8

Peters esperó hasta que hubo cerrado la noche.

Entonces su inquietud fue superior a sus fuerzas y levantándose llamó a uno de los dos guardias que estaban de servicio allá fuera.

—¿Nada todavía? —preguntó.

—No, señor.

—No es posible que haya permanecido tanto tiempo allí… Todo lo que tenía que hacer podía terminarlo en un par de horas.

—Evans tiene experiencia, comisario. Tal vez haya encontrado dificultades.

—Ya debería estar aquí.

Regresó a su despacho, donde estuvo paseándose de un lado a otro como una fiera enjaulada.

A las nueve y media se decidió.

Abrió un cajón de la mesa y tomó una automática de feo aspecto. Comprobó el cargador, puso el seguro y la sujetó en el cinto.

—Preparen mi coche —ordenó—. Uno de ustedes me acompañará. Ocúpense de que haya linternas en el auto.

Descolgó el teléfono y llamó al hospital, esperando hasta que el doctor Brady estuvo al aparato.

—¿Cómo está Jolby, doctor?

—Mejor de lo que cabía esperar. Pero si se refiere usted a la posible ayuda de su detective, olvídelo. Sólo sabe que le golpearon por detrás; por ahora, eso es todo.

—Bien, lo importante es que viva. Pero ahora tengo otro problema… Evans, el compañero de Jolby ha desaparecido.

—¿Desaparecido?

—Eso es. Hice caso a su consejo, doctor, y le mandé investigar discretamente en el cementerio de los Gauge. Bueno, no ha regresado.

—¡Espere un momento, comisario!

—Voy a buscarlo, eso es todo.

—Iré con usted y…

—Esta vez no. Ya estoy harto de su ayuda, doctor. Ocúpese de sus pacientes y déjenos a nosotros realizar nuestro propio trabajo.

Matt intentó insistir, pero el comisario colgó el teléfono dejándole con la palabra en la boca.

Disgustado, depositó el auricular en el soporte. Estuvo unos momentos quieto, fumando preocupado. Después se dirigió a su despacho, donde se cambió de ropa y encaminándose a la salida se dispuso a desobedecer las disposiciones del comisario.

Por el pasillo se cruzó con un hombre corpulento, de rostro pálido y sombrío. Estuvo a punto de detenerle para indagar qué estaba haciendo allí a semejantes horas de la noche, pero la impaciencia por alcanzar a Peters a tiempo le hizo desistir de su idea.

No obstante, en el vestíbulo se detuvo ante la recepcionista y le espetó:

—¿Ha dejado pasar usted un visitante a estas horas, Maureen?

—Lo siento, doctor, pero ha insistido tanto… y ha venido de tan lejos para ver a su hermana que no he podido negarme.

—Eso vulnera todos los reglamentos. Ocúpese de que salga inmediatamente, antes que la cosa trascienda.

—Lo haré, doctor. Pero pensé que la señorita Alice agradecería esta visita y…

—¿Alice?

La enfermera asintió.

Matt soltó un juramento y echó a correr escaleras arriba.

Cuando desembocó en el pasillo donde estaba la habitación de la muchacha descubrió un bulto blanco tendido en el suelo y apenas si pudo contener un quejido de alarma.

Era una enfermera y sin ninguna duda había recibido un terrible golpe. Estaba inconsciente y de su sien se deslizaba un hilillo de sangre.

Matt saltó hacia la habitación de Alice. El lecho estaba revuelto y vacío.

Una angustia mortal le atenazó durante unos segundos. Luego, corrió al pasillo y disparó la señal de alarma, poniendo en conmoción a todo el personal de servicio.

Volvió junto a la enfermera caída y comprobó que todavía alentaba. Tras esto, echó a correr hacia las escaleras de servicio.

Saltó los peldaños como empujado por un huracán hasta llegar a la planta baja, cruzándose ya con los internos y enfermeras que zumbaban en todas direcciones. Les gritó que ayudaran a la enfermera herida, empujó los batientes de la salida y se encontró en el patio de coches del hospital.

Había un par de ambulancias aparcadas y los autos del personal.

Más allá de las ambulancias descubrió el raudo movimiento del hombre que huía con el bulto blanco de la muchacha.

—¡Deténgase…! —aulló, lanzándose en su persecución.

El fugitivo desapareció detrás de los coches. Ciego de ira, pero atenazado por la angustia, el doctor Brady redobló su carrera.

Casi tropezó con el cuerpo de Alice al doblar la fila de autos estacionados. Se detuvo en seco, trastabillando, y con un suspiro de alivio se inclinó sobre la muchacha.

Demasiado tarde, comprendió que aquello era una trampa y trató de levantarse, al tiempo que giraba frenéticamente.

Vio la oscura masa del hombre, y algo negro que descendía sobre él como un relámpago.

El golpe le alcanzó de refilón, aturdiéndole. Rodó a un lado con millares de lucecillas chispeando dentro del cráneo.

El agresor avanzó sin prisas hacia él. Matt se agazapó como una fiera al acecho, rechinando los dientes.

El otro jadeaba cuando de nuevo se dispuso a descargar su mortífero golpe. Pero entonces Brady brincó encorvado y su cabeza se hundió como un ariete en el desguarnecido estómago del criminal.

Sonó un sordo golpe y el gigante cayó sentado, gruñendo como un animal furioso. Matt giró como una peonza y disparó un puntapié con todas sus fuerzas.

Alcanzó su objetivo, el mentón de su enemigo. Hubo un crujido y un rugido de dolor, todo a un tiempo, mientras el hombre rodaba fuera de su alcance, aturdido, sacudiendo la cabeza.

Brady estaba fuera de sí y por primera vez en su vida sólo deseaba destruir, matar en lugar de salvar vidas. Se precipitó contra su adversario cuando éste se incorporaba y demasiado tarde comprendió que eso era un error tratándose de un individuo tan poderoso.

Recibió un impacto demoledor en la quijada que le levantó del suelo. Cayó sentado, con la cabeza zumbándole, incapaz de reaccionar con la premura necesaria…

No obstante, la desesperación le dio fuerzas suficientes y medio inconsciente logró ponerse en pie.

Pero ya no encontró a nadie con quien luchar. Su atacante había desaparecido.

Con una mortal angustia en el corazón, se precipitó hacia donde dejara a Alice, temiendo que el criminal hubiera vuelto a apoderarse de ella.

La muchacha continuaba tendida en el suelo, respirando espasmódicamente. Esta vez, la levantó en brazos, captando el hedor del anestésico con que la habían dejado inconsciente.

Con ella en brazos regresó al hospital, donde todo andaba revuelto al cundir la alarma. Le informaron de que la enfermera sufría una grave conmoción y que estaba siendo atendida por los médicos de servicio.

Cuarenta minutos más tarde consiguió que Alice recobrara el conocimiento, aunque bajo un estado de aturdimiento y excitación inquietante.

—Tranquilícese… ya no tiene nada que temer —murmuró junto a ella.

—¿Doctor…?

—Sí, estoy aquí, Alice.

—¿Qué sucedió?

—Si no lo recuerda no habremos adelantado mucho. Alguien le aplicó cloroformo. Un intento de rapto que logré evitar cuando ya estaba fuera del hospital.

Ella parpadeó, asustada.

—Se apagó la luz…, creí que era una avería. Entonces, alguien entró y… Sí, ahora recuerdo que me ahogaba… Tenía algo sobre la cara… y el hedor del cloroformo…

—¿No vio al asaltante?

—No, se había apagado la luz. ¿Qué le ha pasado en la cara, doctor?

Él sonrió.

—En las películas suelen decir que han tropezado con una puerta. Yo tropecé con un puño, y le aseguro que era más duro que una puerta.

—¡Ha peleado por mí, doctor!

—No vaya a tomarme por un caballero andante ahora. Luché con el fulano que intentaba llevársela, eso es todo.

—Dios santo, pudieron haberle matado.

—Lo mismo digo respecto a usted. ¿No se le ha ocurrido pensar por qué querían llevársela?

—Bueno, no…

—Conoce usted algún secreto que quieren borrar definitivamente. Para ello no dudarán en recurrir al asesinato otra vez.

—Pero ¿quiénes?

—No puedo saberlo. Tal vez ese Paul Gauge, o quizá se trate de algo relacionado con el asaltante del bosque, ese supuesto monstruo de quien usted escapó.

—Doctor… ¿no va a creerme nunca?

—La creo, aunque estoy seguro que existe una explicación racional a la presencia de ese individuo en la arboleda. Y ahora, descanse. Ya no tiene nada que temer.

La miró al fondo de los ojos. Sintió una gran ternura por ella, por su desamparo, por todo lo que la rodeaba. O tal vez se tratase de otro sentimiento.

Matt Brady no había estado nunca enamorado. Sus aventuras eróticas se habían limitado a fugaces romances en los que no intervino jamás el sentimiento.

Ahora, la cosa era distinta y no sabía si alegrarse o lamentarlo porque enamorarse significaba perder su amada libertad.

Ella sonrió en medio de su miedo y su aturdimiento.

—Tiene usted una expresión rara, doctor…

—Estaba pensando…

—¿En qué, si no es un secreto?

—Es secreto todavía. Pero le concierne a usted. Hablaremos cuando se encuentre más fuerte.

—Estoy muy bien ahora, doctor Brady, de veras.

—¿Lo bastante fuerte para decidir si quiere casarse conmigo o no?

—¡Doctor…!

—No vaya a sufrir un síncope de todos modos.

—Puedo decidirlo sin ningún riesgo.

—¿Entonces?

—Bésame primero. ¿O no sabes cómo hay que hacer estas cosas?

Un tanto inquieto, el doctor hizo algunas prácticas y después le demostró que sí, que realmente sabía cómo se hacían esas cosas.