Capítulo 9

EL tiempo se pierde

—Ginger, cariño, ¿no puedes estarte quieta un momentito? —se quejaba su madre mientras le

ponía las alfileres al vestido que Gin tenía que lucir en la obra amateur que iban a representar en

apenas unos días.

La habían llamado como sustituta, la primera actriz se había puesto enferma y no iba a poder

estrenar. Duraría poco, pero lo aprovecharía. Agradecía la oportunidad, pero sobre todo el hecho de

que estudiar y ensayar una y otra vez el texto la ayudaba a no pensar en todo lo que había pasado en

Navidad. A no pensar en él. Quería tanto verlo, lo necesitaba con toda su alma. Pero no podía. Tanto

Jack, como el capitán Malory, le habían dicho que se mantuviese alejada por el bien de él. Iban a

investigarlo y si llegaba a saberse su relación, lo sancionarían y no serían suaves con él. Y si ella

seguía viéndolo, Eugene no iba a disimular, lo conocían mejor que ella y le aseguraron que aceptaría

cualquier castigo, pero no renunciaría a ella. No, si le gustaba de verdad. Gen tenía la costumbre de

decir siempre la verdad, le costase lo que le costase.

A su mente venían constantemente las imágenes de Gen conectado a esos tubos, luchando por su

vida, seguían doliendo como el demonio. Y la distancia era casi insuperable para ella. Quizá con el

tiempo podría verlo de nuevo. Quizá volvieran a sentir la mutua atracción que sintieron aquella vez, la

primera vez.

—Mamá, me siento triste —confesó.

—¿Triste? Pero si es la oportunidad que estabas esperando. Alguien te verá, se enamorará de ti, un

cazatalentos de esos y serás una estrella. Pronto, muy pronto.

—Tal vez, pero él no volveré a verlo, lo presiento.

Su madre se incorporó y tomo su cara entre las manos.

—Cariño, es cuestión de tiempo. Sea el que sea el final para vosotros, se resolverá con el tiempo. Si

en unos meses seguís queriendo conoceros mejor, volveréis a intentarlo sin nada que se interponga. Si

se ha tratado de un capricho pasajero

—No, no ha sido eso.

—Cielo, las circunstancias los dos encerrados, el miedo, la tensión. Los sentimientos se ponen a

flor de piel y es fácil confundirse.

—No me equivoco en esto, mami. Le quiero.

Su madre le dedicó una sonrisa y la abrazó muy fuerte. Era reconfortante tener a alguien que te

quisiera sin restricciones, sin juzgarte. ¿Tenía él a alguien? En una ocasión nombró a su tío.