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ATERRIZÓ en el Aeropuerto de LaGuardia a las diez y media de la mañana del domingo. Llevaba un pequeño bolso de viaje, por lo que podía coger un autobús. Por dos dólares y poco más de media hora (leyó la información del cártel anunciador), el M60 la llevaría a Manhattan sin problemas.
Cuando abandonaba la terminal para enfilar el pasillo de la derecha, los gritos de unos chicos llamaron su atención. Se volvió a mirar y se quedó maravillada, Denis, Matt y Natsuki estaban allí, moviendo los brazos como locos. Sonrió acercándose a ellos. Quería a aquellos tres. Les había mandado un mensaje antes de salir, pero no se esperaba aquel recibimiento.
Se abrazaron como si hiciera años que no se veían.
—Estás más guapa que antes de irte, si eso es posible. ¿De dónde has sacado este bronceado? -Matt no paraba de tocarle la cara y el sobeteo comenzaba a molestarla.
—Deja de manosearme. Vengo de Arizona, ¿recuerdas? Allí aún hace calor, mucho calor.
Denis se puso a su lado y le pasó un brazo por los hombros.
—Te he echado de menos -se inclinó hacia ella y le dio un pequeño beso en los labios.
Elle lo contempló con cariño, cualquiera que los viera pensaría que eran pareja, pero ambos sabían que no era así.
—Yo también Denis. Os he echado de menos a todos.
La aclaración no pareció afectarle demasiado porque el muchacho le dedicó una gran sonrisa que hizo volverse a varias pasajeras que pasaban junto a ellos. Realmente, su belleza era inquietante, pensó Elle divertida.
—Estábamos dispuestos a ir a por ti -Nat le dio un pequeño empujón en el hombro—. Desde que te has ido, las clases ya no son lo que eran. Aquí, el fenómeno andante -señalaba a Matt- lloriqueaba a todas horas. Y todavía se ponía peor cuando pasábamos cerca de la máquina de batidos. No te lo vas a creer, pero se ha estado bebiendo uno todos los días para seguir probando mezclas por ti.
—Nat, deberías dejar de hablar de mí y contarle las veces que me has dicho que la necesitabas en tu nueva versión de ti misma.
—Son especiales, no cabe duda -le comentó Denis al oído.
—Sí, no lo sabes tú bien, pero los quiero igualmente.
Denis cambió la expresión de su cara al oír aquellas palabras. Tenía que hablar con ella antes de que lo hiciera el importante señor Newman.
Llegaron a los aparcamientos y sin dudarlo en ningún momento, sus amigos le reservaron el asiento del copiloto. Ojalá y aquel muchacho fuera su pareja. Le hubiera gustado estar enamorada de él. Lo miró mientras ponía en marcha aquel majestuoso vehículo y lo encontró más espectacular que nunca.
—Me miras como si me estuvieras diseccionando. ¿En qué estás pensando? -la voz del chico adquirió un tono cauto y desconfiado.
—¡Oh!, no te preocupes, reparaba en lo atractivo que te encuentro -y le sonrió con verdadera ternura.
Denis paró el coche y la devoró con su mirada. No encontró nada que la hubiera hecho cambiar de opinión. Había dicho aquellas palabras sin ninguna intención. Se comportaba con la confianza de una buena hermana. Y ese era el problema, que él no deseaba una relación fraternal precisamente.
—Vaya dos, ¿Habéis pensado que estamos aquí detrás? Lo digo por si pensáis inclinar los asientos -Matt sonreía como siempre que se hacía una gracia.
—Eres un idiota, lo digo por si piensas seguir -le espetó Nat con otra sonrisa.
Elle soltó una carcajada que los dejó a los tres conmocionados y buscó una emisora de radio con la sonrisa aún en los labios.
—De verdad que os echaba de menos chicos, necesitaba oír vuestros comentarios. Sois geniales.
November rain, la canción de Guns N´Roses comenzó a sonar. Los dedos de Elle se movieron sobre su pierna. Le encantaba el piano de esa pieza. Se hizo un repentino silencio dentro del vehículo, y los cuatro comenzaron a tararear la canción como si estuvieran conectados por algo bello y maravilloso. Cuando acabó la melodía aplaudieron y rieron entusiasmados.
—Somos los mejores -señaló Matt.
—Desde luego que sí -murmuró Denis.
—¿Adónde vamos por aquí?
No iban hacia el campus. Eso era evidente, se habían colado la salida.
—Al restaurante, mi madre quiere darte un abrazo -Denis le guiñó el ojo con un gesto tan íntimo que por primera vez Matt se abstuvo de bromear.
—Me encantan los abrazos de tu madre —suspiró Elle satisfecha.
Estacionaron el coche cerca del restaurante. Matt y Natsuki intercambiaron miradas que no pasaron desapercibidas para Elle.
—Soltadlo ya, ¿qué pasa? -miraron de reojo a Denis que en ese momento se alejaba hacia el restaurante.
—Está loco por ti, conoces a su madre, tiene un restaurante en una zona inmejorable, y tú crees que está buenísimo, algo que corroboramos sin ningún género de duda -Matt asentía entusiasmado—. ¿Se puede saber qué haces perdiendo el tiempo y la autoestima con Newman?
Como siempre, Nat no podía ser más clara.
—¿A qué esperáis para entrar? —Denis aguardaba en la puerta del local con gesto impaciente.
Elle aprovechó la interrupción para dejar la pregunta en suspenso. ¿Cómo podía explicar lo maravilloso que era Robert la mayor parte del tiempo?
Una vez dentro del Happiness, los chicos la dejaron sola. Apenas podía ver nada. Se preguntó desconcertada qué estaba pasando. De pronto, la luz se encendió y un montón de personas comenzaron a gritar: ¡Bienvenida Elle! Era un grupo concurrido, encabezado por Denis. Nora estaba junto a su hijo, mirándola con lágrimas en los ojos. Elle no se lo podía creer, algunos de sus compañeros de clase estaban allí. Y lo que le hizo abrir la boca para sonreír tontamente, fue encontrarse frente a las animadoras de la UNA, con una Holly radiante y orgullosa, y ya se sabe... donde hay una animadora hay jugadores. Comenzó a reír con cierto nerviosismo. Era la primera vez que hacían algo así por ella. Cuánto quería a sus amigos.
Denis, Matt y su querida Natsuki la abrazaron entre la algarabía de la concurrencia.
—Como no celebramos el Año Nuevo juntos, pensamos que esto podría resultar -dijo Matt en su oído.
Ella había ayudado en el Happy. Qué le iba a hacer, era una simple trabajadora.
—Gracias chicos, os quiero -los miró agradecida y llorosa. Quizá fuera por lo que sufrieron hasta salvar a Matt o simplemente, porque conectas con determinadas personas, el caso es que en esos momentos su corazón estaba henchido de amor y gratitud. Necesitaba que le mostraran afecto y eso era lo que estaban haciendo.
Después de saludar a todo el mundo, se acercó a Nora que la esperaba con los brazos abiertos.
—Gracias Nora, de corazón -se abrazaron con fuerza. La mujer la besó en la sien -. Es lo más increíble que nadie ha hecho por mí.
—Gracias a ti por el bien que le haces a mi hijo. Te queremos cariño y nos alegra que estés de vuelta. Una vez me dijiste que estabas sola. Quiero que sepas que ya no lo estás. Aquí tienes a tu familia, no lo olvides.
Elle sintió que las lágrimas rodaban libremente por sus mejillas. Una familia. ¿Podía llegar a imaginar aquella maravillosa mujer lo que le estaba ofreciendo?
Alguien le tocó el hombro, se volvió y se encontró con la capitana que la contemplaba con cariño.
—Si llego a saber que ibas a salir corriendo no te habría dejado sola -Holly hablaba con mucha seriedad. Nunca la había visto asumiendo ese rol—. Cuando rompí con Ryu creía que no lo iba a superar. Sin embargo, lo he hecho. Ahora soy más feliz que nunca. Quién lo iba a decir, y había estado ahí todo el tiempo -miró al chico que Elle ya conocía y como si estuvieran enlazados por un hilo invisible, este se acercó y le dirigió una mirada llena de amor y ternura.
Al contemplar a la pareja besarse con mimo, sintió una vez más que la habían estafado. Había disfrutado tan poco del placer de sentirse amada y compenetrada con otra persona... Quizá llevaran todos razón y había depositado sus sueños y esperanzas en las manos equivocadas. Sin embargo, algo dentro de ella se negaba a creerlo.
—Baila conmigo y alegra esa cara.
Denis la arrastró hasta la pequeña pista de baile y junto con sus amigos, saltaron y brincaron hasta que decidieron que ya no podían más.
—Salgamos fuera, quiero hablar contigo -se lo dijo al oído con un tono extraño. Elle creyó percibir cierta preocupación en su voz.
Una vez en la terraza acristalada se sentaron en el sofá. Estaba a rebosar de felicidad, no se podía imaginar mejor recibimiento que aquel. Su mirada se perdió en el horizonte, el agua brillaba con miles de reflejos dorados y el ferry se veía a lo lejos. El cielo estaba azul y el sol lucía tan radiante como ella. Observó con diversión a unas gaviotas despistadas que sobrevolaban por encima del agua. Todo era perfecto.
—Espero que no te enfades conmigo. Tenías el teléfono desconectado y no sabía nada de ti. El viernes fui a ver a tu arquitecto -la miró con miedo. No deseaba que se disgustara con él y tampoco quería ponerla en un aprieto.
—¿Has hablado con Robert? -por un momento no quiso ni imaginar ese encuentro—. Ha debido ser surrealista. Siento lo que te haya podido decir.
Denis la observó alucinado. Esa chica no era de este planeta. No sólo no estaba enfadada con él sino que le pedía disculpas.
—Bueno, después de su gancho, todo fue mejor. ¿Por qué no me lo dijiste? -se tocó la mandíbula con cuidado.
Elle dirigió los ojos hacia su mentón y descubrió estupefacta un moretón violeta y azulado. Pasaba desapercibido por el color tostado de su piel. Cuando adquiriera la tonalidad amarillenta sería majestuoso y mucho más visible.
—No me lo puedo creer, ¿tuvo el valor de pegarte? Ese hombre no está bien -las últimas palabras le salieron como un susurro. Hablaba para ella -. Lo siento Denis, no quería darte falsas esperanzas ni que te sintieras culpable por mis problemas sentimentales. Robert y yo hemos tenido dificultades desde el principio. Te aseguro que si no hubiera sido por una cosa habría sido por otra. Con él nunca se sabe.
—Sólo quería que lo supieras. Realmente, no llegamos a hablar -no iba a continuar. ¿Decirle que el tío no merecía la pena? Con el tiempo se daría cuenta ella sola -. Pretendía que le explicara algo que sólo puedes hacer tú. La verdad es que me preocupa haberte complicado aún más las cosas.
—Tranquilo, intelectualmente no le voy a dar la oportunidad de pillarme desprevenida y sentimentalmente, soy consciente de que lo nuestro ha terminado. A estas alturas, es probable que una Mindy o una Sandy haya ocupado mi lugar.
Denis la observó con detenimiento, parecía tener las ideas claras. Elle le devolvió una mirada abierta y sincera y después le sonrió con una mueca comprensiva.
—No temas, soy ese tipo de persona que sólo necesita que le digan las cosas una vez y Robert Newman ya me ha dicho todo lo que tenía que decirme -su expresión era de absoluta calma. No iba a permitir que le hiciera daño de nuevo.
Se abrazaron en silencio y después se unieron a la fiesta. La espió durante mucho tiempo para comprobar que no le hubiera afectado la conversación y finalmente, tuvo que creer que su querida amiga estaba pasando página. Se la veía contenta y feliz entre sus compañeros; reía, charlaba, bailaba... superaría aquello, se dijo animado.
A las diez abandonaron el local. Se despidieron de los pocos chicos que quedaban y los cuatro salieron a la noche con la mirada algo desenfocada. Estaban roncos de cantar y exhaustos de bailar. Nora los había surtido de innumerables bandejas de comida fría y caliente y se sentían llenos a reventar.
Había sido un día de los que atesoraría toda la vida.
—Te acompañamos a tu residencia. Tu compañera es algo sui generis —reconoció Nat, haciendo hincapié en las palabras—. Puedes encontrarte con el mismo problema, Holly nos lo contó.
—Gracias Nat. Para ser sincera, aún no he coincidido con ella -aunque mejor así, dijo su impertinente voz interior, podría abofetearla por sus excesos.
El Lexus de Denis le recordó su nuevo coche y sonrió encantada.
—Me gusta verte sonreír -Denis hablaba como si no hubiera dos personas más en el interior del vehículo. ¿Se estaba lanzando ahora que sabía que Robert no formaba parte de su vida? -. Cuando lo haces ahuyentas todo lo malo.
La conmovió enormemente.
—Entonces tendré que hacerlo más a menudo.
De pronto se puso muy seria. Se habían parado delante de un semáforo y su amigo le acariciaba la mejilla con ternura.
—Vamos Denis... —le echó una ojeada muy convincente y logró que el chico emitiera un pequeño suspiro.
—Vale, vale, ya me comporto.
Natsuki los miraba sin perder detalle. Era el mejor reality que había contemplado en mucho tiempo. Matt, sin embargo, parecía preocupado. Apreciaba a aquellos dos seres físicamente perfectos y sabía que iban a sufrir. Denis estaba tan colado por Elle que hubiera podido conducir hasta llegar a otro Estado sin darse cuenta, y ella había decidido tratarlo como si fuera su hermano o algo así. Se empeñaba en mantenerlo a corta distancia y no creía que fuera un acierto.
Una vez en la residencia, Elle no daba crédito a lo que veía. Habían cambiado la cerradura de la puerta de entrada. La modernidad se extendía hasta aquel bastión de la tecnología cavernaria. Las llaves pesadas y ruidosas de la residencia habían sido sustituidas por sofisticadas tarjetas. ¡No se lo podía creer! Un cartel informaba que las nuevas llaves podían recogerse en Secretaría.
—Esta Universidad no me quiere -lo dijo consternada—. Hablo en serio, esto debe ser una broma del destino o algo así.
—Se me olvidó decírtelo. Empezaron a sustituirlas el día después de que te fueras -un apurado Matt se tocaba el pelo con brío—. Qué error más tonto, debería haberlo previsto.
—No hay para tanto. Te vienes conmigo -Nat no le dio tiempo a quejarse de su suerte. La enganchó del brazo y bajaron juntas las escaleras—. Denis, ¿puedes llevarnos a mi apartamento, por favor?
Elle se dejó llevar resignada. Estaba aprendiendo a aceptar las cosas como venían, aunque en ese caso, si los dioses, o quienes ejercieran su influencia, querían ponerla nerviosa, lo estaban consiguiendo. Apenas si había traído unos cuantos trapos con ella. ¿Cómo se iba a pertrechar para enfrentarse a Robert al día siguiente?
Llegaban tarde, Nat conducía a la misma velocidad que la abuelita de Piolín. En diez minutos serían las ocho, según su dinámico reloj de pulsera, y para colmo de males, no tenían tiempo de visitar el comedor del señor Kepler. Su estómago rugía de hambre y le dolía la cabeza. Esa noche no había dormido y su tranquilidad había desaparecido junto con su sueño. No estaba preparada para ver a su profesor de Estructuras. Cuando Nat finalmente estacionó, salieron corriendo a toda prisa. La iba a destrozar. Llegarían tarde y la humillaría públicamente. ¿Podría soportarlo?
—Por ahí no. Hoy tenemos visionado de estructuras en el Rollstein -le gritó su amiga cuando la vio en el camino equivocado.
Se tranquilizó de inmediato, estaban delante del edificio. Habían llegado justo a tiempo.
Matt las estaba esperando con dos vasos en las manos. Elle curioseó el suyo, plátano con chocolate, uno de los mejores. Sonrió a su amigo y le dio un beso en la mejilla.
—Gracias, los echaba de menos.
—Venga, faltan menos de cinco minutos. Newman ha llegado hace un rato, está en la sala preparando el ordenador. Malas noticias Nat, ha venido con un ayudante.
—¡No me jodas! Tenemos examen -espetó dirigiéndose a ella.
Elle los observó sin pestañear. Sus amigos estaban descompuestos y ella no sabía qué pensar. Había repasado en el vuelo pero no tenía ni idea de qué iba todo aquello. Otro examen. Definitivamente, alguien ahí arriba no la quería.
Entraron en una pequeña sala rodeada de gradas ascendentes. Habían desplegado una gigantesca pantalla y frente a ella, en una mesa, Robert preparaba el ordenador. Estaba de espaldas por lo que no podía verla. Un chico alto y desgarbado lo estaba ayudando. Tomó asiento junto a sus amigos en medio de las gradas. Algunos compañeros la saludaron y les sonrió para evitar abrir la boca. En esa universidad había hecho amigos, se dijo satisfecha. Los que estuvieron en su fiesta de bienvenida eran bastante más efusivos que el resto, por lo que temió que Robert advirtiera su presencia. Y qué más da, pensó, cuando comience la clase me va a ver de todas formas. Miró a su alrededor, el ayudante cerró las puertas y atenuó la luz, ya no tenía posibilidad de escapar de allí sin armar un espectáculo.
—Buenos días, disponen de dos horas para realizar esta prueba. El profesor Dawson ha sido tan amable de cedernos su tiempo, por tanto hoy no tendrán Instalaciones Hidráulicas. Les voy a mostrar dos construcciones y tendrán que analizar su estructura. Como verán, algo fácil y sencillo de comprender. Les deseo suerte y que mejoren su nota anterior.
Dios mío estaba más atractivo que nunca. Se había cortado el pelo y lo llevaba despeinado, muy aclarado por el sol. Su piel estaba casi tan bronceada como la suya y al quitarse la cazadora negra, se había quedado enfundado en una camisa blanca y vaqueros oscuros. Le pareció más alto aunque también más delgado. No podía apartar los ojos de él. Su musculatura se advertía bajo su ropa y volvió a impactarle lo extraordinariamente fuerte y masculino que le resultaba.
Matt se removió inquieto y Robert enfocó la mirada hacia ellos. En ese momento supo que la había visto por primera vez.
—Dan reparte folios, por favor -su voz no mostró inflexión alguna—. Dejen tres asientos vacíos a su alrededor y comiencen la prueba. Les reitero la suerte.
En la pantalla aparecieron dos imágenes. La primera era un puente de hormigón y la segunda una edificación de cinco plantas.
A Elle le pareció bastante fácil la prueba. Comenzó a dibujar la estructura del puente. Se concentró en lo que estaba haciendo para evitar seguir mirando a su profesor. Sorprendentemente, al cabo de unos minutos se olvidó de dónde estaba y desarrolló toda una teoría sobre el cálculo de la estructura de ese viaducto de hormigón, incluso se permitió disfrutar mientras contestaba la prueba. ¿Cómo se había planteado siquiera la posibilidad de abandonar Arquitectura? Era su vida.
Al cabo de una hora, cansada de la posición que mantenía, alzó la cabeza y se encontró con la mirada de Robert. El profesor no apartó los ojos de ella en ningún momento. Se había sentado en la fila de más abajo, en su diagonal. Estaba tan cerca de ella que podía contar sus pestañas. No quiso pensar en ello. Continuó con la segunda estructura y no se enderezó más que cuando sonó el timbre, anunciando el final del examen.
Seguía en el mismo sitio, y continuaba observándola minuciosamente. Su ayudante comenzó a recoger las pruebas, por lo que se levantó para entregar la suya. Robert fue más rápido, cogió sus folios y les echó un vistazo por encima. Dado el grado de atención al que la estaba sometiendo, esperaba que en esa ocasión no la acusara de copiar.
—Deseo hablar con usted. Espere a que salgan sus compañeros, por favor -vaya, un ruego entre sus palabras. No supo encajarlo muy bien.
Mientras esperaba, seguía observándola como si temiera que fuera a desaparecer. Su pobre corazón estaba acelerado y las sienes le palpitaban con un dolor agudo. En ese momento, recordó la agonía que sufrió en la escalera de la residencia, cuando quiso explicarle sus palabras y él no se lo permitió. Retiró sus ojos. Fue degradante. Sus mejillas se encendieron y se sintió profundamente avergonzada. Él no repetía con putas... sin poder evitarlo, la escena se reprodujo a cámara lenta una y otra vez hasta que se dio cuenta que no quedaba nadie en la sala y que estaba sentado a su lado. Demasiado cerca para su gusto, como siempre.
—Necesito hablar contigo -sus ojos la contemplaban con una angustia dolorosa.
Al parecer ya podían volver a tutearse. Se quedó callado un instante y después observó que bajaba los ojos hasta sus propias manos, ¿le estaban temblando? Robert Newman estaba nervioso. Ese descubrimiento la dejó anonadada. Recordaba claramente a un hombre frío y deshumanizado.
La sensación de intimidad creció alarmantemente cuando sintió su brazo izquierdo detrás de su asiento. Su mano derecha estaba peligrosamente cerca de sus rodillas. No tenía que haberse puesto minifalda, pensó angustiada. Cuando volvió a su rostro fue consciente de que apenas había separación entre ellos. Estaban tan juntos que podía admirar las motitas doradas de sus increíbles ojos que en ese momento eran verdes.
Elle no tenía palabras. Sentía el calor que transmitía el cuerpo del hombre, sus fosas nasales estaban ya impregnadas de su aroma, de esa fragancia sofisticada y suave. Sintió que nada importaba, la seguía amando, sus ojos se lo estaban diciendo. Si se giraba un poquito podía besarlo. Sería maravilloso sentirlo de nuevo en sus labios.
—He tenido tiempo para meditar. Creo que exageramos un poco. Deseo pedirte disculpas por mi comportamiento -hablaba sobre sus labios. Su mano derecha tomó la suya y entrelazó sus dedos. Una espléndida sonrisa de satisfacción apareció en su cara. Creía que acababa de solucionar el problema, como si fuera una simple contrariedad, pensó asombrada. Ese fue el detonante para que recobrara la cordura. Ese hombre la aturdía hasta extremos insospechados.
La ofendió, humilló, despreció... le negó la posibilidad de defenderse que se concede hasta los seres más degenerados. Y ahora, como si no hubiera pasado nada, le pedía disculpas con una sonrisa de las que merecían patentarse.
Retiró sus manos con una seguridad que no sabía que tenía y lo sintió titubear durante una fracción de segundo. Se recuperó enseguida. Lo vio acercarse más a ella y mirarla con impotencia. Todo él desprendía calidez, le recordó una intimidad que había tratado de olvidar con todas sus fuerzas.
—Estoy dispuesto a hacer todo lo posible por comprenderte. Puedes aclararme lo que pasó, estoy preparado y seré tolerante.
Dios mío, ese hombre se comportaba como si estuviera haciendo un gran esfuerzo y se dispusiera a perdonar un desliz por parte de ella. Sus palabras así se lo indicaban...Vamos, que casi le estaba haciendo un favor. Le pareció tan indignante la situación que dejó de estar dolida para pasar a sentirse furiosa.
—Señor... no voy a darle ninguna explicación porque ya no es necesaria. Mi relación con usted se va limitar al ámbito estrictamente académico y laboral. Usted mismo me aclaró que nunca vuelve con la misma... pu... persona.
La cara de Robert se transformó en una máscara imperturbable. Se levantó y le dirigió una sonrisa que haría helarse al mismísimo infierno.
—Y así es señorita Johnson. No se equivoque, jamás habría vuelto con usted. Sólo deseaba aclarar algunos aspectos que nos permitieran mantener un mínimo trato formal, precisamente por esa relación académica y profesional que debemos proseguir. Que tenga un buen día.
Elle sintió que algo se apagaba dentro de ella. Lo había perdido para siempre. Su estómago se contrajo y una sensación de angustia la embargó por completo. Estuvo a punto de echar a correr tras él y pedirle que no dejara de amarla. Se levantó, pero sus piernas se negaron a sostenerla.
Quizá fuera mejor así, como le había dicho a Denis, estaba segura de que entre ellos se había establecido un patrón complicado: si no era por una cosa sería por otra, pero siempre estarían peleados. Con suerte tendrían rachas buenas. Se veía casada y divorciada con él tantas veces como vaivenes tuviera la relación, igual que una de esas actrices famosas. Ese no era el futuro con el que soñaba cuando estaba en el orfanato, un esposo solícito y tierno que la amara con locura, muchos niños pequeños, una casa preciosa, un perro que jugara con esos niños en un enorme jardín, que de tan bonito, nunca lo coloreaba verde sino rosa y millones de amigos. Esos eran sus sueños y no se iba a conformar con menos. Bueno, quizá admitiera un jardín verde, sonrió apenada.
Se levantó convencida de que había hecho lo correcto, pero no ayudaba. No, cuando lo único que deseaba era que la abrazara hasta dejarla sin respiración, ver la televisión sentada en su regazo, compartir una pizza o ir al cine, comentar un libro... Lo ansiaba con tanto fervor que no pudo permanecer de pie, se dejó caer en el asiento y comprendió que lo amaba más que a su vida. ¿Cómo iba a soportar verlo todos los días y fingir que no sentía nada?
Recordó los momentos que habían compartido, y decidió que no había estado tan mal. Incluso, había limpiado su cabello de toda una legión de monstruos. Sonrió desalentada. Tenía que dejarlo ir... podía hacerlo. Había sufrido cosas peores.
Miró a su alrededor asombrada. La sala se estaba llenando de estudiantes y ella seguía allí en medio, absorta en su propio mundo. No se movió, mientras oía a la profesora explicar la tecnología del hormigón armado, sintió que una extraña calma la inundaba pero la indiferencia liberadora no llegó. Dolía, dolía, dolía... lo que era maravilloso y perturbador.
Al acabar aquella extraña hora, decidió visitar al Decano. La habían citado para más tarde pero ya que había decidido no asistir a la siguiente clase, lo intentaría ahora.
El ambiente no estaba muy festivo. En cuanto pisó la habitación, la hicieron pasar con excesiva formalidad. Estaba preocupada, no había necesitado ni presentarse.
Ya conocía el despacho. Era ostentoso y muy moderno. Le llamó la atención un proyecto maquetado que descansaba bajo uno de los amplios ventanales. Era su aeropuerto. No lo recordaba tan magnífico. Sin pensarlo, se acercó a la maqueta y se quedó sin aliento. Realmente era bueno.
—Si no fuera por ese prodigio, estaría de patitas en la calle —el decano Anderson estaba detrás de ella y contemplaba también su obra—. Tuvimos que suspender la cena de entrega, alegamos que estaba enferma con una gripe terrible -la miró con gesto contrariado—. Sólo una fiebre cercana a la temperatura del infierno, puede impedir que alguien no quiera recoger nuestro galardón -le aclaró el hombre enfadado.
—Lo lamento -lo miró a los ojos y fue extraño, desechó su ensayada excusa y resolvió ser sincera—. Decidí dejar la UNA y volver a casa.
El decano le indicó que tomara asiento y después pidió café por el intercomunicador.
—Siéntese -el gesto del hombre había cambiado, parecía más humano.
Elle lo hizo en el sofá. Esperó arrugando el elástico de su jersey. Sabía que merecía que la echaran de allí, sólo que ahora no quería irse. Las cosas de la vida.
—¿Tuvo algo que ver Robert Newman en su decisión? —el tono, el gesto, la expresión... Madre mía, daba miedo contestar la pregunta.
Lo pensó un instante.
—No señor, echaba de menos a mi hermana y a mi casa.
—Sí -respiró el hombre—. Debe ser duro estar a tantos kilómetros de su familia.
Una de las secretarias entró en ese momento y dejó una bandeja en la mesa que tenían delante. Salió sin hacer ruido.
—¿Café? -preguntó solícito.
Era lo último que quería tomar, tenía el estómago vacío y le iba a hacer un agujero, pero no tuvo valor para negarse. Hacía tiempo que había constatado que era una cobarde.
—Sí por favor, con dos cucharadas de azúcar.
Frank Lee Anderson la miró y, por fin, sonrió.
—Es muy joven. ¿Ha decidido ya si va a permanecer en esta Universidad?
Elle no tuvo que pensar demasiado.
—Sí, he vuelto para quedarme -lo dijo muy seria y muy convencida. Se habían acabado las niñerías.
El decano la estudió con interés, debió ser positivo el escrutinio porque mantuvo la sonrisa y cambió de tema. Le preguntó por su Navidad y, después de unos minutos, se despidió con un fuerte apretón de manos.
—Ya le comunicaremos la nueva fecha. Sólo espero que no vuelva a dejarnos plantados -volvió a sonreír—. Ni siquiera por una fiebre que supere la temperatura del averno.
Elle salió del despacho sintiéndose afortunada. Le habían dado una nueva oportunidad, no la desaprovecharía.
Parecía imposible, pero el resto de la mañana transcurrió sin traumas evidentes. Había creído que no volvería a esa Universidad y ahora era consciente de que quería estar allí. Se sentía bien. Como decía Helen, ningún hombre merecía que tirara su futuro por la borda. Estaba segura de que el tiempo curaría esa herida en su corazón. Era joven, estaba en la mejor Facultad del mundo, tenía una hermana maravillosa y buenos amigos. Incluso, tenía dinero... qué más podía pedir.
Su teléfono vibró con la entrada de un mensaje.
Hannah: Hace veinte años este maravilloso planeta recibió el placer de tu visita. Te quiero. Cuídate.
Una pequeña sonrisa adornó sus labios.
Día 15 de enero, se recordó Elle.
A las dos y diez, según su decidido reloj, estaba sorteando obstáculos junto a sus amigos para acceder a la cola del mostrador.
—¿Qué ha pasado con Newman? -Matt no podía esperar más. No habían tenido ni cinco minutos para poder hablar.
—Pues no ha pasado nada. Se ha disculpado y vamos a mantener una relación estrictamente académica -afrontó la mirada de sus amigos con valor.
—¿Estrictamente académica? No te lo crees ni tú. Se ha pasado dos horas mirándote... si había momentos en los que creía que te iba a sacar de clase... Por Dios, relación académica, JA—JA—JA -su amigo se mostraba tan sutil como siempre.
—Es cierto, nos hemos quedado todos flipados. El primero, su ayudante -Nat no solía exagerar—. Si suspendo es por tu culpa. No podía dejar de espiar a Newman. Ese hombre no te perdía de vista mientras tú estabas completamente concentrada. A propósito, ya me contarás cómo consigues esa abstracción, porque yo no hubiera podido escribir ni mi nombre. Deberías quejarte o algo. Dos horas mirándote, me parece muy fuerte.
Interrumpieron la conversación para continuarla después. Llenaron sus bandejas de comida y se dirigieron a su mesa habitual. Al ocupar su asiento, Elle elevó la vista hacia la plataforma, buscándolo, sin ser consciente de que lo hacía. Sus ojos se encontraron como si eso fuera lo normal entre ellos. Apartó la mirada, diciéndose a sí misma que la costumbre tendría que cambiar. No podía mantener esas miraditas con su profesor. Iba a resultar difícil olvidar todo lo que había surgido entre los dos. Había sido su primer amor en toda la extensión de la palabra. El primero en tantas cosas...
No deseaba seguir hablando de Robert Newman. Era demasiado para un solo día. Rezó para que sus amigos lo entendieran y cambió de tema.
—Chicos, tiemblo sólo de pensar lo que me espera tras la puerta de mi habitación -les dijo acordándose de su nueva llave. La había recogido en un descanso.
Matt contempló a Natsuki con una de esas muecas burlonas que le eran tan características.
—No quiero que te sientas obligada a aceptar. Sé que soy irritante y un poco borde...—Natsuki miró a su amigo como si necesitara ayuda—. Mejor lo digo directamente. Me gustaría que te vinieras a vivir conmigo. Lo he hablado con mis padres y están encantados de que la Beca Newman sea mi compañera de piso, aunque no necesitaba su aprobación. Esa casa es de mi propiedad exclusiva, es mía desde que empecé Arquitectura. ¿Qué dices?
—¡Oh Nat! No sé qué decirte. No me gustaría que te sintieras forzada por las circunstancias. Puedo convivir con esa chica con toda seguridad. Lo único que debo hacer es hablar con ella de una vez y empezar a aclarar lo que podemos o no podemos hacer.
—No quiero cargarme tus esquemas mentales, pero después de conocerla no creo que tengas ni una posibilidad de llegar a un entendimiento con ella -Matt hablaba muy serio y cuando daba su opinión había que escucharlo, porque raramente se equivocaba—. Es extravagante y parece conflictiva. Nos abrió en bragas y había varios tíos con ella. No voy a decir nada más. Bueno, sí... Parecía que se lo había montado con todos. Lo siento, es que si no lo digo reviento -miró a Nat para acabar con una sonrisa abierta y simpática.
—Elle, deseo de verdad que vivas conmigo. No me gusta estar sola. Soy borde pero muy sociable -se rió ella sola—. Matt no vive conmigo porque es un chico. Mis padres sufrirían mucho si compartiera mi casa con un hombre, aunque sea homosexual -miró a su amigo al decirlo — y no he llegado a intimar lo suficiente con nadie más, hasta que llegaste tú. Me lo he pasado genial las dos veces que te has quedado conmigo. Y mira lo mona que me dejas, si no parezco una hortera... por favor.
Elle la contempló asombrada. No se esperaba algo tan maravilloso. Su amiga le estaba ofreciendo su hogar, su casa... Podría saltar de alegría. Iba a llorar. De hecho, grandes lagrimones bajaban veloces por sus mejillas.
—Gracias Nat, me gustaría mucho vivir contigo, me pareces una persona borde, pero extraordinaria -trató de sonreír.
—Vale, en estos momentos me estoy planteando un cambio de sexo para irme con vosotras -se levantó y esperó a que ellas hicieran lo mismo. Después se abrazaron sin importarles las miradas del resto de comensales. Incluida la de un atormentado profesor.
Cuando terminó de comer corrió hacia la residencia. Necesitaba cambiarse de ropa para acudir al Estudio. Esa mañana se había puesto una faldita corta de Natsuki y el jersey y la cazadora de Holly que llevaba en su pequeña bolsa. No era el atuendo más adecuado para el trabajo.
Habitación 307. La miró sabiendo que al día siguiente ya no estaría allí y sonrió como si hubiera perdido la cabeza. Traspasó el umbral con miedo. Había llamado con tanta fuerza que le dolía la mano. No debía haber nadie. El cuarto estaba completamente a oscuras, encendió la luz y se dirigió al ventanal. Tenía que abrir para que entrara aire, no se podía respirar. Cuando sus ojos recorrieron aquel espacio, le dio pena ver que su maravillosa habitación se había transformado en un lugar cochambroso. Ni siquiera habían respetado su cama. Corrió al armario para ver su ropa y sólo entonces respiró tranquila. No la habían tocado. Estiró el edredón de su cama y puso encima el traje que había escogido. Pasó al baño para ducharse pero desistió de inmediato. Sólo después de una desinfección a fondo usaría aquel espacio sucio y desordenado. No lo hizo.
Sin perder ni un segundo, sacó sus cuatro maletas y comenzó a llenarlas de ropa. Menos mal que estaba perfectamente doblada. Acabó con los productos de baño. Había tardado más de lo que esperaba. Llamó a una agencia de transportes, cuyo número había encontrado en un tablón de anuncios, y después de asegurarse de que sólo tardarían una hora en llegar, procedió a cambiarse.
Había escogido un bonito traje pantalón azul marino con minúsculas rayitas blancas. Parecía el clásico conjunto, quizá por la tela, pero el patrón era soberbio. Moderno y muy sofisticado. La chaqueta tenía una estructura más complicada que el puente de hormigón de su examen. Le encantaba y le hacía sentirse muy segura. La camisa era de seda, completamente transparente, por lo que llevaba un top blanco muy delicado debajo. Escogió un sujetador visón sin tirantes. Su pelo era otra historia. Esa mañana, con las prisas, lo había dejado secar solo y ahora estaba bastante rizado. Optó por un moño flojo y desenfado que curiosamente, pareció encajar muy bien con el resto. Apenas se maquilló. Estaba muy bronceada y hubiera sido ridículo. Se perfiló ojos y labios y los pintó con disimulo. Escogió unos zapatos de salón negros muy cómodos y comenzó a bajar las maletas.
El taxi la dejó a las seis y veinte en la puerta del Estudio. No miró su estiloso reloj de pulsera. Lo sabía por el taxímetro, que incluía en un alarde técnico, temperatura, humedad, presión y hora. Había llamado a Helen para decirle que se iba a retrasar por la mudanza, pero de todas formas prefería llegar a una hora razonable. Entró como las últimas veces, corriendo y sin jadear. Tras saludar a Wallace, entró en el ascensor radiante. Lo había logrado.
—Gracias, temía perderlo -se dirigió al hombre que había pulsado el botón para impedir que las puertas se cerraran. Su sonrisa era tan preciosa que su interlocutor se quedó mirándola sin saber qué decir.
Robert estaba situado al fondo, recostado contra el espejo y contempló fastidiado la escena. Ella, completamente ajena a la admiración que había despertado entre el sector masculino, mantenía una expresión de felicidad tan intensa que estuvo a punto de zarandearla. ¿Cómo podía mostrarse tan alegre cuando él se estaba muriendo por dentro? Si casi no había ido a trabajar...
—Nicolas Le Sueur -el hombre le tendió la mano, una vez que salió de su arrobamiento—. Planta catorce, negocios y cultura -sonrió en plan de conquista.
Robert sintió que le faltaba el aire. La chaqueta de Elle se había abierto y mostraba uno de los espectáculos más sugerentes que había visto en un ascensor. Su piel morena destacaba entre el satén del ceñido top que mostraba el nacimiento de sus senos. Iba a perder los nervios. Observó algunos codazos entre la concurrencia y la ignorancia auténtica de la mujer que no se había percatado del pequeño tumulto que estaba ocasionando en aquel claustrofóbico espacio.
—Encantada, vengo a saludar a una vieja amiga.
Robert se llevó una grata sorpresa y por primera vez en el día sonrió. Aquella chiquilla era fantástica y mentía estupendamente porque si no supiera por Helen que había retomado su actividad profesional, hasta él la habría creído. Se sintió morir de felicidad, aquella mujer guapa y sexy era suya y como ella misma le dijera, no coqueteaba... Eso le hizo recordar el día que la asaltó en el comedor. No la había tratado bien. Sintió vergüenza y bajó la mirada enojado consigo mismo. Ahora, agradecía que no hubiera notado su presencia.
Elle se bajó en la novena planta. Apenas miró atrás al despedirse, no quería que ese hombre pensara que estaba interesada. Aunque examinándolo desde otra perspectiva, aquel tipo se creería un buen partido para cualquier mujer: atractivo, joven, y arquitecto. Sin duda, ese pensamiento era el que lo animaba a mantener aquella eterna sonrisa de anuncio de pasta de dientes. Algún día llegaría a descubrir qué hacía que unas personas se mostraran tan seguras que hasta su sonrisa era distinta a la del resto del género humano.
Recorrió el pasillo hasta su cubículo. Habían dejado un pequeño ramo sobre su mesa. Lo contempló extasiada. Las flores eran exóticas y delicadas. Salvo dos orquídeas en tono blanco, no reconoció el resto. Incluso había una especie de rosa con las hojas de múltiples colores: fucsia, morado, naranja, verde y amarillo. Aquello era tan sofisticado que habría costado una pequeña fortuna. Quizá se hubieran equivocado y no estaba destinado a ella o simplemente, la afortunada lo había dejado en su mesa porque estaba desocupada. Pensar en esas posibilidades le produjo cierto desencanto, aunque era lo más probable, eso explicaría que no se acompañara de una nota aclaratoria. Lástima.
Lo dejó sobre un archivador y llamó a Helen. Estaba ocupada en ese momento, le dijo Lori, y gracias a Dios, no la pasó con Robert. En breve se reuniría con ella.
Miró su mesa y comprendió que se había comportado como una niña. Estaba repleta de documentos y notas. Algunas hacían referencia a Hugh Farrell, otras a los Barton y para su asombro, dos nuevos trabajos esperaban impacientes. El primero no requería demasiado tiempo, diseñar un salón y la terraza anexa. Se trataba de un edificio de nueva construcción. El resto de la casa ya estaba amueblada. Tendría que adaptar el estilo. El segundo la conquistó en el acto. Remodelar cinco oficinas de un coloso acristalado. Parecía un proyecto muy importante, no llegaba a comprender por qué se lo habían asignado a ella.
Las nuevas perspectivas la sumergieron en una burbujeante sensación de bienestar. Se quitó la chaqueta y comenzó a estudiar con detenimiento todo aquel desbarajuste. Necesitaba clasificar los distintos asuntos y saber cuáles eran más urgentes.
No supo el tiempo que estuvo inmersa en su trabajo. Oyó pequeñas risas a lo lejos y unos pasos acercándose. Helen se despedía de alguien y entraba en su zona de dominio.
—Hola cariño, por fin te vemos. Dame un abrazo.
Elle no dudó ni un segundo en acercarse a ella con los brazos abiertos. En muy poco tiempo había llegado a sentir afecto por aquella mujer.
—Hola Helen, aquí estoy. Prometo recuperar el tiempo perdido -lo dijo algo avergonzada—. Parece que me he comportado como una auténtica cría -señaló el montón de papeles que había sobre su mesa—. No volverá a pasar.
La mujer la observó tan complacida como siempre. Estuvo a punto de decirle que se había comportado como una cría porque eso es lo que era, pero ya se daría cuenta con el paso del tiempo. No se aprende en cabeza ajena, se dijo. Le pareció más hermosa que la última vez que la vio. Estaba absolutamente arrebatadora.
No podía permanecer mucho tiempo enfadada con ella, sobre todo, conociendo al causante de sus problemas, por lo que le sonrió con ternura y confió en que cumpliera con sus obligaciones.
—Estoy segura de que has recuperado la sensatez. No ha sucedido nada que no se pueda remediar con trabajo extra. A fin de cuentas, hablamos de unas semanas. Es sólo que Farrell ha solicitado que realicemos la obra en menos tiempo y nos ha pillado con el pie cambiado. Lo demás es menos apremiante, aunque no nos podemos dormir en los laureles.
—Estoy preparada -le sonrió animada.
—Eso espero, porque en diez minutos se pasará por aquí -el suspiro de su jefa la sobresaltó.
—¿Pasa algo que deba saber?
—Nicole se fue de la lengua y le dijo que nos habías abandonado. Si he de serte sincera, creo que quiere comprobar que sigues en el proyecto. Me da la impresión de que para ese hombre es importante que tú estés presente. No voy a decir nada más, porque sólo son impresiones, pero... quizá deberías tener cuidado, después de una mala relación es fácil caer en otra. No sé porqué te digo todo esto -movió la cabeza en señal de disculpa—. Ese Farrell se parece demasiado al jefe.
—Gracias Helen, te agradezco que te preocupes por mí. Salvo mi hermana, nadie lo había hecho -le dio un beso en la mejilla.
—Calla tonta y sigue con lo que estabas haciendo. Me vas a hacer llorar. Te aviso cuando llegue. ¡Ah! Ponte la chaqueta, estás explosiva sin ella y ese hombre es de carne y hueso -se alejó guiñándole un ojo. Una sonrisilla maliciosa adornaba la cara de la mujer mientras llegaba al ascensor.
Volvió a su pequeño mundo cuando cayó en la cuenta de que no le había preguntado por las flores. Las miró con pena, las habría secado y conservado durante mucho tiempo...
A las siete y media, según su vistoso reloj de pulsera, sonó el teléfono de su escritorio y lo cogió sin pensar demasiado.
—Elle, soy Helen. El señor Farrell ha llegado. Estamos en el despacho de Nicole. Planta tercera.
Se puso la chaqueta a toda prisa y decidió llevar su portátil. No sabía lo que se esperaba de ella en esa reunión. Estaba enfundándolo en su bandolera cuando sintió un carraspeo.
—Por lo que veo, ya no se saluda a los amigos -Derek estaba frente a ella con una de sus sonrisas de infarto—. No sabes cuánto me alegro de verte.
Los ojos del hombre la recorrían con insistencia y su voz sonó algo cortada. Elle volvió a sentirse desconcertada. Cualquiera diría que le gustaba de verdad. Su expresión mostraba una alegría sincera. Parecía un niño malo jugando a ser bueno. Si seguía mirándola de aquella manera lograría ponerla nerviosa.
—Hola Derek, me sentía tan culpable por haber desertado, que lo único que he hecho ha sido intentar ponerme al día. Yo también me alegro de verte.
Entonces y sin previo aviso, se vio estrechada fuertemente entre sus brazos sin que pudiera hacer otra cosa que aferrarse a él para no perder el equilibrio.
De reojo vio a dos secretarias que se habían parado a mirarlos con estupefacción. Su vida seguía igual... Bueno, ahora ya no tenía que dar explicaciones a nadie.
Se alejó cuando recobró la compostura y lo miró sonriendo a su pesar.
—Eres peligroso, después de esto me voy a mantener en cuarentena. A saber la última chica que ha estado en tus brazos -recordó a la modelo de ropa interior que no usaba ropa interior.
—No me hagas daño -su voz apenas fue un susurro y le acarició una mejilla con delicadeza.
Decidió no pensar en lo que acababa de suceder. Aquel hombre la descolocaba.
Corrió hacia el ascensor deseando no haber perdido mucho tiempo. Planta tercera. La recorrió hasta que vio el nombre de Nicole Richardson en una plaquita situada en la pared. Una chica sentada en una mesa exterior se levantó solícita.
—¿Elle Johnson? Soy Mira Sherman, secretaria de Nicole. Encantada de conocerte. Puedes pasar -sin darle tiempo a responder a su saludo, le abrió la puerta y esperó a que entrara para cerrar.
—Vaya, la desaparecida nos honra con su presencia -Nicole no había cambiado. Seguía siendo tan desagradable como la recordaba.
—Yo también estoy encantada de saludarte Nicole -le sonrió como si hubiera recibido un caluroso recibimiento.
Dos hombres se levantaron en ese momento del sofá y uno de ellos salió a su encuentro con expresión radiante. Hugh Farrell la tomó de las manos y le plantó dos besos suaves y sugerentes, acercándose a su cuerpo más de lo que hubiera sido lo correcto. Estaba segura de que le había tendido la mano, pero como la había sostenido entre las suyas sin querer apretársela en señal de saludo... En fin, para qué seguir por ese camino. Nicole la estaba fulminando con la mirada y no necesitaba nuevos problemas.
—Hola Elle, te veo sensacional -Hugh no apartó los ojos de los suyos. Parecía estar diciéndole algo más, pero con buen criterio, permaneció extrañamente callado.
—Gracias señor Farrell -es lo único que le iba a decir con la bruja delante.
Se separó de ella y se dirigió a su acompañante.
—Ven, déjame presentarte a esta joya -Nicole emitió un resoplido que hizo que el desconocido se volviera a mirarla con sorpresa -. Bruce Waylan, Elle Johnson.
Elle le tendió la mano y el hombre sí se la estrechó. Le sonrió al hacerlo, por lo que dedujo que le había leído el pensamiento. Le cayó bien sólo por eso.
—Bruce es uno de mis socios -estaba bien saberlo.
—Encantada señor Waylan -se comportó de forma comedida, allí estaba pasando algo que no lograba adivinar.
—Igualmente Elle. He oído hablar tanto de ti, que es un auténtico placer poner cara a tu nombre, por fin -miró a su amigo sin disimulo. Hugh estaba más serio que de costumbre, apenas sonrió ante sus palabras.
—Pasemos a la mesa.
Nicole se levantó del otro sofá y evitó ponerse junto a la muchacha. Hugh la observó dar un rodeo y pensó que para una mujer como ella, debía ser doloroso tener cerca a una Elle delgada y estilizada, quizá excesivamente, y, de una belleza notable, quizá también excesiva. Para empeorar la situación, la juventud de la chica era más que patente. La arquitecta estaba ya rondando los cuarenta y se la veía desesperada, también de forma excesiva, por cazar un marido. Vestía con un mal gusto evidente y mostraba todo lo que podía envuelto en una especie de armadura que le restaba naturalidad. En ese momento llevaba una chaqueta roja dos tallas más pequeñas de lo que dictaba el buen gusto y una camisa de seda del mismo color, con un gran escote que dejaba al descubierto un canalillo nada sofisticado. La falda era negra, y le llegaba por encima de las rodillas. Era lo único que se salvaba, al igual que sus tacones de aguja, de un bello combinado rojo y negro. Por lo demás, desde su peinado artificial y elaborado, hasta su perfume, pesado y denso, le daban grima. Pero lo que más le preocupaba era lo poco que aquella mujer ocultaba el hecho de que la muchacha no le gustaba. Alguien debería separar el trabajo de aquellas mujeres.
Elle comprendió inmediatamente la importancia de la reunión. Nicole había introducido algunas modificaciones a su diseño que Farrell no aprobaba. Por qué lo había hecho era difícil de entender, sobre todo, teniendo en cuenta que hasta los más mínimos detalles estaban coordinados con el resto del proyecto. ¿Quería impresionar al restaurador por su cuenta? Pues estaba claro que no lo había conseguido.
Después de garantizarle que todo volvería a su estado inicial, abandonaron la mesa y por primera vez, la mujer no corrió al lado de Hugh. Se despidió de ambos hombres con un apretón de manos y a ella le dedicó una extraña mirada, después se dirigió a su mesa y se puso a trabajar.
—Perdonen que no los acompañe, lo hará la becaria, sin duda encantada ¿verdad Elle?
No tenía mucha experiencia, pero el tono utilizado por la mujer no acabó de gustarle.
—Por supuesto -tampoco podía responder otra cosa.
Elle salió del despacho sintiéndose ligeramente preocupada. No podía librarse de la idea de que allí sucedía algo más.
—¿Sabes? Estuve a punto de traerte de vuelta yo mismo. Prometiste no dejarme solo —le recordó Farrell, más cerca de ella de lo que dictaban los cánones sociales.
Elle se alejó del hombre tan rápido como sus tacones se lo permitieron, que no fue mucho. Waylan no perdía detalle y parecía estar divirtiéndose.
—Te espero abajo Hugh, voy a pasar por el Departamento Jurídico -se volvió hacia Elle—. Encantado de haberte conocido. Espero que ayudes a mi amigo a recuperar su estabilidad emocional, te ha nombrado tantas veces esta semana que han debido dolerte los oídos.
Elle lo encontró simpático. Le sonrió sin ninguna precaución, no se sentía amenazada.
—¡Dios mío! ahora lo entiendo todo, si no estuviera casado te lo pondría difícil -se dirigió a Farrell con familiaridad y después la miró a ella—. Hasta pronto Elle —le guiñó un ojo y se marchó con una expresión burlona en la cara.
Hugh la contempló fascinado. Había creído que iba a desaparecer de su vida y la sensación no fue agradable. Le gustaba aquella mujer. No había exagerado al decir que pensó en traerla de vuelta, pero todavía no estaba preparado para preguntarse por qué.
La vio observar a su amigo mientras este se alejaba y no pudo evitar cierta desazón.
—Es el mejor abogado de Nueva York. Su bufete está considerado una de las empresas más lucrativas de todo Manhattan. Bruce es uno de los tres socios fundadores -tomó aliento—. En su defensa debo añadir que, a pesar de ser un picapleitos, es también una de las personas más honradas que conozco —sonrió ante eso.
—Vaya, me caía mejor cuando no sabía a lo que se dedicaba -reconoció Elle con un amago de sonrisa. No esperaba tanta información.
—Estupendo, no me gusta la competencia -aunque ni él lo entendía, respiró más calmado.
Elle no comprendió de inmediato el significado de sus palabras. Lo miró pensativa y su sonrisa juguetona se lo aclaró. No supo qué contestar a sus cumplidos. Era un cliente y, dejando al margen lo bien que le caía, no deseaba embarcarse en otra relación. Ese Farrell era todo un adulador. Aunque en honor a la verdad, su amigo el letrado, era muy atractivo. Algo mayor para ella, pero atractivo.
Hugh la dejó asimilar sus palabras, le maravillaba advertir que esa chica no estaba interesada en él, ni en su persona ni en su dinero. Sin duda, se enfrentaba ante todo un reto y últimamente no tenía muchos.
—Espero que te hayan gustado las flores -sus ojos la estudiaron minuciosamente.
—¡Oh, gracias! son las más extraordinarias que he visto nunca -sonrió sin pensarlo.
Un carrito cargado de archivadores estuvo a punto de atropellarlos. Farrell la agarró del brazo y tiró de ella hacia su pecho. En ese momento, una Helen apurada salía detrás de toda una columna de papeles.
—Lo siento, a veces olvido que puedo hacer esto por partes -suspiró ruidosamente—. He dejado algo sobre tu mesa Elle y ahora debo seguir con mis pequeñas entregas -señaló la pila de carpetas y sonrió con ironía.
Elle sintió que se adentraba en terreno resbaladizo. Continuaba en los brazos de Hugh, aspirando su colonia, la que, por cierto, empezaba a apreciar, y él no hacía ni el más mínimo intento de soltarla. Sus brazos parecían de acero y su barbilla rozaba justo su cabeza. Era demasiado, tenía que apartarse ya.
—Gracias de nuevo, nunca me han regalado flores y estoy encantada. Son de una belleza fuera de lo común.
Con la excusa de las gracias, se alejó de su cuerpo sin muchos aspavientos y lo miró directamente a los ojos. Farrell la contemplaba con el semblante serio y crispado. He aquí otro hombre con su buena dosis de terrores nocturnos, pensó Elle.
—Me alegro de que te hayan gustado -la seguía mirando tan pensativo que Elle empezaba a preocuparse—. Quiero que me acompañes a un ballet, el Bolshoi actúa el sábado en el Lincoln Center. ¿Conoces la obra de Giselle? Eso sí que es belleza fuera de lo común.
Elle se quedó sorprendida por el giro de los acontecimientos. La pasión con la que había hablado del ballet la impresionó. Ese hombre era todo un misterio.
No lo pensó.
—Sí, por favor. Nunca he visto un ballet -lo dijo entusiasmada—. Será un placer y un honor acompañarte.
Hugh se quedó sin habla. La cara de Elle se había iluminado con una sonrisa espectacular. Ni siquiera él estaba preparado para tanta hermosura. Parecía una niña pequeña a punto de aplaudir. El deleite que evidenciaba por la invitación era tan real que se descubrió indefenso. Sintió una punzada de miedo.
—Perfecto. Te llamaré para concretarlo —no podía apartar los ojos de ella—. Debo marcharme. Seguiremos en contacto.
—Por supuesto.
Se despidió de ella con un beso, ignorando por segunda vez su mano tendida.
Elle no supo qué pensar, algo había sucedido, pero, como en tantas ocasiones últimamente, no tenía ni idea.
Volvió a su mesa y cayó en la cuenta de que había olvidado su ordenador en el despacho de Nicole. En el momento en que se disponía a buscarlo, Mira Sherman se acercaba por el pasillo con una sonrisa en la cara.
—Aquí lo tienes.
—Lamento que hayas tenido que traérmelo, se me olvidó por completo -la cara de Elle manifestaba su desconcierto. Desde que lo había comprado, era la primera vez que olvidaba a su fiel compañero.
—No te preocupes, con un hombre así, cualquiera perdería algo más que su portátil -la chica compuso una expresión tan pícara que Elle tuvo que sonreír a la fuerza.
Tomó asiento suspirando. Trabajo, se recordó, tengo que centrarme en el trabajo. Entonces vio un sobre satinado de color plata encima de su mesa. Primero leyó el pósit amarillo que tenía pegado: Elle, el señor Farrell me pidió que te entregara la dedicatoria aparte. Helen.
Bueno, eso explicaba el misterio. La elegancia de la nota la fascinó, aunque le daba algo de apuro leerla: Me gusta que estés de vuelta. Hugh.
Muy a su pesar, sonrió embobada mirando las flores, estaba deseando ver el Lincoln Center en vivo y en directo. Retomó su trabajo con ganas, empezaba a gustarle su vida.
Robert estaba sentado tras su mesa haciendo como que trabajaba, pero lo cierto es que no podía dejar de pensar en cierta alumna.
—¿Interrumpo? -Helen entró con los dossieres que le había pedido.
—No, qué va. ¿Cómo le ha ido a Elle?
Helen lo miró con ternura. Algún día tenía que pasar.
—Pues tan bien como siempre. Tiene a Hugh Farrell encandilado, ya la conoces.
—¿Te refieres a su trabajo o me quieres decir algo más? -indagó mirándola con interés.
—Robert, esa chica acaba de recibir un ramo de flores que cuesta más que la paga de un mes. Opina tú mismo.
—¿Flores? ¿Han salido juntos?
Helen estuvo a punto de echarse a reír. Robert Newman estaba celoso. Ver para creer.
—No que yo sepa, pero... quizá no deba seguir, sabes que no me gustan los cotilleos.
—Vamos Helen, los dos sabemos que no vas a salir de aquí hasta que me cuentes lo que sabes -aumentaba su desagrado por momentos.
—Está bien, pero que quede claro que lo hago porque eres mi jefe -sonrió con descaro—. Mira Sherman, una de las ayudantes de Nicole, estaba contando a las chicas que Farrell ha invitado a Elle al ballet. La semana que viene, Giselle, Lincoln Center. Espero que la información te sirva de algo -seguía sonriendo.
Observó al arquitecto fruncir el ceño con disgusto.
—Ella... ¿ha aceptado?
—Según mis fuentes -arqueó una ceja al decirlo - se la veía más feliz que una perdiz.
La mirada que le dirigió el hombre daba miedo y, si tenía en cuenta que su nómina llevaba su apellido, no podía presionarlo más.
—Perdona, pero repetía palabras textuales -dejó de sonreír y trató de parecer seria—. Sí, mucho me temo que nuestra Elle aceptó encantada la invitación de Farrell.
—Gracias Helen -estaba destrozado.
Robert se acercó a uno de los ventanales mientras su empleada salía de la habitación. Miró hacia el horizonte y vio el naranja del ocaso mezclado con el azul intenso del cielo. Bonitos tonos, ¿de qué color serían las flores de ese dandi? Primero Blancanieves y ahora flores y ballet. ¿La estaba perdiendo? No podía pensarlo siquiera