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Retórica y expresión

Recapitulación y problemas pendientes de análisis

Puesto que son tres las materias que deben tratarse acerca del discurso[832] 1403b—la primera, de dónde han de sacarse las pruebas por persuasión, la segunda, aquello que concierne a la expresión y, la tercera, cómo resulta útil ordenar las partes del discurso—; y puesto que hemos tratado ya, por una parte, a propósito de las pruebas por persuasión, de cuántas fuentes proceden,[833] que son tres, y cuáles son éstas 10y por qué son sólo ellas (pues los que juzgan se persuaden, todos, o bien porque ellos mismos experimentan alguna pasión, o bien porque suponen unas determinadas cualidades en los oradores, o bien porque se les ofrece una demostración); y asimismo hemos tratado ya, por otra parte, a propósito de los entimemas, de dónde deben obtenerse[834] (ya que, de un lado, están las especies de los entimemas y, de otro lado, los lugares comunes), nos queda ahora por hablar acerca de la 15expresión,[835] dado que no basta con saber lo que hay que decir, sino que también es necesario decirlo como se debe, y esto contribuye mucho a que se manifieste de qué clase es el discurso.

Así pues, de conformidad con la naturaleza <del asunto>, al principio investigamos lo que es naturalmente primero, a saber, las materias mismas a partir de las cuales se obtiene la convicción; pero, en segundo 20lugar, <debemos investigar> el modo como estas materias predisponen los ánimos mediante la expresión[836]; y, en tercer lugar —cosa que es potencialmente importantísima y de la que, sin embargo, no nos hemos ocupado todavía—, aquello que concierne a la representación.[837] Ésta, en efecto, se ha desarrollado tarde incluso en la tragedia y en la recitación épica,[838] ya que, en un principio, eran los propios 25poetas quienes representaban las tragedias. Pero es ciertamente claro que también en la retórica se da esto mismo, igual que en la poética, como han tratado ya algunos autores y, entre ellos, Glaucón de Teos.[839]

La representación oratoria

La <representación oratoria> estriba en la voz: en cómo debe usarse para cada pasión —o sea, cuándo fuerte y cuándo baja y mesurada—; en cómo <hay que servirse> de las entonaciones[840] —es decir, agudas algunas veces, graves y mesuradas otras—; y en qué ritmos <conviene 30emplear> para cada caso. Pues tres son, en efecto, las cosas que entran en el examen: el tono, la armonía y el ritmo.[841] Así es, poco más o menos, como los <oradores> ganan sus premios en los certámenes, e, igual que en éstos, los actores consiguen ahora más que los poetas, así también ocurre en los debates políticos, debido a los vicios de las formas 35de gobierno.[842] Sin embargo, sobre esta materia todavía no hay un arte establecido, puesto que también lo concerniente a la expresión se desarrolló tardíamente; aparte de que, bien mirado, parece ser éste un 1404aasunto fútil.[843] Pero como todas las materias que se refieren a la retórica se relacionan con la opinión, se ha de poner también cuidado <en este punto>, no por su rectitud, sino por su necesidad. Porque lo justo y nada más que ello <<es>> lo que hay que buscar con el discurso, antes 5que el no disgustar o el regocijar <al auditorio>, y lo justo es ciertamente debatir acerca de los hechos mismos, de suerte que todo lo que queda fuera de la demostración es superfluo.[844] Con todo, al mismo tiempo es potencialmente importante, como ya hemos dicho,[845] a causa de los vicios del auditorio. Y, por lo tanto, lo que concierne a la expresión es también —siquiera sea en una pequeña medida— necesario en toda enseñanza, puesto que para las demostraciones hay diferencias 10en expresarse de un modo u otro. No es, desde luego, que <la diferencia> sea tan grande, sino que todo es cosa de la fantasía y dirigida al oyente;[846] y por eso nadie enseña así la geometría. Pero el caso es que esta <representación oratoria> tiene, cuando se aplica, los mismos efectos que la representación teatral y que, por otra parte, de ella se han ocupado un poco algunos autores, como, por ejemplo, Trasímaco en 15sus Conmiseraciones.[847] Además, la representación teatral es un don de la naturaleza y bastante poco susceptible de arte, mientras que, en lo que concierne a la expresión, queda dentro del arte. Y por ello, los que tienen esta habilidad consiguen premios en su turno, así como también algunos oradores por lo que se refiere a la representación. Pues, en efecto, hay discursos escritos que tienen más fuerza por su expresión que por su inteligencia.[848]

Antecedentes históricos y estado de la cuestión

Así pues, los que al principio iniciaron este movimiento fueron, como 20es natural, los poetas, puesto que los nombres son imitaciones y, por otra parte, la voz es, de todos nuestros órganos, el más adecuado a la imitación.[849] Y en razón de esto se constituyeron las artes: la recitación épica y la representación teatral, además de otras. Ahora bien, como los poetas, aun diciendo vaciedades, parecían conseguir fama a causa de su expresión, por este motivo la expresión fue en un principio poética, 25como la de Gorgias;[850] y aún hoy la mayoría de los que carecen de ilustración piensan que los que mejor hablan son los que usan esta clase de expresión. Pero esto no es así, sino que la expresión en el discurso es diferente que en la poesía. Y lo prueba lo que luego ha sucedido, 30dado que ni siquiera los autores de tragedias emplean ya el mismo modo de expresarse, sino que, así como cambiaron del tetrámetro al yambo, por ser éste, entre los metros, más semejante a la prosa[851] que los demás, así también, entre las palabras, abandonaron todas aquellas que están fuera del lenguaje corriente, con las que adornaban sus poemas sus predecesores y, aun hoy, los que todavía componen 35hexámetros.[852] Por eso resulta ridículo imitar a los que ya ahora no se sirven de esa manera de expresarse, de modo que está claro que nosotros no tenemos que examinar en rigor todo lo que cabe decir acerca de la expresión, sino sólo lo que <cabe decir> acerca de la clase de expresión que corresponde a los discursos. Por lo demás, de la otra clase de expresión hemos tratado ya en la Poética.[853]

2

Virtudes de la expresión. La claridad

De la claridad en el estilo: la expresión adecuada

1404bDemos, pues, por establecidas teóricamente estas cuestiones[854] <propias de la Poética> y propongamos por definición que una virtud de la expresión es la claridad[855] (pues un signo de esto es que si un discurso no hace patente algo, no cumplirá su función). Ni <debe ser> vulgar ni más pretenciosa de lo debido, sino la adecuada;[856] la poética, en efecto, no es vulgar, pero tampoco es adecuada para el discurso. Por su parte, 5de entre los nombres y verbos, producen claridad los específicos,[857] mientras que todos los otros nombres que se han tratado en la Poética[858] provocan una expresión, no vulgar, pero sí adornada.

Lo que se aparta de los usos ordinarios consigue, desde luego, que <la expresión> aparezca más solemne, pues lo mismo que les acontece a los hombres con los extranjeros y con sus conciudadanos, eso mismo les ocurre también con la expresión. Y por ello conviene hacer algo 10extraño el lenguaje corriente, dado que se admira lo que viene de lejos, y todo lo que causa admiración, causa asimismo placer.[859] Ahora bien, la poesía tiene muchos recursos de esta clase, que le son ajustados (puesto que ella se sitúa en una mayor lejanía respecto de los temas y personas de que trata el discurso); pero, en cambio, en la prosa sencilla 15estos recursos son mucho más pequeños, porque también es más pequeño el tema de sus proposiciones. E incluso en la poesía, si un esclavo o un jovenzuelo hablan con rebuscamiento, o si esto se hace sobre un asunto insignificante, la cosa resulta muy poco adecuada. No obstante, también en la prosa lo adecuado se logra mediante concentraciones y amplificaciones[860] y por esta razón debe ocultarse que se hace, a fin de que no parezca que se está hablando artificiosamente, sino con 20naturalidad (porque esto es lo que resulta convincente, al contrario que lo otro, dado que ante el que <así habla>, como si nos estuviese tendiendo una trampa, sentimos la misma prevención que ante los vinos mezclados):[861] tal era el efecto que producía la voz de Teodoro[862] frente a la de los demás actores, pues la suya parecía ser la del mismo que hablaba, mientras que la de los otros resultaba ajena <a sus personajes>. 25Y, por lo demás, <el artificio> queda muy bien disimulado, si se compone seleccionando las palabras del lenguaje usual, al modo como lo hace Eurípides,[863] que fue el primero en mostrarlo.

La selección de palabras

Como el discurso se compone de nombres y de verbos y como hay tantas especies de nombres cuantas hemos establecido teóricamente en los libros sobre la poesía,[864] de entre ellos los desusados, los compuestos y los neologismos[865] es preciso usarlos poco y en pocas partes (dónde, 30lo diremos luego;[866] y en cuanto a por qué, ya lo hemos dicho: porque por su tendencia a la elevación se apartan de lo adecuado); en cambio, los nombres específicos, los apropiados y las metáforas[867] son los únicos útiles para la expresión propia de la prosa sencilla. Un signo de esto es que sean únicamente ellos los que usa todo el mundo.[868] Porque, en efecto, todos hablan a base de metáforas, nombres apropiados y nombres 35específicos, de modo que es evidente que, si uno hace bien sus discursos, el resultado será algo extraño, cabrá disimular <su artificio> y tendrá claridad. Y ésa era la virtud del discurso retórico.[869] Por lo 1405además, de entre los nombres, los homónimos son útiles para el sofista (pues en ellos basa sus fraudes) y los sinónimos,[870] para el poeta. Por mi parte, llamo específicos y sinónimos a, por ejemplo, «caminar» y «andar», porque ambos son específicos y sinónimos entre sí.

Las metáforas

Qué son cada uno de estos términos y cuántas especies hay de metáforas, así como que todo este asunto es de la mayor importancia, tanto en 5la poesía como en el discurso, son cosas que han sido ya tratadas, como dijimos, en la Poética.[871] Pero en el discurso conviene esforzarse tanto más en ellos cuanto que el discurso dispone de muchos menos recursos que la poesía. La claridad, el placer y la extrañeza los proporciona, 10sobre todo, la metáfora, y ésta no puede extraerse de otro.[872] Pero además hace falta que los epítetos y las metáforas se digan ajustadamente <a sus objetos>; y esto se consigue partiendo de la analogía.[873] De no ser así, la cosa aparecerá poco adecuada, porque como más se manifiestan los contrarios es enfrentándolos mutuamente. Hay, pues, que examinar, más bien, que, así como un vestido púrpura <es ajustado> a un joven, qué <lo podrá ser> a un viejo (pues el mismo vestido no es desde luego adecuado para ambos). Si lo que se pretende es hacer más hermoso algo, la metáfora habrá de sacarse de lo que hay mejor dentro 15del mismo género; y si es censurar, de lo que haya peor. Pongamos por ejemplo que, puesto que los contrarios se dan dentro del mismo género, el decir que el que mendiga suplica o que el que suplica mendiga,[874] dado que en ambos casos media una petición, significa hacer lo que he dicho; al modo como Ifícrates llamaba a Calias «mendicante de la diosa», 20en vez de «porta-antorcha»,[875] a lo que éste replicó que <Ifícrates> no estaba iniciado en los misterios, pues, de lo contrario, no le habría llamado «mendicante de la diosa», sino «porta-antorcha»: ambos términos son, en efecto, relativos a la divinidad, pero uno es honorable y, el otro, deshonroso. E igual <sucede con> los que algunos llaman «bufones de Dionisio»,[876] mientras que ellos se llaman a sí mismos «artistas» (ambas denominaciones son también metáforas, la una <dicha> 25por quienes pretenden desprestigiar y, la otra, al contrario). Como asimismo los piratas se autodenominan ahora «proveedores», razón[877] por la cual es posible decir del que ha cometido un delito, que ha cometido un error, o del que ha errado, que ha delinquido, y también del que roba, que en realidad sustrae y se suministra.

En cambio, lo que dice el Télefo de Eurípides:

reinando sobre el remo y desembarcando en Misia,[878]

30no es adecuado, supuesto que «reinar» excede en dignidad <al objeto en cuestión>; y eso ciertamente no pasa desapercibido.

Por otra parte, también en las sílabas cabe cometer un error, si ellas no son signos de una voz agradable, como cuando en sus versos elegíacos llama Dionisio Calco[879] a la poesía «grito de Calíope», por ser, una y otro, voces: ésta es una metáfora sin valor, †hecha sobre voces que no sirven como signos.[880]† Además, tampoco conviene tomar las metáforas de cosas que resultan lejanas, sino de las que son del mismo 35género y similar especie, nombrando así lo que se deja sin nombrar, lo cual, una vez declarado, se hace evidente que pertenece al mismo género. Por ejemplo, en el famoso enigma:

vi a un hombre que emplastaba con fuego bronce sobre un hombre.[881]1405b

Este padecimiento[882] carece, en efecto, de nombre, pero las dos cosas significan una cierta aplicación de algo; y así llamó «emplasto» a la aplicación de la ventosa. En general, de los enigmas que están bien hechos pueden obtenerse metáforas idóneas, porque las metáforas apuntan a un 5enigma, de modo que <en esto> se hace evidente que están bien traídas.[883]

Asimismo, <las metáforas deben sacarse> de cosas bellas. Y, por su parte, la belleza del nombre, como dice Licimnio,[884] reside o en el sonido o en lo significado por él; e igualmente, su fealdad. Ahora bien, todavía hay un tercer punto[885] (…) que refuta el argumento sofístico. Y es que, en efecto, no es verdad, como decía Brisón,[886] que nadie pueda decir palabras obscenas, toda vez que tiene el mismo significado decir 10una cosa en lugar de otra. Esto es ciertamente falso, porque hay nombres más específicos que otros, y también de mayor semejanza y más apropiados, para que el hecho salte a la vista.[887] Además de que, no estando en una disposición semejante,[888] significan ya una cosa ya otra, de modo que también por esto hay que aceptar que un nombre 15es más bello o más feo que otro; porque ambos significan, efectivamente, lo bello o lo feo, pero no que la cosa sea bella o fea; o bien <significan> esto mismo, pero entonces en mayor o menor grado. Las metáforas hay que sacarlas, pues, de ahí: de las cosas que son hermosas o por la voz o por su capacidad o bien <porque lo son> para la vista o para cualquier otro sentido. En todo caso, hay una diferencia en decir: «aurora, la de rosados dedos»[889] mejor que «la de purpúreos dedos»; y todavía estaría peor «la de dedos colorados».20

Los epítetos y los diminutivos

También en los epítetos[890] cabe hacer aplicaciones de algo malo o vergonzoso, como es el caso, por ejemplo, de «matricidad»; pero asimismo de algo excelente, como, por ejemplo, «vengador de su padre».[891] Y Simónides, cuando el vencedor en una carrera de mulas le ofreció un salario pequeño, excusó hacerle un poema, como si le disgustara dedicar un poema a unas mulas; pero cuando le pagó lo suficiente, cantó:25

Yo os saludo, hijas de yeguas de huracanados pies[892]

por más que también de asnos eran hijas.

A su vez, cabe igualmente designar algo por medio de diminutivos. No obstante, lo que consigue el diminutivo es hacer más pequeño lo malo y lo bueno, como cuando Aristófanes bromea en los 30Babilonios,[893] <diciendo> en vez de oro, orito; en lugar de vestido, vestidito; en vez de insulto, insultito; y en lugar de enfermedad, dolencita. En esto, sin embargo, hay que ser cauto y tener en uno y otro caso sentido de la medida.[894]

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La esterilidad en la expresión

Causas de la esterilidad en la expresión: I) los términos compuestos

35La esterilidad[895] en el estilo radica en cuatro <causas>. Ante todo, en los nombres compuestos.[896] Por ejemplo, los que <emplea> Licofrón:[897] «cielo multirrostroso de la tierra altiencumbrada» y «costa angostifran-queable». O lo que Gorgias[897bis] llamaba «musimendicantiaduladores, 1406aperjuros y bienjuradores». O lo que <dice> Alcidamente[898] acerca de «el alma llena de cólera y rostrifueguicoloreada»; o sobre que pensaba que el celo de ellos llegaría a ser «finilogrador», o que había alcanzado en sus discursos una persuasión «finilogradora»; y también que la superficie 5del mar era «rostriazulada». Todos estos términos tienen, en efecto, una apariencia poética a causa de su composición.

II) Los términos inusitados

Ésta es, pues, una primera causa. Otra radica en el uso de palabras inusitadas,[899] como cuando Licofrón[900] llama a Jerjes «hombre monstruo» y a Escirón «hombre debelador»; o cuando Alcidamante[901] <habla> de «juguetes en la poesía», de la «presunción de la naturaleza» y de que «está amolado por una ira no mezclada de inteligencia».10

III) Epítetos improcedentes

La tercera causa es emplear epítetos largos, inoportunos o repetidos. En la poesía, en efecto, es adecuado decir «blanca leche»:[902] pero en el discurso, algunos de éstos no son demasiado adecuados y otros, si se prodigan en exceso, terminan por confundir y manifiestan a las claras que se trata de poesía. Aunque en verdad conviene a veces emplearlos (pues transforman el uso ordinario y prestan alguna extrañeza a la 15expresión), con todo se debe acertar con ellos en la medida, puesto que pueden provocar un daño mayor que el hablar a la ligera: esto último no está ciertamente bien, pero lo primero está mal. Y ésta es la causa de que <la expresión> de Alcidamente aparezca tan estéril, porque emplea epítetos tan repetidos, tan exagerados y tan obvios que no sirven ya 20para sazonar, sino para engordar.[902bis] Por ejemplo, no <dice> «sudor», sino «sudor húmedo»; ni «a los juegos del Istmo», sino «a la solemne asamblea del pueblo en los juegos del Istmo»; ni «leyes», sino «soberanas leyes de las ciudades»;[903] ni «a la carrera», sino «con el impulso a correr del alma»; ni tampoco «inspiración de las musas», sino «habiendo recibido de la naturaleza la inspiración de las musas». Además, 25<llama> «sombría» a la preocupación del alma; y no <dice> «artífice del gusto», sino «artífice del gusto y dispensador del placer del auditorio»; y no «se ocultó en el ramaje», sino «en el ramaje del bosque»; ni «envolvía su cuerpo», sino «el decoro de su cuerpo». Y también <habla 30del> «deseo contraimitador del alma» (lo cual es una palabra compuesta a la vez que un epíteto, por lo que da lugar a un término poético) e, igualmente, del «extravagente exceso del vicio».

Por esta razón, los que hacen discursos al modo poético, por no ser esto adecuado, caen en el ridículo[904] y en la esterilidad; así como también en la falta de claridad a causa de su palabrería, porque cuando se amontonan <las palabras>, el que comprendía ya algo termina por 35perder la claridad merced al oscurecimiento resultante. Por lo demás, los hombres emplean palabras compuestas cuando hay algo que carece de nombre y cuando el término admite bien la composición, como 1406bes el caso de «pasatiempo». Pero si esto <se hace> con mucha frecuencia, el resultado es completamente poético. Por tal motivo, pues, una expresión a base de palabras compuestas es utilísima a los poetas ditirámbicos (ya que éstos son ampulosos), mientras que las palabras inusitadas lo son a los épicos (dado que <la épica> es grave y arrogante) y las metáforas a los yámbicos (de las que, en efecto, se sirven ahora, 5como ya hemos dicho).[905]

IV) Metáforas inadecuadas

Todavía hay una cuarta causa de esterilidad que radica en las metáforas. Porque, ciertamente, también hay metáforas que no son adecuadas: unas porque son ridículas (dado que también los comediógrafos emplean metáforas) y, otras, porque son en exceso graves y trágicas.[906] Por otra parte, las hay que carecen de claridad, si <están traídas> de muy lejos, como <ocurre con> las de Gorgias: «pálidos y anémicos sucesos 10»; o «vergonzosamente sembraste, dañina cosecha recolectas». Todo esto es demasiado poético. O lo que <dice> Alcidamante sobre que la filosofía es «fortificación de la ley»;[906bis] y que la Odisea es «bello espejo de la humana vida»; y, aún, «sin aplicar tal juguete a la poesía». Todos esos procedimientos no son, desde luego, aptos para la persuasión por lo que ya hemos dicho. Y, por lo demás, lo que Gorgias le <dijo> a una golondrina que volaba, después que dejó caer sobre él su 15excremento, entra en el mejor <estilo> de los trágicos: «—Realmente vergonzoso —le dijo—, oh Filomela».[907] Lo que había hecho, en efecto, no era vergonzoso para un pájaro, pero sí lo era para una muchacha: razón, pues, tenía el reproche dirigiéndolo a lo que <ella> fue, mas no a lo que es ahora.

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Sobre el uso de las imágenes

Definición de las imágenes. Su escasa utilidad para el discurso

La imagen es también una metáfora, pues se distingue poco de ella.[908] 20Cuando se dice de Aquiles[909] que «se lanzó como un león» se está ante una imagen; en cambio, cuando <se dice> «se lanzó león», esto es una metáfora; porque, por ser ambos valientes, es por lo que, trocando los términos, se le ha llamado león a Aquiles.[910] La imagen es útil en el discurso, pero pocas veces, dado su carácter poético. Y, por otra parte, 25hay que aplicarlas como las metáforas, puesto que son metáforas y sólo se diferencian en lo que hemos dicho.

Ejemplos de imágenes y convertibilidad con las metáforas

Son imágenes, por ejemplo, la que Androción <dirigió> a Idrieo, <diciéndole> que era semejante a los perrillos que quedan libres de sus ataduras; pues éstos se tiran a morder, e Idrieo, liberado de sus cadenas, 30se comportaba con ferocidad.[911] Por lo mismo, Teodamante comparó a Arquidamo con un Éuxeno que, analógicamente, no supiera geometría; pues también Éuxeno sería un Arquidamo con conocimientos de geometría.[912] Asimismo <son imágenes> las que <se leen> en la República de Platón sobre que los que expolian a los cadáveres se 35parecen a los perrillos, que muerden las piedras sin tocar a los que las tiran[913]; la que, refiriéndose al pueblo, <dice> que es semejante a un marinero fuerte, pero sordo;[914] y la que, en relación con los versos de 1407aalgunos poetas, <afirma> que son parecidos a los jóvenes que carecen de belleza,[915] pues los unos, cuando pierden la flor de su juventud, y los otros, cuando pierden el ritmo, ya no parecen los mismos. También <son imágenes> las que Pericles <dedicó> a los de Samos acerca de que se asemejaban a los niños, que toman la papilla, pero llorando; y a los beocios, <de quienes dijo> que eran iguales que los tejos, pues los 5tejos se descuartizan con su propia madera y los beocios también, combatiéndose mutuamente.[916] Y, asimismo, la que <dijo> Demóstenes[917] en relación al pueblo: que es semejante a los que se marean en barco. De igual modo Demócrates[918] comparó a los oradores con las nodrizas, que se toman ellas la papilla y luego se la dan a los niños con su saliva. Y, así también, Antístenes comparó al flaco Cefisodoto 10con el incienso, pues, al consumirse, da buen olor.[919]

Ahora bien, a todos estos <ejemplos> se les puede llamar lo mismo imágenes que metáforas, de modo que todos aquellos que son celebrados cuando se los dice como metáforas, es evidente que lo serán también como imágenes; y lo mismo las imágenes, como metáforas con falta de una palabra.[920] Por lo demás, es siempre preciso que la metáfora 15por analogía pueda convertirse también en dos términos que sean iguales por su género. Por ejemplo, si la copa es «escudo de Dioniso», entonces es ajustado llamar «escudo» a la copa de Ares.[920bis]

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La corrección en la expresión

Cinco condiciones para la expresión correcta

20Así pues, el discurso se compone de estos elementos. Pero el principio de la expresión es hablar correctamente.[921] Y ello reside en cinco <requisitos>.

I. En primer lugar, en las conjunciones;[922] o sea, en que se pongan como por su naturaleza les corresponde ir, delante y detrás unas de otras. Tal es el caso de algunas que así lo exigen, como el mén y el egô mén exigen el y el ho dé.[923] Por otra parte, deben corresponderse mutuamente mientras se tiene memoria de ellas y no situarlas muy 25alejadas ni poner ninguna conjunción antes de la conjunción que es necesaria, porque sólo en muy pocas ocasiones es eso ajustado. «Yo, por mi parte, después que me habló (pues Cleón llegó suplicándome y pidiéndome), me marché llevándomelos.» En este ejemplo, muchas conjunciones están puestas, ciertamente, antes de la conjunción 30que es requerida; y si hay mucho de por medio antes del «me marché», <la frase> resulta oscura.

II. El primer requisito radica, pues, en el buen empleo de las conjunciones. En cuanto al segundo, consiste en expresarse con los términos particulares y no con otros que los contienen.[924]

III. El tercer <requisito> es no usar palabras ambiguas.[925] A no ser que se pretenda precisamente lo contrario, que es lo que se hace cuando no se tiene nada que decir y se finge que se dice algo.[926] Las gentes 35de esta clase dicen entonces esas palabras en estilo poético, como Empédocles[927]; pues los rodeos embaucan con su abundancia y los oyentes quedan impresionados, como el vulgo ante los adivinos: cuando éstos se expresan con ambigüedades, asienten, en efecto, con la cabeza. <Por ejemplo>:

Creso, habiendo pasado el Halis, destruirá un gran reino.[928]

Y como, <si se habla> en general, los errores son menores, por eso los 1407badivinos se refieren mediante términos genéricos al asunto que tratan. Porque uno puede tener suerte en el juego de pares y nones, si dice pares o nones, mejor que si dice la cantidad fija; y lo mismo <si dice> que algo sucederá, más bien que cuándo sucederá. Que es la razón por la que los intérpretes de oráculo no concretan nunca el cuándo. Todas 5estas <ambigüedades> son, por consiguiente, semejantes, de manera que, si no es por una causa precisa, deben evitarse.

IV. El cuarto <requisito> consiste en distinguir, como Protágoras, los géneros de los nombres:[929] masculino, femenino y neutro; pues también esto debe aplicarse rectamente. <Por ejemplo>: «una vez llegada ella y cuando ya quedó concluida su conversación, se marchó».

V. Y el quinto <requisito> radica en nombrar rectamente lo múltiple, 10lo poco y lo uno.[930] <Por ejemplo>: «cuando ellos vinieron, me golpearon».

La corrección en el lenguaje escrito

Por otra parte, lo que se escribe debe ser, en general, bien legible y pronunciable —lo que es lo mismo—, cosa que no proporcionan ni la abundancia de conjunciones ni los <textos> que, como los de Heráclito, son difíciles de puntuar.[931] Trabajoso es, ciertamente, puntuar a Heráclito, porque resulta oscuro a cuál de los dos miembros, al de delante o al de detrás, corresponde <una palabra>. Por ejemplo, en el 15comienzo mismo de su obra dice: «siendo éste el discurso siempre los hombres llegan a ser ignorantes».[932] Y desde luego es oscuro en relación a cuál de los dos miembros <<debe>> puntuarse el «siempre». También produce solecismo[933] el no hacer la atribución <adecuada>; es decir, si a dos términos no les une el que es ajustado a ambos. Por 20ejemplo, a «ruido» y «color» no les es común «ver»; les es común «percibir». Por lo demás, también <se produce> falta de claridad, si uno habla sin poner lo que va primero, pretendiendo intercalar muchas cosas; como, por ejemplo, «iba, después de hablarle, tal cosa y tal otra y de esta manera, a marcharse», en vez de «después de hablarle, 25iba a marcharse y entonces sucedió tal y tal cosa y de esta manera».

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La solemnidad en la expresión

A la solemnidad[934] de la expresión contribuyen los siguientes recursos:

I. Emplear una oración en lugar de un nombre;[935] por ejemplo, no <decir> «círculo», sino «superficie equidistante desde el centro». Lo contrario es la concisión,[936] o sea, poner en lugar de una oración, un nombre. En el caso de que haya algo vergonzoso o no adecuado, entonces, si <<lo>> feo está en la oración, debe decirse el nombre; y si está en el 30nombre, la oración.

II. Hacer patentes las cosas por medio de metáforas y epítetos, pero evitando lo poético.[937]

III. Poner en plural lo singular, como hacen los poetas, que, siendo un solo puerto, lo mismo dicen:

a los puertos aqueos.[938]

O también:

de la carta estos numerosos pliegues.[939]35

IV. No unir palabras, sino <ponerle> a cada cosa la suya: «de la mujer, de la nuestra». Pero si se pretende la concisión, al contrario: «de nuestra mujer».[940]

V. Expresarse con conjunciones; y si se pretende la concisión, sin ellas, con tal que <la frase> no quede sin articular.[941] Por ejemplo: «después 1408ade caminar y hablar»; o bien: «después de caminar, hablé».

VI. Asimismo, es útil el <recurso> de Antímaco: hablar de aquello que el objeto no posee. Como lo hace a propósito del Teumeso:

Es una pequeña cumbre batida por los aires,[942]

pues así puede amplificarse hasta el infinito. También en relación así a 5los bienes como a los males es de aplicación este mismo <recurso> de <decir> lo que el objeto no posee, <utilizándolo> en un sentido u otro según sea más útil. Y de aquí sacan nombres los poetas, como «melodía sin cuerdas y sin lira», que, efectivamente, obtienen a partir de las privaciones <del objeto>. Pues este <recurso> tiene mucha aceptación cuando se emplea en las metáforas fundadas sobre la analogía, como, por ejemplo, cuando se dice que la trompeta es «una melodía sin lira».

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La expresión adecuada

Tres condiciones que hacen adecuada a la expresión

La expresión será adecuada siempre que exprese las pasiones y los 10caracteres y guarde analogía con los hechos establecidos.[943]

Ahora bien, hay analogía si no se habla desmañadamente de asuntos que requieren solemnidad, ni gravemente de hechos que son banales, ni se le ponen adornos[944] a una palabra sencilla. En caso contrario, aparece <una expresión> propia de la comedia. Que es, en efecto, 15lo que hace Cleofonte,[945] pues algunas cosas las formula como si dijese: «augusta higuera».

Por otra parte, la expresión refleja las pasiones, si, tratándose de un ultraje, se muestra llena de ira; si de actos impíos y vergonzosos, cargada de indignación y reverencia religiosa; si de algo que merece elogios, con admiración; y si de algo que excita la compasión, con humildad. E igualmente en los demás casos. Además, la expresión apropiada 20hace convincente el hecho, porque, por paralogismo,[946] el estado de ánimo <del que escucha> es el de que, quien así le habla, le está diciendo la verdad: en asuntos de esta clase, en efecto, <los hombres> están dispuestos de tal modo que tienden a creer, incluso si el orador no se halla en esa misma disposición <<al hablar>>, que los hechos son como él se los dice; y, así, el que escucha comparte siempre con el que habla las mismas pasiones que éste expresa, aunque en realidad no diga nada. Éste es el motivo por el que muchos arrebatan al auditorio hablando a voces.25

Finalmente, esta misma exposición fundada en signos es también expresiva del talante, cuando le acompaña <una expresión> ajustada[947] a cada género y a cada modo de ser. Llamo aquí género[948] al que corresponde por la edad —como, por ejemplo, el de un niño, el de un hombre maduro y el de un anciano—, y por ser mujer u hombre, o de Laconia o Tesalia. Y modo de ser[949] a aquello según lo cual cada uno es de una determinada manera en su vida, pues no a todo modo de ser corresponde que las vidas sean de la clase que son. Por lo tanto, si se 30dicen las palabras apropiadas al modo de ser, se representará el talante, puesto que desde luego no suelen hablar de la misma manera el rústico y el instruido. A los oyentes, por lo demás, esto les despierta en alguna medida las pasiones; y también <las fórmulas> de que con tanta insistencia se sirven los logógrafos,[950] como: «¿quién no lo sabe?», 35«todos los saben». El que escucha, en efecto, asiente avergonzado, a fin de participar en aquello de que todos los demás <participan>.

Oportunidad y uso retórico de estas condiciones de la expresión

1408bEl emplear oportuna o inoportunamente <estos recursos> es común a todas las especies. No obstante, un remedio conocidísimo contra todo exceso es que uno mismo debe tomar la delantera en dirigirse las críticas,[951] porque entonces da la impresión de que está diciendo la verdad, dado que no se le oculta lo que hace. Además, no hay que 5hacer uso de la analogía en todos los recursos a la vez (pues de ese modo <el artificio> pasa desapercibido al oyente).[952] Quiero decir que si, por ejemplo, las palabras son duras, no es ajustado entonces a la voz y al rostro serlo también, porque, de lo contrario, se hace patente lo que es cada una de estas cosas. En cambio, si unas veces <se procede> de una manera y otras no, aun haciendo lo mismo, pasa desapercibido. 10De todos modos, si se dice con dureza lo que es suave o con suavidad lo que es duro, el resultado no es convincente.[953]

Por otra parte, <el uso de> los nombres compuestos y la profusión de epítetos y palabras extrañas es ajustado, sobre todo, a los que hablan expresando las pasiones. Porque al que está lleno de ira se le perdona que hable de «un mal grandiceleste» o que diga «monstruoso»;[954] y, lo mismo, al que ya ha captado a los oyentes y les ha hecho entusiasmarse, sea con elogios o censuras, sea con ira o amistad, como, por ejemplo, hace Isócrates al final de su Panegírico, <diciendo> «nombradía 15y memoria» y «quienesquiera que osaron».[955] Tales cosas se prefieren cuando ya se está en pleno entusiasmo, de modo que es claro que <los oyentes> las aceptan porque también están en esa misma disposición. Y por eso son igualmente ajustadas a la poesía; porque la poesía nace de una inspiración. Por lo tanto, éste es el modo como debe utilizarse <este recurso>; o bien de una manera irónica, como hablaba Gorgias[956] 20y como <los ejemplos que se ponen> en el Fedro.[957]

8

Sobre el ritmo

Necesidad del ritmo para el discurso

La forma de la expresión no debe ser ni métrica ni arrítmica.[958] Lo primero, en efecto, no resulta convincente (porque da la impresión de artificioso) y al mismo tiempo distrae, pues hace que <el oyente> esté sólo pendiente de cuándo volverá otra vez la cadencia. Ocurre, pues, como con los niños, que a la pregunta de los heraldos «¿a quién escoge 25el liberto por patrón?» se adelantan a responder «¡A Cleón!».[959] En cambio, la falta de ritmo comporta lo indeterminado[960] y es preciso que haya determinación, aunque no sea en virtud de la métrica, pues lo indeterminado no es ni placentero ni inteligible. Ahora bien, aquello que determina a todas las cosas es el número. Y el número propio de la forma de la expresión es el ritmo, del que también los metros son 30divisiones.[961] Por eso el discurso debe tener ritmo, aunque no tenga metro, pues entonces sería un poema. Tal ritmo no debe ser, con todo, exacto; y ello se conseguirá si sólo lo es hasta cierto punto.

Clases de ritmo. El peán, único adecuado para el discurso

Entre los ritmos, el heroico[962] es grave, pero carece de armonía para la lengua hablada. El yambo, en cambio, constituye la expresión de la mayoría (y, por eso, es de todos los metros el más usado al hablar), pero <el discurso> debe ser grave y capaz de conmover.[963] Por su parte, el troqueo 35está demasiado próximo al córdax, lo que manifiestan claramente los tetrámetros, que, en efecto, son un ritmo de carrera.[964] Queda, pues, 1409ael peán, que empezó a utilizarse a partir de Trasímaco, como en secreto, no sabiéndose entonces decir en qué consistía.[965] Ahora bien, el peán es una tercera <clase de> ritmo y sigue a los ya citados, puesto que en él se da <una relación> de tres por dos, mientras que en aquéllos, en el 5primero, <la relación> es de uno por uno y, en el segundo, de dos por uno. De semejantes proporciones es el sesquiáltero; y tal es el peán.[966] Así pues, el resto <de los ritmos> hay que dejarlos de lado por las razones dichas y porque son métricos, y en cambio adoptar el peán, porque es el único de los ritmos citados que no tiene metro, de suerte que es también el que pasa más desapercibido.

Análisis del ritmo peánico

10Se utiliza ahora, de todos modos, un único peán al principio <<y al final>>, a pesar de que el final debe distinguirse del principio. Ahora bien, existen dos especies de peán, opuestas mutuamente, de las cuales una es ajustada al principio, como de hecho la emplean. Y ésta es la que se inicia con una larga y termina con tres breves. <Así>:

Nacido en Delos, o si Licia…[967]

15Y también:

De dorados cabellos, Flechador hijo de Zeus.[967b]

Pero la otra es al contrario; comienza con tres breves y pone al final la larga:

tras la tierra y las aguas, la noche ocultó el Océano.[967c]

y ésta es la que compone el final. La breve, en efecto, como es incompleta, hace que se produzca un corte. En cambio, debe acabarse con la larga y que el final resulte claro, no por obra del copista o del parágrafo,[968] 20sino del ritmo.

Así pues, queda ya dicho que la expresión debe tener buen ritmo[969] y no ser arrítmica; e, igualmente, cuáles ritmos y dispuestos de qué modo producen un buen ritmo.

9

Sobre la construcción de las frases

Expresiones coordinativa y correlativa

La expresión es, por fuerza, o coordinativa y ligada por medio de una 25conjunción, como los preludios de los ditirambos,[970] o correlativa y semejante a las antístrofas de los poetas arcaicos.[971] Expresión coordinativa es ciertamente la antigua (pues antes la empleaban todos, aunque 30ahora ya no muchos);[972] y, por otra parte, llamo coordinativa a la que en sí misma no tiene fin, si no es que concluye el asunto de que se habla. Pero <esta expresión> no produce placer a causa de su indeterminación, ya que todos desean apercibir el final. Y ello por la misma razón por la que <los corredores> se agotan y desfallecen en las curvas; porque mientras ven la meta no se cansan.

En esto consiste, pues, la expresión coordinativa. En cuanto la correlativa, es <la que se distribuye> en períodos.[973] Llamo período a la expresión 35que tiene en sí misma un principio y un fin propios, así como una extensión abarcable de una mirada. Y esto es placentero y fácilmente 1409bcomprensible. Placentero, porque es lo contrario de la indeterminación y porque <con ella> siempre cree el oyente que tiene a su alcance y se le propone algo determinado, mientras que no prever ni poder completar nada resulta desagradable. Y fácilmente comprensible, porque cabe 5memorizarlo bien, lo cual <sucede> en virtud de que la expresión periódica posee número,[974] que es lo más fácil de memorizar por todos. Ésta es también la razón de que los metros se recuerden mejor que la prosa, ya que tienen un número con el que se miden. Conviene, no obstante, que el período termine †al mismo tiempo que el pensamiento†[975] y que no sea cortado en dos, como los yambos de Sófocles:

Calidón es esta tierra, de la región de Pélope…[976]10

Porque cabe, en efecto, entender lo contrario de lo que se propone con la división, como <ocurre> en el verso citado; es decir, que Calidón esté en el Peloponeso.

Análisis del período

El período, por su parte, o bien está compuesto de miembros, o bien es simple.[977] El <período> de miembros constituye una expresión terminada, 15divisible y fácil de decir sin ahogo, pero no por referencia a sus divisiones †como el período†,[978] sino como un todo (una de cuyas partes es el miembro). En cuanto al <período> simple, llamo así al de un solo miembro. Los miembros y los períodos no deben ser, de todas maneras, ni recortados[979] ni muy largos. Los cortos, en efecto, a menudo hacen tropezar al oyente (pues es forzoso que le resulte como un tropezón debido a un obstáculo, cuando, dirigiéndose él hacia delante, hacia el término de la medida cuyo límite conoce, se tira de él hacia atrás, porque <el orador> ya ha 20concluido). En cambio, los muy largos hacen que el oyente se quede retrasado, al modo como los que dan la vuelta demasiado lejos del poste: éstos, desde luego, se quedan atrás de sus compañeros de marcha.[980] De manera semejante, por lo demás, los períodos muy largos terminan siendo ellos solos un discurso[981] y se parecen al preludio <de un ditirambo>, 25con lo que llega a suceder lo que Demócrito de Quíos satirizaba en Melanípides, por haber compuesto preludios en vez de antístrofas:

Contra sí mismo maquina males este hombre, al maquinarlos contra otro,

puesto que un largo preludio es lo peor para un poeta.[982]

Por supuesto, esto mismo es también ajustado decirlo en contra de los 30miembros largos. Y en cuanto a los excesivamente breves, no forman período y, por lo tanto, aturden al oyente.

Miembros divididos y miembros equilibrados

Es propio de la expresión que se compone de miembros el estar unas veces dividida y, otras veces, equilibrada.[983] Está dividida, por ejemplo, 35en: «muchas veces he admirado a los que convocaron las fiestas solemnes y a los que instituyeron los juegos gimnásticos».[984] En cambio, 1410aestá equilibrada, cuando cada uno de los miembros, o bien se presentan como contrarios uno de otro, o bien uno de ellos se opone a los demás como contrarios. Por ejemplo: «a todos les fueron provechosos, a los que se quedaron y a los que les acompañaron, pues a los unos les proporcionaron más de lo que poseían en su patria, y a los otros les 5dejaron en la patria medios de vida suficientes».[985] Aquí son contrarios el «quedarse» y el «acompañar», así como «suficiente» y «más». En: «de modo que para los que necesitan riquezas y para los que pretenden disfrutar…»,[986] el disfrute se opone a la posesión. Otros ejemplos son: «a menudo sucede en tales asuntos que los sensatos fracasan y los insensatos triunfan».[987] «En seguida fueron dignos del premio y no mucho 10después obtuvieron el poderío del mar.»[988] «Navegar en tierra firme y caminar sobre el mar después que hubo tendido un puente sobre el Helesponto y hecho un canal en el monte Atos.»[989] «A los que eran ciudadanos por naturaleza, por ley les privaron de la ciudadanía.»[990] «Pues unos perecieron miserablemente y otros salvaron la vida con 15oprobio.»[991] «En privado emplear a bárbaros como esclavos y oficialmente no preocuparse de que muchos de nuestros aliados están reducidos a esclavitud.»[992] «O poseerla vivos o dejarla tras de sí después de muertos.»[993] Y asimismo lo que uno dijo contra Pitolao y Licofrón en el tribunal: «éstos, cuando estaban en su país, os vendían y ahora que 20están en el vuestro, os han comprado».[994] Todos estos ejemplos cumplen las <características> dichas. Y, por lo demás, una expresión como ésta resulta placentera, tanto porque los contrarios son muy comprensibles —y, enfrentados entre sí, más comprensibles todavía—, como también porque se asemeja a un silogismo, dado que la refutación consiste efectivamente en una unión de opuestos.[995]

Parísosis y paromoíosis

Así es, pues, la antítesis. Por su parte, hay parísosis si los miembros son iguales:[996] y paromoíosis, si cada uno de los dos miembros tiene semejantes 25sus extremos.[997] Tal <semejanza> es preciso que se dé o en el principio o en el fin: en el principio, la tienen siempre los nombres; y en el final, las últimas sílabas, o las desinencias de un mismo nombre, o el propio mismo nombre. En el principio, son de esta clase: «porque recibió de él un campo infértil».[998] O:30

Sensibles eran a los regalos y aplacables por las palabras.[999]

Y en el final: «No hubieras creído que él hubiese engendrado un niño, sino que el niño era él mismo».[1000] «Con las más grandes preocupaciones y las más pequeñas esperanzas[1001] Tratándose de las desinencias de un 35mismo <nombre>: «¿merece que se les levante una estatua hecha con bronce, a él que ni siquiera es merecedor de una moneda de bronce?».[1002] Tratándose del propio mismo nombre: «mientras vivió, hablabas mal de él, y ahora también lo pones mal por escrito».[1003] Y tratándose de las sílabas: «¿qué sensación terrible habrías tenido, si la pereza humana hubieses percibido?».[1004]

1410bEs también posible que todas estas <características> se den conjuntamente y que un mismo <miembro> contenga antítesis, parísosis y homoiotéleuton.[1005] En cuanto a los principios de los períodos, están casi todos enumerados en los libros de Teodectes.[1006] Y, por lo demás, hay también falsas antítesis, como, por ejemplo, la del verso de Epicarmo:

5A veces estaba yo en casa de ellos, a veces junto a ellos.[1007]

10

La elegancia retórica

Punto de partida: el gusto de aprender

Puesto que hemos ya definido las anteriores materias, nos corresponde ahora tratar de las expresiones que son elegantes[1008] y tienen una mayor aceptación.[1009] El componerlas es propio, ciertamente, de quien posee una buena disposición natural y está ejercitado en ello; pero también es cosa que puede mostrarse de conformidad con <nuestro> método. Hablaremos, pues, de este asunto y haremos las correspondientes enumeraciones. Pero establezcamos <antes> que nuestro principio es 10éste; a saber: que un fácil aprendizaje es, por naturaleza, placentero a todos[1010] y que, por otra parte, los nombres significan algo, de modo que aquellos nombres que nos proporcionan alguna enseñanza son también los que nos procuran un mayor placer. Hay, sin duda, palabras que nos son desconocidas, mientras que las específicas las conocemos ya; pero lo que principalmente consigue el <resultado dicho> es la metáfora.[1011] Porque, en efecto: cuando se llama a la vejez «paja»,[1012] se produce una enseñanza y un conocimiento por mediación del género, 15ya que ambas cosas han perdido la flor. Esto mismo lo consiguen también, a decir verdad, las comparaciones de los poetas, por lo que, si <se aplican> bien, el resultado es elegante. Pues la comparación es, como antes se dijo,[1013] una metáfora que sólo se diferencia por un añadido puesto delante. Mas, por ello mismo, causa menor placer a causa de su mayor extensión y porque, además, no nombra una cosa como siendo otra. Y no es esto ciertamente lo que el espíritu busca.[1014]20

Criterios de la elegancia retórica: la inteligencia y la expresión

En consecuencia, son forzosamente elegantes tanto la expresión como los entimemas[1015] que nos proporcionan una rápida enseñanza. Por eso, ni los entimemas superficiales gozan de reputación (pues llamamos superficiales a los que son por completo evidentes y nada hay que discurrir), ni tampoco los que, una vez enunciados, resultan ininteligibles, sino sólo aquellos en los que o bien el conocimiento tiene lugar 25al mismo tiempo que los decimos, aunque no se hubiera producido antes, o bien se retrasa poco su inteligencia. Porque <en estos últimos> se da como una enseñanza, mientras que en los otros no se da ninguno de los dos resultados <dichos>.

Así pues, atendiendo a la inteligencia de lo que se expresa, tales son los entimemas que tienen mayor aceptación. Mas, atendiendo a la expresión, <esto mismo se debe>, por una parte, a la forma, si es que se enuncian por medio de oposiciones, como, por ejemplo en: «considerando 30que la paz, común para todos los demás, era para sus intereses privados una guerra»,[1016]donde se oponen «guerra» y «paz». Y, por otra parte, a los nombres, si es que contienen una metáfora (con tal que no sea ni extravagante, porque sería difícil de percibir, ni superficial, porque entonces no produce ninguna impresión) y si ella logra, además, que <el objeto> salte a la vista[1016bis], ya que conviene que se vea lo que se está haciendo más bien que lo que se tiene intención de hacer. 35Por lo tanto, en resumen, tres son las cosas a las que debe tenderse: metáfora, antítesis y nitidez.[1017]

Excurso sobre las metáforas que se fundan en la analogía

De las cuatro clases de metáforas[1018] que existen, las mejor consideradas 1411ason las que se fundan en la analogía, como la que Pericles pronunció acerca de que la juventud caída en la guerra «había sido arrancada de la ciudad igual que si se arrebatase del año la primavera».[1019] También Leptines <decía> a propósito de los lacedemonios que no se debía permitir 5que la Hélade quedase tuerta.[1020] Cefisódoto, cuando Cares se ocupaba en rendir cuentas de la guerra de Olinto, se indignaba diciendo que con tal rendición de cuentas se proponía asfixiar al pueblo hasta el ahogo;[1021] y otra vez, exhortando a los atenienses a que pasaran a 10Eubea, afirmó que debían llevarse el decreto de Milcíades como aprovisionamiento.[1022] Ifícrates, después de la tregua que los atenienses hicieron con Epidauro y la región del litoral, se indignó igualmente, diciendo que ellos mismos se habían privado de los viáticos de la guerra.[1023] Pitolao <llamaba> a la nave Paralia, estaca del pueblo y a Sesto 15hucha del Pireo.[1024] Como también Pericles ordenó la destrucción de Egina, legaña del Pireo.[1025] Merocles sostenía que no era él más malo que otro cualquiera —y aquí citaba el nombre de algunos hombres honrados—, pues éstos se dejaban corromper por un interés de tres a uno y él sólo por diez a uno.[1026] Asimismo <sirve de ejemplo> el verso 20yámbico de Anaxándrides sobre las hijas que tardaban en casarse:

Prescritas ya para el matrimonio las doncellas.[1027]

Y también lo que Polieucto dijo con referencia a un tal Espeusipo que estaba aquejado de apoplejía; a saber: que no podía descansar por culpa de su suerte, atado como estaba en un potro de cinco agujeros.[1028] Cefisódoto llamaba a los trirremes molinos policromados[1029] y el Cínico, comidas de camaradas a las tabernas de Atenas.[1030] Por su parte, Esión 25<dijo> que la ciudad se había vaciado sobre Sicilia, lo cual, al mismo tiempo que una metáfora, <hace que el objeto> salte a la vista; y «de manera que gritó la Hélade», que también es hasta cierto punto una metáfora y pone la cosa ante los ojos.[1031] Igualmente, Cefisódoto ordenó que se guardaran de formar grupos;[1032] y eso mismo <recomendaba> Isócrates a los que venían con prisas a las fiestas públicas.[1033]30

Otro ejemplo es el que <se lee> en el Epitafio: que sería justo que sobre la tumba de los que murieron en Salamina rapase su cabeza la Hélade, puesto que con la virtud de aquéllos había sido enterrada la libertad.[1034] Aquí, si se hubiera dicho que era justo llorar por haber sido enterrada la libertad juntamente con la virtud, tendríamos una metáfora 35y <el objeto> saltaría a la vista, pero lo de «con la virtud, la libertad» 1411bcontiene además una cierta antítesis. En cuanto a lo que dijo Ifícrates: «pues el camino de mis palabras pasa por en medio de los hechos de Cares»[1035] es una metáfora fundada sobre una analogía, en la que el «por en medio de» hace que <el objeto> salte a la vista. También 5el dicho de «convocar a los peligros»,[1036] refiriéndose a los que prestan su ayuda en las ocasiones de peligro, es una metáfora que pone la cosa ante los ojos. E igualmente lo que Licoleonte <afirmó> en su defensa de Cabrias: «no teniendo respeto a quien suplica, la imagen de bronce».[1037] Ésta es, desde luego, una metáfora apta para el momento, no para siempre, pero que <hace que el objeto> salte a la vista; porque es cuando 10él está en peligro, cuando suplica la estatua y, entonces, cobra vida lo inanimado: el memorial de las hazañas de la ciudad. Lo mismo <hay que decir> de: «por todos los medios se esfuerzan en pensar modestamente»,[1038] pues «esforzarse» constituye una amplificación; de: «la divinidad encendió la razón, luz en el alma»,[1039] porque ambos <términos> ponen algo en evidencia; y de: «por cierto que no resolvemos 15las guerras, sino que las aplazamos»,[1040] ya que ambas cosas se refieren al futuro, tanto el aplazamiento como una paz de esta clase. Igualmente, el decir que «un buen acuerdo es un trofeo mucho más bello que los que se consiguen en las guerras, puesto que estos últimos se obtienen por pequeñas causas y aun por un solo golpe de suerte y, en cambio, los primeros por la guerra entera»,[1041] ya que ambas cosas 20son signos de victoria. Y también decir que «con la censura de las gentes pagan las ciudades grandes cuentas»,[1042] ya que la rendición de cuentas es una especie de perjuicio, que es conforme a la justicia.

11

Análisis formal de la elegancia retórica

Significado de la expresión «saltar a la vista»

Así pues, que las expresiones elegantes proceden de la metáfora por analogía y de hacer que el objeto salte a la vista, queda ya tratado. Pero <ahora> tenemos que decir a qué llamamos «saltar a la vista» y cómo se consigue que esto tenga lugar. Ahora bien, llamo saltar a la 25vista a que <las expresiones> sean signos de cosas en acto.[1043] Por ejemplo: decir que un hombre bueno es un cuadrado[1044] es una metáfora (porque ambos implican algo perfecto), pero no significa el acto. En cambio, «disponiendo de un vigor floreciente»[1045]comporta un acto. También «a ti, como un animal suelto»[1046]comporta un acto. Y en:

30<<desde allí, pues,>> helenos, lanzándoos con vuestros pies,[1047]

el «lanzándose» es un acto y una metáfora, porque expresa velocidad. Del mismo modo, Homero utiliza también en muchos sitios el recurso de hacer animado lo inanimado por medio de metáforas; pero en todas ellas lo que les da mayor aceptación es que representan un acto. Así, por ejemplo, en:

Una vez más rodaba, desvergonzada, la piedra por la llanura.[1048]

O en:

voló la flecha,[1049]

y:

1412adeseando ardientemente volar.[1050]

O en:

Clavábanse en la tierra, apeteciendo hartarse de carne,[1051]

y:

Penetró la punta de la lanza, ansiosa, en el pecho.[1052]

En todas estas citas, en efecto, por tratarse de cosas a las que se da animación, aparecen en acto; porque el carecer de vergüenza, el desear ardientemente y las demás expresiones comportan actos. Pero 5<Homero> ha podido aplicarlas en virtud de la metáfora por analogía; pues así como es la piedra para Sísifo, así es el desvergonzado para el que sufre su desvergüenza. Por lo demás, este mismo resultado es el que se produce en las aplaudidas imágenes que se refieren a cosas inanimadas:

Curvas que agitan su penacho, unas adelante y otras hacia atrás.[1053]

El hacer vivir <a las olas> les infunde, ciertamente, movimiento; y el 10movimiento es acto.

Requisitos y elementos integrantes de la metáfora

Las metáforas, como ya se ha dicho antes,[1054] hay que obtenerlas de cosas apropiadas, pero no evidentes, igual que en filosofía es propio del sagaz establecer la semejanza[1055] <de dos cosas>, aunque sean muchas sus diferencias. Es como lo que dice Arquitas sobre que es lo mismo un árbitro y un altar, puesto que en ambos se refugia quien ha sufrido 15injusticia.[1056] O como si alguien afirma que un ancla y un gancho son la misma cosa, dado que las dos son iguales, a no ser por la diferencia de que una <sostiene> desde arriba y la otra, desde abajo. Y también lo de «igualar las ciudades»[1057] se aplica lo mismo a cosas que están muy alejadas; a saber, la igualdad en las superficies y en el poder.

Ahora bien, la mayoría de las expresiones elegantes lo son en virtud de la metáfora y en tanto que resultan de conducir a engaño. 20Porque llega a ser más manifiesto precisamente lo que se aprende estando en una disposición contraria; y entonces el espíritu parece decir: «¡Qué verdad era! ¡Yo estaba equivocado!». Por otra parte, también entre los apotegmas las expresiones elegantes resultan de que enuncian lo que no dicen, como aquella de Estesícoro sobre que 25las cigarras les cantarán desde el suelo.[1058] Y por esta misma razón causan placer tanto los enigmas bien hechos[1059] (pues en ellos hay una enseñanza y una metáfora), como lo que Teodoro llamaba decir cosas inesperadas.[1060] Esto último se produce cuando se trata de algo contrario a la opinión común y no conforme —como lo dice este autor— con el parecer que se tenía de antes, al modo de las parodias que se hacen en los chistes (cosa que igualmente tienen capacidad de 30lograr los juegos de palabras, puesto que nos engañan) y también en los versos <cómicos>. La cosa no es, en efecto, como el oyente la suponía:

Caminaba él, teniendo en sus pies… sabañones,[1061]

cuando se esperaba que iba a decir «sandalias». Esto, sin embargo, debe quedar claro al mismo tiempo que se dice. Por su parte, el juego de palabras se propone decir, no lo que dice, sino lo que resulta de cambiar el nombre, como <ocurre>, por ejemplo, en lo que Teodoro dijo contra 35el citarista Nicón: te pertubará; lo que ciertamente parece decir: tracio 1412beres,[1062] y logra engañarte, puesto que dice otra cosa. De ahí que sólo al que le procura una enseñanza le causa esto placer, porque, si no se supone que <Nicón> es tracio, no parecerá que es ésta una expresión elegante. Y lo mismo <sucede> en «quiere devastarlo».[1063] Es preciso, con todo, que los dos sentidos queden expresados satisfactoriamente.

Otro tanto <ocurre> con las expresiones elegantes del tipo de decir que para los atenienses el imperio del mar no es el principio de sus 5males,[1064] puesto que se benefician de él. O como lo que <dijo> Isócrates acerca de que el imperio fue para la ciudad el principio de sus males.[1065] En ambos casos, en efecto, lo que nadie pensaría que se dice, es precisamente lo que se dice y ha de reconocerse que ello es verdad, pues no hay ninguna sabiduría en declarar que «principio» es «principio»; sin embargo, no es de esta manera como se dice, sino de otra, y «principio» no 10expresa lo mismo que dice, sino en sentidos diferentes. En todos estos casos, por lo demás, sólo si se aplica el nombre de manera satisfactoria a la homonimia y a la metáfora, el resultado es bueno. Por ejemplo, en: «Anasqueto no es tolerable» hay una homonimia;[1066] pero sólo es satisfactoria, si la persona es desagradable. Y lo mismo en:

No podrías tú ser más extranjero que lo que debes ser[1067]

<<porque>> «extranjero no más que lo que debes» <se dice> lo mismo 15que «no conviene que el extranjero sea siempre huésped», cuyo significado es, en efecto, diferente. Igual ocurre en el celebrado verso de Anaxándridas:

Bello es morir antes de hacer algo digno de la muerte.[1068]

Esto es lo mismo que decir «digno de morir sin haber merecido morir», 20o «digno de morir no siendo merecedor de la muerte», o «no habiendo hecho cosas que merezcan la muerte».

Así pues, hay una misma especie de estilo en todas estas frases, si bien cuanto más concisamente y más en oposición se dicen, tanto mayor es el aplauso que alcanzan. Y la causa es que la enseñanza es mayor 25en virtud de las oposiciones, y más rápida por obra de la concisión. No obstante, siempre debe atenderse a que la expresión sea rectamente aplicada en relación con aquel de quien se dice[1069] y, también, a si lo dicho es verdadero y no superficial. Porque cabe, desde luego, que estas cosas se den por separado, como, por ejemplo, en: «se debe morir sin haber cometido falta»[1070] o «con una mujer digna debe casarse el 30hombre digno»;[1071] pero nada de esto es elegante, a no ser que contenga los dos <términos> a la vez, como en «digno de morir sin ser digno de la muerte». Por lo demás, cuantas más <cualidades> reúne la expresión, tanto más elegante aparece; o sea, pongamos por caso, si los nombres son metáforas y metáforas de una clase determinada, y además forman antítesis y parísosis y comportan un acto.

Otros recursos estilísticos que se reducen a metáforas

Las imágenes, al menos las que tienen buena aceptación, son también, 35como ya se ha dicho antes,[1072] hasta cierto punto metáforas, ya que siempre se enuncian partiendo de dos <términos>, igual que las metáforas1413apor analogía; por ejemplo: «el escudo —decíamos— es la copa de Ares»[1073] y «el arco es una lira sin cuerdas».[1074] Lo que decimos de este modo no es, ciertamente, simple, mientras que llamar al arco lira y al escudo copa, eso es simple. Ahora bien, es así como se hacen las comparaciones, o sea, <llamando> a un flautista, «mono»; o a un miope, «candil en día de lluvia», por cuanto uno y otro hacen guiños.[1075] Pero además <la comparación> es buena, cuando incluye una metáfora; 5porque efectivamente es posible hacer con la copa de Ares la imagen del escudo o con los harapos de una casa la imagen de la ruina; y también decir que Nicérato es un Filoctetes mordido por Pratis, según la comparación que hizo Trasímaco, al ver que Nicérato, después que fue vencido en una recitación épica por Pratis, andaba con la melena 10larga e incluso sucio.[1076] En este punto es donde principalmente fracasan los poetas, si no lo hacen bien, y donde adquieren celebridad, si logran acertar; quiero decir, cuando llevan a cabo una atribución. <Tal es el caso de>:

Como el perejil, así de torcidas lleva las piernas

y:

como Filamón luchando con su rival, el saco de boxeo.[1077]

15Todas las de esta clase son, pues, imágenes. Y que las imágenes implican metáforas, lo hemos dicho ya muchas veces.

Por otra parte, los refranes son también metáforas de especie a especie.[1078] Por ejemplo, si uno lleva a otro a su casa, persuadido de que va a obtener un bien y luego sale perjudicado, se dice: «como el 20de Cárpatos con la liebre».[1079] Porque ambos sufrieron lo que acaba de decirse. Por lo que se refiere a de dónde se obtienen las expresiones elegantes y por qué, se ha dado ya razón, poco más o menos, de todo ello. Y en cuanto a las más celebradas hipérboles, son asimismo metáforas,[1080] como aquella que <dice> a propósito de un hombre lleno de cardenales: «pensarías que era un cesto de moras»; porque los cardenales son, en efecto, morados, y en la cantidad está la exageración. De otro lado, también la frase «como esto y lo otro» <introduce> hipérboles, 25que sólo se diferencian por la expresión.[1081] <Por ejemplo>: «como Filamón luchando con su rival, el saco de boxeo». O: «como el perejil, así de torcidas lleva las piernas», y: «pensarías que no tiene 30piernas, sino perejiles, de torcidas que están». Por lo demás, las hipérboles poseen un aspecto juvenil, por la mucha vehemencia que manifiestan.[1082] Y por eso las dicen principalmente los que están dominados por la ira:

Ni aunque me diese tantos regalos como granos hay de polvo y arena,

ni siquiera así tomaría por esposa a la hija del Atrida Agamenón,

aunque ella rivalizara en belleza con la dorada Afrodita

y en sus trabajos con Atenea.[1083]35

Esto no es, desde luego, cabal que lo diga un viejo. [De este recurso se 1413bsirven, sobre todo, los oradores áticos.][1084]

12

La expresión y los géneros oratorios

Diferencias de expresión según los géneros oratorios. Discursos hablados y escritos

Conviene no olvidar que a cada género se ajusta una expresión diferente. No es lo mismo, en efecto, la expresión de la prosa escrita que la de los debates, ni la oratoria política que la judicial.[1085] Ahora bien, 5es necesario conocer estas dos: una es para saber expresarse correctamente[1086] y, la otra, para no sentirse obligado a permanecer en silencio, si es que se quiere comunicar algo a los demás, cosa a que se ven reducidos los que no saben escribir. La expresión escrita es mucho más rigurosa, mientras que la propia de los debates se acerca más a la 10representación teatral[1087] (y de tal expresión hay dos especies: la que expresa los caracteres y la que expresa las pasiones).[1088] Ésta es la razón de que los actores anden a la busca de esta clase de dramas, así como los poetas a la busca de esta clase de <actores>; aunque también están muy difundidos los <poetas> que son aptos para la lectura, como, por ejemplo, Queremón[1089] (pues es exacto como un logógrafo) o Licimnio,[1090] el que compone ditirambos. Y, si se enfrentan, «los discursos» 15escritos aparecen cohibidos en los debates, y los de los oradores que hablan bien, vulgares cuando los tenemos entre las manos. La causa de esto es que, en los debates, son ajustadas las maneras propias de la representación teatral, por lo que, si <los discursos> prescinden de esa representación, como no cumplen su tarea específica, resultan 20lánguidos.[1091] Así, por ejemplo, la ausencia de conjunciones[1092] y el repetir muchas veces lo mismo[1093] son cosas que se rechazan con toda rectitud en el estilo de la prosa escrita, pero no en el de los debates, y de hecho los oradores las emplean, puesto que vienen bien para la representación.

Procedimientos adecuados para la representación oratoria: variación, repetición, asíndeton y polisíndeton

Ahora bien, cuando se repite una misma cosa, es necesario realizar alguna variación,[1094] lo que viene como a abrir el camino a la representación: «éste es el que os ha robado, éste es el que os ha engañado, éste es el que entregaros ha estado maquinando hasta el final».[1095] Y lo que también 25hacía Filemón, el actor,[1096] cuando en la Gerontomaquia de Anaxándridas, reiteraba: «Radamantis y Palamedes»;[1097] o cuando repetía: «yo», en el prólogo de Los Piadosos. Porque, en efecto, si estas cosas no van acompañadas de representación, resulta lo del que lleva la viga.[1098]

Con la falta de conjunciones ocurre lo mismo. «Llegué, le encontré, 30me puse a rogarle»: para esto es, desde luego, preciso actuar y no decirlo con un mismo talante y entonación, como si únicamente se tratase de una frase. Además, la falta de conjunciones tiene una propiedad y es que parece que, en un mismo tiempo, se dicen muchas cosas; porque la conjunción hace de muchas cosas una sola, de modo que, si se prescinde de ella, es evidente que resultará lo contrario: una sola cosa será muchas. Hay aquí, por lo tanto, una amplificación:[1099] 1414a«Vine, le hablé, le supliqué —(parecen muchas cosas)—, despreció cuanto le dije». Es lo mismo que quiso conseguir también Homero con aquello de:

Nireo de Sime… Nireo, hijo de Aglaya… Nireo, el más hermoso.[1100]

Porque aquel de quien se dicen muchas cosas, forzoso es que se le 5nombre muchas veces; y, por lo tanto, si <se le nombra> muchas veces, ha de parecer que de él <se dicen> muchas cosas. De este modo, mencionándolo en una sola ocasión, ha enaltecido <Homero a Nireo>, en virtud de tal paralogismo,[1101] y lo ha hecho digno de recuerdo, sin volver después a mencionarlo en ningún otro lugar.

Clases de expresión correspondientes a los géneros oratorios

Así pues, la expresión propia de la oratoria política es enteramente semejante a una en perspectiva,[1102] pues cuanto mayor es la muchedumbre, 10más lejos hay que poner la vista; y, por eso, las exactitudes son superfluas y hasta aparecen como defectos en una y otra. En cambio, la <expresión> propia de la oratoria judicial es más exacta.[1103] Y más aún cuando el que juzga es uno solo, porque las posibilidades de la retórica son entonces mínimas, al quedar más a las claras lo que es apropiado a la causa y lo que es ajeno a ella, de modo que el debate sobra y el juicio es más limpio. Por tal razón, los oradores mejor considerados no son los mismos en todos estos <géneros>, 15sino que allí donde principalmente hay representación, allí hay menos exactitud. Que es lo que sucede donde <se dan> voces y, sobre todo, grandes.

En cuanto a la expresión de la oratoria epidíctica, ella es la más propia de la prosa escrita, puesto que su función <se cumple en> la lectura.[1104] Y la segunda en esto es la oratoria judicial.

Fin del análisis sobre la expresión: apelación al justo medio

Prolongar más el análisis de la expresión, <diciendo> que debe ser 20placentera y magnificente,[1105] resultaría inútil. Pues, ¿por qué iba a ser esto preferible a la moderación, a la liberalidad y a cualesquiera de las otras virtudes propias del talante? Por otra parte, lo que ha quedado dicho es obvio que logrará, si se han definido con rectitud las virtudes de la expresión,[1106] que ésta cause placer; porque, en efecto, ¿cuál es la causa de que deba ser clara, y no vulgar, sino adecuada? 25Desde luego, si es prolija, no será clara, y tampoco si peca de concisión, sino que es evidente que lo que se ajusta mejor es el término medio.[1107] Y, así, causarán placer las <cualidades> estudiadas, si se hace una buena mezcla con todas ellas: con los nombres usuales y los extraños, con el ritmo y con la persuasión que nace de una expresión adecuada.

Con esto, pues, queda ya tratado lo que concierne a la expresión, 30tanto lo que es común a todos los géneros, como lo que es propio de cada uno de ellos. Resta ahora que nos ocupemos de la disposición de las partes <en el discurso>.

13

Las partes del discurso

Dos son las partes del discurso, ya que por fuerza se ha de exponer la materia de que se trata y, además, hay que hacer su demostración.[1108] Por ello es imposible hablar sin demostrar o demostrar sin hablar previamente; porque demostrar implica algo que demostrar y decir algo 35previamente tiene por causa demostrarlo. De estas dos partes, una es la exposición y otra la persuasión, del mismo modo que se distingue entre el problema y la demostración.[1109] Pero en la actualidad se hacen divisiones ridículas.[1110] Pues, en efecto: la narración es, a lo más, sólo propia del discurso forense; pero en el epidíctico y el político, ¿cómo va a ser posible que haya una narración como la que dicen? ¿O cómo <puede 1414bhaber> impugnación de la parte contraria o epílogo en los discursos epidícticos? Por otra parte, el exordio, el cotejo de argumentos y la recapitulación se dan, ciertamente, a veces en los discursos políticos, cuando hay posturas contradictorias; y <ello es> desde luego así en cuanto que muy a menudo <contienen> acusaciones y defensas, pero 5no en cuanto a la deliberación.[1111] En cambio, el epílogo ni siquiera se da en todos los discursos forenses; por ejemplo, si es pequeño o fácil de recordar, pues sucede que así acortan su longitud.

Por lo tanto, en resumen, las partes necesarias son sólo la exposición y la persuasión. Éstas son, pues, las propias;[1112] y, a lo máximo, exordio, exposición, persuasión y epílogo.[1113] Porque la impugnación 10de la parte contraria queda dentro de las pruebas por persuasión y el cotejo de argumentos es una amplificación de los argumentos de uno mismo, de manera que también es una parte de las pruebas por persuasión (puesto que el que tal hace, lo hace para demostrar algo); lo que no pasa, sin embargo, con el exordio y el epílogo, sino que éstos <se ponen> para refrescar la memoria. Si alguien, pues, distinguiera todas estas clases de partes, ocurriría lo que entre los discípulos de Teodoro,[1114] quienes consideraban como cosas distintas la narración, la posnarración y la prenarración; o la refutación y la sobrerrefutación. 15Por lo demás, sólo si menciona una especie y una diferencia debe ponerse un nombre; en caso contrario, el resultado es huero y cae en la charlatanería, que es lo que hace Licimnio en su Arte[1115] cuando da nombres como proflación, divagación y ramas.[1116]

14

El exordio

Definición

El exordio es el comienzo del discurso, o sea, lo que en la poesía es el prólogo y en la música de flautas, el preludio: todos éstos son, efectivamente, 20comienzos y como preparación del camino[1117] para lo que sigue después.

El exordio en el género epidíctico

El preludio es, por cierto, igual que el exordio de los discursos epidícticos. Porque los flautistas, cuando interpretan un preludio que están en disposición de tocar bien, lo enlazan con la nota que da el tono;[1118] y así es también como <el exordio> debe escribirse en los discursos epidícticos, 25puesto que, una vez que se ha dicho abiertamente lo que se quiera,[1119] a ello hay que darle el tono y saber enlazarlo, que es lo que hacen todos <los oradores>. Un ejemplo es el exordio de la Helena de Isócrates,[1120] donde nada hay en común que sea pertinente a los argumentos erísticos y a Helena. Y, por lo demás, si, a la vez que esto, se hace una digresión, también ello es ajustado, a fin de que no todo el discurso sea de la misma especie.

30Ahora bien, lo que se dice en los exordios de los discursos epidícticos se saca de un elogio o de una censura (como Gorgias en su Discurso Olímpico: «Dignos sois de que os admiren, varones helenos»,[1121] donde elogia a los que instituyeron las fiestas solemnes; mientras que 35Isócrates los censura, porque honraron con recompensas las excelencias del cuerpo y, en cambio, no instauraron ningún premio para los hombres de buen sentido).[1122] También <puede sacarse el exordio> de la deliberación (como, por ejemplo: que hay que honrar a los buenos y que ésta es la causa de que uno mismo haga el elogio de Aristides; o que <hay que honrar> a esa clase de hombres que nadie celebra y que, no careciendo de virtud, sino siendo buenos, resultan unos desconocidos, como Alejandro, el hijo de Príamo:[1123] <el que así habla> está dando, ciertamente, consejos). Y, además, <pueden sacarse> también de los exordios forenses, es decir, de aquellos que se dirigen al oyente para el 1415acaso de que el discurso vaya a tratar de algo contrario a la opinión común, o de algo muy difícil, o ya muy repetido por muchos,[1124] cosas todas por las que se han de pedir disculpas. Como Quérilo:

Ahora, cuando ya está repartido todo…[1125]

Así pues, los exordios de los discursos epidícticos se obtienen de lo siguiente: 5del elogio, de la censura, del consejo, de la disuasión y de las disculpas dirigidas al auditorio.

El exordio en el género judicial

Lo que da el tono al discurso puede serle o bien extraño o bien apropiado.[1126] Por lo que se refiere a los exordios de los discursos forenses, hay que admitir la misma potencialidad que los prólogos de los dramas 10y que los exordios de los poemas épicos (pues los de los ditirambos se asemejan, más bien, al <exordio> de los discursos epidícticos, <como en>: «por ti, y por tus regalos, despojos, en suma, de los enemigos»).[1127] En los discursos <<judiciales>>[1128] y en las recitaciones épicas se da una muestra del discurso, a fin de que por adelantado se conozca sobre qué va a versar el discurso y no quede en suspenso su inteligencia; 15porque lo indefinido favorece la dispersión. El que pone, pues, el comienzo algo así como en las manos, logra que después se le siga en el desarrollo del discurso. Que es la razón de:[1129]

Canta, oh diosa, la cólera…

Del hombre, oh musa, dime…

Y también de:

Llévame a otro relato, a cómo desde la tierra de Asia

llegó a Grecia una inmensa guerra…[1130]

Los trágicos aclaran, asimismo, de qué va a tratar el drama y, si no 20abiertamente, como en los prólogos de Eurípides, <lo hacen>, al menos, como Sófocles:

Mi padre era Pólibo…[1131]

Y de igual manera la comedia. Por consiguiente, la función más necesaria y propia del exordio es mostrar la finalidad por cuya causa se dice el discurso (por eso si el asunto es obvio y de poca monta, el exordio no resulta útil).25

Materias del exordio que son marginales al discurso: nota sobre los «remedios» retóricos

En cuanto a las otras especies que se usan, en realidad consisten en remedios[1132] y son comunes <a todos los géneros>. Dichas especies, por su parte, tienen su origen o en el que habla, o en el auditorio, o en el asunto, o en el adversario. Las que conciernen a uno mismo y al adversario son aquellas que sirven para disolver o para propiciar la sospecha (pero no <se usan> en los dos casos del mismo modo: para el defensor, en efecto, es prioritaria la referencia a la sospecha, mientras 30que, para el acusador, constituye un tema del epílogo;[1133] y la razón no es oscura, puesto que al que se defiende le es forzoso retirar los obstáculos ya desde el mismo momento en que se presenta ante el tribunal, de suerte que tiene que disolver antes que nada la sospecha; en cambio, al que acusa le es preciso dar pábulo a la sospecha en el epílogo, para que quede más grabada en la memoria). Los <remedios> que 35se relacionan con los oyentes nacen o bien de conseguir su benevolencia o bien de provocar su ira,[1134] y, algunas veces, de atraer su atención o de lo contrario. Porque, desde luego, no siempre es conveniente llamar su atención, por lo que muchos intentan hacerles reír. Todos estos medios llevan, si uno quiere, a una buena comprensión <del discurso>; y, lo mismo, el presentarse como un hombre honrado,[1135] porque a los que son tales se les atiende con más interés.

1415bAhora bien, lo que se pone más interés en atender son los asuntos importantes, los propios, los que despiertan admiración y los que resultan placenteros y, por eso, el discurso debe inspirar la idea de que trata de esta clase de cosas. Por el contrario, si no se quiere que el auditorio atienda, <la idea que debe inspirarse es> que se trata de algo de poca monta, que nada tiene que ver con ellos y que es molesto. De todos 5modos, conviene no olvidar que todos estos medios son marginales al discurso y que, en efecto, se dirigen a un oyente de poca valía, que presta audiencia a lo que está fuera del asunto. Porque, si no es así el caso, para nada es preciso el exordio, sino que basta con decir los puntos capitales del asunto, para que éste, a manera de un cuerpo, tenga también cabeza.[1136] Pero, además, el llamar la atención es común a todas 10las partes del discurso, en caso de que haga falta; y, ciertamente, en cualquier sitio se dispersa más la atención que al comenzar el discurso, por lo que es ridículo exigirla al comienzo, cuando más atentos están los oyentes. De modo, pues, que allí donde lo requiera la ocasión,[1137] allí hay que decir:[1138] «Atendedme ahora, porque esto no me concierne a mí más que a vosotros»; y también: «pues voy a deciros algo de tal 15manera terrible y tan digno de admiración, como nunca habéis oído». Lo cual equivale —como lo decía Pródico, cuando se le adormilaba el auditorio— a intercalar <<lo>> de las cincuenta dracmas.[1139]

Ahora bien, que esto se dirige al oyente no en cuanto que es oyente[1140] es cosa clara; porque <lo que buscan> todos los oradores en sus exordios <es> o provocar sospechas o refutar la que ellos pueden temer:

Oh soberano, diré que no tanto por la prisa…[1141]20

¿A qué este preámbulo?[1142]

Y esto <lo hacen> los que tienen mal parado el asunto o así lo parece, porque entonces es mejor entretenerse en todas partes antes que en la cuestión. Lo cual es el motivo de que los esclavos no respondan a lo que se les pregunta sino con circunloquios y exordios de todas clases. En cualquier caso, de dónde hay que obtener los medios que hagan benevolente 25al auditorio, es cosa que ya hemos tratado,[1143] así como también de cada uno de los demás temas de esta naturaleza. Mas, puesto que se ha dicho con razón:

Concédeme entrar al país de los feacios como amigo y digno de su piedad,[1144]

éstos son, en definitiva, los dos <sentimientos> a los que hay que tender.

Por su parte,[1145] en los discursos epidícticos conviene hacer pensar al oyente que él queda comprendido en el elogio, bien mencionándolo a él mismo o a su linaje o su profesión, bien de otra manera cualquiera. 30Porque es verdad lo que Sócrates dice en el epitafio;[1146] a saber: que no es difícil elogiar a los atenienses delante de atenienses, sino delante de lacedemonios.

El exordio en el género deliberativo

Los <exordios> de los discursos políticos se extraen de los de la oratoria forense,[1147] si bien por su naturaleza tienen ellos muy poca importancia, 35dado que, <en política>, se sabe de qué va a tratar el asunto y no hay necesidad de exordio. A no ser que éste tenga por causa al propio orador, o a sus adversarios,[1148]o bien no quepa suponer que el asunto tiene la importancia que <el orador> quiere darle, sino una mayor o menor, por lo que se hace preciso favorecer la sospecha o refutarla y, por tanto, amplificar o disminuir la cuestión:[1149] en todos estos casos sí que hace falta un exordio. O, también, cuando el motivo es adornar <el discurso>, supuesto 1416aque, si no lo tuviera, podría parecer improvisado. Que es lo que en el encomio de Gorgias a los de Élide, donde sin previo entrenamiento[1150]ni preparación, directamente comienza: «Élide, ciudad feliz».[1151]

15

Sobre la sospecha en las acusaciones

Lugares comunes para disipar la sospecha

Por lo que atañe a mover a sospecha,[1152] un primer <lugar común> se obtiene de los mismos medios con los que cualquiera puede refutar una suposición capciosa (pues el que ésta resulte de lo que alguien está 5diciendo, o no,[1153] no significa ninguna diferencia, de modo que <el procedimiento> vale universalmente).

Otro lugar común, con vistas a salir al paso de todos los puntos en litigio, <consiste en sostener> o que el hecho no existe, o que no es perjudicial, o no para el <adversario>, o no tanto, o que no es injusto, o no mucho, o que no es vergonzoso o no en grado importante; porque es sobre puntos de esta clase sobre los que tratan los litigios.[1154] Como en 10el caso de Ifícrates contra Nausícrates:[1155] él reconoció, en efecto, haber hecho lo que le imputaba y haber causado un perjuicio, pero no que hubiera cometido una injusticia. También <cabe sostener> que la injusticia cometida lo ha sido en reciprocidad y que si ha sido perjudicial, también fue bella, y que, si causó malestar, fue, en cambio, provechosa, o cualquier otra cosa de este estilo.

Otro lugar común <consiste en decir> que ha sido un error, o una 15desgracia, o algo necesario,[1156] como cuando Sófocles dijo que temblaba, no, según la sospecha que le dirigía su acusador, para parecer viejo, sino por necesidad, puesto que no voluntariamente tenía ya ochenta años.[1157] También cabe poner la causa como réplica, <diciendo> que no se quiso cometer un perjurio, sino otra cosa, y que uno no cometió lo que se sospechaba de él, sino que fue una coincidencia que se produjese 20un daño y que: «justo sería que me odiaseis si hubiera obrado con la intención de que sucediese esto».[1158]

Otro <lugar común resulta de> si el que mueve la sospecha ha estado ya implicado en ella, sea ahora o anteriormente, sea él mismo o alguno de los suyos. Otro, si también están implicadas otras personas de las que se reconoce que no están incursas en la sospecha; por ejemplo: si <fulano> es adúltero porque es aseado, entonces lo será también 25mengano.[1159] Otro, si ya el <acusador>, o incluso uno mismo, movió sospechas contra otros, o si ya se hicieron suposiciones, sin <que hubiera> motivo de sospecha, como las que ahora uno mismo hace, y luego resultó que esas gentes eran inocentes.[1160] Otro más <procede> de devolver la sospecha a quien la ha movido, supuesto que sería absurdo que, si él no es digno de crédito, lo fueran a ser sus palabras. Y otro, si ya ha habido juicio; como en el caso de Eurípides contra Higieno,[1161] que le acusaba, en un proceso de antídosis, de haber cometido impiedad 30por haber escrito recomendando el perjurio:

la lengua pronunció el juramento, mas no juró la mente.[1162]

Eurípides replicó, en efecto, que constituía una injusticia traer a los tribunales reflexiones sacadas de los certámenes de Dioniso, pues ya allí había respondido él de sus palabras, o respondería si querían acusarlo. 35Otro procede, en fin, de acusar con la propia sospecha, de tan grave como es, y ello porque da lugar a otros juicios distintos y porque no es persuasiva para el asunto.[1163]

Lugares comunes adecuados a las dos partes y específicos para fomentar la sospecha

Un lugar común que sirve a ambos <litigantes> es expresar indicios de 1416breconocimiento,[1164] como cuando Odiseo dice, en el Teucro, que éste es pariente de Príamo, puesto que Hesíone es su hermana; a lo que <Teucro responde> que su padre, Telamón, era enemigo de Príamo y que él no había delatado a los espías. Otro <lugar común>, apto éste para el que mueve la sospecha, consiste en elogiar largamente lo pequeño, 5para censurar después en pocas palabras lo importante; o citar previamente muchas bondades y luego censurar la única que beneficia al asunto. Los <procedimientos> de esta índole son los más hábiles desde el punto de vista del arte, y también los más injustos, pues buscan hacer daño valiéndose de los bienes, al mezclarlos con el mal.

Y todavía <otro lugar>, que sirve en común al que mueve la sospecha y al que la refuta, es que, puesto que una misma cosa puede haberse 10hecho por muchos motivos, el que la mueve tome a su cargo los peores y el que la refuta, los mejores. Es como cuando Diomedes escogió como compañero a Odiseo:[1165] el uno <dirá> que fue porque consideraba a Odiseo el mejor; y el otro, que no fue por eso, sino porque 15era el único que no podría ser rival suyo, por carecer de valía.

16

La narración

La narración en los géneros demostrativo y judicial

Queda, pues, tratado lo que concierne a mover a sospecha. En cuanto a la narración,[1166] en los discursos epidícticos no es continua, sino por partes, ya que hay que pasar sucesivamente por todos los hechos de que se compone el discurso.[1167] Consta, en efecto, el discurso de un componente ajeno al arte (dado que el que habla no es para nada causante de los hechos) y otro que, en cambio, sí está sujeto al arte, o sea, 20que es posible, o bien demostrarlo, si no resulta digno de crédito, o bien <establecer> que es de tal naturaleza o de tal cantidad, o bien todas estas cosas juntas. Y ésta es la razón de que, en ocasiones, no convenga hacer una narración toda ella continua, puesto que sería difícil de recordar lo que se demostrase de ese modo.[1168] Por lo tanto, <se debe decir>: de estos hechos se deduce su valor y de estos otros, su sabiduría y su justicia. Esta clase de discurso es más simple, mientras 25que aquél es más colorista, pero no escueto.[1169] Por otra parte, a los hechos muy conocidos basta con recordarlos, por lo que muchos <discursos> no tienen ninguna necesidad de narración. Es como si se quiere hacer el elogio de Aquiles: todos conocen, en efecto, sus acciones y lo que se debe es, más bien, servirse de ellas. En cambio, si se trata de Critias,[1170] entonces sí hay que <hacer la narración>, pues no son muchos los que lo conocen (…).[1171]

30Ahora, sin embargo, se dice, ridículamente, que la narración debe ser rápida.[1172] En verdad que es esto como lo del panadero que preguntaba cómo debía hacer la masa, dura o blanda; «¿Cómo? —replicó <<uno>>—. ¿No es posible en su punto?». Aquí ocurre lo mismo, pues no conviene hacer largas narraciones por la misma razón por la que tampoco deben hacerse exordios ni enunciar pruebas de 35persuasión que sean de mucha longitud. Y para esto, el éxito no reside en la rapidez ni en la concisión, sino en la medida justa;[1173] o sea, en decir aquello que aclara el asunto o que permite suponer que 1417aefectivamente ha sucedido o que con él se ha provocado un daño o cometido un delito, o que la cosa tiene la importancia que se le quiere dar; a lo que el adversario debe oponer las razones contrarias. Por lo demás, también <conviene> añadir a la narración todo lo que dirija la atención, sea a la virtud propia (por ejemplo: «yo le amonestaba 5diciéndole siempre que lo justo es no abandonar a los hijos»), sea a la maldad del adversario (como en: «y él me respondió que, allí donde se encontrara, tendría otros hijos», cosa que, según cuenta Heródoto, respondieron los egipcios desertores),[1174] sea, en fin, a lo que place a los jueces.

Al que se defiende le corresponde, en cambio, una narración más breve.[1175] Pues lo que está aquí en litigio es o que no ha sucedido el hecho, o que no es perjudicial, o que no constituye un delito, o que no tiene tanta importancia. De modo que no se debe perder el tiempo en 10todo aquello sobre lo que hay acuerdo, a no ser que haya que extenderse en cuestiones como que el hecho se cometió, pero que no era injusto.[1176] E incluso conviene referirse <así> a los hechos del pasado, salvo en aquellos casos en que su actualización mueva a sentimientos de piedad o sobrecogimiento.[1177] Un ejemplo es la defensa ante Alcínoo, 15que <Ulises> cuenta a Penélope en sesenta hexámetros.[1178] Y también lo que Failo[1179] hace en el poema cíclico, así como el prólogo del Eneo.[1180]

La expresión de caracteres

Es útil, por otra parte, que la narración exprese el talante,[1181] lo cual se logrará si sabemos qué es lo que infunde carácter. Ahora bien, un medio es hacer evidente la intención: la clase de talante corresponde a la clase de intención y, a su vez, la clase de intención a la finalidad.[1182] Por 20ellos, los discursos matemáticos no expresan los caracteres, porque no implican ninguna intención[1183] (no se constituyen, en efecto, por ninguna causa), mientras que sí los expresan, en cambio, los diálogos socráticos,[1184] puesto que es precisamente de este tipo de cosas de lo que tratan. Otros medios, con todo, de expresar el talante son los que se siguen de cada uno de los caracteres[1185] (como, por ejemplo, decir que cada vez que hablaba, se ponía a andar, lo cual evidencia, ciertamente, temeridad y rudeza de carácter); y también no hablar como bajo la impronta de la inteligencia, según hacen los actuales <oradores>, sino 25como bajo la impronta de la intención (como en: «esto era lo que yo deseaba, pues me lo había propuesto, y aun si no me fuese provechoso, era lo mejor»; lo primero es propio de un hombre sensato, lo segundo de un hombre bueno, ya que la sensatez estriba en perseguir lo provechoso, mientras que la bondad, en perseguir lo bello).[1186] Por otra parte, si <la intención> no resulta creíble, hay entonces que añadir la causa, como hace Sófocles. Un ejemplo son las palabras de Antígona a propósito 30de que ella se preocupaba más de su hermano que de su marido y de sus hijos, pues éstos podían volver a tenerse, si se perdían,

pero habiendo descendido al Hades madre y padre

no cabe ya hermano que pueda germinar jamás.[1187]

Mas si no tienes una causa que presentar, al menos <debes decir> que 35no ignoras que lo que estás diciendo resulta increíble, pero que así eres tú por naturaleza; porque, en efecto, nadie da crédito a que voluntariamente se haya puesto en práctica algo distinto de la conveniencia propia.[1188]

La expresión de las pasiones

Además, has de hablar de una forma que exprese las pasiones,[1189] incluyendo en la narración tanto las consecuencias de ellas que todo el mundo conoce, como también las que corresponden, en particular, 1417bsea a ti mismo, sea al adversario. <Por ejemplo>: «se marchó después de mirarme sombríamente».[1190] O lo que Esquines <cuenta> de Crátilo sobre que se puso a silbar, batiendo palmas con las manos.[1191] Todo esto es ciertamente convincente, por cuanto tales cosas, que todos conocen, constituyen indicios que permiten el reconocimiento de las que no se conocen. La mayoría de ellas pueden tomarse, por otra parte, de Homero:

5Así habló y la anciana cubría su rostro con las manos,[1192]

pues, en efecto, se llevan las manos a los ojos quienes rompen a llorar. En cuanto a ti, preséntate abiertamente de una determinada manera, a fin de que se te vea como tal. Y lo mismo a tu adversario. Pero esto hazlo con disimulo. Que ello es fácil, lo puedes observar, a tu vez, por lo que sucede con los mensajeros; porque aunque nada sabemos de 10qué noticias traen, nos hacemos, sin embargo, una cierta suposición.

Por lo demás, debe haber narración en muchos lugares <del discurso>, si bien, en ocasiones, no en el comienzo.

La narración en el género deliberativo

En la oratoria política, la narración es menos importante, porque no cabe narrar nada sobre hechos futuros. A pesar de ello, si hay alguna narración, ha de ser de hechos realmente sucedidos, a fin de que, recordándolos, sirvan a una mejor deliberación sobre los que van a suceder, 15sea que se trate de promover una sospecha o llevar a cabo un elogio. †En tales casos, no† se cumple, sin embargo, la tarea propia de la deliberación.[1193] Y si <el hecho narrado> no es creíble, hay que prometer también que se va a declarar inmediatamente la causa y que se tomarán las medidas que se deseen.[1194] Es como cuando, en el Edipo de Carcino,[1195] Yocasta responde siempre con promesas a las preguntas 20del que busca a su hijo.

Y <otro ejemplo es> Hemón[1196] en Sófocles.

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La demostración

Empleo de las pruebas por persuasión en los tres géneros oratorios Las pruebas por persuasión deben ser demostrativas.[1197] Mas, como los temas sobre los que cabe un litigio[1198] son exactamente cuatro, es necesario que la demostración se aplique sobre el punto del litigio al que corresponde la prueba. Por ejemplo, si lo que se discute es que el hecho no tuvo lugar, sobre esto es sobre lo que, en el juicio, debe recaer principalmente la demostración; si se trata de que no se causó un 25daño, entonces sobre esto, o bien sobre que no fue tan grande o que era de justicia; y de igual manera, si el litigio se refiere a que sí sucedió el hecho. No debe olvidarse, con todo, que este último litigio es el único en el que necesariamente se ha de presentar al adversario como un malvado,[1199] ya que no puede ponerse aquí por causa a la ignorancia, 30como si se estuviese discutiendo acerca de la justicia. En este asunto, pues, hay que demorarse, pero no en los otros.

Por lo que atañe a los discursos epidícticos, el mayor hincapié <ha de hacerse> en la amplificación de que los hechos son bellos y provechosos,[1200] dado que tales hechos deben ser de suyo creíbles. Por eso, muy pocas veces requieren demostración, a no ser que, ciertamente, no resulten creíbles o que otro aporte una causa. Y en cuanto a los discursos políticos, se puede discutir[1201] o bien que lo que se exhorta 35no tendrá lugar, o bien que sí sucederá, pero que no será justo, o no provechoso, o no de la importancia que se le reconoce. En fin, también conviene atender a si, fuera del asunto, se dice algo falso, pues ello resultaría un argumento concluyente[1202] de que asimismo es 1418afalso todo lo demás.

Ejemplos, entimemas y máximas

Los ejemplos son más propios de los discursos políticos y los entimemas, de los forenses. Los primeros, en efecto, versan sobre el futuro, de modo que se hace necesario poner ejemplos tomados del pasado; en cambio, los segundos tratan de cosas que son o no son, en las que, por 5consiguiente, caben más las demostraciones y <los argumentos de> necesidad, supuesto que los hechos del pasado son de suyo necesarios. Por otra parte, los entimemas no deben anunciarse de continuo, sino que hay que ir entremezclándolos; de no ser así, se perjudican unos a otros, ya que también en la cantidad hay un límite:

Oh amigo, puesto que has dicho tantas cosas cuantas diría un hombre inteligente.[1203]

<Tantas>, pero no las que. Tampoco hay que hacer entimemas sobre 10todos los puntos; en caso contrario, harás lo que hacen algunos filósofos, que obtienen de sus silogismos conclusiones aún más conocidas y convincentes que las premisas con que los enuncian.[1204] Asimismo, cuando trates de provocar una pasión, no digas un entimema (porque o apagarás la pasión o será baldío el entimema que hayas enunciado, puesto que dos movimientos opuestos y simultáneos se repelen mutuamente y, o bien se neutralizan, o bien se tornan débiles). Y tampoco 15cuando quieras que el discurso exprese el talante debes buscar a la vez un entimema, pues la demostración no incluye ni el talante ni la intención.[1205] En cambio, es útil servirse de máximas, tanto en la narración, como en la prueba por persuasión, pues ellas sí que son expresivas del talante.[1206] <Por ejemplo>: «yo también se lo di, aunque sé que no hay que fiarse de nadie». Y lo mismo si es una pasión lo que se quiere 20expresar: «no es que me importe, aunque sea yo el perjudicado, pues para él es la ganancia, para mí la justicia».

Comparación de los géneros oratorios: peculiaridades y usos comunes

Hablar ante el pueblo es más difícil que hacerlo en un juicio.[1207] Y es natural, por cuanto <la oratoria política> trata de asuntos futuros, mientras que la forense se ocupa de hechos pasados, que son susceptibles de conocimiento científico hasta para los adivinos, como afirmó Epiménides de Creta[1208] (él, en efecto, no hacía sus adivinaciones sobre 25lo que iba a ocurrir, sino sobre los hechos pasados que permanecían oscuros); aparte de que la ley es la proposición de base en los discursos forenses, y, teniendo un principio, es fácil hallar una demostración. <La oratoria política>[1209] no admite muchas digresiones —como las que cabe hacer, por ejemplo, contra un adversario, o para referirse a uno mismo o como medio de expresar una pasión—, e incluso es, más bien, la que menos las admite de todos <los géneros oratorios>, si no es que se quiere desviar la atención. Conviene, en consecuencia, que esto 30último se ponga en práctica sólo cuando no hay otro camino, como así lo hacen los oradores atenienses[1210] y también Isócrates. Éste, en efecto, en el curso de una deliberación se pone a hacer acusaciones, como, por ejemplo, a los lacedemonios en el Panegírico[1211] y a Cares en el Discurso sobre los aliados.[1212] Por su parte, en el género epidíctico conviene que el discurso introduzca elogios episódicos, como asimismo hace Isócrates,[1213] que siempre pone alguno. Y a esto se refiere también lo que 35Gorgias decía sobre que a él no le fallaba nunca un discurso. Porque si hablaba de Aquiles, se ponía a elogiar a Peleo y después a Éaco y después a la divinidad.[1214] Y lo mismo hacía si hablaba del valor, el cual produce tales efectos y tales otros y tiene tal naturaleza.

Así pues, si se dispone de demostraciones, el discurso ha de ser tal que exprese el talante y resulte demostrativo. Pero si no se tienen entimemas, entonces <hay que centrarse en> la expresión del talante.[1215] 1418bEn todo caso, se ajusta más al hombre honesto aparecer como bueno que como riguroso en el discurso. Por su parte, entre los entimemas obtienen más aceptación los refutativos que los demostrativos, porque los que refutan ponen más en evidencia que están desarrollando un silogismo, supuesto que lo que mejor permite reconocer a los contrarios es enfrentarlos mutuamente.[1216]

La impugnación del adversario

La impugnación del adversario no constituye una especie distinta, sino 5que forma parte de las pruebas por persuasión que refutan ya sea por medio de una objeción, ya sea por medio de un silogismo.[1217] Ahora bien, tanto en una deliberación como en un discurso forense, conviene empezar alegando, lo primero de todo, las pruebas propias, para después impugnar las del adversario, refutándolas todas y desacreditándolas. No obstante, si el <discurso> del adversario es prolijo, entonces <hay que impugnar> primero los argumentos opuestos, como hizo Calístrato[1218] 10en la asamblea de Mesenia, quien, ante todo, respondió a lo que allí se había dicho y sólo entonces expuso sus razones. En el caso de que toque hablar después del adversario, hay que referirse en primer término a su discurso, refutándolo y proponiendo contrasilogismos; y ello, sobre todo, si ha tenido una buena aceptación, porque igual que el espíritu no acoge favorablemente a un hombre que se juzga sospechoso, 15por la misma razón tampoco un discurso, si se considera que el adversario ha hablado bien. Se debe, en consecuencia, preparar ante el auditorio el terreno para el discurso que va a venir, lo que se logrará si primero se destruyen <las razones del adversario>. Y, por eso, sólo cuando se hayan así combatido sea la totalidad de sus argumentos, sea los más importantes, o los más celebrados, o los mejor dichos, las pruebas propias resultarán efectivamente convincentes. <Por ejemplo>:

20De las diosas me haré, ante todo, aliado.

Porque yo a Hera…[1219]

En estos versos se ha tocado, en primer lugar, el punto más simple.

Consideraciones finales sobre la expresión del talante

Con esto, pues, <queda ya tratado> lo que concierne a las pruebas por persuasión. En lo que respecta al talante, como decir cosas de uno mismo puede dar lugar a envidia o a prolijidad o a contradicción y, decirlas 25de otro, a injurias y a asperezas, es útil representar que es otra persona la que habla. Así lo hace Isócrates en el Filipo y en la Antídosis[1220] y éste es también el medio de que se sirve Arquíloco para sus censuras; como en aquel yambo en que, en efecto, hace que sea el padre quien diga de su hija:

En asuntos de dinero, nada hay inesperado ni que se rehúse por un juramento;[1221]

30y como <lo que hace decir> al carpintero Caronte, en el yambo que comienza:

No a mí los <dominios> de Giges…[1222]

<Otro ejemplo es lo que dice> Hemón, según Sófocles, a su padre en favor de Antígona, como si fueran otros quienes lo dijesen.[1223]

Por lo demás, conviene también a veces cambiar los entimemas y hacerlos máximas.[1224] Como, por ejemplo: «preciso es que un ser 35racional haga la paz cuando la fortuna le es favorable, pues ése es el modo de sacar mayor partido»;[1225] que en forma de entimema sería: «si es preciso hacer la paz cuando puede ser más provechosa y proporcionar mayor partido, entonces conviene hacerla cuando la fortuna es favorable».

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Sobre la interrogación en el discurso

Usos retóricos de la interrogación

La interrogación[1226] es muy oportuno formularla, primero y sobre 40todo, cuando ella es tal que, después que se ha pronunciado una <de las 1419ados respuestas posibles>, si se pregunta entonces por la otra, se cae en el absurdo.[1227] Pericles, por ejemplo, hizo a Lampón[1228] una pregunta sobre las iniciaciones en los misterios de la Salvadora y, como éste le dijo que a un no iniciado no le era posible escucharlo, volvió a preguntarle 5si él lo sabía; al responder que sí, <Pericles dijo>: «¿y cómo, si tú no eres un iniciado?». En segundo lugar, cuando, <de las dos respuestas>, una es evidente y en la otra resulta clara, a juicio del que hace la pregunta, que se le concederá.[1229] Porque, desde luego, al que admite una premisa no es ya necesario interrogarle por lo que es evidente, sino decirle la conclusión. Por ejemplo: cuando Meleto dijo que Sócrates no apreciaba a los dioses, como, sin embargo, admitió que <Sócrates> 10reconocía a un cierto daímon, éste le hizo la pregunta de si los daímones eran hijos de los dioses o, al menos, algo divino; y, al asentir él, le replicó: «¿y es posible que alguien crea que existen los hijos de los dioses y no los dioses?».[1230] También <es oportuna la interrogación>, cuando ella lleva al punto de demostrar que algo es contradictorio o fuera de la opinión común.[1231] Y todavía, en cuarto lugar, cuando impide al que tiene que responder que lleve a cabo toda refutación, de no 15ser a la manera sofista; porque si <el adversario> responde diciendo que es, pero que no es, o que unas veces sí y otras no, o que por una parte sí, pero no por la otra, el auditorio se alborota ante su falta de salidas.[1232]

Ahora bien, en los casos distintos de éstos no debe intentarse <la pregunta>, ya que, si <el adversario> logra oponer una objeción parecerá que te ha vencido. No cabe, en efecto, hacer muchas preguntas, a causa de la inconsistencia del auditorio. Que es la misma razón por la que también se deben concentrar lo más posible los entimemas.[1233]

Modos de responder a las preguntas

Por otra parte, conviene responder a las preguntas ambiguas haciendo 20distinciones en el discurso[1234] y evitando la concisión. A las que parecen encerrar una propuesta contradictoria, hay que responderlas inmediatamente, aportando la refutación antes de que <el adversario> haga la siguiente pregunta y concluya su silogismo; porque no es difícil, desde luego, prever en qué <va a residir> su razonamiento, cosa que para nosotros es clara por los Tópicos,[1235] así como también lo que se refiere a las refutaciones. Y, al concluir, si <el adversario> hace su 25pregunta en forma de conclusión, hay que declarar la causa. Por ejemplo: cuando Pisandro preguntó a Sófocles[1236] si le había parecido bien, como a los demás probulos, que los Cuatrocientos asumiesen el poder, éste respondió afirmativamente. —«¿Pues qué? ¿No te parece que ello está mal?»; él volvió a responder que sí. —«¿Luego tú has 30hecho una mala acción?» —«En efecto —concluyó Sófocles—, pero no había otra mejor.» También <sirve de ejemplo> el caso de aquel éforo lacedemonio[1237] que rendía cuentas de su gestión. Al preguntarle si le parecía que sus compañeros habían sido justamente ajusticiados, respondió que sí. Le preguntaron de nuevo: —«¿Pues no te comportaste tú como ellos?». Volvió a asentir. —«¿Luego tú también serías ajusticiado con toda justicia?» Pero él replicó: —«De ninguna manera, puesto que ellos actuaron así para obtener dinero y yo no, 35sino que lo hice con el mejor espíritu».[1238] Ésta es, pues la razón de 1419bque ni se deba preguntar después de la conclusión ni hacer la pregunta como conclusión, a no ser que sobresalga mucho la verdad.

Nota sobre el empleo del ridículo

A propósito del ridículo, dado que parece tener alguna utilidad en los debates y que conviene —como decía Gorgias, que en esto hablaba 5rectamente— «echar a perder la seriedad de los adversarios por medio de la risa y su risa por medio de la seriedad»,[1239] se han estudiado ya en la Poética[1240] cuántas son sus especies, de las cuales unas son ajustadas al hombre libre y otras no, de modo que de ellas podrá tomar <el orador> las que, a su vez, se le ajusten mejor a él. La ironía es más propia de un hombre libre que la chocarrería, porque el irónico busca reírse él mismo y el chocarrero que se rían los demás.[1241]

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El epílogo

10El epílogo consiste en cuatro puntos:[1242] inclinar al auditorio a nuestro favor y en contra del adversario; amplificar y minimizar; excitar las pasiones en el oyente; y hacer que recuerde. Pues es conforme a la naturaleza el que, después de haber demostrado que uno ha dicho 15la verdad y que el adversario ha mentido, se pase, en efecto, a hacer un elogio y una censura y, finalmente, se martillee el asunto.[1243]

En lo que respecta a lo primero, hay que tender a una de estas dos cosas: o bien a <aparecer> uno como bueno, sea ante los oyentes, sea en absoluto; o bien a <presentar> al otro como malo, sea, de nuevo, ante los oyentes o en absoluto. Y en cuanto a partir de qué enunciados cabe inclinar al auditorio, ya se han dicho los lugares comunes, a partir de los cuales conviene presentar a los demás como virtuosos o como inmorales.[1244]

A continuación, corresponde amplificar o minimizar lo que se ha 20demostrado, de conformidad con su naturaleza. Porque es preciso que haya acuerdo en lo que se refiere a los hechos, si se va a precisar su magnitud; pues también el crecimiento de los cuerpos procede de elementos suyos preexistentes. En cuanto a partir de qué <enunciados> se debe amplificar y minimizar, también se han dicho antes los lugares comunes.[1245]

Después de esto, cuando ya están claras tanto las cualidades como 25las magnitudes, hay que provocar en el auditorio determinadas pasiones, que son: la compasión, el sobrecogimiento, la ira, el odio, la envidia, la emulación y el deseo de disputa. También se han expuesto antes los lugares comunes sobre estas materias,[1246] de modo que ya sólo queda hacer que se recuerde lo que con anterioridad se ha dicho <en el discurso>.[1247]

Y esto, en fin, es ajustado hacerlo, así como[1248] algunos afirman, no rectamente, <que debe hacerse> en los exordios. Para que haya un 30buen aprendizaje, prescriben, en efecto, que haya muchas repeticiones. Ahora bien, en el exordio conviene exponer el asunto, a fin de que no pase desapercibido sobre qué trata lo que hay que enjuiciar; pero en el epílogo <basta> con los puntos principales sobre los que ha versado la demostración. El comienzo será, pues, <decir> que se ha cumplido lo que se había prometido, de suerte que hay que exponer lo que se ha tratado y por qué. Y, por otra parte, se ha de hablar comparando los argumentos del adversario: cabe hacer la comparación de cuantas 35cosas han dicho ambas partes sobre un mismo asunto, sea contraponiéndolas («éste ha dicho tales cosas acerca de tal asunto; pero yo digo, en cambio, tales otras y por tales razones»); sea usando la ironía (como, 1420apor ejemplo, «pues éste dijo esto, pero yo lo otro, y ¿qué lograría si demostrase tales cosas en vez de tales otras?»); sea mediante una interrogación («¿qué ha demostrado éste?»; o «¿acaso demostró algo?»). Se puede, pues, hacer la comparación de este modo, o también siguiendo 5el orden natural de los argumentos, tal como uno mismo los ha dicho, y después, si se quiere, <analizar> por separado los del discurso contrario.

Por lo demás, como final es ajustada la expresión en asíndeton, con objeto de que sea propiamente epílogo, en vez de discurso: «He dicho, habeis oído, ya sabéis, juzgad».[1249]