proseguir, diciéndole:

—Y lo hiciste aún a sabiendas de lo que podrías perder en el camino. Si estás aquí no es

sólo por mí sino por tus propios méritos que te han llevado a ser la mujer que ahora eres a pesar de

todo el dolor y el sufrimiento que te causó lo que ocurrió en tu pasado. Pero ya vez, nada dura para

siempre…

—Gracias —sintió una poderosa opresión en el pecho que a todas luces poseía un solo

nombre: Anna Marks—. ¿Dónde se habrá metido? —inquirió evidentemente preocupada, gesto que

no pasó desapercibido para Renato quien, de inmediato dibujó una prominente sonrisa sobre su

rostro avejentado.

—¿Por qué no lo averiguas por ti misma? En eso, Luisa te puede ayudar.

***

Me sentía fatal cuando abrí los ojos esa mañana tal y como si un edificio se me hubiese caído

encima. ¡Genial! Gran parte de la noche la pasé en el cuarto de baño vomitando y sintiéndome

miserable de la cabeza a los pies. ¡Maravilloso! Y mi estómago aún se contraía de dolor, pero era

mínimo en comparación al que había percibido en la madrugada. ¡Sencillamente, fantástico! ¿Podía

pedir más?

—¿Qué estoy pagando ahora, señora karma? —fue lo primero que expresé posando la mirada

en el cielo de mi cuarto y sintiendo un asco horrible en mi boca. Como pude logré llegar nuevamente

al cuarto de baño y asearme recordando que no debía estar en casa sino más bien en la universidad.

¡Rayos, maldiciones y…!—. ¡Ni lo pienses! ¡Ni siquiera puedes mantenerte en pie como para

vestirte y… ¿aún quieres ir a tu cita con la profesora Cavalli? ¡Santo Dios! ¡Qué fue lo que comí!

—chillé, reconociendo mi pálido y ojeroso semblante en el espejo—. Gracias a Dios Vincent no

está aquí porque si me viera en estas condiciones seguro saldría corriendo.

Volví a la cama mientras tomaba mi móvil para constatar que hora marcaba. ¡Fabuloso, las

nueve de la mañana! ¿Qué pensaría Michelle? Claro, que era una irresponsable por ni siquiera estar

en su oficina a la hora acordada. Cerré los ojos por un par de segundos cuando las náuseas en mi

cuerpo se volvían a presentar.

Al cabo de un instante la puerta de mi departamento sonó de una particular manera. De forma

inmediata constaté que Vincent no era quien había tocado. “Sólo úsese en caso de emergencia”

recordé, evocando a Amelia tras suspirar en silencio.

La puerta sonó una vez más lo que me hizo tomar mi teléfono y marcar el bendito número del

Águila Real. Dos tonos y él contestó enseguida.

—¿Anna?

—Acabo de escucharte, pero me siento fatal. Dame unos segundos, por favor, ya te abro.

—¿Qué tienes?

—Deja de hablar y lo sabrás.

Luego de constatar mi estado regresó conmigo a la cama depositándome en ella, arropándome

y prestando mucha atención a cada uno de mis gestos faciales.

—Tengo que llevarte al hospital.

—No —fue la clara y categórica respuesta que le di—. Seguro es un virus o algo similar.

Ya pasará.

—No te lo estoy preguntando. Estás muy ojerosa, Anna.

—Lo siento, pero no iré a ningún lugar. Seguro algo que consumí el día de ayer…

—Ayer no conmiste nada —me recordó—. Al menos… —lo meditó seriamente sin quitarme

los ojos de encima realmente preocupado por mi estado de salud—… no conmigo. Cuéntame, ¿Sam

te preparó algo de comer?

Moví mi cabeza de lado a lado, negándoselo.

—Sólo un té.

“Un té”, replicó su conciencia y en cosa de segundos, se levantó dejándome absorta tras su

repentina e intempestiva salida del cuarto.

—¿Damián?

—¡Ya regreso! —contestó a la distancia mientras a paso apresurado se dirigía a constatarlo

todo. Sus ojos rápidamente inspeccionaron el lugar, pero con lo único que se encontró fue con una

cocina bastante limpia y pulcra sin señales de que alguien allí hubiese cocinado. Y de la basura ni

hablar, no había rastros.

Sonrió con sarcasmo entrecerrando la mirada y volviendo prontamente a la habitación.

—Así que… ¿sólo un té?

—Sí. ¿Por qué lo preguntas?

—Simple curiosidad. Dame un momento, por favor, llamaré a Black.

Aquel enunciado me hizo despertar de mi tumba y reclinarme en la cama como si fuera un

jodido resorte.

—¡Olvídalo! —le clavé mi ferviente mirada—. Tú no harás nada.

Me observó como si, de pronto, me hubiese vuelto loca.

—No quieres que te lleve al hospital y ahora me exiges que no llame a Black. ¿Qué te

ocurre? ¡Estás enferma!

—¡Y si lo estoy qué mas da! —me acomodé de mejor manera—. ¡Él tiene ya con qué lidiar

para que también esté preocupado por mí!

—Anna…

—Anna nada, Damián, te lo prohibo —exigí, desafiante—. Su hijo es su mayor

intranquilidad en este momento. No me hagas ejemplificartelo, por favor, que… —me recosté

nuevamente sobre la almohada—… no tengo ánimos ni siquiera de gritar—. Cerré los ojos

relamiendo mis labios todo y frente a su expectante vista.

—De acuerdo —manifestó al fin, luchando con el movimiento de su mano que pretendía por

todos los medios posibles situarse sobre la mía. Porque verdaderamente ansiaba tocarme para

darme a conocer que allí estaba y allí se quedaría—. ¡Vaya, terca! ¡Das más trabajo que una misión

a Irak!

Su desafortunado comentario me hizo carcajear a viva voz de una manera tan hilarante que él

terminó riendo conmigo hasta que sentí su calor rodeando una de mis extremidades, específicamente,

una de mis manos que se encontraba situada sobre la colcha. Aquel inesperado gesto suyo sólo

consiguió que me detuviera, silenciándome, al tiempo que la apartaba y sintiendo dentro de mí un

leve ardor que me produjo su inminenten contacto.

—Así que… ¿una misión a Irak? —inquirí para que no notara mi evidente nerviosismo frente

a su roce—. No sabía que era tan peligrosa.

“Ni siquiera lo imaginas”, pensó en absoluto silencio tan sólo sonriendo de medio lado ante

lo ocurrido.

—¿Sólo fue un té? —replicó, retomando la charla—. ¿Segura que no comiste algo más?

—Si estás pensando en la posibilidad siniestra de que Sam quiera envenenarme estás muy

equivocado. Somos amigas, Damián.

—Anoche ya te di mi apreciación sobre ella. No me hagas explicártelo como se lo dije a

Amelia.

Volteé mis ojos para encontrarme con los suyos.

—¿Qué fue lo que le explicaste a Amelia?

Y él suspiró tras llevar una de sus manos hasta su nuca.

—¿Tiene que ser ahora?

—Tengo todo el tiempo del mundo tan solo para ti. Ahora habla y, por favor, no omitas los

detalles.

Luego de toda su bendita explicación aún no podía creer lo que “supuestamente” el veía y yo

no. No hasta que un par de frases suyas me lo confirmaron: “Hace demasiadas preguntas como si

cada vez quisiera indagar y profundizar más y más en cada acto que realizas.”

—Es ilógico.

—¿Por qué?

—Porque jamás me ha dado motivos para desconfiar, Damián.

—Yo no estaría tan seguro. Si quieres un consejo… sólo abre bien los ojos. Te lo dije una

vez y te lo vuelvo a repetir: vemos caras, pero no corazones. Tu enemigo puede estar a tu lado,

frente a ti o más cerca de lo que crees.

Entrecerré la vista, pero ahora posicionándola de lleno sobre su para nada relajado

semblante.

—Y yo te dije que eso te incluía a ti.

Se encogió de hombros al oírme.

—Lo sé y es comprensible. Por el momento, para ti no soy una persona de fiar, pero

lamentablemente, lo quieras o no, tendrás que hacerlo. Hasta ahora no te he defraudado, ¿o sí?

Desvié la mirada de sus penetrantes ojos que parecían invadir los míos.

—Y no lo haré —lo afirmó decisivamente—. La lealtad para mí es intransable al igual que

la confianza que se gana y no se regala —sonrió, levantándose intempestivamente del costado de mi

cama.

—Eso fue lo que te dije…

—Cuando tú y yo nos conocimos —dirigió sus pasos hacia la ventana—. Lo adopté como mi

lema. Espero que no te moleste. Así, sin duda alguna, es más fácil para mí.

No comprendí lo que dijo hasta que me lo hizo saber.

—Porque puedo hablar sin que te espantes.

—No soy una mujer que se espanta tan fácilmente, Damián.

—Entonces… creo que estoy en condiciones de entregarte una teoría que da muchas vueltas

en mi mente con respecto a ti.

Y otra vez me hizo guardar el debido silencio hasta que con todas sus letras pronunció:

—Si tu amiga no te ha envenedado quizás, podrías estar… ¿embarazada?

Mis ojos se desorbitaron, se salieron de cuajo, se voltearon al igual que lo hizo mi estómago.

¿Qué yo qué? ¿Embarazada?

—Náuseas, malestar, decaimiento, cansancio… no soy médico, Anna, pero soy el mayor de

tres hermanos. Digamos que tengo algo de experiencia al respecto.

—No estoy embarazada.

—No lo sabes.

—No estoy embarazada —recalqué—. Así que quita eso de tu maquiavélica mente. En mis

planes no está contemplado tener un hijo y estoy segura que en los de Vincent tampoco.

—¿Jamás se han planteado esa posibilidad? —aún no me observaba. De hecho, presentí que

al hablar de ello no deseaba hacerlo. ¿Por qué? Si supiera la respuesta, créanme, no me la estaría

formulando.

—No. Él ya tiene a Leo.

—Hablas como si no desearas…

—No quiero un hijo —recordé lo que por obvias razones deseé olvidar desde un comienzo,

pero que ahora con su “supuesta teoría” volvía a salir a la luz.

—Eres joven. Algún día serás madre y…

—¡He dicho que no quiero un hijo! —perdí la compostura logrando que con mi maravillosa

exclamación de loca rematada él se volteara rápidamente hacia mí—. ¿Es tan difícil de comprender?

Sin nada que decir sus ojos avistaron los míos, como si en ellos estuviera la respuesta que

tanto necesitaba contestar la inquieta interrogante que ya se formulaba al interior de su mente: “¿Qué

ocurrió contigo, Anna?”

Terminé llevándome ambas manos al rostro para cubrirlo mientras no dejaba de suspirar y

suspirar. Sabía, por obvias razones, lo que acontecía de su parte porque podía sentir su vista sobre

la mía penetrándome al igual que si fuera un taladro que lo único que deseaba era llegar directamente

al meollo del asunto donde se encontraban cada una de mis malditas evocaciones que aún no

conseguía arrebatármelas del todo y que, cada vez que se les daba la gana, aún herían de

considerable manera mi pequeño y maltrecho corazón.

—No si intentas explicármelo —. Con aquellas cuatro palabras entendí que no se daría por

vencido.

—¿Sería suficiente? —aparté lentamente mis manos de mi rostro cuando mis ojos se fijaban

en los suyos y más en el asentimiento que me otorgó dándome a entender con ello un rotundo sí—.

Pues… no es tan fácil comenzar…

—Entonces, no lo hagas por el lado difícil.

Lamentablemente, la palabra difícil tenía una connotación muy diferente para mí.

—No es fácil cuando no te sientes orgullosa de tu pasado.

Caminó hacia mí dispuesto a tomar asiento nuevamente en el mismo costado de la cama en el

cual se había sentado con anterioridad. Y así lo hizo, pero esta vez entrelazando mi mano sin darme

tiempo a quitarla de la opresión de la suya.

—Es fácil sólo cuando te decides a hacerlo, pero con la verdad.

«Fácil, fácil, fácil… en ese momento de mi vida nada fue de esa manera, te lo aseguro.»

Volteé negándome a observarlo, negándome a hablar, negándome por razones más que obvias

a confesarle la horrible experiencia de la cual había formado parte y de la que aún no me lograba

liberar hasta que el calor de su mano en mi rostro, el roce inminente de su piel en mi piel, la suave

caricia que se desarrolló sin que yo pudiera detenerla, me estremeció brindándome todo lo contrario.

—No quiero tener otro hijo porque… —volví a contemplarlo teniendo su vista muy cercana y

preocupada sobre la mía—… ya me deshice de uno.

—¿Te… deshiciste? —formuló, absolutamente incrédulo y contrariado.

—Sí, tal y como lo oyes. Porque jamás tuvo la culpa de haber sido concebido… tras una

violación.

Capítulo XXI

No cesaba de observarla mientras su mirada se perdía en un punto equidistante tras haberme

confesado, a grandes rasgos, aquel tortuoso pasado del cual se sentía realmente avergonzada. Por

todos los medios posibles ansié abrazarla, contenerla, confortarla, cuando oí y asimilé lo que me

relataba, pero… ¡¡quién era yo para hacer eso, maldita sea!! Nadie… absolutamente nadie cuando

existía otro hombre que realizaba ese trabajo mucho mejor que yo y con creces. ¡Cuánto hubiese

dado por tomar su lugar! ¡Cuánto hubiese dado por ser Black! Creo que mi vida entera… no habría

sido suficiente.

Nombres como Victoria y Santiago aún rondaban dentro de mi cabeza tras imaginarme lo que

debió sufrir Anna a causa de esos dos hijos de puta que prácticamente condenaron su existencia.

Violación y aborto fueron las palabras que prosiguieron y gracias a las cuales comprendí

necesariamente porqué no estaba en sus planes tener un hijo. Ahora… todo parecía tener sentido.

En silencio nos quedamos dentro de su habitación. Ella, aún perdida en sus pensamientos y

evocaciones y yo en mi rabia interna, en mi desdicha y mera frustración. Porque ni siquiera

expresarle un “lo siento tanto” parecía sensato en ese crucial momento de nuestras vidas cuando la

verdad me estaba muriendo por llegar a ella para besarla, acariciarla y sellar así todo su magnánimo

dolor.

Me aprestaba a hablar cuando, de pronto, advertimos que alguien tocaba a la puerta.

—¿Esperas a alguien? —clavé mis ojos en los suyos que aún se encontraban algo cristalinos

y distantes. Anna, en cambio, sólo movió su cabeza de lado a lado negándose a responder. Creo que

tras su confesión había perdido por voluntad propia el habla.

Caminé rápidamente hacia el pórtico al sentir otra vez unos delicados golpes que se hacían

notar, hasta que abrí encontrándome cara a cara con una mujer que ya sabía quien era gracias a unos

contactos y favores que había cobrado. Intentó sonreír mientras le temblaban las manos y la

barbilla. Sus ojos azules brillaban, su boca se abría y se cerraba como si deseara decir algo que le

costaba mucho balbucear, pero aún así lo hizo y con un suave timbre dándome a conocer a quien a

buscaba y por quien allí se encontraba.

—Buenos días. ¿Este es el departamento de Anna Marks?

—Así es. ¿Quién la busca? —engañarla parecía una opción válida para corroborar lo que ya

conocía sobre su persona.

—Michelle Cavalli, soy su profesora guía en la universidad. Mucho gusto —tendió una de

sus temblorosas manos la que estreché cortésmente, brindándole una de las mías—. Eres el

muchacho de la otra noche, ¿verdad?

—Sí. Soy Damián y el gusto es mío.

—Es un placer, Damián. La verdad, no quiero importunar, pero estoy preocupada por Anna.

Hoy teníamos agendada una reunión para vernos y trabajar sobre su tesis y no llegó. ¿Sabes si está

bien y donde puedo encontrarla?

Parecía sincera y por sus rasgos faciales comprobé que no mentía, pero… ¿por qué se

encontraba ansiosa y a la vez tan nerviosa cuando se refería a Anna?

—En su cuarto —informé para tranquilizarla. Era evidente que esa mujer algo escondía, pero

¿qué?—. Está algo enferma, no sé si tenga ánimos de verla.

La palabra “enferma” sacó a relucir aún más su incipiente preocupación que contrajo su

rostro en una evidente mueca de interés.

—¿Puedes informarle que estoy aquí? —su pregunta más parecía una súplica—. Me gustaría

verla, por favor. Es importante.

Algo en ella y en la singular forma en que lo rogaba me hizo voltear y caminar hacia el cuarto

para informarle a Anna sobre la llegada de quien, segundos atrás, había tocado a su puerta. Y ella…

bueno, su característico nerviosismo afloró haciéndose notar cuando me oyó y comprendió lo que le

decía, contrayendo su semblante, pero de asombro.

—Dice que es importante. ¿Qué quieres que le diga?

No lo pensó dos veces y terminó aceptando mientras tragaba saliva algo perturbada por

aquella inesperada visita.

Después de transcurridos algunos minutos oí que ambas reían suavemente dándome a entender

con ello que todo estaba bien. Genial. Mi intuición aún seguía siendo infalible y eso lo comprobé

cuando leí cierta información que llegó a mi móvil con detalles aún más específicos sobre quien

ahora charlaba animadamente con Anna. La única palabra que pude y logré rescatar de todo fue

“Villarrica”. ¿No se suponía que sus abuelos aún residían en ese lugar?

***

La visita de la profesora Cavalli me sobresaltó en un primer instante. ¿Qué hacía aquí? Fue

la más sencilla de las interrogantes que me formulé sin concebir una sola respuesta, no hasta que me

lo explicó a cabalidad dejándome boquiabierta con su inusitado interés. ¿Desde cuándo los maestros

se preocupaban tanto de sus alumnos?

Nuestra charla prosiguió y extrañamente me sentí mucho mejor con su compañía y eso

también lo notó Damián al observarnos de reojo desde la puerta.

—¿Qué haces ahí? ¿Por qué no entras? —al verlo de pie junto al umbral no pude evitar

sonreírle.

—No quería interrumpirlas, pero al evidenciar que estás de mejor ánimo me han dado ganas

de cocinar. Recuerda, no has comido nada.

Recibí de inmediato una mirada de reproche de Michelle.

—Pues no se diga más. Debes alimentarte y me ocuparé también de ello.

¿Perdón? ¿En qué momento había echo ingreso a la mismísima dimensión desconocida?

—¿Puedo apoderarme de tu cocina, Anna?

Sí, definitivamente estaba inmersa en ella.

—Usted… ¿pretende cocinar? ¿Aquí?

—Siempre lo hago en casa. Además, ya es hora de que pruebes mi mano. Damián, sé que no

me conoces y que te parecerá extraño que te lo pida casi una desconocida, pero… ¿podría

aprovecharme de tu tiempo?

—Siempre y cuando sea en beneficio de aquella señorita —me indicó—. ¿Qué debo hacer?

—Ir de compras —se levantó de la cama desde donde se encontraba sentada—. La queremos

recuperada, ¿o no?

—Definitivamente la queremos… muy recuperada —noté como sonreía con malicia a la vez

que no comprendía como aquellas dos personas que se habían visto una sola vez en su vida parecían

ahora tan compenetradas.

—Un segundo —articulé, deteniéndolos—. ¿Qué se supone que ocurre aquí?

Michelle observó a Damián y éste lo hizo a la vez con ella tras encojerse de hombros como si

no hubiese prestado la más mínima atención a mis palabras, diciendo:

—Usted dirá, ¿qué necesitamos?

—Bueno, pensé hacer una sopa liviana que fortalezca su estómago y…

Sonreí resignada bajando la mirada hacia la colcha, intuyendo que ese par algo se traía entre

manos.

***

Leo fue dado de alta y regresábamos con él en uno de los tantos vehículos de la familia que

Fred conducía. Dentro del coche se percibía la tensión que entre Emilia y yo se había generado tras

nuestra disputa de la noche anterior por el exámen de ADN que constataría y certificaría la prueba

fechaciente de paternidad y, por ende, la única posibilidad que existía de que Leo fuera mi hijo.

Pero nada resultó de la manera en que lo había planeado. Por lo tanto, seguí adelante sin dar pie

atrás, aunque sabía de sobra que se suscitaría un infierno después que le plantara en el rostro lo que

aquel informe revelaría en detalle.

Inhalé aire repetidas veces sintiendo una pequeña opresión en una de mis manos, porque Leo

me tenía aferrado a una de las suyas al mismo tiempo que la otra se entrelazaba a una de las de su

madre, gesto que de alguna manera simbolizaba lo feliz que se encontraba de que ambos

estuviéramos a su lado.

Miranda nos esperaba en casa, impaciente, pero aquel sentimiento suyo se desvaneció

prontamente al ver al pequeño y estrecharlo con sumo cariño entre sus brazos. Por expresas órdenes

de Bruno, Leo debía guardar debido reposo para evitar así otra complicación como la que había

sufrido mientras jugaba futbol en el parque. Nada de exigencias físicas nos había advertido en

profundidad y lo llevaríamos a cabo esperando las noticias del especialista en cardiología que se

había hecho cargo del caso.

Al interior del cuarto de Leo en el cual nos encontrábamos mi móvil, inesperadamente,

comenzó a sonar. No fue una llamada sino solamente una vibración que emitió, dándome a entender

que había recibido un mensaje. Rápidamente, lo tomé para constatar quien lo había enviado ya con

el rostro de Anna inserto en mi mente y colmando cada espacio de ella. Sonreí tras acariciar el

cabello de mi hijo notando como Emilia también deseaba a toda costa hacerse partícipe del mensaje

que me dejó en tan solo un par de segundos evidentemente preocupado ante lo que decía así:

“La señorita Marks no se ha sentido del todo bien. Disculpe por no informarle con

anterioridad, pero me ocupé de ella y de su bienestar gran parte de la mañana. Además, me

advirtió casi al grado de la desesperación que no le comunicara la noticia debido a que su hijo

estaba en primer lugar. Lo siento, señor Black. No fue mi intención omitir este tipo de

información relevante. Espero que lo comprenda.”

Todo lo que logré rescatar fue “La señorita Marks no se ha sentido del todo bien… me

ocupé de ella y de su bienestar gran parte de la mañana…” mientras mi semblante endurecía su

actitud y mi boca murmuraba con un dejo de ironía:

—También lo espero, Damián. Sinceramente de ti… también espero lo mismo.

Después de transcurrida una hora salí del dormitorio de mi hijo dejándolo al cuidado de

Miranda. Confiaba en ella con mi vida, por lo tanto, eso me dio el tiempo necesario para ir por Anna

mientras Emilia también se disponía a salir, pero con destino hacia la empresa.

—¿También te vas? —pronunció toscamente tras comenzar a bajar las escaleras de la sala

—. ¿Que la muchachita esa no puede vivir sin ti aún sabiendo que tu hijo está convaleciente?

Acaricié mi barbilla oyendo sus ponzoñosas palabras, porque esta mujer no se cansaba de

lanzármelas al rotro cada vez que se le daba la gana.

—¿Y tú? —le devolví rápidamente—. Se supone que deberías estar al lado de tu hijo, ¿o no?

—Alguien debe hacerse cargo de la empresa ya que tú no te dignas a aparecer por ella. Esa

zorra debe hacer muy bien su trabajito de “ramerita barata” por como corres hacia ella cada vez

que te hace sonar el móvil.

Discutir frente a cada una de las imbecilidades que pronunciaba ya no tenía el mayor de los

sentidos para mí.

—Habla lo que quieras.

—Jamás pido permiso para hacerlo, Vincent, eso lo sabes de sobra. Ahora dime, ¿volverás?

Recuerda, tu hijo te necesita y…

—Sé lo que tengo que hacer y con respecto a Leo mucho más. Así que ahórrate tus

manipulaciones, todo tu palabrerío y cumple con tu rol de madre porque a eso te deberías dedicar.

—¿Qué mierda quieres decir con eso? —tras llegar al primer escalón su actitud cambió

notablemente dándome a conocer que el papel “de madre arrepentida” lo había dejado tras las

puertas del hospital.

—Sabes muy bien a qué me refiero —le sonreí con sorna ya aprestándome a dirigir cada uno

de mis pasos hacia la puerta.

—Vincent, ¡Vincent!

C’ est la vie (así es la vida) —caminé sin mirar hacia atrás porque lo que verdaderamente

me importaba ahora era estar con Anna, saber qué le sucedía y por qué había tomado la drástica

decisión de ocultarme su malestar junto a Damián. Y lo haría enseguida, sin perder un solo segundo

más de mi tiempo.

El departamento estaba en completo silencio cuando hice ingreso a él cerrando la puerta,

lentamente. Sólo advertí que alguien había cenado tras contemplar algunos platos que se encontraban

lavados y apilados sobre un mostrador.

Con las llaves aún en mis manos me dirigí hacia la habitación de mi pequeña sin pronunciar

su nombre. Si se sentía mal lo lógico era que estuviese recostada y así la encontré, pero

profundamente dormida cuando crucé el umbral de su dormitorio dispuesto a llegar hasta ella.

Sin nada que decir para no despertarla y evidenciando la palidez de su semblante, tomé con

delicadeza una de sus manos entre las mías para besarla un par de veces hasta que una suave voz que

se oyó detrás de mí me alertó, deteniéndome.

—Se quedó dormida hace tan solo un instante. Ha evolucionado positivamente aunque sigue

muy cansada. Al menos, su estómago toleró muy bien la comida.

Me volteé para admirar y constatar quien era la mujer que pronunciaba esos enunciados y

cuando lo hice mis ojos se quedaron fijos en la menuda figura de quien intentaba sonreírme con

complacencia, añadiendo:

—Debes ser Vincent Black. Es un placer. Soy Michelle Cavalli.

¿Michelle Cavalli?

—Maestra y guía de tesis de Anna en la universidad.

Aún seguía sin entender nada y ella así lo advirtió tras levantarse de la silla en la cual se

encontraba sentada. Apartó de sus manos el libro que leía al igual que las gafas que tenía montadas

sobre sus ojos para contemplarme mejor y proseguir.

—¿Te preguntarás que hago aquí, verdad? Por tu notorio silencio eso advierto.

—Entre otras cosas. ¿Dónde está Damián?

—Acaba de marcharse. Tenía algo que hacer, pero dijo que regresaría enseguida.

Volví a besar la palma de la mano de mi pequeña, pero esta vez le regalé otro beso más en su

frente constatando que su temperatura corporal era del todo normal.

—Lo lamento —me disculpé de forma inmediata tras mi falta de educación para con ella—.

Mucho gusto.

—El gusto es mío —alzó una de sus manos para estrechar una de las mías—. Damián dijo

que llegarías en cualquier minuto.

—¿Qué le sucede a Anna? —deslicé una de mis manos por mi cabello pretendiendo mantener

mi angustia controlada por no saber nada sobre su situación.

—Al parecer, sufrió una descompensación que terminó afectando su estómago, pero créeme,

ya se siente mejor. Bebió algo de sopa y bueno, se durmió como una bebita.

Ambos la observamos con tranquilidad al constatar como su pecho subia y bajaba en un ritmo

bastante regular.

—¿Por qué Damián no llamó a un médico? ¿Por qué no me informó de lo que le sucedía’

Michelle no comprendió lo que decía por la forma un tanto asombrada en la cual me

observó. Tenía razón para admirarme así, esa última interrogante no debí haberla formulado.

—No lo sé, pero se lo puedes preguntar cuando regrese.

Y lo haría sin dudarlo.

—Bueno, creo que mi tiempo aquí se acabó. Anna está un tanto mejor y yo ya puedo partir a

casa dejándola en buenas manos —. Se volteó para tomar el libro, el cual acomodó sobre la mesita

de noche que se encontraba a un costado de la cama—. ¿Puedes decirle, por favor, que no dude en

llamar si necesita algo y a la hora que estime conveniente?

¿Debía hacerlo?

—Claro que sí —respondí sólo por amabilidad, pero ya preso de una extraña sensación que a

todas luces tenía que ver con ella y su comportamiento.

—Gracias, Vincent —sonrió de una forma que se me hizo totalmente familiar demostrándome,

además, lo nerviosa que se encontraba tras realizar un particular movimiento de manos que

extrañamente solo Anna hacía—. Nos veremos mañana. Llamaré antes para saber como pasó la

noche, si no te importa.

—De acuerdo. La acompaño hasta la puerta.

Asintió, tomando su abrigo y su bolso que se encontraban ambos sobre el respaldo de la silla

que segundos antes había ocupado. Y así caminamos hacia el pórtico justo cuando este se abría y

Damián entraba por él.

—Señor Black.

Sólo un ferviente vistazo le otogué a cambio que no necesitó de más palabras.

—¿Ya se va, Michelle?

—Sí, Damián. Anna se queda en buenas manos.

—Muchas gracias por todo.

Sonrió, al tiempo que sus ojos azules parecían brillar aún más de lo que ya resplandecían.

—Muchas gracias a los dos. Fue un placer conocerlos. La cuidan, por favor —se despidió,

cruzó el umbral y nos dejó algo perplejos con el singular tono de voz que utilizó para expresar aquel

enunciado que a toda costa colmó nuestros oídos, tal y como si no fuera un sencillo consejo. Porque

claramente eso era más bien una nítida exigencia.

—Quiero saber todo sobre esa mujer —fue lo primero que dije tras cerrar la puerta.

—¿Tiene algo de tiempo, señor Black? —con esa intrépida interrogante que manifestó volteé

enseguida la mirada hacia la suya.

—Qué sabes al respecto, Damián.

—Todo comienza en Villarrica, señor.

Aquella palabra, aquel único vocablo me desconcertó más de la cuenta. ¿Qué había dicho?

¿Villarrica?

—Es oriunda de esa ciudad. Sus padres poseían una ganadera muy importante e influyente en

la zona.

Tragué saliva a cada palabra que él pronunciaba evocando por sobretodas las cosas a Ignacio

Marks, pero en especial a la historia que me había relatado sobre su hijo y aquella mujer de la cual

se había enamorado.

—¿Estás seguro?

—Sí, señor. Actualmente está casada con un abogado, Julián Brunet, con el cual lleva más de

diez años de relación.

No sé porqué me negué a expresar una palabra que a todas luces tenía atragantada en la

garganta.

—¿Algo más?

—Lamentablemente… sí —guardó silencio por un par de segundos tras entregarme un papel

doblado a la mitad que sacó desde uno de los bolsillos de su pantalón—. Será mejor que lo vea por

usted mismo.

Y así lo hice, tomándolo entre mis manos y desdoblándolo ante la atenta mirada de Damián

que no me gustó para nada.

—¿Qué se supone que…? —no pude seguir hablando cuando mis ojos recayeron en la copia

del certificado de nacimiento que se mostraba frente a mí.

—Al parecer… dio a luz a un hijo, señor.

«No, no a un hijo, Damián, sino a una hija». El documento así lo señalaba.

Tragué saliva con sumo nerviosismo. Temblé al leer y releer todo lo que allí se especificaba

con mis ojos sumamente dilatados. Mi boca estaba seca, demasiado para mi gusto y el aire…

¡Maldición! Al parecer me había quedado sin él intentando comprender qué mierda sucedía.

—Espero instrucciones, señor —agregó Damián, pretendiendo con ello traerme de vuelta de

mi irrealidad un tanto difusa en la cual estaba inmerso.

Alcé la vista para perderla en algún lugar negándome a articular una sola palabra sobre lo

que ambos ya dilucidábamos . “¿Y ahora?” Me dictó mi conciencia que estaba tan perturbada,

asombrada y fuera de sí como lo estaba yo. “No más secretos, Vincent” prosiguió, desarmándome

por completo al igual que si fuera una torre hecha de naipes que se desmoronó, de pronto, dejándolos

por doquier regados sobre el piso. “Se lo prometiste y no solo a ella, sino también a ti. ¿Qué

pretendes hacer? ¿Volverás a metirle por su propio bien o esta vez harás lo correcto?”.

«Lo correcto… ¿Qué diablos era lo correcto?», pensé. Sencillamente, esa pregunta, por el

momento, no poseía una sola maldita respuesta.

Después de hablar a solas con Damián me quedé frente a las ventanas de la sala de estar de

Anna meditándolo todo. Podía ser que esa mujer, después de tantos años fuera… ¿su madre? Llevé

una de mis manos hacia mi cabello tras pensar y cavilar en cada una de las alternativas que ahora se

exponían frente a mí, pero con más claridad. El certificado de nacimiento, sus gráciles movimientos,

esa mirada que aunque fuera de otra tonalidad me recordaba muchísimo a la profundidad de la vista

de mi pequeña, la cadencia de su voz… Sí, podía pasar perfectamente como un desequilibrado

mental al pensar en tantas cosas y no me quedaba la menor duda que, si ella me viera así, en este

preciso momento también me lo haría saber.

Sonreí como un idiota hasta que comprendí que perdía mi valioso tiempo al quedarme ahí, de

pie, cuando perfectamente podía estar a su lado abrazándola, acariciándola y amándola para que

sintiera mi presencia.

Me devolví tras mis pasos deshaciéndome el nudo de la corbata, quitándome la chaqueta del

traje, desabotonándome la camisa y apartándome de todo lo demás a excepción de mi ropa interior

para entrar en la cama. Deslicé las suaves sábanas que olían sólo a ella, a su escencia y perfume que

me embriagó en el mismo instante en que abría los ojos y me observaba pronunciando mi nombre.

—¿Vincent?

—Sí, pequeña, aquí estoy —. Alcé su mentón para que mi boca se apoderara de la suya en un

tierno y suave beso que ella correspondió al mismo tiempo que mis manos se aferraban

delicadamente a su cuerpo y las suyas lo hacían conmigo de la misma manera.

—Te he extrañado tanto… Dime, ¿cómo está Leo? —detuvo el beso, acariciando tiernamente

mi rostro con sus manos.

—En casa y evolucionando positivamente —al oírme una prominente y bella sonrisa le

alumbró el semblante aún un tanto pálido que no dejé de apreciar—. Ahora cuéntame tú. ¿Qué le

ocurre al amor de mi vida?

—Estoy bien. Sólo padecí un pequeño malestar estomacal. Durante el transcurso del día me

he sentido mucho mejor.

—¿Estás segura? —me acerqué acechando nuevamente su boca—. ¿Por qué no me llamaste

de inmediato?

—Porque no hacía falta. Ahora mismo, me siento en óptimas condiciones —bien sabía yo a

que se refería con eso de “óptimas condiciones” cuando se estrechaba más y más a mi cuerpo

mientras su boca lamía y mordía la mía de ávida manera.

—Anna, estás convaleciente. Me pidieron que te cuidara.

—Pues, hazlo. ¡Qué estás esperando! —sonrió con malicia—. Necesito que me cuides, que

me toques, que me beses, que me folles… necesito todo de usted, señor Black.

¡Cretino afortunado!

—Anna… —me agarró la barbilla mientras me acariciaba los labios con uno de sus pulgares.

—Por favor… —expresó en un puchero que realmente me conmovió. Después de todo, ¡qué

más podía hacer si era capaz de desarmarme y armarme a su antojo en cosa de segundos!

—¿Te quieres salir con la tuya, Anna Marks?

—Esa es la idea… bestia.

No pude reprimir una airada carcajada que brotó efusivamente desde el interior de mi

garganta.

—Con que bestia, ¿eh?

—Sí, bestia, bestia, una y mil veces “mi bestia.”

—De acuerdo, provocadora, ahora sabrás muy bien como “cuida” el señor Black —en un

rápido movimiento la monté sobre mí cuando mi boca allanaba la suya, mi lengua la embestía

entrelazándola con la mía y cada una de mis manos recorrían su espalda y la parte baja de su cadera

para que ningún lugar de su cuerpo se quedara sin acariciar—. No quiero provocarte algún daño y

que por mi culpa…

—Créeme, Black, daño me provocarás si sigues hablándome de esa forma. ¿Quieres eso?

No podía dejar de besarla porque a cada segundo mis ansias de poseerla se acrecentaban con

desespero y sólo ella era capaz de conseguirlo con todo lo que me excitaba su cercanía, el sonido

incomparable de su voz, aquella increíble sensación de la cual me hacía partícipe al besarme, al

tocarme y entregarse así, sin condiciones.

—Eso quiere decir que… ¿soy su especie de medicina, señorita Marks?

—Mi única medicina —alardeó, ganándose de inmediato un pellizco en el trasero que la

sobresaltó—. ¿Y eso? —ronroneó tras el sugerente roce que le otorgó a mi miembro, al mover sus

caderas, que se encontraba listo y dispuesto para la acción.

—Una clara advertencia de lo que haré contigo. ¿Por qué tanta especificación en aquella

palabra?

—¿Qué palabra, Black?

La sorprendí con otro de mis rápidos y ágiles movimientos que terminaron estampándola

contra el colchón conmigo ahora encima de ella.

“Única” —agaché la cabeza para arrastrar mi barbilla por su cuello mientras olía su

esencia que encendía a cada tramo mi necesidad de poseerla—. ¿Qué acaso ya no soy el único? —

lamí debajo de su oreja a la par que dejaba regados sobre su piel algunos mordiscos.

—¡Siempre serás el único, por Dios!

—Más te vale, porque la sola idea de compartir o ser generoso con tu cuerpo saca de mí la

peor parte —devoré su boca otra vez logrando que floreciera su excitación mientras sus manos me

jalaban del cabello incitándome y dándome a entender que anhelaba aún más de mí de lo que le

estaba ofreciendo—. ¿Estamos claros?

Movió su cabeza en señal de negativa dejando escapar una traviesa sonrisa. Anna quería

jugar y bueno, si me lo pedía de esa forma… jugaríamos, pero a mi manera.

—¿Qué quieres conseguir?

—Claramente, que te vuelvas loco por mí para que termines follándome. ¿Estamos claros?

—de la misma manera lo inquirió haciéndome sonreír y retroceder un par de centímetros para

admirarla en gran medida, quedándome perdido en sus hermosos ojos, pero también en las

acentuadas ojeras que yacían bajo ellos.

—Mi amor… —acaricié su rostro con una de mis manos—… sólo dime que estás bien y que

no debo preocuparme aún más.

—Lo estoy, Vincent.

—Anna, quiero la verdad, por favor —mi pulgar terminó alojándose en una de las comisuras

de su boca, la cual rozó lentamente delineando todo su contorno—. Antes de hacerte mía quiero y

necesito toda la verdad —sin que lo advirtiera se apoderó de mi dedo para lamerlo y juguetear con

él antes de expresar:

—Sólo fue un malestar. Si no te lo comuniqué fue por la sencilla razón que tenías algo más

importante de lo cual ocuparte. No sé que rayos me sucedió, pero ya me siento mejor.

—Quiero que veas un médico —sentencié como una exigencia a lo cual recibí de su parte una

mirada de esas que te asesinan en cosa de milésimas de segundos—, y sin peros.

—¿Vincent, no crees que estás exagerando?

Ahora fui yo quien movió la cabeza de lado a lado en señal de evidente negativa.

—Lo tomas o lo tomas. No hay más alternativas.

Suspiró frenéticamente. Sí, supe de inmediato que aquellas palabras que mentalmente

reproducía iban dirigidas a mí y con especial cariño porque cuando lo deseaba Anna era muy

considerada.

—¿Y? —sostuve, esperando una positiva respuesta que a todas luces debía manifestar.

—Eres un… —pero ni siquiera dejé que terminara de hablar cuando mis labios de forma

violenta, urgente y avasalladora asaltaron los suyos recordándole que quien jugaba de último lo hacía

mejor. ¡Cretino! ¡Y nada más que con muchísima suerte! Así, no dependimos de un intercambio de

palabras, porque sencillamente ya no las necesitábamos cuando nuestros cuerpos se encargaron de

hablar en una ferviente contienda que se desarrolló al interior de ese cuarto y más sobre su cama

entre gritos enloquecedores de placer, gemidos y súplicas que emitía al tenerla bajo mi dominio

apoderándome de su cuerpo, de su húmedo y palpitante sexo, de su dilatado ano y de todo lo que por

derecho me correspondía sólo a mí.

***

Era algo tarde y aún terminaba de firmar unos documentos en presencia de Esther quien los

necesitaba con prontitud para despacharlos lo antes posible y así terminar su día laboral antes de

regresar a casa. Cuando ya restaban sólo un par de ellos observé mi carísimo y lujoso reloj de

pulsera para constatar qué hora marcaba al tiempo que preguntaba por Duvall. Hoy no había hablado

con él y menos se había aparecido por mi oficina lo que claramente me intrigó y preocupò porque ese

hombre, sin duda alguna, algo tramaba.

—Aquí tienes. Creo que ya todo está en regla.

—Así es, señora Emilia. Gracias.

—Pues bien, necesito que esos documentos lleguen a su destino lo más pronto posible y otra

cosa… —medité seriamente y una vez más la decisión que rondaba al interior de mi cabeza—…

quiero que me agendes una reunión con uno de los abogados de la empresa.

—¿Con Duvall, señora?

—No —fuí categórica al pronunciar esa única palabra dándole a entender que no debía

profundizar más en ese tema—. Ahora dime, ¿él ya se fue?

—La última vez se encontraba en la sala de conferencias. Tal vez aún siga ahí.

—Gracias, Esther —me levanté de mi asiento mientras ella me otorgaba un “buenas noches”

y salía de la oficina sin nada más que decir. Dejé caer mis manos sobre el enorme escritorio de

caoba que ocupaba gran parte de esa habitación cuando mis ojos se fijaron en los grandes ventanales

que mostraban de lleno un cielo que ya estaba estrellado. «Tengo que hablar con él sin más

rodeos», pensé dirigiéndome a paso apresurado en dirección hacia la sala de conferencias que, en

ese instante, mantenía su puerta entreabierta. Aprontándome a colocar mi mano sobre el pomo para

abrirla un poco más advertí desde el interior la voz de Duvall que charlaba animadamente con

alguien. Mi tensión se hizo evidente al oír lo que decía, pero se acrecentó aún más cuando, sin

tapujos, pronunció lo que pretendía llevar a cabo sin medir ninguna de las eventuales consecuencias

que se pudiesen llegar a suscitar.

—Estoy seguro… ni siquiera lo pedí y el Cielo ha intervenido por mí ayudándome de

sobremanera. Sí, princesita, no sabes cuanto me asombré también de ello. La verdad, no lo tenía

contemplado en mis planes, pero así evito ensuciarme las manos más de la cuenta, ¿no crees?

Mis ojos se dilataron a caba palabra y más, a cada horrendo enunciado que se filtraba con

fuerza por cada uno de mis oídos.

—Me importa una mierda lo que le suceda al mocoso. Si se muere me da exactamente igual.

Lo único que me beneficia en gran medida… —sonrió—… es que será uno menos que añadir a la

lista.

«¡¡Hijo de puta!!».

—Sólo tendré que esperar el instante adecuado porque a la zorra ya la tengo en mis manos.

No será difícil convencerla que lleve “al pequeñín” con ella. Y te lo aseguro, si la suerte está de

nuestro lado esta vez, lograremos deshacernos de dos pájaros de un tiro.

Sólo el sonido de su maquiavélica risa se coló por mis oídos como la más espantosa melodía

que yo hubiese escuchado nunca mientras intentaba apartar rápidamente la mano que se situaba sobre

el pomo de la puerta. ¡¡Dios mío!! Fue todo lo que pude balbucear concibiendo en mi cabeza el

rostro de mi hijo y su vida, su pequeña existencia que ahora más que nunca ansiaba proteger incluso,

de ese mal nacido enfermo que no cesaba de reír a carcajadas.

—¡No, no, no…! —repetí en voz alta retrocediendo a tropezones, volteándome, y

comenzando una loca carrera fuera de mis cabales de regreso a mi oficina. Entretanto, esas

fervientes negativas llamaron poderosamente la atención de Alex quien, movido por la curiosidad,

salió hacia el pasillo para constatar quien era la persona que corría a paso veloz como si la vida se

le fuera en ello.

—¡¡Mierda!! —chilló al verme entrar de lleno en mi despacho y luego salir de allí cargando

mi bolso y abrigo en una de mis manos. Sin pensárselo dos veces canceló la llamada emitiendo mi

nombre a viva voz antes de ver como me perdía tras las puertas del ascensor—. ¡¡Emilia!!

¡¡Emilia!! —pretendió detenerme, cruzó sus ojos con los míos, pero esta vez sin una sola pizca de

suerte—. ¡¡Maldita sea!! —gritó colérico, repasando una a una las palabras que había expresado tras

charlar con Sam a escondidas. Pero yo… ¿cuánto había oído de esa conversación? Era todo lo que

le interesaba saber cuando corría en dirección hacia las escaleras con un único fin inserto y

desarrollándose en su cabeza unido a un espiral de emociones que oprimían lo poco que le quedaba

de sensatez en su ahora oscuro corazón. Sí, tenía que cerrarme la boca a como diera lugar porque,

final o fortuitamente, así me lo había buscado.

Capítulo XXII

“Lugar equivocado, momento equivocado” , era todo lo que mi mente repetía mientras corría

desesperado hacia los estacionamientos subterráneos en búsqueda de quien ansiaba detener. Porque

necesitaba llegar a ella para enfrentarla y saber, fehacientemente, cual sería su próximo paso a

seguir. Pero el destino esa noche no estuvo de mi lado cuando un lujoso BMV de color negro se

atravesó por mi costado saliendo a toda velocidad con ella conduciéndolo.

—¡¡Maldita seas, Emilia!! —grité fervientemente con la ira calándome la piel—. Pretendía

otorgarte una mísera oportunidad —corrí veloz hacia mi Audi en el cual me monté, ágilmente—, pero

por lo que noto no la quieres aprovechar —. Encendí el motor con furia, lo aceleré como tal para

luego salir disparado tras ella cual misil pretende hacer añicos a su objetivo—. Lo lamento, pero así

no estás dispuesta a entrar en razones y yo claramente no estoy dispuesto a ceder. Me ha costado

mucho llegar hasta este punto como para retroceder ahora por uno de tus estúpidos arranques de

histeria… —. Tomé la avenida a toda velocidad por la cual sabía que la interceptaría antes de que

hiciera ingreso a la autopista. Y así, como todo un as al volante pisé el acelerador a fondo sorteando

y evadiendo los coches, uno a uno, con suma maestría y como acostumbraba a hacerlo—. No sé que

mierda escuchaste y no intentaré averiguarlo, porque si tengo que cerrarte la boca, tenlo por seguro…

que lo haré ahora mismo.

***

El BMV que conducía rugía a cada tramo que transitaba. Estaba deshecha, temerosa, fuera de

mis cabales y sólo deseaba llegar a casa para estar con mi hijo y contarle toda la verdad a Vincent

por muy dura y cruel que esta fuera. Tenía que hacerlo, ¡debía conseguirlo! Sí, era en lo único que

podía pensar mientras oía el chillido de los claxon a mi alrededor intentando detenerme. Pero ya

había comenzado una loca carrera de regreso hacia mi hogar y la que claramente no detendría hasta

estar a salvo con mi hijo entre mis brazos.

Seguí conduciendo percibiendo como mi estómago se contraía en poderosos nudos cada vez

que evocaba las palabras de Duvall. ¡¡Maldito seas, hijo de puta!! Grité unas cuantas veces.

¡¡Maldito seas, miserable infeliz!! Vociferé unas cuantas más, intentando sacar el móvil desde el

interior de mi cartera a la vez que traspasaba semáforos con luz roja, eludía coches, aceleraba y

temblaba como si para mí no hubiese un mañana, porque en realidad, si lo meditaba seriamente, un

paso en falso podría costarme la vida entera.

—¡Vincent, por favor, contesta! —sollocé en silencio cuando las lágrimas no cesaban de

rodar furiosas por mis mejillas—. ¡¡Contesta mi llamado, por favor!! —obtuve de vuelta sólo el

repiqueteo del tono de espera que me hizo anhelar oír su voz muchísimo más hasta que la velocidad

de un coche a mi costado, antes de traspasar los límites de la ciudad, me hizo voltear la vista para

quedarme perpleja y perdida en la mirada desafiante de quien ahora conducía a mi lado. Porque allí

estaba Duvall intentando detenerme, pretendiendo asustarme, deseando a toda costa que desacelerara

y me detuviera para tenerme una vez más en sus manos y cuando eso sucediera —sonreí al oír la voz

de Vincent pronunciando mi nombre a través del teléfono como si fuera el último salvavidas al cual

podía aferrarme—, sabía perfectamente cual sería mi final.

—¿Qué quieres, Emilia?

—Decirte cuando te quiero —aceleré cada vez más con el coche de Duvall pegado al mío—,

pedirte que cuides a tu hijo con tu vida y suplicarte que me perdones por todo lo que te hice…

—¿Qué estás diciendo? ¡No te entiendo!

—Lo harás, Vincent… sé que un día lo harás…

—¡¡Emilia, por favor!!

—¡Querido, no me odies más! ¡Ya no más! —solté el móvil pisando a fondo el acelerador

para sortear el último obstáculo que me quedaba, dejando atrás al Audi de color azul que detenía su

acelerado transitar tras la avenida que atravesaba la autopista de forma horizontal y por la cual en

ese minuto un enorme camión de carga la cruzaba—. ¡Vamos, mal nacido, ven por mí! —exigí a viva

voz, rompiendo en llanto—. ¡Por amor de Dios, Duvall, he dicho que vengas por mí! —grité con

furia y con todas mis fuerzas una vez más—. Todo esto es por ti, hijo mío. No olvides nunca que

mami te ama con su alma —alcancé fácilmente en esa pista los doscientos veinte kilómetros por hora

sin prever que otro vehículo adelantaba al camión en el mismo instante en que lograba sortearlo. Y

sonreí, sí, reí como nunca parpadeando un par de veces como si hubiera ganado esa batalla, mi

batalla personal, hasta que al fijar la vista en lo que tenía enfrente no logré frenar y evitar la parte

trasera de otro coche, estampándome contra él que, al igual que el mío, terminó volteándose unas

cuantas veces y haciéndose añicos frente a la fuerza imperante del impacto que nos sacudió y

concluyó así con mi loca e infernal carrera—. ¡¡Leooooooooo!! —fue todo lo que alcancé a

pronunciar, reteniendo sus ojitos azul cielo todo el tiempo en los míos cuando el agobiante dolor, mi

profunda desesperación junto a el rugir de dos colosos partiéndose en dos decrecían mis ansias por

luchar, corroiendo mis venas y cada ínfima partícula de mi ser, quitándome rápidamente la

respiración y sumiéndome en una vorágine de total y absoluta oscuridad de la cual ahora formaba

parte.

***

“Su esposa ha sufrido un violento accidente… su estado es crítico…”, fue todo lo que mi

mente caviló, segundo a segundo, mientras conducía en dirección al hospital donde yacía internada

sin comprender el porqué y menos el objetivo del llamado que realizó de tan angustiante manera.

Aquí algo no encajaba bien y eso lo sabía perfectamente, porque las piezas del rompecabezas de su

propia vida empezaban a faltar sin que pudiese encontrarlas.

Unos minutos después esperaba impaciente noticias sobre Emilia en uno de los tantos pasillos

del área de la unidad de cuidados intensivos. No podía ocultar mi preocupación y menos las

imperiosas ansias que me inquietaban hasta que mi nombre fue pronunciado a viva voz por uno de los

tantos médicos que salían desde el interior de un área restringida. Me levanté prontamente esperando

lo peor y respondiendo a su llamado, tragando saliva con nerviosismo y oyendo con mucha atención

lo que él formulaba más o menos así:

“Lo siento mucho, señor… estamos haciendo todo lo posible por salvar la vida de su esposa, pero

lamento informarle que no tengo buenas noticias al respecto. De hecho, ella está muy mal

debido a las múltiples fracturas que posee su cuerpo tras participar en la violenta colisión,

además de una hemorragia interna que no logramos estabilizar y que ha comprometido a varios

órganos. Si quiere verla, le sugiero que lo haga en este minuto porque más tarde me temo que

podría ser fatal.”

Y eso fue lo que hice porque de muchas formas posibles necesitaba algún tipo de respuesta

que sólo encontré al interior de aquella sala donde agonizaba totalmente conciente de todo lo que

sucedía a su alrededor.

La observé por algo más que un par de segundos sin nada que decir, pero con temor, con un

maldito temor a cuestas que me sacudía la vida sin que pudiese controlarlo. ¿Qué me ocurría? Era

lo que ansiaba saber mientras mis ojos no se separaban del ritmo un tanto errático que realizaba su

pecho en cada inhalación y sucesiva exhalación.

De pronto, nuestras miradas se encontraron cuando su llanto se hizo inminente. Sí, a pesar de

todo su agobiante dolor Emilia logró reconocerme. Intenté calmarla sin saber como debía hacerlo,

pero percibiendo el minúsculo movimiento que realizaron un par de sus dedos de su mano derecha.

Tal vez, ella quería… pues sí, lo ansiaba y así lo descubrí oyendo el poderoso suspiro que dejó

escapar y que envolvió el silencio reinante de la habitación que nos cobijaba.

—Perdóname… —balbuceó sin apartar sus ojos de los míos—. Por lo que más quieras…

sólo perdóname y dime que fui… lo mejor para ti.

Tragué saliva negándome a hacerlo.

—Te amé con… mi vida, Vincent… te amé… como jamás he querido a nadie más.

Cerré los ojos percibiendo el frío roce de sus dedos en los míos.

—Lamento… todo el dolor… que te causé.

«¡Ya basta!».

—Mi amor… la vida me lo ha cobrado como tal…

Apreté mis labios uno contra otro, conteniéndome.

—Porque fuiste, eres y serás… mi vida entera… —otro de sus profundos suspiros consiguió

que abriera la mirada de par en par para que mis ojos nuevamente se depositaran en los suyos.

—Guarda silencio —pedí tras no reconocer en su semblante la figura apática, déspota y

ególatra de la mujer con la que acostumbraba discutir y pelear cada día de mi vida. No, ahora no

existía ni la más mínima señal de ella porque, precisamente, en ese lecho y llorando desconsolada

me hacía imaginar que el tiempo entre ella y yo definitivamente… había vuelto atrás.

“Quiero una vida contigo…

¿Estás seguro o intentas seducirme, guapo?

Lo uno y lo otro, Emilia. ¿Qué opinas? ¿Te quedas conmigo para siempre sin nada más en qué

pensar?

¿Para siempre? ¡Joder, pero es que eso me ha sonado a muchísimo tiempo! Acaso, ¿lo tenemos?

Sí, tenemos todo el tiempo que sea necesario para hacernos completamente felices. ¿Qué opinas,

mi amor?

Opino que… si el destino te trajo hasta Barcelona y te puso en mi camino, Vincent Black, yo ansío

ser parte del tuyo e ir contigo donde quiera que él nos desee llevar.

Y eso quiere decir, española mía…

Que iré a tu lado siempre porque te amo y porque a pesar de esta locura que acabamos de cometer

ya no logro concebir esta vida sin tenerte. ¿Te apetece besarme, cariño?

Me apetece besarte, cuidarte y amarte, pero tan sólo a ti y por el resto de mi vida…”

Esos malditos recuerdos… esas tan claras y torturadoras imágenes comenzaban a hacer mella

en mí de implacable manera y sin que pudiese contenerlas. ¿Por qué? ¿Por qué precisamente ahora?

Me preguntaba como si fuera la más necesaria de las respuestas que ansiaba dilucidar . “Porque ella

fue parte importante de tu vida, Vincent… lo quieras o no, ella indudablemente fue el comienzo de

un sueño que jamás llegaste a concretar.”

Moví mi cabeza negándome a concebir esa posibilidad, ocultándola entre mis recuerdos,

entre todo el dolor que un día había padecido de su propia mano y de los cientos de mentiras y

engaños con los cuales me había ocultado toda la verdad.

—Mi amor… no quiero irme… sin verme reflejada en tus ojos una vez más.

«No sigas, Emilia, por favor, ya no sigas…».

—Vincent… —suplicaba, aferrándose cada vez con más fuerza a la mano que nos mantenía

unidos—. Dime… dime por última vez que jamás… dejaste de amarme…

Al oírla una frenética sacudida recorrió mi cuerpo.

—O miénteme… y sólo engáñame para que crea que la única mujer de tu vida… fui yo.

Lentamente, solté su mano y me desprendí totalmente de ella cuando nuestros ojos se

cristalizaban sin que las palabras pudiesen explicar lo que verdaderamente mi corazón ansiaba

manifestarle.

—Vincent… por favor —sus dedos buscaron los míos, su mirada ingenua se quedó perdida

en la mía esperando aquella única respuesta que jamás llegué a pronunciar, porque tan sólo fui capaz

de retroceder negándome a engañarla como ella lo había hecho conmigo desde el primer instante en

que su avaricia me arrebató a la mujer con la cual un día lo quise y anhelé todo—. ¡¡Vincent!! —

rogó una vez más sin que nada pudiese hacer para ayudarla—. ¡¡Te lo… pido!!

—Cuántas veces te lo pedí yo…

Su llanto se filtraba por mis oídos al igual que lo hacía su creciente desesperación.

—¡Perdóname, mi amor! ¡Perdóname! ¡No me dejes morir así!

—Emilia, basta, por favor…

—¡Necesito tu perdón! —gritaba—. ¡Necesito que cuides a mi hijo! ¡A nuestro Leo!

Me paralicé ante su enunciado y ante lo que no cesaba de articular.

—Lo querías todo y eso fue lo que un día te di. Sé que te mentí… sé muy bien que te engañé

y no me siento orgullosa de haberlo hecho, pero por favor… no me dejes ir así…

No podía acercarme por la sencilla razón de que mi cuerpo no reaccionaba ante lo que con

tanta ansiedad y fuerza declaraba.

—No permitas que se le acerque… ¡¡Prométemelo!! ¡No dejes que el maldito llegue a él!

Pero… ¿de quién mierda hablaba? ¿A quién se refería?

—No imaginas… de lo que es capaz…

—¿Quién, Emilia? ¿Quién?

Un nuevo suspiro suyo, pero esta vez colmado de auténtico dolor, logró hacerme reaccionar y

llegar hasta ella.

—¡¡¿Quién?!! —repetí, fervorosamente—. ¡¡De quién hablas!!

—De tu… hermano, mi amor… quien ahora… irá tras tus pasos.

Sin quitarle los ojos de encima y totalmente bloqueado y perturbado por lo que había dicho

noté como respiraba cada vez con más y más fragilidad.

—Ahora… vete…

—Emilia, por favor…

—¡Vete, Black, vete! —chilló, pero en un hilo de voz—. Ve por Leo… por nuestro hijo, por

mi vida entera que sé que también es la tuya…

—Sólo dime lo que quiero saber y entender… ¡Por una vez en tu vida sólo responde lo que

ansío saber!

Sonrió tras exhalar aire como si lo necesitara para seguir viviendo aferrándose a la colcha

con la poca fuerza que aún le quedaba.

—Si te refieres a mi pequeño… sólo mira en sus ojos… y lo sabrás…

—Emilia…

—Así como yo un día… también lo hice… con los tuyos… —el monitor cardíaco empezó a

emitir un acelerado pitido bastante irregular al tiempo que necesitaba más y más aire para respirar

—. Pero antes de decir adiós… quiero que sepas… que siempre te quise y siempre te querré…

porque fuiste lo primero… y lo más importante… de toda mi vida —. Y luego de un par de segundos

todo sucedió tan de prisa que, sin que lo advirtiera, la sala se vio invadida por enfermeras y el

médico tratante con el cual había hablado con anterioridad.

“Sus ojos, Vincent… mira en sus ojos…” repetía mi conciencia tras contemplar como era

sometida a técnicas de resucitación sin que nada pudiesen hacer para estabilizarla, cuando el pitído

del shelter se lograba consolidar, pero sin medir ningún tipo de pulsación o latido cardíaco dándome

a conocer que su vida, al igual que todos los recuerdos que un día creé a su lado, se extinguían y

deshacían con el último y pequeño aliento que su boca logró exhalar.

***

—¿Estás segura que quieres hacer esto? Recuerda lo que dijo con respecto a ti.

—Oí muy bien lo que dijo antes de marcharse de mi departamento, pero si no estuviera tan

segura me habría quedado en casa, Damián. Sé que algo ocurre y lo voy a averiguar.

—Anna, no te sentías bien y…

Lo observé desafiante porque con respecto a Vincent nadie, menos él me diría como tendría

que actuar.

—No puedo abandonarlo, me niego a hacerlo.

—¿Por qué? ¿Tanto significa para ti aunque haya corrido tras ese llamado de su esposa?

Sonreí sin apartar mis ojos de los suyos a la vez que nos montábamos en el Jeep antes de

marchar.

—Sea lo que sea que haya sucedido debe existir una razón de peso para que él haya salido

corriendo de esa forma. Mi corazón me lo dice así como también me exige que vaya tras sus pasos.

Porque “tanto” es poco y “demasiado” ni siquiera le llegaría a los talones a Black. Ese hombre es

mi vida, Damián, ese hombre es todo lo que tengo y necesito, así de sencillo.

Ahora el que sonrió fue él, pero con remarcado sarcasmo silenciando la cadencia de su voz,

encendiendo el coche y acelerándolo un par de veces antes de incorporarlo a la avenida. ¿Qué le

ocurría? ¿Por qué rayos parecía molesto y había endurecido su semblante como si hubiese dicho

algo que lo ofuscara de sobremanera?

Intenté relajarme cavilando en tantas y tantas cosas a la vez mientras nos dirigíamos hacia la

casa de campo hasta que mi teléfono comenzó a vibrar y a emitir conjuntamente una melodía que yo

bien conocía.

—Bruno —contesté al segundo llamado—. ¿Cómo dices? ¡Por Dios! Pero… ¡Santo Cielo!

Sí, voy para allá.

—¿Qué ocurre? —quiso saber Damián al instante—. ¿Se trata de Leo?

Negué con mi cabeza un par de veces antes de balbucear entrecortadamente lo que yo aún ni

siquiera podía dilucidar.

Bajé a toda prisa del Jeep con Damián siguiéndome de cerca sin dar pie atrás, porque

necesitaba encontrar a Vincent para admirarlo, abrazarlo, confortarlo y decirle que todo estaría bien.

—Anna… ¡¡Anna, espera!!

Pero no había tiempo para detenerme sino para correr muy de prisa por los amplios pasillos

de ese hospital, volteando con desespero en cada una de las entradas hasta que una de ellas logró

detenerme de golpe al divisarlo reclinado totalmente con sus extremidades en sus piernas y sus

manos rodeando por sobretodo su cabeza. Porque Vincent estaba ahí, abatido, deshecho y yo sabía

perfectamente a qué se debía esa razón.

Caminé hacia él sin pronunciar su nombre, sin llamar siquiera su atención hasta que mis pasos

se detuvieron frente a su imponente cuerpo. Sólo sentí el sonido de su poderosa respiración mientras

me arrodillaba para quedar a su altura, cuando mis manos se dejaban caer sobre las suyas para

apartar lo que lo cubría y que deseaba con todas mis fuerzas volver a admirar.

—Te encontré, escurridizo.

Alzó la mirada realmente sorprendido e inquieto con mi presencia.

—¿Esperabas a alguien más, mi amor?

Negó con su cabeza dejando que nuestras manos se entrelazaran frente a nuestros semblantes,

las cuales besé un par de veces antes de proseguir.

—Huír asi, Vincent Black, no te servirá de nada.

Su barbilla tembló al instante.

—Te pedí…

—Una vida entera —respondí por él—, y eso quiero darte, ¿me oyes? Toda una vida para

apoyarte, confortarte y contenerte de la misma manera que tú lo haces a cada segundo conmigo.

Sus ojos azul cielo increíblemente cristalizados por las lágrimas que se negaba a derramar

invadieron los míos, apoderándose de hasta el más mínimo recoveco.

—Todo de mí, ¿lo recuerdas?

—Lo recuerdo muy bien, pero no deberías estar aquí, pequeña —soltó delicada y lentamente

una de sus manos para con ella acariciar mi rostro.

—Ya me conoce, señor Black, jamás sigo órdenes —le otorgué un guiño percibiendo como

sus contenidas lágrimas afloraban desde las comisuras de sus ojos, unas tras otras, potentes, fieras y

osadas—. Estoy aquí para ti, ¿lo sabes? Y siempre lo estaré.

—Lo sé y así lo siento, pero… no sé como…

—Juntos, mi amor, como lo hicimos desde un principio —acerqué mi frente a la suya

sintiendo los sollozos que no cesaba de emitir al mismo tiempo que una de sus manos se internaba en

mi largo cabello.

—Te amo con mi vida, Anna Marks. No sé que haría si no te tuviese conmigo.

—Sí, sí lo sabes —fervientemente contesté para infundirle ánimos y la mayor de las valentías

frente a lo que tendría que enfrentar. Porque sabía de sobra que esa afirmación suya tenía una doble

connotación y más, en este doloroso momento—. Y yo estaré ahí para sostenerte, para tomarte de la

mano, para brindarte un abrazo, una caricia, una palabra y todo lo que esté a mi alcance ante lo que

vendrá.

Sus lamentos se intensificaron con cada enunciado que lograba manifestarle.

—Juntos, Vincent, ¡juntos! —me aferré a su tembloroso cuerpo que en tan sólo un segundo se

desplomó sobre el mío al igual que si fuera un niño chiquito, mi niño chiquito que lloraba

abiertamente y que, por sobretodas las cosas, anhelaba en ese tormentoso instante de su vida apoyo,

consuelo y protección. Porque ante la fatídica muerte de Emilia un sin fín de situaciones se

suscitarían a nuestro alrededor de las cuales debíamos salir airosos junto a Leo, lo más importante

que teníamos y por quien ahora debíamos velar.

Capítulo XXIII

“No imaginas… de lo que es capaz…

¿Quién, Emilia? ¡¡De quién hablas!!

De tu… hermano, mi amor… quien ahora… irá tras tus pasos…”

Aquella maldita frase que Emilia exclamó en su delirio no podía arrancármela de la cabeza

por más que así lo deseara y más ahora, frente al vaso de whisky que tenía frente a mí y del cual aún

no había bebido. Sólo y en completo silencio dentro del despacho de mi padre me encontraba tras

haber hecho todo lo humanamente necesario para que sus restos fueran expatriados hacia Barcelona

lo más pronto posible donde sus padres los esperaban y se encargarían de ellos para darles al fin su

descanso y merecido sepelio.

Suspiré con mi corazón aún hecho añicos tras haberle contado a Leo toda la verdad, la que

obviamente un niño de cinco años estaba en condiciones de asimilar, la que sabía que superaría con

el correr del tiempo y que, en definitiva, afrontaría como un día lo había hecho yo y de la misma

manera. Porque comprendía y empatizaba perfectamente con su dolor, con su angustiante llanto que

afloraba de sí con rabia y con frustración al pronunciar el nombre de su madre a viva voz sin obtener

una sola respuesta a cambio.

Aferré mis manos a mi cabeza tras levantarme de la silla en la que me encontraba sentado

mientras deambulaba por la habitación, impotente, fuera de mis cabales, cual fiero can anhela salir

de la prisión en la cual está inmerso. Y así, sin pensar mucho en ello, tomé mi chaqueta desde el

respaldo del sofá y salí a toda prisa del despacho sin voltear la vista hacia atrás cuando mis ojos se

quedaron petrificados ante la ingenua y entristecida mirada que Miranda me brindó cuando se

aprestaba a bajar las escaleras.

—Vincent…

—Cuida de mi hijo, por favor.

—Pero, querido, ¿dónde vas?

—Si lo supiera te lo diría. Dile a Anna que… —me detuve evocando el rostro de mi

pequeña, alzando la vista hacia la segunda planta donde sabía que se encontraba junto a Leo—… la

quiero.

—Hijo…

—Volveré más tarde, tía. Por favor, no preguntes más —. Y así, retomé mi apresurado

andar, silencié por completo mi grave voz y salí de la casa dispuesto a quitarme de la cabeza toda

esta mierda que aún deambulaba dentro de ella y que, sin concebirlo, me estaba atormentando.

***

Me encontraba junto a Leo mientras él dormía abrazado a mí cuando la puerta de su cuarto

sonó al abrirse, delicadamente. En cuestión de segundos, Miranda hizo ingreso por ella quedándose

un instante en silencio admirando la escena, sin nada que decir, para luego intentar sonreír cuando la

penetrante oscuridad de sus ojos se cernió sobre la figura de quien consideraba su nieto.

—Mi pequeñito…

Suspiré con mi pecho totalmente oprimido por todo lo que había acontencido en estas

veinticuatro e increíbles horas. Si me parecía que de un momento a otro todos íbamos a despertar de

lo que, quizás, considerábamos tan sólo una maquiavélica pesadilla.

—Se acaba de dormir.

—Aferrado a ti —no apartó la mirada de su pequeño brazo que yacía sobre mi plana panza.

—¿Vincent aún sigue en el despacho de su padre?

—No, querida, acaba de salir.

Entrecerré la vista negándome a comprenderlo.

—¿Salir? ¿Dijo dónde iría?

Una inminente negativa suya me lo confirmó. No sé porqué, tras ese movimiento, un

perceptible estremecimiento recorrió todo mi cuerpo.

—Intenté preguntárselo, pero ya sabes que no es el rey de las explicaciones cuando se pone

en ese plano. Él no está bien, Anna.

Y eso lo sabía con creces, porque no había que ser muy inteligente para dilucidar que sufría

por todo lo que estaba aconteciendo.

—Me preocupa muchísimo y lo peor de todo es que no sé como ayudarlo.

—Ya somos dos, querida —caminó hacia la cama para admirar a Leo y colocar una de sus

manos sobre una de las mías—. Créeme, ya somos dos.

—¿Damián sigue en la casa?

—Por órdenes de Vincent ese muchacho no se moverá de aquí. ¿Por qué no bajas a a comer

algo?

—No quiero. No tengo apetito.

—No te pregunté si tenías o no apetito. Además, noté muy bien que tu guardaespaldas

tampoco ha probado bocado. Lo invité a comer en el salón contiguo a la cocina, pero se negó

rotundamente a hacerlo. ¿Por qué no vas tú, te encargas de ello y así tú también lo haces?

Comer por ahora no era una de mis opciones, pero sabía que si no le daba en el gusto tendría

a esa mujer ocupándose de mí al igual que si yo fuera una bebita.

—Tu semblante necesita color. Estás demasiado pálida para mi gusto. ¿Te has sentido bien

anímicamente?

—Pues, sí. Sólo he padecido uno que otro dolor estomacal, pero nada de importancia.

—¿Qué significa para ti “nada de importancia” ? —me increpó realmente interesada.

Me encogí de hombros al mismo tiempo que pretendía levantarme de la cama.

—Lo usual. Comes algo que no te cae muy bien y padeces de alguno que otro “dolorcillo”,

Miranda.

Enseguida me sentí totalmente bombardeada por su acechante vista que no apartó de la mía

como si con ella intentara descubir algo más.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué me miras así?

—Mi querida Anna… ¿me lo estás contando todo o intentas por tu bien salvarte el pellejo?

Esbocé una diminuta sonrisa al evidenciar como me admiraba como si fuera algún tipo de

elemento exótico que estaba disponible para rifarlo en una subasta.

—Deja de verme así, te lo he dicho todo. Sólo fue algo pasajero. Además, tengo muchas

cosas en la cabeza de las cuales me tengo que ocupar y Vincent quiere… —. ¡Rayos! ¡Por qué

mierda tenía que hablar de más y justo en este momento!

—¿Vincent quiere qué?

Lo medité. ¿Podía zafar de esta? Obviamente un ¡jamás!, era la respuesta más acertada.

—Vea un médico —balbuceé en voz baja.

—No te oí. ¿Vincent quiere qué, Anna? —me aniquiló con su oscura mirada.

—Que vea un médico —alcé un poco más el tono de mi voz para que lo comprendiera y así

dejara de lado el inminente interrogatorio.

—Mmm… —sostuvo sin nada que decir, por el momento.

—¿Por qué ese “mmm” me asusta mucho más que una de tus preguntas?

Ahora la que se encogió de hombros fue ella tras apartar de mí y con mucha sutileza la

extremidad de Leo que aún yacía sobre mi cuerpo.

—Sus razones tendrá. Imagino que irás, ¿verdad?

Esa pregunta no admitía más que una sola interrogante:

—¿Tengo otra alternativa?

Sonrió, pero esta vez lo hizo abiertamente encargándose de ocupar mi lugar junto a su nieto.

—Sí, empezar por alimentarte como corresponde. ¿Te parece si lo haces ahora mismo?

Cristina está a cargo de todo. Ve con ella y llévate a ese muchacho contigo, por favor.

—Miranda…

—¿O quieres que me convierta en el clon de tu querido señor Black?

Esa claramente fue una advertencia.

—¡Ja, ja! ¡Qué graciosa!

—Y lo puedo ser aún más. Ahora, querida, hazme caso, por favor.

Alcé la mirada hacia el cielo de la habitación pronunciando un “de acuerdo” que no sonó

para nada convincente. Y así, salí de ella sin más posibilidades que ir por Damián para engañar a mi

estómago que, por lo demás, lo sentía muy extraño. Si ya me bastaba con tener que tolerar

estoicamente y como toda una actriz las incesantes ganas de devolver lo que no poseía dentro.

Después de comer a regañadientes para que mi cuerpo me dejara de recordar que algo no

andaba bien conmigo salí de la casa para caminar por los alrededores. ¿Por qué? Básicamente,

porque necesitaba un poco de aire puro que respirar entre los distintos aromas y olores algo

insoportables que se percibían dentro de la cocina en la cual el personal de servicio trabajaba.

¡Dios Santo, ya no podía tolerarlos más! Y con exageración hablaba al tenerlos pegados a mis fosas

nasales recordándome que si no salía lo más pronto de ese sitio terminaría dando un bochornoso y

asqueroso espectáculo devolviendo lo poco que había logrado ingerir.

—Tú no estás bien —a mi espalda Damián seguía de cerca cada uno de mis pasos.

—Sí, sí, tus gestos te delatan. Pues, deja de observarme y asunto arreglado.

—Anna, no estoy bromeando. Tú no te sientes bien.

Me detuve abruptamente tras su acertado y para nada agradable comentario.

—No, no lo estoy. Gracias por ser tan buen amigo y recordármelo por… ¿cuarta vez?

—Quinta —me corrigió al instante—. Regresaron las náuseas, ¿verdad?

Asentí negándome a engañarlo. ¡Qué más daba si el vidente parecía que lo tenía muy claro!

—¿Cuándo verás a un médico?

Antes de responder suspiré un par de veces.

—Cuando todo lo que esté ocurriendo a nuestro alrededor se aquiete. Por si no te has dado

cuenta pensar en una cita con un médico no es lo más relevante para mí.

—¿Y qué esperas que ocurra contigo? —parecía osfucado. De hecho, su molestia crecía a

cada palabra que lograba pronunciar—. ¿Algo más grave para que tomes en consideración las

palabras de Black?

Su tajante y para nada amena interrogante consiguió que volteara mi rostro para que se

encontrara con el suyo, diciéndole:

—No.

—¿Entonces?

—Te lo repetiré por si no me has oído bien: cuando todo esto se haya calmado un poco veré a

un médico. ¿Es tan difícil de comprender?

—Sí, porque la verdad no sé que tiene que ver con lo que aquí ocurre. Por más que lo medito

no logro encontrar el hilo conductor que una tu jodida terquedad, tu gran falta de responsabilidad

para con tu persona y el hecho de que te sientes tan mal que actúas como toda una profesional para

que los demás ni siquiera lo noten.

En silencio me dejó ante lo que disparó tan precipitadamente.

—¡Hey! Respira que te puedes ahogar con toda esa cantaleta —desafiante lo observé

mientras él lo hacía conmigo de la misma forma hasta que al fin se animó a cerrar la boca.

¡Maravilloso! Ya era hora de que lo hiciera—. Damián, Damián, Damián…

—Anna, Anna, Anna…

—Que buena memoria tienes, Águila Real —aquella ironía terminó ablandando su corazón

que en ese instante y tras mi testarudez se había vuelto de hierro—. Deja de preocuparte por mí,

¿quieres?

—Imposible. No puedo.

—¿Está en tu contrato? Porque si es así yo puedo…

Metió sus manos en los bolsillos de su pantalón al tiempo que comenzaba a dar un par de

pasos.

—No, no está en mi contrato. Es… innato. ¿Hay algo de malo que sienta preocupación por

ti?

Me encogí de hombros al oírlo.

—No, no tiene nada de malo porque de alguna manera, Águila Real, tú y yo somos amigos.

Sólo un escueto “exacto” me devolvió, prosiguiendo con su marcha sin detenerse. Algo le

sucedía y podía notarlo. De hecho, la tosca cadencia de su tono me lo estaba más que certificando.

Intenté continuar desarrollando esa charla cuando otra de mis maravillosas náuseas me cerró

la boca de golpe. ¡Dios! ¿Qué no se cansaban de torturarme así! Y la respuesta la obtuve cuando

con ellas un intenso mareo me invadió tan sólo permitiéndome pronunciar a medias su nombre que, al

oírlo, se volteó entrecerrando la vista y caminando hacia mí para sostenerme.

—Tranquila. Estoy aquí.

—Más te vale —me aferré a él como si lo necesitara para que todo lo que había a mi

alrededor dejara de girar en la forma en que lo estaba haciendo—. Creo que la comida me hizo mal.

—La comida no te hizo mal, bonita. No quiero asustarte, pero…

—Entonces, no prosigas —coloqué mi cabeza en su firme pecho a la vez que una una de sus

manos con sumo nerviosismo rodeaba mi menudo cuerpo.

—¿Qué sientes? Dime, confía en mí.

—No te lo diré porque es asqueroso.

Sonrió.

—¿Quieres vomitar?

—¡Ay Damián, por favor! ¿Tenías que ser tan explícito?

Me sostuvo con más fuerza mientras se carcajeaba.

—No es asqueroso. Es natural.

—¡Natural y una mierda! —me quejé a punto de brindarle lo menos glamoroso de toda mi

vida.

—¿Te sientes muy mal?

—Creo que la palabra adecuada sería “fatal” . ¿Por qué, señora karma? ¿Qué fue lo que

hice ahora?

Sentí como una de sus manos ascendió hacia mi cabeza en la cual se alojó para que su boca

terminara depositando en ella un beso que me sorprendió más de la cuenta y que, por obvias razones,

me hizo sentir más incómoda de lo que ya me tenían mis jodidas náuseas. ¿Qué creía que hacía y más

en ese preciso lugar?

—Me siento mejor —mentí, separándome abruptamente de su cuerpo y percibiendo aún mis

piernas temblar como si estuvieran hechas de algún tipo de gelatina.

—No es cierto —atacó, porque sabía perfectamente la razón de mi rechazo.

Sólo cerré mis ojos al tiempo que me tambaleaba y él volvía a sostenerme entre sus brazos.

—Sé que te pongo nerviosa, admítelo.

—Cierra la boca, Damián.

—No lo haré cuando advierto muy bien que mi cercanía no pasa inadvertida para ti.

¡Cómo odiaba que utilizara todo su potencial a su antojo para inmiscuirse en cada uno de mis

pensamientos!

—Cierra tu bendita boca si no quieres que yo…

—No logras mantenerte en pie, bonita, y así… ¿ansías abofetearme?

No pude responder. De hecho, si lo hacía terminaría dándole pie para que prosiguiera y por

obvias razones no deseaba que eso sucediera.

—Eres un…

—¿Qué? —en un rápido movimiento una de sus manos se aferró con persistencia a mi cintura

y la otra… ¡Bendito Dios!... alzó mi barbilla para que todo lo que pudiese ver fuera la profundidad

de sus ojos castaños—. Él debería estar aquí, cuidándote. ¿Lo ansías, verdad?

—Damián…

—Él debería estar aquí preocupándose por ti y por lo que crece en tu vientre.

¡¡¡Eso sí fue un bofetazo, pero de su parte!!!

—¿De qué te sorprendes? Él y sólo él debería dejar de sentirse tan patético para sacar de sí

toda esa mierda que lo atormenta y le carcome la piel logrando que cometa un error tras otro.

—¡¡Deja de afirmar lo que ni siquiera sabes!! ¡¡Tú no conoces a Black!!

—¿Y tú sí? No hay que ser muy inteligente para comprender lo mal que se siente con la

muerte de su ex esposa, Anna. ¿Qué no lo notas o eres tan masoquista que no lo deseas asimilar?

Intenté zafarme del poderío de sus extremidades, pero por más que pretendí mover un solo

músculo de mi cuerpo no conseguí hacerlo.

—¡Ya basta!

—¿Por qué no está contigo? Dime… ¿Por qué prefirió irse a beber por ahí que quedarse a tu

lado?

—¡¡Porque está sufriendo!! ¡¡Porque necesita tiempo!! ¡¡Porque su vida junto a su hijo no

será lo mismo sin…!!

Movió su cabeza de lado a lado sin quitarme los ojos de encima.

—Ella… la mujer a quien aún ama.

Como si hubiera recibido sobre mi cuerpo tres o cuatro baldes de agua fría me estremecí sin

detenerme y lo observé… completamente contrariada sin comprender lo que expresaba como si

realmente hubiese dado en el clavo con ello.

—Eso no es cierto…

—Black no está aquí. ¿Qué más pruebas quieres?

—¡¡Eso no es cierto!! ¡¡Mientes!!

—Jamás te mentiría como él lo hace cada vez que…

—¡¡Intenta protegerme, imbécil!! —estallé en ira gritándoselo al rostro.

—A costa de qué. ¿De engaño tras engaño? ¿Puedes realmente estar al lado de un hombre

que todo lo consigue de esa manera? ¿Puedes planear una vida al lado de un sujeto que no es capaz

de decirte hasta lo que sucede a tus espaldas?

—Suéltame…

—Anna, por favor…

—¡¡He dicho que me sueltes por la mierda!! —y así lo hizo, pero aún con su mirada clavada

sobre la mía—. ¿Por qué, Damián? ¿Por qué me haces esto?

Sonrió con remarcado sarcasmo a la vez que situaba una de sus manos sobre su barbilla.

—¿Y aún me lo preguntas?

—Sí, y quiero que me respondas por amor de Dios. ¿Por qué haces esto?

—Porque me importas —sin titubear articuló esa respuesta que me congeló la piel—.

¿Contenta?

¡Madre Santa! Feliz no estaba, pero sí completamente aturdida con lo que sin tapujos había

pronunciado cuando a lo lejos un coche hacía su ingreso a la casa de campo. Mis ojos rodaron

enseguida hacia el vehículo de color negro al cual reconocí de inmediato porque era el imponente y

lujoso Mercedes Benz que Black me había dejado conducir de regreso de la casa de las montañas.

—Anna… tú me importas.

—No no digas eso.

—Sí, si te lo diré hasta que logres asimilarlo.

—¡No, no y no! —alcé la voz realmente furiosa por lo que no cesaba de manifestar—. ¡No,

Damián, no!

—¿Por qué no? ¿A qué le tienes miedo? ¿A que tu amor por él no sea lo bastante fuerte o a

lo que comienzas a sentir por mí?

Callé, porque por algo más que un par de segundos todo se tiñó de negro.

—Recuerda… el que calla otorga, Anna.

—No, Damián, recuérdalo tú, esto se queda aquí —. Sus rasgos me demostraron absoluta

contrariedad cuando se perdieron un momento en los míos.

—Lo siento, pero me niego a acept…

—¡Esto se muere aquí! —vociferé interrumpiéndolo fuera de mis cabales percibiendo a la

par como todo mi cuerpo se volvía a estremecer cuando el sonido de la puerta del coche de Vincent

se abría y luego se cerraba, estrepitosamente—. ¿Me oíste?

—No —sostuvo, decididamente—. Esto… —una de sus manos se alojó en su corazón

cuando sus ojos no cesaban de penetrarme, fieros, altivos, desafiantes—… no se muere aquí. Lo

lamento.

Y yo lo lamenté aún más al tomar la mejor y más coherente decisión de toda mi vida.

—También yo, Damián —un último vistazo le di con mis ojos totalmente anegados en

lágrimas antes de salir corriendo frente a sus llamados y en búsqueda de Vincent a quien por

sobretodas las cosas necesitaba encontrar.

***

Sam se aprestaba a abrir la puerta de la habitación del hotel en la cual él la esperaba como

tantas veces antes lo había hecho. Sonreía, estaba feliz, radiante, porque ese día en particular

razones tenía de sobra para hacerlo las cuales, por ahora, debía ocultar hasta que el tiempo le diese

la razón y el retraso que ahora llevaba consigo frente a la llegada de su período se lo confirmara.

Pero cuando abrió la puerta de par en par notó que todo estaba a oscuras y que dentro un temible olor

a alcohol mezclado con tabaco hacían del aire viciado algo casi insoportable de tolerar.

Rápidamente, entró buscándolo con la mirada mientras se llevaba una de sus manos hacia su nariz y

pronunciósu nombre que resonó como un eco en aquel cuarto en el que parecía que no existía nadie

más que ella.

—¿Alex? —quiso encender la luz, pero una cadencia masculina firme y grave se lo impidió

—. ¿Qué tienes?

—Rabia —contestó, pero esta vez de forma un tanto gutural.

—¿Qué ocurre? —a tientas intentó llegar hasta él hasta que consiguió hacerlo—. ¿Por qué

tienes rabia, mi amor?

—No soy tu puto amor, que te quede claro.

Estaba bebido y lo bastante ebrio para decir incoherencias, pero aún así se arriesgó,

situándose frente a una silla en la cual él se encontraba sentado admirando la ciudad iluminada a

través de las cortinas entreabiertas de la ventana.

—Estoy aquí. Me pediste que viniera. ¿Qué sucede? ¿Cuánto llevas bebiendo y en este

sitio?

—Lo necesario —un nuevo sorbo le dio a la botella que sostenía en una de sus manos.

—¿Lo necesario? ¿A qué te refieres con lo…?

—Si fuera tú cerraría la boca, princesita, y dejaría de hacer tantas estúpidas preguntas.

En un rápido movimiento Sam se arrodilló para quedar a su altura y así reflejarse en su

acechante y bravía mirada, porque lo conocía muy bien para asegurar que tranquilo y sereno no

estaba. Pero, ¿debido a qué o a quién?

—Por favor, dime… ¿qué sucede contigo?

Duvall sonrió de manera sarcástica al tiempo que una solitaria lágrima se dejaba apreciar por

una de las comisuras de sus ojos.

—Nada. Solamente… necesitaba algo de soledad.

—¿Soledad?

—Sí, Sam, soledad. ¿Te cuesta tanto creerlo?

—Sí, porque prácticamente eso has tenido toda tu vida.

Movió su cabeza negándose a escucharla. ¡Cómo lo conocía esa maldita mujer! ¿Y qué

pretendía? ¿Encajársele bajo la piel como lo había hecho…? Se negó a pronunciar su nombre, se

negó a recordarla cuando un nuevo sorbo del licor que ingirió le quemó la garganta.

—Quítate la ropa —le exigió tras lanzar la botella al piso—. Necesito algo que me caliente.

Ella sonrió coquetamente, pero aún así con cierto dejo de dudas.

—Pero no podrás verme ni apreciar mi rostro, mi amor.

—De eso se trata, “mi amor” —subrayó, llevándose ambas manos al rostro con las cuales se

refregó los ojos—. Quiero… imaginar.

—¿Qué? —quiso saber realmente intrigada.

—No a “qué” sino a “quien” más deseo en este momento —su mano descendió hacia su

miembro el cual comenzó a acariciar por sobre la tela de sus pantalones—. A quién ansío cogerme

como tantas veces lo hice antes. A quién tomé cuando se me dio la puta gana y a quien hoy… —su

barbilla tembló mientras sus ojos se cerraban por completo.

—¿A quién hoy…? No comprendo.

—No tienes nada que comprender. Desnúdate…

—Alex…

—¡He dicho que te desnudes! —vociferó como un rabioso animal haciéndola estremecer, a la

vez que se levantaba intempestivamente de la silla en la cual se encontraba sentado y sus

extremidades se aferraban a la suyas con fuerza desmedida—. ¿Alguna objeción al respecto? —.

Sam podía sentir su alito alcohólico meterse de lleno por sus fosas nasales al igual que el calor que

emanaba de esa furiosa boca a la cual ansiaba volver a besar.

—No, mi amor, ninguna. Sólo… siéntate y disfruta —tenía que calmarlo, tenía que hacer

algo por él aún sabiendo que esa noche estaba así por otra, pero… sería por… ¿Anna?—. Ve a

tomar tu lugar —lo incitó tras acercarse lo suficiente a su ávida boca para tentarla, mordiéndo su

labio inferior de forma provocativa—. ¿Quién quieres que sea esta noche, Alex? ¿En quién me debo

convertir?

—En la zorra que mandó al demonio una parte de mi plan —tajante fue la respuesta que le

dio cuando Sam comenzaba a sacar sus propias conclusiones al respecto. “La zorra” , repetía su

mente sin descanso… “la zorra” replicaba una vez más cuando las poderosas manos de Duvall se

separaban de sus brazos. Algo no encajaba bien porque cuando se refería a Anna jamás lo hacía de

esa tan despectiva manera. ¿Y entonces?

—Voy a follarte sin clemencia —le susurró Alex antes de volver a situarse en el mismo lugar

en el que se encontraba a su llegada—, voy a cogerte como muchas veces lo hice en aquella sala

donde tú y yo, mi amor… —prefirió morderse la lengua ante la infinidad de recuerdos en los que ella

estaba presente y de los cuales, y por obvias razones, no se podía olvidar.

—Quiero que lo hagas —fue la clara respuesta que le dio mientras empezaba a desnudarse

muy sensualmente frente a sus ojos—, quiero que tu polla me coja y me empotre contra la pared con

fuerza… con mucha fuerza.

Alex sonrió volviendo a situar su mano sobre su ahora miembro duro, caliente y protuberante.

—Siempre te gustó de esa manera, Emilia —uno de sus dedos delineó el contorno de su boca.

“Emilia”, fue sólo lo que la mente de Sam necesitó para comprenderlo todo.

—Nos volvíamos locos, nos devorábamos, nos excitábamos al tenernos cerca, pero tenías

que echarlo todo a perder, maldita zorra… tenías que oír lo que jamás debiste escuchar.

¿Por qué se refería a ella de esa manera? ¿Por qué todo el tiempo tenía que ser ella?

—Y huíste como una cobarde a sus brazos… —sonrió, percibiendo el placer que se otorgaba

a sí mismo al masturbarse—… fuiste hacia él queriendo contarle la verdad y yo te seguí porque de

alguna manera tenía que cerrarte la boca…

Sam tragó saliva serenamente a la vez que no detenía cada uno de los instigadores

movimientos que su cuerpo realizaba mientras se exponía frente a él en tan solo sus diminutas bragas.

—Pero tú… —se carcajeó delirante, enloquecido, como un completo desquiciado

poniéndose nuevamente de pie para arremeter contra quien tenía enfrente, acechándola con fiereza y

logrando que retrocediera hasta golpear su cuerpo desnudo contra la pared—… quisiste verme los

cojones, querida —le susurró contra su boca cuando una de sus manos comenzó a rozar sus pliegues

por sobre su ropa interior—, ansiaste eso y muchísimo más.

—Alex… —jadeaba Sam en cada placentera caricia mientras se relamía los labios.

—Sí, Alex… él único imbécil que estuvo a tu lado, siempre.

—Alex… quiero más —insistía Sam queriendo asaltar su boca para besarlo y así envolverlo

en la locura de la cual ella ya formaba parte.

—Pídelo, suplícalo, como tantas otras veces lo hiciste de la misma manera.

—Por favor… por favor…

Pero al oírla, sabía perfectamente que no era ella la mujer que lo expresaba porque Emilia no

solía manifestarlo así, sino más bien con ciertos descalificativos hacia su persona que a él, en lo

personal, lo volvían loco.

—Jamás serás como ella… aunque lo pretendas, princesita, jamás serás como Emilia Black.

—¡Eres una mierda, Duvall! —le escupió al rostro con su ira acrecentándose al interior de

sus venas, fluyendo por ellas e hirviéndole algo más que la piel.

—Repite eso…

—¡¡Una puta mierda que no sabe lo que tiene a su lado!! —gritó una vez más llevándose

gratuitamente una bofetada descontrolada de Alex que ante la fuerza de su impacto la lanzó de lleno

al piso.

—¡Vuelve a gritarlo y te juro que…!

—¡Vuelve a tocarme y sabrás de lo que soy capaz!

—¿Tú? —se arrodilló, observándola siniestramente—. No eres nadie, princesita, nadie.

—No estés tan seguro —le devolvió, depositando otra vez su rostro frente al suyo, desafiante

—. No sólo tú tienes un as bajo la manga, Duvall.

Entrecerró la vista tras recorrer con ella gran parte de su ahora sonriente semblante. Luego,

alzó uno de sus dedos con los cuales trazó todo el contorno de su boca hasta alojarlo sobre sus labios

el que ella recibió gustosa, lamiéndolo y chupándolo ante su atenta y fría mirada.

—¿Qué pretendes?

—Tenerte a mis pies y por completo como un cachorrito hambriento.

Rió como si le hubiese contado el mejor y más absurdo de todos los chistes.

—¿Y cómo crees conseguirlo?

—Paso a paso, mi amor. Con astucia, con sagacidad y con algo más que sutileza.

—Estás loca, Sam.

—Bueno… una loca siempre ama con locura. Una loca… siempre quiere más.

—¿Y qué es lo que quieres ahora?

—Tu polla y que me desees como si yo fuera la única mujer de tu vida.

Alex mordió su labio inferior a la vez que en un gesto para nada premeditado acariciaba la

mejilla que, momentos antes, le había golpeado con fuerza.

—De acuerdo, princesita. Creo que sólo por esta noche puedo… fingir que tu sueño se hará

realidad.

—De acuerdo, Duvall —le contestó imitando su suave cadencia—, también yo puedo fingir,

pero pretendiendo que todo eso es verdad —sin meditarlo se lanzó a beber de su boca mientras

ambos se levantaban entre jadeos y movimientos bruscos, enfrascándose a desarrollar un juego de

pasión y locura desbordante en el cual sabían de sobra que solamente uno de los dos obtendría la tan

anhelada y esperada victoria.

Capítulo XXIV

Vincent ya estaba dentro de la casa cuando hice ingreso a ella de apresurada manera,

encontrándolo de buenas a primeras en la sala de estar quitándose la chaqueta de su oscuro traje, el

mismo que había utilizado hoy tras asistir al sepelio simbólico en el cual había despedido los restos

de Emilia que ya viajaban con rumbo a Barcelona.

Nos observamos sin nada que decir, creo que en ese par de segundos nuestras miradas de

evidente preocupación hablaron por si solas.

—¿Dónde estabas? —eliminó el mutismo que nos envolvía cuando pronunció esa interrogante

con la gravedad de su voz, pero arrastrando de considerable manera algunas sílabas en clara señal de

lo que producía en él el alcohol que había ingerido.

—Tomando un poco de aire. ¿Dónde estabas tú?

—Por ahí —rodó la claridad de sus ojos hacia otro lado de la habitación. Por un momento

supuse, por la forma en que había contestado, que no deseaba por esa noche responder otra pregunta

sobre ello—. Sólo necesitaba… salir de aquí.

—Y alejarte —concluí por él sin saber el por qué lo había hecho, hasta que me lo corroboró,

pero no de agradable manera.

—¿Quieres que te mienta o ante todo prefieres saber la verdad? Eso fue lo que me pediste,

Anna.

—Sí, eso fue lo que te pedí. Sinceridad ante todo, Vincent.

—Bueno, eso es lo que te estoy dando y… —la puerta de la sala sonó tras tres golpes que se

percibieron en ella. Ambos nos detuvimos, guardamos silencio viendo como Cristina acudía, la

abría y constataba quien era la persona que anunciaba su presencia, hasta que Damián entró a paso

firme cambiando notablemente el curso de toda esa conversación.

—Buenas noches, señor Black. Disculpe que lo moleste, pero lo vi llegar y…

—¿Dónde estabas, Damián? —su atronadora y exigente interrogante no se hizo esperar a la

vez que no despegaba su fría mirada de la suya.

—Afuera, señor. Caminaba por los alrededores.

—¡Qué casualidad! Al igual que Anna —musitó, pero esta vez deteniéndose en mí tras

sonreír con algo más que lascivia—. No había advertido que ambos se complementaban tan bien.

¿Desde cuándo si son tan amables de explicarme?

Admiré muy sorprendida como lentamente se deshacía el nudo de la corbata sin siquiera

parpadear para arrojarla luego al sofá, al piso o a donde la prenda cayera. La verdad, poco le

importaba. Y fue así, que ese único gesto suyo lo delató. No había duda alguna. Vincent tenía ganas

de discutir, de pelear y de echar por la borda toda su soberana calma.

—Anna… —de todas las formas posibles esperaba que jugara el mismo juego en el cual él lo

estaba apostando todo, pero de estúpida manera.

—Fuiste a beber por ahí —crucé mis brazos a la altura de mi pecho dispuesta a no darle el

privilegio de cabrearme con su tanda de taradeces sin sentido—, por eso te comportas de esta

manera, ¿verdad?

—¿De qué manera? —sonrió apabullantemente tras penetrar mi vista con la suya en primer

lugar y luego la de Damián como si quisiera hacernos añicos con ella—. ¿Ves o notas algo diferente

en mí, pequeña? —la ironía salía expedida por cada uno de los poros de su cuerpo mientras se

encogía de hombros—. Por que yo no.

«Uno, dos tres, cuatro…»

—¿Qué te ocurre? —di un par de pasos hacia él dispuesta a acariciarlo sin dilucidar que no

dejaría que me acercara lo suficiente—. Vincent, pero…

—Pero nada —rápidamente posicionó una de sus extremidades frente a mí impidiéndome,

ante todo, que llegara a su lado—. Acabo de hacerte una pregunta que aún no me has respondido.

¿Por qué?

—No sé que te ocurre, pero…

—Sí, si lo sabes —sentenció fríamente sin quitarme la vista de encima—, al igual que lo sabe

Damián.

Moví mi cabeza negándome a comprender cada cosa que salía de sus labios.

—Mi amor… —pero todo lo que obtuve de su parte fue el mismo y necesario espacio que a

cada segundo que transcurría parecía que nos separaba más y más—… ¿qué te ocurre? ¿Por qué te

comportas así?

—¿Y cómo quieres que me comporte? —estalló, alzando la voz indebidamente—. ¡Si cada

vez que me doy la vuelta tú estás con este tipo! ¿Crees que soy idiota o imaginas que no sé lo que

aquí está sucediendo?

—No, no eres idiota, Vincent Black —firme y decididamente ataqué su inusitado comentario

en el cual me estaba involucrando como si fuera una vil zorra de aquellas—, pero te lo recordaré por

si ya lo has olvidado: no fui yo quien contrató a “este tipo” —enfaticé—, para que siguiera cada uno

de mis pasos sin que yo lo supiera y no fui yo quien me lo plantó delante para que nos conociéramos

y pretendiéramos ser “vecinos” o “amigos” y así él pudiese ganarse toda mi confianza sin que la

estúpida Anna Marks supiera quien realmente era. No sé qué rayos pasa por tu cabeza. No sé si

todo lo que pretendes imaginar se debe exclusivamente a causa de la muerte de tu ex mujer, pero de

una cosa sí estoy totalmente segura: el alcohol, mi querido Black, te vuelve un soberano idiota.

Quería decir algo más, cada uno de sus gestos faciales y corporales así me lo revelaban,

porque Vincent, por sobretodas las cosas, se estaba mordiendo la lengua.

—Puedo ser lo que tú quieras, pero una zorra jamás. Que te quede muy claro.

Se llevó ambas manos al rostro con las cuales se lo frotó de significativa manera mientras

dejaba que un furioso bufido se le escapara desde lo más recóndito de su garganta. ¿Quería

discutir? ¡Pues, vamos! ¡Aquí me tienes!

—Jamás he dicho eso —balbuceó.

—¡Y entonces a qué se debe todo esto! Te marchas sin decir a donde vas, te alejas de mí sin

que pueda ayudarte; regresas como si hubiese hecho algo de lo cual tendría que arrepentirme. ¡Qué

quieres conseguir!

—No lo sé… —articuló clavándome su penetrante vista que, por un instante, comenzó a

humedecerse—… realmente no lo sé. Discúlpame —y así se volteó, abandonando la sala sin detener

cada uno de sus pasos ante mis efusivos llamados.

—¡Vincent! ¡Vincent, espera, por favor! —. Intenté seguirlo, pero en cuestión de segundos

una de las poderosas manos de Damián se aferró a una de las mías.

—Necesita estar solo. Déjalo. No vayas tras él.

¿Qué? ¿Qué mierda me estaba pidiendo?

Fugazmente, terminé soltándome de su agarre tras contemplarlo como si estuviera loco

además de chiflado.

—No puedes pedirme que no vaya tras él cuando toda mi vida depende de ese hombre.

—Tú vida no tiene por qué depender de un maldito alcohólico.

¡Maravilloso! ¡Lo que me faltaba!

—No vuelvas a llamarlo de esa manera, ¿me oíste?

—¿Y a quién tenías frente a ti? —irascible, así se encontraba Damián al no poder evitar que

fuera tras sus pasos.

—A quién más amo —sin que me temblara la voz se lo repetí ya perdiendo la cuenta de la

cantidad de veces en que se lo había afirmado—. ¿Te queda claro?

—Anna, por favor…

—Por favor tú… no vuelvas a detenerme, te lo advierto.

—Te estás equivocando y…

—¡Me importa una mierda equivocarme, Damián! —hecha un manojo de nervios vociferé ese

enunciado porque todo lo que deseaba era ir tras Black y él me lo estaba impidiendo—. Créeme, no

será la primera ni la última vez que lo haga. Además, me necesita.

Nos observamos por un par de segundos sin nada que decir hasta que comencé a caminar

hacia el despacho con él siguiéndome de cerca.

—¡Dónde crees que vas!

—¿Piensas que voy a exponerte después de cómo se ha comportado? ¡Por quién me tomas!

—No es necesario que vengas conmigo, Damián. Tú aquí te quedas —lo detuve—. Puedo

con esa bestia perfectamente como para que estés cuidándome la espalda.

—No estaría tan seguro después de lo que vi.

Cerré los ojos y volví a contar, pero esta vez a viva voz, confundiéndolo.

—¿Por qué haces eso?

—Larga historia. No des un paso más, ¿de acuerdo? —reanudé mi marcha oyendo su potente

voz tras de mí, diciéndome:

—Intenta detenerme.

¡Maldita sea! Con él siguiéndome me detuve frente a la puerta del despacho que se

encontraba cerrada. Rápidamente, tomé del pomo para abrirla y para mi buena suerte estaba abierta.

—¡Hey! —la gélida y para nada afable cadencia de mi guardaespaldas se coló presurosa por

mis oídos—. Ante cualquier grito o lo que oiga y no me guste, voy a entrar.

—No. Esto es entre Vincent y yo.

—Anna…

—¿Qué no me oíste? ¡Esto es entre él y yo! Tú aquí no intercedes. No es parte de tu trabajo,

no está en tu jodido contrato o lo que sea que hayas arreglado con Black. Mi relación con ese

hombre queda fuera de tu alcance, de lo que tú haces por mí y, por favor, no esperes que vuelva a

repetírtelo.

Silencio, sólo un sepulcral silencio obtuve de su parte.

—Es mi vida y no tiene que ser parte de la tuya.

—Lo lamento, Anna, perp ya lo es. Lo quieras o no, ya formas parte de mi universo.

***

Todo comenzaba a salirse de control y por mi maldita culpa. Después de todo, Anna tenía

razón con respecto a mí y al alcohol, porque cuando bebía me convertía en un soberano idiota. Y eso

lo constaté al darme cuenta de la forma en que la había tratado. Aunque la verdad, la idea de él

acechándola hace mucho tiempo rondaba en mi cabeza y se había vuelto más patente al evidenciar la

manera en como la admiraba. Pero ella volvía a tener toda la razón, porque sólo yo había sido el

culpable de que así fuera desde un principio.

Suspiré frenéticamente oyendo como la puerta del despacho se cerraba con Anna de espaldas

a ella. Me contemplaba sin parpadear, sin nada que decir, tan sólo sus ojos marrones se fijaban a los

míos como si con ellos deseara decírmelo todo.

—No es bueno que estés aquí —por su bien y el mío se lo pedí de amable manera.

—¿Por qué? ¿Vas a gritarme nuevamente? Por si no lo has notado esto es como un maldito

Deja Vu. Los mismos personajes, el mismo lugar, una situación muy parecida a la que tú y yo

vivimos con anterioridad… ¿Qué ironía, no?

—No tengo ánimos de discutir, menos contigo —bajé la mirada ocultando mi deplorable

condición y mi notoria vergüenza ante lo sucedido.

—Entonces no lo hagas y explícame, por favor, qué te ocurre.

Enseguida un leve movimiento que realizó mi cabeza de lado a lado se lo confirmó.

—¿Por qué no, Vincent? —intentó dar un par de pasos hacia mí más, específicamente, hasta

el escritorio que nos separaba, pero la detuve. Por hoy, ya había sido suficiente.

—No te acerques más, por favor.

—¿Por qué no, Vincent? —repitió, dulcemente.

—¡Por que no, maldita sea! ¿Qué no comprendes que quiero y necesito estar solo?

Tembló, pude notarlo por la forma en que se estremeció su menudo cuerpo ante mi para nada

cordial comentario.

—¿Para volver a sumirte en tus recuerdos? ¿Para que reaparezca en ti todo tu dolor? ¿Para

evocarla a ella?

Alcé la cabeza encontrándome de lleno con su ahora cristalina mirada.

—No me mientas más, sé perfectamente que todo lo que te ocurre esta noche se debe a ella.

Cerré los ojos realizando el mismo movimiento de cabeza en señal de negativa que había

hecho instantes atrás.

—Sí, sí lo es.

—No, Anna, no lo es.

—Entonces, mi amor, ¿por qué me alejas de tu lado? ¿Por qué no deseas que te toque? ¿Y

por qué te inventas un martirio que sólo tú llegas a comprender?

—Porque no es un martirio cuando sé muy bien como él te mira.

—¿Qué? No, estás equivocado.

—No, no lo estoy. Quizás, no lo notes o seas muy cauta para que yo crea que no te has dado

cuenta de ello.

—Vincent, él no me interesa.

Me levanté de la silla en la cual me encontraba sentado para comenzar a caminar sobre la

espaciosa sala.

—Pero tú le interesas a él.

Anna tragó saliva de considerable forma, rodando los ojos como si con mi enunciado hubiese

dado en el clavo.

—Y tú lo sabes —proseguí, desencajándola más de lo que ya lo estaba—. No soy un idiota

aunque bebido pueda parecerlo.

—A ti es a quien amo.

—Lo sé. Jamás he dicho lo contrario —dirigí mis pasos hacia la ventana de la sala dispuesto

a admirar por ella el difuso cielo que se mostraba frente a mí—. Y en parte, fui yo el culpable de

que así sucediera.

—No —subrayó, decididamente—. Eso no es cierto —sentí de inmediato cuando una de sus

delicadas manos se posó sobre mi espalda—. Para mí él sigue siendo lo que es. No puedo verlo de

otra manera. ¿Por qué te dañas de esa forma? ¿Por qué ves cosas donde no las hay?

Guardé silencio negándome a contestarle y a observarla.

—Vincent… estoy aquí —susurró a mi espalda mientras sus brazos me abrazaban los cuales

aparté sin saber el por qué.

—Anna, por favor, esta noche no.

—¿No? —replicó tras un sollozo que no logró reprimir y que me sacudió el alma cuando se

filtró por mis oídos—. ¿No quieres que te toque?

—No —mi cabeza y todo lo que deambulaba dentro de ella ya era un jodido calvario como

para estar negándoselo.

—Vaya… —articuló, quitándolas—. Quizás, no deseas que te toque por la simple y sencilla

razón que preferirías que lo hiciera Emilia —lanzó de golpe como si fuera una bomba de

proporciones que estalló a nuestro alrededor, logrando que volteara la mirada rápidamente para

fijarla en la suya.

—No sabes lo que dices.

—Sí, sí lo sé al igual que lo sabes tú, sólo con la diferencia que no lo quieres admitir porque

esa mujer, Black, aún estando muerta hace de ti el hombre que un día fuiste.

Sin que lo advirtiera me acerqué a ella para cerrarle la boca devorándosela con un urgente y

violento beso que nos sacudió a los dos.

—No vuelvas a expresar algo semejante.

—¿Por qué? ¿Por qué sabes que no miento? —se separó de mí como si no quisiera tenerme

cerca—. Porque sabes que es la verdad, porque por ella no quieres estar conmigo, porque por su

maldito recuerdo me evitas y…

—¡¡Era la madre de mi hijo!! —vociferé, sacando de mí toda la impotencia que me corroía

las entrañas. Porque otra vez Anna tenía razón. Emilia, aún estando muerta, sacaba a flote lo peor

de mi persona.

—Ya… lo… sé —su voz se quebró cuando respondió con esas tres palabras, al igual que sus

ojos que sucumbieron ante unas osadas lágrimas que resbalaron por sus mejillas—. Y la mujer que

tanto amaste… con la cual te casaste, con la que imaginaste un futuro prometedor…

—Anna, basta.

—No, basta tú —sollozó, limpiándoselas—. Se lo dije a Miranda, ¿sabes?

—¿Qué fue lo que le dijiste a Miranda?

—Que tenía miedo de que ella estuviera cerca de ti.

Un par de punzadas consiguieron que mi pecho doliera de frenética manera, pero más me

hirieron cuando intenté acercarme y fue ahora ella quien se apartó de mi lado.

—No.

—Anna, por favor…

—No, no y no… —manifestó, luchando contra mi cuerpo y su rabia que florecía ante el llanto

que ya no lograba dominar—. Apártate, por favor, apártate porque ahora soy yo quien no te quiere

cerca.

—Mi amor…

—¡Suéltame, Black!

—No, no te voy a soltar. ¡Nunca te voy a soltar! —me aferré a ella sin medir mi fuerza

debido a la impotencia que en ese minuto me embargaba hasta que la pared nos contuvo ante nuestra

lucha sin que le permitiera zafar del dominio y opresión de mis brazos—. Te lo prometí… te lo

repetí cientos de veces, jamás…

—¡Cállate! —me exigía sin querer verme a los ojos y negándome ante todo su bellísima

mirada en la cual ansiaba reflejarme una vez más.

—No me pidas que me calle cuando…

—¡Aún la amas a ella! —gritó con todas sus letras escupiéndomelo en el rostro,

desarmándome por completo y volteando la vista hacia un costado, demostrándome así todo su

desprecio.

—¡No! ¡La amé, eso es muy cierto, pero no como te amo a ti!

—¡Maldito mentiroso! Siempre engañándome, siempre mintiéndome…

—¡No! —repliqué, pero esta vez endureciendo mi voz y mis ansias porque me observara de

la única forma en que adoraba que lo hiciera, con su alma puesta en ello—. ¡Jamás la amé como te

amo a ti! ¡Escúchame bien, Anna Marks, jamás la amé como te amo a ti!

Sus ojos volvieron a los míos como por arte de magia cuando se aprestaba a pronunciar:

—¿Y por qué te comportas de esta manera? ¿Por qué no me quieres cerca? ¡Por qué me

dañas así!

—Sencillamente, porque soy y seré toda mi vida un maldito miserable que no puede, por más

que así lo desea, apartar de sí su pasado. Emilia fue una parte importante de mi vida que no puedo

borrarla así nada más.

—Pero te engañó… te mintió… te destrozó la vida.

Afirmé, asintiendo un par de veces tan solo con la cabeza.

—Pero con ella… también fui feliz —me atreví a pronunciar liberando unas lágrimas que

rodaron por mis febriles mejillas sin que pudiera detenerlas.

Anna guardó silencio, pero sin dejar que sus ojos se apartaran de los míos.

—Me pediste la verdad y eso te estoy dando —tragué saliva con algo de dificultad—. Antes

de morir… me pidió que le dijera que la amaba… —mientras hablaba sus lágrimas y las mías no

cesaban de caer desde las comisuras de nuestros ojos—… y no pude hacerlo. ¿Por qué? Porque no

quería engañarla como ella lo hizo conmigo desde un principio.

—Suéltame, Vincent.

—No, Anna.

—He dicho que me sueltes. No quiero escucharte más.

—Pues tendrás que hacerlo porque me niego a dejarte ir.

—¡Suéltame por Dios! ¡Por favor…! —pedía y mientras más lo requería más me adhería a su

cuerpo.

—No, mi amor, no.

—¡Suéltame, Black! ¡Suéltame! —gritó con fuerza, con furia y con absoluta frustración

cuando la puerta del despacho se abrió, intempestivamente, con Damián haciendo su ingreso por ella

como un violento huracán, arrastrando con todo a su paso.

—¡¡Te pidió que la soltaras! —me apartó de ella tras lanzar el primer golpe que dio de lleno

en mi mentón—. ¡¡No una sino varias veces!! —proclamó fuera de sí, lanzándome otro golpe el cual

rápidamente evadí devolviéndoselo ante los gritos enloquecidos que Anna exclamaba:

—¡¡Damián, suéltalo!! ¡¡No le hagas daño!!

Pero ninguno de los dos deseábamos detenernos ante la afrenta en la cual no enfrascamos al

igual que si fuéramos un par de adolescentes pendecieros.

—¡¡He dicho que se detengan!! ¡¡Los dos!! ¡¡Ahora!!

Sus gritos e inminentes llamados sólo encendían la cólera que en ese instante habitaba en mí y

que me hacían, ante todo, perder la poca razón que me quedaba para liberar frente a mi oponente toda

la maldita ira que tenía dentro, golpe tras golpe que recibía y que otorgaba, rompiendo cada cosa que

nos obstaculizaba el paso en la lucha encarnizada que ambos estábamos manteniendo, hasta que la

voz profunda de Miranda al entrar de lleno al despacho nos detuvo como si hubiésemos visto al

mismo demonio en persona.

—¡¡Pero qué está sucediendo aquí!! ¿Qué creen que están haciendo?

Como dos fieros canes dispuestos a continuar hasta arrancarnos la piel nos observamos,

desafiantes, altivos y arrogantes poseídos por un solo sentimiento: la absoluta furia que afloraba de

nosotros dos. Porque no habia que ser muy inteligente para dilucidar que Damián anhelaba partirme

la cara tanto o más de lo que yo deseaba hacerlo con la suya para que le quedara muy claro que Anna

era sólo mía.

—Nada, tía —limpié mi labio inferior percibiendo el amargo sabor de una esencia métalica

alojarse en mi boca. Era de suponerlo, estaba sangrando, pero poco me importaba porque aún

bebido había brindado una ardua batalla que en su mandíbula y en su ojo izquierdo, mañana por la

mañana, podría evidenciar.

—¡¡Cómo que nada!! ¡¡Santo Dios, pero qué ocurre!!

—Nada —volví a asegurar volteando la mirada hacia Anna quien no cesaba de respirar con

fuerza y evidente miedo, el cual también se reflejó en sus ojos marrones—. Lo… siento—. Ansié

una palabra suya, tan sólo un sonido quizás, pero todo lo que obtuve de vuelta fue un prominente

suspiro que brotó colmando mis oídos al tiempo que despegaba su cuerpo de la pared y avanzaba

temblorosamente por la habitación a paso veloz con Miranda siguiendo de cerca su andar.

—Anna, ¡¡Anna!! —vociferé un par de veces al verla salir por la puerta—. ¡¡Anna!! —

repliqué pretendiendo detenerla, pero con Damián obstaculizándome el paso.

—No.

Sonreí irónicamente porque él ni nadie me diría lo que tendría que hacer.

—¿No fue suficiente?

También sonrió despectivamente antes de lanzarme a la cara la siguiente y estoica frase:

—Primero, quítate toda esa mierda que no te deja avanzar y ser feliz a su lado y después ve

por ella. Si realmente la quieres deja de comportarte como un imbécil o sencillamente, libera el

paso para alguien más.

—¿Como tú, por ejemplo?

—Sí, como yo, por ejemplo —se arregló su chaqueta mientras sus ojos allanaban los míos.

—¿Hace falta que te diga que estás despedido, Erickson?

—No, señor Black, no hace falta que lo diga porque desde este preciso momento renuncio.

—Perfecto. Entonces también te exijo que renuncies a ella.

—Lo siento —subrayó—, ya no sigo órdenes.

—No son órdenes, cabrón, es más que una clara advertencia.

—Exigencia, advertencia, amenaza… tú y ellas no me intimidan, Black. Por mí puedes hacer

lo que quieras porque no te mereces a la mujer que acaba de salir por esa puerta.

—¿Y tú sí?

—Tengo más meritos que tú. En primer lugar, no miento, cosa que tú haces y vuelves a

hacer… ¿por su bien? Aún no me queda claro.

—Yo la protejo, imbécil, más de tipos como tú.

—Claro… la proteges ocultándole todo lo que ella debería saber, como la existencia de su

madre.

Entrecerré la mirada a la vez que también lo hacía con mis puños.

—Si no eres capaz de decirle que te encuentras así por la muerte de tu ex mujer jamás podrás

hacerlo con la existencia de Michelle Cavalli. Y cuando te animes será muy tarde, Black, tan tarde

que Anna terminará odiándote porque no pudiste hablar con la verdad desde un principio.

—Te estás metiendo en un lio, Damián. Cuando se trata de proteger a Anna estoy dispuesto a

todo.

—Pues, ya somos dos, pero con una gran diferencia de por medio, yo corro con ventaja.

Me carcajeé a viva voz, sarcásticamente, intentando no lanzarme de lleno contra él para

despedazar su cara de infamia y arrogancia.

—Aquí la única ventaja la tiene el amor que la une a mí y ante él, tú y lo que ansíes o

pretendas conseguir, no te servirá de nada. Lo que tenemos ella y yo es más fuerte que cualquier otro

sentimiento, Damián, es más poderoso que la misma muerte y lo llevo aquí, grabado en mi piel así

como ella lo lleva en la suya.

—¿Estás tan seguro para suponerlo?

—No supongo nada, estoy totalmente convencido de ello. Sólo pregúntale y lo sabrás. Sólo

pronuncia mi nombre, admira su rostro y ella lo sentirá. Sólo intenta tocarla y sabrás de lo que soy

capaz.

—¿Mas amenazas, señor Black?

—Exigencia, advertencia, amenaza… tú y ellas no me intimidan —repliqué tal cual él lo

había hecho con anterioridad—. Por mí puedes hacer lo que quieras porque nadie más que yo se

merece a la mujer que acaba de salir por esa puerta. Asúmelo y entiéndelo como tal, nadie más que

yo la amará como ella me ama de la misma manera.

—Nada es para siempre, Black.

—Lamentablemente para ti lo nuestro lo es y ante ello, ex capitán Erikson, no hay más

certezas. ¿Quieres jugar? Hazlo. ¿Quieres apostarlo todo? Hazlo. Ya pagué un precio muy alto por

Anna y estoy dispuesto a pagarlo de nuevo y con creces si es necesario. ¿Sabes el por qué?

Estático se quedó esperando atentamente lo que me aprestaba a pronunciar con fuerza y sin

ningún tipo de titubeos.

—Porque a veces en la vida… es todo o nada.

No podía dejar de ver el cielo de la habitación de mi hijo desde el sofá en el cual me

encontraba recostado recordando a cabalidad todo lo que había acontecido y más aún, aquel instante

en que Anna me había observado con sus ojos colmados de miedo ante la afrenta que había

procedido con Damián.

No sé cuantas veces marqué su número telefónico sin obtener respuestas y era más que obvio

que eso sucediera y que no deseara verme gracias a que yo mismo la había alejado de mí

comportándome de tan estúpida y aberrante manera.

Deslicé mis manos por mi cabello unas cuantas veces realmente abrumado, preocupado y

meditando seriamente cuáles serían mis próximos pasos a seguir, sin miedo, con valor y dejando de

lado lo que más daño nos provocaba: mi continuo temor a perderla. Porque por una vez en la vida

debía actuar de manera correcta por su felicidad, por su tranquilidad y, por sobretodo, por el

inmenso e incomparable amor que le tenía.

—Michelle Cavalli —evoqué a la mujer que había conocido en su departamento justo cuando

la puerta de la habitación se abría y Miranda desde el umbral me pedía que saliera por ella. Así lo

hice, observando a Leo que aún dormía plácidamente aferrado a uno de sus tantos osos de peluche.

Una vez en el pasillo de la segunda planta y a solas tuve que tragarme todas y cada una de las

recriminaciones de Miranda. ¿Qué más podía hacer si me las merecía?

—Qué espectáculo el de anoche. Supongo que todo tiene una razón.

—La tiene.

—Espero que seas lo bastante hombre para dársela —la profundidad de sus oscuros ojos

invadió de penetrante manera los míos.

—Se la daré, pero antes debo hacer algo por ella.

—Antes debes hablar con Bruno. Te está esperando en la sala. Dice que es importante.

Los engranajes de mi cabeza comenzaron a funcionar como si tras un largo lapso de tiempo

hubiesen estado detenidos.

—Si es lo que imagino —una de sus manos se aferró a una de mis extremidades—, tendrás

que tener mucho valor para enfrentarlo.

Asentí tragando saliva con dificultad, pero percibiendo el nudo de proporciones que ya

comenzaba a alojarse a la altura de la boca de mi estómago.

—Sabes que estoy aquí para lo que necesites y quiero que asumas que independientemente de

lo que diga ese informe Leo es y será tu hijo para toda la vida.

Volví a asentir porque ya no podía pronunciar palabra alguna.

—Te quiero y siempre te querré, Vincent, pero cuando te comportas como un idiota me dan

ganas de abofetearte.

—No eres la única.

Miranda suspiró, regalándome uno de sus cálidos besos en una de mis mejillas.

—No lo hagas esperar, querido, porque el destino, de alguna u otra forma, está llamando a tu

puerta.

Y lo sabía muy bien porque había sido precisamente yo quien había invocado su presencia.

Bajé las escaleras para reunirme con Bruno quien tras un abrazo me entregó lo que tanto

ansiaba leer y constatar.

—¿Estás seguro?

—Muy seguro. Es lo que he esperado y querido conocer tras cinco años de mentiras.

—Pues, entonces, ábrelo y deja todos los engaños atrás.

Corté el sobre muy lentamente tras suspirar y suspirar como si el aire me faltara. Desdoblé el

informe que en detalle comencé a leer palabra por palabra, línea por línea, oración por oración,

cuando mis ojos se humedecían, mi barbilla temblaba, todo mi cuerpo se estremecía y mi corazón se

oprimía regalándome un punzante dolor. Alcé la vista hacia Bruno quien asintió tras colocar una de

sus manos sobre uno de mis hombros antes de decir lo que cambió irremediablemente el transcurso

de mi historia.

—Cinco años para saber la verdad… cinco años tuvieron que transcurrir para que tú supieras