CARA NUEVA EN EL AMBIENTE MAJARA
El autobús atravesaba bandas de oscuridades, aproximándose furtivamente a tierras altas; el naranja de sodio del cielo de las ciudades detrás mientras volvían a subir a los lugares lejanos, encerradas juntas herméticamente en la cálida cabina, la luz baja y las chicas en silencio.
Todas las Sopranos dormían, salvo Orla, que estaba en un asiento para ella sola. A veces colocaba una mejilla contra el frío cristal de la ventanilla; cuando, desasosegada, apartaba la cara, dejaba atrás una media luna de condensación que luego se encogía sobre sus propias dimensiones, dejando sólo la negra noche y sus aterradores territorios. El brillo colorado de los pilotos iluminaba sólo los bordes y la corteza de los troncos de coníferas más cercanos a la carretera. Cuando funcionara el freno, quizá su brillo rojo profundizara más entre los árboles del bosque, mostrando los destrozos de la caída del invierno justo antes de empezar el negro mundo de las martas y los búhos.
Kay Clarke, hecha una bola, dormía enfrente de Orla con sus largos cabellos castaños colgando sobre el borde del asiento, las puntas hechas un ovillo sobre el suelo. Llevaba la falda más corta, una que Kylah había comprado en French Connection. Los faros, cuando Orla miró por el pasillo, más allá de las agitadas Segundas y Terceras, abrían el camino a la izquierda o a la derecha cuando el autobús tomaba la otra dirección, siempre rasando las largas y elegantes líneas centrales cuando giraban lánguidamente hacia el oeste o el este.
En alguna parte del cielo había un trozo de luna, y cuando salvaba las negras copas de los árboles, destilaba su luz inconfundible sobre las preciosas piernas desnudas de Kay. Entonces, al comenzar la ristra de pueblos, incluso el cuerpo de Kay se estremeció, como si se hubiese estremecido algún arcano recuerdo hasta en los corazones más jóvenes, a los que el Tiempo aún no ha tenido ocasión de pulir apropiadamente.
Orla pensó en el nombre de Stephen. No en el tío, sólo su boca moviéndose para formar la palabra y preguntándose a continuación si realmente tomaría un tren en la capital y efectuaría un viaje de cuatro horas por una oscuridad en la que ella había dispuesto un reguero de pensamientos en torno a él. Todas las Canciones de Amor del mundo, como esa tan rara que canta Kylah, «Nature Boy», pero en realidad no nos enseñan nada sobre el amor, no sabemos más que antes, en el amor no hay reglas establecidas, no tiene una historia como la que pueda tener, digamos, la medicina, ese gran misterio que se halla en el centro del mundo, silencioso e inmenso como un dios, entonces Orla se llevó la mano hasta la boca y se quitó el aparato. Estaba húmedo de hilillos de saliva y la luna se cruzó lentamente con ellos y era demasiado hermoso, y mientras Orla empezaba a llorar silenciosamente para sí, aplastó el aparato hasta convertirlo en un triste amasijo de hierros que se le clavaban en la palma de la mano y lo sostuvo mientras el autobús atravesaba el humo nocturno, que a veces podía olerse, mientras iba abriéndose camino, en Five Mile House, y alrededor de las Concession Lands del New Loch inundado, a través del puerto hasta Back Settlement y por debajo del puente iluminado de Tulloch Ferry.
Algunas de las Segundas y Terceras se apearon silenciosamente por los pueblos del itinerario, y la hermana Condron habló con cada una de las chicas. Pero las Sopranos no despertaban. Orla dejó caer el aparato destrozado al suelo del autobús al pasar la señal de bienvenida, subiendo por la parte trasera del Complex que Manda y Fionnula habían sometido a una gamberrada una vez, y el autobús pareció girar como una grúa en el aire al tomar la curva e iniciar el descenso hacia la dársena marina de Port, donde seguía en la bahía el pedazo de submarino al acecho.
El autobús estaba parado, con el motor apagado, a las puertas del colegio en McAdam Square. La hermana Condron estaba al final del pasillo, con un brazo a cada lado, una mano asiendo la parte superior de los asientos. Ana-Bessie, anunció la hermana Condron, puedes marcharte, ven a las clases de mañana a partir de las once.
Las Sopranos y Kay bostezaban o se desperezaban al fondo, desmadejándose, mirando por las ventanas.
La hermana Condron va y suelta: Quiero que las demás estéis ahí a tiempo de escuchar las oraciones de las once y los mensajes del interfono. Subiréis todas a ver a la madre superiora. Sois tantas que tendremos que llamaros en grupos de dos o tres. A lo mejor deberíamos repartir números.
Nadie se rió.
Sed puntuales; venid antes de las once. Podéis tener la certeza de que iré a ver a la madre superiora por la mañana con los más graves informes individuales sobre lo que ha sucedido hoy y que nos pondremos en contacto con vuestros padres. Os podéis marchar. Que se queden un momento Kay Clarke y las integrantes del grupo de las Sopranos.
Las Terceras y Segundas se marcharon arrastrando los pies. Había coches aparcados en la plaza con los tubos de escape echando humo y varias chicas comenzaron a dispersarse hacia ellos, desapareciendo en su interior para sentarse junto a padres ocultos. Cada coche paterno estuvo quieto un poquito más de la cuenta y comenzó a internarse en la noche, cediéndose cortésmente el paso los unos a los otros, mientras manos de apariencia desmembrada saludaban desde detrás del parabrisas que reflejaban la luz de las farolas.
La hermana Condron dijo: Al parecer las seis habéis abusado del alcohol y os habéis quitado vuestro uniforme escolar. Si a algunas os lo han robado no creo que suponga una gran pérdida, pues después del pandemonio de hoy no creo que NINGUNA de vosotras vuelva a necesitar uniformes de Nuestra Señora jamás. Voy a hablar con la madre superiora ahora mismo sobre vuestra inmediata suspensión y consiguiente expulsión del colegio. Qué sorpresa y qué desilusión para mí descubrir que tú, Kay, formabas parte de esta… franja alocada que siempre hemos tenido que soportar. Mañana se harán llamadas por el comunicador interno con respecto de la visita individual que cada una de vosotras hará a la madre superiora. La hermana Condron recogió su cubo de libros y a continuación descendió lentamente del autobús y empezó a anadear hasta la Capilla Nueva.
Las Sopranos y Kay se acercaron despacio a la parte delantera.
Nos podemos dar por muertas, soltó Manda.
¡Mirad, chicas, el submarino está aquí!, soltó Orla.
A mí no me importa que me expulsen, soltó Kylah, simplemente me pondré en la lista de espera de Woolies, pero mis viejos se subirán por las paredes.
Los míos también.
Kylah le soltó a Jerry el conductor: ¿Está ahí mi cinta de Cream?
¿Has oído lo que decían detrás de ti, Jerry?, soltó Manda.
Lo suficiente como para saber que esta noche no erais sus favoritas. A vuestra edad no deberíais ir a los pubs, ¿es que no os podíais haber puesto las pilas sólo por el día de hoy? Sabéis lo mucho que la música significa para ella.
Jerry, la música es lo ÚLTIMO que le preocupa.
Exacto.
Buenas noches, dijo Chell.
Eso, pasadlo bien mañana, parece que va a ser divertido.
Descendieron del autobús de una en una y la puerta se cerró con un siseo. El viejo Pozal de Lodo cruzó a todo diésel la plaza, pasando por delante del garaje y encaminándose hacia las cocheras. Las Sopranos y Kay fueron hasta el muro escolar donde se comprobaba la longitud de las piernas; sentadas en una oscuridad libertaria, sin orden ni concierto, pero con Kay en la parte superior, junto a Fionnula.
Ana-Bessie había esperado intencionadamente y se acercó desde donde tenía el coche su viejo.
¡Vaya una falda!, le soltó Ana-Bessie a Kay.
Qué le pasa, saltó Kylah.
Debemos ser más o menos de la misma talla, le dijo Kay a Kylah, hasta el otro lado de la hilera.
Sí, supongo, asintió Kylah.
A lo mejor deberías vendérsela, Kylah, dijo despectivamente Manda, en voz baja.
De pronto Fionnula dijo: Estás guapísima con ella, Kay, deberías dejártela puesta, venirte al Mantrap y violar a unos cuantos lobos de mar con nosotras, ¿vienes, Ana? Fionnula se quedó mirando a Ana-Bessie de mala manera.
No, eh, no puedo, el coche de mi padre está allí, es que… me preguntaba… Intentó marginar a Fionnula y hablar directamente con su amiga: Me preguntaba qué te había dicho la hermana Condron. ¿Tienes que presentarte ante ella mañana?, soltó la vocecita fisgona.
Ya te lo contaré luego, sonrió Kay.
Ah. Vale. Entonces hasta mañana, Ana-Bessie carraspeó y se marchó, enviando un pequeño saludito de espaldas y corriendo a continuación durante los últimos metros para contarle el cotilleo a su padre.
Mientras el coche se alejaba, todas se afanaron en encender cigarrillos y Manda echó una mirada de reojo cuando Fionnula le ofreció a Kay un cigarrillo sin que se lo pidiera, Kay le dedicó una curiosa expresión y una sonrisa a Fionnula, dejándola que se lo encendiera.
Hubo un largo silencio y entonces Fionnula lo dijo: Chicas, os digo que nos van a expulsar a todas. Si sólo hubiese sido lo de la ropa y llegar tarde… y creo que a las que se han dedicado a mangar en las tiendas sólo las van a suspender, pero a nosotras, como hay alcohol de por medio, nos van a dar puerta.
Hubo otro silencio.
Manda asintió y las otras arrastraron un poco los pies. Manda miró a Kay y dijo: Tú te librarás, por tu padre y lo de la universidad y tal.
Kay miró a Manda y dijo: Yo no me libro de nada. Estoy jodida, te lo aseguro, por muchas razones.
Fionnula se interpuso: Mirad, Kay también está pringada, el año que viene tendrá que hacer los exámenes en el instituto protestante o algo así, os lo digo en serio, hace siglos que quieren deshacerse de nosotras y ahora sí que se lo hemos puesto fácil.
¿Cómo es que te has puesto tan pedo? Orla se echó hacia adelante y miró directamente a Kay.
Buena compañía, soltó Kay.
Como decía antes, suelta Kylah, yo sólo voy para el mostrador de Woolies pero para Kay es una lástima, y te diré una cosa, cariño, creo que debes QUEDARTE con esa ropa, ¡te sienta tan bien!
Fionnula se rió y a Kay se le iluminó la cara y dijo: Kylah, tú tienes tanto talento, ¿cómo puedes decir que sólo vas para el mostrador de…?
Manda musitó: Ya estamos…, la puta mujer de negocios joven del año.
¿Estás diciendo que no tiene talento?
¡Claro que tiene talento! ¿Pero de qué sirve tener talento en este pueblucho? ¿A quién le interesa el talento aquí? No has visto a Richard Branson en la puerta del Barn repartiendo contratos discográficos a dos manos, ¿verdad que NO? Manda movió el cigarrillo.
¿Sabéis lo que deberíamos hacer? Fionnula lo había dicho en voz baja. Deberíamos largarnos de aquí, irnos a vivir a la capital.
¿Y tú qué, Chell? Orla se inclinó hacia adelante y echó humo.
Pfff, ya me conoces. Sólo quiero trabajar con animales y tal, me quedé este año porque todas lo hicisteis; me importa una mierda que me boten.
¿Orla?
Orla se encogió de hombros y esbozó una especie de sonrisa pero frunciendo simultáneamente el ceño. No creo que debáis preocuparos demasiado, porque, os lo digo en serio, a mí no pueden echarme, y tampoco pueden dejar que yo me quede y expulsaros a vosotras.
¿Qué te hace pensar que a ti no van a expulsarte?
No lo harán. Soy su pequeño milagro, su mascota. No tendrán narices para echarme.
Jesús, Orr, para ellas ha sido bastante mal día. La Condón lleva un CABREO mayúsculo con nosotras.
¿Sabéis lo que deberíamos hacer, chicas?, soltó Fionnula.
Esta vez decidieron escuchar.
Si nos van a echar a todas, si mañana nos expulsan, ¿voy a ir a casa a arreglarme como si fuera a comulgar?, ¡y una mierda!, y para qué, ¡porque ninguna de vosotras tiene uniforme! ¿Sabéis lo que tendríamos que hacer? Quedarnos por ahí toda la noche.
¡Sí!, cuchicheó Orla, yo me quedo.
Pues que cada una llame a sus viejos y diga que nos hemos quedado en casa de otra y nos quedamos fuera toda la noche, a por todas, y por la mañana entramos dando tumbos con la cabeza bien alta, joder.
¿Dónde vamos a estar toda la noche? Cuando nos echen del Trap, ya no hay nada, dijo Manda.
Esperamos hasta las seis que es cuando abre el bufé de la estación, dijo Orla.
¡A lo mejor conocemos a unos marinos, para entonces a lo mejor estamos dando vueltas a la bahía en submarino!, gritó Chell.
¡Más que eso, joder!
¿Estás sugiriendo que entremos en el colegio vestidas de calle?, preguntó Manda.
La mitad del motivo por el que van a botarnos es ése, o sea, afrontémoslo, lo que hace flipar a las viejas vacaburras frígidas del garito este son el sexo y la ropa, más nos valdría perderlo de vista, dijo Fionnula echando violentamente hacia atrás la cabeza, casi dándose contra el pasamanos de hierro, el pelo erizado ante la silueta de la estatua de Nuestra Señora, cubierta de musgo, que acechaba entre las melancólicas alturas.
Manda soltó: Lo inteligente es pasárselo bien y que no te pillen, a nosotras nos han pillado. Estamos metidas en la mierda, ¿y ahora decís que tendríamos que refrotársela un poco más por las narices?
Qué, ¿tú también tienes planes de hacer carrera universitaria?, prorrumpió Fionnula, sin mirar a Manda, con la vista en el suelo.
Vete a la mierda, Fionnula, dijo Manda gruñendo y torciendo el morro a la vez que mordía el cigarrillo.
Se hizo un silencio.
Os lo digo en serio, no va a haber problemas, soltó Orla.
Mirad, soltó Kay. Mi madre y mi padre están fuera hasta el martes, podéis utilizarlo como coartada todas, podéis decir que os quedasteis en mi casa. Incluso podéis venir si queréis, lo mismo lo del tío este que viene a verte Orla, llévale a mi casa, no hay problema.
¡Eyjey! Festorro, suelta Kylah.
Que suban los marineros, corriéndose sobre los Axminsters.
¿Lo veis?, sonrió Fionnula.
Hay duchas, dijo Kay, encogiéndose de hombros.
¿Y aguja e hilo para que Orla pueda hacerse un bolso con las pelotas del chico ese, eh?
¡Tendrías que haberles oído esta tarde en el dormitorio!, soltó Kylah.
Todo el mundo se rió.
¡Vete por ahí, sólo nos estábamos morreando!
¿Dónde estabas tú?, le suelta Manda a Kylah.
¡En el cuarto de los periquitos utilizando el móvil de él para llamar a mi madre, para saber si el submarino seguía en la bahía!
¿Y qué tal habéis cantado esta noche, eh?
Fionnula se rió. ¡Joder, apestábamos a tope! Señaló a Kylah: Ella y yo no hacíamos más que mirarnos y hacer: «Uuuuu.»
Festín de queso con queso extra apestoso, soltó Kylah, sonriendo y sacudiendo la cabeza. Y añadió: Mira, Kay, quiero decir que tu bolsa huele raro.
Mmmm, asintió Kay rápidamente.
Joder, ha vomitado dentro, se rió Fionnula. Hoy nos ha hecho un buen papel. Con los tequilas, era ella contra México. ¡Tequila Sheila ya tiene rival!
¡Anda ya! ¿Es verdad? Kylah sonreía a Kay. Manda fruncía el ceño.
Fionnula dijo: Hemos acabado en el hospital, atravesando la ciudad en una ambulancia que hacía ni na ni na ni na.
Chell soltó: Yo y ésta nos hemos metido por equivocación en un burdel.
Es cierto. He estado inconsciente, sonrió Kay, con aspecto somnoliento, cosa que le cambiaba la mirada.
Nos hemos apalancado en un bar, nos hemos encontrado de casualidad.
Vaya día, chicas. Si nos echan del colegio habrá valido la pena, dijo Orla, y levantó la vista como si estuviera soñando.
Y Orla está enamorada.
Enchochada.
Manda cabeceó hacia Fionnula. Vámonos a los lavabos del Muelle Norte para arreglarnos y para que tú y Kylah podáis cambiaros, hacer las llamadas que haya que hacer y meternos en el Mantrap.
¡Eduquemos a unos cuantos marinos!
Oye, lo que nos hace falta es una copichuela, ¿verdad, Kay?, sonrió Fionnula.
¡SÍ!, gritaron las chicas.
¡¡Llegó la hora de la inmersión!! ¡Ja!
Eso, a la mierda mañana y a la mierda Nuestra Señora y sus miserias.
«¡Dejad pastar el ganado!», gritó Fionnula.
¡¡TIRA LIIIRA LA!!, rugieron en respuesta las chicas antes de estallar en una carcajada general.
Empezaron a caminar, estableciéndose una delicada formación, Manda y Orla a la cabeza, Kylah y Chell detrás y Fionnula con Kay muy separadas, todas hablando sin parar, a doscientos por hora. ¡Sobre los acontecimientos del día!
¿Qué pasa, es que Fionnula se ha enamorado de pronto de la Señorita Potas o qué?, le soltó Manda a Orla.
Orla se encogió de hombros y soltó: No te mosquees con ella, esta noche no, Manda, lo único que quiero es que todo el mundo se lleve bien. Si Kay se ha soltado lo bastante como para beber hasta potar puede ser divertida, y como no la conocen, a lo mejor puede ser ella la que hable con el portero.
Las seis caminaron junto a la esplanada en la fresca noche, señalando la oscuridad de la bahía y gritando: «Uuu arr Jim muchacho», «Portland Bill, soy Portland Bill», «Soy el Capitán Ojo de Buey», «Piezas de a Ocho», y la que más risas provocó de todas, «Ahí, ahí, llénala con un palito de pescado Seaman Stains»[32], y, cosa extraña, fue Kay quien lo gritó desde atrás con el mejor de los malos acentos de Cornualles-Dorset.
Las seis estaban en la puerta del Barrels. Kay aún llevaba puestos los trapos de French Connection de Kylah y ésta y Fionnula habían vuelto a arreglarse. Habían vuelto a aplicarse esmalte de uñas y el piercing de la ceja de Chell había vuelto al lugar que por derecho le correspondía, pero no había rastro de Michelle McLaughlin en el exterior.
Kay y Fionnula se echaban las más atrevidas miradas furtivas.
No va a aparecer, Fionnula, soltó Chell.
Supongo que no, asintió Fionnula, subiéndose las mangas de la camisa aunque parecía que empezaba a hacer un poco de frío; encendió otro cigarrillo.
Así es la vida, ¿no? Está sin blanca y obligada a quedarse en casa y sus días de gloria son cosa del pasado, sabe Dios que en su tiempo brilló, soltó Manda.
Fionnula la miró con evidente mal gesto.
¡Aquí está! Orla gritó: ¡Michelle! No puedo creerlo.
Michelle McLaughlin miró algo extrañada a Kay, y después, sonriendo, a todas, iba pintada, con una camisa de encaje negro y una falda corta plisada, sin indicio alguno de bombo, y avanzaba sobre unas piernas envueltas en medias negras, alta y huesuda, y con botas hasta la rodilla. Igual que hacía un año y medio.
¡Eh, culo sexy!, gritó Chell mientras Michelle cruzaba la carretera mirando a ambos lados aunque fuese una calle de sentido único.
HOLA, ¿cómo ha ido?
Uyy, de película.
Quedamos las penúltimas.
O, como diría la Condón, ¡en el puesto veintidós!
HOSTIA puta, so guarras, soltó Michelle, posando la vista de nuevo sobre Kay, vacilando casi imperceptiblemente ante sus piernas, falda, etc., etc. Michelle soltó: ¡HOLA, Kay!
Hola, Michelle, ¿has conseguido escapar?
Sí, sí, escuchad, chicas, le dije a la viejita que me quedaba en tu casa, Chell. Quiero decir, no me estoy autoinvitando, sólo que ya sabes cómo es, si dices que NO te quedas tienes que estar de vuelta a alguna hora estúpida, las dos o las tres, y te corta los vuelos que te cagas, morreando a toda leche, y cuando te metes en la cama, ¡todavía llevas las bragas mojadas!
MICHELLE, gritaron todas.
No nos hagas vomitar, se oyó gritar a Chell, en el trasfondo.
¡Has visto que el submarino sigue aquí!
Sí, el Trap estará rebosante de marinos.
Escuchad, me esperáis aquí mientras voy al nicho del muro a por pasta, soltó Orla.
En cuanto Orla hubo cruzado la calle, Manda soltó: Lleva todo el día gastando a más no poder.
Un par de ellas la observaron a la vuelta de la esquina.
¡Tenemos montones de chismes que contarte!
Vale, vamos pallá y entremos.
Kay, con esto no quiero decir nada, pero con eso de que a ti no te conocen, por qué no habláis Michelle y tú con el portero, y a ver si todas nos ponemos de acuerdo sobre la edad que tenemos, ¿vale?
Fionnula soltó: Vale, acordaos de que tenemos que haber nacido en mil novecientos setenta y ocho, yo hablaré si hay algún problema y diré que tengo diecinueve, vosotras decid todas que nacisteis en el setenta y ocho, pero recordad, tiene que ser ANTES de la fecha de hoy, así que calculad bien las fechas, ateneos a ellas y les colaremos el farol. Me parece buena idea que Kay y Michelle entren las primeras, como que vamos todas en grupo, y al no conocer sus caras tan bien, que simplemente nos hagan señal de entrar.
¿Qué pasa si registran mi bolsa?, soltó Kay.
Sí, eso sería un problema.
También está allí todo mi dinero. No me atrevo a mirar.
¿Qué ha pasado?
He vomitado dentro. La ropa que llevo es de Kylah. Es una larga historia.
Michelle se desternillaba histéricamente y se llevó los dedos a la boca, diciendo a continuación: A ver, y acercándose a Kay.
No la abras, apesta cantidad, soltó Kay.
Michelle se arrodilló y abrió la cremallera de la bolsa: Mmm, ¿dónde está tu dinero?
En los bolsillos de la chaqueta.
Si pudiéramos sacar el dinero, la tiraría y en paz.
Ahh, calla, chica, podemos dejarla aquí detrás de la barra, ¿no? Angie nos dejará mientras no le digamos lo que hay dentro, puedes recogerla mañana, soltó Chell.
Vale, fijaos en esto, chicas. Michelle sacó algo del bolsillo superior de su camisa negra y empezó a atacarlo con las uñas.
Guau, soltó todo el mundo.
Michelle abrió un condón y lo mostró: Guante quirúrgico, soltó, y todas se rieron. ¿Quién lleva más cortas las uñas?
Yo, y la pota es mía, soltó Kay, cogiendo la goma y comenzando a extendérsela sobre los dedos.
Todo el mundo se rió. Ahora toma nota, Kay, soltó Manda.
Bueno, chicas, es evidente que yo no soy una experta, soltó Michelle, y se tocó el estómago.
Todas se rieron. Kay tenía la mano bien metida en el condón y algunas podían oler el aroma familiar, penetrante, gomoso y lubricante. Logró deslizárselo fácilmente sobre la muñeca.
¿Alguna vez has visto una tan grande?, soltó Kylah.
Hoy hemos visto una polla. Uy, ha estado fenomenal. Unas risas tope, quiero decir, la polla no era nada del otro mundo…
¿Dónde habéis visto una polla?
Se la hemos visto a un tío que estaba en pelotas y haciendo el pino. Ya te contaremos.
Kay metió la mano y la introdujo por el cuello de la chaqueta: Atrás, atrás, dijo.
No te preocupes.
Una pareja salió por la puerta principal del Barrels. Ese tío trabaja en la sala de exposiciones del Hydro y la como-se-llame esa iba a Nuestra Señora. Le echaron una extraña mirada a la concurrencia, y mientras caminaban cogidos del brazo la pareja volvió la cabeza para mirar a Kay.
Sí, soltó Fionnula.
Sí, soltó Manda.
Eh-oh, soltó el hombre de la pareja, ¿qué hacéis?
Ha vomitado en su bolsa y lleva todo su dinero en la chaqueta. Lo que está usando es un condón.
Vale. La pareja siguió caminando.
Entrometidos, dijo Manda entre dientes.
Kay había sacado la chaqueta y extrajo un amasijo de billetes con la mano que iba a pelo; había de diez, de cinco y de una. Dejó el lastre de las monedas y volvió a meter la chaqueta.
¿Aquí qué pasa? Orla había vuelto.
Grandes maniobras.
Kay terminó de meter la chaqueta y se quitó el condón.
¿De quién es la goma?, soltó Orla.
Mía.
Kay dejó caer el condón usado dentro de la bolsa: Pruebas de una buena noche, dijo señalando la bolsa con la cabeza.
Fionnula soltó una risotada atronadora.
¿Por qué sigues llevando gomas?
Michelle dijo: Orla, sólo porque esté embarazada no quiere decir que no pueda follar. No es el fin del mundo.
Ah, sí. Perdona.
Trae. Yo la llevaré. Chell, que se había morreado con Angie en el pasado, entró en el Barrels un momento.
Fionnula soltó: Orla, acuérdate de decir que naciste en mil novecientos setenta y ocho. De todos modos eres Acuario, ¿no?
Sí.
Pues entonces limítate a recordar el día de tu cumpleaños, eh.
Michelle y Kay se aproximaron a la puerta del Mantrap. El portero isleño estaba solo en la entrada.
Las cinco Sopranos las siguieron con una naturalidad perfectamente fingida, como si estuvieran a punto de entrar en sus propios dormitorios.
Hola.
Hola, miró a Kay a los ojos y osó darle un repaso a sus piernas.
Mientras el chico se acercaba, demasiado avergonzado para encararse de verdad con féminas desconocidas, sintiéndose realizado y cómodo con los combates masculinos de los sábados pero desconcertado por las chicas de entre semana, Kay y Michelle empezaron a colarse.
¿Hay marinos dentro?, soltó Michelle.
Sí. Montones, pero hubo una pequeña pausa vacilante entre Kay y Fionnula para evitar que pareciese que intentaban irrumpir, y de repente el portero fue y se interpuso.
¿Alguna identificación, señoritas?, dijo con las manos plegadas delante de la ingle, como requería la costumbre para ciertas indagaciones masculinas.
Perdona, ¿has dicho infección?
IDENTIFICACIÓN.
Ah, somos todas mayores de dieciocho, sonrió Fionnula intentando sortearle.
Eh, tranquilas. ¿Tenéis alguna prueba?
Venga, estuvimos aquí hace dos semanas.
No os reconozco.
Eso es porque eres nuevo.
A ti te reconozco. Tienes una hermana, ¿no?
No. Debes estar pensando en mí.
Kay había aparecido a espaldas del portero, pero Michelle parecía haber entrado. Kay dijo: ¿Hay algún problema?
Haz el favor de pasar al interior, por favor.
Van con nosotras…, conmigo.
Mientras el portero volvía la espalda a las Sopranos, Chell le puso dos dedos sobre la cabeza, doblándolos como si fueran orejas de conejo o pequeños cuernos del demonio.
¿Podrías volver a entrar, por favor?
Bueno, pero van con nosotras. No…, no entraremos si ellas no lo hacen. Son todas… lo bastante mayores.
El portero se volvió hacia las Sopranos otra vez. Chell bajó rápidamente la mano: Bueno, a ver. El portero se llevó una mano a la muñeca y se subió la manga, después se levantó la otra camisa y las mangas del esmoquin: escrito con trazo grueso desde la muñeca hasta el codo, al revés para que al acercárselo a la cara se leyese bien. En el brazo izquierdo ponía
SÍ 18
nacida
20 mayo 1978
O antes
Abril 78
Marzo 78
Feb 78
Ene 78
1977
1976
1975
o hace más tiempo.
En el brazo derecho ponía
NO no 18
Nacida el 21 de mayo
1978
o después
Junio 1978
Julio 1978
Agosto 1978
Sept
Oct
Nov/Dic
también
1979
1980
1981
1982
hasta la fecha.
Vale. Tú, ¿cuándo naciste? El portero miró a Kylah entre sus brazos levantados.
Mil novecientos setenta y ocho, soltó Kylah.
El portero miró de soslayo al ábaco de sus brazos, concentrándose: ¿En qué fecha?
Soy Capricornio.
¿Eh?
Soy Capricornio, ¿es que no tienes esa información ahí?
¿Qué fecha? ¿¡FECHA!?
Mira, esto es una bobada, tengo dieciocho años y estuve aquí hace dos semanas.
A mí no me parece que tengas dieciocho.
Ah, pues los tengo.
El portero la miró.
El nueve de enero.
Fionnula soltó: Mira, todas tienen dieciocho, esto es una bobada, mírame, tengo diecinueve y venimos aquí y nos dejamos buenos dineros y nos estás montando este número, quiero decir, estamos en mitad de la semana, has dejado entrar a toda clase de psicópatas pero se lo pones difícil a un puñado de chicas que van en grupo.
Si no tenéis dieciocho años no entráis, ésa es la LEY. Yo sólo hago mi trabajo. Tú pareces tener dieciocho, así que entras, pero vosotras y tú podéis olvidaros, dijo señalando a Chell y Orla.
¡Ah, venga, joder! Esas chicas tienen nuestra misma edad.
Y en lo que se refiere a ti, Capricornio, no me lo acabo de creer, así que vuelve a intentarlo otra noche.
Vete a tomar por culo, soltó Kylah, y se marchó. Les gritó a Fionnula y a Kay: Entrad vosotras, divertíos un poco y acercaros al Barrels antes de las dos, ¿vale? Venga, Orla.
Manda seguía plantada frente a él.
Tú puedes entrar. Alegra esa cara. Estás en el mejor garito del pueblo.
Manda le miró con cara de alivio. Era una humillación social mayúscula que el portero no te dejara pasar, pero, una vez dentro, le echó miradas asesinas y siguió caminando.
Puto gilipollas, soltó Manda mientras caminaban por el pasillo de bombillas de colorines hasta el guardarropa. Podían oír el fuerte ritmo de la música, así que las lentas no habían empezado aún.
Vaya un jodido… tontolculo, soltó Kay, junto a Fionnula.
Fionnula y Manda entregaron sus bolsas y recogieron los resguardos.
Como Kay estaba diciendo tacos, Manda la miró de un modo abiertamente despectivo.
Siguieron caminando y Manda dijo: Vale pues, ¿dónde están esos afortunados marinos, eh…, afortunados de conocernos a ti y a mí, eh, Fionnula?
Atravesaron la puerta con cristalera refractaria, en dirección a los destellos rosados y luego azules de la barra y de la pista, pero justo al pasarla había un tablón de anuncios, uno de esos con surcos horizontales a los que tiene uno que pegarle las letritas blancas:
Ah, joder, soltó Manda lanzándose hacia adelante, y subió los dos mortíferos peldaños del extremo de la barra de un salto, desde donde podía inspeccionarse la pista, todavía fría y su rica oferta.
Sucedieron tres cosas simultáneamente: la hermana mayor de Manda, Catriona, entre Las Peluqueras al otro lado del suelo metálico y reflectante, levantó una mano para saludar. En la esquina más remota del Mantrap, donde dos hombres jóvenes estaban sentados en distintas mesas ante pintas de lager a medio consumir y Daily Records desplegados frente a ellos, estalló una pelea a puntapiés. Detrás de Manda, tres oficiales del embarcadero del ferry de coches abrieron violentamente sus chaquetas reflectoras. Los cierres de velcro hicieron sonidos desgarradores que podían oírse por encima del forraje musical del disc-jockey Veinte. Lo llamaban así porque estaba garantizado que nunca ponía ningún disco que no hubiese estado en los 20 Principales. Estaba encerrado con un candado, un poco por encima de la pista de baile, dentro de una jaula de alambre de espino, para impedir que lo sacaran fuera y lo arrojasen al embarcadero los sábados por la noche, como sucedió en su primera noche de trabajo. Llevaba colgada al cuello una pequeña llave para el candado, pintada de color rojo, para caso de incendio.
Los oficiales dejaron sus chaquetas sobre unas banquetas y se sentaron tranquilamente ante sus nuevas y resplandecientes pintas de lager. En ningún momento se molestaron en volverse a mirar a los chicos que habían vuelto a sentarse tras lanzar unos cuantos puñetazos alocados y ahora sólo se gritaban unos a otros.
En la pista había cuatro personas. Unos quince hombres del pueblo en la barra.
Me cago en todo; Manda extendió los brazos y, desesperada, volvió a dejarlos caer sobre sí. ¡Mira cómo está!
Michelle bajó trotando las escaleras.
Fionnula miraba fijamente a Catriona. Fionnula miró a Kay, levantó la frente y estiró las mejillas para forzar una sonrisa.
Es una puta mierda, vaya con los marinos, se refería a todos esos viejos quejicas de los barcos pesqueros. Michelle se encogió de hombros. ¿Dónde están las demás?
No han llegado a entrar.
No han pasado de ese pedazo de subnormal. Tú sí que te has girado pronto, soltó Manda.
Ni de coña me iba a quedar yo en la puerta. La próxima vez que salga intentaré colarme dentro de un carrito.
¿Qué quieres tomar?, soltó Kay.
Conmigo no tienes que gastar dinero, Kay, gracias, lo único que puedo tomar es un vaso de agua, soltó Michelle.
Hooch de limón, soltó Manda.
Te ayudaré, soltó Fionnula, y se acercó a la barra con ella. Manda las miró mientras se marchaban.
Antes de que Kay hubiese llegado a la barra siquiera, un chico fue caminando junto al pasamanos y se inclinó para decirle algo al oído; Kay sacudió la cabeza y el chico se fue hacia los servicios, haciendo como que iba hacia allí de todas formas.
¡Has visto eso! McKay acaba de intentar sacar a bailar a Kay.
El muy hijoputa nunca nos lo ha pedido a ninguna de nosotras.
Hoy está palidísima, pero tiene una pinta estupenda, ¿no?
¿Quién?
Kay Clarke. Nunca me enteré de que anda por ahí con vosotras.
No lo hace.
No te gusta, ¿verdad? Allí veo a tu hermana.
Sí.
Pasó un largo rato sin que nadie hablase. Empezó a sonar «You Sexy Thing».
Michelle carraspeó y soltó: ¿Dónde están las demás?
En el Barrels. Más nos valdría acercarnos, esto es una mierda. Manda, que había estado apoyada en el pasamanos, se volvió y miró hacia la barra. Otro chico se había acercado, interponiéndose entre Fionnula y Kay, le tocó el hombro a ésta y le dijo algo; Kay sonrió mostrando los dientes y le contestó. El tío habló un poco más y se fue al otro extremo de la barra, donde estaba sentado con otro tío. Manda dijo: Joder, están husmeando a Kay.
Ya, soltó Michelle. Ya sabes cómo son las cosas aquí dentro. Nada como una cara nueva en la movida majara para despertar a los pollas dormidas.
¿Quién es ése que no me acuerdo?, soltó Manda.
¿Qué, Scobie Macintosh?
Nah, él no, el tío que está solo al fondo. Es guapo. Lo he visto por ahí.
Ya está reservado. Más bien tranquilillo, vive con Morvern, la del Superstore, que antes vivía en el barrio.
Ah, vale, ése; esa chavala es guapísima.
Kay y Fionnula volvieron de la barra.
Parece que os va bien. Gracias, soltó Manda, cogiendo el Hooch.
Kay sonrió y se encogió de hombros, dándole sorbos a una media pinta translúcida.
¿No te mola Scobie Doo? Pronto llegarán las lentas. Hay que tener con quien morrearse para las lentas, Michelle miró a su alrededor y después a la copa de Kay. ¿Tú también vas de aguas, Kay?
Mmmm.
¿Qué bebes tú? Manda señaló agresivamente el vaso con la cabeza.
Malibu con Coca-Cola, cuchicheó Fionnula, de forma que apenas se oía.
Manda colocó su botella de Hooch en los agujeros redondos que había junto a la cubierta de madera del pasamanos: ¿Si saco a Scobie Doo a bailar, sacarás tú a su colega?
Sí, claro, soltó Michelle, pero no bailará ni se morreará conmigo cuando toquen las lentas; sabe perfectamente que estoy embarazada.
Depende de las pintas que se haya tomado. Nos vemos.
Manda y Michelle caminaron junto a la barra y después bajaron a la pista de baile con Scobie Doo y su colega detrás.
Estoy realmente harta de todo esto, soltó Fionnula. ¿No vas a acercarte a hablar con Catriona?
Kay se limitó a reírse y echó un trago de agua.
¿Qué? Fionnula sacó un cigarrillo y le ofreció uno.
No, gracias.
De aguas y sin fumar. No habrás tomado alguna gran decisión, ¿verdad?
No.
¿En qué estás pensando?
Mirando a esas dos, me pregunto cuál de las dos está peor, ¿Michelle por estar embarazada o Manda por no estarlo?
Manda también tiene otros problemas, no hay que ser demasiado dura con ella aunque pueda ser una palizas.
Tú dirás que no soy más que una snob, pero esto es superdepueblo, ¿no?
Sí.
Como que Catriona ni siquiera se va a acercar a saludar. ¿Y sabes por qué?
¿Por qué?, dijo Fionnula.
Porque tiene miedo. No es que yo no le guste. Sé que le gusto mucho y no está cortada por lo que hicimos una con la otra. Tiene miedo de este maldito pueblucho. Si estuviésemos en la capital, se acercaría y me daría un abrazo y nadie se pondría a chismorrear. Y lo que me está pasando tampoco sería nada del otro jueves. Y para ti tampoco lo sería. Ya sabes. Lo que has dicho hoy.
Sé lo que quieres decir. Fionnula asintió. A veces te dan ganas de hacer algo para joderlo todo. Todas las putas mentirijillas y los hipócritas.
Algunas de esas mentiras no son tan pequeñas.
Kay y Fionnula se miraron una a otra. Si decido abortar tendré que marcharme. Me echarían. En cualquier caso no puedo mentir sobre lo ocurrido, dijo Kay encogiéndose de hombros.
¿No vas a contárselo todo?
Supongo que algunas cosas son irrelevantes.
No la cagues con lo de la universidad, Kay. Tienes cerebro. Siempre he tenido celos de ti, es sólo que tenía demasiados humos para reconocerlo. Ya tienes suficientes problemas. Necesitas el apoyo de tus padres, da igual lo que suceda. Yo no tengo nada. Puedo coger mi ropa y largarme del pueblo.
¿Y acabar cómo? Sin hogar por esas calles donde hemos estado hoy, chupando pollas por el precio de un Big Mac.
Aquí también hay gente sin hogar, dijo Fionnula.
Lo sé.
Lo que pasa es que como aún quedan posos de una especie de sentimiento comunitario, los sin techo duermen en los suelos de la gente, escondidos, o en trailers con goteras. Como mi primo Tommy; es un chico bien parecido. Tiene un tráiler en la frontera, trabaja construyendo carreteras y eso y después sube aquí, echa el resto en el Alginate y duerme en el cuarto de estar con su perro. Estamos en 1996 y este país no puede ponerle un techo sobre la cabeza a su población. ¡La cosa tiene su gracia!, ¿no? O la forma en que en los sitios más pequeños la gente no permite que otra gente ande tirada por la calle, pero en una ciudad no importa. Así que, a pesar de todo, estar atrapada en una ratonera como ésta tiene sus lados buenos. Pero como la gente es más amable, todo se barre debajo de la alfombra y los políticos pueden ignorarlo porque nadie va a hacerles frente. Dicen que en este país va a haber cambios. Pues a mí me parece que lo único que te cambia en esta vida es la gente con la que hablas, la gente con la que te acuestas, la gente con la que trabajas. Todos los demás hijos de puta o mienten descaradamente o intentan venderte algo. Sólo otra gente te cambia la vida.
Justamente entonces bajó la intensidad de las luces y la niebla artificial que había a su alrededor se tiñó de azul mientras comenzaban simultáneamente los bailes lentos. Abajo, en la pista, los rostros pálidos de los muchachos altos cayeron sobre los labios de Michelle y Manda, vueltos hacia arriba.
Aquí no hay ni una puta caja de pescado ni nada, soltó Kylah, moviendo lentamente de izquierda a derecha su mechero encendido y vuelta a empezar, hasta que una ráfaga de aire lo apagó.
Kylah, Chell y Orla no estaban ni remotamente cerca del Barrels. Estaban en la parte de atrás del Mantrap, debajo del servicio de chicas donde se hallaba el ventanuco abierto. La parte trasera del Mantrap poseía una extensión sin ventanas a ras del suelo. La esquina formaba ángulo recto con el Lynn, el río subterráneo que corría bajo la mayor parte del pueblo, desde donde desaparecía de la superficie, delante del Superstore, hasta donde emergía, en el pequeño estuario por el que merodeaban los cisnes, hasta la parte de atrás de la sala de fiestas. Una de las pruebas de valor de los chicos del instituto era subir chapoteando desde la desembocadura del mar por el túnel con la marea baja y sin antorchas de mariquita, y aparecer empapados y rebozados de barro, escalar hasta el aparcamiento del Superstore e ir a tomar unas pintas al Politician para celebrarlo. Era el único bar dispuesto a admitirles.
Durante las galernas invernales, aunque el pequeño rompeolas de la costa no estuviese orientado hacia las aguas ascendentes, grandes olas rompían contra la pared y los extremos superiores de las mismas volvían a chocar contra la extensión del Mantrap. Al romper, las olas volvían a arrojar manojos de algas a tanta altura como pudiesen colgar de las canaletas de desagüe. En una ocasión entró una caja de pescado de madera por la ventana de la primera planta y el sargento McPherson, propietario del Mantrap, la envió por correo a Grimsby con una factura y un recibo. Durante el huracán encontraron un cartucho de butano anaranjado en el tejado.
Kylah y Chell se miraron una a otra.
Orla soltó: Tenemos que echarlo a suertes, la que se quede fuera tiene que aupar a las otras dos, pero ella no podrá entrar.
Aj, tiene que haber algún modo, soltó Chell. Fue caminando junto a la orilla, donde se estaba levantando un poco de aire y las minúsculas estrellas empezaban a desvanecerse levemente. Entonces lo vio: ¡Eh!
Orla y Kylah se acercaron.
Estarás de broma, espero.
Como queráis. Morrearse con marinos o no. Ésa es la alternativa. Las lentas empezarán enseguida.
Necesitamos guantes o algo, ¡más condones de Michelle!
Ni hablar, con este tiempo estarán todas secas.
Chell se bajó y se aproximó, haciendo crujir los guijarros. Había una enorme montaña de algas que la excavadora del condado había amontonado allí después de limpiar la playa. Chell metió las dos manos a fondo y sacó un manojo doble: Venga, hay pijos que se las comen.
Sí, esos pijos son así.
Yo haré un montón aquí, vosotras recogedlo y amontonadlo debajo de la ventana.
Las algas estaban secas y despedían una gran polvareda cada vez que Chell arrancaba aquellos enormes e hinchados trozos que olían fatal. Levantaba tanto polvo que Chell tenía que echarse atrás unos pasos, arrojar las algas arriba, hasta el nivel de la calle, y moverse sin cesar para rehuir los nubarrones. En cuestión de unos veinte minutos habían arrancado toda la costra exterior y, conforme profundizaban, las algas iban volviéndose más húmedas y esponjosas. De las puntas colgantes se desprendían pequeñas gotas de agua, que caían sobre sus piernas desprotegidas, y cuando levantó una mano para apartarse el pelo del rostro, los dedos de Chell pasaron demasiado cerca de su boca y notó el sabor del agua del mar que encerraban aquellas algas; de forma que allí estaba, anonadada por todo aquello, en la oscuridad, sacando terrones y acabó pensando en los bichos que podía haber en aquel montón de algas putrefactas, no sólo arañas sino otros, esas cosas saltarinas y trilobitescas que aparecen cuando levantas una piedra en una playa, o las crías de cangrejo, tan jóvenes que aún tienen el caparazón transparente y se les ve todo lo de dentro. Entre los detritus de la playa arrastrados junto a las algas había toda clase de bestias marinas atrapadas, y ahora las estrellas casi habían desaparecido sobre la cabeza de Chell, y la luna amputada dejaba salir la luz con menos frecuencia, y vía el agua chasqueando a sus espaldas y al tirar de un gran trozo de algas más húmedas, en la mortecina luz del agujero, ¡durante un instante fugaz apareció sin duda la cara gris y boquiabierta de papá Patrick!, fijada allí mientras ella gritaba y huía de espaldas, cayéndose de culo pero volviéndose, y abandonando la playa de un salto para llegar a la tierra batida de la parte trasera de la sala de fiestas.
¿Qué?, dijo Orla con una risilla sofocada. ¿Cangrejos o qué?
¿Qué pasa?, soltó Kylah.
Chell estaba agachada como para mear, cabizbaja y, de no haber sido por el pestazo salobre con que se habían impregnado con las algas, se habría llevado las manos a los ojos.
Kylah se acercó, se arrodilló también y le rodeó el hombro con un brazo: ¿Qué pasa?
Pensé que había visto a mi padre.
¿Qué ocurre? Orla estaba de pie mirando, con un largo fajo de algas en las manos.
Pensó que había visto a su padre, dijo Kylah en voz baja.
¿Cuál de ellos?, soltó Orla marchándose.
¡Cállate, Orla!
Pero Chell se limitó a reírse tontamente y a sacudir la cabeza, levantándose y exhalando con fuerza, y dijo: ¿Tengo el culo mojado? Me he caído. Giró el culo y lo acercó a la cuasipenumbra. Tenía algo de arena y algunas costras de algas, las secas. Kylah le sacudió el culo, quitándole la arena y dándole un suave cachetito al terminar.
Ya estás. ¿Vale?
Sí. Lo siento. Vais a pensar que estoy loca.
No, cariño. A nosotras nos parece bien.
Te lo juro. Lo he visto ahí mismo, enterrado entre las algas, mirándome fijamente, dijo señalando el montón. Con las luces de la vía férrea del embarcadero detrás, el montón de algas quedaba perfilado, pero sólo parecía una masa negra.
Deben ser las algas, soltó Kylah.
Eso, soltó Orla.
Nadie hablaba, sólo se oían las olas golpeando el borde de cemento.
Mira cómo llevo las putas manos, soltó Chell, en la penumbra de aquel erial; dijo: Que se ocupe otra del montículo, eh, yo estoy reventada que te cagas.
Kylah y Orla miraron hacia la oscura orilla. Kylah se lamió los labios. Orla tosió.
Me parece que hay suficientes para colarnos, dijo Orla, y se fue hacia el montón que había estado erigiendo.
Kylah volvió a mirar hacia la orilla y a continuación salió apresuradamente detrás de ellas.
Estaban de pie alrededor del montón debajo de la ventana y Chell se subió encima de un salto. Se hundió un poco y se dedicó a hollarlo, como si de uvas se tratara, para apretarlo más. La repisa de la ventana estaba casi a nivel de teta, y de un tirón se subió y la atravesó.
La ventana era demasiado pequeña para darse la vuelta y sentarse, así que tuvo que agarrar la parte de arriba de la cisterna y meterse a pulso. Joder, podrías partirte el cuello, dijo, y siguió tirando, metió una pierna doblándose, colocó la otra rodilla sobre la repisa y subió la otra pierna. Chell colocó ambas palmas sobre la madera y descendió. Los brazos le empezaron a temblar, volvió el cuello todo lo que pudo, bajó la vista para calcular la altura y saltó. Su bota izquierda rozó la pared y golpeó el cubo mientras daba la vuelta, golpeaba la puerta de la cabina con un ruido tan espantoso que todo el marco se quedó vibrando, se le soltó el tacón, que salió despedido atropelladamente por las baldosas, golpeó el rodapié y rebotó, desapareciendo debajo de la puerta del retrete. Uuu-yah, soltó Chell, y se puso en pie, estirando una mano al bascular hacia atrás el pie-de-la-bota-reventada, por la ausencia de tacón.
¿Estás bien?
Estoy dentro, ya lo creo, joder, pero me he reventado la bota. Tendréis que tener cuidado.
Apareció el pelo recogido de Kylah, y sus dedos llenos de anillos, curvados sobre el marco de la ventana, de un tirón pasó hasta las tetas, pero empezó a gritar y Chell se lanzó hacia adelante.
¡Eepaa!
Kylah giró un momento sobre su zona pélvica, lo que permitió a Chell colocarse debajo mientras ella iba entrando, y su cara bocabajo, toda roja e hinchada, como la de aquel estúpido capullo de la pared de velcro, acabó apoyada en el hombro de Chell, mientras su risa-aliento azotaba el oído de Chell.
¡Joder, Kylah, so majarona!
Chell acogió el peso de Kylah sobre su hombro y se agachó, haciendo que la falda vaquera cayese hacia abajo y Kylah empezó a gritar, agitando desaforadamente ambas manos para intentar taparse el culo y el coño. Chell se concentró, agarrando a Kylah y retrocediendo de forma que los pies de Kylah resbalasen por la pared abajo y hacia un lado; de pronto logró que golpearan el suelo mientras Chell se erguía y chocaba con el dispensador de papel higiénico de la pared del retrete. Kylah seguía riéndose y se apoyó contra Chell.
Levántate, Kylah.
Kylah se puso en pie y dejó de reírse, diciendo abruptamente pero en voz más baja: No creo que Orla lo consiga.
Chell se agachó y se quitó las botas. Joder, ya las puedo tirar, soltó.
Orla se izó y apareció su rostro en la ventana.
Chell bajó de golpe la tapa del retrete y se subió encima. Estaba hecha de algún material barato y asqueroso, así que se combó pero ella pudo asomarse: Orla, venga.
Aparentemente sin miedo alguno, Orla se subió de un bote, pasó los codos por la repisa y se metió dentro a pulso de modo que medio cuerpo colgaba dentro y medio fuera; tendió los brazos y Chell los cogió.
¿Ya la tienes? Kylah agarró con más fuerza las piernas de Chell, como para afianzarla, y Chell rodeó con los brazos a Orla y, haciéndola girar sobre su eje, la metió dentro; Orla se reía, pero Chell sacó un brazo para equilibrarse y se soltaron todas las paredes prefabricadas del baño, mientras de cada tornillo del techo caían volutas de yeso, las paredes de los retretes temblaron en dirección oeste, los pies de Orla se precipitaron por la ventana y su peso inesperado hizo que Chell se estrellase contra la pared, que quedó completamente deformada y doblada.
Chell y Orla yacían en el suelo. Chell se fijó en que las cabinas estaban pegadas a las baldosas del suelo mediante una especie de pequeñas ventosas: Sólo a un puto policía se le ocurriría instalar un montón de mierda como ésta, dijo.
DJ Veinte arrojó un chorro de niebla artificial sobre la soledad de la pista de baile vacía. Se trataba más de una cosmética para ocultar los huecos que de otra cosa. Michelle y Manda estaban achuchando y haciéndoles cosquillas en las amígdalas a Scobie y su colega, girando entre luces ultravioletas y humo blanco.
Fionnula, con los dientes azulados por la escasa intensidad de la luz, había apurado su Malibu con Coca-Cola y Kay había señalado con la cabeza el vaso vacío. Fueron hasta la barra y otro chico se acercó a pedirle a Kay que bailara con él. Pidieron más bebidas.
¿Me pones un vino tinto con dos cucharadas de azúcar dentro?, dijo Kay.
¿Eh?, soltó el camarero.
No digas «Eh», le suelta Fionnula.
El camarero se las quedó mirando.
Escucha, échale dos cucharadas de azúcar al vino tinto, soltó Kay, estoy embarazada y me conviene. No debería estar bebiendo, y un Malibu con Coca-Cola.
Fionnula se rió y soltó: ¡Calla, cariño, mira!
Apareció Chell bajando las escaleras. Todos los tíos la miraban extrañados, asombrados de ir tan bolingas que no la habían visto antes; parecía más pequeña; entonces Fionnula se fijó en que llevaba las botas de caña en la mano.
¡Hola!
¿Cómo habéis entrado?
Escalando la puta ventana de la parte de atrás, ¿dónde coño están todos los marinos?
Arropaditos en su submarino.
¿Qué queréis beber?
Pídenos una pinta de sidra, por favor, Kay. Gracias. Joder, tanto esfuerzo y no hay marinos.
Aquí no hay ninguno, sólo los trabajadores de Port arriba.
¡Michelle y Manda están ahí dentro!
Sí. ¿Qué ha pasado con tus botas?
Me las he cargado cuando entraba, pero Orla decía hace un momento que compró unas Docs para Manda y que están dentro de su bolsa.
¿Qué es esto?
Chell bajó la vista y por toda su oscura camiseta de estampado de leopardo había millones de isletas de azul ultravioleta, todas las motas de polvo de las algas, Ah, joder, parece que tenga la peor caspa de todos los tiempos, dijo sacudiéndose el tejido por encima de los pechos. ¿Quién va a querer bailar conmigo? Miró a su alrededor. ¿Sabéis con quién me gustaría bailar de verdad? Gracias, dijo cogiendo la pinta de sidra y echando un gran trago.
Orla y Kylah bajaron por las escaleras y fueron juntas hasta la pista de baile dando vueltas en un vals imaginario para después levantar los brazos y empezar a girar las manos.
Buena idea, soltó Kay.
¿Qué?, soltó Chell sin mirarla siquiera. Sacudió la cabeza y soltó: Les dije que intentaran pasar un poco desapercibidas, dijo, dándole otro lingotazo a la sidra.
Kylah se había caído en la pista de baile y Manda se soltó del tipo con el que estaba morreándose, ayudó a Kylah a levantarse y la abrazó; entonces vio las motas ultravioletas y se puso a pasar las palmas por la camiseta lila de Kylah. Chell la observaba y se acordó de Manda mirándole el coño con ojos desorbitados cuando se meó en el fregadero del piso de los tíos aquellos. El chico al que Manda había apartado estaba completamente inmóvil, algo aturdido, incómodo y a la expectativa.
Empezó a sonar «Time After Time».
Orla subió corriendo las escaleras riéndose y soltó: Hemos entrado por la ventana de atrás subiéndonos a un montón de algas. Apestamos a algas.
Mejor eso que a potas, soltó Kay, y todas se rieron.
Chell se rió y soltó: Pero cómo somos.
Manda estaba otra vez morreándose con el tío, y giraba lentamente sin moverse del sitio, al lado de Michelle, que había abandonado cualquier intento de bailar y se limitaba a morrearse a lo bestia con el otro tío allí mismo.
Kylah subió la escalera desde la pista y se rió: ¡Hola!
Voy a invitar a todo el mundo, suelta Kay, y yo tomaré vino con azúcar.
Eh, vamos a probarlo, soltó Kylah, Mmm, ¿me invitas a mí a uno?
Kay y Fionnula se miraron y estallaron en carcajadas.
¿Qué?, suelta Kylah.
Ah, nada, no nos reíamos de ti, cariño. Es otra cosa.
Cuando Kay se fue a la barra, Kylah soltó: Oye, ¿sabes qué tal toca Kay el violonchelo?
No la he oído tocar desde segundo, pero me parece que había dado clases. ¿Por qué?
Me gustaría intentar acompañarla con la voz, en plan voz solista y violonchelo, sería raro.
Mmm, seguro que alguna vez podéis. ¿Qué decías sobre dejar el grupo?
Hace un rato me sentía mal, pero ahora me alegro de haberlo hecho. Siempre llega un momento en que lo mejor es ir en solitario. Grace Slick o así. Estaba pensando…, igual un poco más tarde, podría hacer una pequeña jam session con Kay la pija.
A mí tampoco me importaría montarme una pequeña jam session con ella, pensó Fionnula, y dijo: Sí, a lo mejor.
Y como somos de la misma talla, tampoco me importaría echarle un vistazo a su ropero, dijo Kylah señalando con la cabeza a Kay, en la barra, donde los viejos oficiales del puerto flirteaban inofensivamente con ella, que iba vestida con la ropa nueva de Kylah.
Fionnula miraba fijamente, riéndose.
¿Quéééé?, soltó Kylah de forma un tanto coqueta.
Fionnula se limitó a sacudir la cabeza y dijo: Kylah, tú eres una estrella, ya lo eres y no deberías olvidarlo.
Chell soltó: Ojalá Manda se deshiciera de ese guarro, seguro que en esta moqueta puedes pillar cualquier cosa, dijo señalándose los pies con la cabeza.
Sí, pie de atleta, peor que en la piscina.
¡Pie de atleta! Glosopeda, más bien.
Eso es lo que Michelle está haciendo con el tío ese.
Se rieron.
Llevo todo el día con el meñique dolorido por culpa de estas botas, soltó Orla.
Ya, pero son chulas.
Apareció Kay con los vinos azucarados.
Gracias, de puta madre, suelta Kylah.
¿Así que le compraste a Manda un par de Docs, Orla?
Venga ya. Todas sabemos que no tiene dinero.
Todas asintieron.
Y yo tengo un par. O más bien no, dijo, dándose una palmadita en las tetas.
Todas se rieron.
Me apetece un baile lento, pero no con nada de lo que hay aquí. Me muero de aburrimiento, soltó Kylah, y acto seguido se marchó en dirección a los servicios.
Últimos tragos, ladró el pincha antes de que se oyese la campanada de la última ronda detrás de la barra.
La voz de Stockard Channing invadió la luz azul con los momentos inaugurales de «There Are Worse Things I Could Do», de la banda sonora de Grease. Todas las Sopranos dejaron sus bebidas a la vez.
Yo aguantaré el temporal si tú también lo haces, soltó Fionnula, y notó sus propios estremecimientos.
Vamos allá, dijo Kay.
Chell había agarrado al primer chico que le había entrado a Kay: No me pises los putos pies, dijo, arrancándolo de la barra.
Al principio, La Noche Que Fionnula McConnel Bailó Lentas Con Kay Clarke no fue la atracción principal, porque Kay y Fionnula ya formaban conjunto entre el ultravioleta, envueltas en niebla artificial, cuando Kylah se deslizó sobre la pista de baile ejecutando bastante bien un vals, con los brazos estrechando el cubo del wáter en un apasionado abrazo. Esto suscitó un animado coro de risas y sonrisas inauditas hasta que, con cautela, los hombres empezaron a acercarse desde la barra hasta el pasamanos junto al suelo.
Fionnula sintió que tenía que seguir cuchicheando mientras Kay se apoyaba sobre ella, con el pelo esparcido por su cara; estaba tan nerviosa que no disfrutaba, montones de cosas le pasaban por la cabeza; Fionnula dijo: No sé por qué te preocupa que te expulsen, porque si… porque si tuvieras el crío, el hecho de que te expulsaran sería una tapadera perfecta para no ir al colegio. Te expulsan pero no te montan todo el número de tener que marcharte porque estás embarazada.
Manda había dejado de morrearse con su hombre y se echó a un lado cuando él se puso delante de ella, para mirar de pie junto a la barandilla. Cuando él vio lo que miraba, perdió todo interés por Manda. Incluso Michelle había roto su abrazo para mirar; Catriona y Las Peluqueras, que estaban en una de las cabinas, se levantaron todas cuando el baile lento de Kay y Fionnula las aproximó a las escaleras y fuera de la vista de las cabinas más apartadas.
La canción había terminado y habían encendido todas las luces, y fue entre una luz clara e intensa cuando Fionnula había dicho y dijo: Bésame.