Capítulo 14

 

 

Después de entrar en el vestíbulo del hotel y mirar a su alrededor, Poppy se acomodó en un sillón y comenzó a hojear una revista. Se encontró con una foto suya y la examinó con ojo crítico. Estaba recostada sobre una colcha de bellos brocados. Se dio cuenta de que el vestido rojo había sido un acierto, se complementaba bien con su piel pálida y las joyas que llevaba.

Recordaba perfectamente el día que le habían hecho esa foto. Solo habían pasado unas semanas desde entonces. Le parecía que había algo más intenso en su mirada y más sensual en su boca. Había estado poco antes en la cama de Orsino. Aún podía recordar el sabor de su boca y la intensa pasión que habían compartido esa mañana.

Se había sentido tan deseada… Entonces había creído posible que además pudieran compartir un vínculo emocional, pero había estado equivocada.

No sabía si había merecido la pena volver a entregarse a él como lo había hecho. Durante esas semanas, había sido maravilloso. Pero estaba sufriendo las consecuencias en esos momentos.

Al menos había conseguido entender por qué no había podido superar la ruptura. Se había dado cuenta de que, durante esos cinco años, no había dejado de quererlo.

Y esperaba que ser consciente de ello fuera el primer paso para olvidarlo y conseguir que desaparecieran esos sentimientos.

Estaba siendo muy duro, pero trataba de ser fuerte y de seguir con su vida a pesar de todo. Como en esos momentos, esperando en el hotel a que llegara su cita a ciegas.

Nada le apetecía menos, pero era su responsabilidad hacerlo. El refugio para mujeres con el que colaboraba había subastado un almuerzo con ella en un hotel de lujo y sabía que así habían conseguido recaudar muchos fondos. No podía echarse para atrás, sobre todo después de saber cuánto dinero había pagado ese tal señor Rossi por el privilegio de comer con ella.

No pudo evitar sentir un escalofrío. Esperaba que ese hombre no pensara que iba a recibir más que su compañía durante el almuerzo.

Escuchó pasos firmes que iban hacia ella y, por un momento, pensó que los reconocía. Se le erizó el vello en sus brazos y la nuca, pero mantuvo la cabeza baja y la vista concentrada en la revista.

Se preguntó dónde estaría Orsino en esos momentos. Quizás al otro lado del mundo, visitando uno de sus muchos proyectos benéficos.

–Poppy.

Levantó de golpe la cabeza al oír esa voz y se quedó sin aliento cuando se encontró con esos ojos oscuros. Parecía distinto, demacrado y con ojeras. Aun así, no podía dejar de mirarlo. Su estúpido corazón latía con fuerza al verlo de nuevo.

–¡Orsino! –exclamó consternada.

De todos los hoteles de Londres, había tenido la mala suerte de encontrarse con él. Le parecía una cruel ironía del destino.

–¿Qué estás haciendo aquí?

–Estoy aquí por ti.

Sacudió la cabeza, no creía lo que le estaba diciendo.

–Estoy esperando a alguien –repuso ella.

–Lo sé, a mí –contestó Orsino con seguridad.

–No. He quedado con el señor…

–Rossi –terminó Orsino por ella–. Lo sé.

Se le encogió el estómago al oírlo.

–¿Cómo lo sabes?

Le pareció ver algo distinto en el rostro de Orsino, como si fuera menos orgulloso y autoritario. Casi le había parecido ver una sombra de inseguridad.

–Rossi era el apellido de soltera de mi madre.

Abrió la boca al entender lo que le estaba diciendo.

–¿Fuiste tú quien pujó por mí en la subasta?

Orsino se encogió de hombros.

–Pensé que no ibas a contestar mis llamadas y tenía que probar otra táctica.

–En eso tienes razón –le dijo ella levantándose y tomando su bolso–. Me voy.

Pero Orsino agarró rápidamente su brazo.

–No, por favor. No sabes cuánto he tardado en localizarte. Te fuiste sin dejar rastro. Nadie parecía saber dónde estabas.

–Pero ¿por qué querías verme? –le preguntó ella.

Vio que se pasaba la mano por el pelo, parecía algo inquieto.

–Tengo que hablar contigo.

Poppy se estremeció al oírlo, no podía pasar por ello de nuevo. Era una tortura.

–No puedo.

–Por favor, Poppy. Yo te escuché. ¿Por qué no lo haces tú?

Vio que habían conseguido despertar la curiosidad de otras personas a su alrededor.

–Pero aquí no –le dijo ella antes de que pudiera arrepentirse.

–No, claro que no –repuso Orsino agarrando su brazo–. Tengo un coche esperándonos frente al hotel.

–¿Qué? No, no pienso irme a ninguna parte contigo.

–¿Prefieres ir al bar y que nos oigan los camareros o que nos quedemos en el vestíbulo con toda esta gente mirando? –le preguntó Orsino–. Aunque supongo que podríamos reservar una habitación si quieres.

–De acuerdo, me has convencido, Orsino –le dijo rápidamente ella–. Vámonos.

 

 

–¿Este es tu piso? –le preguntó Poppy cuando entraron en la espaciosa y luminosa vivienda.

–Así es.

Orsino parecía estar tan tenso como ella. No entendía por qué le había dejado que la convenciera para ir hasta allí, pero el reducido espacio del coche le había parecido demasiado íntimo.

Sin saber qué hacer, se acercó a la puerta de cristal por la que se salía a la terraza de la azotea. No podía soportar la idea de estar encerrada en el piso con él.

Adivinando lo que iba a hacer, Orsino le abrió la puerta y encendió los calentadores de jardín para contrarrestar un poco el frío del invierno.

Pero nada podía calentar el hielo que sentía en las venas. Le dio la espalda a la impresionante vista de la ciudad de Londres y se apoyó en la barandilla, frente a él.

–Estoy esperando –le dijo.

Orsino se acercó a ella y la miró. Pero seguía sin hablar.

–¿Orsino? –insistió nerviosa.

Se fijó en su rostro y en las cicatrices. Temió entonces que se hubieran complicado de alguna manera sus lesiones, quizás por eso estaba tan demacrado. Hizo ademán de acercarse a él, pero Orsino empezó a hablar en ese momento. Su voz parecía distinta, como si le costara mucho hablar.

–Me dijiste que yo nunca te quise, que no me importabas lo suficiente como para quedarme a tu lado. Es verdad que nunca te lo dije –reconoció Orsino–. Cuando te conocí, no estaba preparado para estar con alguien como tú ni para sentir lo que sentía por ti. Siempre lo tuve muy fácil con las mujeres, pero contigo fue distinto desde el principio.

Poppy se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración.

–¿En qué sentido?

–Sentí que te necesitaba y fue así desde el principio. Eras… Eras importante para mí –susurró–. Creo que no me estoy explicando bien.

–Dímelo y ya está.

–Sentía que necesitaba tenerte. No solo tenerte en mi cama, también en mi vida. Habría hecho cualquier cosa para retenerte, incluso casarme contigo.

–Lo dices como si hubiera sido una condena, casi una sentencia de muerte.

Orsino levantó sorprendido las cejas.

–Es que no quería tener una esposa. Recuerda que había crecido viendo cómo la relación de mis padres se convertía en un infierno. Yo también soñaba con ser independiente. Siempre he sido un solitario, por eso me gustan tanto esos viajes en los que estamos solos la naturaleza más salvaje y yo. Hasta que te conocí, ni siquiera había tenido relaciones largas.

Era casi como si la culpara por alterar su forma de vida y le entraron ganas de llorar.

Orsino se quedó en silencio. Fue hasta la barandilla y se agarró a ella. Le parecía increíble que la hubiera llevado hasta allí solo para decirle lo infeliz que ella le había hecho. Se dio media vuelta y fue hacia la puerta.

Pero, una vez más, Orsino agarró su brazo.

Le bastó con sentir su piel para que despertara de golpe su deseo.

No podía creerlo, su cuerpo volvía a traicionarla.

Pero a él debió de pasarle lo mismo porque la soltó de golpe.

–No puedo hacer esto, Orsino…

–Espera, Poppy. Dame unos minutos más.

–¿Por qué? –le preguntó ella con un nudo en la garganta.

–Porque necesito disculparme.

Se quedó boquiabierta. Le temblaban tanto las piernas que se dejó caer en uno de los cómodos sillones de la terraza.

–No me mires así –le dijo Orsino con nerviosismo–. Sé que merezco tu incredulidad, pero… –añadió mirándola fijamente.

La miraba como si pudiera ver los rincones más oscuros de su alma.

 

 

Orsino sentía que el pánico comenzaba a dominarlo. Temió que fuera demasiado tarde para ellos.

–La boda fue un gran error y ahora lo entiendo –le dijo.

Vio que Poppy palidecía y le angustió ver que le estaba infligiendo aún más dolor.

–Porque te hice daño. Porque no tenía ni idea de cómo ser un buen marido. Lo único que sabía era que te necesitaba. Cuanto más tiempo pasaba contigo, más te necesitaba.

Poppy le había descubierto un nuevo mundo de sentimientos y deseo que le había aterrorizado.

–Fui muy egoísta, no entendía por qué yo no era suficiente para ti, por qué tenías que trabajar tanto cuando tenía suficiente dinero para los dos.

Poppy frunció el ceño.

–Pero era mi carrera.

Orsino asintió con la cabeza.

–Lo sé, pero no lo entendí de verdad hasta que me hablaste de tus padres. Yo pensaba que lo de ser modelo era solo un juego para ti.

–¿Un juego? –repitió Poppy indignada.

Vio que había fuego en sus ojos. Prefería verla así, dispuesta a luchar y enfadada, que dolida y derrotada.

–Ya te he dicho que no lo entendía. Cuando me di cuenta de que tu profesión era de verdad importante para ti, empecé a sentir celos.

–¿De Mischa?

–Tenías casi más relación con él que conmigo, recurrías a él con frecuencia. No podía entender por qué yo no era suficiente para ti. Tienes razón, había tenido una vida privilegiada durante demasiado tiempo. Hasta que no nos separarmos no me di cuenta de que tenía que hacer algo útil con mi vida, como ayudar a otras personas. Ver los problemas que otras personas tienen a diario me ayudó a tener mejor perspectiva de mis propios problemas –le confesó él–. Pero, entonces, tenía celos de tu trabajo porque te apartaba de mí. Me sentía inseguro y pensé que solo te excusabas en tu profesión para no estar conmigo.

–¿Qué? –repuso Poppy aturdida–. Pero si estaba enamoradísima de ti. Y yo sí te lo decía.

Sintió una oleada de calor subiéndole por la garganta y quemando sus mejillas. No recordaba haberse sonrojado en toda su vida, pero nunca había estado tan avergonzado como lo estaba en esos momentos.

–¿No me creías? –le preguntó Poppy.

–Pensé que era solo… Pensé que era solo pasión, no amor.

Antes de que Poppy pudiera contestarle, decidió continuar.

–Me equivoqué y ahora sé que te hice daño. Pero es que nadie me había amado antes. Ni siquiera mis padres –le dijo con amargura–. En realidad, solo Lucca, pero eso es diferente… Fui muy feliz contigo, Poppy. Pero una parte de mí pensaba que no iba a durar, que se iba a terminar.

–¡Oh! ¡Orsino…!

La expresión de su cara le arrancó otro pedazo de su corazón. Le había hecho tanto daño a esa mujer. No se lo perdonaba.

–Lo siento, Poppy. No tienes ni idea de cuánto lo siento. Debería haberte apoyado en tu trabajo, debería haber estado a tu lado.

Tragó saliva, recordando la última y terrible semana.

–Cuando tu madre murió, traté de consolarte, de ser un buen marido. No podía soportar verte sufrir, pero no sabía cómo ayudarte.

–Porque yo te aparté de mi lado. Me daba miedo tener que apoyarme en ti y no ser independiente, Orsino –le dijo Poppy–. No fue culpa tuya, sino mía.

Él negó con la cabeza, sabiendo que se equivocaba.

–Eso no debería haberme afectado, debería haberme dado cuenta de que no estabas bien. Pero, cuando me apartaste, todo salió a la superficie, la forma en que mi madre nos evitaba a Lucca y a mí, como si ni siquiera nos pudiera mirar a la cara, y la forma en que mi padre nos ignoraba a todos los hermanos.

Apretó los labios. Había dejado que sus miedos infantiles lo dominaran en vez de comportarse como un hombre y mantenerse al lado de su esposa.

–Me sentí rechazado y fue como si por fin hubiera llegado lo que ya había estado esperando, el fin de la relación. Creí que te habías dado cuenta de que no me necesitabas –agregó él.

Poppy sacudió la cabeza, quería tocarla, pero se contuvo.

–Llegué al aeropuerto y, cuando ya tenía que embarcar, me di cuenta de que no podía irme. Pero no lo hice porque creyera que me necesitabas, sino porque yo tenía la necesidad de estar contigo. Así que volví al piso.

–Y fue entonces cuando viste a Mischa saliendo del edificio.

Orsino asintió.

–Entré al piso esperando lo peor. Quería estar equivocado, pero ni siquiera te escuché. Y, cuando pensé que me habías traicionado, me sentí como si me volvieran a rechazar. Como habían hecho mis padres…

Parpadeó, le ardían los ojos y veía borroso.

–Contigo había descubierto lo que era ser feliz de verdad y estaba empezando a soñar con la posibilidad de que, cuando me decías «te quiero», lo dijeras de verdad –le confesó él con un nudo en la garganta–. Debería haberte escuchado. La verdad es que, para empezar, no debería haberme ido siquiera al aeropuerto, debería haber sido yo el que te reconfortara, no Mischa. Pero estaba convencido de que tarde o temprano lo nuestro se iba a terminar y no podía soportarlo más, por eso salí corriendo y me aseguré de que no pudieras contactar conmigo durante meses –añadió–. Porque fui un cobarde.

Poppy agarró su mano y sintió su calor al instante.

–No fuiste el único, Orsino. Yo debería haberte hablado de mis padres y de mis obsesiones –le dijo ella–. No debería haberte dado la espalda.

–Bueno, no tenías motivos para quererme a tu lado, ni siquiera pude decirte que te amaba.

Vio en la cara de Poppy un gran dolor y no pudo soportarlo. Se dejó caer de rodillas frente a donde ella estaba sentada. Ella tenía helados los dedos de sus manos y los frotó con ternura.

–No podía decírtelo porque estaba asustado –admitió él.

–Pero a ti no te asusta nada. Eres muy valiente…

Se rio con amargura al oírlo.

–No tienes ni idea. Puedo enfrentarme a peligrosos acantilados, a áridos desiertos y a todo lo que te puedas imaginar, pero me aterraba la idea de decirle a mi esposa lo que siento. Y aún me pasa.

–¿Qué es lo que sientes ahora, Orsino? –le preguntó Poppy conteniendo la respiración.

Tragó saliva antes de contestar.

–Te he amado desde que te vi por primera vez. Al principio pensé que era solo lujuria, pero es mucho más. Cuando me di cuenta de que era amor lo que sentía, me dio miedo decírtelo por temor a mostrarme débil. Por eso nunca te lo dije. La verdad es que mi vida fue incompleta hasta que te encontré. Pero después te dejé…

–Entonces, ¿me quisiste? –le preguntó ella.

Podía sentir cómo temblaba Poppy frente a él.

–Siempre te he amado. Por eso no he estado con ninguna otra mujer durante estos cinco años.

Poppy lo miró asombrada.

–¿Por qué crees que no he parado ni un día y mi agenda ha estado tan llena? Necesitaba las expediciones, las actividades y los deportes extremos para tratar de aliviar de alguna manera mis frustraciones. Sin poder estar contigo en todos los sentidos, tenía que canalizar toda mi energía en otras cosas.

–Pero esas mujeres… Vi las fotos en las revistas…

–Me acompañaban a galas y fiestas, pero no me llegué a acostar con ninguna. ¿Cómo podría haberlo hecho cuando solo te deseaba a ti? –le confesó–. Cuando nos volvimos a ver, estaba tan desesperado que estuve a punto de explotar la primera vez que me tocaste. ¿Por qué crees que hicimos el amor en la escalera y contra una pared? Llevaba años deseándote y no podía siquiera esperar a que llegáramos a un dormitorio.

Extendió la mano y acarició la suave mejilla de esa mujer.

–Para mí, no hay nadie más, Poppy.

Vio que cerraba los ojos y temblaba más aún.

–Pero, ¿qué te hizo cambiar de opinión? ¿Hablaste con Mischa cuando me fui? ¿Te dijo que no pasó nada? Porque me quedó muy claro que a mí no me creíste, me lo dijiste tú mismo.

Orsino se levantó y se apoyó en la barandilla. Se dio cuenta de que la había perdido, ya de nada le había servido pedirle perdón. Poppy creía que estaba allí porque había hablado con Mischa, que a ese hombre sí lo había creído y a ella no.

–Mischa no me aclaró nada, ese hombre me odia, pero a ti te adora –susurró él–. No quería decirme tampoco dónde estabas. Después de hablar con él, me di cuenta de que no necesitaba que me aclarara nada, había tenido la respuesta y la verdad delante de mí todo el tiempo y no había sabido verla. Tenía que haberlo sabido, no eres el tipo de mujer capaz de traicionar a nadie de esa manera. Te acusé por miedo.

–Pero no me creíste cuando te lo conté en el castillo, me dijiste que no era posible.

–No quería creerlo porque significaba que, por mi culpa, habíamos pasado años separados sin motivo alguno. No podía vivir sabiendo lo que le había hecho a la mujer que amaba. Estarás mejor sin mí, Poppy.

No sabía cómo iba a vivir sin ella, pero creía que se merecía a alguien mejor.

–Así que me apartaste de ti –le dijo Poppy acercándose a él y tocando su húmeda mejilla–. Orsino, estás…

–No había llorado desde que tenía siete años. Pensé que se me había olvidado cómo hacerlo.

Sus ojos se encontraron. Era tan bella que no quería dejar de mirarla nunca, pero sabía que le había hecho mucho daño.

–Orsino… –susurró Poppy apoyándose en él para abrazarlo.

Pero él se apartó deprisa y la agarró por las muñecas para mantener las distancias.

–¡No! No sientas pena por mí. He cometido errores que nos han costado demasiado caros. No merezco tu compasión.

Poppy se quedó mirándolo a los ojos unos segundos. Después, se apartó.

–Ahora ya sabes la verdad –le dijo Orsino–. Te merecías saberlo antes de que sigamos por separado con nuestras vidas.

–¿Es eso lo que quieres? –susurró ella sin dejar de mirarlo a los ojos.

Quería ver en su mirada algo más que compasión, pero no lo vio. Solo parecía conmocionada con lo que acababa de decirle. Había esperado que le dijera que seguía enamorada de él, pero no lo hizo y se le cayó el alma a los pies. Había rechazado la confesión de Poppy durante la fiesta en el castillo y acababa de dejarle muy claro que ya no sentía nada por él.

–¿Estás lista? –le preguntó de repente para no alargar más la situación–. Te llevaré a donde quieras.

Poppy dio un paso atrás.

–No, gracias. Pediré un taxi.