Capítulo II: Presentaciones
Quedaron en el bar del hotel donde se alojaban, un sitio discreto pero agradable donde se podía conversar de cualquier tema durante un par de horas. Mientras esperaba, a Laura le dio tiempo a pensar por qué no se alojaban en la casa de los padres de Elisa, si como le pareció el otro día, era una chica de lo más familiar. «Quizás…», se dijo, y así continuaba con su manía de imaginarse un mundo paralelo a su realidad, «no tenían sitio para ellos». «Seguramente sus padres tenían una casa modesta, con un solo baño y un par de habitaciones. O quizás…», continuó divagando Laura, «a Mark no le parecía correcto, porque era cristiano practicante y no le apetecía ser molestado mientras estuviera intentando hacer más hijos con su mujer. Aunque seguramente ahora lo tuvieran contraindicado». Laura sonrió maliciosamente al pensar esto. «¡En fin! Daba igual por el motivo que fuese, no era de su incumbencia y no iba a gastar tiempo en averiguarlo».
Entonces apareció Elisa dirigiéndose hacia la periodista. Lucía un vestido negro de crepé con cuello en V tan entallado que con él sí que se apreciaba una incipiente tripita. Laura no solo se fijó en eso antes incluso de que llegase hasta ella, sino que además pudo ver que acompañaba perfectamente el conjunto con un bolso y sabrinas a juego con el vestido. Maquillada en tonos rosados y con el pelo lacío balanceándose sobre su nuca, parecía una mujer totalmente distinta.
–¡Qué guapa! –dijo Laura recibiéndola con un par de besos. Era la pura verdad, por eso dolía.
¡Gracias, de verdad! Me quejo porque siempre voy vestida con botas y un chaleco acolchado, como si fuera mi uniforme. Pero cuando tengo que arreglarme, me siento muy ridícula… ni siquiera puedo llevar tacones, no sé andar con ellos. –Ambas rieron. Para Laura los zapatos de tacón eran un signo de distinción en una mujer, para Elisa un invento del diablo–. Y es que esta noche tenemos una gran cena familiar, así que ya voy vestida para la ocasión. De modo que tendremos un poquito más de dos horas, ¿será suficiente? –Elisa hablaba un poco agitada, realmente parecía agobiarse por tanto protocolo de visitas. Miró el reloj por segunda vez y siguió diciendo–: Esto es un poco estresante para los dos, como si estuviéramos de gira o algo así. Y menos mal que ahora Mark se defiende un poco más con el español, al principio sí que era caótico. Como buenos españoles, todos le hablaban a la vez, ¡y yo no daba abasto para traducirle! Gracias a mi madre y sus clases aceleradas, ahora hasta discute con mi padre de fútbol. Tendrías que verlos frente al televisor el otro día…
Laura comprendió entonces: a lo mejor simplemente se alojaban aquí para tener un poco de paz y tranquilidad entre tanto compromiso. Se imaginó que él dormiría mirando hacia la puerta y ella hacia la ventana. Todo de lo más natural. Como siempre, su imaginación calenturienta superaba con creces la aburrida realidad.
¿Y Mark? ¿No se ha animado a venir? –preguntó Laura sin poder ocultar sus esperanzas por volver a ver a su pareja.
A él no le va mucho esto de hablar de sí mismo. Ha salido a correr, está encantado de poder hacerlo a esta hora de la tarde. Creo que es por el clima tan estupendo que tenemos, anima a hacer cualquier cosa menos quedarse encerrado en casa, ¿verdad? Ya sé que es un tópico, pero es totalmente cierto, el sol es lo que más se echa de menos cuando sales de España –le explicó Elisa sin falta de razón.
Laura solo pudo asentir sin conocimiento de causa, y mientras preparaba su grabadora digital, la invitó a tomar algo. Elisa pidió un simple botellín de agua, y sin más testigos que el camarero que les atendía, empezó la entrevista.
¡Bien! Comenzaremos el artículo con un breve currículum de tus experiencias en la mar, para que nuestros lectores sepan quién es Elisabeth Moreno. Hablaremos desde aquel primer viaje a Alaska para pescar salmones hasta tu actual puesto en Oceanic, la ONG de la que ahora eres abanderada. Todo eso como introducción y encabezamiento, pero para nuestra entrevista me gustaría ahondar un poco más en las peculariedades de alguno de tus viajes, ¡seguro que tienes muchas anécdotas que contar! –dijo Laura pensando en realidad en más material para su libro–, así que hablemos de la vida en un barco, ¿es tan duro como parece?
¡Y más! –bromeó Elisa–. Empezaré diciendo que la vida en un barco no es apta para todos los públicos, eso creo que es evidente. En los pesqueros no hay ninguna de las comodidades que puedes disfrutar de un crucero, y cualquier parecido con este es pura casualidad. Hay que pensar que ninguno de los tripulantes del barco que navegan contigo están ahí para servirte, así que tú eres responsable tanto de tu trabajo como de tu tiempo libre. Los camarotes, como habrás podido ver en las fotos, son más bien estrechos y normalmente compartidos. Al igual que los baños. Aunque depende del barco, por ejemplo, en los atuneros más modernos hasta puedes conseguir un cuarto individual con baño y todo. Sin embargo, eso no es lo normal. Solo los capitanes gozan de esos privilegios, que para eso están al mando. En definitiva, creo que sinceramente te tiene que gustar. No es nada cómodo, y no es por una cuestión de género, sino más bien de practicidad. La mar te da libertad, pero también te exige mucho. Si el barco necesita algo, habrá que hacerlo inmediatamente, porque en ese momento es tu prioridad. Porque del barco depende tu vida. Estés haciendo lo que estés haciendo, y aunque no sea tu guardia, cuentas como uno más.
Desde luego me parece una profesión muy vocacional, y el hecho de que eligieras esta vida por una simple foto es bastante anecdótico, ¿no te parece?
Sí, algún día me gustaría encontrarme con la chica de aquella foto para darle las gracias ¡O contarle mis penas! –dijo Elisa sonriendo. Quedaba más que demostrado que era una chica con bastante buen humor. Seguramente, pensaba Laura con envidia, una de las cosas que más le atrajeron a Mark de ella.
Pero supongo que, al no estar en barcos militares, donde a lo mejor la presencia de mujeres puede ser algo más frecuente… en los barcos a los que subes, o mejor dicho subías, posiblemente fueras la única mujer a bordo. ¿No has encontrado trabas en el trabajo, más allá de las típicas incomodidades, por ese mero hecho?
¡Bueno! –a Elisa parecía incomodarle un poco aquella pregunta, así que se tomó algunos segundos de más en responder–, hay que ser francos, no es normal encontrar una mujer en un barco, sobre todo si faena durante varios meses seguidos. Pero las trabas que puedo encontrar yo son las mismas de cualquier mujer que suela trabajar en un lugar donde normalmente solo hay hombres. No hay problemas de convivencia, si eso es lo que me quieres preguntar. Tienes que saber que no vas a poder poner el secador y las cremas en el baño, principalmente porque apenas existe sitio para una toalla. Pero una vez que te adaptas tú al medio, y no el medio a ti, no tiene por qué haber ningún conflicto, ¿entiendes? Solo muy de vez en cuando te puedes encontrar con algún intransigente. Como por ejemplo, cuando yo entré la primera vez al barco de Mark, él se negaba a que me uniese a su tripulación… Pero normalmente los capitanes son mucho más razonables que él, ¡gracias a Dios!
¿Ah, sí? ¿Y cómo fue eso? ¿Cómo se puede pasar de que te prohíban subir a su barco a que se casen contigo? –Laura comprobó que la máquina estuviera grabando, ahora empezaba lo bueno. Sin embargo Elisa hizo una mueca antes de responder:
Se acabaría la batería de tu grabadora antes de terminar de contar esa historia, ¡te lo digo en serio! –Quiso dejar por zanjado el asunto.
¡No, venga! Seguro que tenemos tiempo de sobra. Debe ser una historia muy bonita de contar, ¿A que sí? Como seguramente lo fue ese primer encuentro… ¿fue romántico? –insistió Laura, quizás descubriendo un poco más sus intenciones.
¡No, desde luego que no! –Ambas rieron ante aquella respuesta tan rotunda. Elisa bebió un sorbo de agua y, mirando a un punto indeterminado mientras tragaba, decidió comenzar a hablar un poco más sobre ella misma y esa etapa de su vida–. Nos conocimos hace tres años, yo por aquel entonces ya no era ninguna pardilla, llevaba más de cinco años trabajando en barcos pesqueros: atuneros sobre todo. Haciendo de todo un poco. Era 2013, acababa de entrar en la fundación. Lo recuerdo perfectamente porque por fin iba a trabajar de lo mío, que era lo que tanto deseaban mis padres. Oceanic estaba empezando, y por eso no contábamos todavía con barcos de investigación propios. Así que a través de subvenciones y un centenar de permisos, conseguimos entrar como parte de la tripulación en determinados pesqueros para hacer nuestras primeras investigaciones de campo. Mi trabajo como bióloga era bien sencillo, consistía en analizar muestras de las especies recogidas para evaluar su estado: concentración de metales pesados, anomalías metamórficas, estudio de las nuevas diversidades, número de crías capturadas, tasas de mortalidad… y un larguísimo etcétera, ¡no te quiero aburrir! Pero te diré que estábamos obteniendo un gran éxito con nuestros primeros datos reportados a la central, en Londres ya podían hablar con propiedad a la ONU sobre algunas negligencias que se estaban cometiendo, y gracias a nuestro trabajo estábamos comprobado que afectaban directamente al fondo marino. En definitiva, me sentía muy feliz por trabajar en este proyecto, así que me veía capaz de enfrentarme a cualquier contratiempo, como a un capitán cabezota, por ejemplo. –Elisa frunció el ceño cómicamente al decir esto–. Normalmente firmábamos un convenio donde a cambio de dejarnos utilizar sus instalaciones, obtenían mano de obra. Y como nunca se tiene personal de sobra en un barco, casi siempre era bienvenida… ¡Casi siempre! Hasta que me encontré con Mark. He de decir que iba sobre aviso. La misma mañana en la que iba a zarpar con ellos me sonó el móvil: era Charlotte, la subdirectora. Me llamaba para avisarme de que posiblemente tuviese algunos problemas al conocer a la tripulación, ya que el propio capitán al enterarse de que era una mujer la que venía se había opuesto rotundamente a que subiera a su barco. Entenderás que me cabrease bastante, lo primero que pensé de él era que era un misógino intolerante, ¡lo nuestro desde luego no fue ni mucho menos amor a primera vista! Es cierto que no vivía ajena a un comportamiento machista y detestable como aquel, pero hasta la fecha no habían sido tan evidentes. La subdirectora me recomendó cautela en estos casos, era una veterana, ya había trabajado en otras organizaciones, y tenía mano izquierda para ese tipo de asuntos. Me dijo que aunque pidiera un hombre con insistencia, yo trabajaría en ese barco como que se llamaba Charlotte. Para ella ahora era una cuestión de principios. Al parecer en el contrato no se especificaba en ningún momento el sexo de la persona, aquello sería ridículo, y el capitán del barco no estaba ni mucho menos en situación de ir a los tribunales por un incumplimiento como aquel. En ese momento no entendí a qué se refería, pero confié en ella. Decidí enfrentarme a aquella situación plantándole cara al tipo ese, ¿quién se creía que era? Pero Charlotte volvió a templar mis nervios, me dijo que no hacía falta ponerse en evidencia, que simplemente le mantuviese informada tanto de mis actos como de los suyos. Así podría hacer un seguimiento de la situación, y si hubiese necesidad de denunciarlo, entonces podría hacerlo con los datos suficientes. Y así hice.
–Ante todo –me dijo hablándome muy seriamente–, recuerda que cuentas con nuestro respaldo, ¡no estás sola! ¿De acuerdo? Creo que en su cabeza no paraba de decir: ¡Menuda pareja hemos juntado! Y es que conocía bastante mi mal humor, ya sabes lo que dicen de nosotras: “pequeñitas pero matonas”.
Llegó el mediodía, exactamente a la hora que me habían citado para mi incorporación. Allí estaba yo, frente a un arrastrero de popa congelador de casi 65 metros de eslora de nombre Zanzíbar II. Parecía recién pintado, pero, a decir verdad, no era gran cosa. Ni de lejos el mejor barco donde yo había estado, aunque sí quizás el más limpio.
Cuando subí a bordo no me recibió el capitán, claro está, tampoco lo esperaba. Fue a mi encuentro el segundo de abordo: Guiseppe Smaldore, Peppe para los amigos. Peppe, embajador de la felicidad, me recibió con la mejor de sus sonrisas y un par de fraternales besos. Ese recibimiento me tranquilizó un poco:
Al menos, pensé, ¡no es tan estúpido como su capitán! Si no ya me imaginaba que el viajecito se me iba a hacer muy duro. Tras presentarme, enseguida me preguntó:
Spagnola? –asentí orgullosa, y cuando le dije que chapurreaba algo el italiano, solo le faltó colocarme una tiara de flores por el cuello a modo de bienvenida.
Más tarde me confesaría el muy granuja que nada más presentarnos le vinieron a la mente los dibujos de Heidi. Y lo cierto es que no es el primero que me lo dice, pero lo malo de Peppe es que yo creo que nunca ha dejado de verme así.
Aunque en esos momentos yo no lo sabía, mi querido amigo se había propuesto ser nuestra celestina en su tiempo libre. Antes incluso de llegar ya imaginaba que mi estancia sería un aderezo estupendo para amenizar sus días, pero después de verme y conocerme, apostaba muy alto por mí. Enseguida Peppe se lanzó sin ningún tipo de escrúpulos a preguntarme todo tipo de cosas, parecía una ametralladora: cuántos años tenía, si tenía novio o estaba casada, si tenía hijos, si llevaba mucho tiempo fuera de casa… ¡no se le terminaba el carrete nunca! Yo intentaba contestar lo más rápido posible mientras lo observaba con atención: un poco regordete, aunque bastante ágil y muy fuerte. Seguramente quería dar una buena imagen a pesar de su avanzada edad, por eso peinaba una buena mata de pelo gris hacia atrás, con una mezcla de gomina y agua de mar. Se le veía aseado, olía bien y tenía los zapatos limpios. Así que deduje que antes de pescador había estado en la marina, seguramente desde antes de que yo naciera. No podía evitar ser galante conmigo, abriéndome las puertas y dejándome pasar primero. Según decía llevaba cincuenta años navegando, y bajo su humilde opinión, las mujeres eran la mejor tripulación que existía. Disciplinadas, trabajadoras y hermosas… como verás, como buen italiano, mientras me conducía hacia mi camarote no tardó ni un segundo en piropearme. Pero es que de otro modo no hubiera sido él.
Cuando me enseñó mi habitación me dieron ganas de reír por no llorar. Sabía que el capitán me había tenido que aceptar a la fuerza, y que por tanto, no me iba a dar el mejor camarote, ¡pero aquello era ridículo! Peppe, al ver mi cara de asombro, me confesó que hasta hacía unas horas aquello había sido una especie de despensa auxiliar. Eso explicaba el olor a rancio y madera podrida que se respiraba en el interior de aquel cuartucho. No tenía ventanas, ni mesa, ni sillas, ¡nada! Eran un par de metros cuadrados, los suficientes para encajar un colchón de espuma y poco más. Peppe me indicó dónde podría colgar mi ropa, enseñándome una percha mal atornillada detrás de la puerta… ese era el “poco más” de aquella habitación. Aquello era inhumano, en serio. No era el primer pesquero que pisaba, y sabía muy bien que las condiciones en las que me instalaban no eran ni mucho menos normales.
–El capitán lo acondicionó especialmente para usted, para que no tuviera que compartir camarote, dijo Peppe. Él de verdad se estaba esforzando en defender a su capitán, y sonreía al terminar cada frase, aunque no hubiese ningún motivo para hacerlo.
–Ya veo, ¡qué amable por su parte!
No compartiría camarote, pero, ¿dónde iba a dejar mi ropa? En ese trastero donde me habían metido tampoco había cajones ni armarios. Y si cerraba la puerta esa noche, ¿sería sano respirar aquel aire rancio mientras dormía? ¿Es que pretendían intoxicarme? ¿Y el baño? Con un poco de suerte estaría en el otro extremo del barco.
Salí inmediatamente de aquel zulo nada más dejar mi maleta, aquella habitación provocaba claustrofobia con los dos dentro. El móvil me quemaba en el bolsillo, estaba a punto de llamar a Charlotte y explicárselo todo cuando me di cuenta de qué iba ese juego. Si las condiciones de viaje eran pésimas, a lo mejor sería yo misma la que decidiría no ir con ellos… ¡Pues conmigo se había equivocado!
Después supe que las sorpresas no habían terminado todavía para mí: la sala de máquinas estaba justamente al lado de mi improvisado camarote, con el portón abierto de par en par. Al parecer, según se leía en un cártel, no se podía cerrar por peligro de calentamiento. Así que debería dormir con el ensordecedor ruido de los motores acompañándome todo el viaje, esto prometía a cada segundo. Desde luego, el capitán del Zanzíbar II había pensado en todo para despedirse de mí en el primer día. Así que a cada minuto que pasaba alli tenía más ganas de conocerlo, ¡menudo cretino!
Guiseppe alargó la visita paseándome por la cocina, comedor y camarotes del resto de tripulación. Casi una hora más tarde llegamos al puente de mando. Por el poco personal que había conocido haciendo la visita de rigor, me di cuenta de que mi problema se centraría en el capitán. El resto de hombres que trabajaban para él se mostraron amables y bastante simpáticos al verme, así que me sentía aliviada. Después de todo, sería con ellos con los que estaría la mayor parte del tiempo.
–Nuestro capitán se encuentra en el puente ahora mismo ¿Desea usted conocerlo?, preguntó Peppe, como si tuviese la opción de evitar aquel momento, o quizás eso era lo que él pretendía.
A través de los cristales que rodeaban toda la estancia pude verlo a lo lejos y sentí un escalofrío recorriendo mi cuerpo…
Sí, he de reconocerlo, la primera vez que lo vi me dio miedo. Mi mente ya había empezado a trabajar hacía rato y lo imaginaba como un ogro baboso y miserable, sin embargo, dije sin pensármelo mucho: «¡Estoy deseando conocerle!». Así que entramos juntos, y nada más hacerlo, noté la diferencia de temperatura. Era la primera vez que entraba en un puente con calefacción: ¡el niño cuidaba bien de no resfriarse! No así los que debían entrar y salir de allí, como el pobre Peppe. Así que me hice una idea en seguida de a qué clase de capitán me estaba enfrentando.
Mark estaba al final de la alargada habitación acristalada, con su más de metro noventa alzados frente al horizonte, vestido con unos chinos y mangas de camisa. Me sorprendió ver que era mucho más joven de lo que había imaginado: ¿dónde estaba mi viejo amargado? Aquello me rompió un poco los esquemas, porque no entendía entonces esa mentalidad retrógrada: podía rodearse de la tecnología más puntera para la navegación y, sin embargo, ¿seguía pensando como en el siglo pasado? Yo no sabía nada de él, simplemente lo que veía en ese momento: que era un tío más bien pijo, altísimo y rematadamente gilipollas.
Aunque estaba de pie, Mark escribía en su portátil con muchísima rapidez mientras caminábamos hacia él. Mantenía las piernas algo más separadas de lo normal para llegar al teclado sin problemas, y sin desviar en ningún momento la vista hacía nosotros, sus ojos tan solo se centraban en una pequeña placa electrónica que había junto al ordenador. Estaba terminando de escribir el número de serie cuando Peppe no tuvo más remedio que interrumpirlo:
–Nuestra invitada especial ha llegado, capitán. Se llama Elisabeth Moreno, ¡y es española! Elisa, él es nuestro capitán, Marcus Ryan… perdón, ¡Mark Ryan!
A pesar de las dulces palabras y entonación de Peppe, Mark ni siquiera levantó la vista de la pantalla. El capitán seguía escribiendo y controlando su ira mientras lo hacía. Me di cuenta de eso porque tenía los músculos en tensión y se le marcaba una vena en la parte izquierda de las sienes. ¡Pues si él estaba enfadado, el sentimiento era recíproco! Pensé de inmediato. No obstante, lo que yo no sabía era que aquella reacción no era por mi culpa, sino por Peppe. Mark le tenía prohibidísimo que utilizase su verdadero nombre, y había elegido precisamente aquel instante tan significativo para traicionarle Qué extraño, ¿verdad? Marcus era como le llamaba su madre cuando era pequeño, ¡pero eso yo aún no lo sabía!
Decidí omitir aquel asunto del nombre por el momento para empezar con buen pie nuestra conversación, si lo tenía que llamar de alguna manera sería por su cargo.
–Tengo algunos conocimientos de electrónica, capitán. Puedo ayudar con eso, ver si existe algún problema… -propuse inocentemente. Quería ejemplarizarlo con mi amabilidad y poder demostrar allí mismo que le podía ser más útil de lo que él imaginaba ¡Pero maldito el día en que lo dije! Recuerdo cómo sus labios se alargaron todo lo ancha que era su boca para terminar formando una sonrisa burlona perfecta. Giró su cabeza hacia mí, y haciendo un barrido con la mirada de pies a cabeza, terminó clavando sus ojos en los míos. Buscaba algún síntoma de debilidad por mi parte, pero no fue así. Pude aguantar su desafío hasta el final: a pesar de mi pequeña estatura, de mis apenas cincuenta kilos de peso y aspecto de eterna colegiala, permanecí inalterable, aunque por dentro estaba muerta de miedo. Creo que si él hubiese levantado la mano allí mismo, me hubiese agachado como un perro al que ya han herido más de una vez. No me había encontrado nunca con alguien que pudiera ser tan intimidatorio. En realidad, le encanta hacer de malo de la película, es una pose que tiene muy bien ensayada, así que conmigo estaba disfrutando de veras en ese momento.
Laura recordó su presentación en el auditorio, y comprendió a la perfección de lo que hablaba. Era un tipo con una mirada inquietante, desde luego.
¿En serio? –me preguntó Mark mofándose de mí. Y ya sabes cómo suena eso en inglés: “Reallyyyy?”, y quiso hacer que esa “y” me destrozase los tímpanos–. ¡Oh, qué afortunado soy! ¡Pero si la chica es lista y todo! – Exclamó irónico dirigiendo sus palabras hacia Peppe, como si yo no estuviera delante suya.
Mark estudió ingeniería de telecomunicaciones, además de ser licenciado en náutica y transporte marítimo. Había trabajado más de cinco años para una empresa de tecnología naviera, y desde que se había hecho cargo del barco, ningún técnico salvo él lo había pisado. Aquello que parecía tan obvio, por el exagerado número de cacharros que allí nos rodeaban, no lo consideré al hacer mi ofrecimiento. Así que puedes reírte si quieres, ¡yo lo haría! Fue una de esas ocasiones en las que hubiese estado mejor con la boquita cerrada, ¿pero y yo qué sabía?
–Y dígame, ¿ya se ha instalado, señorita Moreno? ¿Es todo de su agrado? –preguntó Mark con sorna, sin borrar esa sonrisa irónica de sus labios.
–¡Oh sí, por supuesto! Muchas gracias por hacerme un hueco en su más que humilde barco, es muy generoso de su parte, capitán. –respondí perspicaz, y es que jugaba con ventaja. Sabía que no soportaría que hubiese dicho que su barco era “humilde”, peor que hablar mal en público de sus atributos masculinos.
Mark ya iba a escupir fuego por la boca cuando Peppe me sacó enseguida de allí. Si él lo podía evitar, nuestra relación no empezaría discutiendo acaloradamente. Aunque confieso que me quedé con muchas ganas.