Capítulo 15

 

 

Orsino siguió las instrucciones de la recepcionista y fue por el pasillo hasta la sala de juntas. No le gustaba estar en el hotel Chatsfield de Londres después de tantos años. Le recordó lo arrogante que había sido su padre esperando que lo dejara todo para ser imagen de la empresa.

Se pasó la mano por la barbilla, no se había molestado en afeitarse. No le hacía gracia tener que asistir a esa reunión, pero Bettina había sido muy insistente y le había dicho que no podía perdérsela.

Por culpa de esa reunión había tenido que posponer su viaje a Cuillins. Quería ver cómo estaba recuperándose escalando en Escocia durante unos días.

Movió su mano mala mientras caminaba, tenía ciertas dudas sobre su capacidad para seguir escalando. Si no podía, iba a tener que encontrar otra distracción. Algo para no seguir pensando en Poppy. De momento, no estaba teniendo suerte con nada. Ni siquiera sabía si iba a volver a verla de nuevo.

Frunció el ceño al llegar a la sala de juntas. Esperaba que la tal señora Beaufort tuviera una propuesta interesante para él. De otro modo, pensaba salir de allí corriendo.

Llamó con los nudillos a la puerta y entró. Pero se quedó inmóvil al ver quién era. La mujer se levantó al oírlo entrar. Tenía la ventana tras ella, dibujando la esbelta silueta que tan bien ensalzaba el traje de chaqueta gris que llevaba. Su melena cobriza era inconfundible.

–¿Poppy? –exclamó con incredulidad.

Pensó que estaba teniendo una alucinación, pero no, era ella. Se fijó en sus piernas perfectas, los zapatos negros de tacón alto y las perlas que adornaban su pálido cuello. Solo podía ser ella.

Inhaló su aroma mientras ella se le acercaba y se le fueron los ojos a sus deliciosos labios. La echaba tanto de menos…

–¿Qué estás…? –preguntó.

Pero no terminó la frase cuando Poppy pasó a su lado y cerró la puerta con llave.

–No quiero que nos molesten –murmuró ella volviendo a su lado.

–¿Poppy? ¿Qué… qué es esto? –preguntó aturdido–.¿Dónde está la señora Beaufort?

–La estás mirando ahora mismo.

–No entiendo –repuso confuso.

–Decidí copiar tu idea y usar el apellido de soltera de mi madre.

–¿Por qué?

–Porque, la última vez que nos vimos, me quedó tan claro el gran sentimiento de culpabilidad que tienes que no creí que quisieras tener que enfrentarte a mí de nuevo aunque te llamara. Pensé que este pequeño engaño era mi única opción.

 

 

A Poppy le latía el corazón a mil por hora. Se cruzó de brazos y vio que a Orsino se le iban los ojos al profundo escote de su chaqueta. Aunque estaba muy serio y muy tenso, esa cálida mirada lo traicionaba y no pudo evitar sentir cierta esperanza.

No era tan orgullosa como para no utilizar su cuerpo para conseguir lo que quería. Creía que merecía la pena arriesgarse y no tener que arrepentirse después.

–Tengo una propuesta de negocios para tus programas de ayuda –le dijo ella inclinándose hacia delante y pasándose tentadoramente la lengua por el labio inferior.

–¿Quieres hablar de mi labor filantrópica? –preguntó Orsino frunciendo el ceño.

–¿Por qué no? No eres el único con interés en ese tipo de programas.

Vio que Orsino la miraba entrecerrando los ojos.

–Mi propuesta conseguirá incrementar la recaudación de fondos.

–¿En serio? –preguntó Orsino.

–Sí. ¿Por qué no te sientas?

–Estoy bien de pie, gracias –respondió cruzándose de brazos.

–No te importará que yo me ponga cómoda, ¿verdad? –le preguntó ella mientras se sentaba en la mesa que tenía detrás de ella.

Fue muy consciente de que a Orsino se le iba la mirada a sus piernas. Sentada en la mesa, la falda se le había subido lo suficiente como para revelar varios centímetros de sus muslos.

Se tomó su tiempo cruzando las piernas, sabiendo que él la observaba. Tuvo que controlarse para no sonreír al ver que Orsino tragaba saliva.

–¿Me decías que tienes una propuesta que hacerme? –le preguntó él.

–Sí. Por cierto, ¿qué tal tienes la vista? ¿Sigue mejorando?

–Ya está casi bien del todo –repuso Orsino–. El tiempo lo dirá. Sigue contándome, por favor.

Fue ella entonces la que tragó saliva. Le había parecido fácil sobre el papel, pero el hombre que tenía frente a ella no se parecía al del otro día, al que había visto tan vulnerable y herido. Pero se dio cuenta de que tenía que ser valiente. Podía hacerlo. El fracaso no era una opción.

–Haces una labor estupenda recaudando dinero para tus programas de caridad –comenzó ella.

–Gracias.

–Pero son acontecimientos puntuales que solo llaman la atención del público durante poco tiempo. He pensado que sería mejor tratar de mantener la atención todo el tiempo, también cuando no estás arriesgando el cuello escalando o cruzando un desierto.

–Continúa, por favor.

Vio que había conseguido su atención. Le molestaba que aún no hubiera caído en la tentación de abrazarla y besarla hasta que se quedaran los dos sin aliento.

Volvió a cruzar las piernas y le encantó ver que Orsino estaba completamente hipnotizado.

–Conozco a gente dispuesta a contribuir en una campaña mediática de forma gratuita.

–¿Hablas de otras modelos? –le preguntó Orsino.

–No desprecies la idea sin más. A la gente le atrae la belleza y no solo servimos para vender coches o joyas, también para sensibilizar sobre causas benéficas.

–No estaba despreciando tu idea. Aceptamos cualquier tipo de ayuda.

No dejaba de mirarlo, pero su expresión no daba a entender lo que estaba pensando.

–Y no serían solo modelos, también fotógrafos y directores. Hemos pensado que estaría bien hacer un par de anuncios y también un documental –le dijo ella–. También se podrían organizar eventos para recaudar fondos con un toque de glamour.

–Suena demasiado perfecto para ser verdad –comentó Orsino.

–Bueno, mi oferta viene con un par de condiciones.

–¿En serio? –le preguntó con su profunda y masculina voz.

–Por un lado, tendrías que trabajar conmigo. Quiero formar parte de este proyecto.

–¿Por qué?

Poppy se encogió de hombros.

–No voy a ser modelo toda la vida, quiero desarrollar mis habilidades en otras áreas y esta es una oportunidad perfecta para hacer algo que de verdad vale la pena.

Orsino se quedó en silencio durante tanto tiempo que cada vez estaba más nerviosa. No pudo evitar sonrojarse, pensando que se había equivocado con él.

–¿Cuál es la otra condición? –le preguntó Orsino mientras se acercaba a ella.

Levantó la cabeza, recordándose a sí misma que podía hacer aquello.

–Que no solo quiero trabajar contigo.

–¿No? –repuso Orsino sin dejar de mirarla–. ¿Qué más quieres?

Poppy se llevó la mano a la chaqueta. Desabrochó un botón y luego otro. La chaqueta se abrió completamente, desvelando su pálida piel y un sujetador de encaje gris.

Vio que Orsino inspiraba con fuerza y después contenía la respiración unos segundos.

–¿Qui… quieres sexo? –tartamudeó.

Poppy se quitó la chaqueta y sintió cómo se contraían casi al instante sus pezones. Nunca se había sentido tan expuesta y no entendía por qué Orsino seguía sin moverse.

–Sí –susurró ella con un nudo en la garganta.

Estaba tan nerviosa que no sabía qué hacer con sus manos y las apoyó en la mesa.

–Pero quiero algo más.

–¿Más?

–Sí, quiero ser tu esposa –contestó mirándolo a los ojos y sintiendo la intensidad de su conexión–. Quiero que vivamos juntos, como marido y mujer.

–¿Es una broma? ¿Te estás vengando de mí?

–¿Crees que jugaría así contigo?

–¡No! –repuso Orsino sacudiendo con incredulidad la cabeza–. Pero no me puedo creer…

Parecía muy confuso. Como si no supiera qué decir ni qué pensar.

–¿Es posible? –le preguntó unos segundos después.

–¡Por supuesto que es posible! –exclamó ella con más fuerza–. Estabas tan ocupado culpándote de todo que se te olvidó el hecho de que te quiero.

–¿Me quieres? ¿Aún me quieres? –le preguntó con un brillo nuevo en sus ojos.

–Ya te lo dije, ¿no te acuerdas? No necesito que decidas por mí lo que quiero o no quiero.

Le había dolido mucho que Orsino le confesara sus sentimientos para apartarla después de su lado. Pero, al verlo en esos momentos, mirándola a los ojos con emoción y sonriendo, se le olvidó todo lo demás.

–Sí, me acuerdo –le dijo Orsino acercándose a ella.

Estaba tan cerca que tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos. Separó las rodillas para hacerle hueco entre sus piernas.

–No entiendo cómo puedes seguir queriéndome. No puedo creer que me perdones después de haber estado tan ciego. Pero te lo agradezco –le dijo con emoción mientras le apartaba un mechón de la cara con mano temblorosa–. Te quiero tanto, Poppy…

Durante un momento glorioso, el mundo se detuvo mientras se miraban a los ojos.

Después, Orsino acarició uno de sus pechos y no pudo ahogar un gemido de placer y alivio. Había pasado demasiado tiempo sin sentir sus manos.

–Así que quieres sexo, que sigamos casados y trabajar juntos. Creo que podré con todo –le susurró Orsino acercándose a su cuello para besarla.

La sensación fue tan increíble que se quedó sin aliento cuando el placer la atravesó. Metió las manos entre los dos para desabrochar el cinturón de sus pantalones.

–¿Eso es todo? –le preguntó Orsino.

–No –repuso ella apartándose unos centímetros–. Quiero que llames a tu padre.

Notó que se ponía algo tenso y fruncía el ceño.

–Limítate a llamarlo y preguntarle por qué quería que trabajaras para la compañía.

–¿Por qué? –le preguntó Orsino con curiosidad.

–Porque la familia es importante –respondió Poppy pensando en su madre–. Sé que no ha sido el padre perfecto, pero a lo mejor te hizo esa oferta porque le gustaría tenderte una mano y tenerte cerca. A lo mejor se ha dado cuenta de todo lo que se ha perdido durante todos estos años.

Creía que Orsino se merecía que su padre le pidiera perdón y quisiera tener una buena relación con él. Pensaba que quizás pudiera por fin tener el cariño que su padre le había negado durante demasiado tiempo.

–De acuerdo. Pero solo una llamada telefónica –decidió Orsino.

Ella asintió con la cabeza. Le emocionaba que Orsino lo fuera a hacer porque ella se lo pedía. De repente, sin previo aviso, él la empujó hasta tumbarla sobre la gran mesa. Apenas podía controlar el deseo al ver cómo la miraba.

–¿Eso es todo? –le preguntó Orsino.

–Una cosa más –susurró ella casi sin aliento.

–Es una dura negociadora, señora Chatsfield.

El corazón le dio un vuelco al oír ese nombre de sus labios. Le gustó mucho.

Orsino deslizó la mano por debajo de la falda y se detuvo cuando llegó al final de sus medias y notó que solo le llegaban hasta medio muslo.

–¡Bruja! –susurró con los ojos llenos de deseo.

La besó apasionadamente y, durante unos minutos, el mundo giró a su alrededor. Era tan feliz que sentía que iba a estallar.

–¿Qué era eso último que querías? –le preguntó Orsino después.

Se le llenaron los ojos de lágrimas, casi no podía hablar.

–¿Poppy? Mi amor, todo va a ir bien, ya verás. ¿Qué es lo que quieres? Vamos, no puede ser tan malo…

–No es malo en absoluto –repuso tomando la cara de su amado entre las manos–. Lo que quiero es pasar más tiempo en Inglaterra y viajar menos para tratar de formar pronto una familia.

La sonrisa que le dedicó entonces Orsino fue lo más maravilloso que había visto en su vida.

–Me encantan las mujeres que saben lo que quieren. La verdad es que he estado pensando en hacer menos expediciones peligrosas ahora que tengo más trabajo administrativo. Además, la idea de formar una familia contigo sería una nueva y maravillosa aventura.

Sentía tanta emoción en su interior que no le salían las palabras. Se limitó a abrazarlo y besarlo con todo el amor que tenía en su corazón.

Siguieron besándose y la mano de Orsino prosiguió su camino debajo de la falda, pero se detuvo de nuevo al no encontrar ropa interior, solo su piel desnuda y su sexo. Apartó la cabeza unos centímetros para mirarla a los ojos.

–Eres una mujer peligrosa, Poppy. Más peligrosa que cualquier montaña que pueda escalar. Creo que podrías llegar a matarme…

Pero solo había satisfacción en su rostro mientras su mano la exploraba y acariciaba. Se estremeció entre sus brazos cuando encontró el punto más sensible de toda su anatomía.

–No voy a hacerlo, no te preocupes –repuso ella bajándole la cremallera de los pantalones–. Tengo la intención de que vivamos juntos durante mucho tiempo.

–Tendremos nuestro propio final de cuento de hadas –le dijo Orsino sin dejar de mirarla–. Te amo, Poppy, más que a la vida misma. Voy a pasar el resto de mis días tratando de hacerte feliz.

Y selló después su promesa con un beso que borró todo el dolor del pasado. Un beso que era un maravilloso presagio de todo lo bueno que les deparaba el futuro.

 

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Podrás conocer la historia de Lucilla Chatsfield en el octavo libro de la serie Los Chatsfield del próximo mes titulado:

EL RETO DE LA HEREDERA