Capítulo 7

Por primera vez, Sam Sharkey había actuado como un adolescente celoso. En cuanto se había enterado de que no había ningún otro hombre detrás de ella, había sentido un enorme alivio y el deseo de hacerla suya inmediatamente.

La besó y a medida que el beso fue haciéndose más apasionado, perdió por completo el control de sí mismo.

Al acariciarle la espalda se dio cuenta de lo delicada que era, pero al mismo tiempo, de que poseía una gran energía. Estaba seguro de que sería increíble en la cama.

Pero se dijo que tenía que ir despacio. Si no recuperaba la calma, la asustaría.

Así que hizo un gran esfuerzo y trató de separarse. Sin embargo, estuvo a punto de volver a perder el control cuando notó la resistencia de ella.

—Este comienzo me ha gustado más —aseguró con voz forzada—. Y ahora tenemos que pensar dónde vamos a poner esto.

Hope, que estaba como flotando, al principio no supo a qué se refería. De pronto, se dio cuenta de que estaba hablando de la planta que le había regalado.

Sam se quitó el abrigó y luego agarró la planta. La puso bajo la ventana y se echó hacia atrás para ver qué tal quedaba.

—¿Qué te parece?

Ella sintió un intenso calor húmedo entre los muslos. «Me parece que eres increíble. Tienes un cuerpo de ensueño y me encanta tu modo de acariciarme, me encantan tu boca, tus manos, tu… ».

—Queda muy bien —contestó en voz alta. Luego se aclaró la garganta—. Le da un aspecto más navideño a la casa.

Entonces, Sam se volvió y sonrió seductoramente. Ella pensó que se iba a derretir.

—Sacaré algo de picar, ¿te parece? Tú, si quieres, puedes ir descorchando el vino. Tengo blanco y tinto.

Hope fue a la cocina y comenzó a servir la comida que había comprado en Zabars. Costillas, gambas rebozadas, camarones, una tabla de queso francés, ensalada de pasta, tabulé y una ensalada griega con queso Feta.

También había comprado varios postres, así que, a pesar de que Zabars estaba solo a cinco manzanas de su casa, había tenido que volver en taxi debido a la cantidad de bolsas que llevaba.

Desde luego Sam parecía hambriento, pero no estaba segura de que fuera de comida.

Cenaron relajadamente en el sofá mientras nevaba afuera. Cuando Sam se terminó el último trozo de tarta de limón, se le quedó un poco de crema pegada en la comisura de la boca. Así que se pasó la lengua por los labios para limpiarse. Hope siguió con los ojos el movimiento de la lengua y recordó el beso que se habían dado.

Entonces pensó lo que ocurriría a continuación y se estremeció.

Ya lo habían retrasado todo lo que era posible, pensó también. Seguramente, ya era hora de pasar al asunto principal que los había reunido esa noche.

Y él parecía estar pensando lo mismo, porque de pronto le agarró una mano y se metió un dedo en la boca.

—Umm, sabe a frambuesa.

Ella se estremeció.

—Quizá quieras…

—Lo único que quiero ahora mismo es a ti —dijo Sam—. Y si tu dedo sabe a frambuesa, quiero comprobar a qué sabe tu boca —añadió, inclinándose hacia ella.

—Espera un momento —dijo Hope, echándose hacia atrás.

—De acuerdo, recogeremos esto primero.

¿Recoger? No era precisamente en lo que ella pensaba.

—¿Tienes una bandeja?

—¿Una bandeja? Creo que sí —contestó ella, yendo a la cocina.

Después se la llevó a él, que recogió la mesa rápidamente.

Entonces Hope se dio cuenta de que ya no había más excusas para seguir aplazando lo inevitable.

—Ha quedado un poco de vino —comentó él—. Si quieres, podemos compartirlo.

—¿Quieres un café? —preguntó Hope, deseando que dijera que sí.

—No.

La miraba de él dejó perfectamente claro qué era lo que deseaba, pero sin embargo siguió hablando en un tono sereno y educado.

—Si has cambiado de idea, solo tienes que decirlo —le agarró la barbilla y le acarició el cuello con el pulgar.

—No, no, estoy bien. Además, hicimos un trato.

Él sonrió y luego la levantó en brazos y la dejó sobre la encimera. Le apartó las rodillas y se colocó contra ella.

—Olvídate del trato —dijo, tomando su rostro entre las manos—. Si te arrepientes en algún momento, solo tienes que decirlo.

Al sentir el contacto de las manos de él, un calor intenso pareció despertarse en sus rodillas y le subió en dirección a los muslos.

—No me arrepiento —aseguró ella—, pero tendremos que aclarar antes de nada un par de cosas —se quedó pensativa un momento—. ¿Usaremos preservativo?

Ella había comprado, por si acaso, una caja de tres preservativos y la había metido en la mesilla de noche.

—Sí, claro —contestó él, yendo al salón.

Enseguida volvió con su maletín y, al abrirlo, ella vio que llevaba dentro una muda.

—Es sorprendente lo que cabe en un maletín cuando dejas el portátil en casa —

aseguró él, sacando una caja—. Mira, aquí están.

Hope respiró hondo al ver que la caja de preservativos de él era enorme.

—Bueno, la caja grande salía más barata —añadió Sam, leyéndole el pensamiento.

—Sí, claro.

—Y mira la caducidad —él señaló la fecha en la caja—. No te preocupes, no pasará nada.

Pero estando al lado de Sam, no se sentía muy segura. Aquel hombre había conseguido sacarla de su vida rutinaria y tenía que admitir que estaba asustada.

—Sí, claro, si no me preocupo —dijo ella, mirándolo a los ojos.

—¿Seguro que estás bien? —le preguntó él—. ¿No estás nerviosa?

—Oh, no —mintió—. Además, tampoco importaría mucho que yo lo estuviera.

Él se la quedó mirando fijamente.

—¿Y sí importaría que lo estuviera yo?

—Claro —aseguró ella—, porque cuando un hombre se pone nervioso, puede afectar a su… herramienta reproductora.

—¿Herramienta reproductora? —repitió él, separándose de ella. Pero luego se relajó y se acercó otra vez—. Hope, creo que deberías ser menos racional.

Luego la besó.

—No te preocupes por nada —susurró—. Nos vamos a divertir.

Tomó el rostro de ella entre las manos y comenzó a masajearle los lóbulos de las orejas con los pulgares. Ella pareció relajarse inmediatamente.

A medida que el beso se volvía más apasionado, comenzó a acariciarle el pelo.

Luego, bajó las manos por el cuello hasta llegar a su espalda. El puro placer dejó paso a algo más profundo a medida que ella respondía a su beso.

Sam entonces la agarró por la cintura y la apretó contra su cuerpo para que sintiera su miembro erecto. Hope dio un gemido y sintió cómo el deseo la envolvía en una especie de nube que la elevaba cada vez más, que hacía latir su corazón a toda velocidad y que la arrastraba a una especie de euforia.

En un momento dado, Sam comenzó a acariciarle las nalgas y a llevarla hacia al dormitorio, atrapándola en una especie de danza seductora que ella habría deseado que fuera eterna. Cuando llegaron a la entrada, Sam empujó la puerta con el codo y ella vio las velas encendidas, que parecían estar esperándolos.

Ya dentro, la dejó sobre la cama.

—Eres una mujer increíble, Hope Summer —le aseguró—. Tu pelo es como el cobre, tus ojos parecen dos esmeraldas. Eres guapa, inteligente y divertida. Y esta noche vas a ser mía —dijo, tumbándose a su lado.

Seguidamente, Sam le puso la mano en el cuello y Hope pensó que se le iba a parar el corazón.

Entonces, le desabrochó un botón de la camisa y metió la mano para acariciarle los pechos. Luego, agachó la cabeza para lamérselos. La respiración de ella se volvió entrecortada.

Mientras le desabrochaba el sujetador, los pezones se pusieron duros bajo la tela. Hope soltó un gemido y se apretó contra él.

Después de quitarle el sujetador por completo, Sam comenzó a chuparle los pezones. Ella se arqueó de placer mientras él hacía círculos con la lengua alrededor de ellos.

—No puedo más —susurró ella—. Para de hacer eso.

—¿Por qué?

—Porque me estás volviendo loca —le apartó la cabeza de sus senos y le dio un beso.

—Esa era mi intención —dijo él antes de besarla como ella tanto deseaba.

Hope, sin poder soportar más el deseo que la invadía, se colocó sobre él, que la agarró por las nalgas para apretarla contra su sexo.

Ella lo miró a los ojos y se fijó en cómo le brillaban a la luz de las velas. Él le quitó del todo la camisa y volvió a acariciarle los pechos mientras ella se frotaba contra él.

En un momento, Hope sintió que caía por un abismo de delicioso placer. Con un grito de sorpresa, se dejó caer sobre él.

—Oh, lo siento. No sé qué me ha pasado. Bueno, quiero decir… que no ha sido como se suponía que…

Él la tumbó sobre la colcha y la besó.

—Claro que lo ha sido. Ha estado muy bien.

—¿De veras? Desde luego para mí sí ha estado bien.

Él comenzó a bajarle la falda.

—Ha estado mejor que bien —él tiró la falda en una esquina del dormitorio y luego se fijó en su cuerpo desnudo, salvo por unas braguitas de encaje negro, que inmediatamente le quitó también.

Luego se arrodilló y comenzó a quitarse la ropa. Una vez desnudo del todo, apartó la colcha y se tumbó al lado de ella.

Hope contempló el increíble cuerpo de él. Los hombros fuertes, el ancho pecho cubierto de pelo rizado, la cintura estrecha, los musculosos muslos y, por encima de todo, la evidente muestra de su deseo por ella.

De pronto, Sam hundió la cabeza entre los muslos de ella y comenzó a lamer con la punta de la lengua el centro de su feminidad, todavía tembloroso.

Ella sintió cómo perdía el control. En ese momento, dejó de preocuparle si él se lo estaría pasando bien o si le gustaría el cuerpo desnudo de ella. Lo único que le importaba ya era el deseo que despertaba en ella con su lengua.

Hope estaba otra vez al borde del clímax cuando sintió que él se apartaba de su sexo y comenzaba a besarle el estómago, deteniéndose a lamerle el ombligo.

Entonces gritó de placer.

Sam subió hasta los pechos y se los lamió, haciendo círculos, hasta que finalmente se metió un pezón en la boca y luego el otro.

Ella clavó los dedos en su espalda y luego le acaricio el pecho, jugando con el vello que lo cubría. Finalmente comenzó a buscar la parte de él que más necesitaba en aquellos momentos.

Cuando su mano la encontró, él gimió de placer. Ella levantó la mirada para ver su rostro. Contempló cada uno de sus rasgos y sintió tal afecto por él, que se asustó.

—Quiero que me hagas tuya ahora mismo —susurró, muriéndose de deseo.

—Todavía no —dijo él, alcanzando el sexo de ella y hundiendo un dedo en él.

Ella se arqueó de placer y sintió cómo una ola la iba elevando. Aquella vez, el clímax fue todavía más intenso.

Él la abrazó antes de dejarla caer sobre las sábanas.

Hope abrió los ojos, llenos de lágrimas.

—Y ahora tú, por favor.

Sam comenzó a secarle las lágrimas mientras cubría su boca de suaves besos.

Sam empezó a pensar que quizá era el momento de irse a casa, de decirle a Hope que había cambiado de opinión. Y no porque no la deseara, sino porque corría el riesgo de enamorarse de ella. Tenía que saber reconocerlo y admitir que aquello no encajaba en sus planes.

Pero lo difícil era convencer a su cuerpo, después de todo lo que había pasado allí esa noche. Él había disfrutado enormemente dándole placer, ya que se había dado cuenta desde el principio que todo lo que ella sentía era verdadero. No había habido nada fingido.

Así que alcanzó la caja de condones que había dejado sobre la mesilla y se puso debajo de Hope, que quedó sentada a horcajadas sobre él.

Los ojos de ella brillaron como dos joyas al colocarse sobre el sexo de Sam. Para él ya no hubo más dudas. Ambos eran adultos y, por tanto, responsables de sus actos.

Aunque, de repente, Sam notó una pequeña resistencia por parte de ella.

—¿Estás segura? —le preguntó.

—Sí. Oh, por favor, sí —contestó ella.

Y entonces entró en ella y Hope dejó de ser virgen. Sam sintió su sorpresa y la sorpresa de ella, y entró en un mundo de fuego y sangre.

Notó las lágrimas de Hope sobre el pecho, pero ella parecía no darse cuenta y seguía moviéndose sobre él, que apenas podía contenerse. Quería hacerlo para llegar juntos al clímax, así que se contuvo hasta que ella soltó un grito de placer y se derrumbó sobre su pecho. Solo entonces él también se abandonó.

Luego la abrazó y la ayudó a tumbarse a su lado.

—¿Estás bien? —susurró él.

—Sí, muy bien —contestó ella—. Y muy contenta de haberme convertido en mujer.

—Yo también estoy muy contento.

—Me sorprende cómo te esforzaste en darme placer, en vez de pensar en el tuyo propio.

—Para una mujer el placer es infinito. Pero para un hombre…

A medida que hablaba sintió que se volvía a excitar.

—Un hombre tiene que esperar entre dos y tres minutos antes de volver a empezar.

Ella soltó una carcajada y luego se apretó de nuevo contra él.