Capítulo 2
¿Tregua?
El idiota se había quedado a cuadros cuando la vio quitarse la camisa y tirarla en sus narices, ¡ja!
Todavía se estaba riendo de su absurda reacción, siempre le había resultado fácil manejar a los
hombres, pero este era testarudo como él solo. Claro que los hombres a los que ella trataba eran más
bien muchachos y, poca cosa, comparados con el agente «malas pulgas». La ponía enferma sí, pero por
otro lado la excitaba sobremanera. Era tan grande, tan fuerte, tan rudo que cuando notó su nerviosismo
se sintió victoriosa. Una victoria corta, nimia, pero victoria al fin y al cabo. Nada comparado con lo
que tramaba, porque una cosa tenía clara, le daba igual que a ese tiarrón le costara el trabajo, ella no
iba a pasar la Navidad allí encerrada.
La vio entrar a la cocina vestida con la indumentaria de repartidora, mallas ajustadas, camiseta de
tirantes ajustada, todo ajustado. Él estaba apoyado en la encimera esperando que sonara la tetera, Gin
sacó un taburete de debajo de la mesa y se acomodó en él.
—Si no te importa yo prefiero café, negro, sin azúcar ni leche.
—No sé por qué no me extraña.
Se dio la vuelta y puso la cafetera. La tetera comenzó a sonar y Gin se dio cuenta de lo rítmico de
sus movimientos. A la vez que colocaba la taza, sacaba la bolsita del cajón dejándola extendida en la
encimera, a continuación llenó el recipiente de agua hirviendo e introdujo el sobrecito quince veces
exactas, para después dejarlo en el fregadero.
—¿Sabes que alguien tendrá que recogerlo después y echarlo a la basura?
—¿Qué? —preguntó él. Estaba tan ensimismado en su ritual que por un instante se había olvidado
de su pesadilla particular.
—Sí, yo lo haré en cuanto deje de gotear. Siempre lo hago así —contestó secamente.
—Vaya, eres uno de esos, ¿eh? —dijo con un tono que a Gen le resultó molesto.
—Uno de esos —repitió instándola a explicarse.
—Ya sabes...
—No, no sé.
—Obsesivo, ordenado, metódico, controlador
—Soy ordenado y metódico, no creo que sea obsesivo ni controlador —se defendió él.
—No, claro que no. A lo que vamos, ¿me dices cómo vamos a solucionar esto?
—Supongo que Mae ya te habrá contado algo.
—Sí, me ha dicho que alguien ha asesinado a su marido y que ella lo vio y lo va a identificar, que
esto es un piso protegido y tú una especie de guardaespaldas, pero sigo sin saber por qué me has
obligado a entrar y por qué tengo que quedarme.
—No podía dejarte ir porque has visto a Mae cuando he abierto la puerta, y la decisión de que te
quedes en el piso es de mi superior, no mía.
—Me da igual de quién sea la decisión, no podéis secuestrar a
—No estás secuestrada.
—¿Ah, no? ¿Y cómo llamas a estar retenida contra mi voluntad?
—Estar bajo protección, o bajo arresto, según lo que averigüen acerca de ti en la central.
—No me lo puedo creer, me estás investigando como si fuera una criminal —protestó levantándose
de un salto.
—Oye, tranquilízate —contestó alzando una mano haciendo la señal de stop mientras dejaba su
taza en el banco de la cocina.
En ese momento empezó a sonar el burbujeo del café y Gen le dio la espalda para servírselo. En un
segundo, la chica estaba en la puerta intentando abrirla.
—¡Te hará falta esto! —dijo mostrándole las llaves mientras servía el líquido negro y amargo, que
iba a la par con el estado de ánimo de Gin. Ni siquiera se había molestado en volverse para mirarla y
ella no tuvo más remedio que volver a la cocina cabizbaja, no sin antes darle una patada a la puerta.
—Antes has sido muy razonable ayudándome a despistar a la vecina, ¿por qué de repente vuelves a
comportarte como una?
—¿Cómo una qué? —le retó poniéndose apenas a unos centímetros de distancia de él.
Gen le puso la taza en la mano.
—Como una loca —dijo sin inmutarse.
—Eres un Me pones de los nervios, tío —protestó soltando de un golpe la taza en la mesa, haciendo
que el líquido rebosara.
—Lo siento, no he debido decir eso —se disculpó él dando el último sorbo a su té, mientras cogía
la bayeta para limpiar el café derramado por ella.
—No debiste decirlo, pero es lo que piensas —Gen no contestó, se limitó a encogerse de hombros y
dándose la vuelta se dirigió al fregadero, tiró la bolsita del té a la basura y fregó su taza.
—¿De verdad no puedes ponerte en mi lugar? Hace media hora pensaba que este sería mi último
reparto, después me marcharía a casa y mañana por la noche cenaría con mi familia, mis padres, mis
hermanos, mis tíos . ¡Quiero mi árbol! Que lo sepas, no voy a renunciar a él.
Este último comentario lo hizo girarse a mirarla levantando las cejas.
—Y también quiero pavo.
—Eso es en acción de gracias —contestó él medio divertido.
—Mi madre es española. En España se come en Nochebuena.
—¿Y de dónde supones que voy a sacar yo un árbol y un pavo? —preguntó, ya con una amplia
sonrisa.
—Ni lo sé ni me importa, pero lo quiero, o haré que esta sea la peor Navidad de tu vida —amenazó
ella acercándose hasta donde estaba él y vertiendo por el fregadero el café.—Has hecho un brebaje
asqueroso, por cierto.
—Oye, ya que vamos a pasar aquí encerrados un tiempo, ¿no crees que podríamos intentar no
agredirnos ni verbal ni físicamente?
—Tú eres el que me ha llamado loca, ¿lo recuerdas?
—Ya te he dicho que lo siento, ¿ok?
—No, no es suficiente. Quiero irme a mi casa. Habla con tu jefe, prometo que no diré nada, de
verdad —suplicó con lágrimas en los ojos.
Esta vez casi le convence, por un momento sintió el dolor y la confusión en el rostro de la joven.
—Oye —dijo cogiéndole las manos—. No es tan fácil, además ya hemos jugado a esto de que tú
lloras y yo me ablando, y no terminó muy bien —susurró mientras con el dedo pulgar acariciaba el
dorso de la mano de ella con un movimiento rítmico, casi como un baile, que a Gin le erizó el vello y
la hizo reaccionar soltándose rápidamente.
—Tienes las manos ásperas —dijo.
—¿Qué? —preguntó él incrédulo mirándose las susodichas.
—Tus manos, raspan —aseveró como si fuera una obviedad.
—Tú sí que raspas —contestó él verdaderamente enfadado. Esa chica conseguía sacarlo de sus
casillas, cuando pensaba que podía razonar con ella le soltaba alguna perla. Tenía durezas en las
mano,s al fin y al cabo era un currante, toda su vida lo había sido. En concreto tenía un callo en el
pulgar con el que había acariciado su mano, pero nunca había tenido quejas al respecto.
—¿Cómo te atreves? —gritó ella.
—Toda tú eres áspera y no se puede razonar contigo. Cada vez que intento acercarme sacas las uñas
como si fueras una gata.
—¡Ja! Eso quisieras tú, que fuese una gata en celo, seguro que a esas las manejas a tu antojo. Pues
conmigo vas listo —espetó acercándose a él con los brazos en jarras, hasta estar a un par de
centímetros.
—Luego no quieres que te llame loca. ¿Se puede saber a qué viene eso ahora? —preguntó él dando
un paso atrás.
—Das el tipo, querido —susurró dándole toquecitos en el pecho con el dedo índice mientras veía
cómo él seguía retrocediendo poco a poco—. Te haces el machito, pero la verdad es que necesitas
demostrar que eres el más fuerte porque tienes complejo de inferioridad —siguió empujando con el
dedo.
Él lo atrapó con su mano mientras la agarraba a ella de la cintura y la ponía contra la pared.
—Se acabó —dijo.
—¿El qué? —preguntó ella con fingido tono de inocencia.
—Este juego que te traes. Por si te interesa conocerme un poco te diré que no soy ningún machito,
hay muchas cosas en esta vida que me dan miedo, tú por ejemplo. Pero me da más miedo mi jefe, así
es que deja de intentar confundirme con tus tretas, porque no te vas a salir con la tuya —susurró
amenazante al oído.
—¡Joder! —espetó ella soltándose con brusquedad y sentándose con los brazos cruzados en un
taburete de la cocina. Tenía el ceño fruncido y la boca apretada, estaba verdaderamente enfadada y
frustrada. Para que luego dijeran que los hombres eran fácilmente manipulables. Este no, desde luego.
Lo había intentado todo, ponerse borde, sexy, melosa, triste, amenazante con él no funcionaba nada.
—Mira —dijo Gen cogiendo un taburete y sentándose cerca de ella—. Son solo dos semanas. No es
tan grave, tómatelo como unas vacaciones.
—Definitivamente, eres idiota —se quejó poniéndose a llorar de pura impotencia.
—Oye, habíamos quedado en no insultarnos —recriminó él.
—No es un insulto, es un adjetivo. ¿Unas vacaciones en un piso encerrada con un cromañón? —
ironizó, llorando ahora a moco tendido—. ¡Quiero irme a mi casa!
Gen sintió cómo se le rompía un poco el corazón con el dolor de ella, le acarició el rostro con los
dedos.
—Tranquila, nena ¡ay! —exclamó ante el manotazo de ella al apartar sus cariñosos dedos.
—¡¿Nena?! —gritó ella levantándose de golpe y tirando por tanto el taburete. Gen se levantó
sobresaltado sin saber cómo reaccionar. Observó impotente cómo corría a esconderse en su habitación
llorando escandalosamente.
—¿Pero tú has visto eso? —preguntó a Mae que estaba haciendo punto, sentada tranquilamente en
el sofá.
—En boca cerrada no entran moscas —contestó Mae.
—No me vengas con esas, ¿me puedes decir qué coño estoy haciendo mal?
—Sería más rápido decirte lo que has hecho bien —él la miró con cierta indignación.
—Según tú, ¿qué he hecho bien?
—Nada —fue su escueta respuesta. Ni siquiera lo miró, siguió con su labor.
—Pues sí que soy torpe —contestó con ironía—. Voy a intentar razonar con ella.
—Déjala sola un rato, no paras de imponerle tu presencia y no creo que sea muy de su agrado, la
verdad.
—Pues es lo que hay —bufó Gen malhumorado.
—Deja que se calme y luego habláis. No me hagas caso si no quieres, al fin y al cabo solo soy una
vieja
—Oh no, tú también con chantajes emocionales, no —en ese momento le sonó el teléfono.
—Sí. No, señor. No, la situación no ha mejorado, no se puede razonar con ella. Bien, bien, bien, ¿y
qué cojones se supone que voy a? Sí, señor. No, pero habría que buscar otra solución, no creo que
pueda hacerlo. Señor, tenemos que investigar a una de las vecinas del bloque. Sí, le mando un mensaje
con la información. No creo que pueda convencerla de eso. Señor, cuando pueda salir de esta, juro que
me las vas a pagar. Nos veremos en el ring, señor.
Media hora después, Gin seguía encerrada en el cuarto y Gen estaba perdiendo los nervios.
—Siéntate, me estás poniendo nerviosa, hijo —recriminó Mae.
—Pero, ¿cuánto tiempo necesita? Ya lleva encerrada ahí más de media hora —se quejó él.
—Le acabas de decir que va a pasar la Navidad, que al parecer para ella es importante, aquí
encerrada con una vieja y un tipo al que no conoce. Necesita tiempo para asumirlo.
—Pues va a tener que asumirlo rápido porque esto hay que solucionarlo ya —dijo encaminándose
hacia la habitación en la que la habían instalado.
Abrió la puerta sin llamar y el corazón le dio un salto en el pecho. Nadie a la vista, la ventana
abierta Dios. Pero, ¿qué había hecho la muy tarada? Eran cinco alturas. Que no se haya caído por
favor, rogó Gen al Dios en el que no creía. Se asomó a la ventana, nada en el suelo, ni en el capó de
ningún coche, el corazón le volvió al sitio. Intentó averiguar la forma en la que ella habría podido
bajar, pero no había escalera de incendios y habían escogido ese bloque precisamente por eso (cuantas
menos vías de acceso, mejor). La tubería era demasiado fina y estaba muy alejada, ni siquiera él
estirándose llegaba.
De repente se le encendió una luz y una sonrisa se dibujó en su rostro. «Diablo de chica», pensó
cerrando la ventana y acercándose a la cama. En el cuarto había un armario de madera antigua. Podría
ser, sí. Una cómoda, imposible; un banquito, nada; y la propia cama decidió empezar por ahí. Se
agachó y levantó el faldón de la colcha que la cubría.