Capítulo 3
El Marqués se despertó temprano y en cuanto bajó a desayunar le ordenó a su mayordomo:
—Dígale al Mayor Ashley que deseo verlo.
Sabía que su secretario, que era un tanto especial, estaría ya en su oficina. Unos minutos más tarde, el Mayor Ashley entró en la habitación. Era un hombre muy bien parecido, pero había perdido un ojo en un encuentro en el cual tanto él como el marqués se habían visto envueltos cuando servían en el ejército. El marqués se había sentido de alguna manera responsable por el hombre que había sido su superior. Un mes después que el mayor había sido dado de baja del ejército, el marqués heredó el título.
Fue cuando le propuso que trabajara para él como su secretario. El Mayor Ashley, que era nueve años mayor que el marqués, aprovechó la oportunidad. Esto probó ser una de las decisiones más exitosas jamás tomada por el marqués. Su flamante secretario resultó ser un genio para la organización. El marqués no lo veía tanto como un secretario sino como a un administrador. Pronto se encargó de todo lo relacionado con la vida privada del marqués y de inmediato se encontró administrando las diferentes fincas de éste. Ambos se llevaban muy bien. El mayor era la única persona en la cual confiaba el marqués.
En el ejército los dos estuvieron mezclados en lo que se podía calificar como espionaje. Para el marqués era un gran alivio poder comentar aquella etapa secreta de su vida con el mayor. Cuando aceptaba alguna misión, podía pedirle consejos. Ahora, cuando el hombre entró en el desayunador y los sirvientes se retiraron, el marqués indicó:
—Siéntese, Brian, pues tengo algo que contarle.
El mayor hizo lo que le indicaban. El parche negro que llevaba sobre un ojo le daba un cierto aire de pirata. Tenía casi dos metros de estatura, hombros muy anchos y se comportaba como si todavía estuviera en el ejército. Su don de mando resultaba muy aparente para todos los que entraban en contacto con él.
—¿Qué sucede, milord? —preguntó él.
Siempre insistía en dirigirse al marqués de una manera protocolaria, a pesar de que eran muy buenos amigos. Ashley había explicado el porqué.
—Yo soy su empleado y, por lo tanto, debo ponerle el ejemplo a quienes están por debajo de mí. Creo que eso es muy importante. Después de tal argumento el marqués ya no había insistido. Sin embargo, cuando se encontraban a solas, llamaba al mayor por su nombre de pila.
—Me encuentro en un apuro —respondió el marqués. El mayor se acomodó un poco más en su silla.
—Supuse que cuando Lord Derby lo mandó llamar ayer, no era simplemente por tener el placer de verlo —comentó él.
—¡Así es! —respondió el marqués—. Era por una nueva investigación que según él, sólo yo puedo llevar a cabo.
—¿En dónde? —preguntó el mayor.
—En Marruecos; Fez para ser exacto.
El mayor asintió con la cabeza.
—Yo me temía que milord se iba a ver envuelto en eso tarde o temprano.
El marqués lo miró sorprendido.
—¿Por qué pensaba eso? ¿Qué ha sabido?
—Uno de mis amigos de la Oficina del Exterior, me comentó hace una semana que cada día llegaban más informes acerca del tráfico de blancas y que necesitaban hacer algo al respecto.
Y sonrió antes de agregar:
—Me pareció que él me estaba proporcionando esa información para que yo se la pasara a su señoría.
—Pero no lo hizo —señaló el marqués.
—Pensé que por el momento tenía ya bastantes compromisos entre manos —respondió el Mayor Ashley.
El marqués sabía que se refería a Lady Hester. Se hizo un breve silencio antes que él aclarara:
—¡Eso ya terminó!
El mayor levantó las cejas.
—¿Tan pronto?
—No antes de tiempo —admitió el marqués—. Para ser sincero, me estaba preguntando cómo evitar el dramatismo que siempre surge cuando cae el telón. Además, se presentó el asunto de Fez.
—¿Entonces cuál es el problema? —preguntó el mayor.
El marqués se dio cuenta de que el mayor infería que había algo más en todo aquello. El hizo a un lado su plato y respondió:
—Se lo voy a contar todo, desde el principio, Brian.
Primero le comentó lo que Lord Derby le había dicho. Pero también le aclaró que al salir de la Oficina del Exterior decidió que no se iba a apresurar a partir para Fez.
—No di especial importancia al viaje —dijo al mayor—, por la sencilla razón de que yo le hice saber a Lord Derby que la estaba pasando muy bien en Londres; o por lo menos eso pensaba yo.
—¿Y qué ha venido a empañar la diversión? —preguntó el mayor. En pocas palabras, el marqués le describió el comportamiento de Lady Hester la noche anterior.
El mayor conocía la obsesión que tenía el marqués de que todas las mujeres con las cuales él se relacionaba se comportaran con la mayor propiedad. Y siempre había pensado que Lady Hester, aunque muy bella, carecía de autodominio y de dignidad. El marqués era muy exigente acerca de ambas cosas.
Al mayor le parecía que en realidad había sido un error que el marqués se hubiera visto liado con ella.
Posteriormente el marqués le describió cómo el escritor que conociera en la fiesta lo había animado para visitar Fez.
—Quizá eso le parezca de poca importancia —comentó él— sin embargo, le estoy explicando la forma en que todo comenzó a sumarse hasta llegar al punto en que tengo que ir, me guste o no.
El Mayor Ashley sonrió. Sabía que el marqués nunca hacía nada que no deseaba hacer. Aunque se quejaba, en realidad disfrutaba en extremo las misiones secretas que le encomendaban. Algunas resultaban muy peligrosas, pero él siempre salía victorioso. Aquello, ciertamente, rompía la monotonía de pasar de una mujer bella a la otra. Por supuesto que el marqués no lo pensaba así.
El mayor conocía carácter humano y por eso era consciente de que el marqués buscaba algo muy especial en una mujer. Algo diferente a las aventuras cuyas llamas se apagaban con la facilidad que se habían encendido. Sentía admiración por el joven a quien servía. En el ejército había comprobado que el marqués era un oficial fuera de lo común. Ahora el mayor lo respetaba como su jefe.
—Salía de casa de Lady Beller temprano y como ella vive cerca de aquí —continuó diciendo el marqués—, decidí caminar.
Aquello era algo que acostumbraba hacer con frecuencia.
—Casi había llegado al final de la calle Audley cuando escuché a una mujer joven que gritaba: ¡Deténgase, ladrón!
Entonces narró cómo había conocido a Narda y repetir casi todas las palabras que intercambiaron entre sí. Y también su insistencia en decir que estaba determinada a ir a Fez con él.
—Por fin me hizo prometerle que hoy le informaría si la llevo conmigo a Marruecos o la dejo viajar sola y la encuentro allá.
La voz del marqués se volvió más grave cuando razonó:
—¡Por supuesto que la idea es absurda!, pero sé que si me niego a hacer lo que esa chica me pide, es capaz de intentar ir hasta allá, sola.
—Si es tan joven y tan bonita como usted asegura, entonces eso es imposible —exclamó el mayor.
—¡Por supuesto que es imposible! Eso es exactamente lo que yo le respondí, pero ella no quiere aceptarlo.
—¿No podría milord mandar a llamar a su hermano? —sugirió el mayor.
—Yo también pensé en esa posibilidad —respondió el marqués—. Pero según las propias palabras de la chica, no sería muy caballeroso de mi parte.
El mayor rió.
—Estoy de acuerdo con ella, milord, así que no veo otro camino sino que la lleve con su señoría a bordo de El Delfín.
El marqués se quedó mirándolo sorprendido.
—¿En verdad me sugiere que yo haga algo tan comprometedor? —preguntó él—. A menos que espere que lleve a un grupo de personas conmigo.
El marqués continuó hablando antes que el mayor pudiera responder.
—Sabe tan bien como yo que detesto navegar con un grupo de mujeres histéricas, quejándose de que el mar está picado y riñéndome porque bajé a tierra sin ellas.
El mayor abrió la boca para hablar, pero el marqués continuó haciéndolo, cada vez más molesto:
—Y Fez ni siquiera está junto al mar, sino tierra adentro y no tengo la intención de llegar hasta allí con una comparsa de mujeres tontas.
—Yo no le estaba sugiriendo eso —aclaró el mayor de inmediato.
—¿Entonces qué me sugiere? —preguntó el marqués.
—Comprendo el problema —observó el mayor—, y me doy cuenta de que sería muy cruel dejar que una jovencita viaje sola a través de Francia y España hasta Marruecos. ¡Aun cuando se salvara en los dos primeros países, de seguro no pasaría lo mismo en el tercero!
—Así es como yo pensé —estuvo de acuerdo el marqués—. La única razón por la cual el árabe no la violó fue porque el collar llamó más su atención.
—Lo entiendo —comentó el mayor—, pero como la chica es tan joven, ¿no es posible que su señoría la lleve consigo haciéndola pasar como una parienta, su hermana o quizá su sobrina?
El marqués lo miró con fijeza.
—Supongo que milord no viajará con su propio nombre —continuó diciendo el mayor.
—No, por supuesto —contestó él—. Usaré el pasaporte que tengo como Anthony Dale, a menos que a usted se le ocurra algo mejor.
—Fez siempre ha sido un centro cultural del mundo musulmán —indicó el mayor—. Así que quizá su señoría pueda presentarse como un arqueólogo, como ya lo ha hecho antes. Milord está muy versado en ese tema.
—No es mala idea —admitió el marqués—. Pero no quiero a una jovencita aburrida pegada a mí todo el tiempo.
—Pues quizá, eso le haga más fácil su cometido y es algo que su señoría no ha intentado antes —continuó sugiriendo el mayor.
—¿En verdad considera que es chica pudiera resultar una ayuda, Brian?
—Lo estaba, pensando —respondió el mayor—. Cualquiera que sospeche de milord y sabemos que hay muchos a quienes no les parece que su señoría se entrometa en sus vidas privadas, no se sentiría tan molesto si milord aparenta simplemente estarle mostrando el mundo musulmán a una parienta muy joven y bonita.
El marqués lo miró por un momento antes de reír.
—¡Comprendo su propósito, pero no tengo el menor deseo de encontrarme a mi regreso con el deber caballeroso de tener que casarme con ella por haber arruinado su reputación!
—No habría por qué hacerlo —razonó el mayor.
—¿Por qué no? —preguntó el marqués.
—Porque habrá una dama de compañía en el yate.
—Me niego. Me niego a llevar a una mujer de mediana edad e insoportable conmigo —espetó el marqués—. Y si llevo a alguien similar a Hester, se sentirá celosa y tratará de acapararme todo el tiempo.
Hizo una pausa y añadió:
—Además, como ya se lo he dicho, por el momento no hay nadie con quien yo desee estar a solas en medio de un mar tempestuoso.
—Estoy de acuerdo. Eso pudiera resultar aburridísimo.
—¿Entonces, qué es lo que está usted sugiriendo? —preguntó el marqués en tono hostil.
—Estaba pensando en la encantadora esposa del Capitán Barratt, con quien él pasa casi todos los momentos cuando está en tierra.
—¡Yo ignoraba que Barratt estuviera casado! —exclamó el marqués.
—Se casó hace dos años —le informó el mayor—, y estoy seguro de que su esposa se sentirá encantada de poder acompañar a su esposo en el yate.
El marqués escuchó con atención cuando el mayor continuó:
—Ella no molestaría a milord en lo más mínimo y es más, ni siquiera tendría que verla. Pero si alguien mencionara que su parienta viaja sin una dama de compañía, yo le aseguro que la señora Barratt es muy honorable. Durante un tiempo fue institutriz de la hija de Lord Pershore.
—¡Yo sabía que usted tendría la respuesta, Brian! —dijo el marqués—. Sin embargo, el cielo sabe que no tengo el menor deseo de llevar a esa rebelde muchacha conmigo.
—Yo espero que, tal como se lo prometió, sepa mantenerse lejos de su señoría —observó el mayor—. Sobre todo si milord se encuentra en uno de sus momentos de mal humor.
El marqués arqueó las cejas.
—Está bien, Brian, usted gana —declaró él—. Ha encontrado la respuesta a mi problema. Ahora será mejor que haga los arreglos para partir mañana.
—Lo haré —asintió el Mayor Ashley.
—Cuanto más pronto terminemos con esto, mejor —añadió el marqués—. Aunque si me lo pregunta todo es una sarta de tonterías. Yo no acepto ni por un momento que un gran número de chicas blancas estén siendo llevadas a la fuerza hasta Fez para obligarlas a casarse con los jeques.
—Reuniré toda la información que sea posible junto con una lista de los contactos que espero puedan resultarle útil-prometió el mayor. —He sabido que un hombre que nos fue muy útil en Argel ahora radica en Fez.
—Sé a quién se refiere —repuso el marqués—. Como de costumbre usted tiene la respuesta para todo.
—No siempre —razonó el mayor—. Y no necesito decirle a su señoría que deberá tener mucho cuidado. Si el tráfico de blancas realmente existe, los organizadores están ganando mucho dinero y van a luchar con todas sus fuerzas para evitar que milord interfiera.
El ex militar habló con mucha seriedad y el marqués preguntó:
—¿Cree usted que el problema realmente exista, tal como lo sospecha Lord Derby? Ya en otras ocasiones nos han enviado a la caza de fantasmas.
—Yo sí creo que el tráfico existe y que aumenta por momentos. Y creo que sería desastroso que las buenas relaciones existentes entre Inglaterra y el sultán se vieran afectadas.
—¡Muy bien! —admitió el marqués—. Lord Derby y usted saben qué es lo mejor Ahora iré para decirle a esa niña intolerable que pasaré por ella mañana temprano. Supongo que El Delfín se encuentra en el Támesis.
—Justo adelante de Hampton Court —respondió el mayor—. Le informaré al capitán que milord tendrá una invitada a bordo y que le gustaría que, durante este viaje, su esposa lo acompañara. ¿Dijo su señoría que esa chica se llama Narda?
—Así es —confirmó el marqués—. Ella me explicó que significa alegría, pero eso no es lo que yo voy a sentir por tenerla conmigo.
—Nunca se sabe —vaticinó el mayor—. Quizá sea un alivio poder hablar con alguien sin tener que estarse cuidando o temiendo que lo que acaba de decir pronto sea repetido por todo el bazar.
—Dudo que la señorita Warrington resulte muy interesante —expresó el marqués con cinismo.
—Ella deberá tener el mismo apellido que su señoría —sugirió el mayor—. Así que infórmele que desde el momento en que baje a tierra en Marruecos, su nombre es Narda Dale y asegúrese de que lo llame a usted tío.
—Quizá será mejor que finja ser mi hermana —sugirió el marqués—. Tío me hace sentirme como Matusalén.
El mayor rió.
—Está bien, que finja ser su hermana. Pero por favor, milord, asegúrese de que Narda no se enamore de usted ni usted de ella.
—Por eso no se preocupe —respondió él—. Una cosa que siempre me ha disgustado es tener a chicas simplonas a mi alrededor que no saben mantener una charla interesante.
El mayor se puso de pie.
—Por lo que su señoría me ha contado parece ser que Narda tiene mucho que comentar. Quizá incurramos en un error al no mandarla por tierra hasta Fez, acompañada de una dama de compañía y de una estafeta.
—¿Y qué hago con ellos una vez que lleguen allá? —preguntó el marqués.
El mayor suspiró.
—Por eso yo sugerí que sería más fácil que ella acompañe a milord en el yate. Quizá su señoría logre convencerla de que permanezca a bordo mientras hace las investigaciones.
El marqués gruñó.
—Tengo el molesto presentimiento de que, pase lo que pase, la chica insistirá en acompañarme a todas partes.
—Entonces se convertirá en su hermana menor que disfruta de las bellezas de Marruecos en compañía de su hermano que es un experto en los tesoros de la región.
—Está bien, está bien —aceptó el marqués—. Veo que no me queda alternativa. Aunque estoy seguro de que algún día mi corazón sensible y mi fuerte sentido del deber me van a matar.
—Lo dudo —respondió el mayor—. Su señoría ha tenido éxito en todo cuanto ha emprendido, así que no veo por qué esta pequeña aventura pueda fracasar.
—Espero que tenga razón —dijo el marqués sin entusiasmo—. Pero la verdad es que todo este asunto me preocupa.
—La alternativa es quedarse en Londres y tenerse que enfrentar a Lady Hester.
El marqués levantó las manos.
—¡Prefiero enfrentarme a una docena de marroquíes furiosos!
—Eso es quizá lo que va a suceder —indicó el mayor—. Ahora, debo ponerme a trabajar y le prometo, milord, que estará tan bien informado acerca de la situación como es posible en tan corto tiempo.
Mientras hablaba, el mayor salió de la habitación sin esperar a que el marqués le diera las gracias. Cuando la puerta se cerró, el marqués se sirvió otra taza de café y la bebió mientras meditaba. Le causó sorpresa que Ashley hubiera estado de acuerdo con que Narda lo acompañara en el yate. Por lo general, el mayor era muy celoso acerca de la reputación de su amo y constantemente le llamaba la atención acerca de las lenguas viperinas de los chismosos. Entonces comprendió que era una buena idea hacer notar que estaban visitando Fez para admirar su arquitectura.
El marqués era muy delicado en todo lo concerniente a sus misiones secretas. Llevaría consigo un libro acerca de la herencia arquitectónica de Europa escrito por un autor llamado Anthony Dale. El había pagado la publicación de este tres años atrás. Si alguien mostraba curiosidad le diría que estaba reuniendo material para su siguiente libro que versaría sobre la arquitectura del Norte de África. Por experiencia sabía que cuando se está disfrazado, el cometer un solo error significa firmar su propia sentencia de muerte. Un hombre de quien él y Brian Ashley habían sido amigos había cometido un leve error. Dos horas más tarde lo encontraron degollado.
Por fortuna, Lord Derby le había pedido exclusivamente que recabara información. Pero también había dado su palabra de que trataría de recobrar el collar de Narda.
—Agotaré los recursos para lograrlo —se dijo cuando termino su desayuno—. ¡Pero ninguna joya vale tanto como la vida!
Decidió que aquello era algo que tenía que hacerle comprender a Narda. No estaba muy seguro de que aun cuando lo encontraran, el jeque les entregara el collar robado. En el vestíbulo, le avisó al mayordomo que iba a caminar un poco y que regresaría en media hora. Era una mañana soleada y el aire estaba fresco. Caminó deprisa hacia la calle South Audley y llegó hasta la casa donde había conversado con Narda la noche anterior. Levantó la mano para hacer sonar el llamador de la puerta, mas antes siquiera que pudiera hacerlo, la puerta fue abierta y Narda apareció en el umbral.
—Lo he estado esperando —declaró ella—, y al fin llega… ¡Me alegro mucho de ver a su señoría!
A él le pareció que a la luz del día la chica se veía aún más bonita que la noche anterior.
Ahora tenía la cara limpia de maquillaje. Su cutis era muy inglés, de color sonrosado. El marqués pudo observar que sus pestañas eran oscuras en la base y doradas en las puntas, como las de un bebé. Sus ojos eran de un color azul intenso. El marqués pensó que si el jeque la hubiera visto así, la habría encontrado más atractiva que el collar.
Narda indicó el camino hacia el salón donde charlaron la noche anterior. El sol entraba por las ventanas. El marqués vio que había varios jarrones llenos de flores en la habitación. El aroma de éstas perfumaba el ambiente.
Cuando estuvieron dentro ella cerró la puerta y lo miró a él con una interrogación en los ojos. Sabía que Narda temía que una vez más se negara a llevarla consigo. Sin embargo, él estaba todavía tan resentido con la chica que no habló y se limitó a pararse frente a la chimenea donde ardía un pequeño fuego. Por fin, ella corrió hacia él para preguntar:
—¿Qué ha resuelto? No he podido… dormir pensando en que su señoría… me haga ir a Fez, sola.
—¿Todavía está decidida a hacer algo tan absurdo? —preguntó el marqués.
Ella hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Al instante, balbuceó con voz muy baja:
—Yo… yo preferiría ir con… milord.
—Y supongo que tendré que aceptarlo —expresó el marqués, pero… antes que él pudiera terminar la frase, Narda dio un grito.
—¡Está de acuerdo! ¡Está de acuerdo! ¡Eso es maravilloso! Yo sabía que su señoría era demasiado caballero como para abandonarme a mi destino.
—No lo voy a hacer —afirmó el marqués—, y la llevaré conmigo en el yate, pero con una condición.
—¿Cuál?
—Que usted haga exactamente lo que yo le diga, sin protestar.
—¡Lo prometo, por supuesto que… lo prometo! —exclamó ella—. Pero le suplico que no pida cosas imposibles.
—Usted está evadiendo darme la respuesta que yo necesito-afirmó él. —¿Sí o no?
—¡Sí!
—La voy a obligar a cumplir su palabra.
—¿Cuándo partimos? Por favor diga que de inmediato, no sea que algo nos lo impida.
—Pasaré por usted mañana a las diez —le indicó él.
Ella lanzó otro grito de felicidad. Por un momento, el marqués pensó que Narda se iba a arrojar en sus brazos.
—Recuerde que vamos a Fez para buscar ese collar que significa tanto para usted.
Hizo una pausa antes de continuar:
—Lo he estado pensando y quizá sea un error presentarnos como el Marqués de Calvadale y la señorita Warrington.
Se dio cuenta de que Narda lo miraba sorprendida y le explicó:
—Si el jeque se entera de que está usted en Fez, acompañada por un noble inglés, es muy posible que escape al desierto donde nos sería imposible encontrarlo.
—Sí, por supuesto —comprendió Narda.
—También pudiera causar muchos problemas el que usted viajara conmigo sin una dama de compañía.
—¿Tenemos que llevar a una vieja aburrida con nosotros? —preguntó Narda—. De seguro ella no estaría de acuerdo conmigo.
—Estoy seguro de que así sería —admitió el marqués—. Y por eso he arreglado algo que estoy seguro le va a agradar. Narda lo miró preocupada y él explicó:
—Primero que nada usted fingirá ser mi hermana menor a quien le estoy mostrando las bellezas de Fez. Más tarde le diré cuál será su apellido.
—¿Eso quiere decir que voy a viajar… de incógnito? ¡Qué emocionante! Lo voy a disfrutar… mucho.
—Viajar de incógnito no es ningún chiste —la previno el marqués—. A veces puede resultar desastroso porque la gente suele sentirse ofendida cuando descubre que la están engañando.
—Creo que lo comprendo —respondió Narda—, y tendré mucho cuidado de no decir ni hacer nada que pueda despertar sospechas.
—Eso es lo que espero —repuso el marqués en tono enérgico.
Vio la emoción reflejada en los ojos de Narda y comprendió que aquello la motivaba de la misma manera que la motivara el aparentar ser una chica del teatro.
—Por último —agregó él—, he hecho arreglos para que la esposa del capitán esté a bordo durante el viaje. Por supuesto que ella no tendrá nada que ver con nosotros, pero si alguien se entromete, usted demostrará haber viajado con una dama de compañía adecuada.
Narda juntó las manos.
—¡Muy bien pensado! —exclamó ella—. Desde que lo vi estuve segura de que milord es brillante en cualquier cosa que emprenda. ¡Ganaremos la batalla en Fez al igual que sus caballos siempre ganan en las pistas de carreras!
—Es un error sentirse demasiado optimista —le advirtió el marques—. Yo admito la posibilidad de que podamos fallar.
—¡Mientras que yo… estoy completamente segura de que con su señoría… vamos a triunfar! —exclamó Narda.