CAPÍTULO XXXVI
Era octubre y aún había muchos detalles que pulir de las bodas. Había que hacerlo en equipo. Los cuatro jóvenes se encontraban comiendo en casa de Teresa y María.
—¿Tu familia cuando tiene pensado venir de Portugal? —Preguntó Nat a Diniz.
—Creo que una semana antes de la boda.
—Como la mía —dijo Nat.
—A ver que os parece. Nosotros habíamos pensado que los encargados de llevar nuestros anillos fueran el Huesos y Carmín. Ya que lo vamos a celebrar en un criadero de perros queríamos darle un toque perruno a la fiesta y que mejor que ellos —dijo Pol orgulloso.
Nat se quedó muy pensativa.
“¿Cómo no había pensado en ese bonito detalle?… Ya sé por que no lo pensé”.
Paloma miró a su pareja y dijo:
—Amor, podíamos hacer lo mismo. Sería fantástico que los perros portaran nuestros anillos.
—La verdad es que sí pero… —dijo Nat.
—¿Pero? —Preguntó Teresa.
—Cariño ¿qué pero hay? —Preguntó Paloma.
—¿Cuáles son los perros que crees harían bien esto de llevar nuestros anillos? —Dijo Nat con cara de preocupación.
—¡Unknown y Zapatillas!, ¡naturalmente! —Dijo Paloma un poco molesta por la pregunta.
—Sí, yo también había pensado en ellos pero… —dijo Nat.
—¿Qué ocurre? Lo harán bien —afirmó Teresa.
—Zapatillas sí, pero tengo mis dudas con respecto a Unknown.
—¿Tienes dudas de que tu hijo no te entregue los anillos? —Preguntó extrañado Pol.
—Es que nunca sé lo que le pasa a ese perro por la cabeza.
—Nat, intenta confiar un poco más en él.
—Si ya lo hago pero… nunca deja de sorprenderme.
—Quizás solo busca llamar tu atención —dijo Diniz.
—Ojalá solo fuera eso. Cuando empiezo a entenderlo me sorprende de nuevo.
—¿Por ejemplo? —Preguntó María.
—A ver… Unknown sabe que cuando hace algo bien le doy una recompensa en forma de comida. Hace un par de semanas veníamos de pasear y llovía a cantaros. Habíamos pisado barro. Él sabe que antes de entrar en casa tiene que frotar las patas en la alfombra de delante la puerta. Lo hizo correctamente y como premio le dí una acelga. ¿Pues sabéis que hizo mi querido hijo?
—¿Rechazar la acelga? —Preguntó Pol.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque era una acelga. No era un hueso. Yo también te la hubiera rechazado. Cariño, estamos hablando de una acelga. ¿De verdad crees que Unknown le gustan esas cosas?
—No, no, no. Me he explicado mal. Era una galleta de carne en forma de acelga.
—¿Estás segura de que no era una galleta de verduras con forma de verdura?.
—No. Esa es otra caja.
—Cariño, creo que te equivocaste de caja y el único que se dio cuenta fue el perro.
Nat se quedó pensando. La teoría de Pol podía ser muy cierta.
—De acuerdo, puede que me equivocara de caja pero ¿por qué tuvo que hacer ver que vomitaba delante de mí? —Dijo Nat molesta al recordar.
—Eso ya no lo sé.
—Pues yo tampoco lo sé. Y mi miedo es ese —dijo Nat con cara de preocupación.
—¿Cuál?, ¿qué el perro te tome el pelo en la boda? —Preguntó Diniz.
—No. Que en vez de los anillos nos entregue… arena de la playa, por ejemplo.
—Cariño, para eso tendría que ir primero a la playa —dijo María sonriendo.
—Ya ha ido y ha vuelto varias veces, solo.
—¡¿Quééé?! —Exclamó la mayoría.
—No sé como lo hace pero de vez en cuando sale a pasear solo.
—Bueno, mejor. Así no tienes que sacarlo —dijo Teresa sonriendo y sin perder una mueca de sorpresa.
—Nooo. Es que no va a hacer sus necesidades. Se va al cine, a pedir limosna, a una convención treki y quien sabe a donde más.
—Estás de coña ¿verdad? —Dijo Pol por boca de todos.
—Ojalá, pero no. Mi perro no tiene absolutamente nada de normal. Por eso os digo que mi miedo no es infundado. Este animal es muy capaz de cambiarme los anillos por trompetas y eso si que nunca le perdonaría.
—Amor, te entiendo porque he vivido muchas de sus extravagancias, pero creo que tu hijo tiene que estar presente el día de tu boda —dijo Paloma.
—Pues que lo esté. Le damos una silla a primera fila y ya está. Nada más —dijo Nat.
—Me refiero a que sería bonito que un día tan significativo como éste tu hijo hiciera un acto tan importante como entregar los anillos.
—De acuerdo, pero si los anillos no llegan a nuestros dedos yo ya habré avisado.
—Démosle un voto de confianza —dijo Paloma.
Nat asintió con la cabeza con una inseguridad patente.
El tema de los testigos aún estaba en proceso de resolverse, el único que lo tenía claro era Diniz. El mismo día en que su chico le pidió para casarse llamó a su madre para preguntarle si quería ser su testigo. La mujer que lo había criado y visto crecer no dudó, pondría su rúbrica en aquel significativo papel. ¿Quién mejor que una madre para ser atestiguante del enlace de su retoño? Una madre es quien mejor conoce a un hijo, por lo tanto, el portugués había hecho una excelente elección. Por su lado, Pol, se tomó el tema de los testigos como un proceso largo, lento y delicado. Algo de suma importancia que había que meditarlo muy mucho.
—Cariño, vamos a ver, ¿tú quién quieres que sea tu testigo? —Preguntó Diniz a su novio.
—Amor, si ya lo supiera no estaría dándole tantas vueltas al tema —respondió Pol.
—Me refiero a que personas tienes en mente.
—Ya te lo he dicho. Mi madre, mi padre, mi abuela, mi otra abuela…
—¿Quieres que te dé mi opinión?
—Cariño, sabes que siempre quiero tu parecer.
—Los cuatro serían unos testigos ideales.
—Gracias cariño, eso ya lo sabía.
—Todos ellos son personas muy válidas que a la corta o a la larga te han apoyado en tu relación conmigo. Tu padre por ejemplo… pasó de ser un ser intransigente con todo aquello relacionado con la homosexualidad y especialmente con “tú” homosexualidad, a comprender que lo importante no es a quien quieras sino la intensidad con la que quieres. El hombre se ha dado cuenta de que nos amamos, que yo te quiero y que tú me quieres, y ha visto que eso es lo único valioso. Bernat ha comprendido que lo esencial está mucho más lejos o escondido de lo que se ve de frente. Él, ha dejado de vislumbrar lo nuestro como algo sucio y vergonzoso para verlo como algo admirable y primordial. Es por todo esto que tu padre sería un gran ejemplo de testigo, porque realmente ha pasado de mirarnos con los ojos de esa ignorante sociedad a mirarnos con los ojos del entendimiento y la comprensión. El señor Tintinyà se ha quedado con el fruto del amor que nos profesamos, dejando de lado lo superficial y banal. Para mi esto no tiene precio.
—Amor. Que bonitas palabras. Casi me saltan las lágrimas.
—¡Vaya!, pretendía que lloraras —dijo Diniz riendo.
—¡Tontoo!… De acuerdo, haré testigo a mi padre.
—Pero también está tu madre. La señora René. Una mujer discreta, elegante y sobretodo una dama que siempre ha sabido estar en su lugar. Me encanta tu madre. Si fuera mujer me pediría ser como ella.
—¿Ah si?, nunca me lo habías dicho.
—Bueno, no es una cosa que se diga a la pareja.
—¿Y por qué no? Es muy halagador.
—Porque me daba un poco de vergüenza que lo supieras. Ahora ya lo sabes. Bueno, a lo que iba. Tu madre, a parte de ser toda una señora, es la persona que te ha criado y te ha mimado dándote todo aquello que te ha hecho falta. Pero recuerda que la señora René se enfrentó al marido que tanto quería para defenderte con un tema que apenas conocía, que le daba mucho respeto y ¿por qué no decirlo? un poco de miedo. Ha sido un ejemplo de persona porque aunque no comprendía el mundo de la homosexualidad si que entendía y mucho de amor. Un amor, el de su matrimonio con Bernat, que llegó a tambalear por un hijo que aparentemente no era normal. Ella no se conformó en no poder asimilar la naturaleza humana, sino que muy a su pesar, fue más allá. Se enfrentó a su esposo por algo que le costaba muchos esfuerzos comprender y que tanto sufrimiento y dolor le estaba produciendo. Cariño, es por eso que creo que tu madre es la mejor testigo para tu enlace. Ella y solo ella se ha dejado la piel para que tú vivieras con total normalidad el momento tan maravilloso que estás a punto de realizar.
—Hoy te has propuesto hacerme llorar ¿verdad? —Dijo Pol que ya estaba llorando.
Diniz abrazó a su novio y lo besó.
—Bueno, entonces, ¿le digo a mi madre para que sea testigo? —Preguntó desconcertado Pol.
—Espera. Ahora quiero hablarte de tus abuelas. Especialmente de tu abuela María.
—No sé por que, pero creo que voy a llorar mucho más. Hoy estás que te sales.
—Tus abuelas. ¿Qué podemos decir que no se haya dicho antes? Ellas han sido un referente muy importante para ti. Tu abuela María luchó como nadie para poder estar con su familia, pero el rechazo por parte de su marido y de su hijo la empujaron a alejarse de los que quería. Aunque nadie duda ya de que la suya fuera una huida forzada, siempre llevó a los suyos en su corazón. Al final se limpió su buen nombre. Pero para mí es quien peor lo pasó y quien más se merece ser testigo. ¿Por qué? Porque sería un bonito acto de reconocimiento a tu abuela homosexual y precursora de romper tabúes. Lo más probable es que si ella no hubiera pasado por todo ese calvario ahora tu vida sería muy distinta. Quizás tu también vivirías un amor en confinamiento, escondido para intentar ser feliz. Gracias a tu abuela María los que te quieren comprendieron que el amor vence a cualquier prejuicio, y eso se lo tienes que agradecer a ella más que nunca —dijo Diniz mientras Pol lloraba como una magdalena.
—Me has convencido. Mi testigo será mi abuela María Valeri —dijo Pol lloroso pero muy contento.
Cuando Nathalia Peixoto colgó el teléfono, ya sabía en aquella húmeda tarde de domingo que Eva René no era testigo de su hijo. Pol le acababa de informar. Su primera opción quedaba libre, pensó la portuguesa. Muy alegre marcó el número de móvil de su amiga Eva.
—¿Si? —Dijo Eva desde el otro lado de la línea.
—Hola —dijo Nat.
—Hola cariño.
—Seré directa. ¿Querrías ser mi testigo de boda?
Eva se quedó callada y después dijo:
—…¿yo?, ¿por qué?
—Si me caso es en gran parte gracias a ti, a tu apoyo. Tu ayuda ha sido crucial para poder recuperar a Paloma.
—No sé que decir.
—Pues dí sí y ya está.
—Pero… ¿y tu familia?, y ¿tus amigos?
—¿Qué les ocurre?
—¿No sería mejor que fueran ellos antes que yo?
—Vaya, veo que no te das por aludida… Tendré que decirlo bien alto y bien claro.
—¿El qué?
—Señora René, no solo eres mi cuñada sino que también eres mi familia y una de mis mejores amigas.
—Gracias —Eva escondía su rubor detrás del auricular.
—No me tienes que dar las gracias. Es lo que siento.
—Tú también significas mucho para mí.
—Entonces, ¿aceptas ser mi testigo?
—Sí, claro.
Unknown que en ese instante estaba debajo de la cama haciendo la autopsia a una hormiga, salió corriendo para felicitar a su dueña. Por fin tenía testigo.
Pol Tintinyà había escogido a su testigo, su abuela María Valeri. Paloma Del Valle lo tenía claro, el suyo sería indudablemente su madre, Teresa Ruano. De muy buena gana María había aceptado ser testigo de su único nieto. Por su lado, Eva estaba más emocionada por las palabras de Nat que por ser testigo en sí. Teresa disimuló su emoción al escuchar por boca de Paloma el ofrecimiento de ser testigo, no vaciló, la abrazó y le dijo un sí rotundo. La madre de Diniz, en Portugal, muy nerviosa pero también muy feliz por ser testigo de esa unión.
CAPÍTULO XXXVII
Chispeaba lluvia, así y todo aquella nublada tarde, Nat sacó a pasear a Unknown. En el parque todos, perros y dueños, observaban a la mascota de Nat con cara de asombro. La portuguesa se sentía un pelín incómoda ya que no entendía exactamente lo que ocurría. Se le acercó una robusta y masculina chica, dueña de una perra Bobtail llamada Algodóndeazúcar, con buenas palabras le preguntó:
—¿Sabías que tu perro anda solo por la calle?
—¿Mi perro? —Exclamó Nat como si aquello no fuera con ella.
—Sí, éste —dijo la chica señalando a Unknown mientras éste la miraba desafiante.
—Te estarás confundiendo con otro animal —dijo Nat alejándose de la chica.
Nathalia decidió salir del recinto del parque ante la atenta mirada de todos los allí presentes. Ya más alejados, Nat le preguntó a su perro:
—¿Hay algo que me tengas que contar?
El inteligente Unknown la miró con cara de angelito y Nat se derritió entre mimos, patas y pelos. La portuguesa se prometió a sí misma vigilar a su perro mucho más de cerca. Ya en casa cenaron. Más tarde cada uno se fue a su cuarto. Estirada en la cama, Nat, leía hasta que le entró una llamada telefónica muy dulce.
—¡Cariño!, ¿qué haces aún despierta? —Preguntó Nat.
—Es que no consigo conciliar el sueño —dijo Paloma.
—¿Qué te ocurre?, ¿es por la boda?
—No. Es que antes de meterme en la cama he visto una peli de miedo.
—Pero amor ¿por qué haces eso si sabes que después no duermes?
—Porque creí que la película no era de esa clase, que era de otro género.
—Y si lo estabas pasando tan mal ¿por qué no la dejaste a la mitad?
—¡No!, no soporto hacer eso.
—Bien, algo que no sabía de ti.
—La verdad es que no me gusta dejar un libro o una película sin terminar.
—¿Aunque sea de miedo?
—Aunque sea de miedo.
—No lo diré.
—¿Qué es lo que no dirás?
—He dicho que no lo diré —Nat empezó a reir.
—Amor, ya lo estás soltando o cuando te vea te declaro una guerra de cosquillas.
—Nooo, eso si que nooo.
—Pues canta.
—De acuerdo… de acuerdo… pero no te enfades ¿eh?
—Nooo. Di.
—Que… eres un poco… rara.
—¿Raraaa?
—Sí. Si no te gusta un libro o una peli no hay ninguna necesidad de seguir pasándolo mal.
—Pero eso no es ser rara. Eso es ser… muy rara… —dijo Paloma.
Las dos chicas reían sin parar. Unknown que estaba sentado cerca de la cama de Nat se levantó. La portuguesa le dijo a su chica:
—Cariño, espera un momento. Quiero ver a donde va Unknown.
El chucho se fue con paso cansino al lavadero, allí tenía su agua. Bebió, bebió y volvió a beber. Nat lo observaba.
—Amor, ¿está ahí? —Preguntó Paloma.
—Sí, sí —respondió Nat.
—¿Dónde ha ido? ¿Está saliendo por la puerta?, ¿cómo lo hace? —Preguntó Paloma muy interesada por las extrañas actitudes del animal.
—No, no. Resulta que tiene sed, está bebiendo agua.
Con el mismo paso cansino, el perro volvió a la habitación, allí se recostó debajo del escritorio de su dueña, y ésta se volvió a estirar en su cama sin quitar ojo a su mascota.
—Cariño, ¿por dónde íbamos? —Preguntó Nat a su chica.
—Íbamos en que me habías llamado rara y yo lo había ratificado.
—Pero ¿sabes algo?
—¿Qué?
—Eres la rara más buenorra de la tierra.
—Sí, claro, ahora no lo intentes arreglar.
—No lo quiero arreglar, es la verdad, estás muy, muy rica. Si tuviera horno te haría con patatas.
—¿No tenéis horno en casa?
—No, ya me tienen a mí.
—¿A ti? —Preguntó Paloma sin comprender.
—Sí, desde que has vuelto a mi vida que siempre estoy caliente por ti… igual que un horno encendido —dijo Nat riéndose y levantándose el camisón hasta el ombligo.
—Exagerada —dijo Paloma riendo también.
—Amor, creo que no eres nada consciente de lo mucho que te quiero pero tampoco de lo mucho que me pones.
—¿Ah si?, ¿te pongo mucho? —Preguntó Paloma haciéndose la tonta.
—Sí cariño, ya lo sabes, lo sabes muy bien.
—Pero exactamente ¿cuánto te pongo? Di un número del uno al diez —dijo pícara Paloma estirada en su cama.
—No soy de números. Soy más de hechos.
—¿De hechos?
—Sí. Como el hecho de que mi mano ahora mismo está… está resbalando hacia abajo… pensando en ti y pensando en… las cosas feas que me podrías hacer ahora —dijo Nat dejándose llevar.
—Pero… hacia abajo… ¿adónde te refieres? —Preguntó Paloma con gran morbo.
—Cariño… parece que hay que decírtelo todo —dijo Nat con voz extremadamente sexy.
—Me gusta que me cuentes todo para ver si así te puedo ayudar —dijo Paloma introduciendo su mano dentro del pijama.
—Cariño, me podrías ayudar de muchas maneras, en muchas cositas, pero ahora mismo necesito imaginarme que estás aquí, acariciándome el cuerpo —Nat masajeaba su entrepierna.
—Amor, no solo te acaricio sino que te lamo tus pechos… primero la aureola… después tus pezones… están dulces, muy dulces —dijo Paloma al tiempo que empezaba a masturbarse.
Nat cerró los ojos y se trasladó a los brazos de su chica.
—Dime, ¿qué me harías si estuviera allí contigo? —Preguntó Nat.
—Hay algo que me encantaría hacer.
—Dime amor ¿qué es?
—Después de lamerte los pezones y habértelos puesto bien duritos…
—Sí, dime, dime —Nat se tocaba los pechos y más concretamente los pezones.
—No se si contártelo…
—¿Por qué? Confía en mí. Guardaré tu secreto —dijo Nat con voz más sexy si cabe.
—Pues… buscaría la manera de que tus erectos pezones frotaran mi clítoris —dijo Paloma excitada.
—Pero cariño…
—¿Qué ocurre? —Preguntó Paloma preocupada.
—Eso es muy, muy…
—¿Muy qué?
—Muy guarro.
—Lo sabía, sabía que no tenía que contártelo.
—Cariño, es muy guarro pero estoy deseando verte para probarlo —la piel de Nat ardía.
—Lo mismo digo. Me encantaría sentir tu pezón dentro de mi… —Paloma empezaba a abrasarse con tan solo el aire que respiraba.
Después de escuchar aquello por boca de su chica, Nat, se introdujo los dedos dentro de la vagina para después sacarlos de nuevo, así hasta que Paloma le dijo:
—Cariño… me voy a correr y lo voy hacer encima de tus duros y provocadores pezones…
Nat, encendida por lo que oía, le contestó a su amante:
—Hazlo. Quiero sentir tu humedad mientras llego al orgasmo.
De esta manera las dos chicas satisficieron sus necesidades. No se vieron las caras, pero escuchar sus voces fue suficiente para que lo más caliente de sus cuerpos saliera en forma de palabra y finalmente en modo de gran desahogo.
—Me ha gustado mucho —dijo Nat con los ojos cerrados y disfrutando del instante.
—El día que quieras lo repetimos —Paloma sentía estar extasiada de placer.
—¿Y por qué no lo repetimos ahora?… Por teléfono tienes un tono de voz realmente sexy —Nat juntó las piernas.
—¿Ah si? Jamás me lo habías dicho.
—Hay muchas cosas que no te he dicho.
—¿Cómo por ejemplo?
—Por ejemplo que… cuando me miras me desarmas.
—Lástima que ahora no te pueda mirar.
—No hace falta. Veo tu mirada cuando cierro los ojos.
Hubo un romántico silencio en la línea del teléfono. Unknown se levantó de nuevo para seguidamente acostarse.
—Te quiero —dijo Paloma a su chica.
—Y yo a ti —respondió Nat.
—Me encantaría estar ahora a tu lado. En esa cama tuya. Sintiendo tu piel y tu respirar —Paloma podía percibir la belleza de su amor.
—Haz como yo, cierra los ojos…
—Ya está.
—¿Puedes ver mis piernas?
—Sería imposible no poderlas ver, me encantan y lo sabes.
—¿Consigues acariciarlas?
—Sí, claro.
—Voy abrirme de piernas. Muy abierta para que tus caricias alcancen su propósito.
Paloma empezó a tocarse de nuevo. Quería masturbarse al tiempo que su novia le narraba sus movimientos.
—Mientras dejo que hagas con mi sexo lo que quieras aprovecho para pasar con suavidad mis dedos por encima de mi vientre… hasta llegar a mis senos, tocarlos muy, muy suavemente y sentir que lo que quieres es introducirte dentro de mí —dijo Nat.
—Te meto los dedos, lo veo —dijo Paloma empezándose a excitar.
—Te noto y siento como entran y salen —dijo Nat.
—Pero lo que realmente quiero es meterte la lengua —dijo Paloma.
—Pues a que esperas —dijo Nat tocándose ahora el clítoris con fruición.
Paloma se estaba masturbando e imaginándose la gran cantidad de placer que le daba a su chica. Por su lado, Nat, dejó de hablar para concentrarse, y poder ver a su chica desnuda encima de ella comiéndole el pulsador del gozo. La auxiliar de veterinaria empezó a mojarse mientras gritaba el nombre de su prometida. Las dos llegaron al orgasmo al unísono pero sobretodo lo alcanzaron enamoradas.
—Cariño, cada día te superas más y más —dijo Paloma.
Nat se rió.
CAPÍTULO XXXVIII
Los días pasaron y con ellos llegó el frío. Los preparativos de la boda seguían su curso, naturalmente acompañados de algún que otro nerviosismo por parte de los novios y novias. Los futuros matrimonios dejaron en manos de Constantí, Rodolfo, Erika y Magda el tema de la despedida de soltero/a.
—Pero ¿cómo vas a traer una chica Stripper? —Preguntó Erika a su novio sentada en el sofá de la sala.
—Pues llamando para que venga —dijo Constantí sentado junto a ella.
—No, tonto, me refiero a que no sé si es buena idea.
—Estoy seguro que a Nat y a Paloma les gustará.
—Porque tú lo digas, claro.
—No, porque lo sé, es algo que gusta a todo el mundo.
—Pero ¿de dónde has sacado que eso gusta a todos? —Dijo Erika molesta.
—Cariño, de verdad, confía en mí.
—Y a Pol y Diniz ¿también crees que les gustará? —Preguntó Erika incómoda con las ideas de su chico.
—No, para ellos había pensado en un Stripper chico.
—¡Ah!, bueno… pues no parece tan mala idea.
—¡Ah!, ahora te gusta más mi plan ¿verdad? —Dijo Constantí.
—Sí, sí, a mí también me parece genial —dijo Rodolfo sentado enfrente.
Magda (sentada a un lado de la mesa) había estado callada hasta en ese momento que dijo a la reñida pareja:
—Creo que si vamos a traer Strippers en casa de Teresa y María tendríamos que preguntar antes a las dueñas.
—Bueno, yo más bien había pensado en alquilar algún local por una noche —dijo Constantí.
—Pero eso nos va a costar una pasta —dijo Rodolfo.
—Sí, es verdad, lo mejor será proponer a María y a Teresa lo de hacer venir Strippers a su casa —dijo Erika.
—De acuerdo, como queráis. ¿Quién las llama? —Dijo Constantí.
—Ya llamo yo. Cobarde —dijo riendo Erika a su chico.
La señorita Friedmann cogió el teléfono, marcó el número y esperó a que alguna de las dos mujeres de Esplumeneit le contestara.
—¿Sí? —Dijo María desde el otro lado de la línea.
—Hola, María, soy Erika.
Erika explicó el plan a la señorita Valeri, ésta, muy gustosa aceptó traer el espectáculo a su casa.
—De todos modos dentro de un rato te llamo, quiero consultarlo con mi mujer.
Teresa no puso impedimento alguno y los chicos empezaron a organizar el evento “despedida de soltero/a”. Parecía fácil pero la cosa se fue complicando cuando llegó el momento de escoger a los/las Strippers ideales. Sentados todos alrededor del ordenador de Erika y a través de unas cuantas webs de “Despedidas de soltero/a”, con sus fotos pertinentes, empezaron a opinar.
—A mí me gusta éste, el bombero —dijo Erika al ver las abdominales del musculado chico.
—Amor, te recuerdo que no te tiene que gustar a ti —dijo Constantí denotando un ligero estado anímico-celoso.
—Querida, pienso que Consti tiene razón. No creo que a Pol y Diniz les agrade el típico bombero o policía. Yo más bien apostaría por algo más original… por ejemplo… éste —dijo Rodolfo con los ojos como platos señalando la foto de un chico con una falda escocesa como único atuendo.
—¿Éste? —Dijo Erika extrañada.
—Sí. Es muy… no sé como definirlo… lo veo realmente… Es igual. ¿Le habéis visto los… los… ojos?
—Sí, en los ojos me estaba fijando yo… —dijo sonriendo Erika y sin pensar en su chico.
Constantí se levantó de la silla y se fue a su cuarto, su novia fue detrás de él.
—Amor, ¿qué te ocurre? Estamos en plan “organización evento”. Todos podemos opinar, no por eso te voy a dejar de querer.
—Pero si no estoy enfadado, solo que me he dado cuenta de que no hago falta para organizar esta despedida.
—¡Pero que dices!, claro que haces falta. ¡Venga va! Volvamos a la sala —Erika cogió a su chico del brazo y juntos regresaron con sus amigos.
Rodolfo muy animado observaba todo tipo de perfectos cuerpos masculinos.
—Entonces ¿con cuál nos quedamos? —Preguntó Magda deseosa de pasar a escoger a la chica Stripper.
—Veamos… ¿quién vota el bombero? —Preguntó Erika.
Solo la señorita Friedmann levantó la mano.
—De acuerdo. ¿Quién vota al escocés?
Solo Rodolfo levantó la mano. Erika preguntó a su chico y a Magda:
—Bueno y vosotros dos ¿se puede saber a quién votáis?
—A mí me da igual. El que escojáis me parecerá bien —dijo Magda.
—¿Y a ti amor?
—Me es indiferente.
—Pues alguien tiene que desempatar.
—De acuerdo, me quedo con el escocés —dijo Magda a fin de que aquello no se alargara todo el día.
—Bien, pues… chico escocés elegido para la despedida de soltero —sentenció Erika.
Constantí enseguida se adelantó a decir:
—Perfecto, pasemos pues a escoger a la chica Stripper.
El catálogo de las chicas era mucho más extenso.
—¿Qué os parece ésta? —Preguntó Erika al ver a una chavala nada exuberante y más bien tirando a fea.
—Nooo —dijeron todos a la vez.
—Pues no está tan mal, tiene dos tetas que es importante.
—Cariño, sino te importa ya elegimos nosotros por ti —dijo Constantí.
—No, de eso nada, yo también quiero participar.
—Mirad ésta —dijo Magda señalando una chica con mucha curva y con tan solo unas botas militares y una gorra tapando sus partes nobles.
—Sí, ésta parece interesante —dijo Rodolfo.
—Interesante no es la palabra adecuada —dijo Constantí sonriendo y observando la instantánea.
—¿Y cuál es la palabra adecuada? —Preguntó Erika a su novio.
—¿Explosiva quizás?
Después de mucho mirar, escogieron a la chica Stripper militar. Constantí acabó con un calentón tremendo. Cuando todos se habían ido le dijo a su novia:
—Cariño, me preguntaba si querrías…
—¿Qué te ocurre?, ¿tanta chica semidesnuda te ha puesto malito?
—No lo podrías haber definido mejor —Constantí abrazó a su pareja por detrás.
—Uy pero si estás ya más que… preparado —dijo Erika sorprendida al notar la dureza de su chico contra su trasero.
—¿Y cuál es el problema? ¿No te gusta?
—Sabes que sí… —Erika se giró para besarlo.
Los fuertes brazos de Constantí levantaron a su partner. Suspendida en el aire la cubrió de húmedos besos que no lograron apagar el fuego de sus pieles quemando las sábanas. La potencia del albañil trasladó a su chica al dormitorio, la recostó en la cama con gran delicadeza y le dijo al oído cuanto la quería mientras la despojaba de su ropa y prendas más íntimas. La indumentaria de él voló, no había tiempo que perder, la procesión de besos no podía parar, tenía que continuar. La recia mano descendió lentamente por un camino de curvas hasta comprobar que su razón de vivir estaba preparada para aquello que tanto ansiaban los dos. La espada entró cruzando la dulce cueva del placer con rítmicos movimientos de cadera. Golosa la alemana quería más y más. Su chico al verla la quiso complacer aumentando la cadencia de sus movimientos pélvicos mientras la agarraba los pechos con osadía, así hasta conseguir explosionar sus ardientes cuerpos en complacencia.