12

Bentley desembocó en la cripta y corrió a ver si el comisario continuaba en el ataúd.

En efecto, allí estaba, todavía inconsciente.

Suspiró, aliviado.

Acabaría con él de otro modo más limpio y menos espectacular. Alargó las manos hacia la garganta del inconsciente policía.

En el mismo instante, un brazo de hierro se ciñó en torno a su propio cuello. Una rodilla se hundió en su espalda y una fuerza atroz empezó a doblarle hacia atrás hasta que los huesos crujieron amenazadoramente.

Bentley trató de debatirse, de librarse de la cruel presa, pero cuanto más se movía, más se dislocaban sus vértebras.

Una voz gruñó junto a su oído:

—¡Alice! ¿Dónde está? ¡Habla o te parto por la mitad!

Al mismo tiempo, los brazos presionaron aún más. Bentley se sintió morir entre dolores de infierno.

Barbotó unas palabras incomprensibles de modo que Matt aflojó su presa para que pudiera recobrar el aliento… Sólo que Bentley era un luchador nato y ni por un momento pensó en hablar.

Se revolvió como un gato salvaje, intentando librarse de la mortífera llave que podía matarle. Casi lo consiguió.

Matt Brady, convertido en un ser muy distinto al doctor que todo el mundo conocía, se limitó a redoblar la presión de sus brazos. El corpachón se dobló de nuevo más y más…

La rodilla se mantuvo firme como una roca.

—¿Dónde está, bastardo, dónde? ¡Habla de una vez!

Bentley esperó con la boca cerrada, sintiéndose morir, pero no creyendo ni por un momento que el médico estuviera dispuesto a matarle realmente… Era la ventaja de pelear con gentes delicadas, con estudios, educación y carrera…

Esperó aún, a pesar del salvaje tormento que lo enloquecía.

Hasta que le fue imposible esperar más y barbotó:

—¡Ya basta…!

—¿Dónde está la muchacha?

Esperó que se aflojase la mortal presión, pero esta vez esperó en vano.

—Muerta… —jadeó—. Acaban de… de… matarla…

Con un rugido, el doctor Brady dio un salvaje tirón hacia atrás. Las vértebras crujieron con un chasquido seco, semejante a una caña que se rompe. El cuerpo de Bentley se desmadejó de golpe, mientras todo el dolor del mundo parecía inundarle el cerebro como una oleada de fuego…

Matt le soltó, tambaleándose, presa de una angustia como no sintiera jamás.

Zarandeó al comisario, pero éste sólo emitió un leve quejido.

Echó a correr por el pasadizo sin preocuparse del ruido que hicieran sus pies. Oyó voces confusas, y de pronto un lacerante aullido.

—¡Alice! —gimió al reconocer su voz.

Redobló su carrera. Irrumpió en la estancia donde estaba el camastro y el hedor, la atravesó como un meteoro, y de repente se encontró mirando la más espantosa visión que jamás soñara.

El monstruo se había revuelto al oírle llegar. El cuchillo en su mano parecía tan firme como una espada en la mano de un guerrero.

Era increíble. Aquella repugnante criatura viva y amenazadora…

De modo que Alice había dicho la verdad después de todo.

¡Alice!

La descubrió en el suelo, hecha un ovillo, el camisón hospitalario hecho trizas, sosteniéndose solamente porque estaba sujeto a las muñecas y los tobillos con la misma cuerda que la inmovilizaba.

—¡Matt! —sollozó la muchacha.

Él avanzó encorvado hacia delante, cautelosamente mientras Paul Gauge se deslizaba a lo largo de la pared.

—Ahora comprendo —masculló el doctor Brady—. Debí comprenderlo cuando vi aquella uña, pero no se me ocurrió entonces…

Inesperadamente, el cuchillo saltó en su busca, obligándole a dar un salto atrás.

Un continuo gruñido gutural brotaba de las fauces resecas del monstruo. Matt dijo:

—Has perdido la lengua también, ¿eh?

Trazó un círculo en torno a George, tanteándole, esperando que cometiera un error para desarmarle. Pasó tan cerca de la muchacha tendida en el suelo, que en sus pies notó el roce de los jirones del camisón.

De pronto, Paul Gauge brincó como una rana cayéndole sobre las espaldas. Los dos rodaron por el suelo enzarzados en mortal abrazo.

Alice chilló con irresistible angustia.

Paul rugió:

—¡Ahora, George, ahora!

George no se movió. Miraba con siniestro ojo inyectado en sangre aquel debatirse de brazos y piernas, de cuerpos jadeantes.

Luego se volvió hacia la muchacha. Estuvo mirándola mucho tiempo, mientras tras él la lucha continuaba más feroz a cada instante.

Muy despacio, George fue encorvándose, doblándose de forma rígida, hasta caer de rodillas, junto a Alice. Ésta ya no tenía fuerzas para luchar más. Cerró los ojos y llamó desesperadamente a la muerte.

Oyó el golpe sordo junto a su cuerpo de soberbia belleza. George había soltado el cuchillo. Ya no ansiaba matar…

Paul Gauge gritó cuando Matt le conectó un zurdazo escalofriante bajo el mentón, lanzándole contra la pared, donde pareció rebotar con fuerza inaudita.

A trompicones atravesó casi toda la estancia, hasta detenerse apoyado en una silla.

Ciego de ira, Brady cargó contra él igual que un toro enfurecido.

De nuevo cometió un error. Paul enarboló la silla, volteándola sobre su cabeza antes de descargar un golpe demoledor que derribó a Matt entre una lluvia de astillas.

La silla se desmenuzó, pero ni siquiera ese estrépito consiguió distraer la atención del monstruo, fija en la muchacha sobre la cual alargaba sus garras ansiosas.

A trompicones, Paul Gauge acortó la distancia que le separaba del aturdido doctor Brady. Iba a rematarle de una vez por todas.

Entonces descubrió el cuchillo, abandonado muy cerca, y se desvió para apoderarse de él.

Sus dedos se cerraron en torno a la empuñadura. Cuando se irguió, el arma estaba en su poder, presta a terminar de una vez con el entrometido intruso…