Capítulo Cinco
— Donna Deirdre Fields, ¿aceptas a este hombre, James Dean Bishop, como tu legítimo esposo?
Jake se sintió atrapado en aquel juzgado con sus hermanos, las esposas e hijos de estos y su propia hija, observándolo frente al juez. No tenía escapatoria.
Y solo el cielo sabía las ganas que tenía de salir corriendo de allí. Todo el mundo sabía que Jake Bishop no era de la clase de hombres que acaban casándose. A él le gustaba disfrutar con una mujer, pero sin ataduras, que era lo que había hecho diez meses antes con Donna. Solo que de aquel encuentro había nacido una niña y él se había visto obligado a casarse con aquella mujer.
— Acepto — dijo Donna en voz baja y con tono dubitativo. No pensaba que su boda fuese a ser así. Con Edward, se había casado en una iglesia presbiteriana de Marshalton delante de cuatrocientas personas.
Pero tenía que recordar que su boda con Jake no era del todo real. Su matrimonio iba a durar solo seis meses. Ambos había llegado a un acuerdo de que eso sería lo mejor. Así, Louisa tendría un padre legítimo y Jake podría conocer a su hija antes de pasar a verla solo los fines de semana.
Donna tenía el estómago encogido por los nervios. Sabía que estaba cometiendo un terrible error, pero no veía ninguna otra alternativa. Además, sa-bía que él no la habría dejado dar marcha atrás.
Jake pensó en que todo se habría acabado en pocos minutos y que, entonces, él sería un hombre casado.
— Puede besar a la novia — dijo el juez Randall.
Donna se volvió hacia Jake con el rostro encendido y los ojos brillantes. El se dio cuenta de que es— taba esperando que la besara. Aunque segura— mente se esperaría que fuera un beso suave y apropiado para la ocasión.
El la tomó en sus brazos y posó sus labios con delicadeza sobre los de ella, pero Donna lo apretó contra él, demostrando que una cosa era lo que ella se esperaba y otra lo que deseaba. De ese modo, el beso se fue haciendo cada vez más apasionado.
Los vítores de sus familiares devolvieron a Jake a la realidad. Este se separó de Donna y sonrió a sus hermanos y cuñadas.
Hank le dio la mano a Jake.
— Nunca pensé que acabarías casándote.
Caleb fue el siguiente en darle la mano.
— Bienvenido al club. Una vez te acostumbras, acaba gustándote. Ya lo verás. A Hank y a mí nos ha pasado.
Jake no se había atrevido a decirles a sus hermanos que su matrimonio solo duraría seis meses.
Susan y Sheila corrieron a abrazar a Donna y le desearon al oído que su matrimonio durara para siempre. Ella tampoco había tenido valor para confesarles que su matrimonio tenía fecha de caducidad.
Así que todo el mundo pensaba que su enlace era de verdad.
— La verdad es que me hubiera gustado que esperarais un poco para poder preparar una boda como es debido — dijo Susan.
— Pero entonces mi hermano mayor se habría muerto de impaciencia —
comentó Hank— , así que es mejor que se hayan casado cuanto antes.
Todos se echaron a reír, incluido Jake. Donna, sin embargo, se limitó a esbozar una débil sonrisa. Luego, se volvió hacia Louisa para ver que tal estaba.
La niña estaba tumbada en su carrito al lado del de su primo, Lowell Bishop.
Danny había estado pendiente de ellos mientras los mayores charlaban y se reían.
— Felicidades, Donna — le dijo Danny, aclarándose la garganta— , er... ah, supongo que debería llamarte tía Donna a partir de ahora, ¿no?
— Claro, me gustará que me llames tía Donna.
— Venga, vamos saliendo — dijo Caleb— . Sheila y Susan han preparado un pequeño convite en la casa de Donna.
Jake dirigió la mirada hacia Donna y esta le son— rió, pero él se dio cuenta de que aquella sonrisa era tan falsa como su matrimonio. Ella parecía estar tan asustada como él. Jake recordó que Donna le había pedido que, durante ese matrimonio temporal, no mantuvieran relaciones sexuales. El había protestado, pensando que era un tontería no poder disfrutar de la única cosa que tenían en común aparte de Louisa. Pero ella había insistido y él había tenido que aceptar, aunque había puesto una condición a cambio. Tendrían que dormir en la misma cama. Cosa que ella había acabado aceptando a pesar de sus primeras protestas.
Jake se dirigió hacia Donna y la tomó de la cintura mientras con la otra mano empujaba el carrito de su hija. Se fijó en lo guapa que estaba su mujer. Estaba como para comérsela con ese traje verde sobrio y elegante que llevaba. Susan le había puesto una pequeña gardenia en la solapa de la chaqueta. Junto con unos pendientes de diamantes y perlas, eran los únicos adornos que lucía Donna.
Jake le había comprado una alianza sencilla. No le había comprado ningún anillo con diamantes porque no quería que ella descubriera que era un hombre rico. Hank y Caleb le habían insistido en que no debía tener secretos con su mujer, pero él prefería que ella siguiera pensando que era un pobre vaquero.
— Venga, vamos, muñequita — dijo Jake.
Donna metió a Louisa en su cunita, se quitó los zapatos y se dirigió al baño.
¡Aquel había sido el día más largo de toda su vida! Les agradecía mucho a Susan y a Sheila el banquete que habían preparado, pero se alegraba de que finalmente la familia de Jake los hubiera dejado solos. Así, había podido, al fin, dejar de interpretar su papel de novia radiante.
Se desnudó y se puso el camisón, las zapatillas y la bata. Luego, se soltó el pelo y se lo estiró con los dedos.
Aquella era su noche de bodas, pero no habría ninguna luna de miel. No haría el amor con su marido. Se estremeció solo de pensar en ello, solo de recordar el placer que había sentido al hacer el amor con Jake.
— ¡No puede ser! — se dijo— . Si dejo que me haga el amor, perderé la sensatez — añadió, mirando su imagen reflejada en el espejo.
«No vas a entregarte a él. No puedes correr el riesgo de enamorarte de ese hombre».
En ese momento, Donna oyó que Jake entraba en el dormitorio. Después de tomar aliento, salió del baño y se quedó de piedra al ver que Jake solo llevaba puestos un calzón. Había que reconocer que era un hombre impresionante. Alto, ancho de hombros y con un cuerpo musculado y bronceado de dios griego.
Donna se quedó mirando como él colocaba su maleta sobre la cama y, después de abrirla, sacaba una par de vaqueros y tinas zapatillas. Una vez se puso los pantalones, se volvió hacia ella.
— Hola — la saludó con una sonrisa.
Ella sintió un nudo en el estómago.
«No me sonrías así», se dijo. «No puedo resistirlo.
— Te he preparado algo de cena. Me di cuenta de que no comiste apenas nada en el convite y he pensado que quizá tuvieras hambre ahora.
— ¿No se te ha ocurrido pensar que a lo mejor quiero adelgazar después de haber dado a luz?
— No sé, a mí me parece que estás muy bien así — comentó él, sacando una camiseta de su maleta y poniéndosela.
Luego, se acercó a ella y la tomó de la mano.
— Vamos abajo a comer algo. Si hace falta, te lo daré yo.
Ella dudó un momento, pero luego se dejó llevar.
— Está bien, pero tenemos que bajar el receptor por si se despierta la niña.
No creo que duerma más de una hora, que es cuando le toca la siguiente toma.
No veas que apetito tiene para ser tan pequeña.
— Igual que su padre.
— Bueno, y si tengo que ser sincera, reconozco que yo también suelo tener buen apetito — Donna soltó un suspiro mientras se fijaba en sus caderas.
— Sí, ya lo sé, y esa es una de las cosas que más me gustan de ti... tu apetito.
Donna se dio cuenta del doble sentido de la afirmación de él. Sabía que se refería al apetito insaciable por él que había mostrado durante el fin de se— mana que habían pasado juntos diez meses atrás.
Jake tomó el receptor para que pudieran oír llorar a la niña en el caso de que esta se despertara. Luego, abrazó a Donna y juntos salieron al pasillo y ajaron las escaleras.
Donna agarró el plato de comida que Jake le había preparado y se sentó en el estudio con él en su regazo. Jake se sentó en el sofá con una cerveza.
— Caleb parece estar muy contento de que Sheila vuelva a estar embarazada — comentó Jake.
— ¿Qué? Oh, sí que lo parece — Donna dio un mordisco al sándwich de pepino.
— Mi hermano echaba de menos la época en que tuvieron a Danny Jake tomó un trago de cerveza— . Yo lamento no haber estado a tu lado mientras estabas embarazada, pero afortunadamente ahora sí lo estoy. De manera que no echaré de menos ver crecer a mi muñ... a Louisa.
— Lamento no haber intentado localizarte para decirte que estaba esperando un bebé. La verdad es que no pensé que te interesara lo más mínimo.
— Bueno, es normal. Al fin y al cabo, apenas nos conocíamos, así que debiste de pensar que solo era un vaquero en busca de diversión.
— ¿Y es que no fue así? — preguntó ella.
Jake se echó a reír.
— Bueno, en parte sí y reconozco que me he ganado a pulso mi reputación, pero he cambiado. Me he hecho mayor y estoy dispuesto a ser un buen padre para Louisa.
— Te creo — dijo Donna, comiéndose otro sándwich— . Pero cuéntame, después de dejar Tennessee, ¿cuánto tiempo has estado trabajando como vaquero?
Jake tomó aliento.
— Supongo que ya es hora de que nos contemos nuestras vidas el uno al otro. Al fin y al cabo, nos hemos casado, ¿no es así?
— ¿No te importa hablarme de tu pasado? — No, ¿y a ti?
— Me temo que mi vida te resultará de lo más aburrida comparada con la tuya.
Jake rió entre dientes mientras se terminaba la cerveza. Luego, la dejó sobre la mesa y se tumbó en el sofá con las manos detrás de la cabeza.
—¿Por dónde empiezo?
— Por el principio — sugirió ella— . ¿Cuándo dejaste por primera vez Crooked Oak?
— Hace ya mucho tiempo. Yo tenía por aquel entonces dieciocho años y había dejado de estudiar un año antes para trabajar en la granja de un vecino.
— ¿No te gustó la vida en la granja?
— Sí que me gustó — confesó Jake, que hacía mucho tiempo que no pensaba en aquella etapa de su vida. Era una época que prefería olvidar— . Pero el hombre para el que trabajaba y yo tuvimos ciertas diferencias. De manera que me dio a elegir entre marcharme de la ciudad o denunciarme para que pasase unos cuantos años en la cárcel.
Donna se atragantó.
—¿He oído bien? — consiguió preguntar después de toser varias veces.
— Sí, pero no es lo que estás pensando. El hombre me acusaba de haberle robado, pero eso no era cierto. Lo que en realidad pasó es que su joven mujer se sintió atraída por mí. Ella me hizo proposiciones, pero yo las rechacé.
— ¿Y qué pasó, que le contó a su marido que ibas detrás de ella?
— Así fue. Yo creí que el señor Acklin conocería lo suficiente a su mujer como para saber que aquello no era cierto, pero me equivoqué y no me quedó otra salida que marcharme.
— ¿Y dónde fuiste?
— Recorrí todo el país haciendo todo tipo de trabajos.
Jake pensó que no podía contarle todo, ya que había tenido que hacer ciertas cosas de las que no se sentía orgulloso.
— A los diecinueve años conocí a unos tipos que me ofrecieron trabajar con ellos fuera del país. —¿En qué clase de trabajo?
— Bueno, eran mercenarios. A mí me pareció un trabajo muy excitante y, además, estaba muy bien pagado, así que acepté.
Lo que no iba a contarle a su esposa era que con el dinero ahorrado, hizo fortuna poco tiempo después, ni que, de ese modo, iba a poder comprar su propio rancho. Lo compraría y le seguiría sobrando bastante dinero.
— ¿Y cuánto tiempo estuviste trabajando como mercenario? — Donna sintió un escalofrío solo de pensar en la vida que él había llevado.
— Trabajé como mercenario hasta los treinta años y durante ese tiempo viví a todo tren, gastando mucho dinero, pero finalmente acabé cansándome.
— ¿Y fue entonces cuando te convertiste en un vaquero? — Donna se sirvió un vaso de leche desnatada. No le gustaba la leche, pero desde que se había quedado embarazada de Louisa había tenido que tomar varios vasos al día.
— Sí, estaba de paso en el suroeste cuando en un bar unos vaqueros me dijeron que su jefe necesitaba más gente — Jake no creyó oportuno contarle que ese día se emborrachó y se peleó por una rubia. Mandó a dos tipos al hospital y sus nuevos amigos tuvieron que sacarlo de la cárcel después de testificar a su favor.
— Yo nunca había entrado en un bar de vaqueros hasta el día en que nos conocimos en el Blue Bonnet Grill — admitió Donna— . Joanie me convenció de que estaría bien probar algo diferente.
Jake se incorporó en el sofá y se volvió hacia Donna.
— Me alegro de que entraras en ese bar. Si no, ahora no tendríamos a Louisa, porque te confesaré que está empezando a gustarme la idea de ser padre.
Luego, se echó a reír cuando vio el gesto de sor— presa de Donna.
— Bueno, aunque es cierto que todavía estoy asustado por la responsabilidad que ello conlleva — admitió Jake.
— Edward y yo habíamos planeado tener dos hijos— Donna cerró los ojos e intentó recordar el rostro de Edward. Un rostro encantador que ella había amado con locura.
Sin embargo, el rostro de Edward aparecía borroso en su mente y, poco a poco, fue sustituido por el de Jake Bishop. Sorprendida, trató de quitar la imagen de su mente.
— Aún sigues enamorada de él, ¿no es así? Aún sigues queriendo a ese hombre a pesar del tiempo pasado — Jake se sentó y se mesó el cabello— . Creo que voy a tomarme otra cerveza.
— ¿Jake?
— ¿Sí?
— Quiero que sepas que durante el fin de semana que pasamos juntos no pensé ni un solo momento en Edward. No te utilicé como un simple sustitutivo.
— Gracias por decírmelo. ¿Quieres que te traiga algo de la cocina?
— ¿Te importaría llevarte la bandeja? Ya he terminado.
Cuando Jake fue a agarrar la bandeja, sus manos se tocaron y Jake bajó la cabeza hacia la de ella.
A Donna se le aceleró el pulso. El iba a besarla.
«Sí, por favor, Jake, bésame>>.
En ese preciso instante, a través del receptor de radio, se oyó el llanto de Louisa. Jake besó la frente de Donna.
— Tu pequeña princesa está llamándonos. ¿Quieres que vaya yo?
— No, iré yo. Supongo que tiene hambre — dijo Donna, poniéndose en pie
— . La bajaré aquí a darle de cenar después de cambiarle el pañal.
—¿Quieres que te prepare un café? Yo voy a tomarme uno mientras te espero.
— Muy bien, gracias.
Jake se encaminó a la cocina. Pensó que había estado bien que la niña les hubiera interrumpido antes de poder besar a Donna. No se habría conformado con un simple beso y sabía que su esposa no estaba preparada ni física ni emocionalmente para acostarse con él.
Una vez en la cocina, se puso a fregar los cacharros y preparó el café. Un cuarto de hora después, regresó al estudio para descubrir que Donna le es— taba dando de mamar a Louisa.
— ¿Quieres tomar el café ya? —preguntó en voz baja.
Ella asintió, de manera que volvió a la cocina a por una taza de café y a por otra cerveza para él.
Ya en el estudio, dejó la taza de café en la mesa junto a la que estaba sentada Donna.
— ¡Vaya! —exclamó ella después de dar un sorbo—, parece que este es otro de tus talentos, señor Bishop. Preparas un café excelente.
— Gracias —contestó él, sentándose en el sofá—, y por cierto, de veras que agradezco que me hayas confesado que durante aquel fin de semana no fui un simple sustitutivo al recuerdo de tu marido.
— Edward es el único hombre al que yo he amado y él único al que podré amar...
«Así que no puedo enamorarme de ti, Jake. Ni de ti ni de ningún otro. El hecho de perder al ser amado es demasiado duro y yo no quiero volver a pasar por la misma agonía».
—Sí, eso ya lo has dejado suficientemente claro —Jake se bebió de un trago la mitad de la cerveza.
— Lo siento, yo... sé que hoy hemos hecho lo que debíamos. Además, los dos vamos a conseguir lo que deseamos. Tú, el establecer lazos con Louisa al ser su padre durante seis meses y yo, el certificado en el que quede reflejado que Louisa es hija legítima.
— Sí, los dos vamos a conseguir lo que deseamos —Jake se acabó la cerveza
— ¿Le molestará a la niña si veo un poco la televisión?
—No creo, pero pon el volumen bajo.
Jake encendió la tele con el mando y comenzó a hacer zaping por todos los canales hasta detenerse en uno de deportes. Claro que los dos iban a conseguir lo que querían. Por supuesto que sí. Pero en realidad, lo que él deseaba era una noche de bodas en la línea del fin de semana que habían pasado juntos el verano anterior. «Pero Donna sigue amando a Edward Fields».
Donna se puso a cantarle algo a la niña mientras la amamantaba. Ya nunca más se arrepentiría del tórrido fin de semana que había pasado con Jake porque esa preciosa niña había sido fruto de él. Por ella, cualquier cosa merecería la pena, así que no le había importado en absoluto casarse. Sin embargo, Jake no tenía motivos para estar tan contento, ya que en seis meses pasaría a poder ver solo a la niña de vez en cuando.
— ¿Te ha dicho el señor Henry cuánto pide por su rancho? —preguntó Donna en voz baja, para no molestar a Louisa.
— Sí.
— ¿Y crees que te pondrán alguna pega en el banco para prestarte el dinero?
— ¿Por qué me lo preguntas?
—Bueno, es que estaba pensando en el hecho de que al casarte conmigo me estás haciendo un gran favor y también al fingir ser mi marido de verdad y...
— Es que soy tu marido de verdad.
— Bueno, ya sabes a lo que me refiero. En cualquier caso, resulta que yo soy una mujer rica y he pensado que podría prestarte el dinero para que compres el rancho del señor Henry. Ya me lo devolverás cuando empieces a obtener beneficios.
Jake se sentó en el sofá y se quedó mirándola fijamente. Entrecerró los ojos hasta que parecieron dos líneas.
— Gracias por tu oferta, pero podré arreglármelas solo. Me he casado contigo por Louisa, así que no me debes nada.
Donna se sintió como si él la hubiera dado un golpe. Trató de sonreír, pero no lo consiguió. Se había dado cuenta de que era un hombre orgulloso. A pesar de no tener mucho dinero, no necesitaba la caridad de ella y se lo dejaba claro con sus palabras y la expresión de su cara.
Luego, Donna devolvió la atención al bebé, que tenía su cabecita húmeda, debido al sudor. Le pasó la mano por los mechones de pelo negro, por ese pelo que era igual que el de Jake. Levantó la vista hacia él, pero él parecía estar absorto en un partido de béisbol que daban en la tele. Donna cerró los ojos y trató de relajarse y de olvidarse de todo. Especialmente, del hombre que estaba tumbado en el sofá.
Jake estaba medio dormido. Se había tomado un par de cervezas y el día había sido muy duro. Había sido el día de su boda. ¡Vaya broma! Volvió la vista 46
hacia Donna y vio que estaba con los ojos cerrados. Se preguntó si estaría dormida con Louisa en sus brazos. La niña estaba dormida plácidamente y tenía su sonrojada mejilla apoyada en el pecho desnudo de Donna. Jake tuvo una erección al ver el pecho de ella.
¡Demonios, ni siquiera podía mirar a aquella mujer sin dejarse llevar por el deseo!
—¿Donna?
Ella se quedó quieta.
Jake se puso en pie, se acercó hasta ella y la tocó el brazo. Ella dio un suspiro y Jake confirmó que es— taba tan dormida como su hija. Así que tomó a la niña en sus brazos y la subió a su cunita. Luego, volvió al estudio.
Pensó si debía despertar a la novia. ¡Dios, estaba tan bella así dormida! Sin poder evitarlo, pasó un dedo por su pezón desnudo, viendo como salía de él un chorrito de leche. El lo chupó y luego se de— tuvo, cubriendo su pecho desnudo.
Finalmente, la tomó en sus brazos.
La llevó escaleras arriba hasta su habitación y la metió en la cama. Le quitó la bata y la dejó a los pies de la cama. Ella se dio la vuelta y se abrazó a la almohada.
Jake decidió que necesitaba una ducha de agua fría, así que se dirigió al baño. Cinco minutos después, salió temblando como una hoja, se secó y se puso un calzón. Cuando regresó al dormitorio, se fijó en que Donna había apartado la colcha y, como el camisón se le había levantado ligeramente, sus largos muslos habían quedado al descubierto.
«Métete en la cama ahora mismo y no la mires más. Y sea como sea, tienes que evitar ponerle la mano encima».
Jake se acostó y se puso lo más apartado de ella que pudo. Se quedó mirando al techo, pensando en que debería evitar la tentación, tanto esa noche como las demás. Donna había sugerido dormir en habitaciones separadas, pero él no había accedido. Había pensado tontamente que, durmiendo en la misma cama, Donna acabaría por volver a desearlo.
Estuvo allí tumbado, sin poderse dormir, largo tiempo. Pero, en un momento dado, Donna se volvió y se abrazó a él, pasando una de sus manos por su pecho desnudo y lleno de vello.
¡Oh, cielos! Eso no era justo. El había estado cuidando de ponerle la mano encima y ella estaba acariciándolo en sueños. Pero, ¿estaría acariciándolo a él o sería a su amado Edward?
Jake apartó el brazo de ella y le dio la espalda. Donna se abrazó a su espalda.
Definitivamente, parecía que no iba a dormir mucho aquella noche.
«Pareces masoquista, Bishop. Prefieres quedarte quieto y sufrir en silencio a tomarla en tus brazos y satisfacer tus deseos».
Poco antes del amanecer, Jake, exhausto y frustrado, se quedó finalmente dormido.