[201] De este verso se deduce que el Cid residía en Murviedro, desde donde llevaba a cabo todas las correrías guerreras preparatorias del cerco de Valencia. <<

[202] Por Aragón y Navarra envía el Cid pregones buscando el enganche de voluntarios para la conquista de Valencia. A tierras de Castilla llegaron los mensajeros, amparados por la promesa que el rey hizo a Minaya de autorizar la marcha a quienes quisieran ir a guerrear en las huestes del Cid. (Véanse versos 2 y 4 de la serie 48). <<

[203] Verso encadenado para indicar que sigue el tema, a pesar del cambio de asonante. <<

[204] Según los historiadores árabes del Cid, dio este a los moros valencianos una última tregua de quince días por si podían alcanzar auxilio de los reyes moros de Zaragoza y de Murcia. Pasado este plazo sin recibir auxilio, los valencianos habían de rendir la ciudad. El poema habla de un sitio de nueve meses, rindiéndose los sitiados al llegar el décimo mes. <<

[205] El cerco de Valencia no duró nueve meses —como dice el poema—, sino veinte, según la crítica histórica. Menéndez Pidal justifica las palabras del juglar, diciendo que cuenta el poeta solo como una segunda parte del asedio, ya que este empieza antes de la marcha del Cid a reclutar gentes para el cerco. (Véanse los versos 1 y siguientes de la serie 72). <<

[206] Por rey de Sevilla debe entenderse el jefe almorávide que la gobernaba, ya que, desde 1091, Sevilla no tenía reyes propios, por haber sido conquistada por los almorávides. Téngase en cuenta que la palabra rey, para los moros, indicaba cualquier jefe militar o emir; así llama reyes el poema a Hariz y Galve, generales del rey de Valencia, que fueron a luchar con el Campeador en Alcocer. (Véase la nota 120). <<

[207] El no cortarse la barba o los cabellos era señal de dolor y se solía hacer por promesa y con previo juramento, como aquí se recuerda que hizo el Cid. Esta costumbre se siguió usando mucho tiempo en España; así el rey católico, generalmente afeitado, usa barba después de la muerte del príncipe don Juan. <<

[208] Esto es, «todo el mundo», «todos», según la conocida frase adverbial tan usada en el poema. (Véase el verso de la nota 51). <<

[209] Aquí hace el juglar distinción entre los que salieron desterrados de Castilla con el Cid y los que acudieron últimamente a las huestes del Campeador, esto es, los antiguos vasallos y los voluntarios que fueron a la conquista de Valencia. A los primeros hace repartimiento de la ciudad, a los segundos les da solo parte en el botín alcanzado. <<

[210] Algunos advenedizos, que solo acudieron al señuelo del botín, quisieron marcharse con lo ganado. El Cid, que lo advierte, trata de impedirlo, ya que tiene el propósito de constituir con todo su ejército conquistador un estado cristiano organizado. <<

[211] Besar la mano era la fórmula, lo mismo para pactar el vasallaje que para rescindirlo. Dice el Cid que «nadie le vaya a besar la mano», esto es, que nadie se marche rompiendo el vasallaje, lo que está dispuesto a castigar severamente, confiscándole los bienes y ahorcándolo. <<

[212] Ordena el Cid graves penas para los que se evaden del empadronamiento que ordena hacer por inspiración de Minaya. Manda juntar a todos cuantos componen su ejército en su presencia y llega a contar hasta 3600 vasallos. <<

[213] El monasterio de San Pedro de Cardeña, donde quedaron doña Jimena y sus hijas bajo la custodia del abad don Sancho. (Versos 2 a 97 de las series 14 a 18, respectivamente). <<

[214] El «obispo don Jerónimo» que el Cid nombra en Valencia tuvo existencia histórica. Se trata del clérigo o monje —«coronado», dice el poema— francés Jerónimo de Perigod, que llegó a tierras españolas con los monjes de Cluny que tanto se extendieron por Castilla, protegidos por el rey Alfonso VI, y que influyeron tanto en la cultura de la época. El Cid, en vista del saber letrado del clérigo y su destreza y arrojo para la guerra, lo nombra obispo de Valencia, donde restaura la diócesis antigua, haciendo que el metropolitano de Toledo, don Bernardo, lo ordene obispo, según consta en la carta de donación de la iglesia levantina, otorgada por el Cid en 1098. Perdida Valencia, tras la muerte del Campeador, don Jerónimo fue nombrado obispo de Salamanca. El Cid, como señor territorial de un estado, se arrogó la facultad real de nombrar por sí obispos, prerrogativa que tienen los reyes en los primeros tiempos de la reconquista, interpretando así el canon 19 del IV Concilio de Toledo, que concedía al rey la aprobación de la elección de obispo. <<

[215] «Cristianos», aquí equivale a decir «nadie», como se ha visto repetidas veces. <<

[216] En este verso, el juglar, dirigiéndose directamente a los oyentes, les hace gracia de las jornadas del camino que sigue Minaya, y, cortando el relato, nos presenta a Álvar Fáñez ya en Castilla, preguntando por el rey, a quien lleva, por segunda vez, una embajada del Campeador. <<

[217] Sahagún, población a 35 kilómetros al oeste de Carrión. El rey estaba en aquella población, adonde solía ir con frecuencia a visitar el monasterio benedictino que allí había y en el que vistió el hábito monacal cuando fue vencido por su hermano, en 1072, y de donde se escapó al reino moro de Toledo. Alfonso VI repobló aquel monasterio con monjes de Cluny en 1079, eximiéndolos de toda jurisdicción civil y dejando que viviesen sujetos directamente a la sede apostólica. <<

[218] Al referir el juglar las poblaciones tomadas en Levante (versos 7 de la serie 64 y siguientes), no citó a Castellón. Ahora aquí lo nombra, y aunque le da el nombre de Castejón, no debe confundirse con el Castejón de Henares que tomó al principio de salir desterrado el Campeador. Castellón se llamó también Castellón de Burriana, y puede representar las «tierras de Burriana» de que habla el poema en el verso 8 de la serie 64. <<

[219] Aunque el juglar habla de cinco batallas, tan solo ha narrado dos hasta ahora en el poema. <<

[220] San Isidoro de León es fervorosamente invocado por el rey. Se refiere a san Isidoro, arzobispo de Sevilla (599-686), por quien Alfonso VI sentía especial devoción, siguiendo en esto a su padre Fernando I, que fue quien trasladó el cuerpo de este santo desde Sevilla a León, depositándolo en la catedral. Debido al culto que las reliquias de este santo recibían en León, se le llamó con la advocación de esta ciudad, y así se le nombra más adelante, invocado por el rey castellano en el verso 4 de la serie 150. <<

[221] Ya sabemos la enemistad de García Ordóñez con el Cid. (Véase nota 7.) Para el efecto dramático del poema, pone aquí el juglar unas palabras en boca de este conde que son contestadas por el rey con una dureza impropia del trato que —según la historia— dio Alfonso VI a dicho prócer. (Versos 28 y 29 de la serie 82). <<

[222] Aquí el rey ofrece la custodia y la manutención de los familiares del Cid, en tanto viajen por tierras de su reino, camino de Valencia, como era obligación de todo señor respecto del vasallo. Salidos ya de tierra castellana, los entrega a la custodia del Cid y de Minaya, cesando la protección real. <<

[223] Aquí dice solamente el rey que levanta la pena de confiscación de bienes a todos cuantos salieron desterrados voluntariamente con el Cid, y a quienes perdona. Se refiere especialmente a los que salieron de Castilla con el Campeador, ya que, posteriormente, dio libertad a cuantos quisieran salir de Castilla para unirse con el Cid. (Véanse versos 1 a 4 de la serie 248). <<

[224] Los infantes de Carrión, que tan principal papel desempeñan en el poema, eran unos nobles jóvenes tan orgullosos de su prosapia como faltos de dinero para sostenerla. El juglar los presenta como los antagonistas del héroe, con las peores cualidades morales: son traidores y cobardes, llenos de ambición y de orgullo. Envidian al Campeador, al que desprecian por su origen, mas buscan emparentar con él arrastrados por la más baja ambición. Espíritus mezquinos, obran con el más vil egoísmo siempre. Su personalidad histórica se confirma en diplomas reales de los años 1090 y 1109, en los que se los llama «hijos del conde» y «del séquito del rey». Eran hijos de Gonzalo Ansúrez y sobrinos de Per Ansúrez —ambos personajes del poema también—, conde de Carrión, y constituían la notabilísima familia de los Beni-Gómez. Desde este punto del poema comienzan los infantes a codiciar las riquezas del Cid, de las que oyen hablar a Minaya. Su actuación se va desenvolviendo gradualmente en los versos 1 de la serie 83, 5 y 32 de la 99, 5 de la 101, 4 de la 102. <<

[225] Sustituyo por «mensajero real» el «portero» de que habla el poema. Nombre que hoy tiene tan distinta acepción. El portero —dice Menéndez Pidal—, hacia el siglo XI, sustituye al antiguo «sayón real» o ejecutor del periodo visigótico y primeros siglos de la reconquista. Venía a ser un oficial palatino encargado originariamente de introducir las personas a la presencia del monarca y luego de llevar las cartas u órdenes del rey y ejecutar sus mandatos. (Puede verse en los versos 10 al 13 de la serie 84, y 62 y 63 de la 133). Creo, pues, oportuno traducir la palabra portero por mensajero real, que me parece más propia. <<

[226] Medina, la actual Medinaceli, ciudad a la sazón recién conquistada por el rey castellano, constituía, por consiguiente, el límite extremo de sus reinos. Desde allí en adelante es ya tierra de moros, sobre la cual no tiene jurisdicción el rey de Castilla. Así pues, encomienda la expedición al cuidado directo de Minaya, y la deja bajo la protección del Cid. Medina se encuentra a 65 kilómetros de Soria, en las riberas del río Jalón. <<

[227] Aquí los infantes dan su primer paso en el premeditado plan que se proponen desarrollar, comenzando por mostrarse amigos y servidores del Cid. <<

[228] Costumbre era que el viajero, al llegar al punto de destino, fuera directamente a orar a la iglesia del lugar antes de tratar del asunto que motivara su viaje. (Véase también, en los versos 28 y 29 de la serie 133, cómo hace lo mismo Muñoz Gustioz). <<

[229] «Humíllome», era la fórmula usual de saludo reverente (véase la nota 267 y verso 54 de la serie 133), así como «Dios os guarde de mal», que aquí emplea Minaya para dirigirse a doña Jimena, y que era fórmula habitual en los siglos XII y XIII. (El poema lo repite en el verso 28 de la serie 132). <<

[230] Palafrenes. Así se llamaba a los caballos de camino y de lujo que usaban los caballeros para ir de viaje. Las armas, entonces, las llevaban en una acémila que conducía de la rienda un escudero. Los caballos de batalla, llamados «de armas», eran distintos a los de viaje, más fuertes y de mayor tamaño que el palafrén. <<

[231] Aquí asegura Minaya que el Cid pagará con su merced lo que debe a los judíos por el préstamo sobre las arcas. Con esta promesa de Minaya queda finalizado el asunto de las arcas de arena, sin que el juglar vuelva a acordarse de él. <<

[232] Hoy lleva tan solo el nombre de Albarracín la ciudad que se llamó —y así lo dice el poema— Santa María, que está en la provincia actual de Teruel. Se llamó Santa María de Aben Razin, porque fue de la familia musulmana de los de Aben Razin, a la sazón tributaria del Cid. De su nombre se derivó Santa María de Alvarrazín (véase nota 365), quedando actualmente la forma de Albarracín como nombre de la población. <<

[233] Molina de Aragón, población musulmana, en la actual provincia de Guadalajara, a 50 kilómetros de Daroca y a orillas del río Gallo. Estaba bajo el poder del reyezuelo moro Abengalbón, tributario del Cid, del que dice siempre ser buen amigo y en todo momento se porta como tal. La figura de este jefe moro se ha considerado hasta hace poco como imaginaria y novelesca. No obstante, tiene auténtica valoración esta figura, que bien puede identificarse con la de cualquier jefe moro de los que convivían con los cristianos, relacionados con buena amistad con los señores, a quienes servían con lealtad y hasta con admiración, como en el caso de este jeque moro, amigo del Cid. (Véase la nota 237). <<

[234] Bronchales, pueblo a 25 kilómetros de Albarracín, en la provincia de Teruel, lindante con la de Guadalajara. De Bronchales a Molina hay 45 kilómetros, que bien pueden recorrerse en una jornada, como dice el poema. Nótese que el juglar precisa más la topografía de los terrenos que describe a medida que están más cercanos al sitio en el que se supone que naciera, esto es, Medinaceli. <<

[235] Mata de Taranz, que también se llama Campo de Taranz (verso 18 de la serie 84), como hoy se dice, es una llanura pedregosa en lo alto del valle de Arbujuelo, entre las provincias de Soria y Guadalajara. <<

[236] Arbujuelo, riachuelo afluente del Jalón, sin importancia histórica, geográfica ni castrense, pero que —como dice Menéndez Pidal— constituye el punto central de toda la geografía del poema, y es nombrado siempre que los personajes viajan de Valencia a Castilla. (Véanse el verso 17 de la serie 84 y la nota 367). Esta exactitud geográfica acentúa, una vez más, la suposición de que el juglar era perfecto conocedor de aquellas tierras cercanas a Medinaceli, desde donde se divisa todo el llamado valle de Arbujuelo. <<

[237] El moro Abengalbón, «amigo de paz» del Cid, como lo llama el poema, es el alcaide de Molina, que hospeda y escolta a las gentes del Campeador siempre que pasan por sus tierras. Viene a confirmar la realidad histórica de la época en que convivían moros y cristianos en tiempos de paz. Menéndez Pidal logró identificar la personalidad histórica de este personaje del poema que, en realidad, fue el alcaide moro de Molina en tiempo del Cid. <<

[238] Costumbre era de la época adornar los petrales de las cabalgaduras con grandes cascabeles y especialmente en las fiestas. También se acostumbraba colgarse los caballeros el escudo al cuello, fuera de los actos de guerra, a fin de tener las manos más libres para guiar el caballo. <<

[239] «Tomar armas» quiere decir tanto como «jugar las armas», esto es, usar de ellas como por juego de destreza, por puro deporte y como para solazarse en ejercicios físicos y guerreros. Este ejercicio lo repiten los caballeros y el mismo Cid con harta frecuencia a lo largo de todo el poema, como se irá viendo en diversos pasajes. <<

[240] Aquí manifiesta Abengalbón la dependencia a que estaba obligado con respecto al Cid, así como el buen trato que el Campeador daba a los tributarios que con él tenían pactada amistad. <<

[241] «Caballo en diestro». Así se llamaba al caballo de armas que, durante el viaje, se llevaba desmontado, conducido de las riendas y a la diestra del caballero, reservándolo para los actos bélicos. Durante el viaje se sustituía por el caballo palafrén, esto es, caballo de viaje. (Nota 230). Caso de urgir el uso de las armas, el caballero descendía del palafrén y hallaba presto a su derecha el caballo de armas, dispuesto para ser montado por el estribo izquierdo. <<

[242] El pagar las herraduras constituía una atención que se solía tener con las personas de mucha estima. Por otra parte, el señor tenía la obligación de costear las del caballo del vasallo si le llamaba a vistas. <<

[243] Babieca es el nombre del famoso caballo del Cid, que se nombra aquí por vez primera, sin que el juglar diga cuándo lo ganó, ya que el verso siguiente debió de ser —como sospecha Menéndez Pidal— una adición posterior del manuscrito, que fue sin duda la que sirvió para la Crónica de Veinte Reyes. El caballo del Cid se nombra después repetidas veces a lo largo del poema, y, al final, el Campeador lo ofrece al rey, como ofrenda, después de hacerlo correr ante él en Toledo. (Verso 8 de la serie 150). <<

[244] Donde podía estar en completa seguridad, lo que supone que también era peligroso presentarse ante el pueblo que no estaba pacificado, y temía alguna mala acción de los moros. Recuérdense los temores del Cid para no alejarse de Valencia. <<

[245] «Jugar las armas» para adiestrarse en ellas solía ser ejercicio que se verificaba en los grandes acontecimientos como espectáculo, así como en las fiestas y recibimientos a personajes principales. (Véase la nota 239). <<

[246] «Sobregomel», palabra desconocida; especie de gomela o túnica de seda que se vestía sobre la grande, y de ahí su nombre. <<

[247] Para las fiestas y torneos se acostumbraba recubrir los caballos con una especie de gualdrapas con flecos y labores y aun con cascabeles. <<

[248] «Armas de fuste», o sea, armas de madera, propias para el juego de armas, usadas así para que fueran más ligeras y menos peligrosas. <<

[249] La corrida del caballo era un ejercicio caballeresco que se usaba con mucha frecuencia, dado el ambiente militar de la época. En muchas ocasiones se realizan estas corridas, como narra el poema. El Campeador celebra una en Toledo, ante el rey, después de celebradas las cortes y a instancias del mismo monarca, que queda tan maravillado del caballo Babieca que el Cid se lo ofrece como recuerdo. (Véase el verso 8 de la serie 150). <<

[[250]] Alude aquí el juglar a un pasaje histórico que, no obstante, no refiere en el poema, y es la prisión a que el rey sometió a la mujer y a las hijas del Cid al desterrar a este, que hacía extremar el castigo con toda la familia del desterrado. Jimena y sus hijas quedaron en Cardeña, como arrestadas, mientras el Cid salió al destierro. Por esto ahora habla la esposa del Cid de las vergüenzas y vejámenes que hubo de sufrir en el tiempo de su arresto. <<

[251] Véase aquí la ternura paternal manifestada en lágrimas, que solo sabe llorar sin mengua de su fortaleza el Cid en estas ocasiones. Llora de dolor al dejar su casa de Vivar (verso 1 de la serie 1), al separarse de su familia en Cardeña (verso 81 de la serie 18), como ahora de alegría, al verse de nuevo reunido con ella. <<

[252] Solían levantarse tablados o castillejos de madera para derribarlos, después, a lanzadas, en el juego de las armas, en los públicos festejos de alegría, en simulacro de batallas. <<

[253] Esta descripción, magnífica en su sencillez, de la huerta de Valencia y de la ciudad, es de lo más logrado artísticamente por el juglar, que sabe unir lo escueto de la forma a la fuerza descriptiva en la expresión. En este momento —dice don Marcelino Menéndez y Pelayo— llega el Cid a la cumbre de su gloria, alcanzando el poema el punto culminante de la epopeya. <<

[254] La llegada de marzo es para el juglar indicio de que ha pasado el invierno, lo que supone conocer el templado clima de Valencia, donde el mes de marzo puede contarse entre los primaverales. <<

[255] Interrumpe aquí la narración el juglar para volver a hablarnos de empresas militares, al decir, que va a dar noticias del rey moro de Marruecos Yúcef, como lo llama el poema. Este Yúsuf de Marruecos es el primer emperador de los almorávides, llamado Yúsuf Ben Tesufin (1059-1116). Este personaje musulmán, plenamente identificado, es el histórico emperador almorávide, que intentó repetidas veces reconquistar Valencia, siendo siempre derrotado por el Cid. <<

[256] A partir del año 1090 se apoderó Yúsuf de la mayor parte de la España musulmana, fracasando tan solo en sus intentos de conquistar Valencia, que fue la única población que no pudieron tomar los almorávides. Por ello dice el poema que le pesa al rey de Marruecos, que cree tener derecho a todas las tierras de la España árabe, a las que consideraba como «sus tierras y heredades». Para conquistarla, pues, juntó un enorme ejército y atravesó el mar para atacar al Cid, que le infligió una enorme derrota. <<

[257] Se refiere a la posesión de Valencia, así como a su mujer y sus hijas, que para el Cid son todo lo más amado. <<

[258] Véase aquí la técnica literaria del juglar insinuando ya el tema del casamiento de las hijas del Cid, que ha de constituir el nudo novelesco del poema. Los infantes de Carrión no han comunicado sus proyectos a nadie todavía, pero de ellos ha hablado ya el juglar, y ahora alude al ajuar que las hijas del Campeador pueden aportar a su boda. <<

[259] Los tambores eran instrumentos de guerra desconocidos por los cristianos, como se ha dicho, y por ello amedrentan a las hijas del Cid con su retumbo. El Campeador, decidor y animoso ante la batalla, les da ánimos a sus hijas y les promete llevar como trofeo aquellos tambores para que los vean de cerca, y, luego, ofrecerlos a la Virgen como exvotos en su iglesia mayor de Valencia. <<

[260] El juglar olvida después contar cómo se rescató a Álvar Salvadórez. <<

[261] Costumbre era que, tras la misa que oían las tropas antes de comenzar las batallas, el oficiante diese la absolución de los pecados a los combatientes, «soltura», como dice el poema. Esta costumbre se refleja también en la Canción del Roldán, donde el arzobispo Turpín da la absolución a los franceses antes de la gran batalla de Roncesvalles. <<

[262] «Las primeras heridas». Así se llamaba al derecho de ser el primero en romper la batalla, gracia que podía otorgar el jefe militar a determinado caballero como recompensa de servicios relevantes o simple manifestación de amistad. Repítese esto en el poema varias veces. (Véanse notas 335 y 450). <<

[263] En el lugar que marca el cuarto miliario del camino de Valencia a Castilla existe un pueblo que tomó el nombre valenciano de Quart, quedando actualmente transformado en Cuarte, bárbaramente castellanizado. La puerta de las murallas de Valencia que daba acceso a aquel camino estaba defendida por sendos lados por dos torreones mellizos, fortificación que se denominó torres de Cuarte. En la actualidad existe dicho pueblo en la carretera de Valencia; quedan en pie las torres de Cuarte, mas no las que existían en tiempos del Cid, sino las construidas en el siglo XV, que pertenecen al ensanche de la muralla más antigua. <<

[264] En la lucha de la batalla se usaba la lanza hasta romperla; solo entonces era costumbre emplear la espada. <<

[265] Una carrera de persecución a caballo desde el llano de Cuarte al castillo de Cullera es tan imposible, en todos los tiempos, que solo decirlo pone de manifiesto el desconocimiento de la geografía de la tierra valenciana que tenía el juglar, lo que contrasta con la meticulosidad demostrada otras veces al describir las tierras que debió de conocer personalmente. <<

[266] La cofia fruncida, esto es, recogida, y el yelmo quitado. Así regresaba, después de la batalla, sin las armas defensivas y sin el yelmo y el almófar, que se solían quitar cuando se cesaba de combatir para refrescar la cara y aliviarla del peso, que era considerable, del yelmo. Cofia y yelmo. (Véanse las notas 141 y 139, respectivamente). <<

[267] «A vos me humillo», fórmula usual de saludo, como en el verso 13 de la serie 83. <<

[268] «Os han de besar las manos», esto es, habréis de tener vasallos: ya se sabe que el vasallaje se prestaba besando la mano del señor. Menéndez Pidal entiende que aquí quiere decir el héroe que aún aumentarían sus vasallos en lo por venir, pues ya son señores de Valencia y como a tales tenían ya por vasallos a todos los que en Valencia vivían, ya fueran cristianos o moros. <<

[269] El Cid, consecuente con su propósito de fundar un estado de Valencia, fomenta estos casamientos de sus vasallos con las damas que de Castilla llegaron al servicio de las hijas y la esposa del Campeador. Cumple así también el Cid la obligación que como señor tenía de proporcionarles buen casamiento y dote, según el uso medieval. <<

[270] Aunque le preocupe al Cid el casamiento de sus hijas, todavía no considera oportuno hablar de ello. El juglar insiste en insinuar el tema, que irá desenvolviendo paulatinamente para que constituya el núcleo novelesco de todo el poema. <<

[271] Aunque aquí dice el juglar el propósito del Cid, luego se olvida de consignar que la entrega a Alfonso VI por mano de Minaya cuando va a Castilla en nueva embajada <<

[272] Esta sierra es la que separa la cuenca del Tajo de la del Duero, o sea, la de Guadarrama. <<

[273] «Las aguas». Así suele llamarse en el poema a los ríos. <<

[274] Recuérdese la codicia que la riqueza del Cid despertó en los infantes de Carrión. (Versos 43 y 44 de la serie 82). <<

[275] Tal era la cantidad y presencia de los enviados del Cid, que pareció a los cortesanos del rey de Castilla un ejército que llegaba y no unos mandatarios simplemente. <<

[276] El rey se hacía cruces, maravillado de aquel séquito que llevaban los mensajeros del Cid. <<

[277] Era esta la mayor señal de acatamiento que podía hacer un vasallo a su señor. <<

[278] Aquí se plantean los infantes el propósito que luego han de exponer al rey, sobreponiéndose en ellos su ambición al orgullo de su nobleza. (Véase el verso 54 de la serie 82). <<

[279] Aquí, por vez primera, manifiestan el propósito que ha largo tiempo habían concebido y llevaban madurando ambos infantes de casarse con las hijas del Cid. Lo comienzan a poner en práctica empezando por comunicárselo en «poridad» al rey, al que le piden que sea su valedor ante el Cid. <<

[280] Aquí puede verse el orgullo de los infantes de Carrión y la ambición de que estaban dominados al decir que ellos honraban a las hijas del Cid al desposarse con ellas. <<

[281] El rey piensa antes de contestar a la propuesta de los de Carrión, y hace un elogio del Cid. Esta actitud de meditar en silencio antes de contestar en los casos graves la repite el Cid en varias ocasiones. (Véase el verso 49 de la serie 102 al recibir la propuesta del rey por medio de los mensajeros. Igual hace en los versos de la nota 385, y, el rey, en el verso de la nota 407). <<

[282] No obstante la alcurnia de los de Carrión, el rey duda de que el Cid acepte tal casamiento. El Campeador lo acepta tan solo porque ello es un deseo del rey; mas accede lleno de recelo. Aquí se puede advertir la técnica del juglar al dar a su héroe la intuición del mal que aquellas bodas han de acarrearle. En varios pasajes sucesivos del poema se puede advertir este recelo del Cid. <<

[283] Esto es, «acordemos una entrevista» con el Cid y que se celebre cuando él guste y en el sitio que indique. <<

[284] El rey ofrece al Cid la iniciativa del lugar donde ha de celebrarse la entrevista, aunque, come se verá, fija él el plazo para celebrarla. (Versos 72 y 4 de las series 102 y 103, respectivamente). Allí donde indique el Cid serán las vistas, esto es, allí se plantará el estandarte real que indique dónde había de acampar el monarca. <<

[285] Salutación en forma de pregunta, tan usada a lo largo del poema, como se ha visto. (Véase la nota 57). <<

[286] El Cid consulta a Minaya y a Pero Bermúdez sobre el casamiento propuesto para sus hijas, ya que ellos son sobrinos suyos. No dice el juglar que consultará con su esposa, a la que solo le comunica, después, la boda ya concertada. (Versos 6, 7 y 8 de la serie 108). La potestad de casar a sus hijas residía en el padre y en la madre, como se desprende de la primera Crónica General, donde se dice que el Campeador consultó también a doña Jimena. El omitir, pues, esta consulta a la esposa debe de ser un olvido del juglar. <<

[287] Los escudos de combate solían ser de tabla, forrados de piel de caballo, y medían 1,20 por 0,65 metros, y estaban frecuentemente guarnecidos con una bloca o adorno metálico en el centro, de donde partían radios, también de metal, hacia los bordes; esta guarnición podía ser de plata, y hasta de oro en algunos casos. <<

[288] Ricas telas con las que se hizo famoso el mercado de Andros, que comúnmente se designaban «cendales» de Andria. <<

[289] Los infantes de Carrión, para asistir a las vistas, quieren presentarse con un boato y esplendidez dignos de su prosapia; mas como su fortuna no alcanzaba a sufragar tales dispendios, se ven obligados a empeñarse, dejando a deber gran parte de lo que adquieren. Este detalle sirve al juglar para ir preparando el retrato moral de estos personajes, que buscan al Cid acuciados por la codicia tan solo. <<

[290] Condes y potestades eran altos dignatarios de la corte. El conde era, desde tiempos visigóticos, a modo de gobernador de una comarca, donde ejercía las funciones militar, judicial y económica por delegación del rey. Los potestades eran ricoshomes, aunque de inferior jerarquía a los condes, y estaban encargados del gobierno o tenencia de una fortaleza, ciudad o territorio. <<

[291] Recuérdese que Alfonso VI era rey de León por derecho propio; de Galicia, por herencia de su hermano García, y luego lo fue de Castilla por la muerte de su rey Sancho. Esta numeración de las distintas procedencias de los que acompañan al rey —y que se repite varias veces en el poema— viene a ser la expresión del imperio de Alfonso VI, que comprendía la mayor parte de la España cristiana de su tiempo. <<

[292] Espoleando de prisa. (Véase la nota 23 al verso 1 de la serie 2.) <<

[293] Postrarse de hinojos y con las manos en el suelo, humillándose hasta tomar la hierba con los dientes, era la máxima muestra de acatamiento que podía hacer un vasallo ante su señor. Según Menéndez Pidal, esta señal de rendimiento del Cid ante el rey, «su señor natural», puede considerarse como una supervivencia de la antigua costumbre entre los pueblos indios, itálicos, germanos y eslavos, entre los que el vencido era costumbre que tomase tierra en la boca como señal de sumisión o en petición de misericordia. <<

[294] Recuérdese que el Cid llora solo en los momentos de ternura familiar, lo que no es nunca signo de debilidad, sino de fina sensibilidad emotiva. <<

[295] El besar en la boca era saludo usual de amistad, pactado en momentos solemnes. <<

[296] Álvar Díaz, potestad de la corte de Alfonso VI, partidario del conde García Ordóñez, y por consiguiente enemigo del Cid. Es personaje histórico que figura en la corte castellana entre los años 1068 y 1111 como gobernador de Oca, vieja ciudad próxima a Burgos. (Véase la nota 415). <<

[297] Alusión al voto del Cid de dejarse crecer la barba. (Véase el verso 6 de la serie 76). Con ella admira a cuantos lo veían, y por eso el juglar lo llama con los epítetos frecuentes de «el de la luenga barba», «el de la barba grande». (Verso 6 de la serie 75 y 8 de la 118). <<

[298] Por primera vez aquí se designa por sus nombres a las hijas del Cid. Llámalas doña Elvira y doña Sol, y con estos nombres han pasado a la inmortalidad literaria. Pero los nombres históricos de las hijas del Cid fueron los de Cristina y María Rodríguez. Como era costumbre que las mujeres usasen nombres dobles, prefirió el juglar usar el segundo, que las diferencia del primero, usado en los documentos de la época. <<

[299] El Cid no demuestra gran confianza en los de Carrión, y después de advertir que sus hijas fueron criadas en casa del rey —como era costumbre ancestral entre la nobleza—, se aviene a la petición de la boda solamente por obediencia y sumisión a su soberano. <<

[300] Alusión a la costumbre que, desde tiempo visigótico, se usaba en España de que los hijos de los nobles fueran criados y educados en palacio como servidores de los reyes. <<

[301] «Cambiar las espadas» era señal de parentesco. Acostumbrábase también a cambiar las armas como símbolo de pactar amistad. <<

[302] «Ayuda» era el obsequio en dinero que hacía el señor a sus vasallos, según la costumbre feudal, para contribuir a sus bodas. En las cortes de Toledo, esta cantidad, que en concepto de «ayuda» se entregó a los infantes, habrá de ser exigida por el Campeador a sus yernos. (Verso 148 de la serie 137). <<

[303] Véase aquí la intención del juglar al insistir en el constante recelo del Cid sobre el casamiento de sus hijas. El Cid dice al rey que él las casa. <<

[304] El rey hace un simulacro de tomar a las hijas del Cid por la mano para entregarlas a sus esposos, como si estuviera en Valencia efectivamente y ante ellas. Era una entrega simbólica como la de cualquier heredad, que se solía hacer por la entrega de una rama o césped de ella. <<

[305] Asur González era el hermano mayor de los infantes de Carrión, Diego y Fernando. El juglar le presenta como bullanguero («bullidor»), falso, atrevido y borracho, con fuertes rasgos caricaturescos. Como sus hermanos, es enemigo encubierto del Cid. En la historia se identifica este personaje con el hermano mayor de dichos infantes. <<

[306] Aquí les dice que se lo agradezcan sus hijas por no demostrar ante ellas el descontento de aquel concertado casamiento, de cuya responsabilidad más adelante quisiera quedar a salvo. (Versos 4 y siguientes de la serie 110). <<

[307] «Rogador». Para las bodas se acostumbraba que existiesen los que llamaban rogadores, o sea, los que pedían a los padres solemnemente la novia para el casamiento. Se encargaban de recibir a la desposada, y eran mediadores en la transmisión de la potestad que sobre ella se concedía al esposo o pretendiente. Aquí dice el Cid que el mismo rey había sido rogador de estas bodas, con lo que deja a salvo su responsabilidad en aquellos matrimonios de los que siempre recela. Todo el parlamento del Cid es una plática íntima en el seno de la familia, a la que el héroe manifiesta sinceramente su opinión. <<

[308] Para la celebración de grandes solemnidades solían cubrirse de tapices los muros de los palacios. Los tapices de pared se usaban desde muy antiguo, pero —según el poema— también por los suelos se pusieron tapices, lo cual no era costumbre de los cristianos, sino uso tomado de los pueblos orientales, y en este caso por influencia musulmana. <<

[309] Aquí tiene lugar la ceremonia civil de las bodas, en la que Minaya, en nombre del rey, entrega los esposos a sus prometidas, según se acordó. (Verso 7 de la serie 105). Esta ceremonia precedía a la religiosa, que se celebra después en la iglesia mayor, donde el obispo don Jerónimo oficia en el casamiento sacramental. <<

[310] Celebrada la boda religiosa, va la comitiva al Arenal, donde los caballeros hacen un espectacular juego de armas, en el que el Cid muestra su destreza hasta fatigar tres caballos. Recuérdese la habilidad del Campeador en jugar las armas y en correr caballos. (Nota 245 y la prosa del principio de la serie 150, respectivamente). <<

[311] Es de advertir que aquí el juglar, que nunca tuvo palabras de elogio para los infantes, dice que se mostraron buenos jinetes en esta ocasión; pero ello está dicho para que contraste más al comparar sus buenas cualidades hípicas con la cobardía guerrera de que han de dar muestras después. <<

[312] Siguen los juegos de armas en los castillejos y tablados de madera, de que ya se habló en la nota 232. <<

[313] Los festejos de las bodas solían prolongarse una o varias semanas, según costumbre, que llegó a ser tan abusiva que en el siglo XIII tuvieron que prohibir las leyes estos excesos. <<

[314] Costumbre era que no solo los padres, sino los parientes y aun los amigos de la novia obsequiasen pródigamente a los convidados a las bodas. <<

[315] El conde Gonzalo es el padre de los infantes de Carrión, hermano de Per Ansúrez. (Véase nota 416). Uno de los personajes más destacados del bando de los de Carrión y enemigo del Cid, como se verá más adelante. Históricamente concuerda su personalidad con los testimonios que de él dan las crónicas de su tiempo. El conde Gonzalo fue, históricamente, un ilustre leonés perteneciente a la familia de los Beni-Gómez de Carrión, que, según la historia, fue padre de Fernando y Diego, los impropiamente llamados infantes de Carrión en el poema. <<

[316] El juglar, que tan escrupulosamente va narrando los acontecimientos de la vida del Cid, corta la narración, y con esta frase, «bien cerca de dos años», deja suponer que la vida fluye tranquila en Valencia, sin acontecimiento notable, hasta que, en el cantar tercero, comienzan a moverse de nuevo escenas de guerra al hablar de la batalla contra el rey Búcar. La vida de los infantes al lado de sus mujeres, en Valencia, es apacible, hasta que el episodio del Icón —con que comienza el cantar siguiente— pone de manifiesto la cobardía de los de Carrión en la corte, comprobada después en el campo de batalla. <<

[317] Con esta exclamación hace el juglar despertar el interés de los oyentes sobre el resultado de aquellas bodas de las hijas del Cid, cuyo desenlace ha de verse en el cantar siguiente, y a cuya audición invita el juglar de esta manera, dando así por acabado el cantar segundo sobre las bodas de las hijas del Campeador. <<

[318] Con este verso se reanuda la narración del poema. En el verso 66 de la serie 111 dejó el juglar al Cid y a sus gentes en la vida cotidiana de Valencia, donde moraron «cerca de dos años», sin que acontecimiento alguno turbara el vivir de la corte y de la ciudad. En este verso repite el juglar que seguían en Valencia el Cid y los suyos, y con ellos los de Carrión, en cuyos personajes va a proseguirse el desenvolvimiento de la narración del poema. <<

[319] El episodio que desde este verso se narra es completamente novelesco, como el de las arcas de arena. El tema, como aquel, no es nuevo en la literatura medieval, y este llega hasta tiempos bien recientes. En poemas épicos franceses y en otros pueden verse escenas parecidas que se repiten hasta constituir lugar común en la épica genérica medieval. En el mismo Quijote hay una escena en la que don Quijote se enfrenta con un león; pero el fin que estas narraciones se proponen es el de demostrar el valor del hombre frente al fiero animal, contrastando la superioridad del valor humano. Aquí el juglar no tiene este propósito —que, sin duda, cumple también—, sino el de demostrar la cobardía de los de Carrión, que aquí queda bien patente y pública ante la corte del Cid. A partir de este episodio, nadie, entre los vasallos del Campeador, tendrá ya respeto a aquellos infantes orgullosos, a quienes todo el pueblo de Valencia demostró respeto hasta este momento. La vergüenza por la que hubieron de pasar los de Carrión ante toda la corte hace que los infantes, heridos en su amor propio, comiencen a maquinar la venganza, germinando en ellos la afrenta que han de llevar a cabo villanamente en el robledo de Corpes, y que constituye el nudo novelístico de este tercer cantar del poema. El Romancero ha de repetir ahincadamente este episodio del león, al que irá añadiendo nuevos detalles, algunos de ellos cómicos en extremo. En él también tomará tema Quevedo para un romance artístico, y, modernamente, Victor Hugo se inspirará para una poesía suya exaltando la figura del Cid frente al león desmandado. <<

[320] Costumbre era de señores tener en sus palacios leones y fieras enjaulados, y era muy verosímil que así los tuviese el Cid, máxime teniendo en cuenta el contacto con los árabes, cuyos grandes señores tenían esta costumbre muy generalizada. <<

[321] Ante cualquier peligro, los infantes suspiran por su Carrión. Así lo expone el juglar para hacer resaltar la cobardía de aquellos nobles felones. Esta exclamación la repiten otras veces, como puede verse en el verso 8 de la serie 114. <<

[322] Manto y brial. Brial era una especie de túnica que cubría desde los hombros hasta casi los tobillos, con mangas o sin ellas. Se colocaba encima de la camisa y debajo del pellizón. (Para manto, véase la nota 19). <<

[323] Cuarte. Sobre este pueblo y su nombre puede verse la nota 263 al verso 1 de la serie 95. <<

[324] «Si de él oísteis hablar». Es frase común en la poesía medieval para ponderar algún alto personaje. Búcar es el jefe de una nueva expedición de los almorávides contra el Cid, que llega a tierras valencianas con gran arrogancia, creyendo que puede vencer con facilidad al Campeador, al que intima a rendirse antes de comenzar la batalla, que, una vez empezada, pierde, teniendo que huir despavorido. Históricamente no se ha podido identificar este personaje, que quizá fuese uno de los Abu Beker, cuñado del emperador Yúsuf. Aquí se le llama rey, pero ya se sabe que esta palabra en el uso árabe venía a tener la equivalencia de jefe militar o emir. <<

[325] Aquí vuelven los infantes de Carrión a manifestar ante la batalla su miedo a perder las vidas. Recuérdense los versos 54 y 4 de las series 82 y 102, respectivamente, en que apetecen las riquezas del Cid, mas sin reparar en los sacrificios que ahora se les presentan. <<

[326] Recuérdese que Muño Gustioz era el encargado por el Cid de acompañar y servir a los infantes. (Versos 18 y 26 de la serie 107). <<

[327] Según el Fuero de León y de Carrión, los caballeros estaban dispensados de ir a la guerra durante un año a partir del día de su boda. Más tiempo hacía que se celebraron las de los de Carrión con las hijas del Cid. (Véase nota 316). Mas, no obstante, este les ofrece generosamente que pueden quedarse en el alcázar y no salir a la batalla, lo que mortifica el orgullo de los infantes, que deciden tomar parte en la lucha para aparentar el valor del que estaban faltos. <<

[328] A partir de este verso hay una laguna en el único manuscrito conocido del poema, por faltar la hoja penúltima del cuaderno séptimo. Equivale a cincuenta versos perdidos, que Menéndez Pidal, en su reconstrucción del poema, suple con la prosa correspondiente a este pasaje de la Crónica de Veinte Reyes de Castilla, según se hizo también para suplir la falta de la primera hoja del manuscrito. Siguiendo el criterio general adoptado, modernizo la prosa del texto de dicha crónica aquí incluido. <<

[329] Delantera, esto es: el derecho a dar lo que se llamaba en el lenguaje militar «las primeras heridas». (Véanse notas 262, 335 y 450). Así lo hacen los infantes para demostrar valor ante su suegro y contrarrestar la fama de cobardes que comenzaba a cundir por todas partes. <<

[330] «Así vea yo la hora en que merezca de vos doble». Esto es: «ojalá os pueda pagar con creces esto que por mí hacéis». Al final del poema, cuando Bermúdez desafía al infante, ha de echarle en cara esa cobardía suya y la humillación de haber tenido que recurrir al favor que ahora le hace don Pero. (Versos 10 al 19 de la serie 143). <<

[331] Esto es: Bermúdez asiente a cuanto dice el infante, a pesar de saber la actuación cobarde del de Carrión, mas con el fin de que el Cid no se entere del miedo de su yerno. <<

[332] Recuérdese que los tambores eran instrumentos de guerra usados por los moros y desconocidos de los cristianos. <<

[333] Recuérdese que a Muño Gustioz y a Bermúdez mandó el Cid cuidar de los de Carrión. (Versos 18 y 26 de la serie 137). Aquí Bermúdez le pide a su señor que le releve de esta obligación que tan poco grata le es. <<

[334] «Mi orden». Alusión aquí a la orden a que pertenecía don Jerónimo, que debió de ser la de los monjes cistercienses de Cluny. <<

[335] Desea ser el que haga «las primeras heridas» en la batalla, como en la librada contra Yúsuf. (Nota 262). <<

[336] Alusión al emblema usado por don Jerónimo. «Parece ser —dice Menéndez Pidal— que el obispo llevaba pintadas unas corzas en su pendón. Cada caballero usaba su emblema peculiar para que lo pudieran reconocer y seguir los que estaban a ello obligados». Estos emblemas no eran todavía hereditarios y privativos de cada familia, como después, en que constituyeron símbolo heráldico familiar. <<

[337] Esto es, tomó la iniciativa del ataque para dar las primeras heridas. La arremetida la llevaban a cabo unos cuantos caballeros, yendo a atacar al enemigo en sus propias líneas. <<

[338] En el combate se usaba la lanza; solo cuando ella se rompía se solía emplear la espada, que para ello se llevaba a prevención. <<

[339] Esta descripción de la batalla se repite varias veces de la misma o parecida manera. Recuérdense los versos 15 y 16 de la serie 68 y la nota 192. <<

[340] Los tendales que sostenían las tiendas eran labrados y adornados con labores costosas, y hasta los había con adornos de oro y plata. Recuérdense los descritos en el verso 73 de la serie 95. <<

[341] Descripción estereotipada usada en algunas gestas francesas, como observa Menéndez Pidal. <<

[342] «Nos besaremos», esto es, «haremos el signo o fórmula de pactar amistad», que, como se ha dicho, consistía en el beso. (Verso de la nota 418 y en otros lugares del poema). <<

[343] Las espadas de combate eran tan pesadas que bien podían, por su peso, hendir una persona y rajarla hasta la silla del caballo. <<

[344] Ya se ha visto la gran estima en que se tenían estas armas de lujo conquistadas como trofeo al enemigo. Al conde de Barcelona ganó el Cid la espada Colada, y ahora al rey Búcar le gana la llamada Tizón, magnífica pieza de armería que bien podía considerarse como una joya, ya que podría valer —según dice el juglar— hasta mil marcos de oro. Esta gloriosa espada, conservada después en la armería real de Aragón, fue usada, dos siglos después, por el rey don Jaime I en la conquista de Valencia, dándole así un valor simbólico al usarla. Actualmente se halla en el Museo de Artillería de Madrid. <<

[345] Estas espadas, Colada y Tizón, adquieren un valor simbólico a lo largo del poema; son trofeos de guerra, donación del héroe a sus yernos, e instrumento de la venganza del Cid contra la alevosía de los de Carrión, finalmente. <<

[346] Llega con la cara descubierta y el almófar quitado. Almófar era una especie de capucha formada por la prolongación de la loriga, que se colocaba sobre la cabeza debajo del yelmo, al que se sujetaba por las moncluras. <<

[347] El escudo al cuello. Después de las batallas, y cuando iban de carrera los caballeros, solían colgarse el escudo al cuello a fin de tener más libres las manos y dominar mejor la cabalgadura. Como el escudo solía ser de madera, en ella quedan las huellas de los espadazos y lanzadas que dicha arma defensiva recibía en la lucha. <<

[348] Cuando se usaba la espada en el combate, si se hería con ella al adversario, su sangre podía correr a lo largo de la espada por la canal que en el centro tenía, llegando la sangre a manchar la mano del agresor hasta llegar al codo. <<

[349] El Cid dice esto de buena fe, pero los infantes, con el remordimiento de su mala conducta, toman las palabras del héroe como escarnio, lo que les hace ir elaborando con más ahínco su infame propósito de venganza. <<

[350] El botín se solía dividir en raciones que se repartían luego proporcionalmente entre todos los combatientes. <<

[351] «Honor» significa aquí tanto como heredades, posesiones o feudos, como en los versos 5 y 22 de las series 22 y 47, respectivamente. <<

[352] En Marruecos temen que el Cid les ataque, ya que cuantas veces intentaron los almorávides darle batalla salieron vencidos por el Campeador. Este no piensa invadir la tierra africana, aunque sí hacerles pagar parias a él o a quien designare. <<

[353] «Crio». Recuérdese que los grandes señores, como los reyes, acostumbraban tener a los hijos de los nobles en sus palacios para que se educaran en el ambiente de corte. <<

[354] «Cuñado». Quiere decir aquí simplemente pariente, ya que no puede darse a esta palabra el significado actual, como se ve por el sentido. <<

[355] Nótese que Fernando, cínicamente, dice que «matamos» al rey Búcar. Con todos estos detalles va el juglar haciendo el retrato moral de los condes. Contrasta esta fanfarronada con lo que dice Minaya al Cid: «Matasteis vos al rey Búcar». (Verso 29 de la serie 119). La baladronada de Fernando hace reír a los cortesanos, que saben la verdad de la cobardía del conde. <<

[356] El juglar, como en un aparte, declara no querer tener participación en la maldad que proyectan los infantes: tal es la repugnancia que le causa la traición proyectada. <<

[357] A pesar de cambiar de asonancia, sigue el parlamento de los infantes, en el que plantean la afrenta que piensan hacer a las hijas del Cid. Ambos hablan y dicen lo mismo, asintiendo uno a lo que dice el otro, dando muestras de una manifiesta necedad tanto por lo que dicen como por el modo de decirlo. El pasaje resulta deliberadamente grotesco y de efecto cómico, según el propósito del juglar. <<

[358] El «ajuar» viene a ser el conjunto de bienes que los padres dan a la hija cuando contrae matrimonio. <<

[359] «Ciclatón». Tela de seda entretejida con oro o plata. De ella solían hacerse los briales masculinos y femeninos, y era tan generalizado el uso de esta tela, que muchas veces se solía llamar ciclatón al brial. <<

[360] «Jugar las armas». Recuérdese que esta exhibición solía hacerse también en las despedidas solemnes. (Verso 11 de la serie 86). <<

[[361]] Recuérdese el influjo de los agüeros, que se repite en el poema, y a los que el Cid presta tanto crédito. (Véase verso 2 de la serie 2.) <<

[362] Saludo en interrogación tantas veces usado en el poema. (Véase la nota 57 al verso 14 de la serie 11). <<

[363] Adviértase cómo es siempre Álvar Fáñez el que, en los momentos de emoción familiar, anima al Cid y lo consuela. (Verso 45 de la serie 18). <<

[364] Al pasar por Molina penetraron en la ciudad, que es camino obligado para Medinaceli. En Molina han de encontrar a su alcaide, Abengalbón, moro amigo del Cid, quien le ordena albergar a sus hijas y a sus yernos una noche y luego acompañarlas en custodia hasta Castilla. <<

[365] Albarracín, ciudad en el camino de Murviedro a Castilla. (Véase el verso 79 de la serie 83, y su nota, la 232). <<

[366] Los montes de Luzón, aquellas montañas «fieras y grandes», ya citadas en el verso 106 de la serie 83. <<

[367] Arbujuelo es el ya citado valle de Arbujuelo, lugar tan detalladamente descrito por el juglar. (Véase la nota 236). <<

[368] Ansarena es lugar hoy desconocido que debió de estar entre Medinaceli y el río Jalón. <<

[369] Hasta en esta ocasión no desprecia el juglar oportunidad de manifestar el instinto traidor y la codicia de los infantes, que pretenden robar a Abengalbón. <<

[370] Un moro «latinado», dice el poema, esto es, que conocía el romance castellano que entre sí hablaban los infantes, por creer que el moro no había podido entenderlos. <<

[371] A pesar del cambio de asonancia, sigue el parlamento de Abengalbón. <<

[372] Atienza y la sierra de Miedes. (Véanse las notas 85 y 86). Atienza es, en efecto, «una peña muy fuerte» sobre la cual se eleva aún la ruina de un castillo roquero. La sierra de Miedes tenía abundantes bosques que ya no existen en la actualidad. <<

[373] Montes Claros es el paraje en donde nace el río Jarama, en la actual provincia de Guadalajara. También se da este nombre en el poema a la cordillera del Atlas. (Véase la nota 200). <<

[374] «Griza a la que Álamos pobló». Parece que esto hace referencia a alguna tradición local, hoy completamente perdida. <<

[375] San Esteban de Gormaz. Ya visto. <<

[376] El robledo de Corpes, que no existe en la actualidad, debió de estar en el sudoeste de San Esteban de Gormaz. Actualmente este paraje está despoblado y sin vegetación alguna, el que debió de haber sido un espesísimo robledal tan frondoso como lo describe el poema. <<

[377] «Manto» y «pellizón», prendas de vestir de gente noble que indistintamente usaban los hombres y las mujeres. (Véase la nota 19). <<

[378] «Ciclatón». (Véase la nota 359). <<

[379] «Los moros y los cristianos». Frase adverbial, tan repetida, que equivale a «todos», «todo el mundo». <<

[380] Repite la idea del verso último de la serie anterior, y toda esta serie viene a ser repetición de versos de la anterior, hecho así deliberadamente para dar más vigor al patetismo dramático del pasaje narrado. Aquí se pone de manifiesto la sensibilidad lírica del juglar y la finura de su técnica literaria. <<

[381] Aquí interrumpe el juglar la narración y, mientras deja ir impunes a los de Carrión, se enfrenta con el auditorio para decirle que va a retroceder su narración contando lo hecho por Félez Muñoz. <<

[382] La llamada «Torre de doña Urraca» actualmente no existe. Debería de estar —según Menéndez Pidal— en el terreno que hoy lleva el nombre de La Torre, a siete kilómetros al oeste de San Esteban de Gormaz y no lejos de un pago denominado Llano de Urraca, a la orilla del Duero. <<

[383] Diego Téllez era vasallo o pechero de Álvar Fáñez, y vivía en San Esteban. Aunque este personaje viene a ser muy secundario en el poema, está confirmada su existencia histórica, sabiéndose de él que fue señor de Sepúlveda en los dominios de Minaya gracias a una declaración del abad de San Millán de la Cogolla, en 1086, según descubrió Menéndez Pidal. (Véase su discurso «Mío Cid el de Valencia», de 1940). <<

[384] El tributo de «enfurción» era un tributo de viandas, granos y vinos que tenía que pagar el pechero al señor por razón del solar que este le daba. <<

[385] El Cid calla y medita en silencio antes de tomar una trascendental decisión, como en el verso 49 de la serie 102. Recuérdese el verso 5 de la serie 102, en el que el rey hace un gesto análogo en parecido trance, como en el 52 de la serie 133. <<

[386] Aquí dice el Cid «honra» en sentido sarcástico y como dando la razón a aquellos presentimientos tan largamente contenidos. <<

[387] Gormaz, a orillas del Duero, era un gran castillo árabe que alcanzó extraordinaria importancia en la Reconquista, en el siglo X. <<

[388] Por las palabras de Pero Bermúdez parece que no respeta el vínculo matrimonial de las hijas del Cid. Téngase en cuenta que el solo hecho del abandono y malos tratos de las esposas bastaba para dar como disuelto el matrimonio, aun sin esperar la decisión eclesiástica ni la civil. De igual manera que aquí Bermúdez, se expresa luego el Cid. Estas bodas deshechas así no fueron impedimento para unos segundos esponsales, como se verá más adelante. <<

[389] Río de Amor, lugar hoy desconocido, que debía de estar al este de San Esteban de Gormaz. <<

[390] Alcoceba es el que hoy se llama Barranco de Alcoceba, que desemboca en el Duero, alrededor del castillo de Gormaz. <<

[391] Vadorrey es un despoblado a la izquierda del Duero, en el camino de Berlanga a Gormaz. <<

[392] Berlanga, pueblo y castillo a la izquierda del Duero, distante de Gormaz 13 kilómetros y 30 de San Esteban, así que en aquella primera jornada del camino recorrieron 30 kilómetros. <<

[393] Medina, tantas veces nombrada, es la actual Medinaceli. De Berlanga a Medina hay 46 kilómetros, que constituyen el recorrido de la segunda jornada. <<

[394] De Medina a Molina hay 58 kilómetros, larga jornada que hubieron de cubrir hasta llegar a Molina, donde encontraron los expedicionarios buen albergue para el descanso, preparado por el moro Abengalbón. <<

[395] De Molina a Valencia dice el juglar que van directamente, dando a entender que en una sola jornada. Esta afirmación confirma nuestra opinión sobre el desconocimiento que el juglar tenía de la geografía de las tierras valencianas. Las primeras jornadas, tan detalladamente observadas, son racionales, mientras los personajes van por tierras cercanas a Medinaceli; pero tan pronto se alejan de ellas para internarse en las de Valencia, el juglar no tiene noción de las distancia cuando cree posible que en una sola jornada de caballo se pueda ir de Molina a la ciudad de Valencia. <<

[396] Aquí se sincera el Cid ante sus hijas de la coacción real que le obligó a aceptar el casamiento con los infantes. Ante su rey, el Cid «no se atreve a opinar», dando muestras de una sumisión absoluta al soberano que lo desterró y al que, no obstante, sirve siempre por ser «su señor natural». <<

[397] Recuérdese la costumbre que tenían los grandes señores de educar en sus palacios a los hijos de los nobles vasallos suyos. <<

[398] Vistas o cortes. Las vistas o entrevistas convenidas de antemano tenían a veces carácter judicial. Las vistas solían ser presididas por el mismo rey; eran menos frecuentes que las cortes, que tenían más amplia solemnidad. <<

[399] «Criados», aquí, no puede tener sino el carácter de vasallos criados en la corte del Cid, según se explica en la nota 397. <<

[400] Alfonso VI solía ir con mucha frecuencia a Sahagún, a cuyo monasterio benedictino tenía gran devoción, siguiendo la tradición de su padre, Fernando I. (Véase la nota 217 al verso 5 de la serie 80). <<