3- DEJADME DORMIR
Cómo impedir que nuestro bebé duerma
«En un principio nuestra intención fue que durmiera en nuestra cama pero lo hacía tan mal que ello era imposible. Tampoco era mejor el resultado si instalábamos su cuna en nuestra habitación. Lo probamos todo, incluidos programas especiales para conciliar el sueño. Finalmente yo dije: “Ya lo tengo, debe dormir en otra habitación”. Esto ocurrió hace un mes y desde entonces ha dormido durante toda la noche».
Madre de Zacarías, de un año de edad.
Al esforzarnos para que nuestro bebé reciba el mejor cuidado posible puede ocurrir que el mismo resulte excesivo. Es posible que estemos haciendo demasiado en este aspecto, que le prestemos una atención desproporcionada y que reaccionemos de forma desmedida a sus exigencias. Con este proceder puede ocurrir que lleguemos a un punto en que lo hagamos todo por él salvo dejarle solo. Y esto es probablemente lo que realmente necesita.
El título de este capítulo es, por supuesto, ligeramente irónico ya que nadie pretende realmente impedir que su bebé duerma pero la verdad es que esto sucede fácilmente sin que exista la intención de que así sea y el efecto es el mismo que si deliberadamente concurre el propósito de interferir en su dormir. Algunas veces lo más difícil es no hacer nada en absoluto y lo cierto es que en determinadas ocasiones es exactamente ésta la medida que conviene adoptar.
Cuando un bebé llora nuestra conclusión es que necesita nuestra ayuda. Y algunas veces es esto lo que en realidad ocurre pero en otros casos no es así. Existe un lloro que viene a decir: «Ayudadme a dormir» y tiene su origen en un bebé que se siente incómodo o que necesita que se le tranquilice.
Pero también existe un lloro que dice: «Dejadme dormir» y proviene de un bebé que percibe en grado tan acusado la presencia de sus padres que no puede relajarse en la soledad que exige el dormir. En lugar de sentirse tranquilizado por la atención que le prestan sus padres, lo que ocurre es que con ella recibe un sobreestímulo.
¿Cómo se produce el hecho de que los padres impidan dormir a sus bebés? A decir verdad ningún padre quiere que su bebé se despierte varias veces por la noche o que la hora de ir a la cama se convierta en una prolongada y agotadora lucha. Nadie quiere tanto que un bebé duerma como aquellos padres que no han gozado de una noche sin interrupciones desde hace más de un año. Sin embargo es posible que surjan una serie de tensiones entre nosotros y nuestro bebé que conviertan el dormir en un propósito imposible de alcanzar.
Nuestros sentimientos, actitudes, creencias y hábitos vienen a moldear la relación mantenida con nuestro bebé tal como ya se explicó en el capítulo 2. Aun cuando es cierto que ha nacido biológicamente adaptado para que de un modo gradual pueda dormir toda la noche, también lo es que este proceso puede verse fácilmente alterado o diferido. Si el bebé recibe unas señales claras de que la noche es el momento en que debe dormir así como de que su mundo es un lugar seguro y de que sus padres confían en él para que salga adelante sin su presencia hasta la mañana siguiente, entonces dormirá mucho mejor que otro bebé que no perciba estas señales.
La alimentación nocturna
Una de las razones más comunes para que un bebé se despierte por la noche la tenemos en aquellos casos en que la alimentación nocturna se mantiene más allá de lo que físicamente necesita. Con ello se hará imposible el que pueda consolidar el dormir y convertirlo en un prolongado e ininterrumpido periodo de tiempo.
La relación existente entre la alimentación y el dormir se discute de modo detallado en el capítulo 6. Aquí, aun cuando consideramos la forma en que nuestro influjo puede impedir que nuestro bebé duerma, centraremos nuestra atención sobre un ejemplo específico. Es importante entender cómo puede llegarse a esta situación, ya que de igual manera que conscientemente nadie quiere mantener a su hijo despierto, tampoco le da de comer sin el convencimiento de que lo necesita. Puede que así sea pero también es posible que ocurra lo contrario. La cuestión es que cuando creemos que sí precisa de alimento, esta circunstancia es posible que nos impida captar las señales de que la comida no constituye la solución. De hecho éste puede ser el verdadero problema.
Paula se hallaba plenamente convencida de que su propia madre no había sido la que le habría gustado que fuese. Tenía la impresión de que se había mantenido excesivamente inmersa en sus propias preocupaciones y ello le había impedido entenderla adecuadamente cuando todavía era una niña. Paula estaba decidida a ser una clase de madre distinta y por consiguiente a estar en todo momento no sólo al lado de sus hijos sino en contacto constante con sus necesidades.
Paula reaccionaba ante cualquier lloro nocturno de sus bebés dándoles de comer. Durante el primer año de vida de cada uno de ellos no dejaron de llorar en demanda de alimento varias veces a lo largo de la noche. Las interrupciones en el dormir se traducían en irritabilidad a lo largo del día y su apetito era más bien menguado después de haber ingerido tanta leche por la noche. Sin embargo no cabía sorprenderse de que así fuera. El misterio residía realmente en el motivo por el cual Paula seguía alimentando a sus bebés por la noche cuando sabía de sobra que ya tenían edad suficiente para poder prescindir de tal medida.
Podemos suponer, sin riesgo de equivocamos, que este proceder satisfacía la necesidad de Paula de aparecer como una madre atenta y dedicada en la forma que consideraba que le había faltado a ella cuando era un bebé. La manera de consolar a sus bebés cuando lloraban era dándoles de comer, lo cual constituye un símbolo de buen hacer maternal en nuestra sociedad. Aun cuando la necesidad fundamental de sus bebés era la de poder dormir, Paula no estaba en condiciones de apreciar esta circunstancia de una forma clara debido a estar preocupada por sus propios impulsos. Su instinto sólo la llevaba a darles de comer. Necesitaba en suma sentirse diferente de su madre y el levantarse por la noche para atender a sus bebés venía a ser una manera de satisfacer este impulso.
El aspecto importante es que Paula creía que estaba haciendo lo mejor por sus bebés. La espectacular mejora que en el bienestar de sus bebés pudo apreciarse después de que cesasen las comidas nocturnas y pudiesen dormir deforma continuada puso de manifiesto que lo que realmente necesitaban era un sueño reparador. Desgraciadamente, cuando uno se halla preso de actitudes y hábitos instintivos puede resultar difícil ver a un bebé como una persona poseedora de unas necesidades propias y diferenciadas y totalmente separadas de las nuestras.
Nuestras necesidades y las de nuestro bebé
La experiencia de Paula viene a demostrar cuán fuertemente entrelazados se encuentran los hilos que constituyen la base del problema del dormir en un bebé. Ella impedía que sus durmiesen, pero ello no obstaba para que creyese que atendía sus necesidades. Darles de comer parecía ser lo correcto y esto, por su parte, reconocía como origen sus sentimientos con relación a su propia infancia. Afortunadamente, desenmarañar todo el enredo acostumbra a ser mucho más sencillo que la forma en que nos metimos en él. Todo lo que Paula tuvo que hacer fue dejar de darles de comer por la noche. Gracias a tal medida pudieron dormir sin despertarse para tomar el alimento que ya se habían acostumbrado a recibir. Y Paula se vio liberada para poder considerar sus propios sentimientos en paz mientras sus bebés permanecían sumidos en apacible sueño.
Esta clase de embrollo puede surgir en torno a toda clase de situaciones. Se inicia en los sentimientos de los padres y finaliza con un problema que imposibilita dormir.
Los padres que se hallan ausentes todo el día por motivos de trabajo es natural que quieran pasar el mayor tiempo posible junto a su bebé al final del día y algunas veces también cuando se despierta en mitad de la noche. Si nuestro bebé se va a la cama tarde o bien jugamos con él cuando se despierta por la noche es posible que con ello demos satisfacción a nuestra necesidad de estar en su compañía. Quizá consideremos en tales circunstancias que el bebé precisa asimismo estar junto a nosotros. Si éste es el caso, debemos señalar que le resultara imposible establecer una pauta realmente sólida por lo que al dormir se refiere ya que parte de su conducta diurna se verá trasladada a un momento en que debería gozar de una noche de prolongado e ininterrumpido sueño. Sin embargo si nos decidimos por esta elección. Lo mejor será considerarla como siendo de carácter definitivo y mostrarnos positivos y honrados respecto a ella. Es mejor para él irse a la cama más tarde después de haber disfrutado de unos momentos felices junto a nosotros que verse abocados los dos a un forcejeo respecto a una hora de irse a dormir acerca de la cual nuestros sentimientos se muestran contrapuestos. De este modo no surgirá conflicto alguno por lo que al dormir se refiere y resultará más fácil ayudar a nuestro bebé a recuperar el sueño perdido cuando pueda, Así tenemos que puede, por ejemplo, beneficiarse con dicho fin de una prolongada siesta matinal.
Algunas veces todo lo que precisa hacer es reconocer nuestros propios sentimientos y ocuparnos de ellos separadamente de los de nuestro bebé. Si así procedemos, tal medida nos permitirá concentramos en lo que él nos ésta señalando que realmente requiere en lugar de lo que nosotros creemos que necesita.
Forma en que nuestro bebé capta la tensión existente en nosotros
Para dormir bien nuestro bebé necesita sentirse cómodo, bien alimentado y relajado. Y para relajarse es preciso que experimente una sensación de seguridad. Este aspecto, sin embargo, a menudo se descuida, lo cual da lugar a que los padres consideren, después de que su bebé ya haya comido y se encuentre cómodamente instalado, que debería poder dormir. Se comprende por tanto que se sientan perplejos y frustrados cuando tal circunstancia no se da.
Es posible que ello se deba a que se siente inseguro. Si tenemos en cuenta que constituimos su mundo, aparece lógico que si percibe síntomas de tensión o conflicto en nosotros dicho mundo sufra un trastorno. No se trata ciertamente de que nuestros pensamientos resulten transmitidos, como por arte de telepatía, a nuestro bebé. Es mucho más sencillo que todo esto. Aun cuando no estemos pensando en cómo nos sentimos, lo cierto es que la ansiedad produce tensión en nuestro cuerpo y nuestro bebé la detecta en el momento en que lo cogemos en brazos y esto le hace sentirse inquieto.
No puede por consiguiente relajarse y gozar de su comida. Es posible que busque separarse de nosotros y que coma en una posición incómoda. Ello traerá como consecuencia el que su comida no sea en modo alguno satisfactoria y que quizá rompa a llorar como resultado de una combinación de indigestión, hambre y ansiedad. No podrá, en tales condiciones, conciliar el sueño. Las emociones de un bebé de muy corta edad son inseparables de sus procesos físicos y las expresará a través de perturbaciones ya sea en el dormir o en el comer.
Vale asimismo la pena recordar que lo que podríamos denominar conjunto de componentes químicos de las emociones de su madre, es factor con el que se halla familiarizado desde que se encontraba en el útero. El flujo de adrenalina que hace acto de presencia en nuestro sistema cuando sufrimos un sobresalto o nos asalta un temor hace que nuestro bebé nonato vea aceleradas sus pulsaciones. Las endorfinas, o sea los elementos químicos que nos producen una sensación de bienestar, también son compartidas por el bebé que todavía no ha nacido y podemos por consiguiente afirmar que para bien o para mal participa en nuestros estados emocionales antes de llegar a este mundo.
Como bebé recién nacido seguirá reconociendo nuestra piel y el olor que la misma desprende y es precisamente debido a esta circunstancia que experimentará una inmediata sensación de pánico, por ejemplo, cuando concurra la presencia de un componente tan fuerte como la ya citada adrenalina. Si sentimos temor o inquietud cuando vamos a tomarlo en brazos es posible que perciba la presencia de señales que le advierten de que se halla en peligro. Y si esta tensión que le llega a través de nuestro cuerpo alcanza un nivel elevado, el estrés que de tal hecho se deriva puede ser superior a lo que está en condiciones de soportar.
El momento del baño constituye un buen ejemplo. Si nos sentimos angustiados y temerosos por sostener en el agua a nuestro escurridizo bebé, éste experimentará un acusado sentimiento de inseguridad ya que no existe nada que sea peor en su reducido mundo que un progenitor nervioso. Para él un mundo así carece de seguridad y constituye motivo suficiente para sentir pánico. Es probable que lance agudos chillidos, lo cual no contribuirá en modo alguno a mejorar nuestra confianza. Una buena solución en una situación así es meter al bebé en el baño junto a nosotros, pues el sostenerlo apoyado contra nuestro cuerpo hace que ambos nos sintamos más seguros.
En general, el relajarnos supone una enorme diferencia con relación a cómo nuestro bebé se siente y se comporta. Por ello, antes de cogerlo en brazos, eliminemos la tensión presente en ellos y en nuestras manos e imprimamos unos cuantos movimientos oscilatorios a nuestros hombros y a nuestro cuello. Tomemos asimismo aire profundamente varias veces y antes de que comencemos a dar de comer a nuestro bebé tomémonos un minuto extra para aseguramos de que estamos cómodos y con la espalda bien apoyada. Hagamos descender los hombros y acerquemos el bebé a nuestro cuerpo en lugar de inclinamos hacia él. Finalmente y mientras le damos la comida asegurémonos de que nuestros hombros permanecen en posición descendida y libres de toda tensión.
Confiemos en nuestro bebé para que duerma
Nuestro bebé necesita nuestra ayuda para sentirse seguro. Para relajarse y conciliar el sueño es preciso que note que se halla a salvo y con ello poder bajar la guardia. Si no recibe este mensaje de parte nuestra, se mostrará extremadamente cauto y también inquieto, lo cual dará lugar a que no se decida y por tanto no se duerma.
Incluso nosotros es posible que no creamos realmente que constituye una medida aconsejable dejar a nuestro bebé que se duerma. Si no estamos convencidos de que puede valerse por sí mismo sin nuestra ayuda para llegar a la mañana siguiente, el resultado será que efectivamente no podrá. Toda la atmósfera de tensión en torno a la posibilidad de dormir le provocará un sentimiento de preocupación y hará que se mantenga más despierto que nunca y además dominado por una gran inquietud. Las diversas maneras de carácter práctico para hacer frente a la ansiedad y conseguir que el bebé duerma son objeto de consideración en el capítulo siguiente y se refieren a las primeras semanas de vida. Aquí lo que sometemos a examen es cómo nuestra propia experiencia puede llevar indirectamente a nuestro bebé a que le resulte imposible conciliar el sueño.
Abrigar el sentimiento de que no resulta seguro permitir a nuestro bebé que duerma tiene sus raíces en nuestra propia vida. Si durante nuestra infancia hemos experimentado el dolor de una pérdida o de una penosa separación, el poner nuestro bebé a dormir y alejarnos de él durante la noche puede remover el recuerdo de dicha dolorosa situación. En tal caso es posible que ocurra que transmitamos unos confusos mensajes a nuestro bebé ya que mientras le estamos diciendo que ha llegado el momento de irse a dormir, él percibe la verdad emocional de nuestro conflicto e incertidumbre. Nuestra forma de proceder, el tono de nuestra voz y la tensión presente en nuestro cuerpo conllevan unas señales cuya intensidad supera a cualquier otra cosa que hagamos o digamos. Él espera de nosotros que le digamos lo que es seguro y lo que no lo es. Si nosotros no mostramos una confianza absoluta con relación a determinados aspectos, tampoco él confiará en sí mismo.
Si nos sentimos realmente preocupados, entonces es probable que nuestro bebé se despierte para asegurarse de que estamos bien. Nos conviene tener presente que para él nosotros somos su mundo y que si considera que éste se encuentra expuesto a alguna clase de amenaza resulta comprensible que necesite contar con el convencimiento de que todavía se halla presente cuando durante su sueño nocturno se agite intranquilo.
Algunas veces esta situación viene provocada por una crisis familiar. Cuando por algún motivo estamos algo trastornados resulta difícil estar en armonía con nuestro bebé. La preocupación vinculada a nuestros propios sentimientos supone que no disponemos de tiempo para pensar en él o prestarle una cuidadosa atención. Sin embargo, probablemente podrá volver a conciliar el sueño sin problemas cuando la crisis emocional haya pasado.
Confianza
Procede destacar que con mucha frecuencia no se encuentra una situación que cabría calificar de catastrófica detrás de un proceso culminado por un estado de ansiedad. Simplemente puede ocurrir que algo éste minando la confianza en nosotros mismos. Cuidar un bebé supone una enorme responsabilidad y llegar a conocerlo también constituye un proceso complejo, en especial si es el primero y al mismo tiempo estamos aprendiendo los principios básicos que el atenderlo implica. No ha de sorprender, por consiguiente, que nuestra confianza algunas veces vacile un poco.
Es importante recordar que necesitamos apoyo y tranquilizarnos tanto como nuestro bebé y ello tanto en beneficio suyo como nuestro. Esta condición forma parte de lo que precisamos para cuidar de él y, por consiguiente, no hemos de vacilar en pedir que se nos conceda.
Conviene tener presente que la confianza se adquiere con rapidez a partir del instante en que nos es posible eliminar de nuestra mente todo pensamiento contrario y concentrarnos en prestar atención a los lloros de nuestro bebé para determinar qué significan. Con ello situamos la mente fuera del influjo de nuestra propia ansiedad y ayudamos al bebé a sentirse comprendido y tranquilizado.
Cuando nuestro bebé llora
Cuando nuestro bebé llora evitemos preocupamos acerca de que es lo que puede estar mal. Adoptemos, de un modo deliberado, un tono de voz tranquilo y alegre. Reconozcamos que está algo trastornado pero no lo convirtamos en un gran problema. Un bebé, cuando llora, cierra los ojos y se encierra en sí mismo y es por ello que resulta mucho más fácil determinar lo que le molesta o preocupa si podemos conseguir que abra los ojos y restablezca de nuevo la conexión con nosotros. A menudo el apelar directamente a él no da ningún resultado pero en cambio desviar su atención tanto de él como de nosotros sí funciona. Por consiguiente podemos decir algo así como:
«Comprendo que estés trastornado pero no te preocupes, lo resolveremos. ¡Oh, mira! Puedo ver un gato. ¡Míralo!».
Imitemos los maullidos de un gato, levantémoslo hacia lo alto, en fin hagamos cualquier cosa que pueda distraerle y le impulse a abrir los ojos. Con ello se interrumpe el ciclo que da lugar a que ambos nos alimentemos con la tensión del otro y hace que regrese del estado de incoherencia en que se hallaba sumido. Tan pronto como esté un poco más calmado nos será posible determinar si está demasiado caliente, o cansado, o enojado, o lo que sea.
Si pese a todo sigue en su actitud y nosotros comenzamos a sentimos tensos, resulta de ayuda dejarlo en un lugar seguro, salir de la habitación, respirar profundamente varias veces y decimos a nosotros mismos que no hay nada que esté realmente mal, tanto por lo que se refiere a nuestra persona como al bebé. Tras ello podemos volver a su lado con una actitud mental más tranquila para transmitirle dicho mensaje. Sacarlo al exterior se traduce algunas veces en que deje de llorar de un modo instantáneo, pero si la distracción no funciona lo que podemos hacer es sentarnos reposadamente junto a él en una habitación tranquila y con una luz poco intensa. En resumen, sea lo que fuere lo que hagamos, procuremos evitar que nos contagie su ansiedad. Debe admitirse que no es tarea fácil, pero cuanto más calmados estemos más pronto se dará cuenta de que no existe motivo alguno de alarma.
Tal como una madre de cuatro hijos dijo; «Con el último ya estoy tan habituada que al final le digo: Ya sé que estás trastornado pero he de irme ala cama».
Coherencia
Nuestro bebé aprende de nosotros la forma en que el mundo funciona. Por ello si nos sentimos indecisos acerca de lo que resulta mejor para él, el método que sigamos para cuidarle es probable que sea incoherente. Así tenemos que un día es posible que lo tomemos en brazos porque llora mientras que al siguiente nos sentimos preocupados porque creemos que lo estamos malcriando y debido a tal circunstancia dejamos que llore. Este proceder lo sume en una gran confusión y hace que le sea imposible formarse una idea del mundo como un lugar seguro en el que pueda comenzar a relajarse. Llegará al convencimiento de que le es difícil dormir ya que constantemente se preguntará qué es lo que va a ocurrir a continuación y tratará de ver si puede descubrirlo.
Éste es el motivo por el cual seguir un programa regular por lo que a irse a la cama se refiere funciona tan bien. Con él se envían unas señales claras y concretas acerca de como funciona el mundo, es decir, el dormir sigue al irse a la cama y esto viene a continuación del baño. Un orden así establecido hace que se sienta seguro y esto es realmente lo que necesita para irse a la cama contento y permanecer dormido durante toda la noche.
Aun en el supuesto de que nuestro bebé sea demasiado joven para seguir una rutina en lo que a irse a la cama respecta, podemos alcanzar el mismo resultado si actuamos con gran coherencia. Los bebés responden bien a un grado de repetición que la mayoría de los adultos encuentran aburrido. Sin embargo, si una noche decide someter a prueba nuestra coherencia, vale la pena recordar que por muchas veces que debamos arroparlo y decirle buenas noches en dicha ocasión, esta labor no es ni de lejos tan pesada como la que nos obliga a llevar a cabo un bebé que tiene la idea de que la noche es el momento adecuado para jugar.
Separación e independencia
Dormir bien es una señal de que nuestro bebé va adquiriendo mayor independencia. Muchos padres experimentan una especie de shock cuando el suyo duerme por primera vez durante toda la noche ya que les resulta difícil creer que este pequeño ser, que ha venido dominando todas las noches durante semanas, pueda de repente valerse por sí mismo.
Algunas veces, aun cuando anhelamos ardientemente que nuestro bebé duerma, dejar que alcance este nivel de independencia nos resulta bastante difícil. Nunca más, a partir de este instante, nos volverá a necesitar del modo simple, obvio y constante con que lo hacía cuando se ponía a llorar en demanda de alimento cada pocas horas.
Aun cuando nos mostremos satisfechos de los avances conseguidos por nuestro bebé resulta natural que experimentemos sentimientos de tristeza a medida que va dejando distintas etapas de su desarrollo tras de sí. Una parte de nosotros cabe que quiera mantenerlo como bebé el mayor tiempo posible, en especial si esperamos que sea el último o bien el único. Hay algo de impresionantemente adulto y autosuficiente en un bebé que con la sonrisa en los labios nos da las buenas noches y parloteando nos desea los buenos días. Es una situación que como mínimo cabe que sea desconcertante. Si encontramos difícil aceptar el que nuestro bebé no nos necesita durante más de doce horas todas las noches, esta circunstancia será detectada por él en el sentido de que le necesitamos y se despertará.
A los quince meses, Alicia, el bebé de la familia y además única niña, todavía seguía despertándose varias veces por la noche y necesitando hasta una hora para volver a dormirse. Todavía no andaba y cada una de las comidas se convertía en una batalla encaminada a persuadirla de que ingiriese una o dos cucharadas. Durante las vacaciones su padre observó que una amiga de Alicia, cuya edad era igual a la de ella, compartía alegremente la comida familiar sujetando un tenedor.
«Dejemos de dar comida infantil a Alicia» dijo él, «y desistamos de alimentarla con cuchara. Si su amiga puede ingerir comida normal por sí misma, lo mismo puede hacer Alicia».
La transformación resultó espectacular. Alicia se mostró complacida con su nueva comida e incluso comenzó a caminar el mismo día. Al cabo de una semana ya dormía durante toda la noche.
«Creo que ya comenzaba a estar cansada de que la tratásemos como a un bebé» dijo su padre.
Al mostrar que tenía confianza en Alicia para que comiese sin ayuda de nadie, su padre también le proporcionó lo que necesitaba para dar un gran salto hacia la independencia y ello se tradujo en que caminase de inmediato y durmiese durante toda la noche a partir de entonces. Hasta aquel instante todos los mensajes que había venido recibiendo reforzaban la idea de que no podía valerse por sí misma.
Es interesante señalar que todo esto ocurrió durante unas vacaciones en que el padre de Alicia disponía de tiempo para estar junto a su familia. Alicia se hallaba sumida en un círculo vicioso que daba lugar a que cuanto más enfadada estaba se acentuaba el que se la tratase como a un bebé y el resultado era que todavía se enfadaba más. La nueva perspectiva de su padre con relación a la cuestión vino a introducir una ruptura que se había hecho altamente necesaria.
Cómo deshacer el embrollo
Con frecuencia ocurre que son los padres más amorosos, preocupados y dedicados los que cuentan con bebés que no se sienten inclinados a dormir durante toda la noche. Es posible que ello se deba a que se exceden en su cometido. Puede resultar de mayor ayuda relajarse y confiar en que el bebé permanecerá dormido sin interrupción hasta la mañana siguiente tan pronto como esté en condiciones de llevarlo a cabo.
Si se agita durante la noche no nos precipitemos en el sentido de dar por sentado que lo hace porque nos necesita. Si se muestra inquieto y da la impresión de que le es difícil sosegarse, aparece como algo natural el que queramos hacer todo cuanto podamos para ayudarle. Sin embargo, nuestros esfuerzos puede que sean exactamente los que mantiene a nuestro bebé despierto, debiendo añadir que cuando estamos cansados y estresados resulta especialmente fácil crear una atmósfera de tensión.
Algunas veces ocurre que los padres se ven abocados a adoptar medidas desesperadas. Es posible que nos sintamos tan aliviados al encontrar algo que funciona que recurrimos a ello todas las noches, pero sólo para descubrir que nuestro bebé rechaza, algunas veces durante años, dormirse por decisión propia. Un niño de sólo dos años y medio era paseado en el coche familiar durante una hora aproximadamente todas las noches hasta que caía dormido y procede añadir que éste no es un hecho infrecuente. Una «solución» de este tipo constituye un verdadero desastre para los padres. Nos estropea la velada y provoca un estrés adicional exactamente en el momento en que más necesitamos relajamos y disponer de tiempo para nosotros mismos. También resulta espantoso para los bebés. Es de todo punto cierto que ninguno de ellos precisa que lo paseen en coche al llegar la noche. Lo que ocurre es que se trata de la única forma que conoce para conciliar el sueño. Lo que realmente necesita es aprender de que modo puede irse a la cama en paz y tranquilidad por propia decisión y para que ello tenga lugar es condición básicamente indispensable el que cuente con unos padres que estén menos dispuestos a ofrecerle toda su dedicación.
Nuestro bebé es importante pero no más que cualquier otra persona. No caigamos pues en la trampa de relacionarlo con todo cuanto acontece en el hogar. Es cierto que la vida inevitablemente gira en torno a un nuevo bebé al principio, pero este pronto se amoldará al entorno si se le presta el estímulo necesario. De hecho, los que han de acomodarse a una familia ya existente a menudo manifiestan un talante más tranquilo y adaptable simplemente debido a que la atención que se les concede no es tan desorbitada.
¿Debemos tomarlo en brazos o dejar que llore?
Otra razón por la cual a los bebés se les colma de atenciones es nuestro rechazo de la idea, que se extendió durante los 50 y los 60, de que tomarlos en brazos cuando lloran supone malcriarlos. Todavía hoy cabe oír: «Estás creando la vara que azotará tu espalda si sigues tomando en brazos a este bebé continuamente. De este modo nunca aprenderá».
A la mayoría de padres modernos el dejar que un bebé llore les parece un acto cruel y, a decir verdad, no vemos razón alguna por la cual al que necesita comer o sentirse cómodo ha de dejársele que chille. Sin embargo esto tampoco quiere decir que debamos precipitarnos a tomarlo en brazos cada vez que abre la boca ya que si así procedemos imposibilitamos el que pueda encontrar el debido equilibrio en su comportamiento.
La situación se ve complicada por el hecho de que a los padres de hoy en día es posible que se les dejara llorar en su infancia por parte de unos progenitores que seguían al pie de la letra el consejo imperante en su época, Como ya pusimos de manifiesto en el capítulo 2 esta circunstancia puede dar origen a un legado de sentimientos encontrados. Por una parte tenemos que no queremos dejar que un bebé llore como quizá nos ocurrió a nosotros, pero también por otra es posible que se encuentre profundamente asentada en nosotros la sospecha de que el tomarlo en brazos lo malcriará.
Este conflicto transmite unos mensajes confusos a nuestro bebé ya que unas veces se le tomará en brazos y otras se dejará que llore. También puede ocurrir que quien lo tome en brazos sea un pariente que se muestra preocupado y asaltado por la duda acerca de cuál es la forma correcta de proceder. El resultado final es que nuestro bebé se dará cuenta de estas contradicciones y le resultará muy difícil encontrar la tranquilidad que necesita.
Atender las necesidades de nuestro bebé incluye dejarlo en paz cuando es esto lo que verdaderamente precisa. De hecho podemos satisfacerle sin necesidad de ceder a todos sus caprichos y esto en la práctica significa proporcionarle todo el contacto y la intimidad que nos pide, al mismo tiempo que procuramos incitarle a que concilie el sueño por propia voluntad.
Está demostrado que los bebés que son tomados en brazos y mecidos amorosamente con mucha frecuencia durante sus primeros meses acaban durmiendo mejor que los otros. Cabe que ello sea debido a que han visto atendida en forma plena su necesidad inicial de sentirse cómodos y gozar de tranquilidad y que tal circunstancia ha contribuido a que se sintieran seguros en su mundo, lo cual ha traído como consecuencia el que pudieran relajarse y dormir.
Satisfacer la necesidad sentida por nuestro bebé de contar con protección no es lo mismo que malcriarlo. Ser malcriado significa conseguir todo cuanto se desea, tanto si se precisa de ello como si no. Un bebé sólo conoce aquello que realmente necesita, es decir, amor, seguridad, comida y dormir. Parte del proceso de adaptación a una vida común viene representada por el descubrimiento de cómo atender en grado máximo tales necesidades. Y si lo hacemos de modo correcto, en modo alguno malcriamos al bebé. En realidad no nos es posible hacerlo hasta que haya alcanzado la edad suficiente para pedir cosas que no necesita.
Sin embargo, nada obsta a que provoquemos confusión en él. Es posible que no quiera aquello que no precisa pero lo cierto es que con frecuencia nos resulta difícil determinar que es lo que verdaderamente le hace falta. Algunas veces le damos de comer cuando en realidad no tiene hambre, estímulo cuando lo que requiere es paz o indiferencia cuando lo que pide es contacto humano. También ocurre que en determinados momentos lo tomamos en brazos cuando lo que desea es dormir.
Procedemos de este modo debido a que su conducta puede resultar desorientadora y lo que entonces ocurre es que nuestros propios instintos entran en escena y se interponen en el camino. Para neutralizar esta pauta de confusión deberemos tratar de apartamos un poco de nuestro bebé. No consideremos que hemos de hacer algo cada vez que llora, lo cual no significa que tengamos que caer en el extremo opuesto ya que actuar de este modo supondría ignorarlo por completo. La norma a seguir es observarlo y escucharle de manera que nos sea posible determinar que es lo que siente y encontrar la respuesta más apropiada a sus exigencias.
Plan para conseguir que nuestro bebé duerma
- Consideremos nuestros propios sentimientos y experiencias. Tratemos de ocuparnos de ellos separadamente de nuestro bebé.
- Asegurémonos de que nuestro cuerpo se halla distendido y relajado antes de tomar en brazos o dar de comer a nuestro bebé.
- Recordemos que nosotros somos tan importantes como nuestro bebé y que necesitamos apoyo y autoconfianza para cuidar de él. No vacilemos pues en pedir ayuda a este respecto.
- Confiemos en nuestro bebé en el sentido de que sabrá valerse por sí mismo cuando esté tranquilo o dormido. Con ello estimularemos su independencia.
- Esforcémonos para que nuestro bebé no se vea afectado por la ansiedad que en un momento dado pueda invadirnos. Deliberadamente utilicemos un tono de voz sosegado y alegre cada vez que llore y transmitámosle la convicción de que resolveremos el problema juntos.
- Recordemos que el bebé tiene sus problemas y nosotros los nuestros. Procuremos, por consiguiente, no sentimos angustiados cuando él lo está.
- Si percibimos que se apodera de nosotros la tensión, distraigámonos nosotros y nuestro bebé saliendo al exterior o contemplando algo que resulte interesante para ambos. Si todo esto falla, vayámonos a otra habitación durante un minuto y respiremos profundamente varias veces para tranquilizarnos.
- Esforcémonos para mostrarnos coherentes. Por muy reiterativo que nos parezca no debemos olvidar que tal actitud transmite confianza a nuestro bebé.
- Mostrémonos tan categóricos como podamos. Procuremos reforzar nuestra propia confianza y también asegurar a nuestro bebé que confiamos plenamente en él.