Capítulo 9
Y lo siguió siendo hasta que llegó a casa. Habían tomado el té en casa de su madre y les habían contado a ella y a George sus planes para la casa de campo, pero se habían ido pronto para ver cómo estaba Cork.
El trayecto de vuelta, sin embargo, transcurrió casi en silencio y Claudia supuso que ambos estaban perdidos en sus pensamientos.
Al llegar a casa, Thomas pasó a hablar con el señor Peverell en la habitación de Cork mientras Claudia se cambiaba. Cuando bajó, su marido se había encerrado en su despacho.
Era como si hubiera levantado una barrera invisible entre ellos. Claudia se dijo que estaría cansado o preocupado por el trabajo y que se le habría pasado para la hora de la cena.
Preparó chuletas de cordero con coles de Bruselas, patatas y salsa de menta. A Cork le hizo una tortilla francesa y el mayordomo le aseguró que se encontraba mejor y que estaría en pie en un par de días.
—Espero que haya encontrado la señora todo a su gusto en la cocina —comentó.
—Por supuesto —le aseguró Claudia—, pero echamos de menos su maravillosa comida.
Cork, aunque estaba débil, consiguió sonreír ante el cumplido.
Los primeros días de enero pasaron deprisa. Claudia siguió encargándose de la casa, salía a hacer la compra y cocinaba. Aunque la señora Rumbold iba todos los días, siempre había algo que hacer.
Tuvo cuidado de pedir consejo a Cork sobre todo, desde la flores a las facturas. Cuando el mayordomo se sintió un poco mejor, se sentó en una silla junto al horno y se envolvió en una manta para indicarle cómo cocinar.
A Claudia aquello le pareció un poco aburrido pues sabía cocinar perfectamente, pero sabía que Cork lo hacía con buena voluntad y no dijo nada.
Thomas estaba de lo más ocupado. Se iba pronto por las mañanas y volvía casi para cenar. Sin embargo, siempre tenía tiempo para ir a ver a Cork y estar con Claudia.
Ella notaba que su marido mostraba cierta reserva con ella e hizo memoria por si hubiera dicho o hecho algo que pudiera haberlo molestado. ¿Lo habría decepcionado? Decidió preguntárselo cuando Thomas pasara algo más de tiempo en casa.
Cuando Cork se recuperó por completo, volvió a hacerse cargo de la casa y le dejó claro a Claudia educadamente que, aunque apreciaba que lo hubiera ayudado con la casa, ya no era necesario que siguiera haciéndolo.
Así que Claudia volvió a sus largos paseos con Harvey, a tomar café con las mujeres de los colegas de trabajo de Thomas y a leer los libros de su marido para intentar salvar la distancia que se había instaurado entre ellos.
Fue un alivio cuando Thomas le dijo que debía ir Liverpool dos o tres días y le preguntó si le gustaría pasar ese tiempo con su madre.
—Podría dejarte en su casa de camino y, luego, os venís las dos para Londres en tren.
—Me encantaría. La voy a llamar. Va a decir que sí, seguro. Así, podremos salir de compras juntas.
—Por supuesto, llévala a Harrods y a Harvey Nichols y carga sus compras a nuestra cuenta.
Lo había dicho con tanta amabilidad que Claudia sintió deseos de preguntarle si le pasaba algo, pero no lo hizo porque había vuelto muy tarde y estaba muy cansado.
Dejaron a Harvey con Cork porque Claudia sólo iba a dormir una noche en casa de su madre. Claudia estaba deseosa de mostrarle su casa porque su madre todavía no la conocía.
Dos días después, una mañana lluviosa, se montó en el coche con Thomas y dejaron atrás a Cork y a un lloroso Harvey.
—Espero que el perro no le dé mucha lata a Cork —suspiró Claudia—, y que él no se encuentre demasiado solo…
—Yo creo que está encantado de que nos hayamos ido. Así, podrá echarse la siesta cuando esté cansado, discutir con la señora Rumbold y beberse mi Oporto cuando le venga en gana.
—Nunca lo haría —rió Claudia—. Es tu fiel esclavo.
—Y el tuyo —contestó Thomas—. Te llamaré esta noche, pero no te preocupes si no te llamo todos los días.
No hablaron mucho más y Claudia se dio cuenta de que, aunque su marido estaba simpático, parecía como si el verdadero Thomas estuviera escondido bajo aquel hombre a cuyo lado iba sentada.
Pensó en preguntarle si algo iba mal, pero cambió de opinión. No le pareció justo preocuparlo cuando tenía dos días de seminario por delante.
A media mañana estaba en casa de su madre y a pesar de sus ruegos para que Thomas se quedara a comer, él prefirió tomarse sólo una taza de café y seguir camino.
Claudia lo acompañó al coche y Thomas se despidió de ella con un beso en la mejilla. Cuando se iba a ir, Claudia metió la cabeza por la ventanilla para desearle buen viaje y suerte en el seminario.
Al verla tan cerca, Thomas dio un respingo y se echó hacia atrás. Aquel gesto hizo que Claudia sintiera un escalofrío por la espalda.
«No me soporta», pensó al borde de las lágrimas.
Obviamente, cuando volviera a casa iban a tener que hablar…
Disfrutó de su día con George y con su madre. Era obvio que eran felices juntos. Fueron a Child Okeford y les enseñó la casa. Aunque no tenía las llaves para entrar, vieron que la reforma ya había empezado.
Al día siguiente, llevó a su madre a Londres.
Thomas había llamado al llegar a Liverpool. Se había mostrado amable, pero Claudia percibió incluso por teléfono que le pasaba algo.
A su madre le encantó su casa y Cork le pareció una maravilla. Claudia la llevó a pasear por el parque con Harvey y, al día siguiente, se fueron de compras. Siguiendo el consejo de Thomas, le regaló una falda de lana y un jersey de cachemir que le quedaban a las mil maravillas.
Como Thomas no llamaba, tuvo que decirle a su madre que tenía mucho trabajo.
—Pobrecillo —contestó la señora Willis—. ¿No debería frenar un poco? Ahora es un hombre casado. El trabajo es importante, pero su esposa, también.
—Adora su profesión, pero, cuando tengamos la casa de campo lista, podremos pasar allí fines de semana lejos de su trabajo.
Llevó a su madre a la estación de tren a la mañana siguiente y, cuando la vio irse, se sintió muy sola. Al salir, decidió no volver a casa en taxi sino ir dando un paseo. Era un largo camino, pero no tenía nada mejor que hacer.
Estaba cerca de casa cuando se encontró con Honor.
Intentó sonreír educadamente y pasar de largo, pero la otra mujer no se lo permitió.
—Claudia… te llamas Claudia, ¿no? Qué placer volver a verte. He estado de viaje, ¿sabes? Es que no aguanto Londres en esta época del año. Llamé a Thomas antes de irme y me comentó que os ibais a pasar la Navidad con su familia. Qué horror, ¿no?, tener que ir tan lejos para un par de días.
—Nos lo pasamos muy bien —contestó Claudia—. Me alegro mucho de verte, pero te tengo que dejar…
Honro le puso la mano en el brazo.
—¿No quieres que nos tomemos un café?
No, la verdad era que no quería, pero por educación aceptó. Al fin y al cabo, era amiga de su marido y no podía mostrarse descortés con ella. Además, estaba siendo agradable.
Mientras se tomaban el café y tras haberle contado sus vacaciones en Italia, Honor comenzó a hacerle preguntas sobre Thomas.
—¿Está fuera? ¿En uno de sus viajecitos?
—No es un viajecito, es por trabajo. Está en Liverpool y, a lo mejor, tiene que ir también a Leeds —le explicó Claudia.
—¿Se ha llevado a Emma? —preguntó Honor malévola—. Su secretaria suele ir con él a todas partes, ¿verdad? Es una chica muy guapa, eficiente y sexy. Supongo que ahora que está casado será más discreto.
—No sé de qué me estás hablando.
—Oh, perdona —se apresuró a decirle Honor—. Creí que lo sabrías. Al fin y al cabo, es obvio que Thomas y tú no estáis enamorados. No hay más que veros… —se interrumpió al ver que Claudia se levantaba.
—Deja de decir tonterías —le espetó—. No sabes más que hacer el mal a los que te rodean. Me das lástima.
—Veo que te has enfadado —sonrió Honor—. ¿No me crees? Llama al despacho de tu marido y ya verás cómo Emma no está.
—No pienso hacerlo. Adiós, Honor. Espero no volver a verte.
—No quieres saberlo, ¿eh? —dijo Honor—. No me sorprendería que Thomas te dijera que el viaje va a durar más de lo previsto.
Claudia no contestó. Se limitó a darse la vuelta y a irse a casa.
Mientras andaba, recordó la conversación que acababa de mantener con Honor y se dijo que no debía, bajo ningún concepto, llamar a su despacho.
Apenas probó la comida que Cork le había preparado. Sacó a Harvey a pasear por la tarde y, en cuanto volvió a casa, llamó por teléfono.
La señorita Truelove le confirmó que Emma no estaba, que nunca iba cuando Thomas salía de viaje.
—Una chica muy eficiente, indispensable —le aseguró.
Tras unos minutos charlando, colgó y rezó para que la señorita Truelove no se hubiera preguntado el porqué de su llamada porque se sentía mala y desleal, pero no más que su marido…
—Lo odio —le dijo a Harvey llorando.
No era cierto, no lo odiaba. Lo amaba y menudo momento para darse cuenta.
Si no lo amara, la relación con Emma le habría dado igual. Al no estar su matrimonio basado en el amor, Thomas era libre de hacer lo que quisiera.
Sabía que nunca se mostraría cruel con ella, que jamás la trataría mal, que siempre sería su amigo.
Sin embargo, al haber descubierto que lo amaba todo aquello no le parecía suficiente.
Tenían que hablar de eso. No le iba a decir que se había enamorado de él, pero quería asegurarse de que no se arrepentía de haberse casado con ella.
Cenó poco y estaba cosiendo cuando llamó Thomas.
—Estoy en Leeds. Volveré en cuanto me sea posible, pero me temo que me quieren retener un par de días más.
—Muy bien: —dijo Claudia antes de colgar el teléfono.
El día siguiente se le hizo interminable. Lo llenó con paseos e intentó comer un poco más. A las diez se fue a la cama agotada de tanto pensar.
—A la cama —le dijo a Harvey…
Fue hacia la cocina, pero el perro se paró en el vestíbulo y comenzó a ladrarle excitado a la puerta. Acto seguido, entró Thomas.
Cerró con cuidado y acarició al perro antes de quedarse mirando a Claudia, que se había quedado sin palabras. Tenía ensayado lo que le iba a decir, pero su llegada la había pillado por sorpresa.
—Hola, dijiste que volvías mañana —lo saludó.
—He vuelto porque pasa algo, ¿verdad? Lo noté anoche cuando te llamé.
Cork acudió a hacerse cargo de su abrigo, le preguntó si quería beber o comer algo y se llevó a Harvey.
—Se corta el ambiente con cuchillo —le dijo al perro en la cocina—. ¿Qué ha pasado? Sea lo que sea, espero que lo arreglen.
Harvey aceptó una galleta y movió el rabo.
—¿Quieres beber o comer algo? —preguntó Claudia.
—Ya me lo ha preguntado Cork y le he contestado que no. No estabas escuchando, ¿verdad? A ti te pasa algo y quiero saber qué. Estabas muy enfadada y no querías hablar conmigo. ¿Por qué?
La tomó del brazo y la llevó a la salita para hablar.
—Sentémonos —le dijo amablemente.
Claudia sintió deseos de abrazarlo, pero primero tenía que saber qué pasaba con su secretaria. Decidió no mencionarle el encuentro con Honor porque Thomas podía decirle que era una mala persona, pero la señorita Truelove era otra cosa.
—¿Dónde vas cuando no estás en el seminario? Quiero decir, ¿tienes amigos, te vas a un hotel? No sé, cuando terminas la jornada, digo…
Como no lo estaba mirando no vio la cara de total sorpresa de su marido y siguió hablando.
—¿No quedas con gente? ¿No cenas con nadie conocido?
Al ver su mirada de cólera, se sentó.
—¿Me estás acusando de algo, Claudia? Creo que deberías ser más explícita —le espetó Thomas.
Había llegado demasiado lejos como para parar. Además, necesitaba saberlo. Tomó aire y dijo:
—Tu secretaria, Emma, no estaba en tu despacho y la señorita Truelove me ha dicho que nunca está cuando tú estás de viaje…
—¿Quieres saber dónde estaba por algún motivo en especial? —le preguntó Thomas cruzando las piernas.
—Sí, me parece que tendrías que habérmelo contado. Sé que no importa porque no… nos queremos, pero soy tu mujer.
—A ver si me he enterado bien. Alguien te ha dicho que cuando me voy de viaje me llevo a Emma y que, cuando no estoy trabajando, pasamos buenos ratos juntos, ¿no? Dijo con desprecio. —¿Quién te ha dicho eso? Porque sé que alguien te lo ha dicho. Estoy seguro de que tú jamás pensarías algo así.
—Por supuesto que no —le aseguró—. Ni se me había pasado por la cabeza, pero me encontré con Honor…
—¿Y te crees lo que ella te cuenta?
Claudia lo observó y se dio cuenta de que estaba furibundo, pero se estaba controlando.
—No, pero me dijo que seguro que Emma no estaba en tu despacho, se rió —y me dijo que no tenía valor para comprobarlo… llamé a la señorita Truelove y ella me dijo que Emma no estaba.
—Entiendo —dijo Thomas poniéndose en pie—. Ya sé que nuestro matrimonio no es como los demás, pero creía que confiábamos el uno en el otro y esperaba que, con el tiempo, nuestros sentimientos se fueran haciendo cada vez más profundos. Veo que me había equivocado. Si no eres feliz, y no creo que lo seas, tómate tu tiempo y piensa en lo que quieres hacer. Ya hablaremos de ello —dijo yendo hacia la puerta—. Tengo trabajo, así que buenas noches.
—¿Estás muy enfadado? —le preguntó Claudia compungida.
—Sí —sonrió él amargamente.
Claudia lo oyó silbar a Harvey y cerrar la puerta de su despacho. Subió a su habitación y se dio cuenta de que no le había dicho si Emma estaba con él o no.
Pensó y pensó durante toda la noche y no llegó a ninguna conclusión. No podía decirle a Thomas que lo quería, no después de lo que había hecho.
Sin embargo, precisamente porque lo quería, tenía que hacer algo, pero no sabía qué.
Bajó a desayunar maquillada para intentar disimular las ojeras. Al verla tan mal, Thomas tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no tomarla en brazos y llevarla a un lugar más tranquilo donde confesarle lo mucho que la quería.
No podía hacerlo, claro, pues Claudia le había demostrado el día anterior que lo que sentía por él no era fuerte. De haberlo sido, jamás habría dudado de él.
—Hoy tengo un día muy liado —dijo con voz calmada—. ¿Podríamos cenar un poco más tarde? Tengo una reunión en el hospital a última hora y no sé lo que va a durar.
Terminó de desayunar, le deseó que tuviera un buen día y se fue.
Claudia estaba dándole su tostada a Harvey, cuando sonó el teléfono.
—¿Señora Tait-Bullen? Soy Emma, la secretaria de su marido. La señorita Truelove me ha dicho que me había llamado usted. Perdone por no haber estado, pero cuando el doctor sale de viaje me da permiso para ir a ver a mis padres a Norfolk. Me caso este verano y tenemos muchas cosas que preparar, ¿sabe? ¿En qué la puedo ayudar?
—Emma, muchas gracias por llamar —contestó Claudia anonadada—. Te llamé porque, precisamente, mi marido me había dicho que te casabas y quería preguntarte qué querías de regalo —improvisó—. Thomas quería que fuera una sorpresa, pero yo prefiero hablarlo con naturalidad para, así, acertar seguro.
Emma le dio las gracias varias veces y, tras colgar, Claudia se dijo que había sido una tonta y que con su escenita del día anterior había acabado con cualquier posibilidad de que Thomas se enamorara de ella.
Iba a tener que seguir viviendo con él sin confesarle su amor y Thomas, que debía de despreciarla, la iba a tratar con educación pero con frialdad, algo que no sabía si iba a poder soportar.
Descolgó el teléfono y llamó al despacho de su marido.
La señorita Truelove le dijo, tras consultar con el doctor, que no podía ponerse en aquellos momentos y que no lo esperara despierta aquella noche.
La mujer parecía preocupada, así que Claudia se vio en la obligación de decir le que no era nada importante. Y se lo repitió un par de veces, no tanto para convencer a la señorita Truelove sino a sí misma.
Estaba nerviosa y no le apetecía pasarse todo el día en casa esperando a que volviera Thomas para, además, tener que sufrir su distanciamiento.
Subió a su habitación, se vistió y, al bajar, fue a hablar con Cork.
—Voy a salir a dar un paseo en coche. ¿Le importaría traerme el Mini, por favor, mientras yo saco a Harvey?
—¿No prefiere que la lleve yo, señora? El tráfico está muy mal y…
—Llevo años conduciendo —mintió Claudia.
Sólo había conducido el coche de su tío abuelo un par de veces, pero la ira y la frustración la habían cegado.
—No voy a comer en casa —anunció poniéndole la correa al perro.
Cuando volvió, el Mini la estaba esperando. Cork se despidió de ella con Harvey en brazos y en tono preocupado le dijo que tuviera cuidado.
Al principio, todo fue bien, pero al cabo de una hora Claudia deseó estar en cualquier sitio menos al volante de un coche.
El tráfico de Londres era realmente espantoso y no estaba preparada para soportarlo. Sólo la hacía seguir adelante la obsesión por alejarse de Thomas.
Siguió el mismo camino que había hecho muchas veces con él y, cuando se vio por fin en las tranquilas carreteras comarcales, dio gracias. A mediodía llegó a Child Okeford y enfiló hacia Christmas Cottage.
Estaba lloviendo y la casa estaba triste. Entró y se encontró con una cuadrilla de obreros. Aunque estaba preocupada, admiró todo lo que habían hecho ya.
Se presentó y les dijo que esperaba no molestar, pero que le gustaría dar una vuelta por la casa.
Uno de ellos la acompañó de habitación en habitación y le fue explicando lo que habían hecho ya y lo que todavía quedaba por terminar.
—Voy a ir a comer al pub y, luego, me daré un paseo por el pueblo. ¿A qué hora se van ustedes? —le preguntó.
—Sobre las tres —contestó el hombre.
—Muy bien. Entonces, les dejo aquí mi coche.
—Muy bien, señora.
Eran casi las dos de la tarde cuando Claudia llegó al pub, pero le sirvieron café y sándwiches sin problema. Para cuando terminó, eran casi las tres.
Volvió a casa justo cuando los obreros estaban cargando la furgoneta, así que se despidió de ellos, se montó en el Míni y puso rumbo a ninguna parte.
Esperó unos minutos y, cuando los vio irse, volvió y entró en su casa.
Ya había luz, pero sólo una bombilla en la cocina. Habían dejado una silla de madera allí y se sentó.
Estaba cansada y se arrepentía de haber ido hasta allí, pero había querido ver la casa en la que, tal vez, habrían podido ser felices.
—Tengo que volver a casa y pedirle a Thomas que me deje explicárselo.
* * *
Thomas recibió a su último paciente de la consulta privada y se dirigió al hospital. Iba a salir pronto y esperaba estar en casa para tomar el té con Claudia y poder hablar.
Tenían mucho de lo que hablar. Su matrimonio no estaba funcionando. En sólo unas semanas, Claudia le había dejado claro que no confiaba en él.
Aun así, le iba a confesar su amor.
Al terminar de hacer la ronda en el hospital, llamó a Cork.
—¿Está la señora? —le preguntó.
—Me alegro de que haya llamado, señor. Me estaba empezando a preocupar. Se ha ido esta mañana en el Mini y me ha dicho que no iba a venir a comer, pero no me ha dicho adónde iba.
—¿Estaba enfadada?
—Sí, señor.
—Muy bien. Volveré en cuanto pueda. Supongo que habrá ido a ver a su madre. Llame a casa del doctor Willis y pregúntaselo, por favor.
Vio a un último paciente y salió corriendo hacia casa.
—No está en casa de su madre —le dijo Cork al entrar—. No tendría que haberla dejado marchar —se lamentó el mayordomo.
—No digas tonterías, Cork. No es culpa tuya. Además, creo que sé dónde está —lo tranquilizó Thomas.
—¿De verdad? ¿Quiere que le prepare el té?
—Luego, Cork. Voy a ir a buscarla —contestó Thomas volviendo a salir por la puerta.
Thomas atravesó Londres mucho más rápido de lo que lo había hecho Claudia porque a aquellas horas no había tráfico.
Llegó a Child Okeford en tiempo récord y, una vez en Christmas Cottage, vio el Mini. Apagó el motor y salió del coche acompañado de Harvey.
Claudia estaba sentada en la cocina. Se había quedado dormida y Thomas aprovechó para admirarla.
Harvey ladró suavemente al verla y Claudia abrió los ojos.
Se quedó mirando a su marido fijamente y fue hacia él.
—Thomas, querido, creí que no iba a volver a verte…
Thomas la abrazó con amor.
—¿Has dicho «querido»?
—Sí, te llamo así porque te quiero. Antes, no lo sabía y ahora estoy hecha un lío…
—Yo también te quiero, mi amor. Llevo algún tiempo enamorado de ti, pero había perdido las esperanzas de que tú me quisieras.
—He debido de estar ciega. ¿Cómo no nos hemos dado cuenta de que nos queríamos? —sonrió Claudia.
Thomas la besó encantado de que todo se hubiera aclarado.
—¿Estabas huyendo? Te lo digo porque la próxima vez que lo hagas no te dejes el carné de conducir en casa —rió entregándole el documento que Cork le había dado.
—No pienso volver a hacerlo —le prometió Claudia—. Oh, Thomas, ¿me quieres?, ¿me quieres de verdad?
—Te quiero tanto que no puedo imaginarme mi vida sin ti.
—Tenemos toda la vida para estar juntos —dijo Claudia besándolo—, y vamos a ser muy felices. Con Harvey, por supuesto.
—Y con un buen puñado de niños, mi amor.
Claudia lo miró con amor y vio que el distanciamiento entre ellos se había esfumado y que tenía ante sí al hombre con el que iba a ser feliz el resto de sus días.
—Vámonos a casa, querida —dijo Thomas.
FIN