La traición de Guajardo

Como Judas tembló ante su crimen,

aquel crimen que al mundo asombró,

de un cobarde lo mismo repite,

otra historia que a otro hombre perdió.

Fue Guajardo el vil de los viles,

que no pudo en las luchas de honor

conquistar con aquellos fusiles

la existencia de un libertador.

Esto fue allá en San Juan Chinameca

diez de abril cuando un héroe murió,

cuando el grande don Pablo la Hiena

operaba por esta región;

no pudiendo vencer por la fuerza

y las armas de aquel gran campeón,

combinaron una estratagema

que horroriza a toda la nación.

Mexicano que tiene en sus venas

de Cuauhtémoc la sangre a la vez,

no asesina con esas vilezas.

A Zapata, una santa leyenda

le tendrá que juzgar cual un juez,

y veremos que no fue la Hiena

como el Judas muerto en Monterrey.

El caudillo suriano fue el genio

fuerte y firme en su santo ideal,

su memoria merece respeto

si es que se halla en la eternidad;

fue vendida en cincuenta mil pesos

por Guajardo el infame chacal

que asoló a nuestro bello Morelos,

aquel réprobo que hizo Satán.

Ni la sangre de toda la raza

maldecida por el buen pensar,

restituye la más cruel infamia

que registra en nuestro siglo actual.

¡Gloria al héroe de ese Plan de Ayala,

que ante Dios y ante la humanidad

por Dios y justicia imploraba

para hacerse un pueblo liberal!

A su tumba los negros crespones

hoy llevemos con respeto profundo

para hacer un recuerdo del hombre

que murió sosteniendo su ley,

del que nunca temía a los cañones

ni amenazas del alto poder;

sólo quiso enseñar a traidores

que amó al pueblo que lo vio nacer.

Como todo el pueblo ya lo sabe

lo que fue ese grande general,

quien altruista a los infames

alejó de su estado natal.

Ricachones que chupaban la sangre

a quienes oro y plata les dan,

derramando el sudor miserable

por cincuenta centavos quizá.

Fueron dueños del Estado

protegidos por Díaz y Corral;

ya no daban al proletariado

la justicia, todo era impiedad,

por millares de hectáreas contaban

los bandidos de nuestra entidad;

fueron tierras y agua que al pueblo

robaban en esa dictadura fatal.

Pero un hombre en el norte da el grito

belicoso para ir a pelear

contra Díaz y soldados malditos

que horrorizan a toda la nación;

y el Caudillo suriano, ofendido

de esa leva siniestra y rapaz,

hizo fiel juramento como indio

de salvar a su pueblo natal.

Pero como Madero no quiso

escuchar de ese pueblo el clamor

que le puso a llevar los destinos

de una patria llena de opresión

y Zapata, patriota y altivo,

ante la ara de nuestra nación

al apóstol aquel fementido

desconoce según su opinión.

Aquel hombre de bronce ya altivo

proclamó el Plan de Ayala con fe,

por dejar consumada su obra

que hace al pobre libre del burgués;

no luchó por un puesto de gloria

ni aceptó del traidor el laurel,

ni escuchó una voz protectora

de nación extranjera a la vez.

Ni el extinto Carranza con todos

sus bandidos pudieron vencer

a Zapata, que fue el gran apóstol

por su lema de justicia y ley;

fue su sangre vertida hecha lodo

por traidores que no olvidaré,

que mancharon su honor por el oro,

pero todo ya está en tinta y papel.

Yo sin ser del caudillo un soldado,

porque nunca podía yo mentir,

ha existido en mi pecho un santuario

para el nombre de aquel paladín

cuya fama pasó del océano,

y el problema agrarista de aquí

ya se cierne doquier y hace estragos

a esa raza de pulpos tan ruin.

Coloquemos por siempre en su tumba

negras flores el día diez de abril,

y allí estaremos compañeros todos

siempre juntos para hacer cumplir

Tierra Libre, que escribió la pluma

de Zapata, traicionado al fin

y a quien ese Dios de las alturas

que en paz goce si se encuentra allí.