CAPITULO VII
Las dos cortas noches de Murdar debían ser aprovechadas, se dijo Stein mientras caminaba a paso ligero por la plaza en dirección a Punto Alfa.
Después de contemplar. a la verdadera Kassandra, antes que Pam la sometiese al proceso de volverla a la vida, Stein consideró que su belleza resultaba excesivamente primitiva comparada con la auténtica de quién la suplantaba. Prefería a Pam, sonrió. Se palpó el arma tomada de Omega. Con ella se sentía mejor.
Llegando a la entrada del edificio geométrico se preguntó qué hacia en las habitaciones de Kassandra un moderno equipo de suspensión animada. Pam lo usó sencillamente, sin preguntarse para qué servía. Sólo vio en él un magnífico medio para mantener a Kassandra fuera de la circulación mientras ella la representaba, con menos éxito del que había esperado cosechar.
El guardia le franqueó la entrada. Por su condición de encargado de los trabajos especiales su presencia no despertó ninguna sospecha. Pese a todo, otro hombre le siguió hasta el andén. Allí, ante su mirada cargada de creciente recelo, Stein montó en la máquina y simuló durante unos momentos un interés por su estado de servicio. Cuando conectó el motor, el guardia corrió hacia él, mientras empezaba a sacar la daga, inexplicablemente olvidando la pistola. Tal vez aún no pensaba que el comportamiento del hombre que había vencido a Cupiers era extraño.
—Eh, ¿qué haces? No se puede poner esto en marcha por la noche.
Karl deseó más tiempo, pero ya no podía obtenerlo. Sacó el láser y disparó antes que el guardia saltase sobre la máquina. El hombre fue arrojado a las otras vías paralelas con un redondo agujero en el cuello que casi terminó decapitándolo.
De las escaleras salían los demás guardias. Gritaban desaforadamente. Uno empuñó la pistolá y disparó varias veces. Las descargas se perdieron en los últimos vagones.
El tren se internó en el túnel. Stein saltó antes que la velocidad aumentase. Lo vio alejarse, perderse en la oscuridad. Llegaría al cráter dos horas más tarde, pensó mientras se pegaba contra la rocosa pared y atisbaba en dirección al andén.
Durante un rato escuchó conversaciones, pero ningún guardia se atrevió a internarse en la negrura del tubo. Más tarde se alejaron las voces. Seguramente irían a informar.
Entonces Stein saltó al andén y ascendió por la empinada escalera. Pasó por el estrecho pasillo que conducía a la residencia de Kassandra. Una sombra surgió de allí.
—¿Todo bien, Karl? —preguntó Pamela. Vestía una blusa negra y unas calzas cortas, muy ajustadas.
—Sí. Deben creer que ahora viajo al cráter.
—Hay un tren reserva. Pero tardarán mucho tiempo en ponerlo en marcha. Antes tendrán que conseguir el permiso de Kassandra.
—No perdamos tiempo. No tardarán en volver. Seguramente Cupiers tomará el mando cuando no la encuentren y él conducirá personalmente el segundo tren.
Entraron en el vestíbulo. Allí se detuvieron. No esperaban encontrarse con nadie. Pero había otro guardia. La sorpresa de éste fue demasiado grande. Seguramente pensaba que Stein volaba hacia el cráter en el tren robado.
Pamela se anticipó a Stein y abatió al guardián. Karl respiró ruidosamente y dijo algo respecto a su buena puntería.
En la plaza vieron que los guardias corrían en dirección a la residencia Omega. Se alejaron de allí y apresuraron el paso hacia las afueras de la urbe. Subieron a un vehículo aparcado detrás de las sombras de unas casas antiguas. Pam se puso ante los mandos y dijo:
—El viaje no será tan rápido a través de la superficie. Nos llevará casi todo un día en alcanzar el cráter. —Se estremeció—. Y te confieso que prácticamente desconozco lo que nos encontraremos. No son bulos los peligros que se pregonan por ahí, que conste.
Mientras la muchacha arrancaba el motor. Stein echó un vistazo a la parte trasera del vehículo. Allí estaba, maniatada, la verdadera Kassandra. Había despertado y lo miró con ojos encendidos. Tenía una mordaza y Karl se alegró de ello.
Cuando el vehículo empezó a avanzar surgieron unos relámpagos de las casas laterales. Los rayos de luz incidieron en el motor y éste empezó a fundirse. Se detuvo bruscamente.
Stein comprendió el peligro que corrían. Gritó a Pam que saltase, antes que el calor llegase al depósito de combustible. Ella le obedeció y entonces él se acordó de Kassandra. Saltó al interior y se la echó a los hombros.
Corrió cuanto pudo alejándose del vehículo. Se refugió detrás de una esquina en el momento preciso en que se produjo la explosión. La noche quedó iluminada por un poderoso fulgor escarlata. Stein dejó caer el cuerpo y jadeó. Intentó buscar a Pam.
Unas figuras le rodearon. Llevaban armas y lámparas que dirigieron contra él, cegándole. Cuando una luz se volvió reconoció a uno de los que le rodeaban. Aunque no había tenido mucho trato con tal persona desde que llegó a Murdar lo reconoció como al doctor Osborn.
El hombre le sonrió ampliamente, rodeado de guaridas con pañuelos rojos al cuello.
—Hola, Karl Stein. —Miró el cuerpo que había a su lado Meneó la cabeza y agregó—: No ha tratado bien la nuestra reina, pese a haberla salvado de perecer carbonizada.
Alguien destacó y preguntó con recelo:
—Osborn, ¿seguro que es Kassandra?
—Si, la verdadera. Pronto capturaremos a la mala actriz que pretendió emularla —rió Osborn— dando unos afectuosos golpes en la espalda de Brick.
Desde el suelo, y antes que se dejase levantar por los guardias, Stein cruzó la mirada con Brick, que le hizo un gesto como dándole a entender que había perdido la partida.
* * *
Desde el interior de la casa en construcción, Pamela vio como el grupo de hombres conducía a Stein hacia el interior de la urbe. Luego llegaron más hombres y empezaron a registrar la zona.
Dio un amplio rodeo y alcanzó un lugar desde donde observó que Stein era llevado al interior de Punto Alfa. También entraron Osborn y aquel tipo que había estado acompañando al agente de la Superioridad. Creía saber como se llamaba: Brick Connors.
Quedóse desconcertada. Pero su aturdimiento no la impidió comprender que debía alejarse de allí. A lo lejos brillaban las lámparas de los que estaban buscándola. Recordó que todos llevaban distintivos especiales no los rojos pañuelos al cuello de los guardias de Kassandra, sino cascos de acero. ¿De dónde había surgido aquel ejército?
Sin duda Osborn era el jefe indiscutible de ellos Había surgido del anonimato aquella noche. ¿Por qué Osborn, por lo tanto, debía ser quien ordenaba a Kassandra lo que debía hacer, quien la utilizaba como tapadera.
Y también estaba Brick. ¡Maldición —Había fingido amistad hacia Stein. Seguramente bajo indicación de Osborn lo vigiló estrechamente. Entonces recordó que había escuchado algunas conversaciones entre los residentes. Se referían al doctor. Ella no prestó mucha atención porque las consideró habladurías sin importancia. Al parecer, Osborn era un tipo introvertido, que se dejaba ver poco por la urbe. Sólo aparecía cuando se le necesitaba y nunca cultivó amistad alguna con alguien. Tampoco se le conocía aventura sexual, pese a que su placa indicaba que era heterosexual. Ninguna mujer podía ufanarse de haberse acostado con él. Ese era el tema de las habladurías.
Pamela se refugió en un cobertizo y procedió a quitarse los restos de la máscara. Sacó un pañuelo y liberó de su cara los últimos rasgos de Kassandra. A Pamela O’Leary la conocían poco porque había permanecido pocos días entre los residentes antes de desaparecer. Los sicarios de Osborn estarían buscando la doble de Kassandra. Pronto amanecería y ella podría confundirse entre la población. Los hombres del casco dejarían su símbolo y algunos volverían a usar el pañuelo rojo. Pamela estaba convencida que la mayor parte de la población de Centro Gamma era ajena a lo que estaba ocurriendo.
Ocultó aún más su arma, dejando nada más a la vista la daga. Cuando el gran sol rojo se alzó sobre las del amanecer y las vías empezaron a estar concurridas, salió del escondite y se mezcló con los entes.
Entró en la primera cantina que vio. Era muy pequeña y ya tenía bastantes clientes. Muchos solían desayunar con café fuerte y licor.
Ocupó una mesa y pidió café y carne asada. Tenía hambre. Cuando empezó a comer apretó los labios al recordar que sólo disponía de una tarjeta a nombre de Kassandra y otra al de Pamela, de la que no se desprendió. Tendría que usar alguna de ellas. No tenía remedio. Si intentaba largarse sin pagar podía ser peor. Comió despacio, retardando el momento del pago.
Cuando la camarera se acercó, le tendió la tarjeta Pamela, que ella se llevó al mostrador para computarla. Tardó demasiado en volver. Cuando lo hizo se la dejó sobre la mesa y se llevó el servicio vacío.
Pam respiró tranquila. Decidió quedarse allí un rato, mientras pensaba. De alguna forma tenía que ir al cráter. Allí habrían llevado a Stein. Si aún vivía debía salvarlo. Ambos podían esconderse cerca del astropuerto en espera del carguero. Era su única salvación. Un anciano se acercó a ella. Se apoyaba en un alto cayado y la miró.
—Alguien desea verla. Sígame.
Estuvo tentada a no hacerlo, pero pensó que si la habían descubierto no podía tratarse de los hombres de Osborn o de Kassandra. Ellos no habrían empleado ninguna clase de artimaña para hacerla salir.
Siguió al renqueante anciano al exterior. Cruzaron unas vías y llegaron a la parte vieja de la urbe. Allí las casas estaban abandonadas desde hacía tiempo y muchas empezaban a desmoronarse. El viejo levantó cayado para señalarle una abierta puerta. Dijo:
—Entre.
Pam escrutó con recelo la puerta. Despacio bajó mano y rozó la culata de su láser. Cuando se volvió viejo no estaba allí. Anduvo hasta el interior de la casa. Estaba oscuro y se detuvo.
—¿Quién está ahí? —preguntó.
No recibió respuesta y consideró la posibilidad de marcharse. Pero antes se adentró más. Cuando estaba a punto de dar media vuelta sintió por un segundo presión de un arma en sus riñones. Luego ésta se retiró. Su dueño no quería darle ninguna pista de dónde estaba, sino sólo que estaba armado. Escuchó:
—Ni se te ocurra hacer alguna tontería, Pamela. Vuélvete muy despacio.
Lo hizo y vio a Cupiers. Llevaba una pistola, con la que la encañonaba.
—¿Cómo has sabido quién soy?
Cupiers sonrió.
—Hace unos días conté a la camarera que al final encontramos el cuerpo de Pamela O’Leary. Ella leyó nombre en la tarjeta que le entregaste. Has tenido suerte que me llamase. Entonces yo envié al viejo con el recado.
—¿Esto es una suerte para mí? —preguntó Pam con sorna.
—Desde luego. De alguna forma vamos a trabajar juntos.
—¿De veras? No sé cómo podrás convencerme!
—Hace unas horas vi a Kassandra, a la verdadera Me contó algunas cosas que me dejaron sorprendido ¿Cómo podía imaginarme yo que es Osborn quien maneja el asteroide? Kassandra le obedece, así como un montón de tipos que siempre pensé me eran fieles. ¡Me siento como un estúpido!
—Últimamente están ocurriendo muchas sorpresas —rió Pam.
—Kassandra me ha demostrado su desprecio —dijo Cupiers amargamente—. Aunque parezca ridículo yo estaba enamorado de ella. Creo que lo sigo estando. Pero ella sólo quiso utilizarme. A través mío organizó un grupo de adictos e hizo que la población creyese que Kassandra sólo se preocupaba de su bienestar.
—¿Te dijo también lo que está intentando hacer en el cráter?
—Me confesó que estuvo a punto de decirme para que servirá la plataforma, pero que desistió porque no se fiaba de mí.
—Sin embargo en esta ocasión te lo ha contado toda ¿no?
—No todo, me temo. Me dijo que debía mostrarle mi cariño llevando a la mujer que la suplantó, engañando incluso por algún tiempo a su jefe, a Osborn. Pamela, ella te odia.
—Lo imagino —suspiró Pam—, Y ahora tú te ganarás su afecto llevándome a su presencia.
—No volveré a cometer el mismo error. —Cupiers guardó la pistola—. Sólo quería hablar contigo. Quiero que me digas qué es lo que pretenden Kassandra y Osborn.
—¡Ojalá lo supiera! Stein y yo intuimos que intentan dar un golpe mortal a la Superioridad.
—¿También tu eres agente de la Tierra? ¿Como Stein?
—Me envió la Realeza, los Señores de las Estrellas.
Cupiers lanzó un silbido.
—¿Los Señores ayudando a la Superioridad?
—Ante los mits la explicación es lógica, ¿no? Quizá no deseamos volver a tomar las armas para una nueva guerra cruenta en favor de la Tierra. Preferimos abortar el intento de invasión Mit.
—Sí, siempre es menos costoso, en armas y vidas —asintió Cupiers. Meneó la cabeza—. Pero me resisto a creer que Kassandra los ayude. Por mucho que odie a la Tierra por haberla enviado aquí no la considero tan infame como para venderla a esos monstruos.
Pam entrecerró los ojos y asintió.
—Eso también me confunde a mí, pero las evidencias son claras. Existen algunos puntos por los que los mits pueden irrumpir desde su dimensión para lanzarse contra la Tierra. El mejor es éste. Sospecho que en cráter se levanta un campo magnético que los mits utilizarán para cruzar la barrera dimensional.
—Pamela, aún amo a Kassandra y le otorgo el favor de la duda; pero si estás en lo cierto no dudaré e combatirla.
—Lamentablemente poco podremos conseguir tú y yo solos —dijo ella con amargura—, Y quiero salvar Stein, si aún vive.
—Karl está vivo. Piensan interrogarlo más tarde. Es tán inquietos porque temen que su plan se venga abajo. Eso demuestra la intranquilidad de Kassandra y Brick, aunque Osborn está sorprendentemente tranquilo.
—Osborn —silabeó Pamela—. Ese maldito... Cupiers, quiero que me cuentes más cosas acerca de vuestro inefable doctor.
—No entiendo.
—Será más tarde. Ahora dime si tienes algún plan.
Cupiers sonrió. Señaló hacia la urbe.
—Déjame unas horas. Sé distinguir los que no están de parte de Kassandra. Les hablaré. Luego, un grupo extenderá la noticia. Si es preciso levantaré todo Centro Gamma contra los aliados de los mits... si realmente es cierto. En caso contrario no haré nada contra Kassandra. La amo demasiado.
—Comprendo —dijo Pam—, Ahora háblame de Osborn. Quiero saberlo todo acerca de él, aunque sean detalles que estimes como mínimos.