Capítulo Seis
Jake se sentó a la mesa de la cocina, hablándole a su hija de seis semanas.
Louisa le dedicó una sonrisa desdentada. Donna le había explicado que en esa fase de desarrollo la niña le sonreiría a cualquier persona u objeto grande que se pusiera delante de ella, pero Jake prefería creer que su hija lo reconocía.
— Claro que sí, la muñequita de su papá es la mejor chica del mundo,
¿verdad? Y también la más bonita y la más lista y la más...
— Y la más mimada por su padre — dijo Donna, entrando en la cocina.
— Buenos días — Jake se fijó en que su mujer había bajado a desayunar en camisón. Poco a poco, había empezado a relajarse en su compañía. Ambos estaban acostumbrándose a convivir y, exceptuando el hecho de que no hacían el amor, su matrimonio podía pasar por normal.
— He preparado café — dijo, señalando hacia las dos cafeteras. Una, con el descafeinado de ella, y la otra, con el café normal de él.
— Gracias, ¿Has desayunado tú ya?
— No, mi muñequita... perdón, Louisa y yo estábamos esperándote,
¿verdad? — acercó la cabeza a la niña y la acarició con la nariz. Louisa se puso a gorgotear— . He preparado crepes.
— Jake, ¿sabías que eres un hombre increíble? — Donna se sirvió una taza de café y se sentó a la mesa. Le dio un beso en la frente a Louisa— . Papaíto tuvo que trabajar hasta tarde anoche y aquí está ahora levantado contigo, y no solo ha hecho café, sino que también ha preparado crepes.
— No exageres — dijo él, abriendo la nevera, sacando un cacharro con los crepes y dejándolo sobre la encimera— . ¿Cuántos quieres?
— Oh, Dios, me comería tres, pero son demasiados. Creo que con dos será suficiente.
— No sé por qué te preocupas tanto por la línea. Yo te veo muy bien.
Además, me encantan las zonas donde se han situado esos kilos de más que tanto te preocupan — dijo Jake, mirando el pecho de ella de un modo significativo.
Donna se levantó y corrió a golpearlo. El se defendió mientras ambos se reían a carcajadas. Poco después, Jake la tenía abrazada y sus senos redondos se apretaban contra el pecho de él. Ella pasó sus brazos por detrás del cuello de él y se quedó mirándolo a los ojos. El comenzó a acariciar sus nalgas y luego la apretó contra su miembro excitado.
Ella se apartó de él.
— Prepara los crepes, pero solo dos. A pesar de tu comentario, sé que debo perder peso.
— Como quieras — dijo él de buen humor.
Donna agradecía mucho a Jake que se estuviera comportando como un caballero con ella. A pesar de que alguna vez la situación se había puesto tensa entre los dos, Jake no había intentado forzarla lo más mínimo.
Louisa soltó un pequeño grito y ambos corrieron hacia ella. En cuanto estuvieron a su lado, la niña se puso a reír y a balbucear.
— Parece que se sentía algo ignorada Jake acarició el vientre de su hija— .
Pues ya te estamos haciendo caso, muñequita — se volvió hacia Donna y se encogió de hombros— . Lo siento, pero es que me resulta muy difícil no llamarla así. Intento con— centrarme para llamarla Louisa, pero no lo consigo.
— Está bien, supongo que existen cosas peores que llamarla muñequita.
— Imagínate si sigo pensando en ella como mi muñequita cuando tenga dieciocho años y empiece a ir con muchachos por ahí...
Jake volvió a acercarse a la encimera y Donna se quedó observando sus anchas espaldas. Se le encogió el estómago. ¿Por qué tendría que ser tan atractivo ese hombre y por qué tendría que haberse convertido en un padre tan atento? Porque de no gustarle, le sería mucho más fácil mantenerlo apartado de ella. Pero desgraciadamente le gustaba mucho.
—¿Es que piensas seguir en contacto con ella cuando tenga dieciocho años?
— Claro, ¿o es que crees que voy a perder interés por ella una vez nos divorciemos?
— Eso era lo que creía antes, pero... lo siento, ya sé que desde el principio quisiste asumir tu responsabilidad. Lo que sucede es que no pareces la clase de hombre al que le gusta tener hijos.
— Admito que llevas parte de razón, ya que nunca me había planteado tenerlos. Y más con la clase de padre que tuve. Fue mi abuelo quien tuvo que criar a sus cuatro nietos y eso porque no tuvo otro remedio.
Jake hizo una pausa y respiró hondo.
— Así que nunca he querido ni casarme ni tener hijos y mucho menos hijas, ya que no tenía la más mínima idea de cómo había que tratarlas.
— Pues no parece que te moleste tener que cuidar de Louisa.
Jake sirvió los crepes en dos platos y los llevó a la mesa.
— Aquí está el desayuno. Y la verdad es que he de reconocer que al principio me asustó mucho el hecho de tener que cuidar de una niña.
— ¿Y ahora? — Donna untó mantequilla en los crepes y luego les echó sirope por encima.
— Bueno, ahora sigo algo intimidado por el hecho de tener una hija. Me he dado cuenta de la responsabilidad que conlleva, pero... bueno, lo cierto es que ya no puedo imaginarme vivir sin Louisa.
«O sin ti», pensó Jake, que deseaba tanto vivir con la hija como con la madre.
— Siento haberte puesto tantas trabas para que entres a formar parte de la vida de ella — dijo Donna— . Te prometo que, una vez nos divorciemos, podrás verla a menudo.
— ¿Qué te parece si empiezo a practicar como padre que tiene que pasar el día solo con su hija mañana mismo?
— ¿A qué te refieres?
— Mañana tienes que ir al médico a revisión, ¿no?
— Así es — respondió Donna, saboreando los crepes.
—¿Qué te parece dejarme a Louisa para que la lleve conmigo al rancho mientras tú vas al médico? Podré tomarme unas pocas horas libres. A mi jefe no le importará. Le encantan los niños — Jake sonrió, pensando en que todavía no 49
podía decirle que él era su propio jefe— . Me gustaría que mi hija se acostumbrara al rancho. Al fin y al cabo, allí es donde viviré y, por tanto, será también su hogar. Aunque sea solo de vez en cuando.
— Es una buena idea, pero ya he contratado a una canguro.
— ¿A quién?
— Es una antigua alumna. Una chica de confianza que se llama Lindsay Crabtree. No te importa, ¿verdad?
— No, es solo que no me habías dicho nada hasta ahora.
— Hablé con Lindsay hace poco y me dijo que podría llamarla siempre que quisiera durante el verano para cuidar de la niña. Ya sabes que hasta ahora no he podido encontrar una niñera para Louisa y a mediados de agosto he de volver al trabajo.
—Podrías pedir la excedencia por un cuatrimestre y así no tendrías que volver hasta después de navidades. Al fin y al cabo, no necesitas el dinero.
— Normalmente, no, pero debido a que este no es un matrimonio real y tú no estás en condición de mantenernos, tendré que volver a trabajar en agosto.
— ¿Qué te hace pensar que no puedo manteneros? Te advierto que pienso pagar los gastos de la niña.
— Entiendo que quieras tomarte en serio tu paternidad, pero ya que estoy en mejor situación económica que tú por el momento, pienso que lo mejor será que sea yo quien me ocupe de los gastos de la niña. Al menos, hasta que empieces a obtener beneficios del rancho que vas a comprar.
—Deja que me ocupe yo de mis finanzas. Y si te apetece quedarte con Louisa en casa hasta después de navidades, te aseguro que te puedes quedar.
Donna se quedó mirándolo extrañada, pensando que su orgullo no le permitía admitir la imposibilidad de mantener a su hija.
— Está bien, he de confesar que tengo suficiente dinero para quedarme en casa hasta después de navidades —Donna posó su mano sobre el brazo de él— Y
no quería decir que tú no tuvieses dinero para mantener a la niña una vez nos divorciemos. Simplemente, quería que supieras que podemos arreglárnoslas sin tu dinero.
—Parece que en realidad no me necesitas para nada —Jake apartó el brazo y se puso en pie— No laves los platos. Lo haré yo cuando vuelva.
— ¿Dónde vas?
— Fuera, necesito un poco de aire fresco.
Donna se dio cuenta de que lo había ofendido, pero no sabía qué podía decir para arreglarlo.
—Tu padre no solo es un hombre orgulloso —le dijo a Louisa una vez Jake se hubo ido—, sino que también es un cabezota.
Donna se quedó mirando a la niña.
—¿Sabías que eres preciosa? Cuando tengas dieciocho años, tu padre tendrá que apartar a los chicos de ti con un palo —Donna se echó a reír— Bueno, en realidad, no le hará falta usar ningún palo. Le bastará con echarles una de sus penetrantes miradas para que salgan corriendo. No creo que te deje tener tu primera cita hasta que hayas cumplido los treinta.
De pronto, Donna se dio cuenta de que estaba pensando en Jake como si fuera a vivir con ellas toda la vida.
«No permitas que te ocurra esto. No hagas planes que incluyan a Jake Bishop. Sabes que no lo amas, aunque sí que lo desees. No puedes amarlo. Ni ahora, ni nunca».
—¿Qué te ha dicho? —le preguntó Sheila a Donna cuando esta salió de la consulta del médico— ¿Te ha dado luz verde para tener una luna de miel como es debido?
Donna se obligó a sonreír. Ni Jake ni ella les habían contado todavía a los Bishop que su matrimonio no era real.
—Según parece, estoy muy bien. De hecho, el doctor Farr me ha dicho que nunca había visto a una mujer recuperarse tan rápidamente de un parto.
—Eso es porque tienes las caderas anchas. Igual que yo.
—Bueno —Donna miró su reloj—, hoy he salido muy pronto.
—Sí, como tenemos tiempo, podíamos ir a comer juntas. —No sé, es el primer día que dejo a Louisa con otra persona que no sea Jake o la señora Winthrop.
—Puedes llamar a Lindsay y preguntarle qué tal está la niña. Luego, podemos ir al Box Lunch a comer algo que engorde y que sea delicioso.
— De acuerdo — asintió Donna— . Llamaré a Lindsay y luego me reuniré contigo en el restaurante. Donna se metió en su Corvette, sacó el teléfono móvil y dejó el bolso sobre el asiento del copiloto. — Hola, aquí la casa de los Bishop — contestó Lindsay.
— Hola, Lindsay, he terminado con el doctor Farr antes de lo que pensaba y voy a ir a comer con mi cuñada. ¿Qué tal está Louisa? ¿Me necesitas para algo?
— No, señora Fields, quiero decir, señora Bishop, tómese el tiempo que quiera. Louisa es un verdadero ángel.
— Muy bien, supongo que estaré en casa dentro de una hora. De todos modos, si me necesitas, llámame al móvil.
— De acuerdo.
Cuando Donna llegó al Box Lunch, Sheila le hizo señas desde una mesa al fondo del abarrotado restaurante.
— El plato especial de hoy es el Rubens con patatas fritas — le dijo Sheila, acercándole un menú— . Y de postre, tienen pastel de fresa.
— Tú puedes permitirte comer todo lo que quieras, ya que estás embarazada, pero yo tengo que adelgazar. Se me ha puesto el trasero muy gordo.
— Y no solo el trasero — dijo Sheila, mirando el pecho de Donna.
— Es lo mismo que dijo Jake — de pronto, se dio cuenta de la intimidad que implicaba ese comentario— . Bueno... me refería a que estábamos discutiendo sobre mi peso y...
— Cariño, no tienes por qué avergonzarte. Al fin y al cabo, Jake es tu marido.
— Ya, pero supongo que todavía no me hago a la idea.
— Ya te acostumbrarás. Cuando llevéis un año juntos, te preguntarás cómo habías podido vivir antes sin él a tu lado. — Así es como te sientes tú con Caleb,
¿verdad?
— Claro — Sheila se sonrojó— . Siempre he deseado ser la esposa de Caleb.
Y la madre de sus hijos.
Donna sintió envidia de su amiga... o mejor, de su cuñada. Pero ella había sufrido tanto con la muerte de Edward que no estaba dispuesta a pasar de nuevo por lo mismo.
— En fin, creo que voy a decidirme por el Rubens con patatas fritas. Aunque, eso sí, creo que me quedaré sin el postre.
Algo más de media hora después, la camarera les sirvió un plato de pastel de fresa y dos tenedores.
— Que les aproveche, señoras — dijo la camarera.
— Sé que me arrepentiré de esto cuando me vuelva a pesar — Donna agarró un tenedor— , pero ahora mismo no me importa en absoluto.
Ambas soltaron un gemido de placer al probar el delicioso postre. Justo cuando Donna estaba bebiendo un trago de café, sonó su teléfono móvil.
Casi se le para el corazón. ¡Louisa! Algo le había pasado a Louisa.
Sacó el teléfono del bolso y contestó.
— ¿Diga?
— Oh, señora Bishop, creo que será mejor que vuelva a casa cuanto antes.
—¿Qué ha pasado, Lindsay? — preguntó Donna, que notaba el latido del corazón en sus oídos.
— No sé. Le di el biberón a Louisa y se durmió, pero se ha despertado hace unos minutos y no para de vomitar.
— En seguida voy — contestó Donna— . Llama al doctor Nelson y dile que iré ahora mismo a la consulta con la niña.
— Lo siento, señora Bishop, no sé que ha ocurrido. Louisa estaba bien al acostarse.
—Trata de tranquilizarte. Llama al doctor Nelson y cuéntale los síntomas. Yo iré en seguida —se despidió Donna, metiendo el teléfono en el bolso y poniéndose en pie.
—Yo te seguiré en mi coche —dijo Sheila.
—Primero hazme el favor de llamar a Jake y decirle que se reúna conmigo en la consulta del doctor Nelson. Creo que dijo algo de la compra y puede que esté en Colville.
— Si no está en el rancho, diré a Caleb que vaya a buscarlo allí. Ve a casa y recoge a Louisa. Encontraremos a Jake y le diremos que vaya a verte urgentemente.
Donna salió corriendo del restaurante y llegó a casa en un tiempo récord.
Lindsay estaba esperándola a la puerta con la niña en brazos. La niña es— taba gritando y la muchacha tenía lágrimas en los ojos.
— Está muy mal. Ha estado vomitando durante los últimos quince minutos.
— ¿Has llamado al doctor?
— Sí, ha dicho que la lleve a su consulta.
De manera que Donna se puso en camino y, al llegar a la clínica, fue conducida a la sala de consulta. Nada más entrar en ella, el doctor Nelson apareció.
Jake no podía concentrarse en los caballos que desfilaban frente a él.
Afortunadamente, no necesitaba comprar o vender. Había ido a Colville sobre todo para calmar su rabia. El había planeado pasarse la mañana fuera con Louisa, iba a ser el primer viaje de esta a su rancho, pero Donna tenía otros planes. Sería mejor que él se fuera acostumbrando a que Donna iba a ser quien tomara la mayoría de las decisiones que afectasen a la vida de Louisa.
Él y su, dentro de poco, ex esposa tenían que llegar a un acuerdo sobre su hija. El no había planeado ser padre, pero ya que le había tocado serio, no iba a darse la vuelta y dejar a su muñequita y convertirse en un padre ausente. El quería ser un padre como es debido para ella, pero Donna no parecía tener intención de que el matrimonio funcionara.
Jake quería que su hija lo conociera y que pasara la mayor parte del tiempo en el rancho, aprendiendo sobre caballos. Cuando la niña fuera un poco mayor, le compraría un pony y la enseñaría a montar en él. Ya se la imaginaba con su pelo negro al viento, paseando por el rancho. Quería que el tiempo que pasaran juntos fuera perfecto, que se divirtieran, que aquellos momentos juntos fueran recordados siempre por su niña.
En ese momento, el subastador estaba describiendo una yegua. Jake la miró unos segundos y luego miró a su alrededor, justo a tiempo de ver a un hombre que se parecía a Caleb. ¡Demonios, era Caleb! ¿Qué estaría haciendo allí su hermano?
Jake se dio cuenta de que su hermano pequeño estaba buscando entre la multitud. Era evidente que lo estaba buscando a él. Entonces, tuvo un pre-sentimiento. Había pasado algo. ¡Le había sucedido algo a Louisa!
—¿Qué ha pasado? —preguntó, acercándose a la carrera a su hermano.
—Louisa está enferma. Ha vomitado y tiene diarrea. Donna la ha llevado al doctor. Está muy asustada y nos pidió que te buscáramos y te lleváramos a la consulta del doctor Nelson.
Jake no dijo nada, solo sintió un escalofrío por todo el cuerpo. Si le pasaba algo a su muñequita, él... ¡No había que pensar en eso! Los niños se ponen enfermos continuamente y no suele ser nada grave. Pero su hija jamás se había puesto mala.
Desde que había nacido, había estado siempre sana y fuerte.
— ¿Dónde está la consulta del doctor? — preguntó Jake, ya en el aparcamiento.
— En la clínica de pediatría de Marshallton, en la calle State. Puedes seguirme.
— Gracias.
Jake se sorprendió de que ni él ni Caleb fueran detenidos por exceso de velocidad. Habían conducido como locos para llegar cuanto antes a la clínica. Jake no esperó a que Caleb aparcara, sino que saltó del jeep e irrumpió como un 53
vendaval en el despacho del doctor. La sala de espera estaba llena de madres y niños de diferentes edades, tamaños y colores.
—¿Dónde está mi hija?
— Señor, no puede entrar...
— Soy Jake Bishop. Mi mujer ha traído a mi hija hace inedia hora más o menos. ¿Dónde están?
— En la consulta número tres, señor Bishop. Por el pasillo a la derecha.
Jake fue por el pasillo y entró en la sala tres, donde un hombre joven, bajo, delgado y vestido con una bata blanca, tenía a Louisa en sus brazos.
— ¡Oh, Jake! — gritó Donna, yendo a su encuentro.
Tenía los ojos rojos e hinchados y Jake la abrazó cariñosamente.
— Estoy aquí, cariño. Estoy a tu lado — le dio un beso en la frente y luego la agarró por la barbilla para ver su rostro— . ¿Qué le pasa?
Donna se aferró a él llorando.
— Estaba tan... mal. Tengo mucho miedo. Oh, Jake... está...
— Su hija se pondrá bien, señor Bishop — dijo el doctor Nelson— . Pueden llevarla a casa.
— ¿Mi muñequita está bien? — preguntó Jake sin soltar la cintura de Donna
— . ¿Qué le ha ocurrido? ¿Qué le pasa? Caleb dice que estaba vomitando y tenía diarrea.
El doctor Nelson alcanzó la niña a su madre. — Tenga, señora Bishop, sé que quiere tenerla en sus brazos.
Donna comenzó a besar la pequeña cabeza de la niña.
— No tienes que ponerte mala y asustar así a tu madre. ¿Me oyes?
El doctor esbozó una sonrisa.
— Señor Bishop, la niñera ha dado a su pequeña un biberón cuya fórmula no le ha sentado bien. Puede pasar algo así hasta que se encuentre la fórmula adecuada para el bebé.
— Está muy pálida —— dijo Jake, mirando a su hija.
— Piense en cómo se sentiría usted si hubiera vaciado su estómago mediante vómitos y diarrea, señor Bishop. Louisa está débil y no se encuentra bien, pero lo único que necesita es leche de la madre y mucho cariño de los dos. Seguro que mañana estará bien otra vez.
Jake soltó el aire que, sin darse cuenta, había estado conteniendo. En ese momento, se dio cuenta de lo asustado que había estado y miró a Donna, cuyo cuerpo temblaba pegado al suyo.
— Ya ha pasado, cariño. Louisa se pondrá bien. Y vamos a darle todo el cariño que el doctor le ha recetado.
Se marcharon de la consulta dando gracias al doctor. Sheila y Caleb estaban en la sala de espera y, al verlos, corrieron a su encuentro. Jake les explicó lo que había pasado en pocas palabras.
— Lo siento. No sabía que Louisa no podía tomar leche en polvo. Se habían acabado los biberones que Donna había dejado preparados y parecía seguir hambrienta — explicó Lindsay— . Creí... que estaba haciendo lo correcto.
— No ha sido culpa tuya — aseguró Donna— . Fue culpa mía por no dejar más leche y haberme ido a comer con Sheila, cuando tenía que haber vuelto directamente a casa.
— No es culpa de nadie — intervino Jake— . Lo que ha pasado, habría ocurrido de todos modos cuando le hubiéramos dado ese tipo de leche. Además, según el doctor Nelson, va a ponerse bien. Así que, Lindsay, vete ahora a casa y no te preocupes, que cuando volvamos a necesitar a alguien que cuide a la niña, te llamaremos a ti.
— Gracias, señor Bishop — la muchacha esbozó una sonrisa— . Nunca dejaría que le pasara nada a Louisa. Por nada del mundo.
— Lo sabemos — aseguró Donna.
— Pues entonces ya solo queda que lleve a mis niñas a casa — dijo Jake.
Fueron hacia el jeep y Jake colocó a la niña en el asiento especial antes de abrochar el cinturón de Donna y sentarse él detrás del volante. Sheila y Caleb irían en su coche.
— Sheila, manda a alguien al garaje para que traigan el coche de Donna esta tarde a casa — ordenó Jake desde la ventanilla.
Sheila asintió y les hizo un gesto de despedida con la mano.
Antes de arrancar, Jake miró a su mujer, sentada al lado de la niña. Tenía los ojos llenos de lágrimas
— No te preocupes. Louisa se pondrá bien. Donna se acercó a él y puso una mano sobre su hombro.
— Estoy muy contenta de que estés conmigo. Solo pensaba en que te quería y te necesitaba. Entonces, levanté la vista y estabas delante de mí.