Personajes

CARIÓN, un esclavo.

CRÉMILO, su amo, labrador.

DINERO, un dios.

CORO DE LABRADORES.

BLEPSIDEMO, amigo de Crémilo.

POBREZA, una diosa.

LA MUJER DE CRÉMILO.

UN HOMBRE HONRADO.

UN DELATOR.

UNA VIEJA.

UN MOZO, ex amante de la vieja.

HERMES, un dios.

EL SACERDOTE DE ZEUS.

PERSONAJES MUDOS: un esclavo del hombre honrado, un testigo del delator y otros ciudadanos y esclavos.

Una plaza de Atenas. Al fondo, la casa de CRÉMILO. Entra un hombre viejo, mal vestido y ciego. Tras él, CRÉMILO, un hombre mayor, y CARIÓN, su esclavo; ambos llevan coronas de laurel, señal de que vienen de consultar el oráculo de Delfos.

CARIÓN. (Al público.) ¡Zeus y dioses, qué horrible es acabar siendo esclavo de un amo que está chalado! Pues si resulta que el criado sugiere cosas muy acertadas, pero afamo no le da la gana de hacerlas, por fuerza el criado recibe su parte en las desgracias de aquél. De tu propio cuerpo no te permiten los hados ser dueño: su dueño es el que te ha comprado. Así son las cosas.

Pero contra Loxias

[1], «que vaticina desde un trípode labrado en oro»
[2], tengo una queja cargada de razón: que siendo, según dicen, médico y adivino inteligente, me ha devuelto
[3] a mi amo hecho un lunático.

Le da por seguir los pasos de un hombre ciego, haciendo lo contrario de lo que tendría que hacer. Pues los que vemos, guiamos a los ciegos, pero éste, sin embargo, va detrás, y me obliga a mí a ir detrás también, y eso sin darme ni la más mínima respuesta, ni un gruñido siquiera.

(A CRÉMILO.) Así que no habrá forma de que yo me calle, mientras no me digas por qué vamos detrás de éste, amo; te voy a dar la lata. ¡Como pegarme no puedes mientras lleve corona!

[4].

CRÉMILO. Por Zeus, como me incordies te quitaré la corona para pegarte, y así te dolerá más.

CARIÓN. ¡De boquilla! Yo no voy a parar hasta que me digas quién rayos es este tío. Te lo pregunto con la mejor intención del mundo.

CRÉMILO. No voy a ocultártelo, que de mis criados te tengo por el más fiel y el más… ladrón. A mí, aun siendo hombre piadoso y honrado, me iban mal las cosas y era pobre.

CARIÓN. Ya lo sé, ya.

CRÉMILO. En cambio, otros eran ricos: los roba templos, los políticos, los delatores y los granujas.

CARIÓN. Es verdad.

CRÉMILO. Así que fui a consultar al oráculo al templo del dios, porque mi vida, desgraciado como soy, considero que ya para el caso ha jugado su baza, pero quería preguntar si mi hijo, que es el único que tengo, lo que tiene que hacer es cambiar de manera de ser y volverse canalla, delincuente, un sinvergüenza total, porque para la vida creo que eso es lo único provechoso.

CARIÓN. «¿Qué proclamó Febo desde su santuario repleto de guirnaldas?»

[5].

CRÉMILO. Verás. El dios me dijo con mucha claridad esto: me ordenó que al primero que me encontrara al salir no lo perdiera de vista, y que lo convenciera de que me acompañase a casa.

CARIÓN. Y, ¿quién fue el primero que te encontraste?

CRÉMILO. Ése. (Señala a DINERO.)

CARIÓN. ¡Pasmado! ¿Es que no te das cuenta de que la decisión del dios lo que indica claramente es que tu hijo siga el estilo de aquí?

CRÉMILO. ¿Qué te hace pensar así?

CARIÓN. Hasta para un ciego está clarísimo darse cuenta de esto: que en los tiempos que corren lo que conviene muchísimo es no ser honrado en nada.

CRÉMILO. No es posible que el oráculo apunte hacia ese lado; ha de tener miras más altas. Si éste de aquí (Señala al ciego) nos dijera quién es, por qué ha venido con nosotros hasta aquí y qué quiere, podríamos enterarnos de qué sentido tiene nuestro oráculo.

CARIÓN. (Al ciego.) Hala, tú, ¿vas a decirnos quién eres o tengo que hacer lo que se hace en estos casos? (Lo amenaza con los puños.) Contesta, rápido.

DINERO. Vete a hacer puñetas.

CARIÓN. (A CRÉMILO.) ¿Entiendes quién dice que es?

CRÉMILO. Te lo dice a ti, no a mí; es que le preguntas de una forma desagradable y grosera. (A DINERO.) Si te agradan los modales de un hombre de palabra, respóndeme a mí.

DINERO. Vete a freír espárragos.

CARIÓN. (A CRÉMILO.) Hazle caso al hombre éste y al oráculo del dios.

CRÉMILO. (A DINERO.) Por Deméter, no te burlarás más.

CARIÓN. Si no lo dices, te voy a hacer picadillo.

DINERO. Amigo, dejadme en paz los dos.

CRÉMILO. Nada, no hay manera.

CARIÓN. Lo que yo digo es lo mejor, amo. Voy a matar al tío este a lo bestia: lo pongo en un precipicio, lo dejo allí y me marcho, para que se caiga desde allí y se desnuque.

CRÉMILO. Pues cógelo, rápido.

DINERO. De eso nada.

CRÉMILO. Entonces, ¿es que no vas a hablar?

DINERO. Es que si os enteráis de quién soy, ya sé yo que me vais a hacer algún disparate. Y no me vais a dejar en paz.

CRÉMILO. Sí, ¡por los dioses!, te dejaremos en paz si quieres.

DINERO. Pues soltadme primero.

CRÉMILO. Mira, ya te soltamos. (Le quitan las manos de encima.)

DINERO. Escuchadme los dos; pues, según parece, es forzoso que os diga lo que estaba dispuesto a ocultar. Yo soy Dinero.

CARIÓN. ¡Hijo de perra! ¡Y siendo Dinero te lo tenías tan callado!

CRÉMILO. ¿Tú eres Dinero, con tan mala pinta? ¡Febo Apolo, dioses, divinidades, Zeus!, ¿qué es lo que dices? ¿De verdad que eres Dinero?

DINERO. Sí.

CRÉMILO. ¿Dinero en persona?

DINERO. En personísima.

CRÉMILO. Pues di, ¿de dónde sales tan sucio?

DINERO. Vengo de casa de Patrocles

[6], que desde que nació no se ha lavado.

CRÉMILO. La desgracia esa que tienes encima

[7], ¿cómo te pasó? Cuéntamelo.

DINERO. Zeus fue el causante, por envidia a los seres humanos. Pues cuando yo era un chaval, lo amenacé con acercarme sólo a las buenas personas, a los sabios y a los honrados, y él me dejó ciego para que no pudiera reconocer a ninguno de ésos. ¡Tanta envidia les tiene a los hombres cabales!

CRÉMILO. Sin embargo, los que lo honran son justamente los cabales y los honrados.

DINERO. De acuerdo.

CRÉMILO. A ver cómo es esto: si volvieras a ver como antes, ¿te alejarías de los sinvergüenzas?

DINERO. Como te lo digo.

CRÉMILO. ¿Y a las buenas personas es a quienes te acercarías?

DINERO. Sin duda alguna, que hace mucho tiempo que no los he visto.

CARIÓN. (Al público.) No es de extrañar, tampoco yo, con lo bien que veo.

DINERO. Así que dejadme los dos, que ya sabéis lo que se refiere a mí.

CRÉMILO. No, ¡por Zeus!, ahora sí que vamos a estar pegados a ti.

DINERO. ¿No decía yo que vosotros dos me ibais a causar problemas?

CRÉMILO. Oye, tú, por favor, hazme caso y no me dejes, que no vas a encontrar por mucho que busques hombre de mejor madera que yo.

CARIÓN. (Al público.) No, por Zeus, otro no hay… a no ser yo.

DINERO. Eso es justo lo que dicen todos. Pero cuando de verdad me tienen y se hacen ricos, son los peores de todos.

CRÉMILO. Así es, pero no todos son sinvergüenzas.

DINERO. Sí, ¡por Zeus!, todísimos.

CARIÓN. Ya te pesará esto.

CRÉMILO. Para que sepas cuántos beneficios recibirás si te quedas con nosotros, presta atención y entérate. Creo yo, creo yo -con un dios de nuestra parte habrá que decir-, que te libraremos de la enfermedad de los ojos y haremos que veas.

DINERO. No se te ocurra hacer eso, que no quiero volver a ver.

CRÉMILO. ¿Qué dices?

CARIÓN. (Al público.) El tío este es un imbécil.

DINERO. Bien seguro estoy: si Zeus se enterara de las chaladuras de éstos, me haría papilla.

CRÉMILO. ¿No es eso lo que hace ahora, dejándote ir de un lado para otro dando tumbos?

DINERO. No lo sé, pero yo le tengo mucho miedo.

CRÉMILO. ¿Ah sí, tú, el más cobarde de todos los dioses? ¿Tú crees que el poder de Zeus y sus rayos valdrían ni tres óbolos

[8] si tú volvieras a ver, aunque fuera un ratito?

DINERO. ¡Huy!, no digas eso, ¡bastardo!

CRÉMILO. Estate tranquilo, que yo te voy a demostrar que tú eres mucho más poderoso que Zeus.

DINERO. ¿Que tú vas a demostrar que yo soy más poderoso?

CRÉMILO. Sí, por el cielo. A ver (A CARIÓN): ¿por medio de qué gobierna Zeus a los dioses?

CARIÓN. Por la pasta, que tiene muchísima.

CRÉMILO. Vale, y ¿quién es el que se la proporciona?

CARIÓN. (Señalando a DINERO.) Éste.

CRÉMILO. ¿Y a causa de quién le hacen sacrificios? ¿No es a causa de éste? (Señala a DINERO.)

CARIÓN. Sí, por Zeus, piden ser ricos, sin disimulo.

CRÉMILO. Así que ¿no es verdad que éste es la causa, y que, si quisiera, fácilmente acabaría con todo eso?

DINERO. Y eso, ¿porqué?

CRÉMILO. Porque ni un solo hombre sacrificaría ya un buey, ni un pastel

[9], ni nada de nada, con tal de que tú no quisieras.

DINERO. ¿Cómo?

CRÉMILO. ¿Que cómo? Seguro que no habrá manera de comprar si tú no estás presente y das la pasta. Así que si Zeus te incordia puedes acabar con su poder tú solito.

DINERO. ¿Qué dices? ¿Que por mí le hacen los sacrificios a él?

CRÉMILO. Claro. ¡Por Zeus!, y todo lo que hay de espléndido, bueno o placentero para el hombre, le viene por ti: que todo está sometido a la riqueza.

CARIÓN. Yo, sin ir más lejos: por un poco de dinero me he convertido en esclavo, siendo antes un hombre libre

[10].

CRÉMILO. De las putas corintias

[11] se cuenta que, cuando las busca un cliente pobre, no le hacen ni caso; en cambio, si es rico, al instante se ponen hasta de culo.

CARIÓN. De los muchachos se cuenta también que hacen eso mismo, no por cariño a sus amantes, sino por dinero.

CRÉMILO. Por lo menos los de buena familia no; sólo los de baja estofa, que los de buena familia no piden dinero.

CARIÓN. ¿Y qué piden?

CRÉMILO. Uno, un buen caballo; otro, perros de caza.

CARIÓN. Seguramente, como les da vergüenza pedir dinero, disfrazan su vicio con un nombre biensonante.

CRÉMILO. Toda clase de oficios y de mañas han inventado los hombres gracias a ti. Así, uno hace zapatos en su asiento; otro forja metales; otro es carpintero; otro trabaja el oro que ha recibido de ti…

CARIÓN. Otro es ladrón de vestidos, ¡por Zeus!; otro es desvalijador de casas…

CRÉMILO… otro es batanero…

CARIÓN… otro lava pieles…

CRÉMILO… otro es curtidor…

CARIÓN… otro vende cebollas…

CRÉMILO… y al que pillan en flagrante adulterio con una casada, con ser depilado salva el pellejo gracias a ti

[12].

DINERO. ¡Pobre de mí! Y yo sin enterarme todo este tiempo.

CARIÓN. Y el Gran Rey

[13], ¿no se da tanta importancia gracias a él? Y la Asamblea, ¿no existe gracias a él?
[14]

CRÉMILO. A ver: a las trirremes, ¿no eres tú el que les suministra la tripulación? Dime.

CARIÓN. Y a los mercenarios que están en Corinto

[15], ¿no es él quien los mantiene? Y Pánfilo, ¿no es por culpa de ése por lo que romperá a llorar?
[16]

CREMILO. ¿Y el vendedor de agujas

[17], también, junto a Pánfilo?

CARIÓN. Y Agirrio

[18], ¿no es por éste por quien se tira pedos?

CRÉMILO. Y Filepsio, ¿no cuenta patrañas por culpa tuya?

[19] Y la alianza con los egipcios
[20], ¿no se debe a ti? ¿No es por ti por lo que Lais ama a Filónides?
[21]

CARIÓN. Y la torre de Timoteo…

[22]

CRÉMILO… ¡que te caiga encima! Y los asuntos públicos, ¿no se llevan a cabo todos por tu mediación? Tú eres el causante uniquísimo de todo, de lo malo y de lo bueno, sin duda alguna.

CARIÓN. Por ejemplo, en las guerras ganan siempre aquellos que tienen a éste de su parte.

DINERO. ¿Tantas cosas soy capaz de hacer yo solito?

CRÉMILO. Sí, por Zeus, y muchas más aún, tanto que nunca nadie está harto de ti. De todas las demás cosas se puede hartar uno: de amor…

CARIÓN…de pan…

CRÉMILO… de música…

CARIÓN… de frutos secos…

CRÉMLO… de honores…

CARIÓN… de tartas…

CRÉMLO… de valentía…

CARIÓN… de higos secos…

CRÉMILO… de ambición…

CARIÓN… de tortas de cebada…

CRÉMILO… del mando…

CARIÓN… de puré de lentejas…

CRÉMILO… pero de ti, nadie nunca llegó a estar harto. El que recibe trece talentos

[23], con mucha más gana quiere conseguir dieciséis. Y si los logra, quiere cuarenta, y dice que no le vale la pena vivir si no los llega a tener.

DINERO. Me parece que los dos os explicáis muy bien. Hay una sola cosa que me da miedo.

CRÉMILO. ¿De qué se trata?, di.

DINERO. Que, ¿cómo voy a hacerme dueño yo de ese poder que vosotros decís que tengo?

CRÉMILO. ¡Por Zeus! Si ya dicen todos que lo más cobarde es el dinero.

DINERO. De eso nada; algún desvalijador que me habrá calumniado: pues se habrá colado algún día en mi casa, y al no pillar nada que llevarse, porque encontró todo, todo, bien cerrado, se le ocurrió llamarle a mi precaución cobardía.

CRÉMILO. No te preocupes por nada, que si pones interés en nuestros asuntos, yo voy a hacer que tu vista sea más aguda que la de Linceo

[24].

DINERO. Y, ¿cómo vas a poder hacer eso si eres un mortal?

CRÉMILO. Tengo buenas perspectivas por lo que me dijo «el propio Febo agitando el laurel Pítico»

[25].

DINERO. ¿Así que también aquél está en el ajo?

CRÉMILO. Así es.

DINERO. Ojo que…

CRÉMILO. No te preocupes por nada, tío. Que yo, entérate bien, voy a conseguirlo aunque me cueste la vida.

CARIÓN. Y si quieres, yo también.

CRÉMILO. Tendremos también otros muchos aliados: todos los que son buena gente y no tienen qué comer.

DINERO. ¡Huy, huy, malos, malos aliados nuestros, esos que has dicho!

CRÉMILO. No lo serán, desde el momento en que se hagan ricos. (A CARIÓN.) Tú, corriendo a toda prisa…

CARIÓN. Y ¿qué hago?, di.

CRÉMILO… llama a los compañeros labradores -es fácil que te los encuentres en los campos, reventados de trabajo- para que cada uno venga aquí y tenga la misma parte que nosotros de este Dinero aquí presente.

CARIÓN. Ya voy. Este pedazo de carne (Señalándolo)

[26], que alguno de los de dentro lo coja y lo meta en casa.

CRÉMILO. Yo me ocuparé de eso. (Coge la carne.) Tú, venga, corre. (CARIÓN se va.) Tú, Dinero, el más poderoso de todos los dioses, ven aquí dentro conmigo: ésta (Señala la casa) es la casa que en el día de hoy tú tienes que llenar de riquezas, con justicia o sin ella.

DINERO. ¡Por los dioses!, siempre que entro en casa ajena lo paso fatal, pues nunca saco nada en limpio. Si me toca entrar en casa de un avaro, en seguida me entierra en el suelo bien abajo. Y si algún buen hombre amigo suyo llega a pedirle que le dé un poquito de pasta, niega que me haya visto nunca. Y si me toca entrar en casa de algún chalado, me veo arrojado a las putas y a los dados, y en un tiempo increíble me echan a la calle en cueros.

CRÉMILO. Es que nunca te has topado con un hombre comedido. Yo tengo siempre el mismo carácter más o menos. Me gusta ahorrar como a nadie, y también me gusta gastar cuando viene bien. Hala, vamos a entrar, que quiero que conozcas a mi mujer y a mi único hijo, al que quiero más que a nadie… después de ti.

DINERO. Lo creo.

CRÉMILO. ¿Cómo no va uno a decirte la verdad a ti?

(DINERO y CRÉMILO entran en la casa. Hace su aparición CARIÓN seguido del coro de labradores.)

CARIÓN. Vosotros, que tantas veces habéis comido el mismo tomillo que mi amo, amigos, vecinos, amantes del trabajo: venga, de prisa, espabilaos, que no hay tiempo que perder. Ya llegó el momento en el que hay que estar aquí y echar una mano.

CORIFEO. ¿Es que no ves que ya hace rato nos estamos dando toda la prisa que podemos, dentro de lo que cabe en unos hombres ya débiles y viejos? Pero a ti, por lo visto, te parece bien que yo corra antes de decirme por qué motivo me ha hecho venir aquí tu amo.

CARIÓN. ¿No te lo vengo diciendo todo el rato? Es que no me haces caso. El amo dice que todos vosotros vais a llevar muy buena vida y os vais a ver libres de una existencia triste y desagradable.

CORIFEO. ¿De qué se trata y de dónde ha sacado eso que dice?

CARIÓN. Ha llegado aquí, ¡pedazo de imbéciles!, con un viejo sucio, jorobado, hecho un asco, lleno de arrugas, calvo, desdentado; y creo yo, ¡por el cielo!, que incluso descapullado.

CORIFEO. Tú, pico de oro, ¿cómo dices? Explícamelo otra vez. ¿Quieres decir que ése ha venido con un montón de riquezas?

CARIÓN. Que yo sepa, con un montón de calamidades seniles.

CORIFEO. ¿No esperas que nos vas a engañar y te vas a librar de pagarlo teniendo yo un bastón, verdad?

CARIÓN. ¿Es que creéis que yo soy un don nadie para todo y pensáis que no puedo decir nada al derecho?

CORIFEO. ¡Qué serio el mierda este! ¡Si tus canillas están pidiendo a gritos los cepos y los grilletes!

CARIÓN. Ahora mismo te ha tocado en suerte hacer de juez en el ataúd: ¡anda, muévete! Caronte te está dando tu credencial

[27].

CORIFEO. ¡Ojalá revientes! Eres un cara y no tienes pizca de vergüenza: nos tomas el pelo y aún no has tenido agallas para explicarnos nada, ¡a nosotros!, que después de tanto trabajar y sin tiempo para nada, hemos venido aquí a toda mecha; ¡con tantas plantas de tomillo que hemos cruzado y sin tocarlas!

[28]

CARIÓN. Ya no puedo ocultarlo más. Tíos, el amo ha venido trayendo a Dinero, que os va a hacer ricos.

CORIFEO. ¿De verdad es posible que todos nosotros seamos ricos?

CARIÓN. Sí, por los dioses, unos Midas… si os ponéis orejas de burro

[29].

CORIFEO. ¡Qué contento y qué alegre estoy! Quiero bailar de alegría, si es verdad eso que dices.

CARIÓN. (Baila al tiempo que canta; el coro danza también.)

Yo quiero

[30] -tralarilo- al Cíclope imitar, y con los pies

así brincar de un lado a otro, y conduciros.

Ea, cachorros, en alta voz una y otra vez,

balad melodías de ovejas,

y de cabras de olor bravío,

y seguidme descapullados. Como machos cabríos desayunaréis.