Capítulo 1
Claudia tomó varios libros y estornudó cuando el polvo que tenían se le metió en la nariz. ¿Cómo se le había ocurrido ponerse a limpiar la biblioteca de su tío abuelo William en lugar de disfrutar de aquellos días de vacaciones en casa?
Tomó el plumero y volvió a estornudar. Era alta, delgada, tenía una cara preciosa y un pelo rojo y brillante que llevaba recogido. Vestía una bata de trabajo que le quedaba muy grande, tenía la cara cubierta de polvo y le brillaba la nariz.
Aun así, el hombre que la estaba mirando desde la puerta pensó que era muy guapa.
Claudia lo miró cuando lo oyó carraspear. No había nada en él que la hiciera sentirse incómoda. De hecho, era el epitoma de la elegancia y la seguridad. Era grande, muy alto y muy fuerte, no muy joven, pero atractivo con la edad. Tenía el pelo canoso y lo llevaba corto. Debía de tener casi cuarenta años y Claudia se preguntó quién era.
—¿Ha venido usted a ver a mi madre o a mi tío abuelo William? —le preguntó—. Se ha equivocado de puerta, pero cómo lo iba a saber, ¿verdad? —le sonrió para que no se sintiera incómodo.
El desconocido no parecía encontrarse incómodo en absoluto.
—Al coronel Ramsay —contestó el desconocido arrugando la nariz ante tanto polvo—. ¿No debería usted abrir una ventana?
—No se pueden. Son muy viejas —contestó Claudia—. Son las originales, ¿sabe? ¿Por qué quiere usted ver al coronel Ramsay?
—Porque me ha pedido que viniera.
—No es asunto mío, ¿eh? —dijo Claudia colocando otros dos libros—. Salga usted por donde ha venido y, cuando llegue a la puerta lateral, llame. Tombs le abrirá —le indicó girándose hacia las estanterías pensando que sería alguien del bufete de abogados de su tío abuelo—. No creo que me vaya a caer muy bien —añadió en voz baja.
Lo volvió a ver media hora después cuando, habiendo dejado el plumero y habiéndose lavado las manos, fue a la cocina a tomarse un café.
La casa era grande y antigua y, como estaban casi en invierno, muchas de sus habitaciones estaban heladas porque la calefacción también era vieja. La única pieza que estaba realmente calentita era la cocina.
Como solo estaban su madre, la señorita Pratt, que era el ama de llaves, Jennie la doncella y, por supuesto, Tombs, que era tan viejo como la casa, tomaban el café de la mañana en la cocina.
Si había invitados, la señora Ramsay servía el café en el salón, en el que hacía un frío horrible, en servicio de Sèvres sobre bandeja de plata, pero en la cocina cada uno tenía su taza de loza.
A pesar de aquel ambiente distendido, a nadie se le habría ocurrido empezar antes de que la señora Ramsay se llevara su taza de loza a los labios.
Claudia entró en la cocina seguida por Rob, el perro labrador. Su madre ya estaba allí y, junto a ella, como si llevara toda la vida haciéndolo, estaba el desconocido. Cuando la vio entrar, se levantó y Claudia se paró en seco.
Enarcó una ceja a su madre y esperó una explicación.
—Sí, ya sé, cariño, que deberíamos estar en el salón, pero están limpiando la chimenea y, además, al doctor Tait-Bullen le gusta estar en la cocina.
El aludido sonrió.
—Ven a tomarte un café, Claudia —le indicó su madre—. Te presento al doctor Tait-Bullen, que ha venido a ver al tío. Ésta es mi hija Claudia.
Claudia inclinó la cabeza.
—¿Cómo está usted? —saludó algo fría—. Espero que el tío William no esté enfermo.
El médico miró a su madre antes de contestar.
—El coronel tiene el corazón delicado y yo creo que podría venirle bien que lo operáramos.
—¿Está enfermo? Pero si el doctor Willis lo vio la semana pasada y no dijo nada. ¿Está usted seguro?
El doctor Tait-Bullen, un cirujano de reputada profesionalidad, asintió muy serio.
—El doctor Willis no dijo nada porque quería tener una segunda opinión —le explicó.
—¿Y por qué no ha venido?
—Iba a hacerlo, pero le ha surgido una urgencia de última hora. Obviamente, yo sólo he venido para dar mi opinión. La última palabra la tiene el doctor Willis y, por supuesto, el coronel.
La señora Ramsay miró a su hija.
—Tienes que entender que el doctor Willis quería tener la opinión de un colega y ha elegido al doctor Tait-Bullen, que es buenísimo.
Claudia se quedó mirándolo y él le aguantó la mirada. No parecía molesto.
—¿Y qué nos aconseja?
—Quiero esperar a que llegue el doctor Willis para hablar con él primero.
—¿Pero está mi tío enfermo? ¿Muy enfermo?
—Claudia, deja de molestar al doctor —la reprendió su madre—. ¿Alguien quiere más café?
Claudia apartó su silla de la mesa.
—Yo, no, gracias —contestó—. Si me necesitáis, estaré en la biblioteca —sonrió.
Una vez allí, volvió manos a la obra y se dio cuenta de que se había comportado mal. Estaba arrepentida y sorprendida porque el desconocido le había caído bien. ¿Por qué se había mostrado tan brusca? Se había comportado como una adolescente maleducada y debía pedir perdón.
Se pasó un buen rato ensayando su discurso y lo tenía ya casi terminado cuando la interrumpieron.
—Si esas palabras eran para mí —dijo el doctor Tait-Bullen—, me siento halagado.
Estaba apoyado en la puerta detrás de ella y le sonrió. Sin darse cuenta, Claudia sonrió también.
—Sí, eran para usted. Me he comportado mal y quería pedirle perdón antes de que se fuera.
—No hacía falta, señorita Ramsay. Uno debe tener condescendencia con las pelirrojas que reciben malas noticias.
—Ahora el que está siendo mal educado es usted —murmuró Claudia—. ¿De verdad el tío William está gravemente enfermo? —añadió nerviosa—. No sé porqué no me lo habían dicho. No soy una niña.
—No, no es una niña, pero el doctor Willis y yo queríamos hablar primero —contestó sentándose—. Esta casa es preciosa, pero demasiado grande para ustedes tres, ¿no?
—Sí, pero lleva perteneciendo a la familia mucho tiempo. Además, la mayoría de las habitaciones están cerradas, con lo cual no da mucho trabajo. Tombs lleva aquí toda la vida y la señora Pratt y Jennie llevan mucho años ya. Los jardines están un poco descuidados, pero Stokes viene de vez en cuando a echarme una mano.
—¿Usted no trabaja?
—Ahora, no —contestó—. Estuve de ayudante de clínica, pero Londres está muy lejos, así que estoy buscando trabajo más cerca para poder venir a casa más a menudo.
—Claro, Salisbury, Southampton, Exeter…
—Exacto. Tienen buenos hospitales y, además, no me gusta demasiado Londres. ¿Usted vive allí?
—Trabajo allí casi siempre.
—El doctor Willis ya está aquí —anunció Tombs desde la puerta—. La señora está en el salón, señorita Claudia, y Jennie ya ha encendido la chimenea para que los doctores estén a gusto.
—Gracias, Tombs —contestó Claudia—. Acompañe al doctor Tait-Bullen. Yo voy a asearme un poco.
Una vez a solas, se soltó el pelo, se lo cepilló y fue a reunirse con su madre. La encontró acompañada por los dos médicos. El doctor Willis y su madre eran viejos amigos y, de hecho, había tratado a su padre antes de su muerte hacía ya varios años. Además, como también vivía en una casa antigua, sólo con su ama de llaves, solía ir a menudo a visitarlos.
—Hola, preciosa —la saludó con una sonrisa—. Haz compañía a tu madre mientras yo hablo con mi colega, ¿quieres?
—Por supuesto —contestó Claudia—. Ustedes quédense aquí, que nosotras vamos mientras a ver qué tal va la comida.
—Nos contarán lo que va mal, ¿verdad? —preguntó su madre desde la puerta.
—Por supuesto.
Una vez en el comedor, Claudia ayudó a su madre a poner la mesa.
—¿Está el tío abuelo William muy enfermo, mamá?
—Me temo que sí, cariño. Lleva mal mucho tiempo, pero no quería que lo viera otro médico. Por fin, hemos podido convencerlo para que dejara que el doctor Tait-Bullen viniera a verlo. Parece un buen hombre, ¿verdad?
—Sí, eso parece —contestó Claudia dándose cuenta de que, bajo su apariencia profesional, había un hombre al que le apetecía mucho conocer.
Estaban mirando por los ventanales cuando Tombs llegó para anunciar que los doctores habían bajado ya, tras ver al paciente.
El doctor Willis fue directamente hacia la señora Ramsay y le tomó la mano. No le dijo nada, pero la miró a los ojos y su madre le devolvió la misma mirada de confianza y afecto.
«Están enamorados», se dijo Claudia.
No tuvo mucho tiempo de dar vueltas a aquella idea pues el doctor Tait-Bullen estaba explicándoles que el tío William necesitaba un triple by-pass cuanto antes. El problema era que el paciente no quería que lo sometieran a aquella operación.
—¿Se curaría con ella? —se apresuró a preguntar Claudia—. ¿Podría llevar de nuevo una vida normal?
—El coronel es un hombre mayor, pero con esta operación podría llevar la vida que corresponde a su edad, sí.
—Ya, pero…
—Claudia, deja al doctor Tait-Bullen que termine —la reprendió su madre.
—Perdón —se disculpó sonrojándose.
—Entiendo su angustia —le dijo el doctor viéndola enrojecer—. Si al doctor Willis le parece bien, me ofrezco a volver en breve para intentar de nuevo convencer al coronel, pero tengo la impresión de que el único que va a poder arrancarle un sí es él porque se conocen hace mucho tiempo.
—Hemos hablado de lo que era mejor para el paciente y hemos decidido ponerle un tratamiento y una dieta adecuada.
—Estoy segura de que habrán decidido lo mejor para él —dijo la señora Ramsay—. Nosotras también intentaremos convencerlo para que se opere —prometió—. ¿Te importaría pasarte por aquí de vez en cuando a verlo, George?
—Encantado —contestó el doctor Willis.
—Gracias. Por cierto, doctor Tait-Bullen, se queda usted a comer, ¿verdad? La comida estará lista en una media hora.
—Tengo que volver a Londres, señora Ramsay, lo siento —contestó el aludido estrechándole la mano a la madre de Claudia—. Estaremos en contacto —le dijo a su colega.
—Claudia, acompaña al doctor al coche —le indicó su madre…
Atravesaron la casa en silencio y bajaron los escalones de la puerta principal. Una vez allí, Claudia vio un Rolls Royce gris oscuro.
—Usted no es un médico normal, ¿verdad?
—Soy médico, sí, y cirujano.
—¿Catedrático?
—También —rió el doctor Tait-Bullen.
—¿Y por qué no me lo ha dicho?
—Porque no me parecía que fuera necesario. Tantos títulos me hacen sentir viejo.
—Pero si no lo es…
—Bueno, tengo treinta y nueve años. ¿Y usted?
—Casi veintisiete —contestó Claudia.
—Me sorprende que no esté casada —comentó.
—Pues no lo estoy —le espetó—. Todavía no he conocido a nadie que mereciera la pena… Aunque he tenido varios pretendientes —le aseguró.
—No me sorprende —sonrió el doctor Tait-Bullen, pensando qué raro era ver a una mujer pelirroja de ojos grises—. Va usted a intentar convencer al coronel para que se opere, ¿verdad? —añadió cambiando de tema.
Claudia asintió y él le estrechó la mano, se metió en su coche y se fue.
Ella volvió al salón y se encontró a su madre charlando con el doctor Willis. Al verla entrar, ambos sonrieron.
—¿Se ha ido? —preguntó su madre—. Qué hombre tan sencillo, desde luego. George me estaba contando que es uno de los mejores cirujanos del país. No sé si le tendría que haber servido en la cocina —añadió frunciendo el ceño—. ¿Crees que el tío va a seguir su consejo?
—No creo, mamá. Voy a subirle la comida, a ver si puedo hablar con él —contestó Claudia.
El tío abuelo William no tenía ninguna intención de hablar de aquel tema con nadie. Cuando Claudia intentó sacarlo, el anciano le dijo que se metiera en sus asuntos, algo que ella hizo inmediatamente pues conocía de primera mano la irritabilidad de su tío y, además, lo quería mucho.
Se había portado muy bien con ella y con su madre tras la muerte de su padre. Las había recogido en su casa y se había ocupado de su educación, siempre dejando claro, eso sí, que habría preferido vivir solo con el servicio. Aun así, Claudia estaba convencida de que las quería.
Era una pena que, cuando muriera, la casa fuera a pasar a un primo lejano al que ella no conocía. Que hubiera dispuesto lo necesario para que no se quedaran en la calle era otra razón para estarle agradecidas.
Su madre percibía una pensión muy humilde y, tras años viviendo muy bien, le habría costado mucho mudarse a una casa pequeña y estar controlando los gastos con lupa.
Iban a echar de menos la mansión, y a Tombs, la señora Pratt y Jennie, pero Claudia suponía que encontraría trabajo y les iría bien.
Lo malo era que su madre iba a echar de menos a sus amigos, sobre todo al doctor Willis, que siempre estaba dispuesto a ayudarla con lo que fuera.
Los días fueron pasando con lentitud mientras Claudia terminaba con la biblioteca. Una vez hecho, pasó a arreglar el invernadero que había al fondo del jardín.
Por las mañanas hacía un frío insoportable, así que Stokes se encargaba del jardín y ella de las especies de interior, sobre todo de los jacintos y los tulipanes que quería tener floridos para Navidad.
Todos los días, pasaba una hora o así con su tío abuelo, le leía el periódico y lo escuchaba cuando le contaba viejas batallas de su época de militar. Se negaba a hablar de enfermedad, pero Claudia lo veía cada vez más fatigado y con menos apetito.
El doctor Willis iba a verlo a menudo y, al final de una semana en la que lo vio peor que nunca, le comunicó a la señora Ramsay que había hecho llamar de nuevo al doctor Tait-Bullen.
Llegó una húmeda mañana de noviembre y Claudia, que estaba en el invernadero, no se enteró. Le habían dicho que iba a ir, pero no sabían el día exacto pues el doctor era un hombre increíblemente ocupado.
Vio al paciente, habló con el doctor Willis y, cuando tras hablar con la señora Ramsay, ella le pidió a Tombs que fuera a buscar a su hija, el doctor Tait-Bullen se ofreció a ir él en persona.
Al verla vestida con pantalones de trabajo y una vieja chaqueta, se preguntó si algún día iba a poder verla como a las mujeres de su edad, limpia y bien arreglada. Pronto decidió que estaba guapísima tal y como estaba y aquello lo hizo sonreír.
—Hola —saludó Claudia sonriendo también—. ¿Sabe mi madre que ha llegado? No será que el tío está peor, ¿verdad?
—Ya he visto a su tío y ya he hablado con su madre y con el doctor Willis. Llevo aquí ya un rato. Su madre quiere que vaya para la casa.
Claudia dejó la bandeja de semillas que estaba preparando.
—El tío abuelo William no quiere que lo operen… He intentado hablar con él, pero no quiere escucharme…
—Me temo que a mí me ha dicho lo mismo y lo peor es que, como nos hemos retrasado, ahora no sé si vamos a poder operarIo aunque queramos.
—¿Es demasiado tarde? Pero si sólo hace una semana que estuvo usted aquí.
—Si lo hubiera operado inmediatamente, habría tenido posibilidades de recuperarse y de hacer una vida normal.
—¿Y ahora ya no hay posibilidades?
—Vamos a seguir haciendo todo lo que podamos —le aseguró muy serio.
—Lo sé —asintió Claudia—. ¿Cómo se lo ha tomado mi madre? ¿Se lo ha dicho ya a ella?
—Sí —contestó el doctor observándola mientras se lavaba las manos con agua helada.
—No puedo ponerme guantes para trabajar con semillas, ¿sabe? Son muy pequeñas —le explicó.
—¿Prefiere las flores a los libros? —le preguntó él mientras iban hacia la casa.
—Sí, pero no podría vivir sin libros. Prefiero comprarme un libro que un sombrero.
El doctor Tait-Bullen pensó que sería una pena, además, ocultar aquel pelo tan bonito bajo un sombrero, pero no dijo nada.
—¿Te ha dicho el doctor Tait. —Bullen lo que pasa?— le preguntó su madre nada más llegar.
—Sí, mamá. ¿Quieres que suba a ver al tío?
—Nos ha mandado a todos al infierno, así que te aconsejo que esperes un poco —contestó su madre—. El doctor Tait-Bullen va a volver a subir a verlo, pero antes se tomará usted un café, ¿verdad?
Tras tomarlo, el doctor subió a ver a su tío abuelo. Estuvo bastante tiempo con él y Claudia comenzó a ponerse nerviosa, se levantó y se puso a pasearse por la estancia.
—Supongo que ya no hace falta que vuelva —comentó.
—Profesionalmente, no, pero al coronel le ha caído bien porque el doctor Tait-Bullen es sincero, pero cauteloso. El coronel sabe que trata a sus pacientes con humanidad y le gusta.
* * *
Mientras volvía a Londres, el doctor Tait-Bullen recordó su visita. Había hablado con el coronel de muchas cosas, ninguna que tuviera nada que ver con su enfermedad.
Lo único que le había dicho al respecto era que quería morir en su cama y que, aunque sabía que era un buen cirujano cardiovascular, no quería que lo operaran porque consideraba que, a su edad, no merecía la pena.
Él no había intentado hacerlo cambiar de parecer porque estaba de acuerdo con él. Era cierto que le podría haber prolongado un poco la existencia, pero no le podría haber asegurado que fuera a tener calidad de vida.
Se habían despedido como amigos y le había dicho que, si tenía tiempo, volvería a verlo. Y lo iba a hacer porque quería volver a Vera Claudia.
Al llegar a Londres, fue directamente al hospital. Tuvo una tarde muy ocupada y no pudo ni comer. Al llegar a casa, suspiró aliviado.
Se trataba de un edificio estilo Regencia situado en una calle arbolada y de cuyo mantenimiento se encargaba un mayordomo eficiente y severo.
—La señorita Thompson ha llamado para recordarle que han quedado esta noche. Le he dicho que estaba usted en el hospital y que no sabía a qué hora iba a volver —le informó Cork—. Espero haber hecho bien, señor.
—Ha hecho usted estupendamente, Cork —contestó el doctor Tait-Bullen—. No sé qué haría sin usted. ¿Había quedado con ella esta noche? No me acuerdo.
—Lo han invitado a una obra de teatro —contestó Cork—. Creo que hoy es la noche del estreno.
—¿Y había dicho que iba a ir? No recuerdo haberlo anotado en la agenda.
—Dijo que, si tenía tiempo, iría.
—¡Pues no tengo tiempo y estoy muerto de hambre! —exclamó el doctor entrando en su despacho.
—La cena estará en un cuarto de hora, señor. Le he dejado el teléfono de la señorita sobre la mesa.
El doctor Tait-Bullen marcó el número y le contestó la voz chillona y desagradable de Honor Thompson.
—Ya era hora —le reprochó—. ¿Por qué no estás nunca en casa? Es muy tarde. Nos vemos en el teatro. Los Pickering me pasan a buscar dentro de diez minutos.
—Honor, lo siento mucho, pero no voy a poder ir. Ya te dije que sólo iría si tenía tiempo y no lo tengo. Preséntale mis excusas a los Pickering.
—La verdad, Thomas, es que no me eres de mucha ayuda para salir —rió Honor tras unos minutos charlando—. Creo que te voy a dejar.
—Estoy seguro de que hay una cola de hombres deseando llevarte al teatro, Honor. De verdad, yo no puedo.
—Te vas a quedar solterón, Thomas. A ver si te tomas un poco de tiempo libre para enamorarte.
—Me lo pensaré.
—Házmelo saber cuando hayas decidido algo —dijo Honor colgando.
Thomas colgó también y se olvidó de ella al instante. A la mañana siguiente tenía que dar una conferencia y la tenía todavía a medio terminar.
Cenó y volvió al despacho. Cuando se fue a la cama horas después, recordó a Claudia ataviada con su vieja chaqueta y sonrió.
* * *
Los primeros días de noviembre estaban siendo muy fríos y el tío abuelo William estaba tan apagado como ellos.
—Me voy a morir ya, así que decidle al doctor Tait-Bullen que quiero verlo —dijo una mañana.
—Pero es un hombre muy ocupado… —contestó el doctor Willis.
—Ya lo sé, pero dijo que vendría —dijo el anciano enfadado—. ¡Claudia, ve y llámalo ahora mismo!
Claudia obedeció y se encontró con la voz de Cork, que le dijo que el doctor no estaba en casa.
—Es urgente. ¿Sabe dónde lo podría encontrar? —insistió—. No soy una amiga suya ni nada. Mi tío es un paciente suyo y está muy mal. Quiere verlo antes de morir —le aclaró.
—En ese caso, tome nota del número de su consulta privada —contestó el mayordomo.
Claudia le dio las gracias y marcó el nuevo teléfono. La señorita Truelove le dijo que el doctor estaba con un paciente y que la llamaría en cuanto terminara.
Claudia esperó hasta que el doctor Tait-Bullen en persona le devolvió la llamada.
—Mi tío abuelo dice que se muere y quiere verlo, pero sé que es usted un hombre muy ocupado…
—Estaré allí esta tarde a las siete —contestó el médico, oyéndola suspirar aliviada.
—Muchas gracias. Perdón por interrumpirlo.
—Me alegro de que me haya llamado.
—Hasta luego —se despidió Claudia.
Efectivamente, llegó a las siete. Estaba perfecto. Nadie habría dicho al verlo que llevaba en pie desde las seis de la mañana y que no había comido.
El doctor Willis lo estaba esperando y juntos subieron a ver al paciente.
—Están hablando de pyrenaicum aureums y de tenuifolium pumilum —anunció George al bajar.
—¿Dos nuevos síntomas? —preguntó la madre de Claudia.
—Dos especies de lirios —le aclaró su hija.
—No te preocupes, querida. Tu tío está disfrutando de su última conversación. Me alegro de que el doctor Tait-Bullen haya venido —la consoló George.
—Pero si no está haciendo nada por ayudarlo…
«Precisamente, por eso lo está ayudando», pensó Claudia.
—¿Se va a quedar a cenar? —preguntó.
No se quedó.
—Espero que no le hayamos estropeado la noche, que no tuviera usted una cita o algo.
Claudia se dio cuenta de que no contestaba al comentario de su madre sino que pedía hablar a solas con el doctor Willis.
Al volver, les confirmaron las malas noticias.
—El coronel no va a tardar en morir, pero está contento y sereno. Está en buenas manos con el doctor Willis —les anunció al despedirse—. Me ha pedido que subiera usted a leerle el periódico antes de la cena. La quiere mucho, ¿sabe? —le dijo a Claudia.
El coronel murió mientras le leía el periódico tan tranquila y pacíficamente que ella no se dio cuenta hasta que hubo terminado de hacerlo.
—Has estado hablando de lirios, ¿verdad, tío? —sonrió—. Me alegro de que el doctor Tait-Bullen viniera a verte —añadió besándolo y bajando a dar la mala nueva a su madre.