¿Existen los Illuminati?

Quienes defienden —con acierto, y pruebas las hay— la existencia de grupos más o menos ocultos, secretos y discretos, que manejan el poder y los latidos del mundo, parecen estar en la obligación de aceptar que los Illuminati son reales. Pero a fuerza de ser sinceros, no hay ninguna prueba que certifique la existencia de este grupo en la actualidad, tal y como algunos autores transmiten que es y opera.

A pesar de ello, los Illuminati están de moda. Algunos autores les consideran como la mano negra que mueve los grandes acontecimientos internacionales para generar consecuencias que sirvan al poder y al gran capital. A sus filas pertenecerían los presidentes de las grandes naciones, los dueños de las multinacionales más poderosas y los banqueros más acaudalados. Pero cualquier intento serio de definirlos se desmorona cuando esos mismos autores —léase por ejemplo al británico David Icke— sitúan a la reina de Inglaterra a la cabeza de la secta, ya que se trataría de un demoníaco ser de otro mundo… En cierto modo, estos autores casi califican al grupo como un instrumento del Mal, amén de hacerlo partícipe de la conspiración sionista para dominar el mundo.

Se tiene la impresión de que toda la información que existe sobre los Illuminati tiene por objeto destruir la credibilidad de otras habitualmente encuadradas dentro de la teoría de la conspiración y que sí tienen visos de caminar por la senda correcta. Pero la desinformación generada al hilo de los Illuminati contamina otras versiones creíbles del lado oscuro de la realidad, como por ejemplo pueden ser las referencias a grupos como Bilberberg o La Trilateral, que reúnen a algunos de los hombres más poderosos del mundo en reuniones discretas para trazar las líneas políticas del futuro.

Sin embargo, en tiempos pasados sí existió una sociedad secreta que empleó este nombre, que evoca de inmediato la figura del «iluminado», tan habitual en las corrientes herméticas de siglos pasados. El grupo en cuestión fue fundado en el año 1776 por un profesor de la Universidad de Ingolstadt, Baviera, llamado Adam Weishaupt. Y se creó con un objetivo: reunir a los jóvenes más inteligentes y brillantes para que entre ellos pudieran acceder a conocimientos sobre determinados asuntos que entonces eran prohibidos por la Iglesia, que imponía a los ciudadanos aquello que se debía o no conocer. De puertas afuera, el grupo actuaba como un club social al que pertenecían los estudiantes de la elite, algo muy parecido a las hermandades de las universidades norteamericanas. Sin embargo, de puertas adentro, el grupo era una auténtica sociedad secreta cuyos miembros alcanzaban puestos de poder —debido a que al entrar en ella ya gozaban de cierta situación social— y que bebía de los organigramas y ritos propios de la masonería.

Existen versiones modernas —por similitud, pero nada más— de aquel colectivo, como puede ser la hermandad Skull and Bones, de la Universidad de Yale. A este grupo han pertenecido a lo largo del tiempo varios miembros de la familia Bush, Bill Clinton y otros presidentes de Estados Unidos. Pero que pertenecieran a dicho grupo no era casual: aquellos jóvenes procedían de familias acomodadas con ambiciones políticas, lo cual es un denominador común en esa universidad y en esa «hermandad».

La leyenda sobre los verdaderos Illuminati se empezó a forjar ocho años después de su creación, cuando el gobierno de Baviera prohibió la existencia de sociedades secretas. Todas las miras fueron puestas en este grupo, al que políticamente se consideró «revolucionario». Finalmente, después de varios años de persecución, los Illuminati fueron disueltos en 1886, y todos los intentos de revitalizar el colectivo quedaron en saco roto, pese a que algunos estudiosos opinen lo contrario. Y así hasta hoy. Efectivamente, los Illuminati existieron, pero en la actualidad no pasan de ser un mito.