaba ante un sujeto muy escurridizo, al que sería difícil sacarle la verdad.
—En el pueblo se le dio por muerto durante casi un año —dijo, después de tomar unos sorbos.
—Sí, lo sé —contestó Marks displicentemente.
—Pero alguien disparó contra un hombre, creyendo que era usted.
—El asesino se equivocó, simplemente.
—Usted, si mal no recuerdo, estaba en casa aquella noche. Oyó ruido, bajó a investigar...
—¿Y si esa noche no hubiera estado en casa?
Holbert no pudo por menos de captar la burlona sonrisa del dueño de Markstone Lodge. —Entonces, habría que preguntarle quién era el hombre que ocupaba su puesto —dijo. —Permítame, amigo mío. No tengo por qué dar explicaciones de mis actos a nadie, a menos que causen daño a otras personas.
—Un hombre murió asesinado...
—Yo no lo hice, en todo caso.
—El cadáver falta del ataúd en que fue sepultado.
Mark se puso las manos en el pecho.
—Me declaro inocente —contestó.
—Sin embargo, sabía lo ocurrido.
—¿De veras?
—¿Estaba aquí o no la noche en que se cometió el crimen?
—No.
—Pero lo supo muy pronto.
—Digamos que me enteré a su debido tiempo.
—Un tiempo más que suficiente para asistir al entierro de alguien que todo el mundo creía era usted.
—No, no estuve presente...
Holbert puso la fotografía sobre la mesa.
—Acaba de decir una gran mentira — manifestó tranquilamente.
Durante unos minutos, sólo hubo silencio en la estancia. Luego, sin manifestar externamente ninguna alteración, Marks agarró la fotografía y la rompió en varios trozos.
A continuación, puso los fragmentos de la cartulina en un cenicero y les prendió fuego.
—Ya no hay pruebas —sonrió.
Holbert no se inmutó. Pero tampoco quiso decir que, precavidamente, había tirado varias placas y que tenía copias ''suficientes de la fotografía destruida, sin contar con los negativos que debían de estar en alguna parte de su casa de Londres.
—Eso significa que podemos considerarle como un asesino — dijo.
—¿Sí?
—Usted se enteró de que había un merodeador en torno a la casa y bajó a buscarlo. El intruso, posiblemente, tenía una escopeta y, como fuese, usted se la arrebató y luego le disparó los dos cartuchos a la cara. Inmediatamente, le dejó sus objetos personales: el reloj, un anillo, la billetera... El ama de llaves tardaría algo en salir, lo suficiente para hacer el cambio y que usted tuviera tiempo de desaparecer. Sin embargo, ignoro los motivos que le impulsaron a permanecer ausente casi un año.
—No pienso decírselo —contestó Marks.
—Tal vez Scotland Yard, por ejemplo, tenga interés en preguntárselo.
—Nadie puede demostrar nada contra mí, salvo una cosa: estuve ausente de Hurlimore y no fue por nada delictivo. La policía perdería el tiempo si alguien me denunciase, y aunque se demostrase que yo asistí al entierro, ocultamente, claro, ¿qué conseguirían con eso? Siempre podía decir que tenía miedo de sufrir un atentado...
—¿Miedo, usted?
—Soy un ser humano.
—Algunos piensan que es el diablo en persona.
—Exagerados —rió Marks—, ¿Otra copita?
—Gracias. Estoy vivo y no necesito que me hagan revivir. ¿Puedo pedirle perdón por mis impertinencias?
—Está concedido, amigo Holbert. Venga siempre que guste...
—Gracias. Una última pregunta, por favor.
—¿Sí?
Ahora es el dueño de Oaks Tower. ¿Piensa aumentar la renta a su inquilina?
—No depende solamente de mí —contestó Marks.
Holbert oyó aquellas palabras y sintió deseos de estrangular a aquel repulsivo sujeto. Sin embargo, sonrió cortésmente.
—Se lo diré a la señorita Creighton.
—Salúdela en mi nombre, por favor.
Marks se acercó a una pared y tiró de un cordón. Sue apareció a los pocos momentos.
—¿Señor?
—Sue, tenga la bondad de acompañar al señor Holbert.
—Sí, señor.
—Adiós, amigo mío —dijo Marks,
Holbert contestó con una silenciosa inclinación de cabeza. Pero, ya en la puerta de la casa, se volvió hacia el ama de llaves.
—Sue, ¿quién murió «realmente» aquella noche? —inquirió.
Ella le miró largamente. Holbert observó sus pupilas muy azules, casi incoloras. Ahora, Sue parecía envejecida, gastada... pero muy pocos años antes, debía de haber sido una mujer con muchos atractivos físicos.
—Murió un hombre, señor —contestó ella glacialmente.
Holbert no quiso insistir. Salió de la casa y tomó el camino de Oakss Tower.
* * *
—Para mí, Albertson ha tenido que ceder, forzado por algo que desconocemos. Sin duda, Marks lo amenazó... y yo pienso que el alcalde tiene miedo de su mujer —dijo Holbert, después de haber tomado una taza de café, hecho por Penny.
La joven asintió.
—Sí, todo el mundo sabe que la señora Albertson tiene un genio infernal. Pero aún hay más.
—¿De veras, Penny?
—Ella es la dueña del dinero. Albertson es un vago que vive a costa suya. Oh, presume bastante, se pavonea mucho... y también persigue a las mujeres jóvenes y apetecibles.
—Vamos, es un competidor de Marks.
—No cabe la menor duda. Pero Marks no tiene al lado a una mujer que le reproche sus acciones, no debe temer ser arrojado a la calle, sin más que lo puesto. Ahí está la diferencia, Richard.
—Bueno, si lo que dices es cierto, resulta incomprensible que Albertson haya vendido una propiedad de su mujer —objetó Holbert.
—Tal vez Marks le persuadió para que convenciera a su esposa de la necesidad de vender. Es lo que se suele decir: tal propiedad es de «equis» aunque pertenezca realmente a su mujer. Luego se hace la aclaración necesaria, ¿comprendes?
Holbert se acarició la mejilla pensativamente.
—La señora Albertson parece el tipo de mujer avara y codiciosa —dijo—, A su esposo no le habrá resultado difícil convencerla. Marks, quizá, no se atrevió a hablar con ella, pero si sabía algo comprometedor para el alcalde, lo utilizó como palanca para conseguir hacerse con la propiedad de Oakss Tower.
—Ahora me subirá la renta —se lamentó Penny.
—Marks me dijo que todo depende de ti.
Ella le miró penetrantemente.
—¿No te imaginas mi respuesta?
—Sí, desde luego.
—Tengo un contrato por todo un año. Aún me quedan diez meses; lo firmé, cuando estaba a punto de inaugurarse mi exposición. Si es necesario, pleitearé. Tengo entendido que el nuevo propietario no tiene derecho a alterar los términos de ese contrato.
—Díselo así a Marks cuando venga a verte.
—No me callaré, puedes tenerlo por seguro —afirmó la muchacha.