Simon se tumbó de espaldas.

—Esa es mucha presión. Supongo que para ti fue un alivio ir a la universidad —se interrumpió—. Porque fuiste a la universidad, ¿verdad?

—Sí, a Stanford.

Simon soltó un silbido.

—Estoy impresionado.

Gail se colocó la almohada para poder mirarle a los ojos. Como el sol ya se estaba poniendo y no habían encendido la luz, apenas se veían.

—¿Y tú?

—Estaba demasiado ocupado siendo un chico rebelde como para ir a la universidad.

A Gail no le sorprendió.

—¿Y fuiste a alguna escuela de actores?

—¿Quién necesita ir a una escuela de actores cuando tiene un padre tan famoso como el mío?

Gail creyó advertir un deje de amargura en su voz.

—Supongo que al principio te proporcionaría algunos contactos importantes, pero, por lo que he oído, nunca os habéis llevado demasiado bien —y, desde luego, eso era lo que había parecido cuando Tex se había presentado en su casa—. No puedo imaginarme que se haya esforzado mucho para echarte una mano...

—Siempre hemos tenido una relación de amor-odio. A veces, cuando era pequeño, necesitaba desesperadamente ganarme su amor. Pero se interponían demasiadas cosas en el camino. Mi padre odiaba a mi madre con pasión, a pesar de que lo que había pasado había sido sobre todo culpa suya.

—¿Y por qué la culpaba? No me parece justo.

—Quería que pusiera fin a su embarazo. Cuando se negó, su matrimonio comenzó a complicarse cada vez más. Se enteró la familia de mi madre y después el resto del mundo. Mi padre odiaba quedar mal. Quería que todo el mundo le admirara. Pero por mi culpa, no podía escapar a las consecuencias de sus actos. Pero tampoco te equivoques. A veces decidía comportarse como el padre que en realidad no era, pero no era capaz de mantener esa conducta durante mucho tiempo.

—Recuerdo haberos visto a los dos guardando las distancias en el estreno de Now or Never.

—Eso fue poco después de haberme casado con Bella —y años antes de que hubiera contratado a Gail—. Quería formar parte de la vida de Ty, así que intentaba ser un buen abuelo.

—¿Y eso cambió algo?

Un músculo se tensó en la mandíbula de Simon.

—Tampoco fue capaz de darle continuidad. Si hay algo constante en la vida de Tex O’Neal es, precisamente, su inconstancia.

Aquello no contestaba su pregunta. Desde luego, no le daba ningún detalle en específico. Pero Gail no le presionó. Simon continuó hablando sobre su pasado y sobre la respuesta de su padre a su carrera de actor.

—Creo que en un determinado momento intentó limitar mis opciones, pero ya era demasiado tarde para poder infligir la clase de daño que podría haberme hecho antes. Odia envejecer, que dejen de contar con él. Y tiene la sensación de que yo le he robado todo lo que antes era suyo. Así que ha hecho todo lo posible para quedarse con lo que es mío.

—¿Y eso qué significa?

Simon se quedó pensativo.

—No importa. Él solo... No es el típico padre. Ni el típico abuelo.

—Has llegado mucho más alto que él. Probablemente, eso le molesta. Y Ty es como tu propia extensión.

—Quizá, pero... El caso es que su nombre tuvo suficiente peso como para abrirme algunas puertas. Si mi carrera pudo empezar, fue gracias a la suya.

—Te hubieran cerrado esas puertas en las narices si no tuvieras el aspecto y el talento que tienes —señaló Gail—. Deberías estar orgulloso de ti mismo.

—Orgulloso de mí mismo... —repitió Simon con una risa cargada de desprecio.

Él no lo dijo, pero Gail tenía la impresión de que no había oído aquella frase muy a menudo.

—Sí, has conseguido grandes cosas.

—Tuve suerte. Las cosas me salieron bien.

Gail pensó que despreciaba demasiado su éxito. Desde luego, no era tan vanidoso como muchos, ella incluida, le habían acusado de ser. En realidad... Simon había sido acusado de casi todo de una u otra manera. Gail había llegado a creer que había muchos malentendidos sobre él.

—Creo que la mayor parte de los estadounidenses lo considerarían un eufemismo —se inclinó para rozar con los labios la suave piel de su pecho—. Ojalá las cosas les salieran tan bien a todos esos actores que están muertos de hambre en Los Ángeles.

Simon no hizo ningún comentario. Jugueteó con el pelo de Gail, que caía en cascadas sobre él.

—Supongo que tuviste muchas oportunidades para experimentar con chicos cuando estabas en la universidad.

—¿Volvemos a hablar de mi vida sexual? Caramba, parece que solo tienes una cosa en la cabeza.

Le acarició la cara y le besó. Le encantaba tener tanta confianza con él.

—Solo estoy intentando entender por qué tu vida ha sido como ha sido —respondió.

Gail le miró a los ojos.

—Desde tu punto de vista, ha sido una vida muy aburrida, ¿verdad? Si hubieras estado conmigo, te habrías pasado el día moviendo la rodilla.

—¿Moviendo la rodilla?

—Es lo que haces cuando estás nervioso o aburrido. En cualquier caso, no me pasaba el día acostándome con chicos porque me habían formado para ser una chica prudente y estaba demasiado ocupada con los estudios como para dedicarme a las relaciones sociales. Tenía que sacar sobresaliente en todo para sentirme bien cuando le enviaba las notas a mi padre.

Se habría encogido de hombros si no hubiera sido porque el peso de Simon la presionaba contra el colchón, haciéndolo imposible. Pero su tono de voz tradujo aquel gesto.

—O a lo mejor es solo que no encontré al hombre adecuado. Era bastante vergonzosa. Siempre me ha cohibido un poco el ser pelirroja.

Le sorprendió que no le importara mencionarlo, aunque era algo que normalmente mantenía en secreto. Suponía que era porque no tenía esperanzas o expectativas en lo que a Simon se refería. Como desde el primer momento no había contado con él, no tenía ningún sentido fingir que no padecía de inseguridades. Teniendo en cuenta quién era Simon y el tipo de mujeres del que normalmente se rodeaba, sus defectos debían de ser más que obvios.

Simon se apoyó en un brazo y enrolló un mechón de pelo de Gail en su dedo.

—Me gusta tu color de pelo.

—Sí, claro —le empujó suavemente—. Pero, para tu información, no estaba buscando un cumplido. Además, en este momento no te queda otra opción, tiene que gustarte a la fuerza. Soy mejor que nada, ¿recuerdas?

A Simon no pareció gustarle que le recordara sus palabras.

—Aquel día me moría por beber algo. Y todavía estaba enfadado porque me habías acusado de violación. No pretendía decir lo que dije.

Gail dio una patada a las mantas que cubrían sus pies.

—Claro que sí, pero no pasa nada. Soy como soy.

Con una sonrisa con la que pretendía dejar claro que no le importaba que la encontrara carente de atractivo, dio media vuelta en el colchón y bajó a la alfombra.

—¿Por qué no nos vestimos y vamos a comer algo al Just Like Mom’s? Creo que ha llegado el momento de disfrutar de una verdadera comida.

—Gail...

Estaba demasiado serio. Gail no quería oír lo que tenía que decirle. Solo podía manejar lo que estaba pasando entre ellos si mantenían una relación intrascendente y no se generaba demasiadas expectativas.

—Vamos —se levantó, resistiendo las ganas de ocultar su desnudez—. Ya está bien de hacer el vago.

—De verdad no pretendía decirlo —insistió Simon, pero Gail iba ya de camino al cuarto de baño y fingió no oírlo.

Capítulo 24

Just Like Mom’s tenía las paredes de color violeta, cortinas con volantes y una docena de sillas de respaldo alto alineadas en la entrada. Las mesas situadas alrededor del perímetro del comedor principal eran de vinilo violeta. Las mesas del centro, de madera de roble y estilo rústico, tenían sillas con cojines y respaldos curvos que solo podían haber sido serrados a mano. Simon no había visto nunca un restaurante que le recordara tanto a la casa de su abuela. Aunque tampoco podía decirse que hubiera visitado mucho a su abuela. La abuela Moffit estaba demasiado afectada por las circunstancias de su nacimiento como para perdonar a su madre y, por extensión, a él. Prefería a sus nietas. Pero, en secreto, a Simon siempre le había gustado el hogareño confort de la casa que tenía su abuela en Palm Spring.

—Huele muy bien, ¿verdad? —musitó Gail por encima del sonido de la campanilla que tintineó cuando entraron.

No podía decirse que el local estuviera abarrotado, pero estaba bastante animado para tratarse de un domingo a las ocho de la tarde.

—A carne asada —dijo Simon.

—Mildred Davies hace el mejor pastel de carne y el mejor estofado de carne que te puedas imaginar. Estoy segura de que la carne asada tampoco está mal.

A través de las puertas por las que llegaba aquel olor a comida, Simon vio a una mujer bajita y regordeta de pelo blanco dirigiendo la cocina.

—¿Esa es Mildred Davies, la cocinera?

—Cocinera y propietaria del restaurante —contestó Gail—. Como puedes ver, está bien entrada en años, pero continúa en pie. De postre tienes que probar su tarta de zanahorias. Está deliciosa.

—A lo mejor empiezo por la tarta.

De alguna manera, se sentía más joven, más inocente y, desde luego, mucho más satisfecho que el hombre que había sido en Los Ángeles. Y, o bien los paparazzi todavía no habían conseguido encontrarle, o no estaban dispuestos a hacer un viaje tan largo para ver si tenían la suerte de descubrir algún detalle sobre su vida privada. No había tenido noticias de Bella desde hacía veinticuatro horas. Y tenía menos ganas de beber alcohol que en ningún otro momento desde que lo había dejado. Y, lo mejor de todo, desde el primer incidente que había desencadenado todo aquel lío, tenía más confianza que nunca en que sería capaz de hacer todo lo necesario para recuperar a Ty.

Hasta que no pensó en la visita de su padre del día anterior y en la posibilidad de encontrárselo en Whiskey Creek, no volvió a sentir el peso de la inquietud y el enfado. Su padre tenía la virtud de aparecer cada vez que estaba a punto de recuperarse.

Pero no iba a dejar que Tex le provocara. Que le denunciara, si era eso lo que quería. Pagaría con gusto cualquier indemnización para compensar las pérdidas que podía causarles a los productores de Hellion, pero no permitiría que su padre volviera a arruinarle la vida. Todavía no estaba preparado para volver a un mundo que había estado a punto de enloquecerle. Ty era el precio. Ty, no otra película u otros quince millones de dólares.

En cuanto ganara la custodia, aunque fuera parcial, llevaría a Ty a Whiskey Creek. Podían pasar allí los veranos, disfrutando de la amistad de Gail cuando volviera a su pueblo, o quizá de la amistad de algunas de las personas a las que había conocido en la cafetería. Ty y él tendrían así oportunidad de olvidar la opulencia y los excesos asociados a su carrera. Podrían jugar al béisbol, comer en aquel restaurante sencillo y casero, ir a ver la antigua fuente de soda del final de la calle, pasear por la montaña...

Simon quería darle la mano a Gail, comunicarle su gratitud por lo que había hecho. A pesar de su escepticismo inicial, la entrada de Gail en su vida había supuesto una gran diferencia. Pero desde que habían salido de casa, parecía tener mucho cuidado de no acercarse a él, algo que le parecía bastante extraño, considerando todo lo ocurrido. Al principio pensaba que eran solo imaginaciones suyas. Pero a medida que iban pasando los minutos sin que hubiera entre ellos ningún contacto físico, más convencido estaba de que Gail lo hacía a propósito. Estaba decidida a no esperar que él se comportara como si fuera su novio.

Simon agradecía que no estuviera todo el tiempo pegada a él. Su relación en aquel momento era la que él había pedido desde el principio. Había conseguido lo que quería, pero, aun así, le molestaba aquel distanciamiento. Consideraba que Gail estaba demasiado pendiente de asegurarse de que no hubiera ningún lazo sentimental entre ellos. ¿Por qué no podían relajarse y hacer y decir lo que les apeteciera?

Estuvo a punto de abordar el tema. No estaba preparado para que Gail levantara de nuevo sus defensas. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que se había sentido tan cerca de alguien y no estaba dispuesto a perderla tan pronto.

Pero la mujer que los atendió, una mujer de mediana edad con un uniforme de color violeta y una tarjeta que decía que se llamaba Tilly, se acercó antes de que hubiera podido decir nada. Cuando le reconoció, le miró asombrada, pero rápidamente se aclaró la garganta y se dirigió a Gail.

—¿Dos para cenar?-preguntó con la voz grave de una fumadora.

Gail parecía divertida por la reacción de Tilly a su presencia. También él lo estaba. Fiel a las maneras de Whiskey Creek, la camarera no había mostrado su admiración, ni le había pedido un autógrafo, pero era evidente que estaba nerviosa.

—Hola, Tilly —la saludó Gail.

—Me alegro de que hayas vuelto —respondió la camarera.

—Me encanta volver a casa. Una mesa para dos, por favor.

Tilly se llevó una mano al corazón, como si le latiera demasiado rápido, y alzó la mirada hacia Simon, pero la desvió en cuanto este la miró a los ojos.

—Por aquí.

Agarró dos cartas, pero una se le resbaló. Cuando Simon la atrapó antes de que hubiera caído al suelo y se la devolvió, musitó:

—¡Oh, Dios mío! No me lo puedo creer.

Gail le dirigió a Simon una sonrisa cómplice mientras Tilly avanzaba ante ellos, pero alguien los saludó antes de que hubieran llegado a su mesa.

—¡Gail!

Simon se volvió al mismo tiempo que Gail y vio a Callie, la amiga que había dejado claro que no le gustaba que él formara parte de la vida de Gail, sentada a la mesa con Matt.

Gail no estaba segura de cómo reaccionar. Simon no querría sentarse con Matt o con Callie, pero Callie era una de sus mejores amigas. Por otra parte, nada de lo que había pasado entre ella y Matt impedía que también pudieran tener una relación normal. Al fin y al cabo, nunca habían sido pareja.

Aun así, le resultó violento permanecer de pie hablando con ellos, y más todavía cuando Callie insistió en que compartieran su mesa.

—¿Estás segura? —preguntó Gail—. Quiero decir... ¿no habéis pedido ya?

—No, todavía no. Hemos llegado poco antes que vosotros.

Por su forma de decirlo, Gail sospechaba que podría ser una prueba para ver cómo reaccionaba al estar con Simon.

Gail no quería que Callie pensara que al haberse casado con Simon era menos receptiva a las necesidades de sus amigos.

—En ese caso... —estuvo a punto de dirigirle a Simon una sonrisa de disculpa, pero sabía que Callie y Matt la verían también y la reconocerían como lo que era.

Así que no le miró.

Le devolvió a Callie la sonrisa mientras aceptaba y aunque Callie se corrió para hacerle sitio, ella se sentó al lado de Matt. Como Simon todavía tenía la mano vendada, comía con la mano izquierda. Y Matt era tan grande que no podía imaginar cómo iba a poder sentarse otro hombre a su lado.

—¿Habías venido a cenar aquí desde que has vuelto?

Gail sentía la mirada de Simon fija en ella mientras se dirigía a Matt.

El ceño que había oscurecido el rostro de Matt al ver acercarse a Simon, se había borrado, como si creyera haber ganado una pequeña batalla cuando se había sentado a su lado.

—Una vez, y pienso venir tanto como pueda hasta que me vaya.

Gail tomó la carta que Tilly le tendía.

—¿Y cuándo será eso?

—Cuando sea capaz de correr sin que me duela la rodilla.

—Es terrible lo que te ha pasado en la rodilla. ¿Cómo va la fisioterapia?

—Muy bien, y por lo menos puedo estar aquí mientras la hago.

Tilly le entregó a Simon la carta mientras Gail preguntaba:

—¿Con quién estás trabajando? ¿Con Curtis?

—Sí.

Curtis Viglione era uno de los mejores fisioterapeutas del país. Atendía a un gran número de atletas profesionales. Después de haberse labrado una gran reputación y haber conseguido numerosos clientes en la zona de la Bahía de San Francisco, se había mudado a Whiskey Creek tres años atrás, Gail no recordaba cuándo exactamente. En aquel momento, eran los deportistas los que acudían a su centro de última generación, construido en las montañas, a un kilómetro y medio del pueblo.

—Por lo que he oído decir, hace milagros. Parece que estás en muy buenas manos.

Matt asintió, pero desviaba los ojos hacia Simon, que le estaba fulminando con la mirada. Gail no comprendía que a Simon pudiera molestarle aquella pequeña rivalidad. No tenía sentido mostrarse posesivo o celoso cuando, en realidad, no la quería. Pero imaginaba que era otra faceta de su actuación.

Sin embargo, le hacía sentirse incómoda. Quería que a sus amigos les cayera bien, aunque no alcanzaba a comprender exactamente por qué. A lo mejor solo era porque no quería que pensaran que era una estúpida por haberse casado con él. Se aclaró la garganta para llamar la atención de Simon.

—¿Qué te apetece? —le preguntó.

Pero Simon no tuvo oportunidad de contestar. Tilly estaba junto a la mesa, esperando para recitar las especialidades del día. Recitó a toda prisa los platos del día, chile casero y pan de maíz por ocho con noventa y nueve dólares y ternera Stroganoff con crema agria por doce dólares noventa y nueve. Después, anunció que Luanne les atendería y cuando no se lo ocurrió nada más que añadir, por fin se fue.

Por el rabillo del ojo, Gail podía ver a Tilly susurrándole algo a las dos camareras que estaban junto a la máquina del café. No dejaban de mirar a Simon, sin duda alguna emocionadas por tenerle tan cerca. Pero Gail estaba demasiado concentrada en intentar entablar una conversación como para prestarles atención.

—¿Cómo van las cosas por el estudio, Callie? —preguntó.

—La verdad es que estoy muy ocupada. He estado haciendo muchas fotos de familia. Y unas cuantas bodas.

—¿Eres fotógrafa? —preguntó Simon.

—Sí —Callie le dirigió una falsa sonrisa—. Me habría encantado poderos fotografiar a Gail y a ti en vuestra boda, pero claro, no tuvisteis una auténtica boda.

Gail saltó antes de que Simon pudiera responder.

—Queríamos que fuera una boda sencilla.

—Y desde luego, lo conseguisteis —respondió Callie—. No hay nada más sencillo que unas cuantas promesas y un «sí quiero».

Luanne apareció para llevarles el agua a Gail y a Simon. Callie y Matt ya tenían allí sus botellas. Les dijo que volvería al cabo de unos minutos para tomar nota, pero antes de que hubiera podido marcharse, Gail insistió en que ya sabían lo que querían. Ni siquiera habían mirado realmente la carta, pero quería que aquella cena acabara lo antes posible.

Se quedaron todos en silencio mientras repasaban rápidamente los platos. Después, Gail pidió el pastel de carne. Simon la carne estofada y Callie y Matt optaron por el chile. Después de que Luanne se marchara, fue Matt el que habló.

—¿Qué tal la vida de casados?

Simon le dirigió una sonrisa que, a juicio de Gail, fue de fingida satisfacción.

—La segunda vez es la mejor.

—Es una pena que no haya sido ese el caso de tu padre. ¿Cuántas veces se ha casado, por cierto?

Gail esbozó una mueca de dolor ante el rumbo que estaba tomando la conversación. No estaba segura de qué podía saber Matt, pero el hecho de que Tex estuviera en el pueblo, de alguna manera, empeoraba la situación.

—No llevo la cuenta —respondió Simon.

—¿Y pensáis tener hijos? —quiso saber Callie.

¿Estaban sus amigos intentando poner a Simon en una situación embarazosa? Por si acaso fuera así, Gail contestó:

—Probablemente, no.

Quería zanjar la conversación sobre el tema contestando con determinación. Pero seguramente había parecido demasiado conforme con el hecho de no tener hijos. Inmediatamente supo que a Callie no le había gustado la respuesta.

—¿Por qué no? —preguntó su amiga.

—Simon ya tiene un hijo —contestó Gail rápidamente, pero eso no ayudó.

—¿Y? —Callie dejó el vaso de agua tan rápidamente en la mesa que se desbordó—. ¿Y tú? Tú siempre has querido tener hijos.

Gail bajó la voz.

—No intentes defenderme, Callie. Soy feliz tal y como estoy. Además, es posible que tengamos hijos algún día. Lo único que estamos diciendo es que no hemos pensado en tener hijos de manera inmediata, ¿de acuerdo?

Callie miró a Simon con el ceño fruncido.

—Que tú hayas tenido un hijo no quiere decir que no tengas que pensar en ella.

En vez de enfadarse, como Gail esperaba, Simon valoró la preocupación de Callie.

—Por supuesto, tienes razón.

Aquella respuesta pareció aplacar el enfado de Callie.

—Es una de mis mejores amigas, ¿sabes? La quiero y quiero que sea feliz.

—Yo también —respondió Simon, y sonó tan sincero que Gail estuvo a punto de aplaudir.

—Genial —Gail secó con la servilleta el agua que Callie había derramado—. Los dos me queréis, así que no podría estar en mejores manos. Ahora, a lo mejor podéis intentar llevaros bien, porque os aseguro que eso es lo que más feliz me haría.

Callie bajó las comisuras de los labios con un gesto de mal humor.

—Ya estamos casados, Callie —Gail se inclinó sobre la mesa y le apretó la mano—. Sé que estás enfadada porque no seguí tu consejo, pero... eso ya tenemos que superarlo. ¿No podemos intentar olvidarlo a partir de ahora?

Callie suspiró.

—Lo único que pasa es que tengo miedo de que tu felicidad no dure.

Si ella supiera...

—¿Y por eso vas a intentar arruinarla?

—No.

—Los matrimonios de Hollywood pocas veces tienen éxito —respondió Matt, pero no estaba claro si estaba buscando una respuesta o, simplemente, declarando un hecho.

Fuera lo que fuera lo que pretendía, Gail le advirtió a Simon con una mirada que no pusiera a Matt en su lugar. Simon podía haber hecho algún comentario sobre el mundo del deporte profesional, ¿pero qué sentido tenía? Matt tenía razón. Los matrimonios de Hollywood rara vez duraban. Y el suyo sería otro ejemplo perfecto.

—Muy bien. Todo el mundo ha aireado sus quejas y ha expresado sus preocupaciones. ¿Ahora podemos disfrutar de la cena sin que me arrepienta de haberle pedido a mi marido que se siente con vosotros?

Callie y Matt asintieron a regañadientes, pero no tardaron mucho en disfrutar de la velada. Cuando Simon comenzó a contar anécdotas sobre los insólitos lugares en los que se habían rodado algunas películas y los trucos que había tenido que emplear para trabajar sin doble, Matt olvidó toda su animosidad. Muy pronto estuvo tan absorto en la conversación que hablaba y reía como si Simon jamás hubiera sido su rival.

Cuando Simon se levantó para ir al cuarto de baño, Gail esperaba que Callie aprovechara para decirle otra vez que había hecho una locura al casarse con él. Pero no lo hizo.

—Puede ser encantador —admitió en cambio.

Simon había hecho cuanto había estado en su mano para ganárselos, y lo había conseguido fácilmente. Les había hecho reír, soltar exclamaciones de asombro, formular preguntas y, en general, estar pendientes de todas y cada una de sus palabras. Cuando Matt comenzó a mostrarse más interesado en llegar a ser amigo de Simon que en lamentarse por haberla perdido, Gail comprendió que su reacción ante su repentino matrimonio no había sido de verdadero arrepentimiento. Si no se equivocaba, lo que le había disgustado era que la chica que pensaba que siempre estaría esperándole había decidido dar un paso y para colmo, no se había conformado con alguien menos famoso, menos atractivo y menos carismático que él. Había reaccionado al golpe que su abandono había supuesto para su ego más que a ninguna otra cosa. Lo cual significaba que ni siquiera cuando se divorciara de Simon, habría un futuro para Matt y ella.

Después de todos aquellos años durante los que se había creído enamorada de él, resultaba un poco deprimente. Pero ella también había aprendido algo sobre sus sentimientos hacia Matt. Si realmente hubiera estado enamorada de él, no habría deseado a Simon como le había deseado. Matt le había permitido soñar, había sido alguien en quien pensar cuando trabajaba tanto que le resultaba imposible tener una cita.

—Sí, es muy divertido —contestó, y también ella se levantó para ir al cuarto de baño.

No quería que sus amigos la sometieran a un interrogatorio sobre Simon, o que hicieran preguntas malintencionadas en su ausencia. En aquel momento, tenía demasiados sentimientos en conflicto. No quería reconocer que lo que sentía por Simon era mucho más intenso que lo que había sentido por Matt. Que le hacía temer que no iba a poder olvidarle fácilmente cuando llegara el momento de la separación.

Simon acababa de salir del cuarto de baño cuando Gail llegó a la puerta del suyo.

—Has hecho un buen trabajo —musitó—. Ahora mismo te adoran.

—Pero lo más importante, ¿están convencidos de que te quiero?

—¡Completamente! Se han tragado por completo que me adoras.

La sonrisa de Simon desapareció.

—Pero tú no.

—Me lo habría creído si no te conociera. ¡Eres un actor increíble!

Simon la agarró entonces del brazo.

—Que sea actor, no significa que siempre esté actuando, Gail.

Gail desvió la mirada y puso la mano en la puerta.

—Pero, desde luego, te viene muy bien saber hacerlo cuando lo necesitas —respondió.

Capítulo 25

Llegó por sorpresa en medio de la noche. Simon estaba tumbado al lado de Gail y de pronto les despertó el sonido de un movimiento, una luz intensa y una serie de fogonazos desde fuera de la ventana.

¡Cámaras! Simon comprendió lo que había pasado en cuanto abrió los ojos. Sabía que quedarse en una casa vacía y sin cortinas les hacía vulnerables. Pero habían estado tan bien desde que estaban en Whiskey Creek que había preferido mostrarse complaciente.

—¿Qué está pasando? —preguntó Gail confundida.

Simon se tumbó sobre ella para protegerla.

—Paparazzi.

Afortunadamente, los dos estaban vestidos. Después de llegar del restaurante, habían estado viendo la televisión y al final se habían quedado dormidos. Simon había querido desnudar a Gail, quería sentir su piel contra la suya mientras dormían. Pero las cosas habían cambiado después de aquella salida. Lo que Gail le había dicho cuando habían estado hablando fuera del cuarto de baño le había hecho retraerse y darse cuenta de que Gail había interpretado su comentario sobre que jamás volvería a enamorarse como si le hubiera dicho que jamás sería capaz de sentir cariño o preocuparse por ella.

—Nos han encontrado —le dijo, y la lanzó hacia el pasillo.

Gail se abrazó a sí misma. Hacía mucho frío sin las mantas.

—¿Pero cómo?

—No lo sé. Supongo que alguien de Whiskey Creek debe de haber filtrado la información.

—O Ian. Fue él el que le dijo a tu padre dónde estabas.

—Mi padre es diferente. Es posible que no esté trabajando mucho últimamente porque no hay demasiados papeles buenos para hombres de su edad. Pero sigue siendo un hombre influyente en Hollywood.

—Me lo imaginaba.

Simon la estrechó contra él para darle calor.

—Estoy seguro de que Ian pensó que no podía negarse. Pero... —de pronto, se le ocurrió algo evidente—. ¡Ya está! ¡Te apuesto lo que quieras a que ha sido cosa de mi padre!

—¿Pero por qué va a decirles él a los paparazzi dónde pueden encontrarte?

—No quiere que este pueblo sea una vía de escape. Quiere sacarme de aquí. Quiere que vuelva a mi casa para así poder obligarme a hacer esa maldita película.

—Menudo padre.

Acudieron a la mente de Simon las imágenes que revelaban lo egoísta y canalla que era, pero las apartó. Le ayudó a borrarlas el hecho de que Gail se estuviera estrechando contra él como si ya no se opusiera a que la abrazara. De alguna manera, eso le ayudaba a sentirse mejor, a convencerse de que no había perdido todo lo ganado hasta entonces.

—Si tú supieras...

—¿Qué se supone que significa eso?

—Nada.

No había querido contarle a nadie lo que había pasado y no iba a romper aquel silencio.

—¿Entonces qué hacemos? —preguntó—. Podríamos llevar el colchón al dormitorio, pero el dormitorio también tiene ventanas. Y no tenemos ni clavos ni martillo para cubrirlas con una manta.

—Quédate aquí. Yo me encargaré de todo.

Gail le agarró la mano.

—¡No puedes salir ahora! Estás enfadado y a la defensiva. ¿Y si terminas provocando una pelea?

—Quienquiera que esté ahí se merece tener mi puño plantado en la cara.

—¡No! —tiró de él—. Lo único que conseguirías sería volver a lesionarte la mano. Y no podemos arriesgarnos a montar una escena. No pueden publicar más fotografías tuyas perdiendo los nervios.

Simon sentía que debería tener derecho a defenderse y a defender a su esposa y eso hacía que le resultara difícil atender a razones. Pero había ignorado los consejos de Gail demasiadas veces cuando trabajaba para él.

—Y tú sugieres...

—Llamaremos a la policía y dejaremos que sean ellos los que se encarguen de todo.

Se oyeron pasos en el porche. Estaban rodeando la casa, probablemente buscando otra forma de localizarlos.

—Tengo el teléfono cargándose en la cocina —le dijo Gail.

—El mío está en el cuarto de estar. Iré a por él.

—Espera.

—¿Por qué?

—A lo mejor podemos aprovechar esta oportunidad.

Gail siempre estaba pensando.

—Gail, quienquiera que esté ahí fuera está invadiendo nuestra intimidad y quiero que se largue inmediatamente. Las fotografías de nuestra boda todavía no han salido en People y eso significa que estas pueden ser nuestras primeras fotografías como pareja. Pueden venderlas por una fortuna y no voy a dejar que alguien se haga rico robándome unas fotografías mientras estoy en la cama con mi esposa.

—A lo mejor podemos hacer un trato con el fotógrafo.

Gail no iba a conseguir convencerle. Simon había soportado a los paparazzi durante demasiados años.

—Absolutamente no. Podemos invitar a alguien a que nos haga un reportaje fotográfico cuando estemos preparados para ello. No hace falta que este imbécil se vaya de rositas después de lo que está haciendo.

—Muy bien, tienes razón. Es solo que... si le damos a la prensa lo que quiere, a lo mejor nos dejan en paz.

—Te equivocas —replicó él—. Son insaciables.

—Son insaciables cuando tienen que informar de algún escándalo. Nuestro matrimonio es noticia porque ha sido algo inesperado y creen que es otro movimiento equivocado por tu parte. En cuanto les demostremos lo contrario y quede claro que eres feliz y estás disfrutando de una vida sana, perderán todo el interés. Y cuando vean que la situación no cambia, nos dejarán en paz.

A Simon le habían perseguido tantas veces que le resultaba difícil creerlo.

—No...

—Sí —insistió Gail—. Sus beneficios dependen de su capacidad para mostrar los aspectos más sórdidos de la vida de la gente. Si no generas ninguna noticia negativa, tendrán que fijarse en otros actores, músicos, o lo que sea, que puedan estar teniendo problemas.

Simon entendía su lógica. En su caso, los paparazzi habían empezado a ser insoportables cuando su matrimonio había comenzado a derrumbarse. Querían asistir en primera fila a la destrucción de Simon O’Neal. Si su vida volvía a la normalidad, no tendrían nada de lo que informar.

—Muy bien, invitaremos a otros fotógrafos, como tú has dicho, pero no a ese tipo de ahí.

—De acuerdo.

Simon corrió al cuarto de estar a buscar su teléfono, pero fue un ejercicio inútil. Para cuando llegó la policía, el fotógrafo intruso ya se había ido.

Sabiendo que el culpable podría regresar en cualquier momento, hicieron las maletas y se dirigieron a casa del padre de Gail.

-Me pareció oíros llegar ayer por la noche. ¿Qué os pasó? ¿Un agujero en el colchón de aire?

Martin DeMarco estaba en la cocina haciendo café. Eso significaba que Joe había salido antes que él. Debía de tocarle el primer turno en la gasolinera. Simon había oído pasos en la escalera. Aquel ruido le había despertado de un sueño profundo, pero se sentía descansado a pesar de que les habían despertado en medio de la noche. Sin lugar a dudas, el hecho de no tener que soportar una resaca perpetua, ayudaba.

—Tuvimos una pequeña sorpresa —respondió Simon.

Martin frunció sus pobladas cejas.

—¿Se os coló una mofeta?

Simon soltó una carcajada.

—Podríamos decirlo así.

Le contó lo ocurrido con el fotógrafo mientras Martin le ofrecía una taza de café.

—¿Quién puede haber filtrado a la prensa que estabais allí?

La verdad era que nunca podrían estar seguros. Simon había hecho sus propias suposiciones, pero no quería contestar que lo más probable era que hubiera sido su propio padre. Había notado el matiz protector de la voz de Martin, sabía que él era un hombre diferente. Martin nunca haría nada que pudiera perjudicar a sus hijos. Y el hecho de estar casado con Gail le hacía receptor de la misma clase de protección.

Aquel marcado contraste entre su padre y Tex avergonzaba a Simon. Pero Simon se había avergonzado de su padre durante mucho tiempo. De hecho, a lo mejor siempre había estado avergonzado de él. La historia de su propia concepción no era precisamente algo de lo que pudiera sentirse orgulloso. La humillación provocada por su historia personal había sido atroz. Había sido algo tan escandaloso que había aparecido repetidas veces en los medios de comunicación.

—No lo sabemos —contestó, en vez de admitir sus sospechas.

Martin se apartó de la sartén y bajó el fuego.

—No creo que os haya delatado nadie de aquí. La única persona que podría haber dado la dirección exacta es la agente de la inmobiliaria. Y Kathy es buena como el oro. O... —pareció darse cuenta entonces de que ella no era la única que sabía dónde estaban—, o a lo mejor ha sido uno de los amigos de Gail.

—No creo.

Simon intentó recordar la conversación que habían mantenido con Callie y con Matt durante la cena. Por supuesto, habían mencionado la casa, pero al despedirse, Matt le había dado una palmada en la espalda y le había dicho que le había gustado cenar con él. Simon no creía que hubiera llamado a la prensa. Y Callie jamás haría nada que pudiera hacer infeliz a Gail. Protegía tanto a Gail como su propia familia. Quizá incluso más.

—Tienes razón. Esos chicos y Gail se conocen desde hace años —dijo Martin—. Puedes confiar absolutamente en todos ellos.

—¿Incluso en Sophia?

—A lo mejor en Sophia no. Gail nunca le ha tenido mucho cariño.

Sonriendo por la patente sinceridad de Martin, Simon añadió un poco de crema a su café.

—Está siendo muy amable con nosotros. Ayer por la noche nos llevó una tarta de manzana.

—¿De verdad? —parecía más interesado de lo que Simon habría esperado—. ¿Habéis traído lo que os ha sobrado?

Probablemente estaba bromeando, pero era difícil decirlo.

—No, pero lo traeremos.

El padre de Gail metió el pan en la tostadora y cascó los huevos en la sartén. Después señaló una silla que había cerca de la mesa.

—El Gold Country Gazette’s está ahí mismo, por si te apetece echarle un vistazo.

Sabiendo que en aquellos días no era probable que publicaran una fotografía suya haciendo algo terrible, Simon pensó que era una buena idea.

—¿Es un periódico local? —preguntó mientras lo agarraba.

—Sí. Lo publican semanalmente. Seguramente les encantaría hacerte una entrevista. A lo mejor, ahora que ya se sabe que estás aquí, te interesa. Siempre publican muchas noticias sobre Matt Stinson.

—Bueno, habrá que superar a Matt.

Martin sonrió sinceramente al oírlo.

—¿Qué planes tienes para hoy?

Simon respondió por encima del chisporroteo de los huevos.

—Pensaba acercarme a la ferretería para ver si tienen algunas herramientas que voy a necesitar para hacer algunas reparaciones. Después tendré que ir a casa. Se supone que nos llevan los muebles en algún momento entre las diez y las doce de la mañana.

—¿Y qué piensa hacer Gail?

El reconfortante olor a desayuno casero activó la pituitaria de Simon mientras hojeaba el periódico. Aparecía en él una enorme fotografía de Matt junto a un informe sobre el estado de su rodilla.

—Cuando me he levantado, ha farfullado algo así como que necesitaba tiempo para ocuparse de algunos detalles de Big Hit. Para ella será más fácil hacerlo aquí, así que me llevará a la casa y después volverá.

—Puedo llevarte yo si quieres.

Simon bajó el periódico.

—¿No te importa parar en la ferretería?

—En absoluto. Yo también tengo algunas cosas que comprar.

—De acuerdo. Entonces la llamaré cuando lleguen los muebles. Seguro que tendrá algo que decir sobre cómo quiere que los coloquemos.

—¿Solo algo? —preguntó Martin con ironía.

A Simon estaba empezando a gustarle el padre de Gail.

—Era un eufemismo.

—Si eso significa que tendrá que decirte exactamente dónde quiere que vaya cada mueble, entonces tienes razón.

Simon se echó a reír.

—Por mí, le cedo encantado el privilegio de hacerlo. La verdad es que no ardo en deseos de decidir dónde voy a colocar el sofá.

Confiaba en Gail lo suficiente como para haberle permitido tomar decisiones mucho más importantes, y eso le gustaba.

Martin revolvió los huevos.

—Me alegro de que hayáis decidido venir a pasar aquí una temporada, pero me sorprende que haya aceptado dejar el trabajo durante tanto tiempo.

Simon dejó el periódico al lado.

—Acabamos de casarnos. Para mucha gente, esto sería una luna de miel.

—¿Una luna de miel de tres meses? A lo mejor es algo normal en tu mundo, pero no en el de Gail. A ella le encanta trabajar de relaciones públicas. Y está haciendo un trabajo condenadamente bueno con la agencia.

Simon dejó la taza de café sobre el plato y se echó hacia atrás. Martin estaba muy orgulloso de su hija, y tenía razones para ello.

—Eso es verdad.

Cuando las tostadas saltaron, Simon se levantó con intención de servírselas él mismo, pero Martin le hizo un gesto para que se sentara.

—Ya te las llevo yo.

Un par de minutos después, el padre de Gail le colocaba delante un plato de huevos con tostadas.

—Probablemente no sea tan bueno como las cosas que estás acostumbrado a comer, pero por lo menos no vas a quedarte con hambre —le dijo.

En realidad, aquella comida era mucho mejor que nada de lo que Simon había comido en mucho tiempo, pero sabía que la diferencia no estaba en los alimentos. Aquel desayuno le estaba diciendo que Martin estaba dispuesto a darle una oportunidad. Lo único que tenía que hacer él era demostrar que se la merecía.

Gail se detuvo en el descansillo que había frente a la habitación del padre de Simon. Sabía que Simon no aprobaría que fuera a buscar a Tex. De hecho, se enfadaría si se enterara de cuáles eran sus intenciones. Pero ella no iba a permitir que nadie se interpusiera en su camino. Ni siquiera el padre de Simon. O, mejor dicho, y menos el padre de Simon.

Llamó, pero no obtuvo respuesta. ¿Habría abandonado el pueblo? Dudaba de que tuviera tanta suerte. Era más probable que se hubiera levantado pronto y hubiera ido a la cafetería, o al Just Like Mom’s.

Llamó otra vez, y en aquella ocasión oyó algún movimiento tras la puerta.

—¡Vengan más tarde, por el amor de Dios! —gritó y algo, ¿una almohada, quizá?, golpeó la puerta—. ¿Qué clase de sitio es este?

Tex creía que era una de las camareras. Por un momento, Gail tuvo la tentación de dejar que lo siguiera creyendo y huir. Evidentemente, Tex no estaba de humor para ser molestado. Gail no quería discutir con él, y tampoco quería molestar a otros huéspedes, pero tenía algo que decir y dudaba que tuviera otra oportunidad de hacerlo sin que estuviera Simon cerca.

Hizo acopio de valor y llamó de nuevo a la puerta.

—¿Señor O’Neal? ¿Puedo hablar con usted, por favor?

Encontró el silencio por respuesta. Al cabo de un rato, Tex preguntó:

—¿Quién es?

Su voz había perdido su dureza. Parecía sentir curiosidad.

—Gail DeMarco, eh... O’Neal —se corrigió.

No sabía si utilizar el apellido de Simon. Podía aportarla un gran reconocimiento, sobre todo en todo lo relacionado con el trabajo, pero el saber que solo iba a tenerlo prestado durante un par de años, le hacía sentirse como si estuviera estafando a alguien. Y no tenía mucho sentido utilizar ese apellido en Whiskey Creek.

—Su nuera.

—No diga eso.

Un crujido en la madera sugería que se estaba levantando. Le oyó correr el cerrojo, se abrió la puerta y apareció Tex con los ojos irritados.

—¿Estás sola? ¿Dónde está Simon?

—Tenía otras cosas que hacer esta mañana. He venido sin él.

Tex olía a alcohol. Los ojos enrojecidos y el tono cetrino de su rostro evidenciaban que había pasado la noche anterior bebiendo.

—La pregunta es por qué.

—Si me invita a pasar, se lo explicaré.

Tex se frotó la mandíbula con la mano y se oyó el susurro del grueso vello de su barba.

—No estoy vestido como para recibir a nadie, pero si quieres pasar... —la tuteó.

—Esperaré —no tenía ganas de ver al padre de Simon en calzoncillos.

Tex se rio suavemente.

—Ya había oído decir que eras muy puritana.

—¿Eso te lo dijo Ian? —Gail también pasó a tutearle.

—Entre otras cosas.

Continuó riendo, pero cerró la puerta y no volvió a abrirla hasta que estuvo vestido.

-Madame —le dijo con marcado sarcasmo mientras le hacía un gesto para invitarla a entrar.

No se había peinado. El pelo se le levantaba ligeramente en la frente, un pelo gris y tupido a pesar de su edad. Gail podía entender que muchas mujeres le encontraran atractivo. Tenía una actitud despreocupada y distante que probablemente atraía al tipo de mujeres que disfrutaban con esa clase de desafíos.

Y continuaba teniendo un buen físico.

—¿Qué puedo hacer por ti?

—He venido a ver si tu hijo te importa algo.

Aquella respuesta le pilló completamente por sorpresa. Era obvio que no esperaba que Gail fuera tan directa. Se enderezó un instante y la miró con los ojos entrecerrados.

—¿Qué demonios tiene eso que ver con nada?

—Es lo único que realmente importa.

—No cuando se trata de trabajo.

La habitación olía a colonia. A demasiada colonia.

—Es lo único que importa siempre.

Tex terminó de abrocharse la camisa. Se había puesto una camisa y unos vaqueros, pero no llevaba ni cinturón ni botas.

—¿Qué pretendes conseguir, Gail DeMarco?

Así que no tenía la cortesía de utilizar su nombre de casada. Probablemente aquella era su manera de hacerle saber que pensaba que su matrimonio con Simon no duraría mucho. Y tenía razón. Pero a Gail no le importaba lo que estaba intentando insinuar.

—Simon está mucho mejor de lo que ha estado durante los últimos dos años y pretendo que continúe así. Por eso vengo a pedirte que te vayas de Whiskey Creek y que busques a alguien que pueda sustituirle en la película.

—¿Quién demonios te crees que eres? —preguntó Tex con expresión tormentosa.

—Su mujer, de momento.

—Me importa un comino. ¿Te das cuenta de lo mucho que...?

—¿Lo mucho que costará? —le interrumpió—. Y también sé que Simon te compensará.

—El problema no soy yo. Es la gente a la que he convencido para que invierta en esa película. Tengo una responsabilidad hacia ellos.

—Si son como tú, todos tendrán mucho dinero. Afortunadamente, también lo tiene Simon. Te pagará lo que has invertido y tú podrás devolvérselo a los inversores. Pero lo que te estoy pidiendo es que le dejes liberarse de ese contrato y no contraataques llevándole a juicio.

—A mis amigos no les va a hacer mucha gracia. Pocos actores tienen tanto tirón como él.

Gail no pudo evitarlo: alzó la voz. Se había dicho a sí misma que aquella era una reunión de negocios. Que estaba allí para proteger la campaña que ella misma había puesto en marcha, para asegurarse de su éxito. Pero aquello se había convertido también en una cuestión personal, porque quería a Simon.

—¡Tus amigos no deberían importarte tanto como tu hijo! ¿No puedes optar por lo que es mejor para él? Aunque sea por una vez en tu vida.

Tex elevó las manos al cielo.

—¿Por qué voy a tener que hacerlo? ¡A Simon nunca le he importado nada!

Era una excusa. Y Tex tenía que saberlo, por lo menos en alguna parte de su cerebro.

—Me temo que es al revés. Es a ti a quien tu hijo no te importa nada.

Tex sacudió la cabeza y se rio sin mostrar la menor alegría.

—Te tiene completamente engañada, ¿verdad? ¿No te das cuenta de que solo es cuestión de tiempo y que volverá a recaer independientemente de lo que yo haga? O de lo que tú hagas, por cierto. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que vuelva a meterse en un bar y se meta en una pelea? ¿Dos meses, tres? Y yo tengo que velar por mi dinero y por el de mis amigos porque es muy posible que Simon termine destrozando su vida por mucho que intentes salvarle. Mi hijo es el tipo más cabezón que he conocido en mi vida. Y aquí estás tú, dando la cara por él. Seguro que él no te lo agradecería. Lo sabes, ¿verdad? Hazme caso, te romperá el corazón, igual que se lo rompió a Bella.

—Lo del divorcio no fue solamente culpa de Simon, y tú lo sabes mejor que nadie.

A pesar de los pecados que hubiera cometido Simon en el pasado, Gail se aferraba a la lealtad que sentía hacia él. Y también se apoyaba en lo que le había dicho el propio Ian, que Bella era mucho más culpable de aquel divorcio de lo que la gente imaginaba. Y Gail esperaba que Ian tuviera razón, porque estaba decidida a llegar a algún acuerdo con el padre de Simon.

Esperaba que Tex continuara protestando, pero no lo hizo. Retrocedió como si acabara de darle una bofetada y la miró con una expresión extraña.

—¿Te lo ha contado?

A Gail comenzó a latirle con fuerza el corazón. Simon no le había contado nada particularmente revelador. Pero ella no estaba dispuesta a admitirlo. No quería volver a darle ningún poder a Tex. Allí había pasado algo extraño, algo que afectaba profundamente a cuantos estaban involucrados en ello. ¿Pero qué podía ser?

—Por supuesto que lo sé —mintió—. Simon me lo cuenta todo.

—En ese caso, deberías saber que fue ella la que vino a buscarme —Tex se llevó la mano al pecho para dar más énfasis a sus palabras—. Fue ella la que quiso acostarse conmigo.

Gail le miró boquiabierta. ¿Habría oído correctamente? Estaba segura, pero, aun así, no podía creerse lo que acababa de salir de la boca de Tex.

—¿Te acostaste con Bella?

Tex esbozó una mueca ante el disgusto que reflejaba su voz, pero no tardó en recuperarse.

—Fue solo una vez. No significó nada para ninguno de nosotros. Bella había tomado la costumbre de venir a buscarme cada vez que estaba mal. Yo la ayudaba, le ofrecía un hombro sobre el que llorar. No es fácil vivir con Simon. Si todavía no lo has experimentado, pronto...

—¿Cuándo? —estaba tan impresionada que su voz era poco más que un suspiro—. ¿Cuándo ocurrió eso?

Tex soltó una maldición.

—Hace dos años y medio.

Era justo la época en la que Simon había comenzado a comportarse de forma terrible. Aquel era el motivo que no había sido capaz de superar. Su mujer había tenido una aventura con su propio padre, un triste eco de lo que había ocurrido con su madre e igualmente reprensible. ¿Qué le pasaba a Tex? ¿Necesitaba seducir a todas las mujeres que conocía?

Tragó saliva con fuerza.

—¿Cómo lo averiguó Simon?

Tex se la quedó mirando tan fijamente y durante tanto tiempo que Gail pensó que no iba a contestar. Después, dejó caer los hombros y suspiró.

—Llegó a casa de forma inesperada.

—¿Así que os pilló la única vez que estuvisteis juntos? ¿No te parece un poco raro?

—Vale, de acuerdo, estuvimos juntos varias veces. Pero en realidad todo eso solo duró unas cuantas semanas —se pasó la mano por el pelo—. He metido la pata, ¿verdad? En realidad, Simon no te había contado nada.

—No. Y estoy segura de que no se lo ha dicho absolutamente a nadie.

Podría haberlo utilizado para excusar su propia conducta. Para recuperar a su hijo. Para dar una imagen mucho peor de su esposa. Pero no lo había hecho. Se lo había guardado para sí.

—¿Quieres saber por qué?

Tex no contestó.

—Por lo mucho que quiere a su hijo. Estoy convencida de que no quiere que su hijo crezca sabiendo algo tan terrible de Bella, como tuvo que hacer él, que creció sabiendo lo que había hecho su madre contigo.

—Nuestra aventura no fue lo único que acabó con ese matrimonio —se justificó Tex—. Antes ya tenían problemas. Esa era la razón por la que al principio venía Bella a verme.

—Y tú la ayudaste seduciéndola.

—Ella también quería...

—Y eso te hizo sentirte como un gran hombre, ¿verdad? El hecho de que te deseara la mujer de Simon.

Tex retrocedió como si le hubiera golpeado y chocó contra la mesilla de noche cuando estaba intentando recuperar el equilibrio. La resaca le colocaba en una situación de desventaja.

—No tengo por qué soportar tus estúpidas críticas moralizantes.

—No me importa que pienses que soy una moralista. Me asquea lo que hiciste, y el hecho de que estés intentando justificarlo me asquea todavía más.

—¡Simon y yo nunca hemos estado muy unidos!

—Cuando hiciste eso estabais muy unidos. Mucho más de lo que lo habíais estado nunca.

Tex esbozó una mueca.

—A la larga, cualquier cosa nos habría hecho distanciarnos.

—¿Por eso te acostaste con ella aquella noche? ¡Es tu hijo, por el amor de Dios! ¿Sabes lo que creo?

—¡Fuera de aquí! —le gritó Tex, pero Gail todavía no había terminado.

—Creo que estás celoso de Simon —le dijo—. Es más joven, más fuerte, más atractivo que tú, mejor actor y, además, mucha mejor persona. Y no lo soportas. No soportas que te haya sustituido en Hollywood, ni que te haya superado con tanta facilidad. Por eso has hecho todo lo posible para destrozarle y, al mismo tiempo, has intentado capitalizar su éxito.

Tex apretó los ojos con fuerza y se llevó la mano a la frente, como si la cabeza le doliera demasiado como para soportar aquella conversación.

—No deberías haberme engañado —la acusó.

Gail comenzó a retroceder, pero se volvió.

—Ha sido tu mala conciencia la que te ha delatado. Yo solo he ayudado un poco. Ahora vete de aquí antes de que le cuente a Simon lo que me has dicho. Y la verdad es que me parece un milagro que te haya aguantado hasta ahora.

Tex no estaba dispuesto a permitir que Gail tuviera la última palabra.

—No durará mucho tiempo contigo. Ni siquiera eres una mujer atractiva.

—A lo mejor no, pero yo jamás le traicionaría. Y menos con un viejo cerdo sin escrúpulos como tú, y eso ya es algo —replicó, y salió cerrando la puerta de un portazo tras ella.

Capítulo 26

La música de rock atronaba desde un antiguo radiocasete que Simon había encontrado en la ferretería mientras desmontaba el fregadero, los mostradores y los armarios de la cocina. Todavía no habían llegado los muebles que habían comprado en Sacramento. Ya habían pasado casi dos días y todavía no habían llegado. Pero la verdad era que no le afectaba mucho. Estaba felizmente comprometido con aquella demolición desde que había llegado tres horas antes a la casa. Era un alivio poder utilizar de nuevo la mano derecha. Sabía que podían quitarle ya los puntos porque no le dolía al moverla.

Gail le había llevado el almuerzo dos horas antes, pero no se había quedado. Le había dicho que tenía trabajo que hacer. Entre otras cosas, estaba cerrando un acuerdo de venta de las fotografías de la boda por valor de dos millones ochocientos mil dólares.

A Simon no le importaba trabajar solo, pero se descubría pensando muchas veces en Gail. En la forma en la que le besaba o se acurrucaba por las noches contra él, en cómo le miraba cuando no era consciente de que él se estaba dando cuenta. La casa le parecía extrañamente vacía sin ella y, aun así, tenía la sensación de que podía pasarse días concentrado en aquel trabajo. El hecho de que fuera un trabajo físico le ayudaba a superar parte de la tensión que había arraigado en él y le había mantenido furioso durante tanto tiempo.

Justo cuando estaba pensando en llamarla para saber cuándo iba a volver, se detuvo un vehículo en la puerta. Pensando que eran los muebles que había estado esperando, o quizá la propia Gail, dejó el martillo y se dirigió al cuarto de estar.

Había dejado la puerta de la calle entreabierta, en parte para disfrutar del buen tiempo, y en parte también para que no se le pasara por alto la llegada de los muebles, pero fue su padre el que entró.

—Estás haciendo un ruido horrible —dijo cuando vio a Simon.

Simon se sacudió el yeso de las manos y la ropa.

—¿Y? Esta es mi casa. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Has venido para notificarme la denuncia?

—No, esta vez no —alargó el cuello para mirar por detrás de Simon—. ¿Dónde está Gail?

—Se ha ido, pero no tardará en volver.

Tex sacó un palillo, le quitó el envoltorio y se lo metió en la boca.

—Gail es distinta a todas las mujeres con las que has estado hasta ahora. Lo sabes, ¿verdad?

Simon se cruzó de brazos y le miró con total desconfianza.

—¿Distinta en qué sentido?

—Mejor, y más fuerte. Ahora que me he tomado unos analgésicos y he tenido oportunidad de pensar, lo veo claro.

Simon estaba de acuerdo con lo que acababa de afirmar sobre Gail, pero se preguntaba cómo era posible que su padre lo hubiera notado tan rápidamente.

—¿Por qué lo dices?

—Es fácil verlo —le tendió un sobre—. Toma.

—¿Qué es eso?

—Un documento por el que quedas liberado.

—¿De la película? —Simon no se molestó en disimular su sorpresa.

—Échale un vistazo —su padre le hizo un gesto para que lo abriera.

Simon sacó entonces una hoja manuscrita en la que su padre le comunicaba que su contrato con Excite Entertainment Production Company se daba por finalizado y que todas las cantidades que le habían sido abonadas tenían que ser devueltas en treinta días. Era un acuerdo justo. Un acuerdo con el que estaba de acuerdo.

—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión? —preguntó.

A los labios de Tex asomó una sonrisa.

—Supongo que no quiero seguir siendo un viejo cerdo sin escrúpulos.

Simon jamás había oído a su padre hablar de aquella manera de sí mismo.

—¿Perdón?

—No importa. Te lo debía. Y... —se cambió el palillo de lado y escupió sobre la barandilla del porche—. Siento... siento haber estado con Bella. A veces ni siquiera yo sé por qué hago lo que hago.

Simon no estaba seguro de cómo reaccionar. Tex a veces era un hombre agradable, amable, pero siempre terminaba volviendo a comportarse como un hombre egoísta, difícil y tremendamente narcisista. Sin embargo, los momentos agradables eran tan pocos que se convertían siempre en una gran ocasión.

—¿Así que ya no le echas toda la culpa a ella?

—Siempre hacen falta dos —alzó la mano a modo de despedida—. Dile a Gail que continúe luchando. Las apariencias no lo son todo.

Ofendido, Simon le siguió mientras se alejaba.

—¡El aspecto de Gail no tiene nada de malo!

—¿Entiendes ahora lo que quiero decir? —respondió Tex, riendo—. Es posible que esa chica termine demostrando que me equivoco.

Simon se detuvo en la puerta de la entrada al jardín mientras Tex continuaba avanzando hacia su camioneta.

—¿Demostrarte que te equivocas en qué? ¿Cuándo has hablado con Gail?

—No te preocupes por eso —contestó su padre—. Solo quiero que sepas que esa mujer es lo mejor que te ha pasado en mucho tiempo. No la subestimes.

-¡Eh, no esperaba verte!

Gail alzó la mirada mientras su padre entraba en el pequeño supermercado de la gasolinera. Ella ya sabía que iba a entrar. Cada vez que alguien entraba, sonaba un pequeño pitido.

—Solo he venido a saludarte —le tendió el batido favorito de su padre, que había ido a comprar a una heladería que había al final de la calle—. ¿Dónde está Joe?

—Ha tenido que llevarse la grúa. La señora Reed se ha quedado sin batería en el bingo.

—Eso sí que es toda una emergencia.

Guardó el batido que le había comprado a Joe en una neverita que tenían en la habitación en la que descansaban, una habitación tan pequeña que parecía casi un armario. Allí guardaban también la fregona y otros productos de limpieza, además de las toallas y el papel higiénico para los cuartos de baño.

—¿Te gusta lo que estamos haciendo por aquí? —le preguntó su padre.

Estaba hablando de la nueva sección que estaban abriendo en la tienda, donde podían comprarse refrescos, batidos de frutas y helados. Gail había estado admirando las máquinas expendedoras al entrar.

—Desde luego. Este verano van a aumentar los ingresos.

—Eso espero. Porque me han costado mucho.

Gail respiró hondo, reconociendo el olor del aceite, la grasa y la gasolina que la transportaban a su juventud. Por extraño que pudiera parecer, aquella gasolinera era para ella un hogar tan cercano como la casa en la que había crecido. Había pasado mucho tiempo allí, jugando con las herramientas o viendo la pequeña televisión que había detrás del mostrador mientras su padre llevaba el negocio.

De adolescente, había comenzado a trabajar reponiendo los artículos de las estanterías, coordinando las labores de la grúa, apuntando pedidos y ocupándose de la caja registradora. Su padre pensaba que había que mantener a los adolescentes ocupados. Pero eso no había evitado que Joe se metiera en problemas de vez en cuando. Ella nunca había sido una chica problemática, pero recordaba las numerosas tardes de los viernes en las que sus amigas salían después del partido de fútbol y ella se quedaba trabajando en la gasolinera, sintiéndose sola y olvidada. Ya de adulta, no le reprochaba a su padre aquellas horas de trabajo. Era consciente de que probablemente necesitaba su ayuda, o a lo mejor, solo su compañía. Porque en aquella época, Joe estaba en la universidad.

—¿Ya han llegado los muebles? —le preguntó su padre.

Gail miró el teléfono.

—No creo. Simon me ha puesto un mensaje hace una hora diciéndome que no habían llegado y no he vuelto a tener noticias suyas desde entonces. Me dijo que me llamaría si llegaban.

Martin miró el reloj que colgaba de la pared.

—Son casi las tres. Me sorprende que no estés allí esperándolos.

—Quería verte.

Martin removió el batido, inclinó la cabeza y la miró a los ojos.

—¿Te ocurre algo?

Gail se encogió de hombros.

—Nada serio. Supongo que me apetecía saber qué piensas de Simon.

—Todavía no sé qué pensar. Hasta ahora, me parece un hombre agradable. Pero eso no me sirve para formarme una opinión. Hace falta algo más que ser amable y ser capaz de sonreír.

Gail asintió.

—No me digas que ya habéis empezado a tener problemas —dijo Martin.

—No, no, en absoluto. Me trata muy bien. Es solo que... —se mordió el labio mientras buscaba las palabras adecuadas—. Creo que me estoy enamorando de él.

—Pero eso es bueno, ¿no? —le preguntó Martin entre risas—. Estás casada con él.

—Pero preferiría no estar tan enamorada.

—¿Por qué no?

Gail dejó de intentar de disimular su tristeza.

—Porque estoy asustada. ¿Y si él nunca llega a sentir lo mismo por mí?

—Si no está enamorado de ti, ¿entonces qué está haciendo contigo?

—¿No crees que es evidente? Ya te dije que me había casado con él para ayudarle. Él ahora mismo me necesita. Pero eso no va a ser así eternamente.

Su padre dejó la cuchara del batido, tragó saliva y le dijo:

—El matrimonio no es fácil, Gabby.

—Lo sé, pero, ¿crees que estoy loca por esperar más de lo que debería?

Su padre dejó la taza a un lado y le tomó las manos.

—Mírame.

Gail se obligó a mirarle a los ojos. Sabía que su padre tenía todo el derecho del mundo a recordarle que le había dicho que no se involucrara con Simón, pero no era eso lo que quería oír.

—El amor siempre es un riesgo —le dijo en cambio.

—Yo era plenamente consciente de lo que iba a pasar. Aunque pensaba que podía asumir... cualquier cosa. Pero no sabía que me iba a enamorar hasta este punto.

Martin le dio un beso en la frente.

—Si Simon es tan inteligente como creo, se dará cuenta de lo que tiene.

Aquellas palabras de consuelo le hicieron sentirse mejor. Le dio un enorme abrazo a pesar de lo sucia que tenía la ropa y se marchó. Pero cuando comenzó a dirigirse en coche hacia la casa, una vocecita interior le recordó lo que le había dicho el padre de Simon: «no durará mucho tiempo contigo. Ni siquiera eres una mujer atractiva».

Cuando Gail llegó a la casa, Simon salió a recibirla con la camiseta alrededor de la cabeza como si fuera una cinta. Tenía el torso desnudo cubierto de polvo y sudor.

—Has estado ocupado —observó Gail mientras sacaba del asiento trasero del coche las costillas que había llevado para cenar.

Simon se sentó en uno de los escalones del porche.

—Estoy agotado. Mañana tendré tantas agujetas que no voy a poder moverme.

Cautivada por su deslumbrante sonrisa, Gail dejó la bolsa con la cena y se sentó a su lado. Simon estaba cansado, pero feliz. Nunca le había visto tan relajado, tan despreocupado. Whiskey Creek había resultado ser el lugar idóneo para él. Y Gail se sentía orgullosa de la capacidad de autocontrol que estaba demostrando.

—He recibido tu mensaje. Así que los muebles llegan mañana, ¿eh? ¿Qué ha pasado?

—La furgoneta ha pinchado una rueda. Pero creo que ha sido lo mejor —su expresión culpable le hacía parecer más joven, casi un niño—. He montado un lío mayor del que esperaba.

Gail se inclinó para mirar a través de la puerta hacia el interior de la casa. No sabía qué había estado haciendo, pero no había llegado hasta el salón. El colchón y las mantas estaban delante de la chimenea y nadie parecía haberlos tocado desde la noche anterior, pero... la luz era diferente.

—¿Has tapado las ventanas?

—Sí. Quería que pudiéramos quedarnos aquí esta noche.

Gail arqueó las cejas.

—¿Por alguna razón en particular?

La sonrisa de Simon lo dijo todo.

Gail estaba luchando contra sus sentimientos. Iba a tenerlo durante dos años. Aunque no podía evitar esperar más, sabía que las oportunidades de que su matrimonio se prolongara eran muy escasas. Imaginaba que podía intentar disfrutar de él mientras pudiera y, cuando lo perdiera, dejarle marchar con elegancia. De esa manera, Simon continuaría respetándola después, e incluso la recordaría con cariño. Por supuesto, cuando pusieran fin a su matrimonio no podrían seguir trabajando juntos, pero tendrían muchas cosas que recordar. Y ella prefería que esos recuerdos fueran positivos.

—Creía que estabas agotado.

—No en ese sentido —metió la mano por debajo de la blusa de Gail y le acarició la cintura—. Llevo todo el día pensando en verte desnuda.

Gail le quitó la camiseta que llevaba en la cabeza y le alisó el pelo.

—Es curioso. Yo podría decir lo mismo de ti.

—¿Entonces por qué has tardado tanto en venir? Te he llamado casi una docena de veces.

¡Oh, Dios! Cada vez estaba más enamorada. No tenía remedio.

—¿No estabas ocupado?

—Lo estaré en cuanto te tenga dentro de casa. Pero antes, voy a darme una ducha.

Comenzó a levantarse, pero Gail tiró de él para que continuara donde estaba y se sentó a horcajadas sobre él.

—En realidad, me gustas tal y como estás.

—¿Sucio? —bromeó.

—Un poco de suciedad nunca viene mal —se inclinó sobre él y le susurró al oído—: Siempre he querido hacer el amor con un albañil.

Simon se echó a reír.

—Espero que Riley no lo sepa, porque podría tener competencia.

Gail movió las caderas contra él.

—Su martillo no me interesa.

Simon curvó los labios en una sonrisa.

—Estaría más que encantado de poder demostrarte lo que puedo hacer con el mío.

Y con un rápido movimiento, se levantó y la llevó al interior de la casa.

—¿Y la cena?-preguntó Gail mientras Simon cerraba la puerta con el pie.

Pero Simon ya estaba mordisqueándole el cuello y diciéndole lo bien que olía y sabía y hasta qué punto le enloquecía.

—Más tarde —musitó contra su piel—. Ahora solo te quiero a ti.

Habían pasado ya horas desde que habían cenado y montado la cama para dormir cuando el teléfono despertó a Simon. Tenía un nuevo mensaje de texto. A aquella hora de la noche, tenía que ser de Bella. Ella era la única capaz de molestarle tan tarde. Pero lo ignoraría. No quería dejar el calor de los brazos de Gail. A pesar de la falta de experiencia, su nueva esposa sabía cómo hacer el amor. Y en aquella ocasión, había puesto toda la carne en el asador. Era realmente buena.

Pero estaba preocupado por Ty. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había hablado con él. ¿Le habría ocurrido algo terrible? ¿O quizá algo no tan terrible? ¿Se habría resfriado? ¿Se habría dado un golpe en un dedo? ¿O se le habría caído un diente?

Simon se moría por poder disfrutar de todas aquellas cosas que en otro tiempo había dado por sentadas. Por sentir a Ty subiéndose a su cama a primera hora de la mañana, por sentirle palmearle las mejillas y oírle susurrar «papá, despierta. Quiero los cereales». Por ver a Ty corriendo tras él, o arrojándose a sus brazos y diciéndole «te quiero, papá». Simon nunca había sufrido tanto por nada ni por nadie. El ansia por abrazar a su hijo alimentaba su furia contra la mujer que lo alejaba de su lado, pero sabía que permitir que aquel enfado le dominara arruinaría todo lo que estaba haciendo para recuperar a Ty. Y no podía dejarse llevar por la rabia.

Pero pensar en Bella y en Ty le impedía dormir.

Teniendo mucho cuidado de no despertar a Gail, abandonó el colchón, se puso los vaqueros y fue a buscar el teléfono, que había quedado entre los restos de la cena, antes de salir a la calle.

El cielo estaba despejado, la temperatura era fría. Las estrellas le parecían más grandes que en Los Ángeles. Estuvo a punto de culpar de ello a la contaminación, pero sabía que, probablemente, la culpa era suya. No le había prestado atención a esos detalles. Había muchas cosas que había ignorado durante aquellos años y estaba empezando a darse cuenta de que había llenado su vida de tantas posesiones, de tanto ruido y desasosiego, de tanto vacío, que se había perdido las pequeñas cosas que realmente podían ayudarle a vivir en paz.

¿Cuándo se había olvidado de quién era él de verdad? ¿De lo que quería que fuera su vida? Era un actor aclamado por el público, ¿pero quién era a un nivel más personal? ¿Lo había sentido alguna vez?

Se sentó en el escalón y al leer el último mensaje de su exesposa, frunció el ceño. Había escrito ¿por qué no me contestas?

¿Tenía una orden de alejamiento y, aun así, lo preguntaba?

Buscó en la pantalla todos los mensajes a los que no había contestado, pero se detuvo antes de ver el vídeo que le había enviado la noche que se había cortado la mano. Sabía que si lo veía en aquel momento, no sería capaz de contenerse, iría hasta Los Ángeles en coche y sacaría a Ty de su casa.

¿De verdad vas a ignorarme?

A lo mejor debería decirle a Ty que a su padre ya no le importa.

Tu padre te está buscando, ¿dónde demonios te has metido?

Dijiste que no volverías a casarte. ¿Qué? ¿Estabas demasiado borracho como para darte cuenta de que estabas diciendo «sí quiero»? ¿O estabas pensando con la polla otra vez?

¿Quién es esa zorra? ¿Tu publicista? ¿Has estado acostándote con ella durante todo este tiempo?

Era basura, mensajes puramente vengativos. Simon quería contestar, desahogar su enfado y su frustración con la misma libertad que ella. ¿Pero qué podría decir? ¿Que estaba amargamente decepcionado? ¿Que tenían un hijo maravilloso, el mejor, y que no entendía por qué no podían llevarse bien?

Simon se sentía como un profundo fracasado y todo lo que había hecho para escapar de ese desprecio que sentía por sí mismo le había hecho sentirse mucho peor.

Se apoyó contra el escalón, cerró los ojos y dejó que el viento otoñal le tranquilizara. En aquel momento podía pensar mucho más claramente que desde hacía meses. Podía darse cuenta de que estaba llegando a un punto de inflexión. Ya iba siendo hora de dejar el pasado detrás. Evidentemente, Bella y él habían destrozado su matrimonio. Y se arrepentía de haberlo hecho. Pero ya era demasiado tarde para cambiar nada de eso. ¿Durante cuánto tiempo iba a continuar aferrado a aquel desastre?

Ya no más, decidió. Estaba continuando con su vida y quería que Bella también lo hiciera. A partir de aquel momento, el único contacto que mantendrían, por lo menos siempre que no fuera por algo concerniente a Ty, sería a través de sus abogados, como ya les habían aconsejado que hicieran.

Pero dudaba de que Bella lo aceptara. Sabía por qué continuaba aguijoneándole. Le quería casi tanto como le odiaba. Y, por retorcido que pareciera, él lo comprendía. Él se había visto inmerso en aquella misma contradicción de amor-odio, y esa era una de las razones por las que se había buscado tantos problemas.

Afortunadamente, Gail lo había cambiado todo.

Volvió a pensar en ella y en lo que habían compartido aquella noche. Algo había cambiado, su relación se había fortalecido. Lo había notado tanto en sí mismo como en ella. Al hacer el amor, se habían acercado el uno al otro con una intensidad emocional que antes no había, como si el fundirse con el otro importara más que cualquier liberación física. Y Simon le había dado la bienvenida a aquel nuevo elemento emocional porque Gail le satisfacía mucho más profundamente de lo que nunca podría hacerlo Bella.

De alguna manera, Gail era una persona en la que jamás habría pensado como pareja, teniendo en cuenta las muchas diferencias que había entre ellos. Pero, aun así, había conseguido llenar el vacío que había en su pecho. Había conseguido detener la hemorragia provocada por su divorcio, por su padre, por su madre, por todos ellos. No estaba seguro de cuándo tiempo continuaría sintiéndose bien con ella. Pero le debía a Gail suficiente lealtad como para poner un punto y final a lo que había compartido antes con Bella.

Por favor, avísame si Ty necesita cualquier cosa, tecleó en el teléfono. Estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por él, pero para cualquier otro asunto, no te pongas en contacto conmigo. Releyó sus palabras, sonrió y añadió: Estoy felizmente casado.

Capítulo 27

-¿Lo has visto? —la voz de Joshua sonaba incluso más animada que habitualmente.

Gail se cambió el teléfono de oreja mientras abría el link que le había enviado. Vio entonces una fotografía a toda página de Simon y ella sentados en el porche de su casa bajo el titular: Tórrida luna de miel. Gail aparecía sentada a horcajadas sobre él y Simon alzando la mirada hacia ella. No les habían fotografiado de frente, pero no había ninguna duda sobre su identidad.

—Soy yo...

—¿De verdad eres tú?

Claramente, era ella. Parecía completamente absorta en lo que estaba viviendo, y lo estaba. Simon y ella habían vuelto a hacer el amor aquella mañana. Había sido un encuentro dulce y delicado que contrastaba con la explosión de deseo de la noche anterior. Las dos experiencias le habían gustado. El sexo era mucho mejor cuando una estaba locamente enamorada.

—¿En cuántas páginas la han publicado? —le preguntó a Joshua.

Habían llegado los muebles. Todavía no tenía escritorio, pero estaba sentada en el sofá nuevo. Y hasta que Joshua había llamado para informar del repentino interés que habían despertado en Internet, se sentía maravillosamente. Solo le encontraba un inconveniente a su casa nueva: no resultaba fácil oír nada teniendo a Simon dando martillazos en la cocina.

Gail tenía que admitir que se alegraba de que no estuviera en la misma habitación que ella. La noche anterior le había abordado a plena vista de cualquiera que pudiera estar deseando hacerles una fotografía como aquella.

—Aparece en muchísimas páginas y continúa extendiéndose mientras hablamos —dijo Joshua—. ¿No es genial? Habéis hecho un trabajo fabuloso. Parece que estuvierais completamente locos el uno por el otro. Esta fotografía podría servir para un anuncio de Armani o de Calvin Klein. ¡Es maravillosa! ¿Quién la hizo? Hasta la casa victoriana que aparece de fondo me gusta. ¿Fue cosa de Ian?

Con el rostro rojo como la grana, Gail se tapó los ojos un instante.

—No.

—¿Entonces quién fue? ¿Tu padre?

—¿Mi padre? —Gail arrugó la nariz al imaginar a su padre estando cerca de ella cuando se había sentado a horcajadas sobre Simon—. Qué idea tan repulsiva.

—¿Por qué? ¡Estabais vestidos!

Aun así, era una fotografía marcadamente sexual. Porque también lo había sido la realidad.

—Qué puritana eres —se lamentó Joshua—. Bueno, por lo menos normalmente.

Era evidente que, con aquella aclaración, se estaba refiriendo a la fotografía. Se rio de su propia broma, pero Gail no le encontró ninguna gracia.

—En cualquier caso, alguien tuvo que hacer esa fotografía. ¿Fue algún amigo tuyo?

—No, supongo que fue algún paparazzi. Anteayer, intentaron fotografiarnos cuando estábamos durmiendo, así que suponemos que es el mismo fotógrafo el que esté detrás de esto. Cuando la policía llegó, no vio nada y no hemos notado que nadie nos haya seguido desde entonces, pero es evidente que quienquiera que sea, no ha renunciado.

—No he visto ninguna fotografía en la que aparezcáis durmiendo.

Big Hit lo sabría si hubieran aparecido tales fotografías en Internet. Y Google también les habría puesto en aviso.

—Supongo que las fotografías no les han salido bien. O que no se ve claramente quiénes somos. No tenían muchas probabilidades de que salieran bien.

Joshua bajó la voz.

—Así que estabas a horcajadas sobre Simon, pero no sabes quién ha hecho esa fotografía. ¿Me estás diciendo entonces que no era una fotografía preparada?

Gail fijó la mirada en la fotografía que aparecía en la pantalla. Por muy contento que Joshua estuviera, no estaba segura de que le hubieran hecho a Simon ningún favor. Él necesitaba un enfoque distinto para su nueva imagen, un enfoque que le hiciera parecer un hombre que había sentado cabeza. Aquella fotografía tenía un contenido demasiado sensual. Parecía una más de sus tórridas aventuras.

—No, la fotografía no estaba preparada —respondió—. Como publicista, habría preferido algo diferente. Podría haberle fotografiado haciendo la compra o algo así.

—¿Así que esa situación se ha dado de forma espontánea? ¡Dios mío! —gritó Joshua—. Ahora sí que estoy celoso. Debes de estar disfrutando del mejor momento de tu vida.

Sin lugar a dudas, estaba disfrutando del mejor sexo de su vida. Pero también estaba aterrada pensando en cómo podían evolucionar las cosas a partir de ahí. Y después de aquella fotografía, tenía que preocuparse de cómo iba a afectar a la campaña y a los esfuerzos que estaba haciendo Simon por recuperar la custodia de Ty. Después de hacer el amor, habían estado hablando de su hijo probablemente durante una hora. Simon echaba mucho de menos a Ty. Le había enseñado todas las fotografías que llevaba en la cartera, aunque Gail ya había visto al niño en varias ocasiones y sabía lo encantador que era.

¿Tendría alguna manera de minimizar el impacto de una fotografía tan explícita? Quizá fuera una buena idea dar una entrevista centrada en el hecho de que, al fin y al cabo, aquella era su luna de miel. La pasión jugaba un papel importante en un matrimonio, pero no era eso lo que ella pretendía recalcar. Una fotografía como aquella no iba a causar muy buena impresión al juez que tenía que decidir el futuro de Ty...

—¿Gail? —la urgió Joshua—. ¿Me has oído?

Gail intentó recordar la última pregunta que Joshua le había hecho. Sí, quería saber si se estaba divirtiendo.

—Por ahora, sí.

—Así que es bueno en la cama. ¿Tan bueno como parece en Shiver?

Joshua tenía ganas de cotillear, pero Gail pensaba mantener en secreto todo lo relacionado con su vida privada con Simon.

—Eso no es asunto tuyo.

—Pero te has acostado con él, aunque dijiste que no lo harías.

—Deja de preguntar, Josh.

—¡Eso es un sí! ¡Oh, Dios mío!

Gail no pudo evitar una carcajada.

—¡Ya basta! Tengo que encontrar la manera de darle la vuelta a esto.

—¿Por qué? ¡Es perfecto!

Joshua lo creía así porque era la criatura más sexual que Gail se había encontrado en su vida.

—Estamos intentando dirigirnos a un público más conservador —consideró las opciones que tenía y tomó una decisión—. Llama a tu amiga de Hollywood Secrets Revealed. Dile que estoy dispuesta a hablar. Ya va siendo hora de que la señora O’Neal dé su primera entrevista.

—Señora O’ Neal. Veo que estás tomando posesión del cargo. Eso me gusta. ¿Pero qué vas a contarle?

—Les hablaré de la imagen distorsionada de Simon, de que es mucho más de lo que aparece en los medios de comunicación, y explicaré que hay una versión de la historia que no se ha dado correctamente.

—Sí, la rutina la conozco, ¿pero de verdad te lo crees?

¿Después de lo que había sabido de Tex? Absolutamente. Había hombres que habían hecho locuras por mucho menos de lo que Simon había descubierto sobre su esposa y su padre. De pronto había cobrado lógica el hecho de que hubiera salido en busca de pelea, dispuesto a sacudir al primero que le provocara, o que hubiera tenido un enfrentamiento con el hermano de Bella. Podía comprender por qué había recurrido al alcohol para olvidar lo que había visto y por qué no podía contar lo que Bella había hecho, de qué manera le había engañado. Imaginaba a los medios de comunicación frenéticos ante algo así, sabiendo que Bella se había acostado con el padre de Simon, y de qué manera, aquella mancha perseguiría a Bella y a Ty durante años. Gail no podía revelar aquella información al público, pero sí podía decir que no había sido fácil vivir con Bella y que Simon no podía cargar con toda la culpa.

—Creo que se merece mucho más de lo que ha recibido. Simon ha hecho todo lo que ha podido por mantener una actitud caballerosa.

—¿Así que has pasado de considerarlo un cretino a pensar que es un todo un caballero? ¡Oh, Dios mío!

—¿Qué pasa?

—Te estás enamorando de él, ¿verdad?

Gail no lo negó.

—Completamente —admitió.

Simon entró en el cuarto de estar en el momento en el que Gail estaba colgando el teléfono.

—Tenemos un problema —anunció Simon.

Claro que tenían un problema, pero Gail estaba segura de que Simon no se refería a la fotografía que acababa de ver. Él todavía no sabía nada al respecto.

—¿Qué pasa? —cerró el portátil.

Tendría que explicarle lo que había pasado, pero todavía quería pensar tranquilamente en ello para estar segura de que era una buena idea lo de conceder una entrevista.

—Las cañerías.

—¿Las cañerías? —repitió Gail, aliviada.

Después de la llamada de Joshua, pensaba que iba a ser algo mucho más serio.

Simon se sacudió el polvo de las manos.

—Son muy viejas. Hay que cambiarlas.

Estando Simon allí delante, con aquella camiseta que se tensaba de una manera tan deliciosa sobre sus pectorales y con un par de vaqueros viejos que le quedaban tan bien que podría detener el tráfico, le iba a costar mucho preocuparse por nada. Pero se esforzó en darle la importancia que merecía.

—Eso tiene que ser muy caro.

—Sí, pero no es eso lo que me preocupa. Solo quería que supieras que es posible que la reforma no vaya tan rápido como esperaba.

—No te preocupes.

Estuvo a punto de disculparse por haberle hecho gastar más dinero del que pretendía. Al fin y al cabo, Simon había comprado aquella casa por ella. Pero entonces, Simon miró a su alrededor con expresión pensativa, puso los brazos en jarras y dijo:

—A lo mejor deberíamos aprovechar también para cambiar la instalación eléctrica ya que estamos de obras.

—¿También tiene algún problema?

—No, pero es más inteligente hacerlo ahora que está todo manga por hombro —respondió.

Gail se dio cuenta entonces de que no le importaba tener que trabajar más de lo previsto. Al contrario, disfrutaba tanto de lo que estaba haciendo que incluso añadía trabajo extra a la lista.

—Ya entiendo —dijo con toda la seriedad de la que fue capaz—. Pero no puedes encargarte de la fontanería y de la electricidad tú solo.

—¡Claro que no! Me limitaré a supervisarlo todo y a los detalles finales —Simon señaló hacia atrás con el pulgar—. Esta casa va a quedar genial en cuanto lo terminemos todo.

—En ningún momento lo he dudado.

Después, tomó aire y le habló de las fotografías.

—Estaría bien hacer una entrevista —Simon se encogió de hombros, dejando claro que no le preocupaba demasiado, y regresó al trabajo.

Cuando Simon regresó tras haberse quitado los puntos, vio a Ian sentado en el Porsche que había aparcado delante de la casa.

Al ver que Simon se acercaba, Ian abrió la puerta del coche y dijo con burlona exasperación:

—¡Por fin!

—¿Por qué no has entrado? —le preguntó Simon—. Cuando me llamaste te dije que Gail estaría en casa.

La había dejado en medio de una entrevista con Hollywood Secrets Revealed. Si no hubiera sido por eso, le habría acompañado al médico.

—Tengo la sortija que me encargaste —Ian le mostró una bolsita marrón.

—Genial. Muchas gracias. Pero, aun así, podías haber pasado.

—No quería que mi presencia pudiera alertarla. Porque asumo que lo de la sortija es una sorpresa.

—Sí, lo es, pero no creo que la destripara el verte por Whiskey Creek. También me has traído unos documentos para que los firme, ¿verdad?

—Sí —se rascó la cabeza—. No es solo por el anillo, Simon. Tenía ganas de verte a solas.

—¿Por qué?

—Me gustaría hablar contigo —señaló el asiento de pasajeros del Porsche—. ¿Quieres venir a dar una vuelta?

Simon aceptó con desgana. Sabía que Ian no estaba contento con la decisión que había tomado de interrumpir su trabajo. Probablemente le llevaba una lista de todos los contratos que habían perdido por no haber estado en Los Ángeles y no tenía ganas de oírle. Era plenamente consciente de los riesgos que estaba asumiendo y de las pérdidas que entrañaban. Por primera vez, era algo que hacía a conciencia. Pero suponía que le debía a su mánager algunos minutos de su tiempo.

—Muy bien —dijo con un suspiro.

Ian apartó el coche de la acera casi antes de que Simon hubiera podido atarse el cinturón de seguridad.

—¿Qué pasa? —le preguntó Simon en cuanto ganó velocidad.

—Esto.

Ian le tendió entonces una carpeta que había colocado entre al asiento y la guantera.

Simon estudió su contenido. Era una colección de artículos y fotografías sobre Gail y él.

—¿Por qué me traes esto? ¿Crees que Gail no me lo enseñaría todo si se lo pidiera?

—¿Has leído lo que han publicado?

—No palabra por palabra.

—¿Por qué no?

Porque le enfadaba leer lo que se decía de Gail. Porque le enfadaba ver cómo le hacía daño toda esa basura. Así que, ¿por qué calentarse? Al fin y al cabo, él no podía hacer nada con lo que se publicaba. No podía decir a los imbéciles que escribían aquellas tonterías que no tenían ni idea de cómo era Gail en realidad. Eso solo serviría para convertirla en blanco de nuevos artículos.

—Gail está pendiente de la prensa. Yo he estado ocupado con otras cosas.

—¿Acostándote con ella? ¿Y es buena en la cama?

Evidentemente, había visto las fotografías que se habían publicado aquella mañana.

—Es posible. ¿Por qué lo preguntas? ¿Te molesta?

Ian se encogió de hombros mientras salían del pueblo.

—Claro que no. Supongo que ha dejado que se filtraran esas fotografías en las que aparecéis en el porche para darle más credibilidad a vuestra relación, pero la gente no se lo traga.

Simon arqueó las cejas.

—¿De qué estás hablando?

—Vamos, Simon. Nadie se cree que hayas podido enamorarte de una chica como esa. Corren todo tipo de especulaciones. Incluso hay quien dice que puede ser una estrategia publicitaria.

Era la primera noticia que Simon tenía al respecto. Y Gail tampoco debía de saber nada, porque en caso contrario se lo habría comentado.

—¿Y qué es lo que nos ha delatado?

—¡Yo qué sé! A lo mejor no tuvimos en cuenta el mundo tan cínico en el que vivimos. Tu matrimonio fue muy repentino. Gail es relaciones públicas. A lo mejor la gente ha sabido leer entre líneas.

Revisó entre los documentos y sacó las páginas que había impreso de un blog en el que aparecían las mujeres con las que había estado las semanas antes de su repentino matrimonio. El blog analizaba las mujeres con las que Simon salía habitualmente y afirmaba que Gail no tenía nada que ver con ellas. Incluso llegaba tan lejos como para afirmar que dentro de la industria del cine, se pensaba que Simon había pagado a Gail para que se casara con él y retirara la denuncia por violación.

—Ahí lo tienes. Y después tienes esto —le mostró otra fotocopia.

En ella aparecía una fotografía de Gail y fotografías de las mujeres con las que Simon había estado a lo largo de los años. Casi todas eran mujeres famosas o rubias explosivas. El titular invitaba a encontrar la que no era como las demás.

Así que la campaña estaba fracasando. Sintiéndose completamente perdido, Simon cerró la carpeta y miró a Ian.

—¿Qué crees que tenemos que hacer?

—Yo creo que deberíamos dar la campaña por finalizada. Si no sacamos ningún beneficio al fingir que la quieres, ¿por qué mantenerla? No quiero que eches a perder tu carrera rompiendo todos tus contratos por culpa de una decisión equivocada.

—Así que has venido a rescatarme.

Ian ajustó la calefacción.

—He venido para decirte que estás cometiendo un error. Jamás debería haber permitido que te metieras en esto.

—No.

—¿No qué?

—Te equivocas —independientemente de lo que estuviera pasando con los medios de comunicación, estar con Gail no había sido ningún error—. Haga lo que haga, siempre habrá detractores. No voy a cambiar de planes.

Por fin había vuelto a sentirse como un ser humano normal. Dormía bien la mayoría de las noches, estaba recuperando las fuerzas y el rumbo de su vida. Echaba de menos a Ty, pero cada día estaba más convencido de que recuperaría a su hijo. A lo mejor era porque por fin confiaba en que sería capaz de convertirse en el padre que Ty necesitaba.

¿Qué más le daba que los demás no creyeran en su matrimonio? ¡Él estaba empezando a creer en él!

—Llévame a casa. Quiero darle el anillo a Gail.

Ian le miró con la boca abierta.

—Estás de broma.

Simon sonrió.

—En absoluto.

-¿De verdad vais a casa de Sophia esta noche?

Callie formuló esa pregunta mientras Gail estaba de pie junto a la ventana, retirando la sábana para poder mirar hacia la calle. Su amiga se había presentado en su casa con un ejemplar de la revista People poco después de que Ian y Simon se hubieran marchado. En la portada aparecía una de las fotografías de Joshua, pero Gail no era capaz de concentrarse en el reportaje porque estaba preocupada por lo que podía estar diciéndole Ian a Simon. Sabía que no sería nada que apoyara su estancia en Whiskey Creek. El hecho de que Ian no hubiera querido entrar en la casa habría sido suficientemente elocuente si no hubiera sido previamente consciente de ello. Aunque Simon no quería aceptarlo, Gail pensaba que Ian le había dicho a Tex dónde podía encontrar a su hijo porque esperaba que le hiciera volver a trabajar.

—¿Me has oído?

—¿Qué? —preguntó Gail, distraída y preocupada.

—Te he preguntado que si de verdad piensas ir a casa de Sophia.

Gail no entendía qué importancia podía tener en ese momento.

—Supongo que sí.

—¿Qué? Ahora sí que creo que has perdido el juicio. Sophia es la chica que te robó al chico con el que ibas a ir al baile de promoción, ¿recuerdas? Siempre nos ha tratado como si fuéramos ciudadanas de segunda.

Gail se volvió hacia ella.

—¿Has visto a Simon en un Porsche rojo cuando venías hacia aquí?

Callie continuaba hojeando la revista.

—No, ¿por qué? ¿Ya te está engañando?

—Ya basta —le pidió Gail con el ceño fruncido.

—Lo siento —Callie sonrió avergonzada—.Tengo que admitir que es mejor de lo que pensaba. No solo es... agradable físicamente, sino que es encantador.

Gail curvó los labios en una sonrisa de superioridad.

—Sabía que al final lo aceptarías.

—Yo no he dicho eso. Todavía está por ver que sea bueno para ti. Solo lleváis casados unas semanas. No podemos dar nada por sentado.

Gail perdió la sonrisa, principalmente porque le resultaba difícil fingir que era ella la que tenía razón cuando sabía que al final Callie terminaría diciendo «te lo dije». Pero todavía le quedaba algún argumento.

—Bueno, por mi parte, asumo que me está siendo completamente fiel. Si no lo hiciera, terminaría volviéndome loca. Pero gracias por el consejo.

Callie apoyó las piernas en la mesita del café.

—Entonces, ¿por qué te muerdes las uñas mientras estás asomada a la ventana como si tuvieras miedo de que se hubiera ido para siempre? ¿Por qué ni siquiera estás mirando unas fotografías que la mayoría de las mujeres se morirían por ver?

—Porque no confío en su mánager. Simon está intentando cambiar, está intentando mejorar su vida.

—Y tú le estás ayudando.

—Por supuesto.

—¿Pero qué puede estar haciéndole su mánager? ¿Incitarle a beber alcohol?

Gail no tenía la menor duda de que Ian podía proporcionarle a Simon todo tipo de drogas si este quisiera. Pero lo que realmente temía era que pudiera convencer a Simon de que volviera a Los Ángeles e iniciara el rodaje de la película que ella le había pedido que rechazara. O que le comprometiera en algún otro proyecto. Simon pensaba volver a actuar, pero necesitaba más tiempo. Y, desde luego, Ian no iba a tener eso en cuenta. Él presionaría en función de su propia agenda.

Si pensara que Ian tendría en cuenta el interés de Simon, no le importaría. Pero no creía que fuera así.

—Posiblemente.

—Si quieres saber mi opinión, creo que deberías estar más preocupada por Sophia que por Ian —dijo Callie mientras continuaba pasando las páginas de la revista—. A lo mejor la cena de esta noche es una prueba demasiado difícil para él.

—¡Muchas gracias!

Gail renunció a seguir de guardia junto a la ventana, volvió al sofá y agarró la revista.

—Déjame ver esto.

—Ya sabes cómo es ella —continuó Callie—. No hay ningún hombre al que considere fuera de su alcance.

Gail hojeó la revista. Simon estaba maravilloso, como siempre, y ella parecía... decidida, como si estuviera firmando un trato. Y tenía motivos para ello.

—Eso fue hace mucho tiempo.

Dejó la revista en la mesa para no obsesionarse con sus defectos, que le parecían demasiado obvios cuando se veía al lado de su marido.

«Su marido». No podía acostumbrarse a pensar en Simon como si realmente lo fuera, a sentir que tenía algún derecho sobre él.

—Sophia ha sufrido mucho durante todos estos años. A lo mejor ha cambiado.

—Y a lo mejor quiere probar suerte con tu marido. Skip siempre está fuera. Probablemente está dispuesta a aprovechar la primera diversión que se le presente.

Gail abrió la boca para responder, pero no se molestó en contestar porque justo en ese momento, oyó que aparcaban un coche.

—¡Han vuelto! —exclamó mientras se levantaba de un salto.

Sí, ahí estaba el Porsche rojo de Ian. El mánager no salió del coche, pero Simon sí.

—Parece que llega de una pieza —comentó Callie, hablando por encima del hombro de Gail.

Gail suspiró aliviada. Pero sabía que cuanto más fuerte estuviera Simon, más constantes serían las súplicas de Ian para que volviera a su vida de siempre. Pensaban estar casados durante dos años, pero Gail comenzaba a dudar que pudieran durar tanto tiempo.

Capítulo 28

Simon quería darle a Gail la sortija, pero no quería hacerlo mientras Callie estuviera allí. El borde de la cajita se le clavó en el muslo cuando se sentó, pero durante todo el tiempo que duró la conversación, estuvo pensando en que haría el amor con Gail aquella noche, a lo mejor en la ducha otra vez, y después le dejaría la sortija debajo de la almohada.

Esperaba que le gustara. Le costaba imaginar que no lo hiciera, pero no las tenía todas consigo. Sabía que no era una mujer que valorara las cosas por su precio. Un regalo como aquel tenía que significar algo especial. Y lo significaba. No podía decir exactamente qué. Todo era demasiado nuevo como para poder ponerle una etiqueta. Pero quería que Gail lo tuviera, y eso significaba que tenía que haber una razón.

Cuando Callie les preguntó por las reformas, Simon y Gail le hicieron un recorrido por toda la casa y estuvieron hablando de los cambios que tenían planeados. Simon estaba cada vez más emocionado ante las posibilidades de la casa, disfrutaba buscando nuevos desafíos. Incluso le gustaba acabar el día agotado. Eso hacía que disfrutara mucho más cuando por la noche se acurrucaba en la cama con su estricta y sensata esposa, que había demostrado ser todo lo dulce que podía ser una mujer. Porque si algo había aprendido era que detrás de aquellos trajes con los que mantenía a los hombres a distancia, se escondía un corazón muy tierno.

Cerca de media hora después, Gail le dijo a Callie que tenían que prepararse para ir a casa de Sophia. En ese momento se quedaron solos. Podría haberle entregado el anillo entonces y estuvo a punto de hacerlo. Se sentía como un niño con un enorme regalo de Navidad, incapaz de esperar hasta el momento de entregarlo. Pero Gail tenía prisa y él quería hacer las cosas bien. Desde luego, lo último que quería era que pensara que estaba intentando pagarle los favores sexuales. Le había pedido a Ian que le comprara la sortija antes de que hubieran hecho el amor, pero ella no lo sabía y, si tenía que explicárselo, se arruinaría todo el efecto.

—¿Ya estás preparado?

Gail salió del dormitorio con unos vaqueros muy estrechos, un jersey negro sin mangas y una chaqueta de cuero. Con el pelo peinado hacia atrás y las perlas en el cuello y en las orejas, tenía un aspecto muy clásico y estaba más guapa que nunca. Pero a Simon también le gustaba cuando no llevaba maquillaje, o ropa, por cierto. Le gustaba de manera especial sentir bajo las manos la suavidad de su piel. También le gustaban sus ojos y todo lo que con ellos expresaba. Gail le quería. Quizá demasiado. Pero él no quería pensar en ello.

—Estás guapísima —musitó, y la abrazó durante el tiempo suficiente como para aspirar su perfume y besarla en el cuello.

Gail no se resistió, pero alzó la mirada hacia él como si le costara un poco responder.

—¿Qué quería Ian?

—Nada nuevo. Quiere que vuelva a Los Ángeles. Probablemente ya te lo has imaginado.

—¿Pero por qué? ¿No es capaz de ver lo bien que estás aquí?

—Lo de «bien» es un término relativo. No estoy trabajando y, por lo tanto, para él no estoy bien. Supongo que es su forma de reaccionar al giro que han dado las cosas. Siente que ha perdido el control sobre su cliente más importante.

—Quieres decir que se siente amenazado por mí.

—No le gusta la influencia que tienes en mi vida.

Gail le tomó el rostro entre las manos.

—Podremos seguir siendo amigos cuando todo esto termine, ¿verdad? Ya sé que no podremos seguir trabajando juntos, pero, aun así, seguiremos llevándonos bien, ¿verdad?

¿Por qué preocuparse por lo que podía ocurrir en el futuro? ¿Por qué no agradecer el presente?, se preguntó Simon. Al fin y al cabo, estaban mucho mejor que antes.

—Eso espero. Lo más difícil va a ser cuando me encuentre contigo y tenga que reprimir las ganas de arrastrarte al dormitorio.

—¿Por qué? Para entonces ya podrás elegir entre un montón de mujeres.

—Porque ninguna es capaz de hacer el amor como tú.

Nunca había habido una mujer con la que pudiera bajar completamente la guardia, ninguna en la que pudiera confiar como confiaba en ella.

—Por si no lo has notado, contigo nunca tengo suficiente.

Simon tenía miedo de que rechazara aquel cumplido como había rechazado otros muchos. De que le dijera que, en realidad, no le importaba con quién estuviera siempre y cuando pudiera conseguir lo que quería, que era lo que le había dicho otras veces. Pero no lo hizo. Gail posó la mano en su mejilla y le dio un apasionado beso.

—Si sigues así, no vamos a ir a cenar —le advirtió Simon.

Gail se apartó riendo.

—No puedo evitarlo. Estoy tan... —pero se contuvo.

—¿Tan qué? —le preguntó él.

Gail vaciló un instante y parpadeó con fuerza.

—Tan contenta de haberme casado contigo. Esta ha sido la más placentera mezcla de trabajo con placer que he disfrutado en mi vida.

¡Había estado a punto de decírselo! Justo en ese momento, mientras todas sus frecuencias cerebrales estaban bloqueadas por la mirada sensual de Simon y la temperatura de su cuerpo subía anticipando sus caricias, había estado a punto de confesar que estaba enamorada de él. Cada vez que le miraba, se sentía un poco más intoxicada.

Afortunadamente, fue capaz de controlarse y tras varios minutos estando fuera de su inmediata órbita, le resultó más fácil pensar. En realidad, lo único que Simon le había dicho había sido que era buena en la cama. Seguramente no querría oír un «te quiero» en respuesta cuando desde el primer momento le había advertido que no se tomara demasiado en serio su relación.

Durante todo el tiempo que pasaron en casa de Sophia, Gail estuvo aleccionándose sobre cómo manejar la situación cuando estuviera de nuevo en casa a solas con él. No diría ni una sola palabra sobre ninguna clase de sentimiento. No tenía por qué asustarle. Dejaría que fuera su cuerpo el que se expresara, puesto que Simon no parecía capaz de comprender la diferencia entre acostarse con una mujer que vivía para verle sonreír y otra que lo único que veía en ello era el valor de conquistar a otro famoso. Los hombres podían llegar a ser muy simples en ese sentido, decidió, y Simon no parecía ser una excepción.

—¿Quieres más puré de patatas?

Gail alzó la mirada. Sophia les había servido una cena impresionante: medallones de ternera, puré de patata y ajos, espárragos, ensalada, y en ese momento estaba junto a la mesa con el cuenco del puré. Gail esperaba que Alexa, la hija de Sophia, cenara con ellos, pero estaba pasando la noche en casa de una amiga porque tenían que presentar al día siguiente un trabajo para el instituto. Y Skip no estaba en casa. Gail tampoco estaba segura de que Sophia hubiera dicho que fuera a estar. De modo que estaban solo ellos tres sentados en el elegante salón de su elegante casa. Gail se preguntó cómo llevaría Sophia lo de pasar sola tanto tiempo.

—No, gracias —Gail sonrió e intentó pensar algo que decir, pero casi inmediatamente se concentró de nuevo en la comida.

Simon estaba llevando perfectamente el peso de la conversación. Y ella estaba ocupada preocupándose por su futuro. ¿Qué pasaría cuando su matrimonio terminara? Imaginaba los días largos y deprimentes que tenía por delante. ¿Superaría alguna vez lo que sentía por él? ¿Sería capaz de volver a enamorarse? Dudaba que fuera a hacerlo pronto. Había esperado treinta y un años para enamorarse por primera vez. Porque desde que estaba enamorada, sabía que aquel sentimiento no podía compararse con los que albergaba hacia Matt.

—Estás muy callada, ¿estás bien? —musitó Simon cuando Sophie fue a la cocina a buscar otra botella de vino.

Gail tragó el espárrago que tenía en la boca.

—Sí, estoy bien.

Simon frunció el ceño.

—A lo mejor deberíamos irnos pronto y acostarnos.

—No podemos ser tan groseros. Sophia se ha tomado muchas molestias.

Se aseguró de que Sophia no podía oírlos, pero bajó la voz de todas formas.

—Y creo que se siente muy sola.

—Estoy convencido.

—Callie cree que va detrás de ti.

—Y yo puedo prometerte que no. Está siendo muy educada, pero no deja de mirarte como si fuera a ti a quien espera impresionar. Te lo dice un mujeriego, lo que ella quiere es ganarse tu amistad. Y si no estuvieras tan preocupada, lo notarías.

Sí, Gail lo había notado, y esa era la única razón por la que no le preocupaban las advertencias de Callie.

—Estaba pensando en la entrevista para Hollywood Secrets Revealed que he hecho esta mañana.

—Me has comentado que había salido bien.

—La periodista se ha mostrado muy receptiva, pero espero que haya sido un movimiento inteligente. No queremos crear una reacción en contra de la imagen de paz y tranquilidad que pretendemos transmitir impulsándoles a recordar todo lo que pasó el año pasado.

—Ni siquiera me importaría que lo hicieran. Desde que estamos juntos, mi trayectoria es intachable. Eso es lo único que el juez necesita saber.

Para él, lo único importante era recuperar pronto a su hijo.

Gail sonrió ante el orgullo que reflejaba su voz. Simon se sentía mucho mejor consigo mismo y eso le gustaba. Independientemente de a lo que tuviera que enfrentarse en el futuro, por lo menos siempre sabría que había sido importante para él.

—El postre ya está casi listo —anunció Sophia desde la cocina.

Simon se inclinó hacia Gail.

—Me gustaría mencionar el moratón que tiene en la mejilla para ver cómo responde. ¿Crees que debo hacerlo?

Gail consideró si podría servir o no de algo. Ella pensaba que lo único que conseguiría sería hacer que Sophia se sintiera incómoda.

—No. Le da mucha vergüenza. Está tapándoselo constantemente con el pelo.

—Estoy seguro de que se lo hizo su marido.

Gail también se preguntaba si habría sido él, pero no podía imaginarse a Skip golpeando a nadie. Odiaría acusarlo equivocadamente, sobre todo en un lugar tan pequeño y con una comunidad tan unida. Un rumor como aquel podía hacer mucho daño.

—Es una cuestión delicada —se mostró de acuerdo Simon.

—Si está siendo maltratada, es ella la que tiene que decirlo. No puede esperar que los demás lo adivinen.

—Pero no todas las mujeres...

El zumbido del teléfono anunciando la llegada de un mensaje los interrumpió. Simon lo sacó del bolsillo y lo miró, aunque no parecía particularmente interesado en lo que podía haberle llegado. Pero, de pronto, se tensó.

—¿De quién es? —preguntó Gail.

Justo en ese momento, entró Sophia.

Simon desvió entonces la mirada hacia su anfitriona.

—Es Ty —contestó—. Si me perdonáis...

Se levantó y salió, dejando a Gail entreteniendo a su antigua enemiga mientras él llamaba desde la otra habitación. A juzgar por el tono de voz con el que estaba hablando, bajo y urgente, Gail supo que solo podía estar hablando con Bella.

Simon no quería mirar a Gail. Sabía que ella no estaba de acuerdo con lo que estaba haciendo y odiaba decepcionarla cuando apenas acababa de empezar a confiar en él. Pero tenía que volver a Los Ángeles. Bella había estado llorando por teléfono. Nunca la había visto tan desesperada, tan desolada. Le había dicho lo mucho que todavía le quería, que siempre le amaría. Que se arrepentía inmensamente de lo que había pasado entre su padre y ella. Que en su vida jamás habría nadie que pudiera compararse a él. Que Ty y ella le necesitaban.

Simon estaba tan acostumbrado a acudir en su rescate que, incluso después de todo lo ocurrido, le parecía normal hacerlo en ese momento. Pero no habría permitido que aquel sentimiento de responsabilidad le influyera si no hubiera sido por Ty. Creía a Bella cuando le decía que su hijo le necesitaba; llevaba mucho tiempo pensándolo y quería estar a su lado. Aunque no estaba interesado en retomar la relación con Bella allí donde la habían dejado, como ella pretendía, esperaba que pudieran mantener una relación que le permitiera ver regularmente a su hijo.

Gail estaba apoyada contra el cabecero de la cama, abrazada a sus rodillas encogidas mientras él iba guardando la ropa al azar en la maleta.

—Los medios de comunicación encontrarán extraño que me abandones para correr a su lado —dijo con voz apagada—. Esto podría arruinar todo lo que hemos conseguido hasta ahora. Supongo que eres consciente de ello.

Sí, lo era. Habían estado hablando sobre aquel tema durante el camino a casa. Simon se llevaría a Gail con él si pudiera. Pero siendo Bella tan celosa como era, sabía que eso solo serviría para causar más problemas. Estaba seguro de que había sido el mensaje sobre lo feliz que era en su matrimonio y la fotografía que había aparecido en la prensa la que había provocado que Bella se viniera abajo. Ella misma le había dicho que en el instante en el que había visto esa fotografía, había pensado que le había perdido para siempre y no soportaba siquiera pensar en ello.

—Está dispuesta a llegar a un acuerdo —no tuvo que especificar de quién estaba hablando—, así que tengo que aprovecharme de ello. No tienes ni idea de lo difícil que ha sido tratar con ella. Nadie lo sabe. Pero me ha prometido que si voy ahora mismo, podré ver a Ty.

Gail frunció el ceño.

—Lo está utilizando como cebo. Lo que quiere es que vuelvas.

—Eso no importa. Yo ya no tengo ningún interés en ella —contestó.

Pero sabía que Gail no le creía. Pensaba que aquel era el fin de su matrimonio y él no podía prometerle que no lo fuera. Lo que ellos tenían era un contrato que les comprometía a trabajar juntos para conseguir la custodia de Ty. Su relación había resultado ser mucho mejor de lo que nunca habría imaginado. Pero si conseguía la custodia de su hijo aquella noche, no tendrían ninguna razón para estar juntos.

—Estoy segura de que cree que la quieres —dijo Gail—. Hasta ahora, siempre ha conseguido hacerte volver con ella.

Porque era la madre de su hijo y él estaba desesperado por mantener una familia estable.

—Ya no soy el mismo que antes.

—Y, sin embargo, estás dispuesto a volver a montarte en esa montaña rusa.

—No. A la larga, Bella tendrá que enfrentarse al hecho de que he superado nuestra relación.

Y, mientras tanto, podía seguir pensando lo que quisiera siempre y cuando le permitiera ver a su hijo. A lo mejor eran capaces de tender puentes en su relación, de encontrar la manera de dejar las discusiones y las hostilidades tras ellos. Por lo que a Simon concernía, su separación no tenía por qué ser amarga. Especialmente en aquel momento de su vida. Gracias a Gail, se sentía más saludable, más capaz de tratar con la decepción, la sensación de fracaso y la confusión provocadas por su divorcio.

Y estaría encantado de ofrecerle a Bella más dinero si de esa manera se mostraba de acuerdo en compartir la custodia. No estaba seguro de a qué clase de acuerdo podrían llegar. Bella no había sido capaz de hablar coherentemente por teléfono. Lo único que había hecho había sido llorar diciéndole que le quería, pero una vez se había puesto en contacto con él, Simon por lo menos tenía que intentarlo.

—No confío en ella —dijo Gail.

—Yo tampoco —respondió él—. Pero tengo que hacer esto, lo siento.

Una vez terminado de hacer el equipaje, deseó que llegara por fin la limusina que había encargado cuando estaban en casa de Sophie. Tenía un largo trayecto hasta el aeropuerto y no quería perder el avión a Sacramento. Era el último que salía aquella noche. Podía haber pedido que fuera a buscarle su avión privado, rara vez volaba en aviones comerciales, pero no era fácil hacerlo con tan poco tiempo. Tenía que llamar al piloto para que se encargara de sacar el avión del hangar, se asegurara de que tenía combustible y trazara un plan de vuelo. Después, tendría que esperar a que llegara de Los Ángeles.

—¿Volverás pronto a Los Ángeles? —le preguntó a Gail.

—No creo que vuelva durante una larga temporada.

Probablemente no quería enfrentarse al acoso de los medios, y no la culpaba. Debía de resultarle embarazoso. Todo el mundo diría que su matrimonio había sido otra aventura más y que, durante todo aquel tiempo, había seguido enamorado de Bella. Dirían que Gail debería haber sabido que no podría conservarle. A lo mejor las personas que Ian había mencionado, las que ya habían averiguado que aquello era una campaña publicitaria, insistían con más virulencia en sus teorías. Simon había tratado lo suficiente con los medios de comunicación, y también ella, como para saber que habría todo tipo de especulaciones y no precisamente halagadoras para Gail. Él intentaría compensarlo explicándole a todo el mundo que era una mujer magnífica y dejando claro lo mucho que la quería. Pero tendría que hacer cada cosa a su tiempo.

—Entonces, volveré yo aquí.

—No, no tienes ningún motivo para volver —replicó—. Si consigues la custodia, ya no me necesitarás. Y si no, si Bella llama a la policía acusándote de haber violado la orden de alejamiento, ya no te servirá de nada seguir casado conmigo. Después de esto, nadie se creerá que realmente me quieres.

Aquello era más de lo que Simon estaba en condiciones de manejar en aquel momento. Tendría que pensar en ello más tarde.

—Yo solo quiero a mi hijo. Esa es la razón por la que empezamos todo esto.

—Lo sé, y es un niño maravilloso, así que no te culpo. Lo que estoy intentando decirte es que creo que tendrías más oportunidades si te quedaras. Deberías conseguir un acuerdo firme y fiable a través del juez, algo que no dependa de los caprichos de Bella.

Pero Simon no podía esperar.

—Eso me llevaría meses. Años, quizá. Y ni siquiera tengo la garantía de que pueda llegar a ganar.

Gail no intentó convencerle de lo contrario.

—Eso es cierto.

—Por eso tengo que irme.

Se le había caído una chaqueta al suelo. Gail se levantó para doblarla, se la tendió para que la guardara en la maleta y continuó reuniendo todo lo que Simon había dejado: ropa, libros, artículos de aseo...

—No hacía falta que llamaras a un taxi. Podría haberte llevado yo al aeropuerto.

—Lo sé, pero no quiero que conduzcas a estas horas. ¿Y si se te pincha una rueda? —señaló los objetos que Gail iba recogiendo—. Déjalo.

—¿No los quieres?

—Me encargaré de ellos más adelante.

—Muy bien —colocó unos vaqueros encima de la cama—. Pero antes de que te vayas, hay algo que me gustaría decirte.

Simon se estremeció ante la seriedad de su voz. Aquello comenzaba a parecerse a un funeral. Quería salir cuanto antes de aquella casa, pero Gail se merecía la oportunidad de decirle que era despreciable por dejarla de aquella manera. Había hecho un gran trabajo y se había esforzado mucho para ayudarle y lo único que él había hecho había sido destrozarle la vida. Sí, era cierto que su negocio dejaría de estar al borde del colapso. Pero en cuanto él se fuera, la familia de Gail se enfadaría con ella y sus amigos podrían decirle con toda la razón del mundo «ya te lo dije».

Hasta le había arruinado su vida sentimental. Sabía perfectamente que en otra época de su vida había estado enamorada de Matt. A lo mejor, si no hubiera sido por aquel matrimonio, los dos habrían terminado juntos y habrían llegado a convertirse en la pareja perfecta del pueblo.

—Soy todo oídos.

Estaba preparado para lo peor. Pero, en cambio, Gail se plantó ante él, le besó con ternura y confesó:

—Jamás he estado tan enamorada de un hombre. Espero que seas muy feliz.

Simon parpadeó sorprendido, le había pillado completamente desprevenido. Estuvo a punto de abrazarla para sentir una vez más su cuerpo contra el suyo, por si acaso Gail tenía razón y después de aquella separación todo cambiaba para siempre. Pero Gail no le dio oportunidad de hacerlo. Con una sonrisa de despedida, se dirigió al otro dormitorio y cerró la puerta.

En ese momento llegó la limusina.

Capítulo 29

La casa le resultaba extraña sin Simon, probablemente porque él formaba parte de ella. Con la cantidad de trabajo que Simon había invertido en la casa, su emoción por las mejoras, por no mencionar las horas que habían pasado allí haciendo el amor o, simplemente, durmiendo juntos, había comenzado a parecer un hogar. Su hogar. También su matrimonio había comenzado a parecer real. Pero todo había terminado mucho antes de lo que Gail esperaba.

Simon había dejado de beber y su comportamiento había sido intachable desde que habían llegado a aquel acuerdo. Pero, al final, había vuelto a Los Ángeles arrastrado por Bella, la única variable con la que Gail no contaba. Ella pensaba que tendrían que batallar con uñas y dientes para conseguir que Bella permitiera que Simon viera a Ty. La orden de alejamiento no le permitía pensar otra cosa. En aquel momento, se sentía como si hubiera estado apoyada contra una puerta cerrada que se había abierto de repente.

Debería habérselo pensado antes de entregarse a lo que sentía desde que se había casado con Simon. Sobre todo a la falsa sensación de seguridad y felicidad que la había envuelto desde que había regresado a su pueblo. No confiaba en aquellos sentimientos. Y, sin embargo, los había abrazado con entusiasmo. Al enterarse de la relación que habían tenido Bella y Tex, debería haberse dado cuenta de que Bella había manipulado a Simon durante todo aquel tiempo, de que continuaría haciéndolo y de que Simon jamás sería capaz de resistirse a una oferta amistosa procedente de ella. Al fin y al cabo, Bella tenía lo que Simon más quería: su hijo. Ty estaba por encima de cualquier otra consideración.

Gail se abrazó a la almohada y cerró los ojos con fuerza. Sabía que tendría que enfrentarse a aquello antes o después. No tenía sentido compadecerse. Pero nada de lo que se decía servía para aliviar el dolor que sentía en el pecho.

A lo mejor, si salía de aquella casa, volvía a ser la de siempre, una mujer capaz de manejar todo tipo de situaciones. Pero si iba a casa de su padre tendría que contarles a su hermano y a él que Simon la había dejado. En cualquier caso, pronto tendría que hacerlo. De modo que, cuanto antes superara aquel mal trago, mejor.

Apartó las sábanas de una patada, se levantó y se puso una sudadera vieja de Simon. Pero antes de que hubiera llegado a la puerta, sonó el timbre.

Por un instante, esperó que fuera Simon. Hacía una hora que había salido. Podía haber vuelto. Pero en el fondo de su corazón, sabía que no podía ser él, que Simon estaba deseando ver a su hijo.

¿Pero quién podía ir a verla a las diez y media de la noche?

Se secó las lágrimas con la manga y cruzó descalza el cuarto de estar. Simon había apagado las luces y había cerrado con llave, pero había dejado la luz del porche encendida. Qué considerado, pensó Gail con sarcasmo, y corrió la sábana que cubría la ventana.

Era Sophia, la última persona que le apetecía ver en ese momento. ¿No habría tenido bastante con la cena?

Gail estuvo a punto de no abrir la puerta. No estaba segura de si iba a ser capaz de sonreír y fingir que su vida iba perfectamente, como había hecho durante el postre y la aproximadamente una hora de conversación que lo había seguido en casa de Sophia. Pero tampoco podía dejar a Sophia esperando en la puerta cuando tenía el coche aparcado delante de la casa, delatando su presencia. No podía hacerle eso a ningún conocido, y menos aún en un lugar como Whiskey Creek.

Esperando que aquella mujer con la que en otra época, y con motivo, había estado profundamente enemistada, no descubriera que había estado llorando, abrió la puerta.

—Hola.

Contra todo pronóstico, consiguió esbozar la falsa sonrisa que había estado conjurando durante toda la velada.

Sophia no respondió inmediatamente. Hundió las manos en los bolsillos de la chaqueta que llevaba y estudió a Gail con atención.

Gail, sintiéndose cada vez más incómoda, se aclaró la garganta.

—¿Qué te trae tan tarde por aquí?

—Alexa se ha olvidado el cepillo de dientes y he ido a llevárselo.

—¿Y has decidido venir a verme por...?

—He visto la limusina.

Se interrumpió, como si estuviera esperando a que Gail dijera algo. Pero Gail no podía articular palabra. En un primer momento, había tenido la tentación de hablar entre susurros, como si Simon estuviera en casa y no quisiera despertarle y se alegró de no haberlo hecho. Que la hubieran pillado fingiendo algo así habría sido más humillante incluso que reconocer su triste realidad.

—Era Simon, ¿verdad? Se va del pueblo.

De todas las personas que había en el mundo, Sophia tenía que ser la primera en saberlo. ¿Se regodearía en lo ocurrido? Desde luego, lo habría hecho cuando estaban en el instituto. Y Gail ni siquiera estaba segura de que pudiera quejarse en el caso de que lo hiciera. Había sido muy lenta a la hora de responder a los intentos de Sophia de ganarse su amistad y había sido muy poco inteligente correr los riesgos que había corrido.

—Sí.

—Me lo imaginaba. Le he oído llamar a un coche después de haber estado hablando con... supongo que era su exesposa.

—Sí.

Aunque a Gail no le hacía ninguna gracia que Sophie encajara tan rápidamente las piezas, no tenía ningún sentido presentar lo ocurrido de forma diferente. Por mucho que Simon y ella hubieran intentado fingir que no había pasado nada, Sophia había sido testigo privilegiado de la decisión tomada por Simon.

—Lo siento —dijo Sophia.

—Te lo agradezco. Y has venido porque...

—Porque me preocupaba que estuvieras pasando un mal rato. Sé que no me consideras una amiga íntima, pero no quiero que estés sola si... si necesitas a alguien —cambió de postura, sintiéndose un poco avergonzada, pero no cedió—. Estoy segura de que no es fácil pasar por algo así. Es evidente que le quieres mucho.

Gail deseó poder negarlo. Quería decirle que estaba bien, que desde el primer momento había sido consciente del riesgo que corría y que estaba preparada para lo peor, de decir cualquier cosa que pudiera ayudarla a salvar su orgullo. «Fue divertido mientras duró». Pero el abandono de Simon era demasiado reciente. Todavía tenía los sentimientos en carne viva. No tenía manera de elevar sus defensas.

Así que ni siquiera lo intentó. Seguramente, el rubor de su rostro ya la había delatado.

—Tienes razón —confesó—. Le quiero, le quiero mucho más de lo que imaginaba que podría querer a alguien. Y me duele terriblemente que se haya ido.

Como broche de la conversación, no estaba nada mal. La chica mala del instituto podría regodearse todo lo que quisiera en su desgracia.

Pero Sophia no parecía estar sacando placer alguno de su dolor. La empatía inundaba su mirada mientras rodeaba a Gail con los brazos para darle un largo abrazo.

—De verdad, de verdad lo siento —musitó, y Gail supo que era cierto—. A veces, la vida apesta —añadió Sophia.

Gail tenía la impresión de que sabía de lo que estaba hablando.

—Tú no eres feliz con Skip, ¿verdad?

Sophia vaciló un instante, como si le costara reconocer la verdad. Llevaba demasiado tiempo vendiendo la ilusión de tener una «familia perfecta», pero, al final, retrocedió un paso y admitió la verdad.

—Sí, a veces la vida apesta —dijo Gail entre risas—. ¿Quieres pasar a tomar un café?

Sophia le devolvió la sonrisa.

—Me encantaría.

Pasaron las dos horas siguientes hablando de si Gail debería volver o no a Los Ángeles, de lo que dirían el padre y el hermano de Gail y de cómo debería darles la noticia. Hablaron también de si Sophia debía seguir luchando para salvar su matrimonio. Sophia decía que el moratón que tenía en la mejilla no se lo había hecho Skip, pero Gail sospechaba que la verdad le resultaba demasiado dolorosa como para compartirla incluso en los confines de su reciente amistad.

Pero suponía que algún día la averiguaría. Porque estaba decidida a mantener aquella relación. La Sophia adulta no tenía nada que ver con la Sophia adolescente. Ella también se había reservado información. No le había hablado a Sophia de los verdaderos motivos de su matrimonio. Era demasiado arriesgado decírselo a nadie.

—¡Mira qué hora es! —exclamó Sophia después de sacar el teléfono móvil—. Será mejor que vuelva a casa.

—Puedes quedarte aquí si quieres —la invitó Gail—. Tengo una cama de sobra.

—No, podría llamar Skip —esbozó una mueca—. Lo hace de vez en cuando para controlarme. Tiene miedo de que le engañe cuando no está en casa.

—¿Y crees que él te engaña?

Era otra pregunta difícil, pero habían llegado a tener suficiente confianza como para que Sophia no vacilara a la hora de responder.

—Estoy convencida.

—¿Por qué no te divorcias?

—Porque Skip haría todo lo posible para llevarse a Lex y dejarme sin nada. Quizá, cuando mi hija sea mayor, tenga el valor de hacerlo, pero ahora... Mi hija lo es todo para mí.

Estaba en la misma situación que Simon, luchando para no perder a su hija.

—Ya entiendo.

—Tengo que irme, pero antes me gustaría pasar al baño.

Mientras Sophia se alejaba, Gail pensó en lo mucho que podía ayudarla tener una amiga que la comprendiera y no la juzgara por las decisiones que había tomado, y en lo fácil que habría sido perder una amistad como la de Sophia.

—¿Gail? —Sophia la estaba llamando desde el cuarto de baño.

—¿Sí?

—¿Has visto esto?

—¿El qué?

Muerta de curiosidad, Gail cruzó el pasillo. Sophia estaba en la puerta del cuarto de baño y le hizo un gesto para que entrara. Allí, sobre la cómoda, descansaba un cajita de terciopelo sobre una nota manuscrita de Simon.

Tras dirigirle a Sophia una mirada con la que le decía que no tenía la menor idea de lo que era, Gail leyó la nota.

He estado intentando averiguar la mejor manera de entregarte este regalo. Ahora que me voy, comprendo que no hay una buena forma de hacerlo. Pero continúo queriendo que sea para ti.

Le tendió la nota a Sophia mientras abría la caja. En el interior, había uno de los enormes diamantes que el señor Nunes les había llevado antes de que Simon y ella se casaran.

—¡Dios mío! —exclamó Sophia casi sin respiración cuando Gail se volvió hacia ella—. Estoy tentada a creer que es una circonita cúbica, pero sé que no es cierto.

También Gail lo sabía. Y después de la visita del señor Nunes, también sabía lo mucho que valía.

—¡Pruébatelo! —la animó Sophia, y sostuvo la caja mientras Gail deslizaba la sortija en su dedo.

La montura era muy sencilla, en oro amarillo, pero hacía resaltar el diamante de tal manera que la combinación resultaba deslumbrante.

—¿Has visto? —preguntó Sophia mientras lo admiraba—. Te quiere. Estoy segura de que volverá.

Gail sonrió, pero sacudió la cabeza.

—No.

—¿Por qué no?

—Ahora mismo tiene demasiadas cosas a las que enfrentarse —contestó.

Pero no era en eso en lo que estaba pensando. Estaba recordando el momento en el que había desnudado su alma ante él. Simon no volvería para continuar una relación fingida tras haber oído su «te quiero». Después de aquello, su relación tendría que ser real.

Y Gail siempre había sabido que Simon no estaba preparado para mantener una verdadera relación.

Ian salió del coche en cuanto vio a Simon cruzar las puertas de la terminal y acceder a la zona de llegadas.

—¿Qué tal ha sido el viaje?

No había sido agradable. Por muchas ganas que tuviera de ver a Ty, se había sentido mal dejando a Gail. La imaginaba durmiendo en la cama de aquella casa centenaria y deseaba estar allí con ella. Gail le ayudaba a conservar la cordura, introducía un elemento de calma y adecuación en su vida que parecía estar ausente sin ella. Le había bastado volar a Los Ángeles para recordar los dos últimos años de su vida y eso le hacía sentirse tenso e irritable. También le molestó la sonrisa de Ian. Se comportaba como si hubiera conseguido ganar a Gail en aquella competición por su atención y su control. Pero no era así. Ty era el único que podía batir a Gail.

—Afortunadamente, no ha durado mucho. ¿Cómo están las cosas por aquí?

Ian había llevado el Mercedes, no el Porsche, para poder guardar el equipaje de Simon. Simon lo metió en el maletero mientras Ian contestaba.

—Bella ha estado llamándome. Está histérica. Quiere que te lleve inmediatamente a su casa.

Simon miró la hora, las doce menos veinte, y se acercó a la puerta de pasajeros del coche.

—¿Has visto a Ty?

—No, solo he hablado con Bella por teléfono.

El teléfono de Simon sonó cuando estaba entrando en el coche. Desando que fuera Gail para asegurarse de que había llegado bien, Simon lo sacó del bolsillo y lo miró con el ceño fruncido. No era Gail. Por supuesto, no podía ser ella. Le había dicho que le quería, pero después le había mirado como si no fuera a volver a verle nunca más. Y él sabía que, a menos que se pusiera en contacto con ella, jamás volvería a saber nada de Gail.

La llamada era de Bella. Nada más llegar.

—Es ella —le dijo a Ian, y presionó el botón—. ¿Diga?

—¡Oh, menos mal! —exclamó Bella—. ¿Ya estás aquí?

—Acabo de llegar.

—Entonces, ¿vienes hacia mi casa?

—Voy de camino.

—Gracias a Dios.

La cualidad susurrante y sensual de su voz ya no le excitaba como antes. En realidad, no le excitaba nada en absoluto. Sonaba demasiado forzada.

—¿Ty está en casa? —preguntó Simon.

—¿Dónde va a estar si no?

Simon necesitaba asegurarse. A aquella hora de la noche estaría dormido, pero había pasado tanto tiempo desde la última vez que le había visto que no le importaba. Estaba deseando estrechar el cuerpecito de Ty contra su pecho.

—Muy bien. No tardaré nada en llegar.

Mientras Simon se ponía el cinturón de seguridad, Ian se incorporó al tráfico.

—Me alegro de verte, tío.

Simon le miró.

—Estás de broma, ¿verdad?

—No, ¿por qué?

—Acabas de verme en Whiskey Creek.

—Eso fue diferente —tamborileó los dedos sobre el volante al ritmo de la canción de rap que sonaba por su carísimo estéreo—. Whiskey Creek no es Los Ángeles. Es aquí donde tienes que estar.

—¿Ah, sí?

Ian detuvo las manos y le miró.

—¿Qué se supone que significa eso?

Ni siquiera él lo sabía. Siempre le había gustado vivir en Los Ángeles. Nunca había considerado la posibilidad de mudarse a otra ciudad. Sin embargo, en aquel momento ya no, estaba seguro de que fuera un buen lugar para él. Whiskey Creek había supuesto todo un cambio. Le gustaba la inocencia de sus gentes. Allí tenía espacio para respirar.

—Nada. No significa nada.

Ian puso el intermitente y cambió de carril, dispuesto a salir del aeropuerto.

—¿No te parece increíble la facilidad con la que te has librado de ese matrimonio?

Simon arqueó una ceja.

—¿Perdón?

—Ahora que Bella se ha decidido a olvidar esa estúpida orden de alejamiento, no hay ninguna necesidad de molestar a Gail.

Simon no dijo nada. Después de haber firmado el acuerdo inicial, Ian se había arrepentido de trabajar con Gail. Eso estaba claro.

—¿Verdad? —le urgió Ian.

—Lo que tú digas —musitó Simon.

Ian aumentó el volumen de la radio. Parecía contento.

—Todo va a salir bien. Tal y como están las cosas ahora, podrás incorporarte a tu próximo proyecto en nada de tiempo —hizo un redoble rápido sobre el volante—. ¡Volvemos al negocio!

Teniendo en cuenta lo mucho que había mejorado su situación, Simon suponía que no tenía ningún motivo para no volver al trabajo. Sabía lo frágil que era la fama. Si desperdiciaba las oportunidades que se le presentaban en aquel momento, podía perderla y terminar como su padre, convertido en alguien que añoraba la luz de los focos, en una celebridad del pasado. Además, eran muchas las personas a las que había decepcionado al abandonar sus compromisos. A lo mejor debería retomar alguno. La mayor parte de aquellos proyectos le interesaban, en caso contrario, no habría firmado aquellos contratos.

¿Pero de verdad quería volver a su antigua vida? ¿Y qué iba a ser de la mujer que había conseguido hacerle feliz en una casa de ochenta metros cuadrados y trabajando como carpintero?

La casa de Bella era tan lujosa como Simon recordaba. Localizada en Beverly Hills, no lejos de la suya, era una casa estilo mediterráneo de cinco mil metros cuadrados, llena de palmeras y con tres piscinas diferentes. Bella nunca había ganado mucho dinero por sí misma. Cuando se habían conocido, trabajaba como presentadora de informativos por sesenta mil dólares al año, pero había dejado de trabajar en cuanto ellos mismos se habían convertido en una fuente de ingresos.

Simon esperó a que el guardia de seguridad les abriera la puerta y aparcó detrás del coche de Bella. Le había pedido a Ian que le llevara a su casa para recoger allí su coche, de modo que eran ya más de las doce. Con Bella nunca se sabía lo que se podía esperar y quería poder salir de allí en cuanto quisiera.

Bella le estaba esperando en la escalera de la entrada. Buscó sus ojos y le abrazó.

—No sabes cuánto me alegro de que estés aquí —musitó, presionando la mejilla contra su pecho.

Su perfume despertaba en Simon miles de recuerdos, malos y buenos, pero ya no sentía la intensa emoción que había asociado en otra época a aquella fragancia. Le pesaba la tristeza por lo perdido, pero no sentía nada más. Al parecer, habían cambiado muchas cosas durante las dos últimas semanas. O a lo mejor los cambios habían tenido lugar mucho antes y no había sido consciente de ello porque estaba borracho.

—¿Dónde está Ty? —preguntó.

—En la cama. Vamos, podemos hablar en el cuarto de estar.

Intentó conducirle al enorme cuarto de estar que era también cocina, una habitación de suelo de madera, chimenea de piedra, mostradores de granito y electrodomésticos de acero. Estaba decorado con un gusto exquisito. En Bella todo era elegante y siempre lo había sido. No podía acusarla de falta de estilo. Y con aquellos ojos castaños, su piel olivácea y el pelo negro azabache, era toda una belleza.

—¿Quieres tomar algo?

Le mostró una botella de vino, un pinot tinto, que era uno de sus favoritos.

El alcohol le tentaba. Tenía la sensación de que había pasado una eternidad desde la última vez que había bebido, pero sacudió la cabeza.

—No, gracias.

—¿De verdad?

—Ya no bebo.

Simon se quedó casi tan sorprendido como Bella cuando salieron aquellas palabras de su boca, pero permaneció fiel a ellas. Tenía más control sobre sí mismo del que había tenido en mucho tiempo y pretendía que continuara siendo así.

—Ya entiendo.

Aunque Bella debería alegrarse por aquella conquista, que solo podía suponer una mejora para la vida de su exesposo, este vio que su sonrisa languidecía. Evidentemente, había imaginado una velada diferente. Aun así, intentó adaptarse y cambiar de actitud.

—Pareces cansado, ¿quieres un café?

—Me encantaría.

—Estupendo. Siéntate.

Pero Simon la detuvo cuando comenzó a alejarse.

—Antes de hacer cualquier otra cosa, me gustaría ver a Ty.

Bella vaciló. Era evidente que él estaba mucho más emocionado ante la perspectiva de ver a su hijo que ante la de verla a ella. Simon sabía que aquello no iba a sentarle bien. Pero no estaba dispuesto a negociar hasta que no le hubiera dado lo que le había prometido.

—Por supuesto. Te acompañaré. Nuestro hijo está creciendo mucho. Y cada vez se parece más a su guapísimo padre.

Simon la siguió por las escaleras hasta el segundo piso y después recorrió el largo pasillo por el que se accedía al ala derecha de la casa. Continuaron avanzando y pasaron por delante de una habitación con las puertas dobles. Imaginó que aquel era el dormitorio principal, pero nunca había estado allí. Bella y él habían hecho el amor después de la separación, pero no desde que ella se había comprado aquella casa.

La habitación de Ty no estaba lejos.

—Esta vez quería una habitación decorada con coches de carreras —susurró Bella mientras abría la puerta.

Había una lámpara de noche encendida en la pared más alejada, que proporcionaba apenas el resplandor necesario para que Simon pudiera ver el rostro de su hijo.

Sonriendo, se sentó en la cama, apartó el edredón y abrazó a su hijo.

—No le despiertes —susurró Bella, como si creyera que solo había ido allí a mirar.

Simon la ignoró. Llevaba demasiado tiempo esperando aquel momento como para contenerse.

—Ty, soy papá —susurró—. ¡Dios mío, cuánto te he echado de menos!

Ty abrió los ojos, sonrió somnoliento y tensó los brazos alrededor del cuello de Simon.

—Papá, ¿dónde estabas? ¿Puedo ir contigo la próxima vez?

Simon deseaba más que nada en el mundo poder decirle que sí. Pero no estaba seguro de que Bella le permitiera llevarse a Ty a ninguna parte cuando se enterara de que no quería volver con ella.

—Espero que muy pronto puedas venir conmigo.

—A lo mejor papá se queda con nosotros —Bella miró a Simon mientras le revolvía el pelo a su hijo.

La invitación que reflejaban sus ojos era evidente. Por alguna misteriosa razón, estaba dispuesta a darle la bienvenida de nuevo a su cama, a su vida a la familia.

Pero Simon ya no estaba enamorado de ella.

Capítulo 30

Ty había tardado dos horas en volver a dormirse, pero a Simon no le había importado nada en absoluto. Había estado jugando con su hijo a los soldaditos y había hablado con él sobre el diente que se le había caído y el dinero que le había llevado el Hada de los Dientes. Le había preguntado por el colegio y Ty le había hablado de su profesora y había recitado orgulloso el alfabeto.

Cuando a Ty se le habían comenzado a cerrar los ojos, le había llevado a la cama, le había arropado y había memorizado el olor de su pelo y la suavidad de su piel como si temiera no volver a verle nunca más.

Y hasta que Ty no estuvo completamente dormido, no fue a buscar a Bella, a la que sabía que encontraría frustrada por su falta de atención.

Simon no tenía ganas de abordar aquella conversación. Sabía que a Bella no iba a gustarle lo que tenía que decir. Pero no podía evitarla si esperaba volver a ver a su hijo.

La encontró sentada en el cuarto de estar, viendo un reality show que había grabado. Detuvo el programa cuando Simon entró, se mordió el labio inferior con un exagerado puchero y se volvió hacia él.

—¿Ya estás contento? —le preguntó.

La amargura que encerraba aquella pregunta estuvo a punto de sacarle de sus casillas. ¿Cómo podía creer que tenía derecho a apartarle de su hijo? Las mentiras que había dicho sobre él para conseguir la orden de alejamiento ya habían sido suficientemente perversas. Bella parecía creer que podía continuar escudándose tras aquellas mentiras y eso le enfurecía. Pero en otras ocasiones había permitido que le pudiera la furia. No podía cometer ese error otra vez. El objetivo era iniciar un diálogo, no volver a las hostilidades del pasado.

—Ha sido maravilloso volver a verle. Gracias.

Bella asintió y se pasó los dedos por su larga melena como si le hubiera hecho un enorme favor, y no se hubiera limitado a darle lo que en realidad merecía como padre de Ty.

—Ha llamado tu padre.

Simon estuvo a punto de preguntarle si continuaba acostándose con él, pero se mordió la lengua. Su padre tenía a muchas mujeres dispuestas a hacer todo lo que les pidiera. No necesitaba a Bella. Y, por regla general, Bella no se sentía atraída por hombres que la doblaban en edad. Simon sabía que lo que habían hecho estaba directamente relacionado con él. Desde que Bella y él no estaban juntos, Tex no había vuelto a ver a su exesposa.

—¿Y qué quería?

—Se ha enterado de que estabas otra vez en Los Ángeles.

—¿Cómo?

—¿Quién sabe? Probablemente se lo habrá dicho el estúpido de tu mánager.

Algo estaba pasando allí. Ian también le había dicho a Tex que podía encontrarle en Whiskey Creek. Tenía que haber una razón para ello, de la misma manera que había una razón por la que estaba entusiasmado ante la idea de que volviera al trabajo para rodar Hellion.

Simon sospechaba que a Ian le habían ofrecido alguna clase de compensación. En Hollywood, todo parecía moverse por dinero. Pero ya se ocuparía de ese asunto más adelante.

—¿Qué quería?

—Me ha dicho que te deje en paz.

En vez de acercarse al sofá para sentarse con ella, Simon agarró uno de los taburetes de la isla de la cocina y lo giró para hablar con ella.

—¿Y te ha dicho por qué?

—¿No te lo imaginas?

—Mi padre y yo no hablamos.

—Me ha dicho que por fin eres feliz y que no necesitas que una basura como yo vuelva a arruinarte la vida.

Al ver que Simon no la defendía al enterarse de que su padre la había insultado, como sin duda esperaba, se oscureció su expresión.

—Como si lo que ocurrió hubiera sido culpa mía —añadió.

—No fui yo el que se acostó con él —señaló Simon.

—¡Tú te acostaste con muchas mujeres más! —le espetó Bella.

Pero tanto si le creía como si no, la verdad era que Simon no había tocado a ninguna mujer hasta que les había pillado a los dos. E incluso entonces, lo había hecho varios meses después, cuando había sido consciente de que ya no podía salvar su matrimonio. La primera había sido una compañera de trabajo. Después, no había encontrado ninguna razón para reprimirse. En algunas ocasiones, Bella se había dado cuenta de que le estaba perdiendo y había intentado cambiar de actitud, pero esos períodos apenas duraban. Bella no era capaz de superar las inseguridades que la llevaban a provocarle.

Pero no tenía sentido discutir. El pasado, pasado estaba. Los dos habían cometido errores. Lo que tenía que hacer él era intentar averiguar la manera de continuar a partir de lo ocurrido.

—Sí, es cierto —admitió.

Evidentemente satisfecha por el hecho de que Simon hubiera asumido la responsabilidad de su conducta, Bella le miró fijamente mientras hacía sonar suavemente sus uñas.

—¿Y qué vamos a hacer a partir de ahora?

—Espero que podamos llegar a algunos acuerdos relativos a Ty.

—¿Qué clase de acuerdos?

—Me gustaría quedarme con la custodia —esa era la única manera de impedir que Bella continuara utilizando a su hijo como un arma—. Pero si estás dispuesta a colaborar, me conformaré con la custodia compartida.

—Jamás conseguirás la custodia de Ty. Y no sé por qué voy a tener que colaborar contigo.

Simon sintió que todos sus músculos se tensaban.

—¿Por qué continúas haciéndome esto?

—Porque el niño y yo vamos juntos. ¡No puedes rechazarme a mí y aceptarle a él! ¡No es justo!

Aquello no tenía sentido. Bella seguía aferrada al dolor y al enfado que tantos problemas les había causado.

Simon intentaba responder manteniendo toda la tranquilidad posible.

—Bella, por favor. Yo quiero a Ty. Jamás dejaría que le ocurriera nada y lo sabes. Eso es lo único que debería importar.

—¿Y qué me dices de mí?

Bella se comportaba como si fuera una niña.

—¿Qué pasa contigo? —le preguntó Simon.

—¿En qué me convertiré yo? ¿En tu desperdicio? ¿Crees que puedes dejarme tirada y llevarte a mi hijo para formar una nueva familia con tu publicista en un pueblo que está en el quinto pino, a horas y horas de aquí? ¿Que puedes continuar viviendo feliz después de dejarme destrozada?

Simon alzó las manos.

—Aunque me llevara a Ty a Whiskey Creek, no sería durante mucho tiempo. Pienso volver a Los Ángeles y seguir rodando películas. No voy a abandonar mi carrera. Podemos hacer que esto funcione, podemos asegurarnos de que los dos tengamos lo que necesitamos.

Bella se mordió el labio.

—¿La quieres?

Tal y como Simon sospechaba desde el principio, aquello no tenía nada que ver con Ty. Bella se sentía excluida, no podía soportar la idea de que él fuera feliz con otra mujer. A ella le gustaría mucho más saber que estaba sufriendo por ella, porque de esa forma seguiría teniendo poder para herirle.

—¿De verdad quieres saberlo? —le preguntó.

Bella no contestó, pero alzó la barbilla como si esperara una respuesta.

Simon tomó aire.

—Me casé con ella porque pensé que sería bueno para mi imagen.

Bella pareció aliviada.

—Por supuesto. Tú jamás te habrías sentido atraído por una persona tan... tan poco atractiva.

—Todavía no he terminado —respondió él—. Así fue como empezó, pero de pronto... todo cambió. Ella es la persona más maravillosa que he conocido. Me hace sentirme bien en lo más profundo de mi ser. Me encanta cómo se ríe y que me haga reír. Adoro saber que puedo confiar en ella, y cómo se ilumina su rostro cuando entro en la habitación. Me gusta que finja ser tan dura cuando, en realidad, es todo corazón. Pero, sobre todo, me gusta que me quiera —sonrió al pensar en ella—. ¿Eso significa que la quiero? —asintió—. Sí, supongo que sí. Lo que te dije era cierto, estoy felizmente casado.

A Bella se le llenaron los ojos de lágrimas, pero Simon no sintió empatía alguna. Bella no necesitaba que la compadeciera. Tenía suficiente autocompasión ella misma.

—Jamás volverás a ver a Ty —le advirtió—. Y ahora vete antes de que llame a la policía.

Simon se dirigió hacia la puerta. No quería arruinar todo lo que había conseguido hasta entonces con otro escándalo. Pero se detuvo antes de abrirla.

—No voy a renunciar, Bella. Lucharé por Ty por difícil que sea y por mucho tiempo que me cueste.

Bella le agarró del brazo.

—Creo que es un error que te olvides de nosotros, Simon —le dijo—. Podríamos volver a intentarlo.

Posó la mano de Simon sobre su seno, pero él no se sintió ni remotamente tentado.

—Lo siento, no me interesa —le dijo, y se fue.

Simon se sentía infinitamente mejor cuando se despertó al día siguiente. Había visto a Ty. Las horas que había pasado con él no habían sido suficientes como para recuperar los meses que se había perdido, pero por lo menos había pasado un par de horas con él. Y ya no estaba en guerra con Bella. Por fin le había quitado el poder de hacerle daño. La visita de la noche anterior había sido catártica en cierto sentido. Le había servido para comprender lo que realmente quería. Todavía no estaba preparado para volver a rodar. Prefería regresar a Whiskey Creek, donde tan feliz había sido, y terminar de arreglar su casa. Cuando volviera a Los Ángeles, lo haría con ella. Pero eso no sucedería hasta que ambos estuvieran preparados para enfrentarse a lo que les esperaba allí.

Había intentado llamar a Gail esa misma noche en cuanto llegó a su casa. Quería comunicarle las decisiones que había tomado y no podía esperar a verla. Su futuro estaba completamente vinculado al suyo. Durante las últimas semanas, se había convertido en un hombre más sano y feliz. ¿Por qué iba a renunciar a ello o cambiarlo por el vacío de su vida anterior?

No pensaba hacerlo, pero Gail todavía no lo sabía. Era muy tarde cuando había intentado llamarla y no había contestado.

Se despertó pensando en ella e inmediatamente alargó la mano hacia el teléfono, pero el teléfono empezó a sonar antes de que lo hubiera tocado. A lo mejor Gail se había dado cuenta de que tenía una llamada perdida y estaba devolviéndosela.

Ojalá. Estaba deseando hablar con ella. Pero el identificador de llamadas le dijo que no era Gail, sino su padre.

Miró el teléfono con el ceño fruncido. ¿Qué querría Tex? Simon no era capaz de imaginárselo, pero como su padre le había liberado del compromiso de rodar Hellion y sentía que por fin sabía lo que realmente quería y había encontrado el rumbo de su vida, contestó.

—¿Diga?

—¿Qué demonios estás haciendo? —le preguntó Tex.

La dureza del tono le sorprendió. Él pensaba que estaban en mejores términos de lo que era habitual en ellos, pero Tex no parecía muy amistoso.

—Estoy durmiendo. ¿Qué demonios quieres?

—No me refiero a lo que estás haciendo ahora. Estoy hablando de ayer por la noche.

—Estuve viendo a mi hijo. ¿Por qué lo preguntas? ¿Y por qué estás tan enfadado?

—Porque pensaba que por fin habías enderezado tu vida. Pensaba que eras consciente de lo que tenías y que no ibas a tirarlo por la borda. Y ahora me vienes con esto.

Simon sintió un vuelco en el estómago que acabó con todos los restos de cansancio. Se sentó en la cama y se frotó la cara lentamente.

—Tranquilízate y explícame de qué estás hablando. ¿Qué se supone que hice ayer por la noche?

—¿Ahora vas a fingir que no lo sabes? Aparece en Internet, en YouTube, en todos los blogs sobre famosos, en todas las cadenas...

—Te juro que no sé de qué estás hablando.

—Entonces enciende el ordenador y entérate. Estás hundido y los medios de comunicación están haciendo su agosto. Después de tu actuación con Gail en la que te presentaste como un hombre completamente transformado, están yendo directamente a la yugular. Aunque, en realidad, algunos de ellos parecen más interesados en otra parte de tu anatomía. Mencionan la castración como el castigo más adecuado.

¿Pero por qué? ¡Él no había hecho nada!

Dejó el teléfono a un lado, se levantó de la cama y corrió hacia el ordenador. Lo encendió y buscó su nombre en Internet. Y después se hundió en la silla del escritorio con la mirada fija en la pantalla en silencioso horror. Lo primero que vio fue un enlace a una grabación en la que aparecía teniendo relaciones con Bella. El titular decía: El encuentro de Simon con su ex demuestra que no ha cambiado.

Todas y cada una de las personas que Gail conocía habían llamado para hablarle del vídeo que se había convertido en viral en Internet. La arremetida había comenzado con una llamada de Serge desde su propia agencia, porque estaba ayudando a Joshua a rastrear toda la información relacionada con Simon y había sido el primero en llegar a la oficina. Pero a esas alturas, cuando la grabación ya estaba siendo reproducida por los principales medios de comunicación, también estaba comenzando a recibir llamadas de sus amigos de Whiskey Creek.

Aunque Gail tenía el ordenador en la cama y sabía lo que contenía la grabación, no se atrevía a verla por completo. Las imágenes del principio, en las que aparecía Simon acercándose a casa de Bella y entrando, como evidenciaban las cámaras de seguridad, eran suficientemente nítidas como para identificarlo. También revelaban la fecha y hora. Aquello había ocurrido la noche anterior, poco después de que llegara a Los Ángeles. No necesitaba ver nada más. Simon la había dejado y había vuelto con Bella.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —le preguntó Joshua.

Había llegado a la oficina después que Serge y aquella era la primera oportunidad que tenía Gail de hablar con él. Su llamada era la única que le apetecía contestar. La humillación y la vergüenza eran demasiado recientes como para enfrentarse a la compasión de aquellos que la querían. Ni siquiera había contestado el teléfono a su padre, al que debía de haber avisado algún cliente. No podía imaginarse de qué otra forma podía haberse enterado.

—No lo sé —contestó.

El corazón le dolía de tal manera que no era capaz de pensar con claridad. No se atrevía a abandonar su propio dormitorio. No se atrevía a salir de casa por miedo a sentirse acorralada. Era solo cuestión de tiempo que su padre se presentara allí. O a lo mejor Joe. Gail les había suplicado que le dieran a Simon una oportunidad y se la habían dado. En aquel momento, Gail se sentía como si les hubiera tendido una trampa.

Se frotó el estómago. Se sentía como si Simon le hubiera dado un puñetazo. ¿Por qué le habría creído? ¿Por qué se había dejado engañar por sus miradas, por su encanto, por su alegría y por su increíble forma de hacer el amor? Claro que era bueno haciendo el amor. Tenía mucha experiencia, tanto fuera como dentro de la pantalla.

Pero había sido su felicidad la que le había convencido de que era sincero. Parecía muy contento mientras estaba en Whiskey Creek.

Sacudió la cabeza al recordar su sonrisa infantil mientras demolía la cocina. La había dejado hecha escombros, igual que su corazón.

Gail lamentó todas las advertencias que había ignorado. Por encima de todo lo demás, lo que Simon había hecho le hacía sentirse estúpida.

—¿Entonces no lo has visto? —le estaba preguntando Joshua.

—Entero no —respondió—. Pero lo que he visto es bastante gráfico.

—Es peor todavía. No hay ninguna forma de darle la vuelta.

—No. Y tampoco podemos decir que no es él. Me dejó, se fue a Los Ángeles y se acostó con ella. Estamos atados de pies y manos. Lo único que podemos hacer es dejarlo pasar y ver cómo afecta todo esto a Big Hit.

Le resultaba más fácil hablar del daño que lo sucedido podía hacerle a su negocio que a su vida. Aunque había admitido la verdad ante Joshua, este tampoco había indagado en la profundidad de sus sentimientos hacia Simon, así que, por lo menos, todavía no tenía que hablar de cómo la había afectado personalmente.

—No creo que perdamos muchos clientes. Simon no puede culparte de esto.

—No importa. Me hace parecer ridícula e inepta por haberme casado con él. Y tanto tú como yo sabemos lo voluble que puede ser Hollywood. Si la gente percibe que he perdido el pulso, es muy posible que perdamos a algunos clientes, si es que no perdemos a la mayoría.

—Somos buenos en nuestro trabajo —insistió Joshua—. Sobreviviremos.

Por lo menos, gracias a la venta de las fotografías de la boda a la revista People, Gail tenía suficientes fondos como para mantener la empresa durante varios meses en el caso de que fuera necesario. Era el único punto positivo de su acuerdo con Simon. El contrato estipulaba que si era él el que no cumplía las condiciones, se quedaría ella con el dinero.

Afortunadamente, había tenido la previsión de dejar eso por escrito.

Alzó la mirada hacia la sortija que le había dejado. Se había ido a la cama pensando que significaba algo, pero en aquel momento, sabía que no era cierto. También podría venderla.

—¿Entonces no has hablado con él?

—No.

Simon había intentado llamarla a las tres de la madrugada. Después de hablar con Serge, había visto la llamada perdida. Pero entonces estaba dormida y, por supuesto, no había querido devolverle la llamada.

Le parecía increíble que hubiera intentado hablar con ella justo después de haber hecho el amor con Bella. A lo mejor quería decírselo antes de que se enterara. A lo mejor tenía suficiente conciencia como para querer advertirle.

Joshua suspiró en el teléfono.

—Es una pena. Excepto por algunos detractores que, en realidad, no tenían ninguna importancia, vuestro matrimonio fue muy bien recibido. La campaña estaba funcionando.

—¿Te refieres a esos que decían que no soy suficientemente atractiva para Simon? ¿Que no soy suficientemente dinámica y famosa?

Gail siempre había sabido que era una mujer muy normal. Pero, de alguna manera, se había dejado atrapar por aquel cuento de hadas.

—Me refiero a aquellos que son demasiado estúpidos como para darse cuenta de que eres increíble y de que Simon podía considerarse un hombre afortunado al estar contigo.

El teléfono pitó, advirtiéndole de que tenía otra llamada. Pensando que sería otra vez su padre, o Callie, la última persona que Gail quería que se enterara de lo ocurrido, miró el identificador de llamadas.

Era Simon.

Capítulo 31

Gail se dijo a sí misma que no debía contestar. Después de lo que le había hecho Simon, no podía imaginarse por qué quería hablar con ella. Pero las ganas de recibir una explicación pudieron con ella.

Le dijo a Joshua que tenía que colgar, se dijo a sí misma que era una estúpida por ser tan débil y contestó.

Simon no se molestó en saludar.

—Yo no he hecho nada, Gail.

Gail tensó la mano en el teléfono. Pensaba que Simon intentaría excusarse o pedir ayuda para salir de su último desastre. No esperaba que lo negara por completo.

—Es tu cara la que aparece en la grabación, ¿verdad? —le preguntó.

—Sí, por lo menos en el vídeo de seguridad. Ayer fui a ver a Ty. Pasé un par de horas con él.

—¿En medio de la noche?

—Sí, le desperté. Pero no me acosté con Bella. Ni siquiera la besé. Ella quería, pero yo no estaba interesado —bajó la voz, lo que le hacía mucho más convincente—. No era capaz de dejar de pensar en ti.

El dolor de Gail se hizo más intenso. Al dolor de la traición se sumaba el hecho de que su amor por él la hacía suficientemente vulnerable como para aceptar sus mentiras a pesar de lo que veían sus ojos.

—Si no eras tú, ¿quién era? —preguntó, intentando resistirse.

—No tengo ni idea, pero ni siquiera me acosté con ella —como Gail no dijo nada, continuó—. No he tocado a nadie desde que estoy contigo. Ayer por la noche te llamé porque quería decirte que quiero que estemos juntos. No quiero perderte.

Gail se llevó la mano a la frente. Estaba desesperada por creerle. Pero acababa de llamarse estúpida por haber confiado en él.

—No sé qué decir.

—Dime que me crees. Yo nunca te he mentido.

Simon había hecho algunas locuras. Había sido imprudente. Pero tenía razón, jamás había mentido. Aun así, la precaución aconsejaba no precipitarse.

—¿Entonces de dónde ha salido ese vídeo? ¿Cómo lo ha conseguido?

—He estado intentando averiguarlo. Y lo único que alcanzo a imaginar es que me tendió una trampa. Sabía que si me dejaba ver a Ty, iría a verla. A lo mejor pensó que no sería tan difícil conseguir que me acostara con ella. Después tendría las pruebas que necesitaba para destrozar mi matrimonio e impedir que pudiera ganar algún día la custodia de Ty. Pero yo no cedí. Ni siquiera sentí la tentación de hacerlo.

—Así que tuvo que cambiar de táctica.

—Sí. He estado viendo ese maldito vídeo infinitas veces, intentando descifrarlo. Y estoy seguro de que el hombre es el mismo del vídeo que me mandó.

—¿Qué vídeo?

—No es un vídeo muy agradable, pero te lo reenviaré. Creo que ha hecho un montaje con mi cara. Fíjate en que, en cuanto empiezan las escenas de sexo, es casi imposible identificarme.

Gail advirtió que ponía el manos libres, lo que significaba que probablemente estaba reenviando el vídeo que había mencionado.

—Solo se me ve la cara de vez en cuando —terminó.

Si lo que Simon decía era cierto, quienquiera que hubiera manipulado el vídeo había hecho un buen trabajo.

—¿Pero Bella sería capaz de hacer una cosa así?

—Por supuesto que sí —respondió Simon—. Ayer por la noche estaba muy enfadada. Pero esta vez ha ido demasiado lejos.

—Pero para ello, necesitaría a alguien con conocimientos técnicos. Alguien acostumbrado a editar vídeos.

—Exacto, y, gracias a mí, Bella tiene muchos contactos en la industria del cine.

El teléfono móvil de Gail sonó, anunciando la llegada de un mensaje.

—Espera un momento.

También ella puso el manos libres mientras observaba el vídeo que le había enviado. En él aparecía Bella con otro hombre. El vídeo llegaba con un mensaje anexo: Este es el nuevo papá de Ty.

A Gail le sorprendió la voluntad de Bella de infligir dolor a Simon.

—¿Cuándo te lo envió?

—La noche que me corté la mano.

Tenía sentido. A lo mejor estaba cometiendo el error de su vida al hundirse todavía más en aquella historia, pero ella tenía que llegar hasta el fondo.

—¿Cómo podemos demostrarlo?

Simon dejó escapar un suspiro.

—¿Me crees?

Gail se permitió esbozar una sonrisa irónica.

—¿De verdad pensabas que podías tener problemas para convencerme?

—Estaba preocupado. Es cierto lo que he dicho. No quiero perderte, Gail.

—Ten cuidado —bromeó—. Habías jurado que no volverías a casarte nunca más.

—Me conformaré con evitar otro divorcio.

Gail se rio mientras fluía el alivio en su interior. Estaban metidos en un buen lío, pero se tenían el uno al otro.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Simon.

—Llevaremos el vídeo a un especialista para ver si puede demostrar que está manipulado. Esta vez no dejaremos que salga bien librada —contestó Gail.

—¿Eso significa que vendrás a Los Ángeles y te quedarás conmigo hasta que todo esto se aclare?

Simon quería saber si confiaba lo suficiente en él como para aparecer públicamente a su lado. ¿De verdad quería exponerse a lo que les esperaba durante las siguientes semanas?

—Saldré en el próximo avión.

Gail pensaba que estaba acudiendo en su ayuda. Simon sabía que era la forma más rápida de conseguir que regresara a Los Ángeles, pero, en realidad, Gail ya había hecho más que suficiente por él. Estaba sobrio, era inocente y estaba enfadado. Saldría él solo de aquel apuro.

Ian entrecerró los ojos para protegerse de la luz del sol que inundaba su casa mientras le abría la puerta a Simon. Al verle, frunció el ceño.

—¡Simon! ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué no me has llamado?

Simon no contestó a la pregunta. Pero respondió con otra.

—Ayer te acostaste tarde, ¿verdad?

Por la actitud de Ian, era fácil deducir que era consciente de que algo había cambiado.

—No, no muy tarde. Volví a casa después de ir a buscarte al aeropuerto.

—¿Y te quedaste en casa?

Se produjo una ligera pausa.

—Pues la verdad es que sí.

Simon le empujó y se dirigió al salón. Afortunadamente, Ian vivía solo, de modo que Simon no tenía que preocuparse por molestar a nadie.

—¿Dónde tienes el ordenador?

Ian le siguió.

—¿Por qué quieres saberlo?

—Porque tienes cinco minutos para demostrar que tú no has editado ese vídeo o no has contratado a alguien para que lo edite.

—¿Qué vídeo? —preguntó Ian.

Pero Simon comprendió que lo sabía. Lo sabía y, aun así, estaba durmiendo. De modo que, ¿cuándo se había enterado si no había sido aquella mañana, como el resto del mundo?

—El vídeo en el que supuestamente estoy acostándome con mi exesposa.

—Simon...

—Sé que has sido tú —le interrumpió.

—No.

—Demuéstramelo.

Ian extendió las manos.

—¿Cómo?

—Déjame entrar en tu ordenador.

Ian se cubrió la cara y después dejó caer las manos.

—¡Vamos! Sabes que jamás te haría una cosa así. Si hay algún vídeo circulando, lo habrá editado la propia Bella. O a lo mejor la ha ayudado tu padre.

—No ha sido mi padre.

—¿Cómo lo sabes?

Porque la frustración y la decepción de aquella mañana habían sido demasiado sinceras. Porque sabía que también había sido sincero al alabar a Gail y porque tenía razón sobre ella, lo cual, le daba mucha más credibilidad de la que había tenido en años. Y porque se había disculpado por el incidente con Bella. Tex no era un hombre de principios, pero Simon sabía que en eso había sido sincero.

Además, le había liberado de hacer la película. Si quería obligarle a volver a Los Ángeles, tenía otra forma de intentarlo. Y, sin embargo, había aceptado las pérdidas que supondría no tener a su hijo en la película. Ian era el único que pensaba que tenía mucho que perder si él se quedaba en Whiskey Creek y se enamoraba de Gail.

—Por muchas razones.

—Pero se enfadó mucho cuando intenté retirarte del reparto de Hellion.

—Firmó la rescisión del contrato, Ian.

—Eso no significa que estuviera contento.

—No lo habría firmado si no hubiera estado dispuesto a dejarme marchar. Tú tenías más ganas que él de que rodara esa película. ¿Por qué?

—Claro que quiero que hagas esa película. Soy tu mánager y con esa película podrías conseguir un Óscar. Odio verte arruinar tu vida porque te has convertido de pronto en un calzonazos, pero jamás te haría ningún daño.

—Ojalá sea cierto, Ian. He sido bueno contigo, te he pagado bien. Continué trabajando contigo a pesar de lo que le hiciste a Gail porque, de alguna manera, me sentía responsable de lo ocurrido. Pero ahora me estoy dando cuenta de que hay algunas cosas que debería haber visto antes.

—Simon, te estás precipitando a la hora de sacar conclusiones.

—¿Ah, sí? ¿No fuiste tú el que le dijo a mi padre dónde podía encontrarme en Whiskey Creek?

—Sí, pero eso fue porque no me dejaba en paz. No quería que se enfadara. Eso tampoco te habría ayudado. Ya hemos hablado de esto.

—¿Por qué no me informaste desde el principio de que él era uno de los productores de Hellion?

—¡No lo sabía! No fue él el que se puso en contacto con nosotros. Pueden vender parte de la producción a cualquiera que pueda estar interesado, y lo hacen muy a menudo para conseguir dinero. No tenemos nada que decir a eso y lo sabes. Lo descubrí antes que tú, pero no te avisé porque no quería que te enfadaras. Y al principio no lo sabía.

Eso podía ser cierto, pero allí estaba pasando algo más y él quería saber lo que era.

—No creo que tuviera que presionarte tanto para que le dijeras dónde estaba. Querías que me presionara para que me fuera de Whiskey Creek porque de esa forma también tú ibas a conseguir algo.

—¿Como qué?

—Dinero, ¿qué si no?

—Vamos, mira esta casa —señaló el mobiliario que los rodeaba—. Las cosas me van bien. Yo nunca te traicionaría.

—No, al menos que te compensara. ¿Qué te ofreció Bella? ¿O fuiste tú el que le hiciste una oferta a ella? ¿Te asustaste al ver que no regresaba a Los Ángeles y que mi padre firmaba la rescisión del contrato, algo que, probablemente, no esperabas? ¿Le prometiste una buena cantidad a cambio de que consiguiera hacerme volver a Los Ángeles?

—¿Te oyes a ti mismo? —se burló—. Estás delirando.

—¿De verdad?

Simon vio entonces lo que había estado buscando desde el principio, el teléfono de Ian. Lo agarró del mostrador en el que se estaba cargando e intentó entrar en él, pero necesitaba una contraseña. Lo sostuvo en alto.

—¿Cuál es tu contraseña?

Ian abrió los ojos como platos.

—Eso no es asunto tuyo. ¡Dame el teléfono!

—O me das la contraseña para que pueda ver a quién has estado llamando y quién te ha llamado a ti o voy a la policía. Ellos podrán recuperar las llamadas. Y os hundiré a Bella y a ti.

El color desapareció del rostro de Ian.

—¿Que piensas hacer? —le presionó Simon—. ¿Decir la verdad y asumir la responsabilidad de lo que has hecho? ¿O tengo que seguir presionándote?

—Mierda —musitó Ian, y se hundió en el sofá.

El estómago de Gail era un remolino de mariposas cuando el avión aterrizó. Sabía que no le iba a resultar fácil mirar a los periodistas a la cara para decirles que creía en la inocencia de Simon. No sería fácil ahuyentar a los paparazzi que estaban ansiosos por atrapar su reacción ante la infidelidad de Simon. Pero no iba a dejarle solo en Los Ángeles. No solo era su esposa, sino también su publicista y encontraría la manera de darle la vuelta a la situación.

Gail fijó la mirada en el anillo que llevaba en el dedo cuando todo el mundo comenzó a bajar del avión. Tendría que mostrarlo, utilizarlo como un símbolo de su compromiso. A lo mejor les servía de ayuda...

—Buenas noches —se despidió uno de sus compañeros de viaje.

Afortunadamente, en el avión nadie parecía saber quién era ella.

Con una sonrisa y un asentimiento de cabeza, Gail agarró su maleta y se dispuso a entrar en el aeropuerto. Cuando llegó a la puerta de la terminal, se hizo a un lado para llamar a Simon y decirle que ya había llegado.

—¡Hola! —le dijo cuando contestó.

—¿Ya estás aquí?

—¿Sí, y tú?

—Estoy en la salida de equipajes.

—Podías haberme esperado en el coche.

—No, he preferido aparcar. Estoy deseando verte.

—Estoy nerviosa —admitió Gail—. Esto va a ser una locura.

—No dejaré que nada salga mal. Te lo prometo.

¿Pero de verdad podía hacer algo Simon? Gail no lo creía, pero apreciaba aquel sentimiento protector.

—Lo superaremos de una u otra manera. Ahora mismo nos vemos.

Gail se sumó al flujo de pasajeros que se dirigían hacia las escaleras mecánicas. Había un montón de gente al final, la mayor parte sosteniendo cámaras de alguna clase. Gail reconoció los logotipos de varias cadenas de televisión. También había gente con micrófonos y focos. Comprendió instintivamente que la estaban esperando. ¿Pero cómo podían haberse enterado de que llegaba en aquel avión?

Sintiendo que se intensificaba su ansiedad, levantó la maleta y buscó a Simon entre la multitud. Le había dicho que la esperaba en la salida de equipajes. ¿Pero estaría allí habiendo tanta gente?

Aparentemente, sí. No tardó mucho en localizarle. Estaba en medio del gentío, con unos vaqueros y una cazadora de cuero, mirándola mientras bajaba hacia él.

Por la forma en la que todo el mundo la estaba esperando, como si estuvieran a punto de gritar «¡sorpresa!», Gail tuvo la impresión de que había sido él el que los había invitado a estar allí. No entendía lo que estaba pasando.

Le miró a los ojos con expresión interrogante, pero él se limitó a sonreír mientras caminaba hacia ella. Los periodistas corrieron para seguir el ritmo de sus largas zancadas y al mismo tiempo grabarles y fotografiarles.

—¿Qué es esto? —musitó Gail cuando estuvieron suficientemente cerca como para poder hablar.

—Ian y Bella manipularon la grabación. Ellos mismos lo han admitido.

—¿De verdad? —apenas se lo podía creer.

—No les ha quedado otra opción.

—Sabes lo que significa eso, ¿verdad? Puedes demostrar que ha estado alejándote de Ty intencionadamente. Podrás conseguir la custodia.

—Eso espero.

—Entonces... —miró a su alrededor—, ¿por qué ha venido tanta prensa?

—Les he pedido que vengan para documentar este momento —la estrechó en sus brazos y la besó. Después, la agarró por la barbilla y dijo—: Te quiero, Gail. Nunca te he engañado y nunca te engañaré. Jamás te haría ningún daño.

El calor de la felicidad más absoluta se derramaba sobre ella mientras Simon volvía a besarla. El gentío era cada vez mayor, las voces más altas, los flashes de las cámaras se multiplicaban y las cámaras rodaban, pero a Gail no le importaba que el mundo entero estuviera mirándola. Simon quería que todo el mundo supiera que estaba completamente comprometido con ella.

Estaban a punto de separarse cuando una de las periodistas exclamó:

—¡Oh, Dios mío! ¿Ese es el anillo de compromiso?

Epílogo

-¿No vas a tomar café?

Callie señaló el zumo de naranja de Gail mientras comenzaban a despertarse todo tipo de sospechas en la mesa más grande de la cafetería una mañana de viernes del mes de agosto. El tiempo en Whiskey Creek era tan agradable como en Los Ángeles. Quizá incluso mejor, porque no hacía tanto calor. Simon se alegraba de haber vuelto a Whiskey Creek.

—En todos los años que llevo aquí, creo que es la primera vez que no pides un café —añadió Eve, mirando el zumo de naranja—. Por supuesto, has estado fuera mucho tiempo, pero, aun así, creo que no conozco a nadie a quien le guste más el café.

Simon tomó la mano de Gail. Quería que le mirara a los ojos para saber si no le importaba que diera la noticia. Pero Ty decidió intervenir por su cuenta.

—Mamá Gail no puede tomar café —anunció impasible—. ¡No podrá tomar café durante nueve meses!

Aquello provocó la sorpresa no solo de Callie, sino de todos los amigos de Gail.

—¿Por qué no? —le preguntó Callie.

Simon sabía que sospechaba la verdad, pero que estaba buscando confirmación.

Ty acababa de meterse una cucharada de fruta y yogurt a la boca. Eso hacía que resultara difícil entenderle, pero Simon dejó que fuera él el que respondiera. Tenía curiosidad por oír lo que iba a decir su hijo. Gail también debía querer oírselo explicar, porque no dijo nada.

—¡Porque es el tiempo que se tarda en hacer un bebé, tonta! —exclamó el niño entre risas.

Simon se echó a reír ante la respuesta de su hijo, pero fue el único. Estaban todos demasiado preocupados por el significado de sus palabras. Eran diez los que estaban allí reunidos: Kyle, que estaba comenzando a superar su divorcio, Riley y su hijo, Ted, Sophia y su hija, Eve. Cheyenne, Callie y Noah Rackham, al que Simon veía por primera vez debido a sus complicadas agendas. Cuando Noah había estado en Whiskey Creek, Simon estaba rodando su última película y cuando Simon y Gail habían ido a pasar algún fin de semana en el pueblo, Noah estaba haciendo carreras de ciclismo en Europa.

La noticia del embarazo de Gail pareció quedar flotando en el aire.

Todos los amigos de Gail se inclinaron hacia delante y la miraron con curiosidad.

—¿Estás embarazada? —preguntó Sophia.

El rubor cubrió las mejillas de Gail. Al principio, pensaban esperar un año o dos antes de tener un hijo. Pero en marzo, cuando habían conseguido la custodia parcial de Ty, este inmediatamente había comenzado a pedir una hermanita y, un mes después, Gail y Simon habían admitido que tenían tantas ganas de tener un bebé en casa como él. Habían dejado de utilizar métodos anticonceptivos en ese momento, pero hasta unos días atrás, el cuatro de agosto, no habían sabido que Gail estaba embarazada.

—Sí —contestó, curvando los labios con una sonrisa.

—¡Oh, Dios mío! ¡Es maravilloso! —exclamó Eve.

—¿Tu familia lo sabe? —le preguntó Riley a Gail.

—Se lo dijimos ayer por la noche —contestó Simon—. En cuanto llegamos al pueblo.

Aunque habían pasado la mayor parte del año en Los Ángeles desde Navidad, Simon había terminado de reformar la casa. En el mes de marzo habían pasado allí un par de semanas y Simon les había llevado los anuncios que les había prometido para el hostal. Les encantaba poder quedarse en su propia casa cuando visitaban Whiskey Creek, algo que habían hecho ya varias veces, pero habían convertido ya en una tradición el pasar la primera noche en casa de Martin. A Martin le gustaba tenerlos en casa y Simon se sentía bien dándole ese gusto.

—¿Desde cuándo lo sabéis?

Gail le apretó la mano a Simon.

—Desde el martes. Pero es ahora cuando me lo estoy empezando a creer.

—¡Es maravilloso! —exclamó Callie—. ¿Y qué va a pasar con Big Hit? ¿Piensas continuar trabajando?

—Lo dejaré durante unos meses. Después, a lo mejor trabajo a tiempo parcial. Pero ahora mismo, solo me estoy ocupando de Simon. Joshua y Serge atienden al resto de clientes.

—¿Cuándo nacerá el bebé? —preguntó Kyle.

Gail abrió el zumo de naranja y bebió un sorbo.

—El veintiuno de febrero.

Ted añadió azúcar al café.

—¿Y qué queréis? ¿Un niño o una niña?

—¡Una niña! —gritó Ty.

Pero la verdad era que lo único que quería Gail era que estuviera sano y Simon pensaba lo mismo que ella.

—¿Estás contento?

Simon tardó varios segundos en darse cuenta de que la habitualmente reservada Cheyenne estaba hablándole a él. Los demás estaban pendientes de Gail, haciéndole todo tipo de preguntas, pero Cheyenne estaba sentada al lado de Simon.

—Estoy emocionado —contestó.

Tiempo atrás, se había jurado que no volvería a confiar nunca en una mujer tanto como para tener un hijo, pero eso había sido antes de conocer a Gail.

—No hay nada como los primeros momentos, cuando la enfermera te pone al niño en brazos.

—Gail y tú parecéis muy felices juntos —dijo con añoranza.

Parecía estar exigiendo un nivel de sinceridad que ninguno de los demás le había pedido hasta entonces, pero ellos no habían tenido una vida tan dura como la de Cheyenne. Ella quería creer en los finales felices, quería saber si de verdad eran posibles, y Simon no vaciló a la hora de fortalecer su confianza.

Le pasó el brazo por los hombros y la apretó con un gesto tranquilizador mientras sonreía a su esposa.

—Gail es lo mejor que me ha pasado en mi vida —respondió, y de verdad lo pensaba.

Si te ha gustado este libro, también te gustará esta apasionante historia que te atrapará desde la primera hasta la última página.

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