CORO.

Y nosotros -tralarilo- al Cíclope vamos a intentar,

balando, a ti, al Cíclope hambriento, pillar,

que lleva una alforja con verduras del campo húmedas de rocío,

y borracho conduce su rebaño,

y cuando a la pata la llana dormido esté,

coger una gran viga ardiendo y dejarlo ciego.

CARIÓN.

Y yo a Circe

[31], mezcladora de pócimas,

la que a los compañeros de… Filónides una vez en Corinto,

los convenció, como si fueran jabalíes,

de, que comieran mierda amasada -y ella misma se la amasaba-,

a ésta imitaré con todas mis mañas.

Y vosotros, gruñendo de placer,

seguid a vuestra madre, cerditos.

CORO.

Entonces a ti, Circe, mezcladora de pócimas,

la que hace encantamientos y enmierda a los compañeros,

te cogeremos por placer,

e imitando al hijo de Laertes te vamos a colgar de los cojones,

y a embadurnarte ese hocico tuyo como si fuera el de un macho cabrío

[32].

Y tú, como Aristilo

[33], abriendo mucho la boca, dirás:

«seguid a vuestra madre, cerditos».

CARIÓN.

¡Hala, dejaos ya de bromas

y dedicaos a otra cosa,

que yo, a escondidas de mi amo,

voy a ir a coger un poco de pan

y de carne, y después de comérmelos,

quiero a la tarea volver ya.

(Entra en la casa.)

DANZA DEL CORO

(CRÉMILO sale de su casa.)

CRÉMILO. Vecinos, deciros «buenos días» es ya cosa antigua y pasada de moda. Os digo «bienvenidos», por haber llegado con tales bríos, con ánimo y sin pereza. A ver si me ayudáis también en todo lo demás y sois verdaderamente salvadores del dios.

CORIFEO. Tú tranquilo. Creerás ver en mí sin más a Ares

[34]. Pues sería el colmo que por tres óbolos nos diéramos de tortas todos los días en la Asamblea
[35], y a Dinero en persona fuera yo a dejar que otro me lo pillara.

CRÉMILO. Ahí veo que llega Blepsidemo. Tiene que haber oído hablar del asunto por la prisa y el paso que trae.

(Llega BLEPSIDEMO, amigo de CRÉMILO.)

BLEPSIDEMO. ¿Qué pasa aquí? ¿De dónde y cómo le ha venido a Crémilo hacerse rico de repente? No me lo creo. ¡Por Heracles!, y la verdad es que cuentan y no acaban los clientes en las barberías que de repente este hombre se ha hecho rico. Y esto mismo me asombra, que teniendo esa suerte mande llamar a los amigos. Desde luego este asunto no tiene el estilo de nuestra tierra.

CRÉMILO. Por los dioses, te lo voy a decir sin callarme nada. Blepsidemo, las cosas nos van mejor que ayer, tanto que puedes tener tu parte, pues eres amigo mío.

BLEPSIDEMO. ¿Es verdad que te has hecho rico, como dicen?

CRÉMILO. Me voy a hacer en seguida, si un dios lo quiere. Pero la cosa es que, la cosa es que… hay un peligro en este asunto.

BLEPSIDEMO. ¿Cuál?

CREMILO. Pues que…

BLEPSIDEMO. Acaba de decir lo que sea.

CRÉMILO… si nos sale bien es la solución para toda la vida, pero si fracasamos se va todo al cuerno.

BLEPSIDEMO. Este fardo me parece sospechoso; no me agrada. Esto de volverse tan rico de repente, y al mismo tiempo andar con miedo, es propio de un hombre que ha hecho algo turbio.

CRÉMILO. ¿Cómo que turbio?

BLEPSIDEMO. Por ejemplo, si vienes de allí, después de robarle al dios, ¡por Zeus!, plata u oro, y luego vas y te arrepientes.

CRÉMILO. ¡Apolo alejador de males!, eso yo no, ¡por Zeus!

BLEPSIDEMO. Déjate de tonterías, hombre. Ya sé que no.

CRÉMILO. No sospeches de mí nada parecido.

BLEPSIDEMO. ¡Huy!, limpio, lo que se dice limpio, no hay nada en ningún hombre: la ambición les puede a todos.

CRÉMILO. ¡Por Deméter!

[36], me parece que tú no estás en tus cabales.

BLEPSIDEMO. (Para sí.) ¡Qué cambiado está de como era antes!

CRÉMILO. ¿Estás chalado, hombre?, ¡por el cielo!

BLEPSIDEMO. (Para sí.) Ni siquiera tiene la mirada normal; al verla se nota que éste ha cometido alguna fechoría.

CRÉMILO. Ya sé yo lo que andas gruñendo: crees que he robado algo y quieres parte.

BLEPSIDEMO. ¿Que quiero parte? ¿De qué?

CRÉMILO. No es nada de eso; se trata de otra cosa.

BLEPSIDEMO. ¿No será que en vez de robar has hecho un atraco, verdad?

CRÉMILO. Tú ves visiones.

BLEPSIDEMO. ¿Es que ni siquiera has quitado nada a nadie?

CRÉMILO. No, seguro.

BLEPSIDEMO. ¡Heracles!, vaya, ¿qué se puede hacer? Pues la verdad, no hay forma de que la diga.

CRÉMILO. Es que me acusas antes de saber de qué se trata.

BLEPSIDEMO. Tío, yo esto voy a arreglártelo por un poco de pasta, antes de que se entere la ciudad, tapando la boca de los oradores con monedas

[37].

CRÉMILO. ¡Por los dioses!, me parece a mí que tú, como buen amigo, vas a gastarte tres minas y pasarme una cuenta de doce.

BLEPSIDEMO. Ya estoy viendo yo a uno sentado en la tribuna, con sus hijos y su mujer, llevando un ramo de suplicante, que no se va a diferenciar ni un pelo de los Heráclidas de Pánfilo

[38].

CRÉMILO. No, imbécil, es que solamente voy a hacer rica a la gente honrada y a nadie más.

BLEPSIDEMO. ¿Qué estás diciendo? ¿Tanto has robado?

CRÉMILO. ¡Ay, rayos!, vas a acabar conmigo.

BLEPSIDEMO. Más bien eres tú el que acabará contigo, me parece a mí.

CRÉMILO. Nada de eso, estúpido, que tengo a Dinero.

BLEPSIDEMO. ¿Tú a Dinero? ¿A cuál?

CRÉMILO. Al dios en persona.

BLEPSIDEMO. ¿Y dónde está?

CRÉMILO. Dentro.

BLEPSIDEMO. ¿Dónde?

CRÉMILO. En mi casa.

BLEPSIDEMO. ¿En tu casa?

CRÉMILO. Tal cual.

BLEPSIDEMO. ¡Vete al cuerno! ¿Dinero en tu casa?

CRÉMILO. Sí, por los dioses.

BLEPSIDEMO. ¿Me estás diciendo la verdad?

CRÉMILO. Palabra.

BLEPSIDEMO. ¿Por Hestia?

[39]

CRÉMILO. Sí, por Posidón.

BLEPSIDEMO. ¿El marítimo, dices?

CRÉMILO. Y si hay algún otro Posidón, por ese también.

BLEPSIDEMO. Y entonces, ¿no lo vas a mandar también a nuestras casas, las de tus amigos?

CRÉMILO. El asunto no está aún en ese punto.

BLEPSIDEMO. ¿Qué dices? ¿No se puede repartir?

CRÉMILO. No, por Zeus. Primero es preciso que…

BLEPSIDEMO. ¿Qué?

CRÉMILO… que hagamos nosotros dos que vea…

BLEPSIDEMO. ¿Que vea, quién? Explica.

CRÉMILO… Dinero, como antes, de la manera que sea.

BLEPSIDEMO. ¿Es que está de verdad ciego?

CRÉMILO. Sí, por el cielo.

BLEPSIDEMO. No es raro entonces que nunca jamás haya ido a mi casa.

CRÉMILO. Pues si los dioses lo aprueban, ahora es cuando irá.

BLEPSIDEMO. ¿No habría que traerle un médico?

CRÉMILO. ¿Y qué médico hay ahora en la ciudad? Pues al no haber salario no hay ciencia

[40].

BLEPSIDEMO. (Mirando a los espectadores.) Escudriñemos.

CRÉMILO. Ni uno.

BLEPSIDEMO. Ni uno, es verdad.

CRÉMILO. ¡Por Zeus!, lo mejor es lo que yo tenía pensado hace rato, lograr que se acueste en el templo de Asclepio

[41].

BLEPSIDEMO. Sí, desde luego, por los dioses. Pues no pierdas tiempo, hazlo de una vez.

CRÉMILO. Ya voy.

BLEPSIDEMO. Date prisa.

CRÉMILO. Eso estoy haciendo.

(Se dirigen hacia la casa de CRÉMILO y, en ese momento, aparece en escena POBREZA, una vieja mal vestida.)

POBREZA. ¡Oh, par de homúnculos desgraciados, que tenéis el descaro de cometer esta acción descabellada, impía e ilícita! (Los dos amigos tratan de salir corriendo.) ¿Adónde vais, adónde? ¿Por qué huís? ¡Quietos!

BLEPSIDEMO. ¡Heracles!

POBREZA. Os voy a destrozar terriblemente a vosotros, seres terribles. La osadía que habéis tramado no se puede soportar, y es tal como nunca nadie osó tramarla, dios ni hombre. Así que estáis perdidos.

CRÉMILO. Y tú, ¿quién eres? Muy pálida me pareces.

BLEPSIDEMO. Quizá es la Erinis

[42] de una tragedia: tiene la mirada de loca y un poco trágica.

CRÉMILO. No, que no lleva antorchas.

BLEPSIDEMO. Entonces va a empezar a llorar

[43].

POBREZA. ¿Quién creéis que soy yo?

CRÉMILO. Una hospedera o una verdulera. Pues si no, no nos darías tales voces sin haberte hecho nada.

POBREZA. ¿Ah, sí? ¿Es que no habéis hecho lo peor con tratar de expulsarme de toda esta tierra?

CRÉMILO. ¿No te queda aún el barranco de los condenados?

[44] Ahora mismo tienes que decir quién eres tú.

POBREZA. La que os hará en el día de hoy pagar bien caro por intentar que yo me esfume de aquí.

BLEPSIDEMO. ¿No será la tabernera de la esquina, que siempre me echa de menos al despacharme la jarra?

[45]

POBREZA. Soy Pobreza, que llevo viviendo con vosotros dos muchos años.

BLEPSIDEMO. ¡Señor Apolo, dioses!, ¿por dónde me las piro? (Intenta huir.)

CRÉMILO. ¿Qué haces? Tú, animal cobarde, ¿es que no te vas a quedar aquí?

BLEPSIDEMO. Ni hablar.

CRÉMILO. ¿Que no te vas a quedar? ¿Es que dos hombres vamos a huir de una mujer?

BLEPSIDEMO. Es Pobreza, ¡desgraciado!: en ningún sitio ha nacido ningún ser más dañino que ella.

CRÉMILO. Quieto, por favor, quieto.

BLEPSIDEMO. No, ¡por Zeus!, yo no.

CRÉMILO. Mira lo que digo: cometeremos con mucho la acción más horrible de todas las acciones, si los dos dejamos solo al dios y nos escapamos a alguna parte por miedo a ésta, en vez de presentarle batalla.

BLEPSIDEMO. ¿Confiando en qué armas o en qué fuerza? Pues, ¿qué coraza o qué escudo no ha empeñado la muy hija de perra?

CRÉMILO. Tranquilízate, que el dios este, él solito, seguro estoy de que podrá alzarse victorioso

[46] frente a las mañas de esta mujer.

POBREZA. ¿Todavía os atrevéis vosotros dos a gruñir, ¡escorias!, cuando os he pillado con las manos en la masa cometiendo el delito?

CRÉMILO. ¡Así revientes! ¿Por qué vienes a ponernos verdes sin que te hayamos hecho nada malo?

POBREZA. ¡Por los dioses! ¿Os parece que no hacéis nada contra mí cuando estáis intentando que Dinero recobre la vista?

CRÉMILO. ¿Y qué tiene de malo para ti que proporcionemos un beneficio a todos los hombres?

POBREZA. ¿Y qué beneficio es ese que pensáis conseguir?

CRÉMILO. ¿Que cuál? Primero de todo, expulsarte de Grecia.

POBREZA. ¿Expulsarme a mí? ¿Y qué mayor perjuicio creéis que podríais hacer a los hombres?

CRÉMILO. ¿Cuál? Pues éste: si estamos a punto de expulsarte, y luego no lo realizamos.

POBREZA. Pues bien, en esta cuestión quiero yo deciros antes de nada mi razonamiento. Y si demuestro que yo soy la única causante de todo lo bueno que tenéis, y que gracias a mí podéis vivir, si no lo consigo, haréis ya lo que os parezca bien.

CRÉMILO. ¿Cómo te atreves a decir eso, asquerosa?

POBREZA. Atiende, que yo creo que fácilmente te voy a demostrar que estás muy equivocado al tratar de hacer rica a la gente honrada.

CRÉMILO. Cepos y torturas, ¿no vendréis en mi ayuda?

POBREZA. No hagas el imbécil ni des voces antes de estar enterado.

CRÉMILO. ¿Y quién puede no dar voces al oír tales burradas?

POBREZA. El que es hombre sensato.

CRÉMILO. ¿Y qué castigo podré pedir en tu proceso si pierdes?

POBREZA. El que quieras.

CRÉMILO. Eso está bien dicho.

POBREZA. Ojo: si sois vosotros los que perdéis, sufriréis ese mismo castigo.

CRÉMILO. ¿Te parece bastante veinte muertes?

BLEPSIDEMO. Para ella sí; para nosotros bastará sólo con dos.

POBREZA. Al momento las vais a obtener, pues ¿qué respuesta razonable va a poder darse a lo que yo diga?

CORIFEO. Ya va siendo hora de que se os ocurra algo astuto para rebatir a ésta con vuestras palabras; pero ceder, no cedáis ni un ápice.

CRÉMILO. Me parece a mí que es bien claro, para todos sin distinción, saber esto: que es justo que la gente honrada tenga suerte, y que los malhechores e impíos tengan todo lo contrario. Así que nosotros, con el deseo de que sea así, hemos encontrado con gran esfuerzo un buen plan, honrado y ventajoso en todos los aspectos. El caso es que si Dinero ahora mismo recobra la vista y no va dando tumbos por ser ciego, irá a casa de la gente honrada y no se marchará de allí, pero evitará a los malhechores y a los ineptos. Y así hará que todos sean buenos -y ricos, claro-, y que honren las cosas divinas. ¿Quién podría nunca conseguir para los hombres nada mejor que eso?

BLEPSIDEMO. Nadie: de eso doy fe. Pero a ésta no le preguntes.

CRÉMILO. Pues tal como está la vida para nosotros actualmente, ¿quién dejaría de pensar que es una locura o, más aún, una desgracia total? Pues muchos son ricos siendo malhechores que han hecho fortuna injustamente, mientras que muchos otros, siendo muy buena gente, lo pasan fatal, tienen hambre y están la mayor parte del tiempo (A POBREZA) contigo. Y afirmo que, si Dinero recobrara la vista y acabara con ésta, no habría ningún otro camino por el que uno pudiera proporcionar a los hombres bienes más grandes.

POBREZA. ¡Par de viejos, que os volvéis chalados con más facilidad que nadie, tal para cual en decir tonterías y en desbarrar! Si se realizara lo que tanto deseáis, yo afirmo que no encontraríais en ello ninguna ventaja. Si Dinero recobrara la vista y se repartiera a todos por igual, ya nadie se ocuparía de artes ni oficios. En cuanto vosotros hayáis hecho desaparecer ambas cosas, ¿quién va a querer ser herrero, carpintero de ribera, sastre, carrero, zapatero, tejero, batanero o curtidor?, «¿quién querrá romper el suelo de la tierra con el arado para cosechar el fruto de Deméter»

[47], si podéis vivir ociosos sin ocuparos de todas esas cosas?

CRÉMILO. Dices tonterías, que todos esos trabajos que has enumerado ahora mismo nos los harán los esclavos.

POBREZA. ¿Y cómo te las arreglarás para tener esclavos?

CRÉMILO. Los compraremos con dinero.

POBREZA. Y, en primer lugar, ¿quién va a ser el que los venda, si también él tendrá dinero?

CRÉMILO. Algún comerciante con gana de enriquecerse, venido de Tesalia, lugar de traficantes de esclavos ansiosos de pasta.

POBREZA. Pero es que, según el razonamiento que estás diciendo, sin duda no habrá, para empezar y antes de nada, ningún traficante de esclavos. Pues ¿quién va a querer, si es rico ya, arriesgar su pellejo por hacer eso?

[48] Así que tú mismo, obligado a arar, a cavar y a hacer los demás trabajos duros, llevarás una vida mucho más penosa que ahora.

CRÉMILO. ¡Todo eso que te pase a ti!

POBREZA. Además, no podrás dormir en una cama, pues no habrá; ni alfombras, pues ¿quién va a tejer si hay oro? Tampoco habrá perfumes para derramar gota a gota sobre la novia cuando hagáis el cortejo, ni ropas costosas, teñidas de hermosos colores, para adornarla. Y así, ¿qué tiene de bueno ser rico si no se cuenta con todas esas cosas? Sin embargo, junto a mí es fácil de obtener todo eso que necesitáis, pues yo, sentada al lado de cada artesano como su dueña, le obligo, por la necesidad y la pobreza, a buscarse el pan…

CRÉMILO. ¿Qué provecho puedes tú proporcionar que no sean quemaduras en el baño público

[49], niños hambrientos y una retahíla de viejos vociferantes? Y la cantidad de piojos, mosquitos y pulgas, para qué decírtela de tantos que son; todos esos te atormentan zumbando alrededor de la cabeza y te despiertan para decirte: «más te vale levantarte, que si no vas a pasar hambre». Encima de todo esto, tener harapos en vez de capa; por cama, un jergón de juncos, lleno de chinches, que despiertan al que quiere dormir; como alfombra tener una estera hecha polvo; como almohada, una piedra de buen tamaño junto a la cabeza. Comer, en vez de pan blanco, tallos de malvas; en vez de torta de cebada, hojas de rábanos escuálidos. Tener por banco la parte de arriba de un cántaro roto; por artesa, el costado de un tonel, roto también. En fin, ¿he dejado claro que tú eres para todos los hombres la causa de un montón de cosas buenas?

POBREZA. No es mi vida la que has contado; has dicho, clavada, la de los indigentes.

CRÉMILO. ¿Y no decimos nosotros que la pobreza es hermana de la indigencia?

POBREZA. Sí, vosotros, los mismos que decís que Dioniso es comparable a Trasibulo

[50]. Pero a mi vida no le pasan esas cosas, ¡por Zeus!, ni le pasarán. Pues la vida del indigente, que tú estás contando, consiste en vivir sin tener nada, pero la del pobre consiste en vivir haciendo economías y trabajando de firme, sin tener nada de sobra, pero sin carecer tampoco de nada.

CRÉMILO. ¡Por Deméter, qué delicia de vida esa que nos has contado!, hacer economías y trabajar como un burro, para no poder dejar ni para que te entierren.

POBREZA. Tú quieres tomártelo a broma y estar de guasa sin preocuparte de tomarlo en serio, sin darte cuenta de que yo hago a los hombres mejores que Dinero, tanto en su espíritu como en su cuerpo: con él son gotosos, echan tripa, tienen piernas hinchadas y una obesidad descarada; a mi lado están delgados, con talle de avispa, y son terribles para sus enemigos.

CRÉMILO. Es que seguro que a fuerza de hambre les consigues ese talle de avispa.

POBREZA. Ahora voy a ocuparme de la virtud y os voy a hacer ver que la honradez vive conmigo, mientras que el descaro es cosa de Dinero.

CRÉMILO. Sí, ¡muy honrado es robar y desvalijar!

POBREZA. No tienes más que ver a los políticos en las ciudades: cuando son pobres son honrados con la gente y con el Estado, pero en cuanto se hacen ricos a expensas del erario público, en seguida se vuelven unos sinvergüenzas que conspiran contra el pueblo y luchan contra la democracia.

CRÉMILO. En eso por lo menos no mientes, y eso que sueles calumniar mucho. Pero aun así nos las pagarás -deja esos humos- por intentar convencernos de que pobreza es mejor que dinero.

POBREZA. Pues tú aún no has sido capaz de refutarme en este tema, sino que dices bobadas y no haces más que revolotear.

CRÉMILO. ¿Y cómo es que todos te huyen?

POBREZA. Porque los vuelvo mejores. Se puede ver muy bien en los niños: huyen de sus padres que quieren lo mejor para ellos. ¡Así de difícil es comprender lo que es justo!

CRÉMILO. ¿Vas a decir que Zeus no conoce bien lo que es mejor? Pues, sin embargo, también él tiene dinero.

BLEPSIDEMO. Y a ésa (Señalando a POBREZA) la manda aquí con nosotros.

POBREZA. ¡Mira que tenéis cegada la mollera con legañas tan antiguas como Crono!

[51] Zeus en realidad es pobre, y os lo voy a demostrar sin lugar a dudas. Pues, si fuera rico, ¿cómo es que al instituir el certamen Olímpico, donde reúne siempre a todos los griegos cada cuatro años, iba a proclamar a los atletas vencedores coronándolos con una corona de acebuche? Lo normal es que lo hiciera con una corona de oro, si fuera rico.

CRÉMILO. ¿No demuestra con eso que él honra el dinero? Pues lo economiza y no lo quiere gastar ni por asomo: corona a los vencedores con chorradas y se guarda el dinero para sí.

POBREZA. Mucho más vergonzoso que la Pobreza es lo que tratas de colgarle, en caso de que, siendo rico, resulte tan tacaño y avariento.

CRÉMILO. ¡Anda y que Zeus te corone de acebuche y te haga papilla después!

POBREZA. ¡A ver si tenéis el valor de decir que no es verdad que todo lo bueno os viene gracias a la pobreza!

CRÉMILO. Por Hécate es por quien se puede uno enterar de si es mejor ser rico o ser pobre: ella dice que los que tienen y son ricos le envían una comida cada mes, pero que los pobres se la cogen antes de que llegue a su sitio

[52]. (A POBREZA.) ¡Vete al infierno y no gruñas ya nada más!, que no me vas a convencer ni aunque me convenzas.

POBREZA. ¡Oh ciudad de Argos, escuchad lo que dice!

[53]

CRÉMILO. Llama a Pausen

[54], tu colega.

POBREZA. ¿Qué va a ser de mí, desdichada?

CRÉMILO. ¡Vete al cuerno, deprisa, lejos de nuestra vista!

POBREZA. ¿A qué parte de la tierra iré?

CRÉMILO. Al cepo, y vale más que no tardes, acaba ya.

POBREZA. Ciertamente vosotros iréis a buscarme algún día para que venga aquí.

CRÉMILO. Ya volverás para entonces. Ahora, vete al infierno. Para mí es preferible ser rico y dejar que tú te lamentes golpeándote la cabeza.

(POBREZA se marcha.)

BLEPSIDEMO. ¡Por Zeus!, yo quiero ser rico y darme una vida padre con mis hijos y mi mujer; y al salir de los baños, bien lavado y bien untado, tirarme pedos en la cara de los artesanos y de la pobreza.

CRÉMILO. Por fin se nos ha ido esa maldita peste. Ahora tú y yo, a toda prisa, vamos a llevar al dios para que se tienda en el templo de Asclepio.

BLEPSIDEMO. No perdamos tiempo, no vaya a ser que otra vez venga alguien que no nos deje hacer lo que conviene.

CRÉMILO. (Dirigiendo la voz hacia su casa.) ¡Chico, Carión!, hay que sacar la ropa de cama y traer a Dinero en persona ataviado con lo que se acostumbra, y todo lo demás que ya está preparado dentro.

(Aparecen DINERO y CARIÓN con todos los preparativos, y abandonan luego el escenario con CRÉMILO y BLEPSIDEMO.)