LIBRO SEGUNDO (α)

CAPÍTULO PRIMERO

<LA FILOSOFÍA COMO CIENCIA DE LA VERDAD>[1]

El estudio acerca de la Verdad es difícil en cierto sentido, y en cierto 30sentido, fácil. Prueba de ello es que no es posible ni que alguien la alcance plenamente ni que yerren todos, sino que cada uno logra decir 993balgo acerca de la Naturaleza. Y que si bien cada uno en particular contribuye a ella poco o nada, de todos conjuntamente resulta una cierta magnitud. Conque, si nos hallamos realmente al respecto como decimos con el refrán «¿quién no atinaría disparando a una puerta? 5», en este sentido <la verdad> es fácil; pero el hecho de alcanzarla en su conjunto, sin ser capaces de <alcanzar> una parte <de ella>, pone de manifiesto la dificultad de la misma. Y posiblemente, puesto que la dificultad es de dos tipos,[2] la causa de ésta no está en las cosas, sino en nosotros mismos. En efecto, como los ojos del murciélago respecto 10de la luz del día, así se comporta el entendimiento de nuestra alma respecto de las cosas que, por naturaleza, son las más evidentes de todas.

Por otra parte, es justo estar agradecidos no solamente a aquellos cuyas opiniones uno está dispuesto a compartir, sino también a aquellos que han hablado más superficialmente. Éstos también, desde luego, contribuyeron en algo, puesto que ejercitaron nuestra capacidad intelectual. En efecto, si no hubiera existido Timoteo, careceríamos de 15muchas melodías. Y si no hubiera existido Frinis, Timoteo no habría surgido. Y del mismo modo ocurre con los que han hablado acerca de la Verdad: de unos hemos recibido ciertas opiniones, y otros fueron causa de que surgieran aquéllos.

Por lo demás, es correcto que la filosofía se denomine «ciencia de 20la Verdad». En efecto, el fin de la ciencia teorética es la verdad, mientras que el de la práctica es la obra. Y los prácticos, si bien tienen en cuenta cómo son las cosas, no consideran lo eterno <que hay en éstas>, sino aspectos relativos y referidos a la ocasión presente. Por otra parte, no conocemos la verdad si no conocemos la causa. Ahora bien, aquello en virtud de lo cual algo se da unívocamente en otras cosas posee ese algo en grado sumo en comparación con ellas (por ejemplo: el fuego 25es caliente en grado sumo, pues él es la causa del calor en las demás cosas).[3] Por consiguiente, verdadera es, en grado sumo, la causa de que sean verdaderas las cosas posteriores <a ella>. Y de ahí que, necesariamente, son eternamente verdaderos en grado sumo los principios de las cosas que eternamente son. (En efecto, <tales principios> no son 30verdaderos a veces, ni hay causa alguna de su ser; más bien, ellos <son causa del ser> de las demás cosas.) Por consiguiente, cada cosa posee tanto de verdad cuanto posee de ser.

CAPÍTULO SEGUNDO

<LAS CAUSAS NO SON INFINITAS>[4]

994aEs evidente que hay algún principio, y que las causas de las cosas que son no pueden ser infinitas ni en serie ni en cuanto a sus especies.

En efecto, no es posible, en cuanto a la materia, que esto provenga de esto, y así al infinito (por ejemplo, la carne proviene de la tierra, la tierra del aire, el aire del fuego, y así sin parar), ni tampoco en cuanto a aquello de donde proviene el inicio del movimiento[5] (por ejemplo, el 5hombre es movido por el aire, éste por el sol, el sol por la Discordia, sin que este proceso tenga término alguno). Igualmente, tampoco es posible un proceso infinito en el caso de aquello para lo cual:[6] el pasear es para estar sano, esto para ser feliz, la felicidad para otra cosa. Y lo mismo ocurre en el caso de la esencia.[7] Y es que cuando hay términos 10intermedios de los que hay un último y un primero, necesariamente el primero es la causa de los que vienen detrás de él. En efecto, si tuviéramos que decir cuál de los tres términos es causa, diríamos que el primero y no, desde luego, que el último, puesto que el último no es causa de ninguno. Y tampoco diríamos que el intermedio, pues es 15<causa> de uno solamente (y nada importa si son uno o más de uno, infinitos o limitados). En este tipo de infinitos,[8] y en el infinito en general, son igualmente intermedias todas las partes hasta el término presente. Por tanto, si no hay ninguno primero, no habrá en el total cosa alguna en absoluto.

Pero tampoco es posible un proceso infinito hacia abajo, suponiendo que por arriba tienen principio, de modo que del fuego proviniera 20el agua, de ésta la tierra, y así siempre se generara algún otro género. De dos maneras, en efecto, una cosa «viene de»[9] otra, excluyendo cuando <la expresión «venir de»> se dice en el sentido de «esto sucede después de esto», por ejemplo, de los juegos ístmicos se viene a los olímpicos, sino como el adulto viene del niño al desarrollarse, o bien, como el aire viene del agua. Decimos, ciertamente, que el adulto proviene 25del niño como lo generado de lo que está generándose o lo plenamente desarrollado de lo que está desarrollándose. (Pues siempre hay un estado intermedio: así, el generarse se halla entre el ser y el no ser y, del mismo modo, lo que se está generando se halla entre lo que es y lo que no es. En efecto, el que aprende se está haciendo sabio, y esto es lo que quiere decir que del que aprende proviene el sabio.) De 30la otra manera <algo proviene de algo> como el agua del aire, cuando uno de los dos términos se destruye. Y de ahí que, en el primer caso, los términos no se invierten entre sí: un niño no proviene de un adulto (en efecto, a partir del proceso de generación no se genera aquello 994bque está generándose, sino <aquello que> existe después del proceso de generación: así, el día proviene del alba, puesto que viene tras él; pero, por lo mismo, el alba no proviene del día). En el segundo caso, por el contrario, los términos se invierten entre sí. En uno y otro caso, sin embargo, es imposible un proceso infinito: en el primer caso, al ser términos intermedios, han de tener necesariamente un fin; en el segundo 5caso, se cambian el uno en el otro, pues la destrucción del uno es la generación del otro. Añádase que es imposible que el término primero se destruya, puesto que es eterno:[10] en efecto, no siendo infinito hacia arriba el proceso de generación, es necesario que no sea eterno el término primero de cuya destrucción se ha generado algo.

Además, «aquello para lo cual» es fin, y tal condición tiene lo que 10no es para otra cosa, sino las demás cosas para ello, de modo que si hay algún fin último, no existirá proceso infinito, y si no lo hay, no existirá «aquello para lo cual». Los que establecen un proceso infinito no se dan cuenta, sin embargo, de que suprimen la naturaleza del Bien (nadie, desde luego, se pondría a hacer nada si no fuera a llegar a un término). Ni habría tampoco Entendimiento en las cosas que son: 15en efecto, el que posee entendimiento actúa siempre para algo y esto constituye un límite, pues el fin es límite.

Pero tampoco es posible reducir la esencia a otra definición cada vez más amplia en su enunciado. En efecto, la <definición> primera lo es en mayor grado, y la más alejada no lo es: y si la primera no es 20<definición de la esencia>, tampoco lo es la siguiente. Además los que así hablan suprimen la ciencia, ya que no es posible saber antes de alcanzar lo que ya no es divisible. Y no es posible conocer: ¿cómo sería posible pensar, en efecto, lo que es infinito en este sentido? No es lo mismo, desde luego, que con la línea: si bien ésta es divisible sin parar, no es posible pensarla, sin embargo, a no ser que uno se detenga (de 25ahí que no se puedan contar los segmentos si se procede dividiéndola al infinito). Pero la materia, incluso, ha de pensarse necesariamente en algo que esté en movimiento.[11] Y nada infinito puede existir, pues, en caso contrario, la esencia de lo infinito no es infinita.

Por otra parte, si las especies de las causas fueran infinitas, tampoco en este caso sería posible conocer. En efecto, pensamos que sabemos cuando tenemos conocimiento de las causas. Pero lo infinito por 30adición no puede recorrerse en un tiempo finito.

CAPÍTULO TERCERO

<EL LENGUAJE HA DE ACOMODARSE A LO HABITUAL Y A LAS EXIGENCIAS DE CADA CIENCIA>[12]

El éxito de las lecciones depende de los hábitos <del auditorio>. Exigimos, desde luego, que las cosas se digan como estamos habituados, y las que se dicen de otra manera no parecen las mismas, sino más difíciles 995ade conocer y más extrañas, al no ser habituales. Y es que lo habitual, en efecto, es más fácilmente cognoscible. Y cuánta fuerza tiene lo habitual, lo ponen de manifiesto, a su vez, las leyes; en éstas lo fantástico e infantil tiene más fuerza,[13] a causa de la costumbre, que el conocimiento 5acerca de ellas. Los hay que no aceptan lo que se dice a no ser que uno hable con lenguaje matemático, otros a no ser que se pongan ejemplos, y otros, en fin, exigen que se aduzca el testimonio de algún poeta. Y unos quieren que en todos los casos se hable con rigor, mientras que a otros les fastidia el rigor, ya sea por incapacidad para captar 10el conjunto, ya sea a causa de la minuciosidad. La exactitud, en efecto, comporta una cierta minuciosidad, y de ahí que algunos la consideren mezquina, tanto en el caso de los contratos como en el de los razonamientos. Por ello hay que instruirse acerca de qué tipo de demostración corresponde en cada caso, como que es imposible pretender hallar a la vez la ciencia y el método de la ciencia. No es fácil, sin 15embargo, aprender ni lo uno ni lo otro y, por lo demás, no ha de exigirse el rigor matemático al tratar todas las cosas, sino al tratar de aquellas que no tienen materia. Por eso el método <matemático> no es propio de la física. Pues seguramente toda naturaleza tiene materia. Por tanto, ha de examinarse primero qué es la naturaleza. Así, además, se pondrá de manifiesto de qué se ocupa la física, [y si el estudiar 20las causas y los principios pertenece a una ciencia o a más de una].[14]