Seis

LAUREN lo abrazó con fuerza.

—Lo siento muchísimo —apoyó la mejilla contra su cuello—. No quería decir lo que he dicho. Estoy nerviosa y lo he pagado contigo —lo soltó y lo miró a los ojos—. No te vayas. Por favor.

Matt no dijo nada.

—Te he acusado injustamente. Esperaba que tuvieras respuestas cuando no es así. No tenía derecho.

—No ha cambiado nada. Sigo sin tener respuestas.

—Ya lo sé.

—Y tú sigues teniendo sólo una cama —sus manos descansaban en las caderas de ella—. Si fuera un santo, me ofrecería a dormir en el sofá, pero no soy un santo.

Sus palabras y la expresión de sus ojos provocaban oleadas de excitación en el cuerpo de ella.

—Ya lo sé —susurró.

—¿Entonces sabes lo que quiero? —preguntó él con suavidad.

La joven asintió; era incapaz de hablar.

Matt la miró un instante a los ojos. Le tomó la mano.

—Sube al coche.

—¿Qué?

La empujó al asiento del conductor.

—Muévete un poco. Eso es —se sentó a su lado, pegado a ella—. No voy a correr el riesgo de que cambies de idea —regresó hacia la casa en marcha atrás. La sacó del coche en volandas.

—¿Matt? —se rió ella, sin aliento.

—Calla.

Una vez dentro, siguió escaleras arriba hasta el dormitorio. La luz estaba apagada. No intentó encenderla, y Lauren se lo agradeció interiormente. Sabía lo que quería y lo que iba a ocurrir. También sabía que la oscuridad añadía una cualidad de ensueño. Era sorprendente que la deseara un hombre como Matt. Si encendía la luz podía cambiar de idea. O podía ser ella la que no...

Matt la besó hasta que sólo pudo pensar en lo maravilloso que era, lo deseable que la hacía sentirse, la suerte que tenía de haberlo encontrado. Se entregó a sus besos, a sus manos, que le desabrochaban la camisa y le abrían el sujetador, a sus dedos, que acariciaban su piel.

Gimió y arqueó la espalda para ofrecerse mejor a él. Matt, sin dejar de besarla, le acarició con gentileza los pechos y los pezones.

Se quitó la camisa y volvió a abrazarla. Su pecho resultaba cálido y velludo. Matt buscó el botón de los vaqueros de ella, lo abrió y bajó la cremallera. Se arrodilló y le quitó los pantalones; a continuación hizo lo mismo con las bragas. Ella se aferró a sus hombros y se estremeció.

—Por favor —le suplicó—. Te necesito.

Matt hundió un instante el rostro en su estómago mientras le acariciaba los muslos y el trasero. Su respiración era jadeante, su cabello estaba húmedo sobre la piel caliente de ella. Lauren lo abrazó y tiró de él hacia arriba.

El hombre se puso en pie, terminó de desnudarse y se acercó a ella, apretándola contra sí, demostrándole que él también la necesitaba.

Se apartó para retirar la colcha y la colocó con gentileza sobre la sábana.

—Lauren... —susurró.

Volvió a besarla. La acariciaba con las manos, los labios, la lengua, pero el juego tenía un precio. Su cuerpo parecía estar ardiendo, temblaba debido a la presión del calor, que al fin no pudo soportar más. Entrelazó los dedos con los de ella y se colocó entre sus muslos. La penetró con fuerza.

Lauren arqueó la espalda ante aquella súbita invasión, y un grito salió de sus labios. Matt se puso tenso, y ella lo abrazó para atraerlo hacia sí. El hombre se resistió.

—¿Lauren? —dijo en un susurro ronco.

—No pasa nada... no te pares. No te pares.

Matt apretó la frente en el hombro de ella.

—No podría aunque quisiera —dijo—. Pero puedo ser más... gentil.

—¡No lo seas! —gritó ella, porque el instante de dolor había desaparecido, dejando sólo aquel nudo de necesidad en su vientre.

Pero él se mostró gentil, moviéndose despacio al principio, dejando que el cuerpo de ella se adaptara a su presencia antes de buscar el ritmo que la volvería loca. No comprendía que también sus movimientos iniciales eran deliciosos. Su penetración producía a Lauren una gran sensación de placer; la idea de recibir a Matt de aquel modo era una delicia.

Cuando aumentó el ritmo, Lauren lo siguió sin esfuerzo. La boca de él se cerró en el pecho de ella y empezó una succión que tiraba de su vientre en una dirección al tiempo que la caricia de su miembro lo hacía en otra.

Matt susurraba palabras suaves de aliento.

—Eso es, tesoro... Ah... tus piernas... sí, ahí... muy bien.

Se movían al unísono, cada uno de ellos complementando y completando al otro. Lauren experimentaba una belleza que nunca había imaginado. Se sentía inmersa en Matt, compartiendo, fundiéndose con él en un ser superior durante aquellos momentos preciosos de bendición física y emocional.

Después del orgasmo, ambos tardaron mucho en hablar. Jadeaban y buscaban aire, y a veces se reían ante su incapacidad de hacer otra cosa. Al fin Matt se colocó despacio a su lado, dejando una pierna y un brazo sobre ella en una especie de declaración de posesión que ella no tenía intención de negar.

—¿Cómo te encuentras? —susurró él.

—Atónita —repuso ella, también en un susurro—. Nunca había imaginado....

—¿Nunca habías imaginado tú?

La joven abrió los ojos para mirarlo.

—¿Ha estado bien para ti?

—Más que bien —musitó él—. Pero tú tenías que saberlo.

—No. No lo sabía.

El hombre la miró con ternura. Apartó un mechón de pelo de su frente.

—Si te he hecho daño lo siento. De haberlo sabido, podría haber ido más despacio.

—No era necesario. Nunca en mi vida he sentido nada tan maravilloso.

—¿Incluso al comienzo? —su ceño la retaba a negar que había experimentado un momento de dolor.

—También. Si no hubiera sentido nada, se habría perdido algo. Yo quería el dolor. ¿Eso tiene sentido?

Matt no contestó. Trazó sus cejas con un dedo.

—¿Por qué no me lo has dicho?

—No me pareció que importara —hizo una pausa, aprensiva—. ¿Importaba? Los dos somos adultos. Sabía lo que hacía.

—¿De verdad?

—Sí —no comprendía adonde quería llegar.

—Lauren, no he hecho nada para protegerte. Es posible que te haya dejado embarazada.

La joven abrió mucho los ojos un momento. Después sonrió.

—¡Qué idea tan emocionante!

Matt cerró los ojos.

—Deberías estar preocupada —se apoyó en un codo y la miró desde arriba—. Tienes que pensar en tu nueva vida. Tu tienda, tu independencia.

—Pero sería maravilloso tener un hijo.

—No sabía que lo desearas tanto.

—Yo tampoco —arrugó la nariz—. Pero seguramente no ocurrirá. Sólo ha sido una vez. Y no es el mejor momento del mes —le apartó un mechón de pelo de la frente—. ¿Tú estás preocupado?

—Claro que sí. Los niños hay que planearlos. Todo debe estar claro desde el comienzo.

—Ya salió el hombre precavido —le tiró juguetona del pelo—. Si me quedara embarazada, me las arreglaría. Porque desearía al niño lo suficiente para luchar por él.

—¡Qué romántica! —murmuró Matt pero había tristeza en sus ojos.

La joven dejó de sonreír.

—Estás pensando que te irás pronto.

—Me iré antes o después.

—No importa, Matt. Lo que ha pasado esta noche no supone ningún compromiso. No te pediré más de lo que tú quieras darme.

El hombre hizo una mueca.

—Muy amable por tu parte.

—¿Prefieres que te exija matrimonio? —preguntó ella, confusa—. Los tiempos han cambiado. Que hayamos hecho el amor no significa que tengas que casarte conmigo. No me siento deshonrada...me siento afortunada.

Matt la miró de nuevo.

—Explícate.

—Nunca había imaginado lo que ha pasado hoy. He sentido algo más profundo de lo que me había atrevido a soñar.

—¿Pero por qué? No lo entiendo. No comprendo que fueras virgen. Eres hermosa, encantadora e inteligente. Y tienes razón. Los tiempos han cambiado. No hay muchas mujeres de tu edad vírgenes.

—¿Y te hubiera gustado que me acercara a cualquier viejo sólo para conseguir experiencia?

Al oír el tono dolido de su voz, Matt le tomó el rostro entre las manos y habló con gentileza.

—Claro que no. Soy yo el que ha tenido suerte esta noche. Saber que me has dado lo que no le has dado a otro hombre... era una de las razones de que no pudiera parar cuando me he dado cuenta de 1o que ocurría.

—¿Una de las razones?

El hombre sonrió.

—Las otras están aquí —subió las manos por el cuerpo de ella, hasta sus sienes—. Toda tú. Mente, cuerpo y alma. Tú me excitas, Lauren.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó ella, porque la respuesta táctil de él había vuelto a excitarla y no sabía si sentirse contenta o avergonzada. Su cuerpo se movió bajo el del hombre.

Y como ya había descubierto, Matthew Kruger era un buen lector.

Cuando terminaron aquel segundo capítulo, se quedó dormida. Su cuerpo estaba agotado y satisfecho; y su mente en paz. No fue consciente de que Matt yació varias horas despierto a su lado antes de abrazarla y permitirse al fin el lujo del sueño.

Lauren se despertó por la mañana con una extraña sensación de calor recorriéndole el cuerpo. Abrió los ojos y contuvo el aliento.

Matt.

Se volvió despacio hacia él, y le dio un vuelco el corazón. Dormía profundamente. Dejó vagar la mirada por su cuerpo. La noche anterior lo había disfrutado con las manos; esa mañana quería hacer lo mismo con los ojos.

Era magnífico. Una sonrisa de autosatisfacción apareció en su rostro. Se sentía bien. Completa. Mujer. Lo besó en el pecho. Olía a hombre, un aroma maravilloso. Cerró los ojos para captarlo mejor y siguió besando suavemente su piel.

Levantó la cabeza al sentir una mano en torno a su muñeca. Matt seguía con los ojos cerrados, pero la sombra de la barba cubría sus mejillas y una sonrisa iluminaba sus labios.

—¿Estoy soñando? —susurró.

Lauren le echó los brazos al cuello y besó su sonrisa. Se sintió recompensada cuando él se colocó de espaldas y la situó encima. Sólo entonces abrió los ojos.

Se miraron largo rato. Los ojos de él hablaban de placer, de afecto. La hacían sentirse muy especial.

—Hola —susurró él al fin.

La joven tragó el nudo de emoción que tenía en la garganta.

—Hola.

—¿Qué tal has dormido?

—Bien.

—¿Nada de fantasmas?

La joven negó con la cabeza.

—¿Ni ruidos raros?

—No. Beth tenía razón. Dijo que necesitaba un guardaespaldas.

Matt cerró las manos en torno a sus nalgas y les dio un apretón de castigo.

—¿Por eso lo hiciste? ¿Porque querías un guardaespaldas?

—Tú sabes que no —respiró con fuerza al sentir la mano de él en un lugar íntimo—. Matt.

—Es culpa tuya. Tú has empezado. Por si no lo sabías, el mejor momento del hombre es por la mañana.

—Yo creía que el mejor momento de un hombre era en la veintena, y tú ya la has pasado. Me sorprendes.

—Eres tú la que es un saco de sorpresas. Una virgen tiene que ser más tímida y vergonzosa.

La joven sonrió.

—Ya no soy virgen.

Matt le dio la vuelta hasta situarla de espaldas y se colocó sobre ella.

—Eres hermosa —dijo—. ¿No te arrepientes?

La joven negó con la cabeza.

—¿Y tú?

Matt pasó un dedo desde su garganta hasta la parte superior de sus muslos.

—No. De esto no. Lo que sí siento es no tener la respuesta a tu problema.

—No pienses en eso —susurró ella, que no quería que nada alterara aquel momento—. Ahora no.

El hombre sonrió de mala gana.

—Pues yo creo que sí. Si no empezaría a atacarte de nuevo, y me temo que estés algo dolorida.

—¿Yo?

—Sí, tú.

La abrazó con fuerza. La soltó de mala gana.

—Necesito una ducha y algo de desayunar. Es día de trabajo, por si lo has olvidado.

—¡Oh, Dios mío! —miró el reloj de la cómoda y saltó de la cama—. Yo me ducho primero —gritó por encima del hombro.

Aunque tardó poco tiempo, a su vuelta Matt no estaba a la vista. Se dirigió a las escaleras envuelta en la toalla.

—¿Matt?

El aroma a café recién hecho impregnaba el aire, pero no hubo respuesta. Cuando estaba a mitad de la escalera, se abrió la puerta y Matt entró desnudo, con una maleta grande en la mano.

—¡Matthew Kruger! Si llega a verte uno de los vecinos...

El hombre subió los escalones de dos en dos y la besó en los labios al pasar a su lado.

—Me cubrían los árboles. Hace un día esplendoroso.

Lauren no protestó más. Él era esplendoroso. Alto, de espalda amplia, caderas estrechas y nalgas duras. De no ser porque tenía prisa, lo habría seguido a la ducha para volver a tocarlo.

Pero tenía que correr. Se secó el pelo y se maquilló mientras Matt se duchaba y afeitaba. Se vistió con rapidez y bajó a la cocina. Comieron juntos huevos revueltos y tostadas, y después Matt le contó sus planes para aquel día.

—Tengo reuniones a las diez y a las dos. Podemos llevarnos mi coche, comer juntos, y esta noche comprar algo en el camino de vuelta. ¿Te parece bien?

Lauren se quedó pensativa.

—¿Qué quieres que hagamos respecto a mi problema? ¿Sólo esperar?

—Más o menos. Será interesante ver si mi presencia aquí supone alguna diferencia.

—Pero si no ocurre nada, no sabremos si has espantado al culpable o sólo ha desistido por el momento. Y tú no puedes quedarte para siempre.

—Lo sé —apartó la vista—. Hoy haré unas llamadas.

—¿Qué clase de llamadas? ¿A quién?

—A gente que puede saber más que nosotros —la miró a los ojos—. Deja que sea yo el que se preocupe ahora. Tú ya lo has hecho bastante.

—¡Pero es mi problema! No puedo pasártelo a ti y lavarme las manos. Eso no es justo. Tú no me debes nada.

Matt pareció dispuesto a discutir aquello, pero se lo pensó mejor y se terminó el café.

—Digamos que se lo debo a Brad. Era mi amigo y tú eres su hermana. Lo menos que puedo hacer es ayudarte cuando lo necesitas.

No era la respuesta que ella quería, pero sabía que tendría que conformarse con ella.

—De todos modos, tengo unos hombros fuertes —añadió él con una sonrisa—. Puedo soportarlo.

—¿Estás seguro?

—Sí. Y respecto a la casa, ¿quieres que llame yo a la gente que te dije?

—No, lo haré yo. Tú ya has hecho bastante. Pero me gustaría que estuvieras presente cuando vengan. Tengo la impresión de que la mayoría muestran más respeto cuando hay un hombre —hizo una pausa—. ¿Cuánto tiempo estarás aquí?

Matt se frotó la parte posterior del cuello.

—He estado pensando en eso. El jueves y el viernes tengo que estar en Leominster, pero creo que podría venir a dormir. A menos que prefieras tener la casa para ti. Lo comprendería. De verdad.

Lauren se situó detrás de su silla y lo abrazó.

—Sabes que te quiero aquí —murmuró con la mejilla apoyada en la de él—. Todo lo que tú quieras. Además, me lo debes.

—¿De verdad?

—Sí. Me has mostrado algunas cosas hermosas de la vida, y me parece que debe de haber muchísimas más que aún desconozco.

—O sea, que buscas mi cuerpo. ¡Lo sabía!

—Es posible —sonrió ella—. Es posible.

En los próximos días pasaron juntos todo el tiempo posible. Fueron y volvieron juntos de Boston. Comieron juntos todos los días. Cuando Matt no trabajaba y Lauren sí, se instalaba a menudo en el banco delante de la tienda. Beth sugirió que le cobraran alquiler.

—O eso o lo contratamos aquí.

Lauren arrugó la nariz.

—¿Después de lo que nos costó convencer a Jamie de que empezara jornada completa la semana que viene? De eso nada. Además, ¿qué sabe Matt de arte?

—A mí lo que me interesa es qué sabe de otras cosas —dijo Beth con malicia.

—Oh, bastante —musitó Lauren.

No era ningún secreto que Matt se quedaba con ella en Lincoln, pero había cosas sagradas que no se podían comentar con las amigas, y por bastantes motivos. La joven sentía que estaba viviendo un cuento de hadas. Y no quería dar envidia a la otra mujer.

—Bueno —dijo Beth con un suspiro—. Al menos ha conseguido protegerte.

—Eso es cierto.

Desde que Matt estaba con ella no había habido ningún incidente. Lauren se sentía casi tan segura como para olvidar que tenía un problema.

Casi, pero no del todo.

El martes por la noche preguntó a Matt si había hablado con alguien del tema, tal y como prometiera. El hombre le dijo que sí y la joven no se atrevió a preguntar más.

El miércoles por la noche, volvió a la carga.

—¿Sabes ya algo?

—No. Lleva tiempo.

—¿Tiempo para qué? No comprendo.

—Hay que hacer preguntas, consultas. Confía en mí, por favor.

La joven no dijo más. Pero por mucho que lo intentaba, no podía evitar pensar que los incidentes estaban relacionados y a pesar del escudo protector de Matt, se reanudarían antes o después. Y tenía miedo.

El jueves por la mañana, Matt se levantó de la cama al amanecer, y después de ducharse, afeitarse y vestirse, despertó a Lauren para decirle adiós.

—Deberías haberme llamado antes —dijo ésta, cuando consiguió enterarse de lo que ocurría—. Te habría hecho el desayuno.

—No hay tiempo. Desayunaré luego.

—No me gusta que tengas que irte.

—Volveré esta noche.

—Lo sé, pero me has mimado demasiado. Leominster me parece muy lejos.

El hombre suspiró.

—Estoy de acuerdo —sonrió—. Cuídate, ¿me oyes? Conduce con cuidado y no olvides cerrar las puertas.

—Lo haré.

La abrazó y le besó la nariz.

—Buena suerte, Matt.

Este salió de la estancia. Lauren se acercó a la ventana y lo miró entrar en el coche y alejarse. Se duchó y vistió y se obligó a prepararse el desayuno y terminarlo.

Se había acostumbrado a la presencia de Matt. Le habría gustado que pudiera quedarse para siempre, pero aquello no era realista. Antes o después volvería a California. ¿Y luego qué? ¿Hablarían por teléfono? ¿Se verían de vez en cuando?

Sabía que no le bastaría con eso. Lo quería allí con ella. Ni su reticencia a hablar de Brad parecía importar ya. Simplemente se mostraba protector con ella, evitando un tema que sabía resultaba doloroso.

Y había hecho aflorar una parte nueva de ella. Desde que lo conocía había madurado como mujer. Le había dado confianza en su belleza y en su sexualidad.

Se levantó de la mesa con un suspiro. Limpiaría la cocina y se iría a trabajar. Matt volvería esa noche. Y no pensaría todavía en lo que ocurriría luego.

Viviría el presente. No podía hacer otra cosa.

Cuando intentó poner el coche en marcha, el motor no respondió. Lauren volvió a la casa, llamó a Asistencia en Carretera y esperó media hora a la grúa.

—No tiene batería —fue el diagnóstico del mecánico.

—Pero eso es imposible. Esa batería no tiene más de cuatro meses.

—Está agotada.

—¿Cómo puede ser?

El hombre sacó unos cables de su vehículo y se dispuso a recargar la batería.

—A lo mejor se ha dejado los faros encendidos.

—Nunca hago eso.

—¿Es usted la única que conduce este coche?

—Sí. Lleva en el garaje desde el martes, pero otras veces ha estado más tiempo parado.

—No se preocupe, señora. Parece ser lo único que le pasa. Pronto estará arreglado.

En eso acertó, y Lauren sólo llegó quince minutos tarde al trabajo, pero el incidente la preocupó. Pensó que la misma persona que había saboteado la puerta podía haber entrado en el garaje durante esos días y encendido los faros. Decidió comentarlo con Matt aquella noche, pero eso no evitó que estuviera nerviosa al terminar el trabajo. Antes de entrar en el coche miró con aprensión en el asiento de atrás.

Contuvo el aliento. El motor se puso en marcha. Llegó a Lincoln sin problemas.

Matt no llegaría hasta las nueve, así que paró a comprar comida por el camino. Todavía era de día, lo cual resultaba un alivio.

Se encerró en la casa, guardó la compra, preparó lo que iba a usar en la cena y se sirvió un vaso de vino que se llevó a la sala. Las demás luces de la casa estaban encendidas, pero allí se sentó en la oscuridad. Escondida. Preocupada.

Los minutos le parecieron horas hasta que, poco después de las nueve, oyó el coche que se acercaba. Abrazó a Matt antes de que hubiera terminado de cruzar la puerta.

—¡Es maravilloso tenerte de vuelta!

El hombre le rodeó el cuello con un brazo y la cintura con el otro.

—Mmmm. Esto es bueno para mi ego. Una bienvenida así, y no he estado fuera ni catorce horas.

—Casi. Trece y media —levantó la cabeza para que la besara en la boca—. ¿Cómo te ha ido?

—Muy bien. Creo que por fin vamos a conseguir los permisos que necesitamos, lo cual es magnífico, ya que todo el mundo está listo para trabajar.

—Me alegro.

—Y he hablado con Thomas, el contratista. Está deseando vernos el domingo.

—Pero si trabaja también en tu proyecto, ¿tendrá tiempo de hacer el mío?

Matt cerró la puerta a sus espaldas.

—Nosotros tardaremos aún seis semanas en preparar el terreno. Y luego hay que hacer los cimientos y el trabajo pesado. A los electricistas y carpinteros no los necesitaremos en tres meses por lo menos. Thomas tendrá tiempo de sobra de supervisar el trabajo aquí., es decir, si llegas a un acuerdo con él. No tienes ninguna obligación. Hay más nombres en la lista.

—Fue el que más me gustó de la gente con la que hablé.

—Creo que te gustará también en persona —entraron en la cocina, donde Matt fue directamente al fregadero, abrió el grifo y se enjabonó las manos—. ¿Qué tal el día?

—Bien. Bueno, normal. ¡Dios mío, no puedo creer que haya vuelto a ocurrir!

—¿Qué?

—Llevo todo el día histérica, contando los minutos hasta tu vuelta para hablarte de lo ocurrido. Y luego llegas y me olvido de todo.

Matt la miró por encima del hombro.

—¿Qué ha pasado?

—Esta mañana no arrancaba el coche. No tenía batería. Tuve que llamar a una grúa.

—¿No tenía batería? ¿No dijiste que habías comprado una antes de irte de Bennington?

—Sí. El hombre del taller cree que debí de dejarme los faros encendidos, pero estoy segura de que no ha pasado nunca.

Matt enarcó las cejas.

—Yo metí el coche en el garaje el martes, pero no encendí los faros.

—Lo supongo —la joven se había acercado al fregadero—. La única explicación lógica es que alguien haya vuelto a entrar en el garaje.

El hombre la miró un instante.

—¿Le pasaba algo más al coche?

—No. Y esta noche ha arrancado sin problemas.

Matt se echó agua en la cara. Lauren abrió un cajón y le tendió una toalla limpia.

—Puede que la batería no fuera buena —sugirió él.

—¿Lo crees así?

El hombre vaciló.

—No.

—Matt, ¿no te parece que es hora de llamar a la policía? Como mínimo podrían patrullar esta zona.

Matt adoptó una expresión preocupada.

—La policía podría espantarlo una temporada, pero siempre podría esperar a que pasara todo y volver a empezar. Lo que tenemos que hacer es descubrirlo.

—Vamos, Matt. ¿Cómo?

—No sería tan difícil preparar algunas trampas —le brillaron los ojos—. Creo que podría hacerlo, con un poco de ayuda de un amigo.

—¿Qué amigo?

—Uno de los hombres que he conocido en Leominster. Trabaja en un aserradero cercano —hizo una mueca y se rascó la nuca—. Creo que dijo que había estado en la cárcel.

—¿Un presidiario? ¿Vas a pedirle a un presidiario que me salvé?

—Un ex presidiario. Y hace diez años que es honrado.

—Matt, ¿en qué estás pensando?

—Su especialidad era el allanamiento de morada; era un genio en eso. Lauren achicó los ojos.

—¿Cuánto tiempo has pasado con ese hombre?

—No mucho. Yo no tengo la culpa de que esté orgulloso de lo que ha hecho.

—No puedo creer que te esté escuchando aquí en vez de hablar con la policía.

Matt le puso las manos en los hombros.

—Vamos, piénsalo. Vale la pena probar. Ya sabes cómo es la policía.

—No sé cómo es. Nunca he tratado con la policía... al contrario que algunos amigos tuyos.

El hombre la besó en la frente.

—La policía hace un millón de preguntas y se empeña en una respuesta que no es la que tú has dado o la que quieres oír. La policía de los sitios pequeños no suele tomar iniciativas, y puedes estar segura de que no van a llamar al FBI o a la policía estatal en un caso así —su voz se suavizó—. Si crees que los contratistas eran machistas, espera a conocer a un policía. Te tratarán como a una jovencita encantadora que tiene la cabeza llena de pájaros.

Le acarició la nuca.

—Y aunque decidieran que vale la pena hacer algo, sólo podrían patrullar más esto. No conseguirían autorización para hacer nada más.

A Lauren le costaba trabajo pensar con él tan cerca y tocándola de aquel modo.

—Me estás seduciendo —lo acusó.

—¿Yo?

—No te hagas el inocente. Me estás seduciendo.

—No es verdad. Sólo quiero convencerte de que me dejes probar a mí.

—¿Probar qué? —susurró ella—. ¿Quieres jugar a policías y ladrones o hacerme el amor?

—Hacerte olvidar, Lauren —murmuró él, bajando la cabeza para besarla en los labios—. Hacerte olvidar todo lo demás.

La joven contuvo el aliento. Matt le mordisqueó el labio inferior.

—Te haré olvidar todo lo demás —repitió en voz baja—. Te lo prometo. Palabra de honor.

Matt cumplió su promesa. Allí mismo, con Lauren apoyada en la encimera de la cocina, le hizo el amor de tal modo que ella olvidó todo lo demás excepto lo que sentía por él, con él.

También cumplió su promesa de llamar a su amigo, el experto en allanamientos, quien llegó temprano a la mañana siguiente con un coche lleno de trampas que la joven no imaginaba que existieran. Tuvo que salir para el trabajo antes de que las instalaran todas, y comentó medio en broma que jamás conseguiría volver a entrar viva en la casa.

Matt la llamó desde Leominster por la tarde para decirle que tenía una cena y no volvería hasta tarde. La joven, decepcionada, decidió quedarse en la ciudad a cenar e ir al cine con Beth.

—¿Te pone nerviosa ir a casa? —preguntó su amiga.

Lauren soltó una risita.

—Está oscuro, y han colocado tantas trampas que es muy posible que yo sea la primera captura. No puedes ni imaginártelo. En la puerta del garaje hay un artefacto que tienes que desactivar o te cae una red negra encima. Y si cae la red, activa un ruido espantoso. Las puertas de la casa tienen cerrojos que van unidos a cables eléctricos que te lanzan una descarga lo bastante potente para atontarte; y la descarga activa una alarma.

—Estás viviendo una novela de espías. Me encanta.

—No te encantaría si tuvieras que entrar tú. A lo largo de los árboles hay también trampas ocultas. Parece que quisieran cazar zorros.

—Te digo que tienes todos los ingredientes para un bestseller. Piensa que cuando esto acabe puedes escribirlo, y antes de darte cuenta estarás firmando libros y saliendo en la tele.

—Gracias, Beth. Me conformo con capturar a ese hombre y entregárselo a la policía.

—¿Pero y si no es un hombre? ¿Y si es una mafia completa que tienen algo contra ti? ¿Y si capturas a un hombre y aparece otro y luego otro? Y el primero muere misteriosamente en la cárcel, así que el segundo decide hablar y al fin hay pruebas suficientes para condenar a todo el grupo. Serías una heroína.

—Tonterías —dijo Lauren con sequedad—. ¿Por qué iba a ir la Mafia a por mí?

—A lo mejor usaban tu granja para algo y llegaste tú antes de que tuvieran tiempo de retirar material valioso guardado en el sótano.

Lauren hizo una mueca.

—¿Qué ha sido de tu teoría del fantasma de los habitantes pasados?

—Creo que me gusta más la idea de la Mafia.

—A mí no me gusta ninguna, y si vamos a cenar juntas, tienes que jurarme que no vas a seguir con esto. Me pones nerviosa.

—Creía que ya estabas nerviosa.

—Tú me pones más.

Beth le dio un golpecito en el brazo.

—Sólo es una broma. Ya lo sabes.

Eso mismo se dijo Lauren esa noche cuando, después de separarse de Beth tras haber salido del cine, tuvo la extraña sensación de que la seguían.